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BIOGRAFÍA DE KATHERINE MANSFIELD
Kathleen Beauchamp; nace en Wellington, Nueva Zelanda, el 14 de octubre de 1888. Cultivó la poesía, la novela corta y el cuento breve, convirtiéndose en una de las autoras más representativas del género. A pesar de pertenecer cronológicamente al grupo constituido por autores como James Joyce, D. H. Lawrence, Virginia Woolf y E. M. Forster, quienes liquidaron el conformismo victoriano sobre las pautas trazadas por el Lord Jim de Joseph Conrad, Mansfield representa un caso aparte en la literatura anglosajona de la época, pues, de forma análoga a la del ruso Antón Chéjov, supo captar la sutileza del comportamiento humano.
En 1893, la familia se mudó a un área rural donde Mansfield pasó los mejores años de su infancia y donde nació su hermano Leslie.
En 1898, la familia volvió a Wellington. En esa época publicó su primera historia en la revista del colegio. En 1903 sus padres deciden enviarla junto a sus hermanas al Queen’s College de Londres. En los tres años que estuvo estudiando, desarrolló su pasión por el chelo, que ya había empezado a tocar en Nueva Zelanda. Y conoció a Ida Baker, quien se convertiría en su fiel compañera, confidente y amante de por vida.
A su regreso a Nueva Zelanda y en medio de grandes dificultades para adaptarse de nuevo a la vida en su país natal, publicó algunas historias en el periódico australiano Native Companion.
Katherine sintió que, para empezar a ser quien quería ser, debía liberarse de la influencia de su familia y de su país, por lo que, en 1908, a los 19 años, decide partir a un país en el que la moral victoriana empezaba a tambalearse para dar paso a grandes cambios, el movimiento sufragista estaba en pleno apogeo y las artes vivían un momento de erupción. En una entrada de su diario de 1907 escribe:
“He aquí un pequeño resumen de lo que necesito: poder, riqueza y libertad. A las mujeres se nos enseña la doctrina irremediablemente insípida de que el amor es lo único que existe, machacándola una y otra vez de generación en generación, algo que nos limita cruelmente. Solo cuando nos deshacemos de ese incordio se abre ante nosotras la oportunidad de ser felices y libres.”
En marzo de 1909, Katherine se quedó embarazada de Garnet Trowell, con quien mantenía una relación amorosa, pero habiendo reñido con los padres Trowell, pues no les gustó enterarse de la relación que mantenía su hijo con ella, se apresuró a contraer matrimonio con George Bowden, cantante y profesor de elocución. Mansfield abandonó a Bowden a la mañana siguiente, aunque no se divorciaron hasta pasados nueve años.
Cuando informó a sus padres de su embarazo, su madre, Annie, fue a Londres y se la llevó a la ciudad balnearia de Bad Wörishofen, en Baviera. Mientras estaba en el balneario alemán, sufrió un aborto natural y perdió al bebé. No volvió a ver a su madre desde entonces.
Ese mismo verano, aún en Alemania, Katherine se convirtió en amante de Floryan Sobieniowski, crítico y traductor polaco que tuvo un papel clave en su vida: primero, por ser quien le descubrió a Chejov, una de sus más importantes influencias literarias, y segundo, por ser quien probablemente la contagió de gonorrea, enfermedad que debilitó su salud desde entonces hasta el final de su vida. Volvió a Londres en enero de 1910.
A pesar de su turbulenta vida amorosa, sus constantes cambios de domicilio y sus problemas de salud, el periodo comprendido entre 1909 y 1910 fue el más fructífero en la carrera poética de Mansfield.
En 1910 empezó a publicar algunas historias y poemas en New Age, revista instrumental del modernismo británico. Eso le permitió empezar a desarrollar su carrera literaria, además de ganar acceso a un círculo de influyentes amistades.
La producción poética de Katherine Mansfield comprendida entre 1911 y finales de 1917 se corresponde con su madurez como poeta. Aunque la poesía la acompañó hasta el mismo momento de su muerte, a partir de 1911 escribió cada vez menos poemas, y empezó a centrarse en trabajos en prosa, como las reseñas que escribía para diversas revistas y sus primeros cuentos.
En diciembre de 1911 publicó su primera colección de cuentos, En una pensión alemana y envió su historia La mujer de la tienda a Rhythm, revista de vanguardia codirigida por John Middleton Murry. Ambos congeniaron y no tardaron en hacerse amantes. Ella se convirtió en su asistente en Rythm, donde solía contribuir con reseñas.
La pareja hizo amistad con D.H. Lawrence y su compañera Frieda Weekley, una relación que les proporcionó alguna alegría en un momento de penurias económicas, enfermedad e insatisfacciones para ambos.
En febrero de 1915, su hermano Leslie llegó a Londres, para formarse como oficial. Murió en el frente en octubre de ese año. La muerte de su hermano la dejó muy afectada.
En 1915 Mansfield y Murry viajaron juntos al sur de Francia, él no tardó en volver a Londres, ella se instaló en una casa llamada Villa Pauline, allí encontró la tranquilidad que necesitaba para empezar a trabajar en su historia Preludio y también compuso algunos poemas.
En una entrada de su diario de enero de 1916, anotaba: “También quiero escribir poesía. En el umbral de la poesía me encuentro siempre temblando.”
Katherine regresó a Inglaterra en 1916 y se instaló con Murry en el barrio londinense de Bloomsbury. Fue en esta época que se relacionaron más estrechamente con el grupo de artistas del mismo nombre.
En diciembre de 1917, le descubren una mancha en el pulmón derecho y fue diagnosticada con tuberculosis. Regresa a Francia, buscando, entre otras cosas, un clima más benigno.
En febrero de 1918 Ida visitó a Katherine y cuidó de ella mientras sufría su primera hemorragia pulmonar. Vuelve con ella a Londres y en mayo, por fin divorciada de Bowden, contrajo matrimonio con Murry.
En 1920 publicó su tercer libro con historias, Por favor, que fue un gran éxito. En 1921, se trasladó a Suiza, donde escribió El viaje. Las sucesivas colecciones de cuentos, Felicidad (1921), La fiesta en el jardín (1922), La casa de muñecas (1922) y El nido de palomas y otros cuentos (1923), la impusieron rápidamente a la atención de la crítica y del público como uno de los mayores talentos narrativos de la época.
