MACEDONIO FERNANDEZ
BIOGRAFÍA
Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio 1874 – 10 de febrero de 1952) perteneció, cronológicamente, a la generación modernista de Leopoldo Lugones, pero su proyecto artístico original y excéntrico lo convirtió en un faro de las vanguardias rioplatenses y en un fundador de distintos linajes textuales de la literatura latinoamericana.
El mismo dice al hablar de su nacimiento: Nací el 1° de octubre de 1875 y desde este desarreglo empezó para mí un continuo vivir. La autenticidad de mi condición de solterón en ese momento fue indiscutida, pero yo le añadí el malhumor que la distingue, pidiendo inmediatamente en el idioma que no tiene filólogos el Libro de Quejas. […] Puse mi nombre, y la fatuidad de tenerlo me distrajo de reflexionar que aquél era el Libro de Quejas de la vida.
Otras veces solía decir: “Nací tempranamente: en una sola orilla (aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires, a la sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del ’74, de la misma manera como después tuvimos un año de la revolución del ’90”.
Su padre era abogado, estanciero y militar, y su madre Rosa del Mazo Aguilar Ramos. En 1887 cursó sus estudios en el Colegio Nacional Central (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires).
En 1892 publicó crónicas en El Progreso.
En 1897 la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires le otorgó el título de doctor en jurisprudencia por una tesis titulada “De las personas”, que aún a día de hoy permanece inédita. Fue condiscípulo y amigo de Jorge Borges, padre de Jorge Luis, y de Enrique Larreta, de su misma edad, que más tarde sería el primer escritor que intentó hacer cine argentino.
Asimismo, publicó relatos en La Montaña, el diario socialista dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros.
En 1898 recibió su diploma de abogado y, en 1901, contrajo matrimonio con Elena de Obieta, con quien tuvo cuatro hijos (Macedonio, Adolfo, Jorge y Elena Fernández). En esos años mantuvo correspondencia con el filósofo estadounidense William James, quien admiró su inédita manera de plantear la especulación filosófica en un lenguaje coloquial, abundante en detalles irónicos e incluso humorísticos.
En 1907 publica un trabajo sobre psicología titulado “Ensayo de una nueva teoría de la psiquis” en el que opone al enfoque fisiológico y positivista de esta disciplina (sostenido en aquel momento en Argentina por José Ingenieros), un enfoque puramente psicológico o espiritual.
Un testimonio escrito indica que en esa misma época Macedonio Fernández aspiraba a la obtención de un puesto en la enseñanza, probablemente en psicología o en filosofía, tal vez similar al que ejercía su amigo Jorge Guillermo Borges, profesor de psicología en el Instituto de Lenguas Vivas en ese entonces.
Durante 1891-1892 publica en diversos periódicos una serie de páginas costumbristas incluidas más tarde en Papeles antiguos, primer volumen de sus Obras completas (Buenos Aires: Corregidor).
Compañero y amigo del padre del escritor Jorge Luis Borges, Jorge Guillermo Borges, juntos comparten el interés por el estudio de la psicología de Herbert Spencer y por la filosofía de Arthur Schopenhauer.
En 1910 obtiene el cargo de Fiscal en el Juzgado Letrado de la ciudad de Posadas, en la provincia de Misiones, que desempeña durante algunos años.
En 1920 muere su esposa. Los hijos quedan al cuidado de abuelos y tías. . Macedonio Fernández ejerció desganadamente su profesión de abogado hasta que se alejó definitivamente de ella motivado por sus intereses literarios y filosóficos Abandona entonces la profesión de abogado, que ejerció durante 20 años.
Después llevó una vida ociosa y modesta, animando tertulias de café y participando en las reuniones y revistas de la vanguardia.
Autor de narraciones fantásticas muestra su escepticismo ante la aplicación práctica de las teorías filosóficas. Cuando Jorge Luis Borges vuelve de Europa en 1921 redescubre a Macedonio, con quien comienza una prolongada amistad. Borges, hacia 1960, dicta -ya ciego- un breve y sustancioso prólogo para una antología de Macedonio. Allí se nos dice que ninguna persona lo impresionó tanto como él. Hombre que no se cansaba de ocultar, antes que mostrar, su inteligencia proverbial.
