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147. Poesía más Poesía: Evaristo Carriego

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EVARISTO CARRIEGO

BIOGRAFÍA

Evaristo Carriego nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, Argentina, el 7 de mayo de 1883.
Su familia era de largo arraigo en Entre Ríos, descendientes del sevillano Hernán Mejía de Mirabal (El Bravo), uno de los fundadores de la ciudad de El Barco, que luego derivó en Santiago del Estero. Fueron sus padres Nicanor Evaristo Carriego Ramírez y María de los Ángeles Giorello. Su abuelo paterno, José Evaristo Carriego de la Torre fue un periodista muy polémico y legislador de orgullosa trayectoria: “Cuando la legislación del Paraná resolvió levantarle a Justo José de Urquiza una estatua en vida, el único diputado que protestó fue el doctor Carriego, en oración hermosa aunque inútil…” (Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego. Buenos Aires, 1930). Era bisnieto del Coronel Evaristo Carriego, fundador de la ciudad de Concordia.

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Evaristo, el poeta, se trasladó con su familia desde Paraná a Buenos Aires en 1887, la familia se instaló en la casa de la calle Honduras 84 (actual 3784, que es ahora Biblioteca Municipal), en una de las primeras casas del barrio de Palermo. Era una barriada en formación de antiguos gauchos mezclados con los inmigrantes, choque y encuentro de culturas, que influirían en la mente infantil de Carriego.

La primera escuela a que concurrió, era particular: la de las señoritas Negri, conocidas educadoras argentinas. Cursó en ella los tres primeros grados; del tercero al sexto, estudió en la escuela pública Rodríguez Peña. Concluidos los estudios elementales, inició los secundarios; rindió hasta el tercer año, incluso, en el colegio nacional Sarmiento, entonces denominado colegio nacional Norte. Había mostrado afición por la carrera de las armas, e intentó el ingreso en el Colegio Militar, pero, examinado físicamente resultó corto de vista, por lo que no fue admitido en el instituto. Esta decepción impactaría en el joven Evaristo. Entonces, dejó todo estudio regular y se dedicó a vagar y a leer a discreción sin guía ni método.

Pasó su juventud dentro de la atmósfera de principios de siglo, cuando los cafés porteños convocaban reuniones nocturnas de tertulias, prolongando los debates de las redacciones de La Nación y Última Hora. En cafés como el Royer Keller, Luzio, La Brasileña y Los Inmortales, en los que gravitaba Rubén Darío, Carriego recibió su influencia y también la de Almafuerte.

Su primer biógrafo, José Gabriel, en 1921 señala que las influencias literarias se dividían entre la novela romántica francesa, los folletines gauchescos -dedicaría el poema “El guapo” a Juan Moreira- y la poesía de Almafuerte, que en ese entonces era una especie de profeta criollo y bohemio que vivía a las orillas del Maldonado, cerca de la casa de Evaristo. Sus lecturas, eran casi exclusivamente literarias e históricas.

De historia, le cautivaba la vida de Napoleón, que conocía muy bien; en literatura, tenía marcadas preferencias por la poesía y la novela románticas. Nadie como Víctor Hugo, con su grandilocuencia verbal, para encender sus entusiasmos de adolescente; nicomo Dumas, con su habilidad en la intriga caballeresca, para satisfacer su exaltada imaginación. Y, tanto en historia como en literatura, le atraía particularmente todo lo que llevase un sello de heroísmo deslumbrante. Por eso amaba tanto a don Quijote, también, y por eso rememoraba con cariño a Juan Moreira.

Con veinte años se introduce en los círculos intelectuales de la capital, donde le gustaba recitar sus versos. Hizo sus primeras armas literarias en La Protesta, donde conoció a Juan Más y Pi, quien, junto con Marcelo del Mazo, fue un amigo cercano y comprensivo. La Protesta, era un diario anarquista, donde se privilegiaba la literatura, donde importaba más una bella frase que las aseveraciones de Kropotkin o de Jean Grave. Publicó en ese diario muchos poemas sueltos y realizó reportajes a poetas y escritores que luego fueron sus amigos.
Fue asiduo colaborador de Caras y Caretas desde 1906 hasta el año de su fallecimiento. Colaboró en el fugaz Papel y tinta, en Ideas y Figuras, de Alberto Ghiraldo, y hasta sus últimos días en L. C. (Ladrón Conocido), publicación policíaca, en la que aparecieron sus poesías arrabaleras. Algunas de ellas firmadas con el pseudónimo de El Barretero.

Carriego, además de poesía, escribió una serie de cuentos y notas breves en las que pinta la vida del suburbio, publicados en principio en Caras y Caretas. Esos cuentos fueron reunidos por la editorial Tor, que los editó en 1927, en un tomo con el título de Flor de arrabal.

Flor De Arrabal. Carriego, Evaristo | Mercado Libre


El 3 de julio de 1906 se inició como masón en la Logia Esperanza Nº 111 junto con Florencio Sánchez, autor de M’hijo el dotor, el mismo que bautizó “Canillitas” a los vendedores de diarios. Carriego con sus versos que arrastraban el hechizo modernista de Rubén Darío se transforma en un animador del Aue´s Keller de Bartolomé Mitre al 600, del Restaurante Luzio de Mitre y San Martín, y La Brasileña de Maipú al 200, todos bajo los escombros con la apertura de la Diagonal Norte. De aquellos solares mágicos del fin de siglo decimonónico queda en pie Los Inmortales, a unas cuadras de su original emplazamiento de avenida Corrientes al 900. Allí su compañero masón Florencio Sánchez inventaría la dramaturgia nacional, allí Evaristo Carriego la poesía criolla y arrabalera, ambas simientes del Tango de Buenos Aires -y el Rock Nacional.