Entre 1920 y 1923 Katherine vivió la mayoría del tiempo entre Francia y Suiza. En octubre de 1922, aceptando el fracaso del tratamiento por rayos X decidió probar una cura “espiritual”. Para ello se trasladó al castillo de Le Prieure, en Fontainebleu (Francia) para ingresar en el Instintuto por el Desarrollo Armonioso del Hombre. Allí fue visitada por Murry el 9 de enero de 1923. En la tarde de ese día sufrió una segunda hemorragia pulmonar que le provocó la muerte a los 34 años, en el apogeo de la madurez artística.
Murry recogió todos sus escritos y se los llevó a Londres, para publicarlos. Preparó una serie de historias y las publicó en un libro titulado El canto del cisne ese mismo año. Al año siguiente hizo lo mismo con otras historias en un libro titulado Algo infantil. Posteriormente publicó también su diario Diario de Katherine Mansfield (1927) y Cartas de Katherine Mansfield (1928).
Al igual que Virginia Woolf, con quien mantuvo una relativa amistad, Mansfield, en sus relatos, quería describir la vida cotidiana y las relaciones sociales en las clases medias cultivadas, a las que ambas pertenecían. Pero, por sobre todo, quería ver qué había debajo de esa bonanza. Podía ser algo dramático, la muerte, el término del amor o algo impreciso, un secreto. Combinó, entonces, hermosura y espanto, lo mezquino con lo sublime. Para ello, reflejó la belleza existente en toda vida humana.
Se ha dicho que, como ocurrió con Keats, la sutil dolencia padecida por Mansfield puede considerarse una de las razones de su particular visión del mundo, dominada por una sensibilidad finísima que la inclina a entregarse con todas sus fuerzas al instante presente, que la escritora analiza con una vigilancia y una seguridad extremadas.
Una vocación apasionada. La trágica y breve vida de Katherine Mansfield (fragmento). Por: Lisandro Otero
La rebeldía femenina ha sido una constante del pasado siglo XX. Muchas activistas sociales, escritoras y sociólogas dieron el grito de alarma y convocaron a la emancipación; la última minoría oprimida, la de las esposas relegadas, se declaró en estado de insubordinación. Una de las escritoras que representó esa transgresión del orden establecido fue Katherine Mansfield.
Su vida fue una constante negación de su entorno, un rechazo de su ubicación social, una impugnación de su tiempo.
A John Middleton Murry que será su ángel custodio, su maestro y su amante, le escribió: “Aunque viviese hasta la edad de los patriarcas originales de la Biblia, jamás conseguiría amarte todo lo que deseo… Te amo con toda la fuerza de nuestra vida futura, nuestra vida en común, que tan sólo ahora parece haber arraigado y vivir y crecer de cara al sol”. Finalmente Katherine había encontrado la paz y la armonía en el amor compartido con un ser semejante.
Unos días antes de su muerte había escrito en su Diario: “Quiero la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano conciente y sincero. Al comprenderme a mí misma quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de hacer… trabajar con mis manos, mi corazón y mi cerebro. Quisiera tener un jardín, una casita, hierba, animales, libros, cuadros, música. Y sacar de todo esto lo que quiero escribir; expresar todas estas cosas… Quiero vivir la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar, eso es lo que quiero, a donde debo tratar de llegar”.
En la literatura de Nueva Zelanda, la obra de Katherine Mansfield es un hito. Su introducción del modernismo en las letras de su tierra la ha llevado a convertirse en una de las autoras más destacadas de la literatura neozelandesa.
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Mansfield está muy interesada en construir perfiles psicológicos que no se adaptan al comportamiento social que de ellos se espera y consigue con maestría pintar esa contradicción entre la comodidad de convertirse en lo que el mundo desea y la difícil tarea de ser libre y seguir los propios instintos.
Una mujer de sensibilidad exquisita que amó la vida y buscó ser poseída por la pasión: “Amar con locura tal vez sea falta de sabiduría, pero no hay falta de sabiduría más grave que no amar en absoluto”.
Katherine Mansfield es puerto de llegada de la tradición literaria y de salida hacia nuevas rutas de la modernidad narrativa. Sutil escritora del temblor de la vida ante el preludio de algo que se intuye, se siente, a punto de quebrarse, cuyos textos activan los cinco sentidos del lector.
Aquellas gotas de una de sus historias más célebres y admiradas, la novela corta En la bahía, la contienen a ella: son gotas nacidas del rocío en la playa, de un hecho que no vemos pero que ha dejado su rastro; de un hecho que precede al relato y que sigue presente en el momento de narrarlo y continúa su destino real más allá de la palabra escrita por ella al seguir en la mente del lector… La gota caerá, no la veremos caer en el texto, pero ha seguido su curso en nuestra imaginación.
En el universo de Katherine Mansfield la vida refulge en los detalles, en la aparente intrascendencia, es allí donde laten la vida y la belleza que intenta capturar. Así son los cuentos de esta maestra de la narrativa: un momento, un episodio, un pasaje de la línea de tiempo de las personas, las cosas, los espacios, del propio Tiempo. Como dijera su biógrafo Pietro Citati: “Ponía las manos sobre la esencia del tiempo; procedemos en el tiempo, atravesamos el tiempo, vemos avanzar el tiempo como un río que, lentamente, excava su propio lecho”.
El crítico italiano asegura que Mansfield llevó al límite a sus maestros como Tólstoi y Chéjov. Creía que “el narrador era un simple mediador, un débil trait d’union entre los lectores y la realidad evocada”.
Sus historias no suelen tener un argumento como tal, es la vida de la vida, como decía ella. Es el rumor de la existencia visible a todos y solo pensada y sentida por sus personajes. Esa vida sobre la cual el ser humano no tiene toda la información ni propia ni ajena. Por eso sus cuentos dosifican la información a los personajes y al lector. Alguna pista dejó en su Diario: “La verdad es que una historia puede contener solo una cantidad determinada de información; siempre se tiene que sacrificar algo. Se tiene que omitir lo que se sabe y se desea utilizar. ¿Por qué? No tengo ni idea, pero así es“.
