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BIOGRAFÍA DE STELLA DÍAZ VARÍN
Stella Díaz Varín nació el 11 de agosto de 1926 en Santiago de Chile en una familia de clase media; su padre fue un relojero anarquista que inculcó a la escritora su ideal político, y su madre, descendiente de una familia de abolengo de origen francés sumamente venida a menos. Esto, sumado a sus apasionadas lecturas, provocaron que desde pequeña publicase artículos y poemas en los diarios locales. En 1946, leyó un poema frente al presidente Gabriel González Videla en un acto público de su colegio, lo que determinará que el presidente electo le ayude a instalarse en Santiago, deseo que se había exacerbado con la muerte de su padre, 11 años atrás.
En 1947, viaja, bajo la oposición de su madre y su hermano mayor, para seguir estudios de medicina y psiquiatría, convencida de poder escudriñar en el cerebro humano para conocer los sueños del hombre. Finalmente no completara sus estudios.
Diarios como El Siglo, La Opinión, donde conoce a Vicente Huidobro, El Extra, donde reporteaba crímenes en los barrios marginales, y La Hora publican sus escritos. Fue despedida de este último a causa de un artículo relacionado con la tala de árboles en La Alameda ordenada por el alcalde de ese entonces. El cierre de los diarios en que trabajaba le impide continuar sus estudios.
González Videla, que en 1946 había ganado las elecciones con el apoyo del Partido Comunista, hace aprobar en 1948 la Ley de Defensa de la Democracia que prohíbe el partido comunista, y sus miembros, entre ellos Stella, son perseguidos. Un profundo odio por el gobierno la unió a Enrique Lafourcade y Enrique Lihn, por lo que juntos se tatuaron una calavera en el brazo, un pacto de sangre que consistía en dar muerte al presidente que consideraban dictador.
Fue el editor Domingo Morales, en 1949, quien la impulsó a publicar su primer libro: Razón de mi ser. Los poemas de este volumen reflejan la vitalidad y fuerza de la poeta. A través de imágenes sugerentes y de un lenguaje subterráneo, temas como la muerte, la soledad y el reconocimiento a la condición femenina evidencian en este poemario la relación inseparable entre la vida y la creación poética de la escritora. Esta publicación fue elogiada por el reputado crítico Alone y la acercó al Grupo La Mandrágora.
Por sobre todas las cosas
El canto:
El mío, el tuyo,
El nuestro.
No hay
Sino un solo canto.
No es
Que nos arroguemos el derecho
Porque
Las conjunciones lo demuestran.
En el mismo período, vivió con su hermano menor en una pensión cercana al antiguo Instituto Pedagógico. Para entonces, se vivía un gran auge cultural en la capital, donde escritores como Jorge Tellier, Enrique Lihn, José Donoso, Enrique Lafourcade, Mariano Latorre, Pablo Neruda, Alejandro Jodorowsky y Nicanor Parra compartían con Stella en El Bosco y el café Iris. Como cuenta la escritora en variadas entrevistas, los de la época del 50 eran lectores asiduos de Darío, Neruda y Sartre.
Durante esa misma época vive un romance con Parra, quien le dedica el poema La víbora; posteriormente conoce a Jodorowsky, con quien vive una intensa relación amorosa. Al cabo de un tiempo es acorralada en una cita y violada, quedando embarazada. Se casa en 1950 con el arquitecto Luis Viveros Jacques, un ambiente familiar para acoger a Rodrigo, el niño recién nacido. Este matrimonio tuvo como fruto tres hijos más, que mueren a las pocas semanas de nacidos.
En 1953, publicó Sinfonía del hombre fósil, autoeditado e ilustrado por su marido. En 1959, Tiempo, medida imaginaria, donde incluye un poema dedicado a Neruda que escribió años antes para la celebración de los 50 años del poeta.
En 1960, a través de Nicanor Parra, conoció al poeta estadounidense Allen Ginsberg, con quien entabla una amistad durante la estadía de este en Chile, hospedándole en su residencia, aún bajo la oposición férrea de su esposo.
En 1973, se enfrentó con el golpe militar y la ascensión al poder de Augusto Pinochet; durante este tiempo, la escritora vocifera a favor del PC desde su ventana en la Villa Olímpica a la calle y exhibe fotografías del Che Guevara. Su vivienda es allanada y ella misma, detenida y torturada; además, es arrollada por un vehículo que vigilaba su casa. Durante este periodo participa en la Sociedad de escritores de Chile, como casi todos los escritores de la época.
