CÁTULO CASTILLO
BIOGRAFÍA
El poeta Ovidio Cátulo González Castillo también fue músico, novelista, boxeador, dramaturgo y sindicalista. Nació en Buenos Aires (Boedo) el 6 de agosto de 1906 en el hogar de José González Castillo, dramaturgo, comediógrafo y anarquista rosarino que brilló como autor teatral y fundó periódicos en Argentina y en Chile.
En una entrevista realizada por La Opinión Cultural el 13 de abril de 1975 Cátulo Castillo cuenta:
«Cuando mi padre tenía 20 años robó a mi madre y se casó con ella. La sacó de los alrededores de La Plata donde mi abuelo trabajaba en un stud como cuidador. Fue a comienzo del año 1905».
«Se fueron a vivir a Buenos Aires a una casita de la calle Castro 947. Yo nací el 6 de agosto de 1906, a las cinco de la tarde. Caía una lluvia tremenda y hacía un frío de la madona. Mi padre trabajaba en los Tribunales, y un amigo suyo, Edmundo Montagne, también poeta, le avisó: «Pepe, ha nacido tu hijo Cátulo». Ese amigo ya tenía previsto el nombre. Mi padre corrió a la casa, me quitó de al lado de mi madre, me sacó los pañales, salió al patio, me puso debajo de la lluvia y exclamó: «¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!»
«A causa de tanto lirismo y ritual anarquista, me pesqué una pulmonía que me tuvo durante tres o cuatro meses entre la vida y la muerte. Dos días después junto a sus amigos fue al Registro Civil para anotarme. «¿El niño cómo se va a llamar?» —preguntó el empleado—. «Descanso Dominical González Castillo» —dijo mi padre—. El empleado se negó, mi padre se enfureció y por poco se van a las manos. Privó la actitud de quienes lo acompañaban y quedó Ovidio Cátulo Castillo. Aquel intento se debía porque recientemente habían promulgado la ley de no trabajar los domingos, una vieja aspiración libertaria».
Existe otra versión dice que su padre le quiso llamar Primero de mayo.
Por causa de sus ideas su padre se vio obligado a exiliarse en Chile. Dice Cátulo: «En 1910, sus ideas lo llevaron a exilarse en Chile. Allí marchó toda su familia, recalamos en Valparaíso, buenos años los pasé mirando el Pacífico. Cuando en Buenos Aires, en el teatro Nacional, le estrenaron su sainete La serenata, había pasado el peligro y regresamos. Pasamos a vivir en San Juan 3957, era 1918.
«Con las obras que escribía y se estrenaban, mejoró nuestro nivel de vida. Nos mudamos varias veces, hasta que hubo casa propia, estaba en Boedo 1060, esa calle, luego barrio, era una extraña república con la que mi padre tuvo mucho que ver. Allí, un viejo músico italiano, Juan Cianciarulo, me dio las primeras lecciones de violín y luego de piano, en el Conservatorio Bonaerense.
«Muy pronto comencé a componer y también a escribir llevado por mi admiración por Rubén Darío. Mi padre me enseñó mucho, gracias a él tuve una formación culta. Cosa extraña: mi padre que adoraba a sus clásicos, era un gran autor de sainetes lunfardos. Todo lo que sabía lo convertía en expresión porteña.
«En uno de sus viajes a Buenos Aires, un día llego a casa y me lo encuentro a Rubén Darío, mi padre lo invitó a comer. Lo vi como una especie de gigante, con su larga melena algo rizada y siempre despeinada. Tenía facciones de chinote y fumaba interminables puros cuya ceniza le caía en las solapas. Era corresponsal del diario La Nación, en Europa. Mi padre compró champagne ese día y él lo batía con un cigarro que luego encendió, entonces tomaba un trago y daba una chupada al cigarro. Tenía voz grave y al hablar incluía palabras francesas.
«Días después de la visita escribí: «Duerme y sueña la princesa/ sobre su lecho de rosas./ La cabeza de su alteza/ tranquilamente reposa». Mi padre lo leyó y dijo: «¿Lo escribiste vos? Se parece a Darío». Junto con Carriego fueron las influencias de mi niñez. A Carriego lo vi una sola vez, traía un libro. Me di cuenta que usaba cuello y puños Mey, los más baratos, de cartón, con una pechera, se disimulaba la falta de camisa. Artistas y poetas eran muy pobres.
«Mi casa fue también reducto de payadores, desfilaron todos, y recuerdo a José Betinotti, delgado, medio rubión, con una calvicie incipiente, me daba la sensación, quizás por mi edad, que era pretencioso, se conducía ostensiblemente. A mi casa venía con sus escritos para que mi padre les diera el visto bueno o sugiriera alguna corrección. Otro fue Luis Acosta García que me propuso acompañarlo con piano o violín, que ya dominaba bastante, en sus giras por las glorietas y teatros. Ocurrió sólo algunas veces, yo en el piano, Gerónimo Sureda en bandoneón y un muchacho Furloni.
«En Boedo mi padre fundó la universidad popular, en ella enseñaba inglés, que sabía muy poco, pero igual lo hacía. También fue fundador y animador por años de la peña Pacha Camac, que comenzó funcionando en los altos de una confitería —Biarritz—. De allí salieron actores importantes, gente de teatro, escultores como Riganelli, venía gente del diario Crítica donde había trabajado. Él estuvo en el comienzo del grupo de Boedo, contrapuesto al de Florida, bastante parecidos en su composición pero con otras ideas menos radicalizadas. El grupo nació en la librería Munner, en Boedo 833. Munner era un alemán muy inquieto que reunía a los muchachos en la trastienda de su negocio. Así, la calle que aún no era barrio comenzó a tener una vida cultural propia que se irradiaba a los barrios vecinos. Su apogeo fue en las décadas del veinte y el treinta.
«En 1928 yo ya tenía mi nombre como músico, mis conjuntitos y había compuesto la música de un tango con letra de mi padre, que él había titulado “Organito de la tarde”. «Te vas a inscribir en un concurso que hay en la Casa Max Glücksmman», me dijo. Allí participaban los grandes de la época. El tema de mi tango era muy carriegano. Así me lancé a la vida profesional con la protesta de aquellos ya consagrados.
La voz cantante fue la de Juan de Dios Filiberto que se presentó ante mi padre bastante exaltado: “¡Usted lo está echando a perder al mocoso ese, porque va a entrar a la competencia final conmigo. Y si me gana, sepa señor Castillo, que yo me he criado matando vigilantes”. Mi padre se paró y agrandándose le dijo: “Sepa que yo me crié matando sargentos. Les daba dos puñaladas de ventaja y los cagaba a patadas”. Así conocí a Filiberto y así fue como en el concurso me prendí con un tercer premio.