Una farera dispuesta a iluminar lo que no vemos, lo que no percibimos, lo que subestimamos, o lo que no queremos ver.
Una cazadora de instantes y de belleza, entendida como la mirada o lo hermoso que puede haber, incluso en los momentos más difíciles, en el cómo se cuenta y se arrostra la vida. Mansfield lo escribió en su Diario: “Está llegando la última hora del atardecer y todos los sonidos son más suaves, más profundos. El susurro del viento en las ramas es más pensativo. Ésta es la mayor felicidad que jamás he imaginado. Pero por qué es incompatible con… sólo por tu debilidad. Nada te impide ser así. (…) Sólo ahora estoy empezando a ver de nuevo y a volver a reconocer la belleza del mundo. Hoy por ejemplo las golondrinas, su aleteo incesante, sus colas de terciopelo curvadas, sus alas transparentes como aletas de peces… Luego el silencio».
En su Diario había escrito: «Durante estos años he estado obsesionada por el miedo a la muerte. Un temor que fue aumentando y aumentando hasta adquirir una dimensión gigantesca; creo que es lo que me ha hecho aferrarme tanto a la vida. Pero hace diez días me desapareció el miedo, ya no me importa. Me deja perfectamente fría… La vida sigue o desaparece”.
Esa última idea la aplicó en sus cuentos y novelas cortas donde sus historias empiezan en un episodio que viene de atrás y termina en un punto que continúa. Intentó capturar una nueva dimensión, no hay comienzos ni finales como tal, cada final es solo el comienzo de algo.
La belleza literaria de su escritura, la sutileza y hondura de sus temas, la ironía de su narrativa y la capacidad de crear cuadros impresionistas de la realidad con sus descripciones la convierten a Katherine Mansfield en una figura excepcional. Una maestra del detalle para retratar a una persona en su más profunda forma de ser o determinar un escenario o definir una situación de manera sincera y transparente. De cómo en una frase, un vestido, una prenda de un traje, un gesto, una forma de mirar o una actitud se condensa el universo de las personas y la sociedad.
En sus cuentos y nouvelles el lector asiste a los escenarios de Mansfield: la vida se le revela en el rastro del rocío, en la brisa entre los matorrales, en las charlas alrededor del desayuno, en los pensamientos mientras alguien espera, en el zumbido de una soga lanzada por un marinero, en el asombro de una niña ante un detalle en una casa de muñecas ajena, en los amores en los recodos del camino, en el reflejo de lo que quiso ser un adulto…
Una búsqueda de perfección de una cazadora de la vida. En su Diario escribió: “Solo siendo fiel a la vida puedo ser fiel al arte. Y fidelidad a la vida significa bondad, sinceridad, simplicidad, probidad”.
Claves del universo Mansfield (Fragmento)
Escritores y editores de España y América Latina cuentan por qué les gusta la obra de Katherine Mansfield y cuáles creen que son sus principales aportes a la literatura.
Pilar Adón, poeta, novelista, cuentista y editora: «En sus relatos, de repente alguien vuelve la cabeza y el lector descubre en ese instante lo que está sucediendo y lo que está pasando por la imaginación de ese personaje. Si se está gestando una tragedia o una revelación. Es fascinante. No tener que explicarlo todo. Comprender que tanto los lectores como los personajes ya saben lo que es la envidia, el amor, los celos, la compasión, el engaño… Las pasiones que definen al ser humano, y que todos somos capaces de reconocer”.
“Es tan importante lo que se cuenta como lo que no se cuenta. Que lo esencial no está en el argumento sino en la perspectiva desde la que se observa lo que sucede. La manera de exponer los conflictos interiores de los personajes, mostrándolos, no describiéndolos, generando un universo real en el que los personajes existían antes de que el lector empezara a leer, y seguirán existiendo después de que el lector haya llegado al punto final”.
En su Diario escribe: ‘¿Y ahora en realidad qué es lo que quiero escribir? ¿Me pregunto: escribo ahora peor que antes? ¿Es menos urgente el ansia que siento de escribir? ¿Sigue siendo natural en mí el buscar esta forma de expresión? ¿Ha bastado la palabra para crearla? ¿Pido acaso algo más que no sea narrar, recordar, afirmarme?”.
“Sólo la honestidad perdura más allá de la vida, del amor, de la muerte, de todo. Oh, tú que vienes después de mí, ¿creerás esto? Al final lo único que merece la pena poseer es la verdad; es más emocionante que el amor, más alegre y más apasionante. Es sencillamente lo que no puede fallar. Todo lo demás fracasa. En cualquier caso, yo le dedico el resto de mi vida a la verdad y sólo a ella”.
La capacidad técnica de la escritora neozelandesa asombra a Daniela Demarziani: “Me interesa, sobre todo, cómo a través de episodios breves y en apariencia insignificantes, o más bien cotidianos en la vida de estas mujeres, ella logra captar ese momento en el que todo en sus vidas parece a punto de romperse; ese momento en el que algo se quiebra y deja entrever el mar de fondo que implica sostener las apariencias. Katherine Mansfield ha logrado retratar como nadie lo que se esconde debajo de la superficie”.
Ese manejo de los detalles como contenedores del universo atraen a Diego Moreno: “Me gusta esa enorme capacidad que tenía para describir a los personajes a través de los detalles más pequeños. Retrata especialmente bien a las mujeres a través de diálogos aparentemente sin importancia (pero con mucho contenido en el fondo)”.
Ese misterio de desenmascarar con sutileza es para Diego Moreno uno de los principales aportes de la autora neozelandesa, “prestar atención a lo cotidiano y que partiendo de temas aparentemente superficiales fuese capaz de llegar al alma de las personas. Es muy difícil hacerlo tan bien como lo hacía Katherine Mansfield”.
Escribe Pietro Citati: “la existencia empieza y continúa antes y después del inicio y el fin de cada historia».
En esa intención de capturar la vida convirtió sus historias en cuadros impresionistas palabra a palabra. Cada relato es una gran pincelada corta del gran cuadro de la vida de donde surgen retratos de paisajes, hogares o episodios que representan el rostro de lo que fluye debajo.