El café que fue de los inmortales
El café de Los Inmortales estuvo situado en la famosa calle Corrientes de Buenos Aires, y es un lugar referenciado por los seguidores del tango.


En Los Inmortales se reunía lo mejor del arte y pensamiento, mientras en una mesa Sánchez podría estar escribiendo, en otra José Ingenieros discutía los avances de sus trabajos como “El Hombre mediocre” (1913). Para muchos parroquianos aquellas tertulias eran un alto en la labor cotidiana, no todo vivían de una posición holgada como Carriego, Leopoldo Lugones era empleado de Correos y el mismo Sánchez trabajaba con Juan Vucetich en la policía; significaban el punto de reunión obligado para la discusión de las novedades literarias, filosóficas, políticas y estética; y para la lectura pública. Allí Carriego conocería a Charles de Soussens, también redactor de La Protesta, el periodista y escritor bohemio quien le recomendó: “Carriego…-sus versos modernistas- viven una vida ficticia… por qué usted, que anda errante en la salida de los barrios apartados, no poetiza… los dramas interiores de las pobres gentes que luchan y sufren, agobiadas por la enfermedad y la miseria”. A partir de ese momento Carriego, que se referirá a de Soussens como “mi descubridor”, funda sin saberlo una nueva corriente en la literatura argentina, el criollismo.

En Corrientes y Junín se reunía el animado grupo de Soussens, en un bar que canilla libre para poetas y escritores debido la filantropía de su dueño, Juan Boucau, uno de los fundadores del Jockey Club. En esta camaradería cultural, en donde participaba entre otros Roberto Giusti, el editor de la revista Nosotros, impulsora de la generación del Centenario, Ricardo Rojas, director de la revista Martín Fierro, apoyó a Carriego en sus versos de novedoso nacionalismo y consiguió que Boucau financiara el primer, y único libro en vida de Evaristo, “Misas herejes” de 1908. Carriego corrió a pedirle el prólogo a su admirado Almafuerte en La Plata pero éste se negó, según Romualdo Brughetti, “le disgustaba el tono quejoso de su colega”.

A CARLOS DE SOUSSENS

Caballero de Friburgo, de un castillo de aventuras,
cuyas águilas audaces remontaron el Ideal,
soñadoras de los nidos de las líricas futuras,
la pupila al sol abierta, coronando las alturas
en el vuelo de armonías de una musa: la orquestal.

Visionario de un ensueño que inspiró un vino divino,
melancólicas vendimias de las uvas de tu Abril…
tú también tendrás un Murger, y verá el barrio Latino
perpetuarse tu bohemia; milagroso peregrino,
compañero de prisiones en la Torre de marfil…

Que se cumpla, por tu gloria, la promesa de Darío,
al decirte de una estatua sobre firme pedestal;
que relinchen tus corceles los clarines de su brío;
que la Virgen del sudario no desole con su frío
el jardín de poesía de un eterno Floreal.

En las misas de tu credo, más cordiales, más inquietas,
que te canten y consagren fugitivo de Verlaine;
que te nombren compasivas las Mimis y las Musetas,
y relaten conmovidos sus pintores y poetas
cuando entrabas predicando por tu azul Jerusalén…

Que tus pálidas princesas de inefables corazones,
lleven lirios de tus rimas a un olímpico País…
con las hostias fraternales de tus suaves comuniones,
que el orfebre de los triunfos en tus líricos blasones,
grabe todos tus laureles con olivo y flor de lis.

Ya serás en el recuerdo, cuando seas un pasado,
como aquel de la leyenda que tus éxtasis meció,
ya serás, para in eternum, de algún bronce perpetuado,
como guardan tus memorias infantiles, por sagrado,
aquel beso con que Hugo tu niñez acarició!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

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En Misas herejes (1908) se mezclan las influencias del modernismo (notoriamente la del primer Leopoldo Lugones) con las ideas del anarquismo que profesó en su adolescencia. El libro está dividido en cinco secciones (“Viejos sermones”, “Envíos”, “Ofertorios galantes”, “El alma del suburbio” y “Ritos en la sombra”), el poemario manifiesta también la presencia del satanismo derivado de la obra de Baudelaire. Este primer libro sigue escolar con el programa modernista hasta que en la quinta parte surge en primerísimo plano como novedad absoluta la vida infeliz del suburbio porteño, el barrio pobre y sus personajes, criollos inmigrantes obreros y malevos. Esto era todo un suceso en la poesía culta argentina “Entre la algarabía del conventillo/ esquivando empujones pasa ligero/ pues trae noticias uno que otro chiquillo/ Divulgando la nueva del pregonero… porque al compás de un tango, que es “La Morocha”/ hacen ágiles cortes dos orilleros… la mujer del obrero, sucia y cansada/ remendando la ropa ese muchacho ”.

El suburbio crea a Carriego y es recreado por él.

En sus poemas, Carriego será pionero los modelos sin fecha de vencimiento, el barrio, la madre, el compadrito, el coraje urbanizado, la tristeza infinita, y que tomarían una, y otra vez, escritores argentinos, tangueros y artistas porteños. Evaristo puso los pies en el barrio.

El 13 de septiembre de 1908 Carriego vive su momento de gloria, uno que buscaba afanosamente en las redacciones del Centro y en los boliches de las orillas. En el restaurante Ferrari de Uruguay y Sarmiento se celebra el lanzamiento de “Misas herejes”, en su título influenciado por el decadentismo francés, con una “almorzáculo” que reúne a un centenar de periodistas, escritores y poetas.