Su obra fue revalorizada después de que Jorge Luis Borges reconociera en él los orígenes de su narrativa. Macedonio prefería el tono de consulta modesta antes que el dictamen pontificador. Su tono habitual era el del ánimo perplejo. Lo caracterizaba la veneración que tenía por Cervantes, que era una cierta divinidad, para él.
Si bien cronológicamente perteneció a la generación anterior a la de los martinfierristas y en consecuencia al modernismo, Macedonio Fernández superó los límites estéticos de este movimiento aproximándose a una actitud vanguardista, concibiendo la novela como ámbito literario de experimentación y ruptura con los tópicos convencionales, y ejerció una gran influencia en los autores agrupados en torno a la revista Martín Fierro, grupo que se proponía una revolución formal y conceptual del panorama literario argentino, en el que prevalecía aún el modernismo.
Jorge Luis Borges, Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal y Julio Cortázar lo reconocieron como maestro, y reconocieron la importancia de sus ideas, sus formulaciones sorprendentes y, sobre todo, su ruptura con los lugares comunes y la solemnidad, a través del humor. En sus ensayos se advierte una buena lectura de Henri Bergson y Sigmund Freud.
La influencia de Macedonio fue sobre todo oral y epistolar (se escribió largamente con William James y con Ramón Gómez de la Serna), además de proponer un ejemplo de contra-literatura, basado en el desmontaje y la parodia de los grandes géneros.
En 1922 dirigió junto a Borges la segunda época de la revista Proa, que se prolongó hasta 1925. De todas sus obras, tan sólo llegó a publicar una, “No toda es vigilia la de los ojos abiertos” (1928). El resto de su producción literaria se editó posteriormente gracias al interés de sus amigos. Se descubre después de su muerte, el trabajo de un hombre que se mantuvo en actividad intelectual con una práctica que él mismo denominó: el pensarescribiendo. Su escritura incesante se materializó en ensayos, en novelas, en poemas y en una producción fragmentaria inclasificable, los derroteros de su original pensamiento. Se levantó de su mesa de trabajo y se retiró a la muerte, a descansar un rato, dejando todo como estaba; es decir: en el caoscosmos habitual de su dinámica anárquica de creación.
Parte de su obra se conoció póstumamente, en virtud de que dejó papeles sueltos y colaboraciones dispersas que, gracias a la labor de su hijo Adolfo de Obieta y de otros estudiosos de su literatura, acabaron reunidas en libro.
Publicó pocos libros en vida; un enorme trabajo de busca y ordenamiento seguido por el hijo, Adolfo de Obieta, rescató su obra copiosa y profunda.
De aquéllos, se conocieron “No toda es vigilia la de los ojos abiertos” (1928), “Papeles de recienvenido” (1929), “Una novela que comienza” (1941).
El texto que por muchos motivos se considera mayor, “Museo de la Novela de la Eterna” (1967), se debe también a la generosa tarea de su hijo. Viene de una elaboración teórico-práctica admirable (y anticipada en varias décadas a las búsquedas y reflexiones del Nouveau Roman, que revolucionaron la escritura de la novela) sobre el arte de escribir, el tema en la narración, sus personajes, su autor.
Macedonio pensaba publicarla junto a Adriana Buenos Aires; ésta llevaría como subtítulo “última novela mala” y Museo… “primera novela buena”, con un prólogo en común titulado “Lo que nace y lo que muere”. No sabemos qué impedimentos frustraron la edición; acaso para la época fuera algo descabellada.
El humor siempre estuvo presente, y cabe preguntarse, dice Horacio González ¿Por qué los chistes de Macedonio todavía hacen reír? La esencia profunda del humor consiste en la repentina desubicación de algo que parecía establecido. Macedonio desubica al lector al hacerlo reír en el acto de leer. Dirigiéndose al lector, dice: “¿Nota usted que continúo?”. Nos obliga a interesarnos por la imposibilidad de la realidad, pues ella siempre se abre para pensar sobre sí misma. La risa proviene de anular nuestra certeza inmediata de que estamos leyendo y súbitamente el escrito se convierte en un vacío que destruye su estabilidad ante nuestros ojos. El resultado es que la identidad del lector también se diluye. No hay nada que nos haga reír más –con una risa preocupada, reflexiva– que la ausencia de nuestro yo justamente cuando parece que nos sostiene en los momentos cruciales de la existencia. Por ejemplo, cuando estamos leyendo.