Eduardo Berti, lamenta que, desde hace años, haya un cierto olvido de la obra de Mansfield: “Un olvido bastante injusto. Algunos la consideran un poco simple; otros, un poco sentimental. Pero en cuanto uno vuelve a sus relatos lamenta no releerlos más a menudo. Hay en ellos una frescura admirable, un gran talento para el detalle y para las escenas, un tono y una atmósfera siempre adecuados… Un don para plasmar pequeñas joyas a partir de casi nada”.
Katherine Mansfield: un reencuentro casual (9 enero, 2020) (Fagmento)
Por José Manuel Benítez Ariza
Era una deuda largamente aplazada: la primera vez que leí esos cuentos en este mismo ejemplar (Fiesta en el jardín y otros cuentos), hace más de treinta años, no me produjeron ni frío ni calor, pero me dejaron la sospecha de que había algo en ellos que seguramente sabría apreciar mejor si los leía en el momento adecuado. Ese momento parece haber llegado ahora. Por recelo, no obstante, hacia la traducción, busco primero en Internet el texto en inglés del cuento que da título a la colección y del que apenas recordaba el argumento, que ahora vuelve a desplegarse ante mí con ese paso seguro que sólo los buenos escritores saben infundir a una historia en la que, en realidad, pasan pocas cosas, pero éstas resultan ser muy reveladoras si se las capta con perspicacia y, sobre todo, si se sabe hacer partícipe de ella al lector, sin abrumarlo con la sospecha de que su función es asentir sin más al despliegue de inteligencia del que hace gala la narradora.
Y sí, resulta grato acompañar de nuevo a los protagonistas del relato, una familia de clase acomodada, en los sutiles cambios de ánimo y de percepción de la realidad que resultan de su persistencia en el empeño de celebrar una fiesta al aire libre a pesar de que acaban de enterarse de la muerte en accidente de trabajo de un obrero que vive en la misma calle. Mansfield consigue una magnífica exposición de los egoísmos de clase sometidos a tensiones que obligan a los circunstantes a forjar atenuantes de la mala conciencia sobrevenida. Y lo hace sin discursos impostados, sólo mediante la minuciosa observación del comportamiento de los personajes, en un lenguaje a la vez conciso y levemente virado hacia una ironía que no deja de contener una nota de nostalgia por el calor y la seguridad de ese mismo entorno familiar ahora sometido a fría disección.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
La criatura terrestre y otros poemas. Selección, traducción e introducción: Jimena Jiménez Real.
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mansfield.htm
https://batalladepapel.blogspot.com/2010/02/poesia-de-katherine-mansfield.html#.ZFm4jHbP2Uk
https://www.bestialectora.com/2019/10/biografia-de-katherine-mansfield.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Katherine_Mansfield
http://caocultura.com/katherine-mansfield-reencuentro-casual/
SELECCIÓN DE POEMAS DE KATHERINE MANSFIELD
ESTE ES MI MUNDO, ESTA HABITACIÓN MÍA
Éste es mi mundo, esta habitación mía
aquí es donde vivo – – y aquí he de morir
todo lo que me interesa está aquí
– – Las horas se escurren con rapidez.
Mira estos estantes – son solo libros, dirás
y yo te digo que son amigos, todos ellos
la mayoría tristes – aunque alguno alegre – –
y mis cuadros que adornan la pared.
Sí, ése es un Doré, desde donde me siento
por la noche con mis libros o mi trabajo, veo
cómo cae la luz glorificándolo – – –
contemplarlo me da fuerzas.
Ah, y en este armario guardo mi avara provisión
de música, pálpala fajo a fajo
es un elixir de vida – – no, es algo más
es para mí el Cielo, dicho en breve.
Y aquel es mi chelo, mi todo
mi amado, tan quieto permaneces
– – Si dejo que el arco caiga suavemente,
– – la magia yace bajo mi mano.
Y en las noches de invierno cuando el fuego es débil
nos reconfortamos juntos, hasta que parece
que afuera la noche, toda frío y nieve
es el fantasma de un sueño de antaño.
Éste es mi mundo, esta habitación mía
aquí es donde vivo – – – y aquí he de morir
todo lo que me interesa está aquí
Las horas se escurren con rapidez.
1904
FUEGO DE INVIERNO
Fuera es invierno, pero en el cuarto con cortinas
hermosamente caldeado por un fuego ondulante
y separado por persianas y postigos de la fea calle
una mujer está sentada – con las manos se agarra las rodillas
y se inclina hacia delante… Sobre su cabello suelto
la luz del fuego teje una red de reluciente oro
sella su boca pálida con besos apasionados
envuelve su cuerpo cansado en un cálido abrazo.
Apoyadas contra el parachispas sus botas empapadas de lluvia
exhalan vapor, y colgados de la cama de hierro están
su abrigo y su falda – su sombrero marchito y embarrado.
Pero ella está feliz, acurrucada junto al fuego
todos sus recuerdos del día sórdido
se convierten en nada, y ella olvida
que fuera, en la calle, la lluvia incesante
embadurna la acera con un lodo marrón y mugriento,
que en la mañana debe empezar de nuevo
y buscar de nuevo lo que no llegará.
No siente la desesperación repugnante
que se cuela en sus huesos durante el día.
En sus ojos hermosos – Dios mío – la luz de los sueños
perdura y resplandece. Y ella, niña de nuevo
ve imágenes en el fuego. Aquellos días lejanos
la casa dispersa, los cuartos frescos y perfumados
los retratos en las paredes, los cuencos de porcelana
llenos de popurrí. En su mecedora
el cojín con su nombre bordado –
Ve de nuevo su cuarto casi sin muebles
la colcha azul decorada con margaritas blancas y doradas
donde ella solía dormir, sin sueños…
Al abrir la ventana, desde el jardín recién segado
el olor tan fragante de la aromática hierba
el lilo que lanza al aire radiante
sus penachos púrpuras. El laurel salvaje
sus flores como manos pálidas entre las hojas
que se estremecen y bambolean. Y, ay, el sol
que la besa devolviéndola a la vida y al calor
Y otra vez es joven, y estira los brazos…
La mujer, acurrucada junto al fuego, se agita inquieta
y suspira un poco, como una niña somnolienta
mientras las cenizas rojas se desmoronan y agrisan.