«Al año siguiente mi padre era director de compañía en el Teatro San Martín, en el elenco estaba Azucena Maizani que cantó nuestro tango y tuvo gran éxito y difusión. Pero yo no estaba, ya que en el 28 había viajado a Europa y en Francia me encontré con Gardel a quien conocía de habernos cruzado en esa casa Glücksmman.
Gardel era amigo de su padre y visitaba la casa con fines artísticos. Recordándolo, cuenta a la revista Cantando: «Por 1925 los amigos de Ignacio Corsini le dieron un almuerzo en el viejo Tropezón. El Caballero Cantor, que había ido con sus guitarristas, brindó a los comensales varias canciones; y, como entre los presentes estaba Gardel, le pidieron que cantara utilizando las guitarras del homenajeado. Pero el Morocho repuso: «Gracias: pero yo me acompaño solo». Y uniendo la acción a la palabra, tomó su rancho, se lo colocó a manera de guitarra, y con los dedos, hizo su propio acompañamiento. ¡Le aseguro que cantó como nunca!»
Él admiraba mucho a Tita Ruffo y otros cantantes italianos. Se metió en la claque del Teatro Coliseo sólo para escuchar a los grandes artistas, como impostaban las voces y otras cosas, luego ensayaba en su casa. Con el paso del tiempo me grabó ocho títulos: “Organito de la tarde”, “Acuarelita de arrabal”, “Aquella cantina de la ribera”, “Caminito del taller”, “Corazón de papel”, “Juguete de placer”, “La violeta” y “Silbando”. La mayoría de los mencionados eran poemas como músico y letra de su padre.
De vuelta en la Argentina (1928), Cátulo se dedicó a reclutar músicos para su futura orquesta, a integrarse con Miguel Caló, Ricardo y Alfredo Malerba y el cantor Alberto Maida.
El triunfo de su agrupación en Barcelona, París, y otros lugares del viejo mundo, la llevó a Joinville, en cuyos estudios Carlos Gardel filmaba Luces de Buenos Aires, y ese encuentro despertó su interés por el cine.
En su filmografía encontramos:
Como autor:
- El patio de la morocha (1951)
- La calesita (1963)
- Amalio Reyes, un hombre (1970)
- Perón, sinfonía del sentimiento (1999)
- A la música:
- Internado (1935)
- Juan Moreira (1936)
- Los muchachos se divierten (1940)
- Arrabalera (1950)
Temas musicales:
- Ayúdame a vivir (1936)
- Eclipse de sol (1942)
- Buenos Aires a la vista (1950)
- Vivir un instante (1951)
- La muerte flota en el río (1956)
- Últimas imágenes del naufragio (1989)
Y textos:
- Ésta es mi Argentina (1974)
«A mi vuelta de Europa, en la década del treinta, ingresé como profesor del Conservatorio Municipal de Música, pese al desprecio de los otros profesores y del propio director Enrique Fantoni. «¡Cómo un tanguero va a dictar clases de solfeo!». En 1933 intervienen la escuela, ponen en el cargo a Luis V. Ochoa, quien me da los cargos de profesor en pedagogía, historia de la música y acústica musical. Más adelante me presenté a concurso y me nombraron secretario, luego vicedirector y después, en la década del 50 director. Con ese cargo me jubilé. El lapso que va de los 30 a los 40, estudié mucho, desde los cantos gregorianos a los románticos alemanes.
Se integró a grupos literarios como Cerebro y Almafuerte, de marcado interés por lo social.
«Ahora quiero hablar de una amistad que nació casi en la adolescencia y se prolongó hasta su muerte. Fue la que tuve con Homero Manzi. Lo conocí cuando aún andaba en pantalones cortos. Yo vivía en Loria 1449 y él a la vuelta, en Garay 3259. Pasaba silbando por la puerta de casa. Yo tenía 17 años y él uno menos. Cuando supo que yo era el autor de “Organito de la tarde”, se acercó y me dijo: «Mirá Cátulo, yo tengo una letrita ¿sabés?, se llama “El ciego del violín”, ¿No te gustaría ponerle música?». Le dije que sí, que me trajera la letra. Era muy buena, dedicamos el tango al viejo Carriego y, finalmente, se tituló “Viejo ciego”. Con este tema Manzi se iniciaba como autor.
«Más tarde le presenté un pelado que venía a mi casa: «Este es un muchacho que compone muy bien —le dije—, juntos pueden hacer grandes cosas». El muchacho era Sebastián Piana. Era hijo de un peluquero que tocaba muy bien la guitarra. La peluquería quedaba en Castro Barros a media cuadra de Rivadavia, donde hoy está la Federación de Box. Cuando se iba el último cliente, se bajaba la persiana y meta música en la trastienda.
«Iban payadores como Higinio Cazón o Ramón Vieytes, muy célebre en su época. Mi padre lo admiraba, una vez me dijo: «¡Vos no sabés quien es este señor atorrante!». Cierta tardecita se apareció por casa todo sucio, con los pantalones rotos. «¿Está Pepe?», me preguntó. «¿Qué Pepe?» —le dije. «Y… Pepe Castillo». Entré y le dije a mi padre: «Mirá papá, ahí está un atorrante que te busca, te quiere ver, pero me parece que es un reo. Se llama Ramón Vieytes». Mi padre dio un salto, abrió la puerta y le gritó: «¡Entrá hermano! ¿Cómo estás así?». Tomó algo, le regaló un traje y le dio diez pesos. Cuando se fue me dijo: «Este hombre tiene un talento descomunal».
«Piana le dio una nota a papá, donde su padre le preguntaba si podía salvarlo del servicio militar. Y como tenía contactos, lo salvó. Entonces era alumno del profesor Ernesto Drangosch, cuando se sentó al piano demostró el músico que era. En eso dijo: «Señor Castillo, hay un concurso que organiza la fábrica de los cigarrillos Tango. Yo tengo una música compuesta ¿No querría usted ponerle letra». «¡Sobre el pucho!», contestó mi padre. Y esa frase fue el título definitivo y el comienzo de la carrera de Sebastián. Con Manzi salíamos los tres. Homero decía, «no se olviden que estamos viviendo la época de oro del tango». Como si hubiera presentido que algún día no sería igual».
Hacia los 15, el boxeo comenzó a ser el centro de su vida llegando a ser campeón argentino de peso pluma y preseleccionado para las Olimpiadas de Amsterdam a las que sí asistió otro argentino, Pedrito Quartucci, y la frustración de ese deseo lo lanzó definitivamente en brazos del tango.