En 1992, publicó Los dones previsibles, con el que había ganado el primer premio Pedro de Oña en 1988. Posteriormente, en 1993, el libro obtuvo también el Premio Mejores Obras Literarias Publicadas del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. En ese mismo año, apareció un tríptico testimonial autoeditado: La Arenera.
Un año después, viajó a Cuba para presentar en la Casa de las Américas un ensayo sobre la poesía chilena desde 1898 hasta la poesía joven. En ese país, fue homenajeada con una antología de sus poemas, titulada Stella Díaz Varín: Poesía. En 1999, publicó De cuerpo presente, ganador de un premio FONDART.
Figura mítica, se la ha llamado “primera poeta punk chilena” y “la Bukowski chilena”, y fue protagonista de numerosos incidentes, entre los que figura el puñetazo dado públicamente a Lafourcade a raíz de un artículo que este había escrito en El Mercurio durante la dictadura militar y que, según ella, la “delataba”.
Su poesía marcó nuevos rumbos en la creación poética nacional y en Estados Unidos se realizan variadas tesis en torno a su obra poética.
Sus versos fueron incluidos en varias antologías como Poesía Nueva de Chile (1953); La mujer en la poesía chilena (1963); Atlas de la poesía chilena (1958).
Semanas antes de su deceso, obtuvo una beca del Fondo del libro y la lectura por Stella Extragaláctica, un libro de conversaciones con la periodista Claudia Donoso, sostenidas desde 1999. Sin embargo, no sería publicado hasta 15 años después, en 2021, bajo el título La Palabra Escondida: Conversaciones con Stella Díaz Varín.
Ella dijo: esa es mi enfermedad, voy a morirme de repente.
Stella Díaz Varín falleció a los 79 años en el Hospital del Salvador, en Santiago, el 13 de junio de 2006, diez años después de que se le diagnosticara cáncer de mama. Su velorio se realizó en la Sociedad de Escritores de Chile, dos días después. En las semanas posteriores, se llevaron a cabo diversos homenajes a nivel nacional. Su tumba se encuentra en el cementerio Parque del Recuerdo Américo Vespucio, en Santiago de Chile. Allí, coincidentemente, también se haya la sepultura de su amigo y colega Enrique Lihn.
El documental La Colorina, dirigido por Fernando Guzzoni y galardonado en varios países, narra su vida, obra e impacto tanto en el ámbito literario como su carácter de figura mítica. Fue estrenado en 2008.
Stella Díaz Varín fue la voz femenina chilena, que se introdujo con fuerza en la reconocida
generación de poetas chilenos de la década de los cincuenta.
Obra poética:
- Razón de mi ser (1949).
- Sinfonía del hombre fósil (1953).
- Tiempo, medida imaginaria (1959).
- Los dones previsibles (1992).
- La Arenera (1993).
- Stella Díaz Varín: Poesía (antología editada en Cuba) (1994).
- De cuerpo presente» (memorias) (1999).
- Obra reunida (2011).
- Extractos de entrevistas
Yo no sé para qué sobrevive uno. Para ver cómo se mueren los poetas emergentes, muertos de hambre, o cómo se mueren los poetas viejos, también muertos de hambre. En este país pasan las cosas más espantosas y pasan cosas como de brujos. Como dicen estos sujetos del fútbol, pueden pasar dos cosas: unos pierden y otros ganan. La filosofía del fútbol. (…) Y veo también a todos los poetas que se pudren en la más espantosa indefensión en este país de mierda… Y no me cuenten historias chinas a mí, ni me digan cosas. He visto por último a los poetas emergentes suicidándose, drogándose, emborrachándose, lo que es muy bueno, ya lo creo, pero resulta que esto es una cosa horrible y este país, tranquilo, tranquilo, no hace nada por la poesía, por la cultura ni por nada. Éste es un país que se enjuaga la boca con la cultura. Todos los sujetos hablan “yo, que estoy con la cultura”. Qué cultura. Los poetas están muertos de hambre, como están todos los trabajadores de este país, muertos de hambre.
Yo me he sentido poeta durante toda mi vida, voy a seguir siendo poeta, mala o buena o lo que sea. Pero resulta que llega un momento en que tú cuestionas todo esto. Y no se me invitaba a mí a ninguna cosa. Decían ah, no, momento, la Stella Díaz Varín, no, momento, por favor. Por favor. Era como una especie de demonio, aparte del hecho de que soy mujer.