De pronto, desde la calle, una explosión de sonido
un organillo que da vueltas, tiembla y resuella
La voz borracha, bestial e hiposa de Londres.
De 1908
SOLEDAD
Ahora la Soledad, me visita por las noches,
en vez del Sueño, y se sienta junto a mi cama.
Como una niña cansada, tumbada espero sus pasos,
veo cómo sopla la vela suavemente.
Sentada inmóvil, ni a un lado ni al otro
se vuelve, y agotada, deja caer la cabeza.
También ella es vieja; también ella ha luchado.
Por eso lleva una corona de laurel.
Atraviesa la triste oscuridad la lenta marea menguante
y rompe en la orilla estéril, insatisfecha.
Fluye un viento extraño… luego, silencio. De buen grado
me vuelvo hacia la Soledad, tomo su mano,
me aferro a ella, aguardando, hasta que anega la tierra estéril
la espantosa monotonía de la lluvia.
De Té de manzanilla
LA CRIATURA TERRESTRE – V
En una cueva opalescente de ensueño hallé un hada
Sus alas eran más frágiles que pétalos de flor
e incluso más que copos de nieve.
Lejos de asustarse, el hada se posó en mi dedo
y caminó delicadamente por mi mano.
Yo junté las palmas de la mano
e hice de ella mi prisionera.
La saqué de la cueva opalescente
y entonces abrí las manos.
Primero se convirtió en un vilano
luego en una mota de sol
y después – en nada de nada…
Vacía está ahora mi cueva opalescente de ensueño.
De La criatura terrestre
LA CRIATURA TERRESTRE – XI
La puerta de tu cuarto nunca está abierta.
A veces me quedo frente a ella de puntillas, como una niña
y me pregunto: “¿Debo llamar?”
pero mi corazón sabio responde_ “No,
quizá esté trabajando”.
A veces, cuando una luz azul inunda mi cuarto
la luz azul que tú amas –
y yo contemplo la nieve afuera –
me pregunto: “¿Debo llamarlo?”
pero mi corazón sabio responde: “No,
quizás esté durmiendo”.
A veces, silenciosa como un ratón
me acuclillo en el suelo, con un dedo sobre los labios
y apoyo la cabeza contra el panel de la puerta
intentando oír el correr de tu pluma
o el rápido crujir de las hojas de un libro
pero es en vano – mi corazón triste aventura:
“Quizá ya se ha marchado”.
De La criatura terrestre
LA CRIATURA TERRESTRE – XX
Hubo una vez un niño.
Él venía a jugar en mi jardín
era pálido y silencioso.
Pero cuando sonreía yo lo sabía todo de él
sabía lo que guardaba en los bolsillos,
y conocía el tacto de sus manos entre las mías
y los tonos más íntimos de su voz
Lo llevé por cada camino secreto
enseñándole los escondites de todos mis tesoros
le dejé jugar con todos y cada uno de ellos,
puse mis cantarines pensamientos en una cajita de plata
y se los di para que los guardara…
Estaba muy oscuro en el jardín
pero nunca lo bastante para nosotros
de puntillas caminamos entre las sombras más profundas
nos bañamos en las pozas de sombra bajo los árboles
fingiendo que estábamos bajo el mar
Una vez – junto al límite del jardín
Oímos pasos por el camino-del-Mundo
Ay, ¡cómo nos asustamos!
Le susurré, “¿Alguna vez has recorrido ese camino?”.
Él asintió, y nos limpiamos las lágrimas de los ojos…
Hubo una vez un niño
él venía –y venía solo- a jugar en mi jardín
Era pálido y silencioso
al conocernos nos dimos un beso
pero cuando se fue, ni siquiera nos despedimos
De La criatura terrestre
LA CRIATURA TERRESTRE – XXIV
Cuán silenciosas las manos de la Abuela
se pliegan sobre su regazo,
sobre el regazo de su vestido oscuro
sus manos – que brillan quedamente.
La luz del fuego toca su pelo plateado
todo lo demás está en sombra.
La observo con ternura.
¿Tus pensamientos también se pliegan así, Abuelita,
en el regazo oscuro del mundo,
brillan quedamente…?
Yo creo que tus manos sueñan
pues yacen muy quietas.
Creo que recuerdan
en el más secreto de los sueños
los regalos que han contenido
y los besos que han envuelto.
No, no estoy llorando
y si mis lágrimas caen sobre tus manos
no es más que rocío de mis ojos
que se abrieron bajo el influjo de tu sonrisa.
De La criatura terrestre
A DIOS PADRE
Al Dios pequeño y compasivo rezo
al Dios de barba larga y gris
y ondeante toga atada con cinturón de cáñamo
que asiente y murmura sentado en el descomunal trono del Cielo
Cuantísimo tiempo ha pasado, Dios querido, desde que
pusiste las estrellas en su sitio
desde que ceñiste la tierra con el mar, e inventaste el día y la noche.
Y aún más desde que te asomaste por la ventana azul del Cielo
para ver a tus criaturas jugar en el jardín…
Ahora todos somos más fuertes que tú y más sabios y arrogantes
en rápida procesión te sobrepasamos.
“¿Quién es esa marioneta que asiente y murmura
en el trono descomunal del Cielo?
Baja de tu puesto, Barba Gris,
¡estamos hartos de tus juegos!”.
Hace siglos que no creo en ti
pero hoy mi necesidad de ti ha vuelto.
No quiero un futuro color de rosa
ni libros de aprendizaje – ni protestas ni rechazos –
Estoy cansada de que tiren de mí –
Oh Dios, lo que quiero es sentarme en sus rodillas
en el trono descomunal del Cielo.
Y dormirme con las manos enredadas en tu barba gris.
De La criatura terrestre
AYER EN OTOÑO
Al hablar de “ayer” sonreíste
entrecerrando los ojos – te sacudiste de la frente
las alas batientes de tus sueños
pero con ternura.
Su caricia delicada como alas de mariposas blancas.
Inhalaste despacio el recuerdo de algún perfume encantador…
Estábamos agachados frente al fuego.
Mis manos llenas de crisantemos:
sentada mordía los maltrechos pétalos).