Llevó el tango al Colón y dicen que eso fue lo que no le perdonó la dictadura autodenominada Revolución Libertadora que en 1955, lo despojó de todo lo que había conseguido. Su esposa, Amanda Pelufo, se refiere en estos términos a aquella época:
“Lo teníamos todo y de pronto, en 1955, nos quedamos sin nada. Cayó Perón, llegó la Libertadora y a Cátulo lo echaron de todas partes. Ya no pudo tener cátedras, ni dirigir SADAIC, ni estar en Cultura. Ni siquiera pudo cobrar sus derechos de autor porque SADAIC, precisamente, fue intervenida. En el peor momento hasta llegaron a prohibir que se pasaran sus temas por radio. No le perdonaron nada. Para empezar que un tanguero estuviera en Cultura. Después que haya sido el primero en llevar el tango al Colón… Vendimos todo y nos recluimos. Cátulo escribía tangos, pintaba al estilo de Quinquela y sobre todo descubrió su amor por los animales. Llegamos a tener 95 perros, 19 gatos y dos corderitos: Juan y Domingo.”
Veinte años después fue designado asesor artístico de radio y televisión, pero entonces el poder era López Rega y una crisis cardíaca impidió que asumiera en esas condiciones.
En la Unidad Básica Cultural Eva Perón, de la ciudad de Buenos Aires, el 9 de noviembre de 1953, con la asistencia del presidente de la República, general Juan Perón, se realizó un acto cultural en el que se prosiguió el ciclo de conferencias para los alumnos de la Escuela de Arte Escénico. En tal oportunidad hizo uso de la palabra el señor Cátulo Castillo, quien desarrolló el tema “Un teatro argentino para la Nueva Argentina”. A continuación vamos a leer parte de la transcripción de la referida disertación.
Miembro de un Olimpo del tango integrado también por Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Homero Expósito, José María Contursi y Enrique Cadícamo, cabe destacar el dúo creador con Aníbal Troilo (“Desencuentro” y “La última curda”).
Cátulo Castillo falleció en Buenos Aires querido y admirado por los tangueros argentinos y de todo el mundo el 19 de octubre de 1975, a la edad de 69 años, pero quedaron sus piezas en las voces de tantos intérpretes.
Páginas webs de referencia:
POEMAS
Caminito del taller
Tango
Música: Cátulo Castillo
Letra: Cátulo Castillo
Una mañana fría te vi por vez primera
por la desierta calle, rozando la pared,
como si el viento helado que barría la acera
te acelerara el paso, camino del taller.
Y en el fondo grisáceo de aquel día de hielo
ponían una gota de ironía mordaz,
el sol de tus cabellos, tus pupilas de cielo
y el cuerpito aterido que envolvía el percal.
Había en tus pasitos taconeo de tango
y frufruces de seda en tu marcha sensual,
pero tu personita claudicaba en el fango
bajo el fardo de ropas que nunca te pondrás.
Y marcha así,
hoja de amor
que lleva el turbión
rumbo al taller.
¡Pobre costurerita! Ayer cuando pasaste
envuelta en una racha de tos seca y tenaz,
como una hoja al viento, la impresión me dejaste
de que aquella tu marcha no se acaba más.
Caminito al conchabo, caminito a la muerte,
bajo el fardo de ropas que llevás a coser,
quién sabe si otro día quizá pueda verte,
pobre costurerita, camino del taller.
Por eso son tan tristes todas las ilusiones,
y por eso en las locas noches del arrabal
parece que se quejan los roncos bandoneones
y cada tango es una canción sentimental.
Arrabalera
Tango 1950
Música: Sebastián Piana
Letra: Cátulo Castillo
Mi casa fue un corralón
de arrabal bien proletario,
papel de diario el pañal,
del cajón en que me crié…
Para mostrar mi blasón,
pedigree modesto y sano.
¡Oiga, che!… ¡Presénteme…
¡Soy Felisa Roverano,
tanto gusto, no hay de que!…
¡Arrabelera,
como flor de enredadera
que creció en el callejón!
¡Arrabalera,
yo soy propia hermana entera
de Chiclana y compadrón!…
Si me gano el morfi diario,
qué me importa el diccionario
ni el hablar con distinción.
Levo un sello de nobleza,
soy porteña de una pieza,
tengo voz de bandoneón.
Si se le da la ocasión,
de bailar un tango arrespe,
encrespe su corazón,
de varón sentimental.
Y al revolear mi percal,
márqueme su firulete,
que en el brete musical
se conoce, la gran siete,
mi prosapia de arrabal.
Bandita de mi pueblo
Tango
Música: Enrique Delfino
Letra: Cátulo Castillo
Anochecer de vida provinciana
con la plaza feliz, frente al Hotel.
La Bandita del pueblo, una campana
y la gente paseándose en rondel…
Don Batistín, golpeaba un sonsonete
y el hijo de González el tambor…
Había un bombo un trombón y un clarinete
siguiendo al saxofón del director…
Su son, era un rumor
labrado en hojalata
con trajes escarlata,
con sueños de amor…
¡Tachín!… ¡Tachín!… ¡Tachín!…
Sonaba pizpireta
la antigua canzoneta
sin final…
Y en la tertulia azul,
Juan y Marieta
¡golpeaban su chim-pún!…
¡Sentimental!
Mas la ilusión llamando al estudiante
le dio el rumbo fatal de la ciudad.
Y la vieja campana agonizante,
sentenciaba en su voz: ¡no volverá!…
Un trajinar de amores sin empeños.
Esquina en que una noche la olvidó.
Y en el reproche fatal que dan los sueños,
mil veces la bandita lo llamó…
Su son era un rumor
dolido de hojalatas
con penas escarlatas,
¡sin sueños de amor!…
¡Tachín!… ¡Tachín!… ¡Tachín!…
Ya se apagó Marieta
con una morisqueta
de final,
en la tristeza gris
de la retreta
la Banda era un chim-pún
¡sentimental!…
Burbujas
Tango
Música: Carlos Figari
Letra: Cátulo Castillo
Tu vida fue un pedazo de novela,
dolida de soñar y de querer.
La angustia del suburbio fue tu escuela,
y un tango te enseñara a ser mujer…
Alguna vez un hombre te mintiera
la página feliz del corazón…
¡Burbujas de tu trenza y tu pollera,
cruzando en un ocaso el callejón!
Burbujas,
de lejanas noche brujas
que en las olas desdibujas…
Burbujas
de champán y de quimeras
borboteando pasajeras…
¡Burbujas!…
Como el sueño de un segundo
que se fue cuando hizo mal…
Como el tango vagabundo.
¡Como el tango vagabundo
de tu mundo de cristal!
Lloraste la mentira de la gloria
y fuiste un eco más, que enmudeció…
Que triste y que pequeña fue tu historia
concluida entre las sombras de un malecón…
¡Burbujas sobre el agua de algún puerto
tan vano fue querer como soñar!…
Tu nombre es un cantar que ya está muerto.