Últimos años
En 1944 se publica una nueva edición de “Papeles de Recienvenido”. En 1947, Macedonio se instala en la casa de su hijo Adolfo, donde residirá hasta su muerte.
Escribió “No toda es vigilia la de los ojos abiertos” (1928), “Papeles de recienvenido” (1929), “Una novela que comienza” (1940), “Poemas” (1953), “Museo de la novela de la Eterna” (1967), “Cuadernos de todo y nada” (1972), “Teorías” (1974), “Adriana Buenos Aires” (1974), “Epistolario” (1976), “Papeles antiguos” (1981).
Entre los papeles de recienvenido podemos leer:
El bastón de Recienvenido:
“Desde que dejé olvidado mi perro, colgado en una percha del vestíbulo o metido en el paragüero de una casa que visitaba, decidí reemplazarlo por una omatocompañía más inseparable, pues personas de mucho éxito en la retención de sus varitas garantíanme no recordar caso alguno de olvido de bastón, aparte de otros inconvenientes que no se promueven entre bastones en los vestíbulos y sí entre perros.
Inventé los cuellos de camisa iguales a los otros, pero que se pueden llevar en los bolsillos o dejarlos de usar. Como Intendente tuve la visión de la supresión edilicia de las esquinas con lo que concluyó la plaga política que se apoya en sus paredes. ¡Extirpación tan completa constriñó a las niñas a dar vuelta a la manzana, en el balcón únicamente, con la moral a vista de sus padres! Doté de dos veredas de enfrente y de rumbo Norte-Sud que es el más vistoso, a todas las calles y cuando este rumbo tan solicitado se agotó”…
El tardío conocimiento de su silencioso trabajo ha contribuido a la configuración de una imagen ya legendaria y entrañable en la tradición de nuestras letras:
Macedonio el gran conversador y agudo humorista. Los testimonios de quienes compartieron su mesa de café, la tertulia literaria o su pieza de pensión, todos conspicuos escritores, músicos, intelectuales, etcétera, dieron convergentes versiones de su diálogo inteligente, creativo, estimulante y de brillante humor. Dice su íntimo amigo, Raúl Scalabrini Ortiz: “Es suave y cauto para hablar. No prodiga sus palabras. Escucha en silencio, pero si su interlocutor se desvía del recto camino, Macedonio le orienta con interrogaciones socráticas, articuladas negligentemente. Destruye las vehemencias sin atacarlas, oponiéndoles un concesivo ¿le parece? que es una invitación a reflexionar.”
En tanto que en reportajes de la vejez, sigue diciendo Borges:
“… Yo no soy un pensador. He pasado toda la vida tratando de pensar, pero no sé si he llegado. Macedonio comentaba que él no había pensado. ‘Lo que yo pienso me dijo una vez, William James y Schopenhauer lo han pensado ya por mí’. Era un hombre naturalmente generoso, que todo lo que él pensaba se lo atribuía a su interlocutor. El nunca decía ‘yo pienso tal o cual cosa’, sino ‘vos, che, habrás observado, sin duda…’ ¡Y uno no había observado absolutamente nada! Pero a Macedonio le parecía más cortés. En fin… él seguía su línea de pensamiento y la realidad no le importaba.”
Su excelencia estaba en el diálogo, y tal vez por eso pueda asociárselo a genios que no escribieron nunca, como Sócrates o Pitágoras, o aún como Buda o Cristo. Lo primordial era su compañía.
Así, podríamos seguir aportando un sinnúmero de testimonios que relatan el carisma magnético de su personalidad y su charla. Este personaje implacablemente lúcido, según esta versión, de vez en cuando escribía, pero no le interesaba en absoluto publicar.
Después de su muerte se descubre que. el archivo de Macedonio atesora documentos de toda índole. Su fárrago apabullante desafía cualquier orden y despista cualquier investigación; su multifacética inventiva despliega la genialidad humana en su máximo esplendor; sus prodigiosos hallazgos del pensar escribiendo logran construir un mundo extraño, imaginativo y fantástico.