Después de ese espaldarazo siguió publicando, pero según sus allegados, su carácter mudó en más retraído y melancólico, su poesía se centró en los pequeños dramas de los extramuros, la novia abandonada, el padre borracho o la pequeña huérfana maltratada, aquellos nudos que pasarían al universo tanguero en las plumas de Celedonio Flores, el letrista de Carlos Gardel, y Enrique Cadícamo. La muerte de su padre en 1909 y su amigo Florencio Sánchez en 1910, “Irte a las estrellas, Adiós, canillita”, dedicaba Carriego al dramaturgo que impuso este apodo a los vendedores callejeros de diarios, agravaron su melancolía y casi no salía de la casa familiar de la calle Honduras.

Su casa en la calle Honduras N° 84 hoy 3784 del barrio de Palermo. - Poesia Online
Su casa en la calle Honduras N° 84 (hoy 3784), del barrio de Palermo.
Biblioteca. En Honduras 3784, donde vivió y en 1912 murió el poeta Evaristo Carriego./ Luciano Thieberger
Actualmente es una Biblioteca.

La suya es una existencia lineal, sin exabruptos, sin hitos memorables. Vivió de ciertos cariños íntimos, del amor de una muchacha muerta, de los amigos seguros. Para Jorge Luis Borges, en vez de amplificar cada día más su campo de observación, Carriego, parecía complacerse en reducirlo. “Me basta con el corazón de una muchacha que sufre, dijo cierto día en el ardor de una discusión”.
Borges lo conoció personalmente porque era amigo de su padre y frecuentemente lo visitaba en su casa, y dijo haber descubierto la poesía de sus labios durante los extensos recitados que Carriego hacía de poemas de Almafuerte.

A mediados de 1911 sufre Carriego un ataque de apendicitis, que fue mal diagnosticado, y que lo lleva a la muerte el 13 de octubre de 1912, el mismo año que fallece Diego Fernández Espiro, y con ellos, desaparece la bohemia porteña. Sus restos fueron sepultados en el Cementerio del Oeste, donde pronunciaron sentidos discursos de despedida Juan Más y Pi, Marcelino del Mazo y Charles de Soussens.

Posteriormente, a la muerte de Carriego, su hermano y sus amigos reunieron en un volumen las composiciones de su primer libro, Misas herejes, junto con otras inéditas, con el título de La canción del barrio (1917), base de sucesivas ediciones de sus Poesías completas, donde cultiva un tipo de poesía más próximo al realismo; observando a los personajes típicos del suburbio modesto que linda con el mundo marginal, los retrata con una mezcla de sentimentalismo e ironía. Su influencia resultó decisiva para la poesía porteña posterior y para las letras de tango, aunque raras veces frecuentó este género.

Dejó escrita una obra de Teatro: Los que pasan, estrenada en noviembre de 1912 en el Teatro Nacional. En 1927 se publicó Flor de Arrabal y una compilación de Cuentos y otras páginas, en 1954. Otras obras que podemos mencionar son: La fonda, La bandera celeste, Vida del General Lamadrid y Vida y muerte en Aragón.

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Jorge Luis Borges, que en 1930 publicó un libro sobre Carriego, fue el primero en advertir que este escritor, un humilde muchacho del barrio porteño de Palermo, había fundado un nuevo espacio literario. ¿Cómo lo hizo? Transformando en territorio poético el paisaje cotidiano del barrio real, con sus protagonistas pobres y tristes, tiernos o malvados. El barrio, futuro mito del tango, ya está anunciado en su melancólica visión del camino cotidiano al hogar: “Tus piedras / parecen que guardasen secreto / el rumor de los pasos familiares”.

De sus anécdotas de guapos y compadritos saldrá el primer cuento de Borges, “Hombre de la esquina rosada”; del molde crítico-biográfico de Borges en “Evaristo Carriego”, las glosas de “Historia universal de la infamia”, en forma de ensayo ficcional. Es justo el instante que Borges deja el barrio, aunque nunca lo olvida como demuestra la reedición de la ensayística biografía de Carriego en 1955, en donde suma “Historia del Tango”, pero su escenario ahora será el universo entero. Para el cosmopolita Borges, que atesoró en Ginebra una edición de “Misas herejes” firmada por Evaristo para su padre, el criollista Carriego fue un precursor.
La frase de Carriego “de todo te olvidas, cabeza de novia”, aún hoy enternece el corazón de los porteños.

Pero también alumbró a la costurerita que dio mal paso, la vecina tísica, la solterona que se quedó para vestir santos, el humilde músico ambulante que alguna vez alegró las calles de Buenos Aires: “Has vuelto organillo. En la acera / hay risas / has vuelto llorón y cansado / como antes / El ciego te espera / las más de las noches sentado a la puerta”. Carriego nos legó la primera tierra mitológica porteña, el farolito, la mina y la tristeza de ya no ser, que no era solamente su Palermo sino las cien barrios porteños.

Fue un romántico que no vaciló en pintar con crudo realismo la pobreza, el dolor y la violencia del paisaje barrial. Quizá esta mixtura fue clave para inspirar posteriormente a los grandes creadores del dos por cuatro, un género donde los tiernos sueños coexisten siempre con las crueles verdades. Leyendo al “poeta del suburbio”, como lo llamó Borges, ellos prolongaron su mirada sobre lugares y personajes de Buenos Aires.
Homero Manzi en “El último organito” dedica su milonga final de 1948 al poeta entrerriano, “y allí molerá tangos para que llore el ciego,/el ciego inconsolable del verso de Carriego,/que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral”.