Tu voz es un silencio que esconde el mar…
El último cafiolo
Tango
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
Miraba la ciudad desde el estrolo
de la piedad mortal de sus veredas,
buscando aquella edad de amor y sedas
y del bulín bacán en el Barolo.
El era sólo el último cafiolo
lanzado en el final del tobogán,
sin fiestas de champán ni de nebiolo,
cruzando pobre y solo el macadán…
¡El último cafiolo!
Desastroso papel
de un drama vil
tras un mantel
-cumplido y obsequioso-
sirviendo al “mundo gil”…
¡Yugándolas de mozo!
¡El último cafiolo!
Y hasta la mina fané
del cabaré,
la que mangaba “caldito de gallina”,
anoche le dio un mango de propina
y atrás de aquel gomina
se le fue.
Los años con su marca de vitriolo
gritaron la verdad de aquel espejo:
junaba su perfil, y estaba viejo,
miraba alrededor, y estaba solo.
¡Telón burlón del último cafiolo!
¡Sentía desangrar su corazón!
¡Servime, che cartón! -gritó un pipiolo,
y él le quebró un nebiolo en el melón.
Una canción en la niebla
Milonga
Música: Fina Maldonado
Letra: Cátulo Castillo
La niebla de la noche nos castiga
con una gris distancia de recuerdos.
La niebla de los puertos y la vida
que ronda con sus pasos de silencio.
Detrás está la luz de antiguos días
y el horizonte azul que yo presiento.
Mi soledad te espera en la neblina
con la canción que llora sin saberlo.
La niebla, carrusel,
y estamos solos
girando el carretel,
el carretel…
La niebla, carrusel,
que alguna noche
ha de acercarse
con la sombra de él…
Una canción se filtra entre la niebla
con una gris mortaja de fantasma,
y el corazón se sienta en la vereda
para escuchar los ecos que se apagan.
Presiento que allí estás, detrás del viento,
y que vendrás a mí como una sombra,
no sé de qué distancia, ni de qué puerto,
siguiendo la canción que no te nombra.
Vuelve la serenata
Vals
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Yo te traigo de vuelta muchacha,
la feliz serenta perdida;
y en el vals que el ayer deshilacha,
la luna borracha, camina dormida.
A los dos el dolor nos amarra
con el mismo cansancio dulzón,
palpitando en aquella guitarra,
la dulce cigarra de tu corazón.
Hoy ha vuelto ya ves y a su modo,
te despierta, cantando en sigilo;
las tristezas que doblan el codo,
nos dicen que todo descansa tranquilo;
asomate, no seas ingrata,
que la serenata te llama al balcón.
Serenata del barrio perdido,
con sus ecos de esquina lejana,
hoy que sabes que todo está herido,
tu mano ha corrido la vieja persiana.
Asomate otra vez como entonces
y encendele la luz del quinqué,
porque quiere decir en sus voces,
muchacha no llores, no tienes porqué.
DE “UN TEATRO ARGENTINO PARA LA NUEVA ARGENTINA”
La sabiduría popular ha dicho que el “sentido común” es, tal vez, el menos común de los sentidos.
Y esto, que pareciera carecer de sentido, porque es paradójico, resulta una verdad que el mundo, con todos sus lugares comunes, refirma cada vez -precisamente-que se le exige tenerlo, para beneficio de la paz, de la felicidad o siquiera sea de la tranquilidad de sus habitantes.
Pareciera ser que lo “anormal” configura tan luego la precaria “normalidad” del mundo y de esta civilización que padecemos. Y resulta congruente, lógico, que un “sentido común” catalogado así, como virtud, sea lo excepcional en un globo terráqueo que se disloca para colocarse en la postura de lo contraproducente y de lo negativo. Miramos con alarma cómo se incendia por los cuatro costados. Proliferan los crímenes.
Políticas absurdas que niegan -tan luego las virtudes que exige la política- la buena vecindad, la tolerancia y el respeto, campean sobre un espeso caldo de cultivo, para que una locura colectiva extienda su epidemia de guerra al “sentido común”. Sabemos que muchas manifestaciones del espíritu del hombre están contaminadas por esta gigantesca infección.
Todos los “ismos” de la pintura, de la poesía, de la literatura, de la música o del teatro, por ejemplo, ingresan en una paranoia general, verdugo de la sensatez, para hacer tabla rasa con el equilibrio de la gente y desmoronar lo razonante, lo claro y lo que es lógico. Nosotros, los que no entendemos el “existencialismo”, tampoco entendemos cierto cartabón de poesías, ciertos cuadros y cierta música. Y cuando oímos ponderar lo que -con toda buena fe – consideramos absurdo, lo que nos rechaza una sensatez interna, un razonamiento estético, pensamos: “¡Yo estoy loco o están locos los demás!…” Y entonces hacemos mutis para mirar la realidad de la calle, del cielo o de los hombres que no tienen ni tres ojos, ni la piel a cuadritos, ni los miembros deformes que nos amenazan desde la pesadilla de un óleo de Salvador Dalí. Y que me perdone. No lo entiendo.
El arte es, siempre, un reflejo de la vida proyectado a través de un espíritu creador o recreador. Pero exige buena fe, sinceridad y equilibrio. Nada que no tenga equilibrio – que es razón en definitiva – puede aspirar a permanecer, a tener validez y a prolongarse hacia el futuro, como las pirámides egipcias, milagro de equilibrio, o la Venus de Milo, milagro de “forma”, indiscutida a través de los siglos, desde la perfección de su verdad y de su belleza. Pensamos con nuestro amigo Perogrullo que, en el Arte, lo que no es bueno es malo. Y opinamos que un conspicuo poeta de América como Pablo Neruda se define en los poemas que se le entienden, pero se desmorona en la incongruencia de otros y en la insensata búsqueda de lo sorpresivo y de lo novedoso, mas irrazonable, obscuro, embarullado.
Un hombre con alma de maestro: Perón
Lo bello siempre responde a una arquitectura cuyas leyes dicta la naturaleza e inspira el paisaje. Lo bello de un discurso está en su claridad y en su razón, en la exposición clara e inteligible de sus conceptos, en la verdad que diga y en la luz que derrame. Siempre he pensado que nuestro país, y acaso el mundo contemporáneo, tiene un ejemplo cabal y definido de lo que es la oratoria al servicio de la idea.
Claro, conciso, razonante, simple, el general Perón ha hallado la exacta medida del lenguaje cabalgando una lógica que siempre resulta inapelable. Su equidistancia es la equidistancia de la razón, conservando su centro entre dos precipicios de “derecha” e “izquierda”, que siempre son extremos y que, como en las estibas de los barcos o en las petacas de las mulas, deben estar equilibrados para ayudar la marcha. Porque esta misma razón, este mismo equilibrio indubitable, lo hallamos en el “centro”, en esta “tercera posición”, que es la más lógica y la única, verdadera, incontrovertiblemente razonable.