“Ayer” …y susurraste el nombre de tu amante
Sus besos imprimían cierta dulzura a tu rostro
y su risa vibraba en tu garganta cuando decías su nombre…
Como un tercero silencioso – ella se deslizaba entre nosotros,
tomaba tímidamente tu mano y la acariciaba…
vi cómo tus dedos se agitaban y la palma de tu mano se volvía
hacia afuera.
Ella era la única realidad en el cuarto.
Con la boca entreabierta la vi acercarse más y más.
“Ayer” …
Seria y fría escruté las flores otoñales en mis manos.
Y las lancé a las llamas… temblando sin parar.
De La criatura terrestre
SUEÑOS PENSADOS
Una pasiflora se enrosca en la verja,
como aves blancas son sus flores entre las hojas
Ah, no, son como conchas blancas
que flotan en la cresta de una ola marina.
La pasiflora se estremece como si fuera a romper
igual que una ola – derrama su brillante tesoro
por las orillas desoladas de mi ensombrecido jardín.
… Una pasiflora se enrosca en la verja
como pensamientos lánguidos son sus flores entre las hojas.
Ah, sí, son como pensamientos lánguidos
que flotan en la cresta de mi pena.
La pasiflora se estremece como si fuera a romper
igual que mi pena – derrama su languideciente tesoro
por las orillas desoladas de mi corazón estremecido.
De La criatura terrestre
A K. M.
Ella es un pájaro.
Su cuerpo es verde y sus alas leonadas.
Es la extraña prole de su indómita madre marina
que se enamoró de un ramito de helecho
arrancado por el viento – y depositado en su seno.
Su cuerpo chilla de fatiga – pero sus alas nunca se cansan.
Su cuerpo se estremece bajo una sola gota de lluvia
el viento en la cerradura la asusta mortalmente;
la más pequeña de las espinas de zarza le perfora el corazón;
el sol la abrasa y la luna la hiela.
Ríe y llora cada vez que cambia el viento.
Una pompa a la deriva la puede magullar –
La sombra de una nube la deja sin resuello.
«Libérame, déjame en paz», grita su cuerpo.
Sus alas baten arriba y abajo
sobre los tejados de las ciudades
sobre las cimas de las montañas
sobre las arenas movedizas del desierto
sobre el rostro desdeñoso de su anárquica madre
sobre los bosques turbulentos donde el viento arranca los helechos.
«Un momento – un momento… me muero».
Arriba y más arriba baten sus alas.
De La criatura terrestre
RÍO QUE DESPIERTA
Las gaviotas están locas de amor por el río,
y ella descubre su rostro y sonríe.
En sus ojos somnolientos las aves reflejan sus alas resplandecientes.
Ella yace sobre almohadas de plata: el sol se inclina sobre ella.
La calienta una y otra vez, la besa una y otra vez.
Hay chispas en su pelo y la risa la hace estremecerse.
¡Ten cuidado, bella que se despierta, o te incendiarás!
Revoloteando con la espuma del mar en el pecho
y las nieblas inefables del mar prendidas a sus alas salvajes
anunciando a gritos el éxtasis del mar infinito
las gaviotas están locas de amor por el río.
¡Despierta! Somos los pensamientos del sueño que vuelan de tu corazón.
¡Despierta! Somos las canciones del deseo que manan de tu pecho.
Ay creo que el sol le prestará sus magníficas alas
y que el río volará hasta el mar con las aves locas de amor.
De 1912
HE AQUÍ DOS CAMPESINAS
He aquí
dos campesinas
¡Qué tamaño!
Majestuosos brazos
y rostros redondos y colorados
sustanciales y amplias posaderas
enormes pechos
firmes como queso
rebosantes en sus rústicas chaquetas.
Grandes y espaciosos regazos
y sólidas rodillas
manos anchas
rollizas y rosadas
manos para sujetar
un ramillete campestre
o un bebé o un cordero
¡Y qué ojos!
Tontos, taimados, pequeños y maliciosos
espían por una ranura de la pocilga
fisgoneando los galones del vecino.
De 1914
EL PUEBLO ENTRE LAS COLINAS
Cuánto más lejos brincaba y corría la niñita,
más lejos quería ir;
los campos blanquísimos de narcisos
se mecían a la altura de su rodilla
y destellaban y resplandecían frente a sus ojos
hasta casi cegarla.
Entonces se adentró en el bosque.
En el bosque reinaba el silencio,
un silencio solemne y grave;
un sonido como de ola
suspiró en las copas de los árboles
y luego se aplacó.
Pero ella era valiente,
y el cielo dejaba entrever
un azul de huevo de pájaro,
y vio
un sendero que huía
por la colina, ¿quién sabe a dónde?
Y también ella huyó.
Pero luego el camino llegó a su fin,
y entonces terminó
y no volvió a encontrarlo.
Un viejecito estaba
sentado al borde del camino,
apoyado contra el seto.
Tenía un fuego
y dos huevos en una sartén
y un sobre de papel
con sal y pimienta
por lo que ella hizo un alto
para ver y admirar
¡cuán astuto y diestro era!
¿Puedo ayudarle en algo, viejecito?
¡Por supuesto! Dijo él,
puedes cenar conmigo.
Tengo dos viejos huevos
de dos gallinas blancas
y una hogaza de una amable señorita:
nuez moscada fresca,
unos trozos de chuleta
envueltos en fino papel rosa y blanco:
y –tengo- también
un estofado calentito
del pueblo entre las Colinas.
Asintió con la cabeza
y con el gesto le indicó
que se sentara bajo los pimpollos
de una enredadera.
Pero cuando la niñita juntó las manos
y bendijo la mesa como le habían enseñado,
el viejecito dejó escapar dos horribles gritos
y ella solo vio el destello de sus talones humeantes
mientras él daba vueltas y volteretas
con sus dos viejos huevos
de dos gallinas blancas,
su hogaza de una amable señorita,
la nuez moscada fresca
los trozos de chuleta
envueltos en fino papel rosa y blanco
Y así dando volteretas se alejó
el estofado calentito,
y tan calentito,
del pueblo entre las Colinas.