La cumbre de “María de Buenos Aires” de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer atrona la “Milonga carrieguera” en 1968. En 1983 en “La Canción del Bajo Belgrano” de Luis Alberto Spinetta canta: “Tango de caras, organillero distinto/Sentado en la avenida/Y ya nadie te escucha nunca/Desolado el hombre perdido” en un doble cita, Manzi y Carriego.

Innumerables leyendas del arrabal porteño y sus habitantes arquetípicos, que se pueden buscar también en un cuadro de Quinquela Martín o un aguafuerte de Roberto Arlt, fueron puestas por primera vez en papel por Carriego, en solamente 29 años de vida.

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Borges en La Asociación Amigos de la Casa de Evaristo Carriego 
nombrado su Presidente Honorario. Con él, José María Mieravilla, Francisco Gil y Luis Alposta 20 de diciembre de 1975

El 7 de mayo de 1975 se funda la Asociación Amigos de la Casa de Evaristo Carriego, que presidió el pintor palermitano José María Mieravilla, a quien se debe, en gran parte, la conservación de dicha casa. Borges fue Presidente Honorario de esa entidad.

OBRAS:

  • Misas herejes (1908)
  • La fonda
  • La bandera celeste
  • Vida del General Lamadrid
  • Vida y muerte en Aragón
  • La muerte del cisne
  • Tu secreto
  • Poesías (1913)

PÁGINAS CONSULTADAS:

POEMAS

DE PRIMAVERA

En un carro triunfal hecho de auroras,
y envueltas en flotantes muselinas,
con impudor de audacias femeninas
han llegado las nuevas doce horas.

El viejo de las frígidas doloras,
lloradas en letales sonatinas,
va huyendo, incorruptible, en sus neblinas,
de las doce muchachas pecadoras.

¡Una orgía de luz..! Hoy se ha llenado
de músicas el nido fecundado,
y el cantor de selváticos poemas,

— heraldo de los sueños germinales —
anuncia en sus pregones orquestales
el reventar glorioso de las yemas!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

A COLOMBINA, EN CARNAVAL

Colombina ¿qué se hicieron
tus risas de cascabel?
¡Ah! desde que se perdieron
— lo saben quienes te oyeron —
quedó inconcluso un rondel…

Surge de las viejas salas
y como antes, oportuna,
vuelve a reinar, hoy que exhalas
suspiros por las escalas
con que asaltaste la luna.

¿Por qué ese reír que suena
como un fúnebre fagot?…
Si es la que yo sé tu pena,
no te aflijas, que serena
fue la muerte de Pierrot.

Murió de haberte querido…
Y ahora que sé tu mal,
para empaparte de olvido,
voy a mojar tu vestido
con agua de madrigal.

Pero debo imaginarte
entre todas confundida,
si es que quieres disfrazarte,
y así, empezaré a rimarte
la estrofa ayer ofrecida.

Y puesto que eres coqueta,
sensible a un buen decidor,
porque lo mandas, inquieta,
me vestiré de poeta
para cantarte mejor.

Anónima enmascarada
que vas, nerviosa, a la cita,
de sutil gasa adornada,
como una media calada
que a la indiscreción incita:

Lleva el disfraz colorado,
que te acompaña al placer,
la sangre que ha derramado
un corazón reventado
en tus manos de mujer.

Marquesita sin blasones,
sabia en la broma galante,
que escuchas en los salones
correr mil murmuraciones
de elogios a la intrigante…

¡Cómo luce tu altanero
orgullo de flor de lis
cuando habla ese caballero
con traje de mosquetero
del tiempo de algún rey Luis…

Coqueta, linda coqueta,
risueñamente locuaz:
escondida y bien sujeta
lleva siempre la careta
debajo del antifaz.

Pues que está oculta la hermosa
la fina mano enguantada,
¡van, en la seda olorosa,
cinco lirios color rosa
corriendo una mascarada!

Como adivino un deseo
de burla, en tu voz, y tienes
la gracia del discreteo,
me disfrazaré de Orfeo
para domar tus desdenes.

¿Qué es esa melancolía
que a conturbar así llega
el alma de tu alegría?…
¡Bien haya la bizarría
del gesto que te doblega!

¡Ensueño de marmitones,
triste y loca fregatriz
que, por breves ilusiones,
abandona sus fogones
en traje de emperatriz;

Por la gloria de la gracia
de tu altivez de heroína,
de tan bella aristocracia,
ha claudicado la acracia
del changador de la esquina.

Modista, pobre tendera,
o esclava del obrador:
vestida de primavera,
ya rendirás al hortera,
tenorio de mostrador.

Flor que aroma el delincuente
búcaro del Cafetín,
loca máscara insolente
que aguarda lista, impaciente,
su gallardo bailarín.

Ebrio de amor y de vino,
sensual donaire guarango
lucirá tu cuerpo fino,
esta noche en el Casino
cuando te entusiasme el tango.

Muchacha conventillera
que, en apuros maternales,
pasaste la noche entera
arreglando esa pollera,
honra y prez de los percales,

ya, despertando las ganas
de otras de la vecindad,
irás con tus dos hermanas,
Terpsicores suburbanas,
a un baile de sociedad…

Mascarita… viejecita,
¡en que deslumbrantes fugas
va tu añoranza bendita!…
¡Viejecita, mascarita
de careta con arrugas!…

…Colombina ¿Qué se hicieron
tus risas de cascabel?
¡Ah! desde que se perdieron,
lo saben quienes te oyeron
quedó inconcluso un rondel…

¡Venga la flauta divina
de tu risa de cristal!…
¡Colombina, Colombina:
allá va una serpentina
continuando el madrigal!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

DETRÁS DEL MOSTRADOR

Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua…
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.

Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece, como muchas, en el vicio
perfumando ese búcaro de miasmas.

¡Canción de esclavitud! Belleza triste,
belleza de hospital, ya disecada
quien sabe porque mano que la empuja,
casi siempre, hasta el sitio de la infamia..

Y pasa sin dolor, así, inconsciente,
su vida material de carne esclava:
¡copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

A JUAN MÁS Y PI

En la gran copa negra de la sombra que avanza
quiero probar del vino propicio a la añoranza.

Quiero beber del vino que bebiéramos juntos,
y estos ratos, de aquéllos, serán nobles trasuntos.

(No sé por qué esta hora, sombría y silenciaria,
me ha invadido el cerebro de fiebre visionaria.)

En la acera de enfrente, su clara risa suena
una muchacha alegre como una Nochebuena.

El arrabal, desierto, conmueve un organillo,
y bailan las marquesas del sucio conventillo;

y vienen las memorias, conturbadas e inciertas
como un vago regreso de ensoñaciones muertas…

…He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que canta;

la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.

Aquel señor tan loco… — Único hijo de Dios,
y Único Caballero — nos hermanó a los dos.

(Y eso que tu quisiste, no sé por qué cruel
sospecha inconfesable, serle una vez infiel…

Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu castigo…)

En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones,

ideando el derrotero de los rumbos plausibles
se enfermó tu cabeza de ensueños imposibles…

Te veo como antes, duro en el Bien y el Mal,
pictórico de un ansia de vida ascensional.

De tus actuales fórmulas hiciste las amadas
que en la expansión te ofrendan bellezas flageladas.

Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.

Amas el bello gesto que en las horas aciagas
tiene orgullo de púrpura para cubrir las llagas.

Te obseda el clamoreo de enormes muchedumbres
que van, con su Epopeya de siglos, a las cumbres…

— Compañero: seamos en nuestra Misa diaria
tentación, sermón, hostia: todo menos plegaria.

Cantemos en las liras de los credos tonantes
la canción nunciadora de mañanas radiantes.

La vida es Dolor siempre, así cambie de nombre:
es Dolor hecho carne y es Dolor hecho Hombre.

Libertémosla, entonces, de los contagios viles
que, en la sangre, empobrecen los glóbulos viriles.

¡En marcha al País nuevo de las brumas ausentes,
que un día vislumbraron los geniales videntes!

Derrotando el Silencio pregona la conquista
el salmo combativo de un fuerte Verbo artista…

Pongamos en lo hondo de las frases más sacras
besos consoladores que suavicen las lacras.

En procesión inmensa va el macilento enjambre:
mordidas las entrañas por los lobos del hambre.

Lo custodia el Misterio, y lleva en sus arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias;

no hay que temer la lepra que roe los abyectos:
quizá es peor la higiene de los limpios perfectos.

Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!

Lidiemos en la justa de todos los rencores-
insignias de los bravos modernos luchadores!

Para esperarte, amigo, después de la contienda,
aunque sea en el yermo yo plantaré mi tienda.

Te envío, pues, mis versos, mis versos torturados,
como flores amargas de jardines violados…

¡Y sean mis estrofas los heraldos cordiales
de una lírica tropa de poemas triunfales!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EL CAMINO DE NUESTRA CASA

Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oir nuestra vecina,
la de los ojos tristes…

Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!

¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo… Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.

Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!

Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente… ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio… resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos oirán pasar desde la puerta.

Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio de la vida,
sin despedirse.

¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos…

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

A LA ANTIGUA

¡Oh, señora: gentil dama de mis noches,
¡oh, señora, mi señora, yo le ruego
que abandone esa romántica novela:
orgullosa favorita de sus dedos.

Que abandone sus historias de aventuras,
donde hay citas, donde hay dueñas y escuderos
callejuelas y sombríos embozados
y tizonas y amorosos devaneos;

acechanzas del camino y estocadas
de cadetes o gallardos mosqueteros,
y, amador noble y rendido de su reina,
algún Buckinghan lujoso y altanero.

Que abandone, le repito, su romance,
su romance mentiroso, pues confieso
que me enoja la atención que le dispensa,
con agravio de mis quejas y mis celos.

De mis celos, sí, lo digo, tal me tienen
las hazañas del cuidado caballero,
a quien sueña usted señora, contemplando
sus halcones, con la escala de Romeo.

¡Oh, señora, mi señora! son las doce…
¿Hasta cuándo piensa usted seguir leyendo?
¡Hay valor en su tenaz indiferencia
que no teme los peligros del silencio!…

Son las doce: ya se aprontan los aleves,
los galantes foragidos de los besos,
a cruzar la callejuela de unos labios
donde anoche asesinaron al Ensueño…

¡Ay, entonces, de las bocas asaltadas
por los rojos embozados del Deseo!
¡Ay de usted señora mía si la encuentran…
¡Que la salve su hazañoso caballero!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

COMO AQUELLA OTRA

Sí, vecina: te puedes dar la mano,
esa mano que un día fuera hermosa,
con aquella otra eterna silenciosa
«que se cansara de aguardar en vano.

Tú también, como ella, acaso fuiste
la bondadosa amante, la primera,
de un estudiante pobre, aquel que era
un poco chacotón y un poco triste.