Se necesitó que llegara un hombre con alma de maestro y con la mente clara, que tiene por encima de todas sus providenciales virtudes de estadista eso que supera al talento y a la misma estrategia del conductor que sabe adonde va: la buena fe del hombre que quiere y que siente lo que hace.
La lógica del líder de la Nueva Argentina tiene sus más hondas raíces en esa buena fe con que procede siempre, que va desde un idioma de pueblo – sin retórica inútil-, para explicar los pasos de su propio gobierno, proponer acciones conjuntas y hacer de nuestra patria una inmensa familia, donde el padre que se sienta a la mesa, mientras reparte el pan, les explica a los hijos cuáles son sus razones, cuál es su economía, qué debe realizarse y qué no debe hacerse.
Esta es su matemática, con una orientación de matemática.
Y en esta matemática -razonamiento puro-, cuando hubo que pelear, salió a pelear, desmoronando antiguas y callosas costumbres, la inercia, la politiquería, el interés absurdo del capital, las presiones externas, el qué dirán, murmullos y panfletos, y los gritos de afuera que se soliviantaban ante una revolución que era algo más que lo aparente de una revolución: era el comienzo de una era del mundo, como fue la de Cristo en Galilea, y que con la modesta señal de dos palabras: “Tercera Posición”, estaba demarcándole al mundo una filosofía, una conducta, la salida genial para su salvación.
Un argentino halló la equidistancia. Lo tenemos aquí. Es nuestro hermano. Sintamos su presencia en este gran murmullo de pueblo que reivindica los errores de todos los demás pueblos de la tierra.
Esta misma razón de equidistancia, de equilibrio, tiende a cumplir su parábola irremediable: el descanso, que es paz. Y después del hervor de una contienda, donde hubo que gritar y agitar los cencerros de la yegua madrina, se alcanza la otra etapa lógica, que es también matemática y profunda, inapelablemente filosófica: la etapa de la conciliación, de la solidaridad de los hombres, la buena voluntad de los países.
En este teatro inmenso, extracontinental, asistimos a todas las páginas de los pronunciamientos con que se pretendía contener la avalancha de la nueva doctrina. Y ahora, como un milagro -cambio de decorado-, vislumbramos las voces que nos dicen que sí, que teníamos razón, que ahora hay que escucharnos, que el Hombre conocía su barco y estaba bajo la tormenta manejando el timón, a la espera del alba que traería la calma de los razonamientos.
Todo eso, mis amigos, nos henchiría de orgullo si no fuéramos eso fatal que somos: hombres de la Argentina, de la Nueva Argentina. En la Nueva Argentina, que yo diría que es algo así como la página primigenia, de un mundo también nuevo, se está cumpliendo todo. Estamos en la alquimia todavía.
Diez años, veinte, treinta, no representan nada en la historia del mundo y representan poco en la historia de un país, aunque ese poco contenga las raíces de toda su existencia futura.
Hay gente que se queja. Ya lo sabemos todos: porque hay pocas viviendas, porque el tranvía está lleno, porqué ha llovido mucho, porque hiela, porque hace mucho viento.
Pero a veces salimos y encontramos caminos que son como milagros, de belleza. Enormes monobloques, monumentales Ómnibus, barriadas populosas para obreros, barcos, aviones, trenes y piletas y juegos para niños y árboles y aeródromos de ensueño. Todo eso realizado en un birlibirloque de menos de diez años, como si un juego mágico, de manos taumaturgas, hiciera los hechizos de aquella lamparita de Aladino.
Y a veces, saliendo de la Patria, lejos de aquí, se nos llenan de lágrimas los ojos en cuanto avaloramos tras ese prisma claro que entrega la distancia, cuál es y cómo es este milagro de la Nueva Argentina.
Se está cumpliendo todo, poco a poco, a veces aceleradamente, y otras con esa paulatina conquista del almácigo que reclama más tiempo. Se está cumpliendo todo. Y ahora se cumple el Teatro.
Milonga para Fiore
Milonga
Música: Daniel Lomuto
Letra: Cátulo Castillo
En la cruz de cuatro esquinas
un tango crucificado
sopla vientos de recuerdo
y está un romance evocando.
Con cosas de Buenos Aires,
lunas, repechos y charcos;
donde el silbo cadenero
arrastra tirando un carro
que viene de cualquier parte
y que va pa’ cualquier lado.
Orlando Goñi le grita
desde la bruma de un piano:
—¡Vení Francisco, que ahora,
sos vos el que paga el gasto!—,
y vuelven horas lejanas,
y es el mismo Tibidabo,
y está Pichuco en tus cosas,
y están hablando despacio
los duendes que hay en la noche,
cuando es Dios quien copa el mazo.
¡Vení Fiore! —llama lejos
Celedonio, el del estaño—,
y Gardel va por Corrientes
y Cobián por Talcahuano;
y Homero Manzi, esta vez,
quiere escucharte aquel tango
que te raspa la garganta
de puro triste y tirado,
cuando se van las luciérnagas
y el alba se viene al paso.
Tu nombre de cosas simples
tiene en las cosas sus espacio;
ya no podrá enmudecerse
tu voz con el tiempo amargo…
y por calles de añoranza
volverá siempre a este pago
que sabe de nuestras penas,
donde hay esquinas y estaños,
y escrito con “Tinta roja”
está tu nombre… muchacho…
María
Tango 1945
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Acaso te llamaras solamente María..!
No sé si eras el eco de una vieja canción,
pero hace mucho, mucho, fuiste hondamente mía
sobre un paisaje triste, desmayado de amor…
El Otoño te trajo, mojando de agonía,
tu sombrerito pobre y el tapado marrón…
Eras como la calle de la Melancolía,
que llovía…llovía sobre mi corazón..!
María..!
En las sombras de mi pieza
es tu paso el que regresa…
María..!
Y es tu voz, pequeña y triste,
la del día en que dijiste:
“Ya no hay nada entre los dos..”
María..!
La más mía..! La Lejana..!
Si volviera otra mañana
por las calles del adiós..!
Tus ojos eran puertos que guardaban ausentes,
su horizonte de sueños y un silencio de flor…
Pero tus manos buenas, regresaban presentes,
para curar mi fiebre, desteñidas de amor…
Un Otoño te trajo..! Tu nombre era María,
y nunca supe nada de tu rumbo infeliz…
Si eras como el paisaje de la Melancolía,
que llovía…llovía, sobre la calle gris…
La última curda
Tango 1956
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Lastima, bandoneón,
mi corazón
tu ronca maldición maleva…
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
Mi confesión.
Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te lastimo!
¡Ya se que te hago daño
llorando mi sermón de vino!
Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?…
Desencuentro
Tango 1962
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Estás desorientado y no sabés
qué “trole” hay que tomar para seguir.
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
-¡qué vas a hacer!-
y el hombre que ayudaste te hizo mal
-¡dale nomás!-
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.
¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Llorás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.
En el corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús…
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz…
Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón
Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés…
Creiste en la honradez
y en la moral…
¡qué estupidez!
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.
Café de Los Angelitos
Tango 1944
Música: José Razzano / Cátulo Castillo
Letra: José Razzano / Cátulo Castillo
Yo te evoco, perdido en la vida,
y enredado en los hilos del humo,
frente a un grato recuerdo que fumo
y a esta negra porción de café.
¡Rivadavia y Rincón!… Vieja esquina
de la antigua amistad que regresa,
coqueteando su gris en la mesa que está
meditando en sus noches de ayer.
¡Café de los Angelitos!
¡Bar de Gabino y Cazón!
Yo te alegré con mis gritos
en los tiempos de Carlitos
por Rivadavia y Rincón.
¿Tras de qué sueños volaron?
¿En qué estrellas andarán?
Las voces que ayer llegaron
y pasaron, y callaron,
¿dónde están?
¿Por qué calle volverán?
Cuando llueven las noches su frio
vuelvo al mismo lugar del pasado,
y de nuevo se sienta a mi lado
Betinoti, templando la voz.
Y en el dulce rincón que era mío
su cansancio la vida bosteza,
porque nadie me llama a la mesa de ayer,
porque todo es ausencia y adiós.
Diez años pasan
Tango 1945
Música: José Razzano / Cátulo Castillo
Letra: José Razzano / Cátulo Castillo
Gira su ganzúa, la garúa de abril.
Borra las esquinas, la neblina sutil.
Muele en tangos lerdos, los recuerdos que van
cruzando la vida con tímido afán.
Era tuyo el yuyo que guardó el callejón,
por veredas quedas, con monedas de sol.
Y era un viejo broche de la noche tu voz,
tu voz, sin olvido ni adiós.
Diez años pasan… ¿Y qué son?
Cuando arruga el corazón
alguna pena que no afloja.
Si vive en tu recuerdo la congoja,
que moja el lagrimear del bandoneón.
Diez años pasan… Pero igual,
si tu voz es un brocal,
percal, farol, calle cortada.
Tu voz que ya no es nada.
Y sigue siendo el barrio fiel
tu barrio de arrabal,
Carlos Gardel.
Cruzas mis heladas madrugadas, feliz,
rumbo a aquel pasado ya borracho en el gris.
Sueños de porteños en las noches de grill,
lejanas y vanas del Armenonville.
Vienes de ese entonces, y en las calles estás,
firme en cada piedra como hiedra tenaz.
Flor de barrio oscuro, del más puro arrabal,
tu voz… ¡Voz de tango inmortal!
A Cátulo Castillo
Tango
Música: Eladia Blázquez
Letra: Eladia Blázquez
Tu muerte fue una tarde muy cálida de Octubre;
acaso presentiste que sucediera así:
en plena primavera y cuando el sol se viste
de luz y mariposas y el aire de jazmín.
A vos que te gustaba, profundamente serio,
desentrañar las cosas, llegaste a tu confín
y esa doliente tarde entraste en el misterio
para volver en tango, ¡mi viejo Catulín!
Me duele el sol
y hasta el alcohol,
me pone triste.
Qué ausencia cruel
de pan y miel
cuando te fuiste…
Desde la luz de tu bondad eterna
nos sonreirás
con la piedad más tierna…
Me duele andar
y respirar
sin ti…
Recordaré tu nombre y tu mirada pura,
tu oleada de ternura, mi viejo Catulín.
Tu cara y el asombro donde asomaba el niño,
tu río de cariño en medio del trajín…
La esgrima de tu prosa, tu verso cadencioso,
nostálgico y celoso de esquinas y fondín,
recordaré al nombrarte tus fraternales manos
y la palabra ¡Hermano!, ¡mi viejo Catulín!
El último café
Tango
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
Llega tu recuerdo en torbellino,
vuelve en el otoño a atardecer
miro la garúa, y mientras miro,
gira la cuchara de café.
Del último café
que tus labios con frío,
pidieron esa vez
con la voz de un suspiro.
Recuerdo tu desdén,
te evoco sin razón,
te escucho sin que estés.
“Lo nuestro terminó”,
dijiste en un adiós
de azúcar y de hiel…
¡Lo mismo que el café,
que el amor, que el olvido!
Que el vértigo final
de un rencor sin porqué…
Y allí, con tu impiedad,
me vi morir de pie,
medí tu vanidad
y entonces comprendí mi soledad
sin para qué…
Llovía y te ofrecí, ¡el último café!
Tinta roja
Tango 1941
Música: Sebastián Piana
Letra: Cátulo Castillo
Paredón,
tinta roja en el gris
del ayer…
Tu emoción
de ladrillo feliz
sobre mi callejón
con un borrón
pintó la esquina…
Y al botón
que en el ancho de la noche
puso el filo de la ronda
como un broche…
Y aquel buzón carmín,
y aquel fondín
donde lloraba el tano
su rubio amor lejano
que mojaba con bon vin.
¿Dónde estará mi arrabal?
¿Quién se robó mi niñez?
¿En qué rincón, luna mía,
volcás como entonces
tu clara alegría?
Veredas que yo pisé,
malevos que ya no son,
bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedazo
de mi corazón.
Paredón
tinta roja en el gris
del ayer…
Borbotón
de mi sangre infeliz
que vertí en el malvón
de aquel balcón
que la escondía…
Yo no sé
si fue negro de mis penas
o fue rojo de tus venas
mi sangría…
Por qué llegó y se fue
tras del carmín
y el gris,
fondín lejano
donde lloraba un tano
sus nostalgias de bon vin.
Caserón de tejas
Vals 1941
Música: Sebastián Piana
Letra: Cátulo Castillo
¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Te acordás, hermana,
de las tibias noches
sobre la vereda?
¿Cuando un tren cercano
nos dejaba viejas,
raras añoranzas
bajo la templanza
suave del rosal?
¡Todo fue tan simple!
¡Claro como el cielo!
¡Bueno como el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo!
Cuando en el pianito
de la sala oscura
sangraba la pura
ternura de un vals.
¡Revivió! ¡Revivió!
En las voces dormidas del piano,
y al conjuro sutil de tu mano
el faldón del abuelo vendrá…
¡Llamalo! ¡Llamalo!