De 1916
MALADE
El hombre de la habitación contigua
Tiene la misma queja que yo
Cuando me despierto por la noche le oigo dar vueltas
y entonces él tose
y yo toso
y tras un silencio yo toso
y él vuelve a toser –
esto prosigue un buen rato –
hasta que siento que somos como dos gallos
que se llaman en un falso amanecer
desde granjas escondidas y remotas
De Té de manzanilla
ARRIVÉE
Por lo visto me paso media vida llegando a hoteles extraños –
Y preguntando si puedo irme a la cama de inmediato.
Y le importaría llenar mi bolsa de agua caliente
Gracias qué delicia.
No. No necesito nada más –
La puerta extraña se cierra ante el extraño
Y yo me deslizo entre las sábanas
A la espera de que las sombras salgan de las esquinas
Y tejan una red lenta, muy lenta
Sobre el más feo de los papeles pintados.
De 1918
ALAS COBIJADORAS
¡Amor, mi amor! Tu ternura,
tus modos bellos y atentos
agárrame, pliégame, cobíjame;
yazgo en una suerte de estupor,
ni dormida ni despierta,
ni capullo ni flor.
¿Nos traerá mañana
alegría o tristeza,
la hora oscura o la dorada?
¡Amor, mi amor! ¡De mí tanto te compadeces!
Amonéstame, repréndeme – grita:
“¡Ríndete – ríndete! ¡No debes luchar!”.
¿Qué he de hacer, entonces – morir?
Pero – ¡ay mi horror de las camas vacías!
¿Cómo podría quedarme?
“A la de una, preparados,
a la de dos, listos,
y a la de tres, ¡ya nos vamos!”.
Querida mía – ¡qué grave eres!
Qué triste y abatida tu mirada –
“Dos senderos mortecinos yacen bajo la luna,
en el cruce de caminos”.
Pero la senda estrecha y cubierta por los árboles,
¿acaso no es tuya y mía?
Las campánulas tintinean
“tilín tilín, tilín tilín, tilín tilín,
y la enredadera está cargada de capullos,
¡Amor, mi amor! ¡Pena de mi corazón!
Un árbol se encorva sobre el arroyo
y tú me acallas, me arrullas, me ensombreces,
y la sombra oculta los destellos.
Tus graciosas ramas encorvadas y trágicas
son pesadas como si cargaran lluvia.
¡Corre, corre!
¡Corre al sol!
Seamos niños de nuevo.
De 1918
OCASO
Una chispa de luz se desprendió del cielo
sobre la marea rebosante, y allí quedó
agitándose pálida cual criatura que condenada a morir
ha amado el día luminoso.
“Ay, ¿quiénes son esos que aletean por el aire lleno de sombras?”
gritó ella agonizando. “¿Acaso vienen a por mí?”.
Grandes olas la arrullaron: “Tranquila –ya está- ¡ya pasó!
Nada hay que ver”.
Pero sus blancos brazos se alzaron para cubrir su cabeza radiante
Y ella se apretó contra las olas hasta hacerse pequeña…
Sobre sus rodillas lánguidas la chispa yacía muerta
Y los pájaros de las sombras caen.
De 1920
EL PÁJARO HERIDO
En el amplio lecho
bajo la colcha verde bordada
con flores y hojas que siempre parecen estremecerse
ella es como un pájaro herido que descansa en un remanso.
El cazador disparó su dardo
y la alcanzó en el pecho,
provocó una herida, mas no la muerte.
Ay, alas mías, alzadme – ¡alzadme!
¡No estoy horriblemente herida!
Cayó y permaneció quieta.
Llegaron al borde del remanso gentes amables con cestas
“¡Sin duda lo que el pobre pájaro quiere es comida!”.
Sus petates y bolsillos se henchían casi hasta reventar
de migajas de la cena y sobras del almuerzo de los sirvientes.
¡Ay, cuánto les complacía dar algo de verdad!
“Antes, ¿sabes?, ¿sabes?, no hacías más que huir volando
rara vez venías al alféizar, rara vez
compartías las deliciosas migas arrojadas al jardín.
Aquí tienes un delicado fragmento y aquí una exquisitez
que sigue como nueva. Y aquí tienes un pedazo de puro deleite
y tarta y pan y pan y pan y pan”.
De 1922
MANSFIEL EN PEDAZOS
No te gustaría probar toda clases de vidas; una es demasiado poco, pero ahí está la satisfacción de escribir: uno puede ser un montón de gente.
Debemos deshacernos de la idea del cuco; y luego, luego viene la oportunidad de la felicidad y la libertad.
Cuando paso ante una tienda de manzanas, no puedo evitar detenerme y mirar y mirar hasta que siento que yo misma me estoy convirtiendo en manzana, y que en cualquier momento soy capaz de producir una manzana, milagrosamente, de mi propio ser, como el mago que hace aparecer un huevo…
Esta mención de Mansfield a “convertirse en lo que está viendo” está ligada, de alguna manera, curiosa, a la famosa Metamorfosis de Kafka. Recordemos que ambos escritores eran contemporáneos: Kafka nace en 1883, Mansfield en 1888; Kafka publica La Metamorfosis en 1915, Mansfield habla de la metamorfosis en 1917; Mansfield muere de tuberculosis en 1923 y Kafka muere de la misma enfermedad en 1924. (octubre de 1917)
Es una molestia infernal amar la vida como la amo. Parece que la amo más en vez de amarla menos a medida que pasa el tiempo. Nunca se convierte para mí en un hábito… siempre me maravilla. Espero ser capaz de permanecer en ella el tiempo suficiente como para escribir algo verdaderamente bueno. (mayo de 1921)
El arte no implica el esfuerzo del artista por reconciliar la existencia con su visión, sino un intento de crear su propio mundo en este mundo. Lo que da tema al artista es la desemejanza con aquello que aceptamos como realidad. (noviembre de 1921)
LA CRIATURA TERRESTRE – VI
Ya no cubre la nieve los campos
hay laguitos azules y lirios del verde más tierno.
La nieve se ha quedado atrapada en el cielo
en tantas nubes blancas – y el azul del cielo es frío.
Ahora el sol se pasea por el bosque
toca ramas y tallos con sus dedos de oro
y ellos tiritan, despertando de su sopor.
Por las estériles ramas sacude sus rizos amarillos.