O no faltó el muchacho periodista
que allá en tus buenos tiempos de modista
en ocios melancólicos te amó

y que una fría noche ya lejana,
te dijo, como siempre: «Hasta mañana»…

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

CONVERSANDO

El libro sin abrir y el vaso lleno,
— con esto, para mí nada hay ausente. —
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida… así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada…
Practico una virtud: la indiferencia.

Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia

del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo….

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

DE INVIERNO

Frío y viento. Ya en la casa miserable,
tiritando se durmió la viejecita,
y en la pieza, abandonada como siempre,
gime y tose, sin alivio, la enfermita.

¡Oh, qué noche! Se me antoja ver extraños
rojos cirios en las calles solitarias…
¡con qué lúgubre sigilo van pasando
las angustias, en sus rondas silenciarias!

Madre, hermana, prima, santas compasivas
de las trágicas miserias sollozantes:
¿qué será de los enfermos esta noche,
tan adusta de presagios inquietantes?

¡Oh, las vidas, condenadas en el lecho
al suplicio de las fiebres horrorosas…
¡Pobrecitos los pulmones que no llegan
al dorado mes del sol y de las rosas!

¡Oh, la carne, que se va tan resignada
que, soñando una esperanza, ya no espera!…
¡Pobrecita la incurable que se muere
suspirando por la dulce primavera!

¡Oh, las frígidas blancuras! las mortales,
de las novias peregrinas, que en su marcha
al país de lo vedado se desposan
con los tísicos donceles de la escarcha!…

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EL ALMA DEL SUBURBIO

El griego musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
«el boletín — famoso — de última hora».

Entre la algarabía del conventillo,
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias, uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.

En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas…
donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.

Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino…
mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fué asesino.

La cantina desborda de parroquianos,
y como las trucadas van a empezarse,
la mugrienta baraja cruje en las manos
que dejaron las copas que han de jugarse.

Contestando a las muchas insinuaciones
de los del grupo, el héroe del homicidio
de que fueron culpables las elecciones,
narra sus aventuras en el presidio.

En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es «La Morocha»,
lucen ágiles cortes dos orilleros.

La tísica de enfrente, que salió al ruido,
tiene toda la dulce melancolía
de aquel verso olvidado pero querido
que un payador galante le cantó un día.

La mujer del obrero, sucia y cansada,
remendando la ropa de su muchacho,
piensa, como otras veces, desconsolada,
que tal vez el marido vendrá borracho.

…Suenan las diez. No se oye ni un solo grito;
se apagaron las velas en las bohardillas,
y el barrio entero duerme como un bendito
sin negras opresiones de pesadillas.

Devuelven las oscuras calles desiertas
el taconeo tardo de los paseantes;
y dan la sinfonía de las alertas
en su ronda obligada los vigilantes.

Bohemios de rebeldes crías sarnosas,
ladran algunos perros sus serenatas,
que escuchan, intranquilas y desdeñosas,
desde su inaccesible balcón las gatas.

Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo… ¡pobre Chopín nocturno
de las costureritas sentimentales !

¡Allá vá el gringo! como bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EL GUAPO

A la memoria de San Juan Moreira
Muy devotamente.

El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.

Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.

Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hëmbra que tuvo la daga.

La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!

Con ese sombrero que inclinó a los ojos
con esa melena que peinó al descuido,
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido.

Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores y hazañas.

Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena…
pues ya una vez lo hizo ca…er de un hachazo.

Gente de avería, que aguardan crueles
brutales recuerdos en los costurones
que dejará el tajo, sumisos y fieles,
le siguen y adulan imberbes matones.

Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo…

Pronto a la pelea — pasión del cuchillo
que ilustra las manos por él mutiladas —
su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas.

Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para él la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro !..

…Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EN EL PATIO

Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del medio día,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.

Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.

— ¡Un carmen andaluz, donde florecen,
en los viejos rincones solitarios,
los rosales que ocultan y ensombrecen
la jaula y el color de tus canarios! —

¡Cuántas veces no creo al acercarme,
todo como en un patio de Sevilla,
que tus más frescas flores vas a darme,
y a ofrecerme después miel con vainilla!

O me doy a pensar que he saboreado,
mientras se oye una alegre castañuela,
un rico arroz con leche, polvoreado
de una cálida gloria de canela.

¡Cómo me gusta verte así, graciosa,
llena de inquietos, caprichosos mimos,
rodeada de macetas, y, golosa,
desgranando pictóricos racimos!

Y mojarse tus manos delincuentes,
al reventar las uvas arrancadas,
como en sangre de vidas inocentes
a tu voracidad sacrificadas!…

Y ver vagar, cruelmente seductora,
en esos labios finos y burlones,
tu sonrisa de Esfinge, turbadora
de mis calladas interrogaciones.

Y desear para mí, las exquisitas
torturas de tus dedos sonrosados,
¡que oprimen las doradas cabecitas
de los dulces racimos degollados!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EXÓTICA

Tiene un rico sabor de canela
el encanto andaluz que derrama
ese hermoso donaire flamenco,
que trajiste del barrio de Triana.
— En su patio de sol, vió Sevilla
adornarse por ti las guitarras,
hoscos ceños de majos celosos
y torneos de fieras navajas. —
A tu lado, me envuelve en perfumes
la mantilla que cubre tus gracias,
y tu sangre, de ardor y misterio,
su bravia pasión me contagia.
Y me pongo a pensar en heridas
de claveles y frutas moradas,
cuando se abre la flor de tus labios
en el carmen de todas las ansias.
Y me llenan de luz la cabeza,
yo no sé que canciones bizarras

de tu tierra de amor y alegría,
y deseo aventuras extrañas,
aventuras rarísimas, cuando
— como un vaso de néctar de Málaga —
en la copa mortal de tus besos
bebo un vino de sangre gitana.