El paisaje del pensar
En primer término habría que mencionar la excursión al Paraguay, en 1897, con la intención de fundar una colonia socialista. Macedonio había defendido su tesis doctoral “Sobre las Personas” y, en julio de ese año, después de recibir su diploma, parte en compañía de sus amigos Arturo Múscan, Julio Molína y Vedia (en cuya propiedad se iba a instalar el emprendimiento) y otros. También Jorge Borges (padre de Jorge Luis) era de la partida, pero luego desistió. Esta aventura temprana, fallida por la imposibilidad de los protagonistas de soportar la dureza del clima y el terreno, queda grabada en el imaginario macedoniano con una impronta idealizada y utópica. Véase lo que le dice al paraguayo Natalicio González (quien preparó la primera edición completa de su poesía), en 1951, un año antes de su muerte.
“ el grito animador suyo me llegó asoleado como su dulce Paraguay que he conocido mucho hasta el norte y recorrí en mi más grande crisis de los 22 años, cuando yo era anarquista spenceriano.”
Este lejano territorio, con su carácter exótico pasa a constituir un lugar imaginario, al que sus textos vuelven recurrentes. El tardío conocimiento de su silencioso trabajo ha contribuido a la configuración de una imagen ya legendaria y entrañable en la tradición de nuestras letras: Macedonio el gran conversador y agudo humorista.. Dice su íntimo amigo, Raúl Scalabrini Ortiz:
“Con una indiferencia, y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle al hombre”.
POEMAS
YO CREIA
No a todo alcanza Amor, pues que no puedo
romper el gajo con que Muerte toca.
Mas poco Muerte puede
si en corazón de Amor su miedo muere.
Mas poco Muerte puede, pues no puede
entrar su miedo en pecho donde Amor.
Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.
HAY UN MORIR
No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.
Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.
AMOR SE FUE
Amor se fue; mientras duró
de todo hizo placer.
Cuando se fue
Nada dejó que no doliera.
CUANDO NUESTRO DOLOR FÍNGESE AJENO
Voz de un dolor se alzó del camino y visitó la noche,
trance gimiente por una boca hablaba.
Eran las sombras dondequiera. Mis manos
apartándolas para mis pasos
heridos de la impaciencia y el tropiezo
buscando aquel pedido de persona dolida.
Grito que ensombreció la sombra
volvió a enfriar el pulsar de mi vida.
Y tropezando con el alma y el paso
no de mi pena, de ajena pena,
creí afligirme, cuando hallé sangrando
mi corazón, por mí clamando,
¿qué desterrado de mi pecho habría?
Porque sólo al recuerdo su latido daba
y solo en el recuerdo mi dolor estaba
y así desde el camino me llamaba
y apenas cerca me sintió, acogiose
a mi pecho triunfante como enojado dueño,
y al instante se dio a clavarme aquel latido;
el latir de su lloro del dolor del recuerdo.
Y hoy desterrarlo de nuevo ya no quiero.
Que ese dolor es el dolor que quiero.
Es Ella,
y soy tan solo ese dolor, soy Ella,
soy Su ausencia, soy lo que está solo de Ella;
mi corazón mejor que yo lo ordena.
CUADERNOS DE TODO Y NADA
Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada.
También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada.
Y comenzó.
Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años.
Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa.
O el mundo fue inventado antiguo
ARTIFICIOS
—Mujer, ¿cuánto te ha costado esta espumadera?
—1,90.
—¿Cómo, tanto? ¡Pero es una barbaridad!
—Sí; es que los agujeros están carísimos. Con esto de la guerra se aprovechan de todo.
—¡Pues la hubieras comprado sin ellos!
—Pero entonces sería un cucharón y ya no serviría para espumar.
—No importa; no hay que pagar de más. Son artificios del mercado de agujeros.
A MANOS TEMBLOROSAS CAYÓ EL AHORA DE LO QUE TEMBLÓ EN EL PRESENTIR
Ya es este el día, el presentido día
que temblaba en nosotros al pensado
entre los por venir del amor nuestro.
Día que habría de brillar sólo para uno de los dos
y en que vería mis dedos infelices llegándose a sus ojos
sin mirada, para correr los párpados. Que cubrieran
de miradas a los que ya eran ojos sólo para ser vistos.
COLABORACIÓN DE LAS COSAS
Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un
esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las
comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes.
Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso
existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de
esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se
escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan
rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al
fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la
sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco
años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera
restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la
madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera,
la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión
conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el
ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la
entrada de la cocina calma la discordia.
Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad
que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del
escalón, no debe menospreciarse su mérito.
ELENA BELLAMUERTE
No eres, Muerte, quien
por nombre de misterio
pueda a mi mente hacer pálida
cual a los cuerpos haces. ¡Si he visto
posar en ti sin sombra el mirar de una niña!
De aquella que te llamó a su partida
y partiendo sin ti, contigo me dejó
sin temer por mí. Quiso decirme
la que por ahínco de amor se hizo engañosa:
«Mírala bien a la llamada y dejada; la Muerte.
Obra de ella no llevo en mí alguna
ni enójela,
su cetro en mí no ha usado,
su paso no me sigue,
ni llevó su palor ni de sus ropas hilos
sino luz de mi primer día,
y las alzadas vestes
que madre midió en primavera
y en estío ya son cortas;
ni asido a mí llevo dolor
pues ¡mírame! que antes es gozo de niña
que al seguro y ternura
de mirada de madre juega
y por extremar juego y de amor certeza
—ved que así hago contigo, y lo digo a tus lágrimas
a su ojos se oculta.
Segura
de su susto curar con pronta vuelta».
¡Si he visto cómo echaste
la caída de tu vuelo, tan fío,
a posarse al corazón de la amorosa!
Y cuál lo alzaste al pronto.
de tanta dulzura en cortesía
porque amor la regía,
porque amor defendía
de muerte allí.
¡Oh! Elena, ¡oh! niña
por haber más amor ida,
mi primer conocerte fue tardío
y como sólo de todo amor se aman
quienes jugaron antes de amar
y antes de hora de amor se miraron niños
—Y esto sabías: este grave saber
tu ardiente alma guardaba;
grave pensar de amor todo conoce—
así en ternísimo
invento de pasión quisiste esta partida
porque en tan honda hora
mi mente torpe de varón niña te viera.
Fue tu partir así suave triunfando
como se aquieta ola que vuelve
de la ribera al sena vasto
en tu frente un fin de ola se durmió
por caricia y como en fantasía
de serte compañía
y de mostrar que allí
Ausencia o Sueño pero no muerte había;
que no busca un morir
almohada en otra muerte.
Pero sí sueño en sueño;
niño se aduerme en madre.
Y te dormiste en Inocente victoria.
¿Te dormiste? Palabras no lo dicen.
Fue sólo un dulce querer dormir,
fue sólo un dulce querer partir
pero un ardiente querer atarse
pero un ardiente querer atarme.
¿Dónde te busco alma afanosa
alma ganosa, buscadora alma?
Por donde vaya mi seguimiento
alma sin cansancio seguidora
mi palabra te alcance.
La que se fue entendida
cuál ninguna, entendida en su irse
y su retorno.
Y sí así no es, es porque es mucho más.
Y si así no es, ¡no cortes Hombre mi palabra!
Criatura de poría de amor
que al Tiempo destejió.
Que llamó a sí su primer día
se hizo obedecida a su porfía;
y se envolvió la frente
y embebió su cabeza
y prendió a sus cabellos
la luz de su primer sagrado Día
dócil al sagrado capricho
de hora última de mujer
en el terrenal ejercicio.
Y me decía
su sonreír en hora tan oscura:
«Déjame jugar, sonreír. Es un instante
en que tu ser se azore.
Llevóme de partida tu comprenderme. Voyme entendida,
torpeza de amor de hombre ya no será de ti».
Niña y maestra de muerte
fingida en santo juego de un único, ardiente destino.
Fingimiento enloquecedor
que por Palabra tuvo
el torrente de las lágrimas corriendo.
Cual cae en seriedad y grave pulsa
pecho de doncella turbado
por cercanía de amor
y pénese en valentía y pensamiento
de la prueba fortísima,
quedó aquél para sólo quien
fue entendida, oculta y mostrárase de nuevo,
la amorosa.
Yo sabía muerte pero aquel partir no.
Muerte es beldad y me quedó aprendida
por juego de niña que a sonreída muerte
echó la cabeza inventora
por ingenios de amor mucho luchada.
¡Oh qué juego de niña quisiste!
Niña del fingido morir
—con más lágrimas visto que el más cierto.