… Aunque llena el bosque un sonido de lágrimas…
El viento baila por los campos
es estridente y claro el sonido de su risa amanecida,
aunque los laguitos azules se estremecen
y los lirios del verde más tierno se doblan y tiemblan.
De La criatura terrestre
LA CRIATURA TERRESTRE – XIV
Un vientecillo rondaba la casa
Hacía vibrar las ventanas y los pomos de las puertas
“Déjame entrar – déjame entrar”, se lamentaba.
Pero yo corrí la cortina y encendí la lámpara.
“Ay, ¡cómo puedes ser tan cruel!”, sollozó el viento
“Mis alas están cansadas: quiero dormirme en tus brazos
En tu corazón hay paz, y un lugar blandito para un niño cansado”.
Me incliné sobre mis libros
“La noche es muy oscura y las sombras me hacen daño”.
Abrí mi ventana, me asomé y tomé al viento en mi pecho
Él permaneció en silencio un momento
Luego inhaló profundamente y abrió los ojos
Con una sonrisa maliciosa
Saltó de mis brazos como un resorte – apagó la lámpara
Desparramó las hojas de los libros, brincó y bailó por el suelo
“¿Sabías, canturreó
“que había una chispa en tu corazón?
Yo la he convertido en llama con mi aliento –
Ahora descansa si puedes”.
De La criatura terrestre
TULIPANES ESCARLATAS
Extraña flor, medio abierta, escarlata
qué suave es sentir y apretar
mis labios contra tus pétalos
Exaltación inhalada
Una fiebre y un anhelo
un deseo que arde en mí
una pasión violenta y escarlata
me agita salvajemente.
Extrañas flores medio abiertas, escarlatas
mostradme vuestro corazón de fuego
lo guardáis acaso en un envoltorio de seda
lo encontraré de todas formas
besaré vuestros pétalos escarlatas
hasta que me abran vuestro corazón
y una hermosa pasión trémula
nos una, salvajemente.
De 1913
EL GOLFO
Un golfo de silencio nos separa
Yo estoy a un lado – tú al otro
no puedo verte ni oírte – pero sé que estás ahí.
A menudo te llamo por tu nombre infantil
y finjo que el eco de mi llanto es tu voz.
Cómo podremos salvar el golfo – hablando o tocándonos jamás.
Una vez pensé que quizá lo llenaríamos con nuestras lágrimas
Ahora quiero hacerlo pedazos con nuestras risas.
De 1916
TÉ DE MANZANILLA
Afuera las estrellas iluminan el cielo;
un rugido vacuo llega desde el mar.
¡Y pobres florecillas de almendro!,
pues el viento sacude el árbol.
Quién me iba a decir, hace un año,
en esa horrenda casita junto al Lee
que él y yo estaríamos así sentados
y bebiendo una taza de té de manzanilla.
Ligeras como plumas vuelan las brujas,
el cuerno de la luna se muestra sin ambages;
junto a una luciérnaga y bajo un narciso
un duendecillo y una abeja hacen un brindis.
Podríamos tener cincuenta años o tener cinco,
tan apretados, tan compactos, ¡tan sabios somos!
Bajo la pata de la mesa de la cocina
mi rodilla se aprieta contra la suya.
Nuestros postigos están cerrados, el fuego arde quedo,
el grifo gotea con sosiego;
las sombras de la cacerola sobre la pared
son negras y redondas y se muestran sin ambages.
De 1916
OLAS
Vi a un Dios diminuto
sentado
bajo un Paraguas azul brillante
que tenía borlas blancas
y varillas dobles de oro
Bajo él Su pequeño mundo
se desplegaba al sol
la sombra de Su Sombrero
caía sobre una ciudad
cuando extendía Su mano
un lago se convertía en un temblor oscuro
cuando levantaba un pie
se hacía de noche en los pasos de montaña.
¡Pero tú eres pequeño!
Hay dioses mucho más grandes que tú
se alzan y caen
los despeñados dioses del mar.
¿Puede tu Pecho lanzar tales suspiros
gritos tan sordos y salvajes
un respirar de viento
una muerte tan gimiente
y puede tu brazo abarcar
los antiguos, fríos
horrendos e inmutables lugares
donde los rebaños
de astados monstruos marinos
y los pájaros que graznan
se dan encuentro?
De esos hombres callados
que yacen en el redil
de nuestras cárceles nacaradas
¿no puedes acaso cazar a tu presa?
Como hacemos nosotros, ¿no puedes
aguardar tu hora,
y luego izarte como una torre
y caer y hacerte pedazos?
No hay árboles ni hay arbustos
en mi país
dijo el Dios Diminuto.
Pero hay arroyos
y cascadas
y cumbres de montañas
cubiertas de hermosa maleza
hay calas y puertos seguros
cuevas que son frescas y llanuras por donde campan el sol
y el viento
Primoroso es el sonido de los ríos
primoroso el brillante resplandor
de las hermosas cumbres
Estoy contento.
Mas Tu reino en pequeño
dijo el Dios del Mar.
Tu reino ha de caer
para ti no habrá paz
pues eres altivo
Con un alto
repicar de carcajadas
se levantó y cubrió
la tierra del Dios diminuto
con la punta de su mano
con la curva de sus dedos
y luego – –
el Dios diminuto
rompió a llorar.
De 1916
¡VOCES DEL AIRE!
Pero luego acontece el raro instante
en que, sin ningún motivo aparente
las voces diminutas del aire
suenan por encima del mar y del viento
El mar y el viento les obedecen
y, cantando, cantando notas dobles
de contrabajo – consienten en tocar
un vibrante acorde para las gargantas diminutas.
Las gargantas diminutas que cantan y se alzan
a la luz con hermosa facilidad
y con una suerte de sorpresa dulce y mágica
de oírse y conocerse por ellas.
Por estas voces diminutas: la abeja, la mosca
la hoja que golpetea, la vaina que estalla,
la brisa en las puntas de la hierba ondeante,
el sonido estridente y veloz que emite el insecto.
El insecto que pende de un tallo
y un hilo de agua que resbala entre
los musgos, las grandes piedras y su tiara
toda esta infinita y silenciosa canción.
Esta canción silenciosa, tan tenue y rara
que el corazón no debe latir ni la veloz sangre fluir
para oír la miríada de voces del aire
De 1916
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)