Viviremos el cuento lejano
que en aquel caserón de Belgrano
venciendo al arcano nos llama mamá…
¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Dónde está el aljibe,
dónde están tus patios,
dónde están tus rejas?
Volverás al piano,
mi hermanita vieja,
y en las melodías
vivirán los días
claros del hogar.
Tu sonrisa, hermana,
cobijó mi duelo,
y como en el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo,
tornará el pianito
de la sala oscura
a sangrar la pura
ternura del vals…
Dónde irás ilusión
Tango
Música: Alfredo Malerba
Letra: Homero Manzi / Cátulo Castillo
Aunque te quieras engañar
y no pensar
en el pasado.
Aunque al final puedas gritar
que de mi amor te has olvidado.
Adentro de tu pecho
seré un recuerdo
siempre en asecho.
Y sin querer has de evocar
lo que está allá del más allá.
Dónde irás ilusión.
Ilusión infeliz.
Ya en los campos nevó
y la tarde es más gris.
La emoción que se fue
puede un día volver.
Y de pronto en el tiempo
los recuerdos… ¡ay!…
¡serán remordimientos!…
Dónde irás ilusión…
¡dónde irás a ocultar el amor!…
Es preferible recordar
el cielo aquel cordial y amigo.
El viejo arado labrador,
la blanca flor,
el rubio trigo.
Donde un querer sincero
fue nido tibio
bajo el alero.
Donde el amor fue más amor.
¡Donde el dolor fue más dolor!…
El trompo azul
Tango
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
Yo tuve un trompo azul que fue mi hermano,
lejano saltarín de piedras viejas,
por la zurda del barrio a contramano
y en calles de portones y de rejas.
La punta de su acero fue una estrella,
ninguno en la querella fue mejor,
y en cambio, dormilón, en manos de ella,
se dio a soñar, temblándole el amor.
¡Mi trompo juguetón!
La poesía
del grillo del zanjón
¿qué le daría
si no su corazón
y el silbo del violín
sin fin
del callejón?
Mas la tierra girando alucinada,
como un trompo gigante de la nada,
nos traicionó, llevándose al confín,
la esquina y el jazmín,
la luna y su mirada.
Mi soledad
manchada de verdín,
regresa sin edad
a la ciudad
de barro y adoquín.
Harina
Tango
Música: José Basso
Letra: Cátulo Castillo
Con la fina serpentina
que estirás,
me lastima
tú compás…
Esquina azul de hace mucho.
Harina de mis amores,
stud de viejos colores,
vecina que no olvidé…
Yo no sé dónde se fue
tu ingratitud,
por qué pistas, ni a qué stud…
Te acordás que con Old Man,
mi pobre afán
levantó un galope
y en las patas de Macón,
mi corazón
levantaba al tope…
Vieja seña de carmín
sobre el disco del dolor
que crucé con Polvorín.
Y al fin,
la distancia del olvido,
cuando mi oro fue vencido
por el tiempo ganador..
Hoy tu fina serpentina,
Hoy tu fina serpentina,
bandoneón,
me lastima
con razón…
Harina gris de la vida
que fue manchando mis sienes.
Dejé en la arena mis bienes
y el tiempo me hizo aprender.
Cuanto tuve del ayer me traicionó.
Todo. Pero el tango no.
Te llama mi violín
Tango
Música: Elvino Vardaro
Letra: Cátulo Castillo
Tímida sonrisa que ocultabas
tras los pálidos plumones
y el marfil de tu abanico…
Entre sus varillas me miraban,
y jugaban al amor,
tus dulces ojos niños…
Loco ir y venir de pelucones
por los rojos cortinados
y a la luz de tus salones…
Junto a tus dorados
Oropeles de festín,
cantaba mi pobreza en el violín…
Yo sé
que todo aquello solo fue
una cadencia de minué,
y que el soñar
tiene despertar…
Mas
sé que también no te olvidé.
Y en los silencios del esplín,
está sonando mi violín,
tal vez llamándote…
Eres una triste princesita
que se muere en un palacio
de cristal y malaquita…
Yo soy un romero sensiblero,
que no tiene nada más,
que el mundo y sus senderos…
Pero, bajo el sol de los caminos,
soy el dueño del espacio,
con mis sueños peregrinos…
Tengo las estrellas
y los vientos del confín,
que cantan en la voz de mi violín.
El último farol
Tango
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Lo vi lucero… y lo pensé crecido…
Fue la llama feliz que nos llamaba.
Se dio en la calle un paredón de olvido
se dio en la noche un corazón de ochava
Soñaba, ayer, la espera del silbido,
y ayer, no más, pintaba de arrebol,
con el grito total del alarido
la soledad del último farol.
¡Farol!…
Dolió tu llama fraternal
igual
a la tristeza del alcohol…
Señal
en la querella de la esquina
y en la pena que adoquina
tu dolor sin dejar huella…
Tan alta la ciudad
que nos dejó sin sol,
que nos tapó la estrella
del último farol.
Dobló la esquina del amor dolido
tras el salto mortal de la billarda.
Yo esperé tanto la verdad que tarda
ni me di cuenta que ya estaba herido.
Me dijo: Adiós… adiós… ya sin sonido,
su corazón de luna y caracol…
Por la calle sin fin que va al olvido
se fue llorando el último farol…
En el dos mil
Tango
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
Vendrás del viaje loco y sideral,
verás amanecer en el abril.
Mis alas de papel y de percal,
las tuyas de metal y de marfil.
Será verano igual y yo estaré en el “grill”
del rascacielo aquel de roca y de cristal,
y un zurdo minestril, que toca y toca,
pondrá su marcha loca en el atril.
Dos mil, en el dos mil será febril la voz
de Dios trayéndonos al sol en un candil.
Dos mil, en el dos mil con vos mi amor
con vos ya nada será vil.
Y al fin los dos, los dos, en el dos mil.
Tendré para tu amor, la muerte de un fusil,
el whisky en una flor, y el cielo en un barril.
Te espero en el crisol de un tiempo sin perfil
los dos volando al sol, en el dos mil.
Dos mil año dos mil, dos mil, dos mil,
dos mil año dos mil, dos mil, dos mil.
Historia breve
Tango
Música: Hugo Gutiérrez
Letra: Cátulo Castillo
Yo te evoco, sin querer,
en un otoño gris
pintado de neblina.
Me alegrabas el ayer
vivendo mi feliz
estudiantina…
Como loco cascabel,
tu risa de marfil
cantaba en mi rutina…
Y era tibio tu candor
llenándome de amor
en el abril…
Fue la vida, ya lo sé,
la que borró
mi historia breve…
Un final sin para qué,
que se llevó
tu paso leve…
Pero siempre, siempre es mío
tu frío,
y en los sueños que deslíes,
te ríes,
y en las copas de las mesas
me besas,
y en el alcohol
regresas…
Fue la vida, ya lo sé,
la que pasó
borrándome…
Y te evoco cada vez
que escucho una canción
o estoy soñando triste.