Tanta lucha sudorosa hizo la abrumadora cabeza
cuando la echaste a dormir tu «muerte»
en la almohada
—del Despertar Mañana—
ojos y almas tan dueños del mañana
que sin amargarse en lágrimas
todo lloro movieron.
Tanta certeza en el ser de una niña florecida
secos tuvo sus ojos: todo en torno lloraba—.
Oh niña del Despertar Mañana
‘que en luz de su primer día se hizo oculta
con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte
en enamorada diligencia
de servir al sacro fingimiento
del más Hondo capricho en levísimo juego,
de último humano querer de la ya hoy no humana.
Muerte es Beldad
pero muerte entusiasta,
partir sin muerte en luz de un primer día
es Divinidad
Grave y gracioso artificio
de muerte sonreída.
¡Oh cuál juego de niña
lograste Elena, niña vencedora!
Arriba de Dios fingidora
en hora ultima de mujer.
Mi ser perdido en cortesía
de gallardía tanta,
de alma a todo amor alzada.
¿Cuándo será que a todo amor alzado
servido su vivir,
copa de muerte a su vivir servida,
prueba otra vez, la eterna vez del alma,
el mirar de quien hoy sólo el ser de la Espera tiene
cual sólo el ser de un Esperado tengo?
MUERTA MIMOSA TUYA QUIERO SER ELENA BELLAMUERTE
No has de dejarme lejos en la Noche
sola dormir la que tu Día fue.
En guarda de tu pecho has de tenerme
y despertarme antes de amanecer.
¿No lo dijiste cuando yo partía
que oscurecer de olvido no tendría
el Día sin Tarde que nuestro amor fue?
Pues mira bién cómo me cuide tu alma
que tu mimosa muerta quiero ser.
Yaciente solitaria, en oscuro y dormida
soy, la que no tuvo en su alma
un consentir posible a saberse olvidada.
Sintiendo los murmullos constantes de tus pasos
en torno a mi yacer ¿y estarías lejos?
Tu muy mimada muerta quiso ser.
Que sintiendo tu paso en guarda mía
en mimos de la muerte está mi ser.
Es entera mi gloria porque muerta
esposo de la muerte, mas cautivo
un amador logré.
Donde Adiós y Jamás a otros esperan
esposo de la muerte hube yo.
LA TARDE
Ahora ya la tarde del día victorioso
el pensativo paso hacia el ocaso lleva.
Su rubia cabellera roza el celeste velo,
su blanco pie en las aguas del mar penetra apenas.
La forma delicada, allá entre mar y cielo
resbala y, por instantes, detenerse parece.
Alza u dedo a los labios, mira en torno suspensa,
luego el paso recobra, y el confín palidece.
Del cielo y de la tierra despréndese, creciente
la invasión silenciosa de las sombras tras ella…
Cuando de amor transida, la Tierra ante mí tiéndese
dormida en el recuerdo del beso de la Siesta.
Desde mi pié partiendo, desborda el horizonte
el ser inmenso y claro del Mar incontrastable.
Un alentar tranquilo levante y estremece
el cendal de su seno sin límites medable.
¡Abrumadora imagen de una dicha perenne
su inmensidad se mece respirando dormida!
El verde fondo móvil chispea, penetrando
de luz que alegre ríe, en cristalinos pliegues .
Deteneos; miradle. su seno transparente
una mirada clara os devuelve; y responde
dentro de vos , el eco de aquel Dolor, que eterno
persiste en las cenizas del turbio humano seno.
Entre tanto la tarde su fatal paso apura
hacia la hoguera ardiente por donde el sol partiera.
Llega y se postra; inclina la adorable cabeza;
en sus cabellos de oro, breve reflejo tiembla.
Su contorno amoroso, colúmbrase en las lindes
del fantástico incendio de las luces postreras,
arrójase y perece en el Ocaso rojo.
Un sollozo impalpable de un confín a otro vuela.
Las cenizas del día sobre la tibia hoguera
floran aún sobre ellas me mira inmóvil, frío,
un celaje. En la arena asústame mis pasos.
De un pensar que se ahonda llevo mi pecho herido.
(1904)
SUAVE ENCANTAMIENTO
Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo,
sobre la línea que soñando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea que en nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro «ser» contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las amigas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones.
Ojos que se abren como las mañanas
y que cerrándose dejan caer la tarde.