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

HAS VUELTO

Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas
de cuando era joven… la novia… ¡quien sabe!
Alegrías, penas,
vividas en horas distantes. ¡Qué suave
se le pone el rostro cada vez que suenas
algún aire antiguo ¡Recuerda y suspira!
Has vuelto, organillo. La gente
modesta te mira
pasar, melancólicamente.
Pianito que cruzas la calle cansado

moliendo el eterno
familiar motivo que el año pasado
gemía a la luna de invierno:
con tu voz gangosa dirás en la esquina
la canción ingenua, la de siempre, acaso
esa preferida de nuestra vecina
la costurerita que dió aquel mal paso.
Y luego de un valse te irás como una
tristeza que cruza la calle desierta,
y habrá quien se quede mirando la luna
desde alguna puerta.

¡Adios, alma nuestra! parece
que dicen las gentes en cuanto te alejas.
Pianito del dulce motivo que mece
memorias queridas y viejas!
Anoche, después que te fuiste,
cuando todo el barrio volvía al sosiego
— qué triste —
lloraban los ojos del ciego.

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

LAS MANOS

A todas las evoco. Pensativas,
cual si tuvieran alma, yo las veo
pasar, como teorías que viniesen
en las estancias líricas de un verso.

Las buenas, las cordiales, generosas
madrecitas de olvidos en los duelos,
las buenas, las cordiales, que ya nunca
las volvimos a ver, ni en el recuerdo.

Las manos enigmáticas, las manos
con vagos exotismos de misterio,
que ocultan, como en libros invisibles,
las fórmulas vedadas del Secreto.

Las manos que coronan los designios,
las manos vencedoras del Silencio,
en las que sueña, a veces, derrotado,
un tardío laurel de luz el genio.

Las pálidas, con sangre de azucenas,
violadas por los duendes de los besos,
que vi una vez, nerviosas, deslizarse
sobre la gama azul de un florilegio.

Las manos graves de las novias muertas,
rígidas desposadas de los féretros,
leves hostias de ritos amatorios
que ya nunca jamás comulgaremos;

esas manos inmóviles y extrañas,
que se petrificaron en el pecho
como una interrogante dolorosa
de la inmensa ansiedad del postrer gesto.

Las crueles que saben el encanto
del fugaz abandono de un momento.
Las exangües, las castas como vírgenes,
severas domadoras del Deseo.

Las santas, inefables, las ungidas
con mirras de perdón y de consuelo:
amadas melancólicas y breves
de los poetas y de los enfermos.

Las románticas manos de las tísicas,
que, en la voz moribunda de un arpegio,
como conjuro agónico angustiado,
llamaron a Chopin, desfalleciendo…

Las manos que derraman por la noche
los filtros germinales en el lecho:
las que escriben las cláusulas fecundas
sobre las carnes que violó el invierno.

Las manos sin amor de las amadas,
más frías y más blancas que el pañuelo
que se esfuma en las largas despedidas
como paloma del adiós supremo.

¡Las Únicas, las fieles, las anónimas,
las manos que en los ojos de algún muerto
pusieron, al cerrarlos, la postrera
temblorosa caricia de sus dedos!

Las manos de bellezas irreäles,
las manos como lirios de recuerdos,
de aquellas que se fueron a la luna,
en la piedad del éxtasis eterno.

Las místicas, fervientes como exvotos,
inmaterializadas en el rezo,
las manos que humanizan las imágenes
de los blondos y tristes nazarenos.

Y las manos que triunfan del Olvido,
¡esas, blancas como el remordimiento
de no haberlas besado, ni siquiera
con el beso intangible del ensueño!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

LOS LOBOS

Una noche de invierno, tan cruda
que se fue del portal la Miseria,
y en sus camas de los hospitales
lloraron al hijo las madres enfermas,
con el frío del Mal en el alma
y el ardor del ajenjo en las venas,
tras un hosco silencio de angustias,
un pobre borracho cantó en la taberna:

— Compañero: no salgas, presiento
algo raro y hostil en la acera.
… La invadieron aullando los lobos…
Asómate, hermano. ¡La calle está llena!

Son los mismos que espían tu paso
en la sombra sin fin de tu senda,
los que en sórdidas tropas se anuncian
y en horas horribles arañan la puerta…

…¿Qué no entiendes? ¿No tiembla tu prole
al salvaje ulular de las bestias?…
¿Nunca vio la Desgracia? ¿Fué siempre
la entraña sin hambre, la entraña repleta?
…Continúan aullando ¿no oiste?
Ritornelo feroz que resuena
como un lúgubre grito flotando
por sobre la cuna que mece la anemia.
¡Y son todos! No falta ninguno;
y la noche no pasa: es eterna.
El Dolor es invierno; te cubre:
No aguardes ni sueñes jamás primaveras.
El olvido está lejos; no viene
a dejar junto a ti su promesa,
su promesa de muerte ¡la Madre,
a veces tan mala y a veces tan buena!

Nunca nadie sabrá de la mano
que pusiese en tus ojos la venda,
con la cual has caído tan hondo
que aquellos que quieren mirarte se ciegan.
En tu anónimo abismo te agitas
sin desear un regreso, en la inquieta
sensación del inmenso desplome
que arrastra consigo tus dudas tremendas.
Sin embargo, quizás te azotaran,
en la calma de tu indiferencia,
— flageladas visiones de ensueño —

posibles terrores de locas tormentas.
En el fondo temible de tu alma
anda suelto un espanto de fiera:
¡qué curioso sería asomarse
a ver si ella tiene también sus violencias!