Porque sé que aunque no estés,
estás como un borrón
de lo que fuiste…
Cada tango es un adiós,
que me habla con tu voz
de un tiempo que no existe…
Y en el gris de la ciudad,
me da su soledad tu corazón…
Se muere de amor
Tango 1942
Música: Pedro Maffia
Letra: Cátulo Castillo
Negro borrón de tus trenzas,
pálida luz de tu cara,
por cien caminos de ausencia
regresan tus voces
como una lejana canción.
Yo te encerré en el recuerdo,
yo te trencé en la nostalgia,
y en una esquina del tiempo
te até a mi guitarra
con una oración.
Por el callejón dormido
no llegó tu cara blanca,
y en un rincón del olvido
mi llanto vencido
buscó la esperanza.
Noche oscura de tu pelo
que pintó mi espera larga.
Noche oscura de este sueño
que en una guitarra
se muere de amor.
Me llevarán detrás tuyo,
se encenderá la mañana
con un perfume de yuyo,
y en una guitarra
vendrá una lejana canción.
Podré tomar tu silencio
con estas manos heladas
y por las calles del viento
seré una nostalgia
buscándote a vos.
Aquí nomás
Tango
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
La voz del bandoneón quedó detrás,
se fué el compás del tiempo bailarín.
Crecida la ciudad nos tira ollín
la esquina del herrero no está más.
La noche está borracha de aguarrás
y bailan como atados de un piolín.
Vení mi amor salgamos del festín
no ves que se divierten con su jazz.
Aquí nomás,
bien lejos del torrente,
bailemos simplemente
un tango en paz.
Aquí nomás,
con esa luz de enfrente
los dos, y solamente
los dos, en este puente
que lleva el tiempo atrás.
Aquí nomás,
quedate aquí nomás,
sin música, sin gente…
¡aquí nomás!
Estampa federal
Vals
Música: Pedro Maffia / Sebastián Piana
Letra: Cátulo Castillo
Se enredan en la noche
tus hondas pupilas,
tus labios son un broche
teñido de lila.
Tus sueños en los míos,
fríos, fríos.
Murmullo de tu miedo,
quedo, quedo.
Qué blancas tus palabras
qué oscura tu angustia,
la flor de tu esperanza
qué triste, qué mustia.
Se anuda en esta huida
tu vida y mi vida.
Amada, en la alborada,
me llevo tu adiós.
Ríe entre las sombras
Doña Encarnación.
Moños federales
en tu peinetón.
Bailan en la fiesta
de los mazorqueros,
ruedan las gavotas,
giran los lanceros.
Y en la algarabía
de la fiesta roja,
junto a tu pupila
bebo la congoja
de mi desazón.
Trampa
Tango
Música: Sebastián Piana
Letra: Cátulo Castillo
En carpetas de cien timbas, te copé
las paradas de una suerte que se da,
y en la trampa de tus naipes, me encerré
jugando a “suerte y verdad”…
Piques rojos en tus uñas de ilusión,
rojo trébol en tu boca de carmín,
y en tu pecho, negro, negro, un corazón
que me negaste por fin…
Trampas donde esperé
buenas que no se dan.
Cartas que ya quemé
en la hoguera
que enciende la espera…
Negros ojos de mal,
para el blanco tul de mi fe,
que velaba en tus artes, la trampa que fue
como un arco tendido, fatal…
Barajando cien engaños, te creí,
y hoy, te ofrezco mis mentiras, sin creer…
Si a la luz de mi confianza yo perdí,
con sombras, te ganaré…
Ya no valen los colores de ilusión
que pintaban tus encantos de mujer.
Porque tengo, negro, negro, el corazón,
sé que no puedo perder…
La cantina
Tango
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Ha plateado la luna el Riachuelo
y hay un barco que vuelve del mar,
como un dulce pedazo de cielo
con un viejo puñado de sal.
Golondrina perdida en el viento,
por qué calle remota andará,
con un vaso de alcohol y de miedo
tras el vidrio empanado de un bar.
La cantina
llora siempre que te evoca
cuando toca, piano, piano,
su acordeón el italiano…
La cantina,
que es un poco de la vida
donde estabas escondida
tras el hueco de mi mano.
De mi mano
que te llama silenciosa,
mariposa que al volar,
me dejó sobre la boca, ¡sí!
su salado gusto a mar.
Se ha dormido entre jarcias la luna,
llora un tango su verso tristón,
y entre un poco de viento y espuma
llega el eco fatal de tu voz.
Tarantela del barco italiano
la cantina se ha puesto feliz,
pero siento que llora lejano
tu recuerdo vestido de gris.
Tenés servido el té!
Balada
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo
Un avión en la niebla ha perdido la senda del viejo país.
Los dragones de piedra bostezan su hastío. Los dioses no están.
La aventura del mundo es un beso traído del fondo del mar.
¡Con sus ojos humanos, siguiendo a una estrella, solloza el delfín!…
¡Fuimos dos!…
¡Quién sabe para qué!…
¡La aventura del sol,
la locura del riel!…
Fuimos dos
llagándonos los pies;
desesperándonos,
durmiendo en un andén…
¿Estarás?
Tal vez yo buscaré
la aventura fugaz,
la seda de otra piel…
¿Volverás?
Yo sé que volveré
con un timón de sal
y un barco de papel…
Me esperaste a cenar,
también yo te esperé.
Sobre el mantel del alba
tenés servido el té…
(coda)
¡Tenés servido el té!…
¡Tenés servido el té!…
Fujiyama
Tango
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
La luna del agosto pintó los crisantemos.
Cruzamos tu paisaje de juncos y zen-zen.
Yo te canté mis tangos con voces de Riachuelo,
vos, en la estera aquella, ¡me preparaste el té!…
Y, entonces, las pagodas doblándose en los techos
me dieron el misterio de un tiempo sin vejez.
Mirando al Fujiyama brotaron los almendros,
los sueños y los besos… ¡que ya no pueden ser!…
¡Fujiyama
que me llama con su llama
desde el dulce panorama!…
¡Fujiyama
de las nieves silenciosas
como el alma de las cosas
y mi drama!…
¡Fujiyama,
centinela del amor que me era fiel,
voy a volver algún día,
con un gorrión de vigía
sobre un barco de papel!…
¿Sabrán las golondrinas que ya brotó el cerezo?
¿Que está la misma Luna prendiendo su quinqué?
¡Y que en el Fujiyama la rama de un recuerdo
me llama… me llama… llama, tocando el Shamisen!…