(1904)
SÚPLICA A LA VIDA
A Elena de Obieta
Luz de la vida
engañadora
voluble oleaje de la existencia
con brisa amarga
o embriagadora
hinchiendo el seno de somnolencia
de un siglo nuevo
a la ribera
cruel o sonriente ¿Quién lo supiera?
el alma frágil
nos has traído
sobre la cresta de una quimera.
Los otros vasos
si quieres llévanos.
De la celeste pasión la copa
hasta los bordes
tan solo déjanos,
y en el engaño de los engaños
mecidas siempre
de un sueño único
juntas, doquiera
y hasta la playa del suspiro único
estas dos almas
llévanos. Sea.
UN PACIENTE EN DISMINUCIÓN
El señor Ga había sido tan asiduo, tan dócil y prolongado paciente del doctor Terapéutica que ahora ya era sólo un pie. Extirpados sucesivamente los dientes, las amígdalas, el estómago, un riñón, un pulmón, el bazo, el colon, ahora llegaba el valet del señor Ga a llamar al doctor Terapéutica para que atendiera el pie del señor Ga, que lo mandaba llamar.
El doctor Terapéutica examinó detenidamente el pie y «meneando con grave modo» la cabeza resolvió:
—Hay demasiado pie, con razón se siente mal: le trazaré el corte necesario, a un cirujano.
A MANOS TEMBLOROSAS CAYÓ EL AHORA DE LO QUE TEMBLÓ EN EL PRESENTIR
Ya es este el día, el presentido día
que temblaba en nosotros al pensado
entre los por venir del amor nuestro.
Día que habría de brillar sólo para uno de los dos
y en que vería mis dedos infelices llegándose a sus ojos
sin mirada, para correr los párpados. Que cubrieran
de miradas a los que ya eran ojos sólo para ser vistos.
POEMA AL ASTRO DE LUZ MEMORIAL
Poema a la memoria en lo astral
(Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en “Ella”)
TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura es lo que buscamos.
Astro terranalicio de la luz segunda
astro terranalicio de la luz dulce
que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas sí y otras no, pero siempre de una noche para otra con diversa libertad de visita, siempre o más breve o más detenida
y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad decreces noche a noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un visitante diferente de noche en noche, para en mínimo ser cual comenzaste partir a un no volver de algunos días.
Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y otra menos, pero que no dejas nunca de serlo.
¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no eres terrenal en tus ciertas ausencias, o es que los otros días piensas en ti sola como sólo en la tierra en las noches de tu plena luz?
Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia con un pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta es saberlo todo.
Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta está de algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este amor alternante no se enduda, en tanto en mí, hombre de continuidad en humano amor me puso incurablemente en sospecha.
Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto amamos memorizando a la tierra el sol no presente con tu luz recuerdo; yo al menos te amo tanto, que cuando vuelves ceso de creer en tu ausencia de ayer y de otros días. También como la tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.
Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de diurnidad la noche terrenal, cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es desfalleciente de un día a otro alternado día y si antes y después le has de hacer noches diurnales a la tierra y lo haces tú, tú que no tienes olvido por ausencia, tú que ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra, inquiétate por la memoria solar de la tierra.
Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a la órbita de la tierra.
He comprendido un misterio tuyo pero éste no.
Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la memoria en el mundo y amas más las memorias, por más reales, que los presentes? Aquí callo sin comprender.
¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en principal cuida del amor solario de la tierra?
Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde, pareciendo vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo del horizonte por gustarlo, y luego te pliegas a un ascenso ¿qué nos quieres decir así?
Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde para qué son nuestros días sino para trabajar más y otra vez los misterios más enérgicamente, en buena hora de mi espíritu contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en el misterio todo.
Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar obseso aferras nuestra contemplación debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros en un no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
oh único astro que mira
(pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca miraron).
Oh único astro de mirada,
nos revolvemos clamando hacia el no ser.
Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el horizonte,
te serenas, vagas
y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha disparada de ella vertiginosa
para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel pasajero copo al que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con ligereza
y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde del mundo.
Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste, y tanto que pediste nuestra piedad.
Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.
Oh, sí, acompañas
con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre los árboles con tus saltitos de luz a sombras.
El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas molesta y agita, y no nos mira.
Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.
Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea dolor como hay dolor en nosotros
pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.
Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.
Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.
Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.
Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.
Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.
Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.
Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.
Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.