…¿No los ves? ¡Cómo asustan sus ojos,
sus inmóviles ojos que velan
en las noches infaustas, propicias
al hórrido asedio clavado allí, afuera,
cuando el Miedo desata sus hordas
y las llagas del Crimen revientan,
si, con ruda caricia indeleble,
las toca una mano brutal que no tiembla.
¡Y tú sigues lo mismo! Diría
que en tus sueños mejores tuvieras
pesadillas de murrias de plomo
letales desganos de fiebres ya viejas…
Sin querer en tu ruta inquietante
presentir, ni un momento siquiera,
la amenaza mortal de un perenne
furor sigiloso de fauces que acechan…

…No te rías… Ya vuelven de nuevo
a rondar al amor de la niebla;
las famélicas bocas enormes
parece que llaman, imploran y esperan.
Cubren toda la calle; bravios,

van marcando en la nieve sus huellas,
como estigmas de atroces presagios,
y, sórdidamente cansados, jadean.
¿Quién los trae? No sé. ¿Quién los llama?
¿Por qué huyeron, dejando sus selvas…
Son tropeles que azuza el peligro
y vienen de lejos como una inclemencia…
¿Mas, que buscan? Los lomos hirsutos
extremecen sus rabias sangrientas:
en un torpe rencor incesante
tal vez una vida sus garras laceran.

¿Mujer… hijos? No quiero acordarme.
¿Están ellos aquí?.. No te duermas…
¿Han aullado otra vez, o es el viento?
Los dos se han unido y aguardan la presa.
¡Yo los siento volver: son los mismos,
los conozco, los monstruos que llegan:
de mis largas vigilias guardianes
y junto a mi lecho fatal, centinelas!
…Sus tentáculos hieren mi entraña…
Mira, hermano, la noche ¡cuán negra!
Se creyera que pasa la vida
envuelta en un torvo girón de tinieblas.
¡Cómo cae la nieve, en la calle
sin un rayo de luz! ¡qué tristeza!
Si pudiese pensar, pensaría
que dentro del alma me cabe una estepa…

¡Oh, mi sangre sin sol, mis pasiones
mis oscuras heridas inciertas
que en el borde filoso del vaso
a todos los filtros del Odio se abrieran!
…Ven, acércate más. No te turbes
y verás en la noche agorera
como sobre la fúnebre ronda
medita el Ensueño, con cara de pena…
¿Quién se ha puesto a reír? ¡Compañero:
se han mezclado a los lobos las hienas!… .
El Silencio descubre su esfinge
y, aullando, los monstruos avanzan a tientas!…
…Hubo un ronco gemido en la sombra,
se halló solo el borracho en la tienda
y por eso la loca, la extraña
mitad de aquel canto, quedó en la botella.

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

MURRIA

Con un blando rezongo soñoliento
el perro se amodorra de pereza,
y por sus fauces el esplín bosteza
la plenitud de un largo aburrimiento.

En la bruma de mi hosco abatimiento,
como un ratón enorme la tristeza
me roe tenazmente la cabeza,
forjándole una cueva al desaliento.

Lleno de hastío, al mirador me asomo:
un cielo gris con pesadez de plomo
vuelca su laxitud sobre las cosas …

Y porque estoy así, fatal, envidio
y deseo las dichas bulliciosas,
las ansias de vivir… ¡Ah, qué fastidio!

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

RATOS BUENOS

Está lloviendo paz. ¡ Qué temas viejos
reviven en las noches de verano!…
Se queja una guitarra, allá, a lo lejos,
y mi vecina hace reir el piano.

Escucho, fumo y bebo, mientra el fino
teclado da otra vez su sinfonía:
El cigarro, la música y el vino,
familiar, generosa trilogía…

…¡Tengo unas ganas de vivir la riente
vida de placidez que me rodea!
Y por eso quizás, inútilmente,
en el cerebro un cisne me aletea…

¡Qué bien se está, cuando el ensueño en una
tranquila plenitud se ve tan vago!…
¡Oh, quien pudiera diluir la Luna
y beberla en la copa, trago a trago!

Todo viene apacible del olvido
en una caridad de cosas bellas,
así como si Dios, arrepentido,
se hubiese puesto a regalar estrellas.

¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno
el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme,
sin un solo recuerdo, malo o bueno,
que, importuno, se acerque a conturbarme.

Y me siento feliz, porque hoy tampoco
ha soñado imposibles mi cabeza:
En el fondo del vaso, poco a poco
se ha dormido, borracha, la tristeza…

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

EL AMASIJO

Dejó de castigarla, por fin cansado
de repetir el diario brutal ultraje,
que habrá de contar luego, felicitado,
en la rueda insolente del compadraje.

— Hoy, como ayer, la causa del amasijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara. —

Y se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.

En el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido…

Y en tanto que la pobre golpeada intenta
ocultar su sombría vergüenza huraña,
oye, desde su cuarto, que se comenta
como siempre en risueño coro la hazaña.

Y se cura llorando los moretones
— lacras de dolor, sobre su cuerpo enclenque… —
¡que para eso tiene resignaciones
de animal que agoniza bajo el rebenque!

Mentras escucha sola, desesperada,
como gritan las otras… rudas y tercas,
gozando en su bochorno de castigada,
burlas tan de sus bocas… ¡burlas tan puercas!…

Del libro Poesías (1913) de Evaristo Carriego

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