Yo tengo que decir una cosa: nunca en la vida, perdóname que te lo diga, nunca en la vida ningún hombre crítico, ninguna mujer crítico se había preocupado de escudriñar en mis cosas. Nunca, nadie. Ahora recién lo están haciendo, y ¿quiénes lo están haciendo? ¿Es el señor Valente? ¿Es otro señor? ¡No! Son las mujeres, las mujeres con todo el celo que se les atribuye, las que están abriéndome un camino.
Creo que el ser humano no decide escribir o no escribir, sino que llega un momento en que algo sucede, y es una cuestión muy mágica y muy mítica. Entonces el hombre empieza a construir situaciones que no se dan en el momento presente, se dan mucho más allá de todas las cosas. Yo creo que el poeta es eso, un ser humano que construye mucho más allá de todas las cosas.
Entonces: ¿comprendes a las iluminadas y a las santas?”, le pregunta la periodista Claudia Donoso a la poeta: Totalmente. Después de haber leído a Teresa de Jesús cae de cajón que allí había una pasión orgásmica con Dios. Y esa cosa una vez yo la sentí. No lo voy a olvidar nunca. (…) Era otoño y llevaba puesto un abrigo francés precioso con unas tremendas solapas. Me acuerdo que andaba sin medias porque me importaba todo un bledo y que iba a tomar el carro. Eran como las 5 de la tarde y de repente miré las nubes y vi una luz en el cielo, en el tiempo en que el cielo de Santiago era maravilloso y extraordinario, y era una luz tan linda oye, con unas cosas como fosforescencias y me sentí completamente plena durante cinco minutos.
Yo creía y todavía creo que el hombre es salvado por el hombre, ésa es una cuestión que se me dio a mí cuando yo era chica, yo dije Dios no existe, por lo tanto el hombre salva al hombre. Que yo gritara esto en las iglesias de mi pueblo produjo ciertos inconvenientes. Pero yo creía en la Virgen de Lourdes.
Cuando a Stella Díaz Varín le dieron el veredicto médico, ella decidió morir con su cáncer escondido expresó literalmente, y aclaró: “Yo me lo busqué. Yo me lo busqué. Como dicen las viejas antiguas. Tengo tabaquismo, alcoholismo y tengo surrealismo”. Y frente al desenlace: ¿cuál es la reflexión de Stella Díaz Varín?: “Cuando tú tienes 80 años y te encuentras con esta gente maravillosa, de 17, 18 años, que te hablan como si tuvieras su misma edad, yo creo que no me voy a morir. Mientras yo viva con esta gente no me voy a morir nunca”
SELECCIÓN DE POEMAS DE STELLA DÍAZ VARÍN
POEMA INÉDITO
Hay un cúmplase para el sueño del hombre
No es finiquito sino el comienzo
De toda precaria existencia humana
No solamente me remito a los seres antiguos
Me elevo sobre las mismas cumbres
Para sentir el olor de los espinos
Me hundo en lo mas hondo
De las quebradas inaugurales
Y me remonto de repente como un caballo alado
Por sobre el más lúcido pensamiento del hombre
¿De que hombre?
Pienso en Enrique Lihn, en Jorge, en Alfonso, en Rolando,
En todos los hombres que alguna vez me reconocieron,
Que reconocieron mis venas y mi saliva,
Pienso en lo que significo la estancia tan efímera
De mis camaradas, de mis compañeros,
Estancia tan efímera de la que soy una sobreviviente.
Quiero cruzar este río verde, más allá del río
Quiero estar en lo hondo del valle precedido,
Quiero estar también en la pequeña flor.
Yo sé que estoy en el gran temblor de la tierra
Para inaugurar los otoños, pero no las primaveras.
RAZÓN DE MI SER
De la mujer que desparramó las larvas milenarias
de sus pechos en el dintel del tiempo;
de la mujer que se envolvió a sí misma
dentro de una madrépora en su mundo de algas
y desanduvo todos los caminos para encontrar sus ansias
y lanzó su agonía decisiva junto con las estrellas…
De la mujer que amaba las palomas en éxtasis de virgen,
y amamantaba lirios por la noche con su pezón dormido;
de la mujer que supo antes que Dios del clavo y del silicio.
De ella, la tentadora de la muerte durante ocho siglos,
la que en sus manos tiene dos trigales y en sus sienes de niña
una rama florecida de lágrimas,
de ella la novia que tendió sus velos por sobre los abismos
de ella la vencedora, la cercana,
de esa mujer soy hija.
LA ARENERA
Crónica. Dos de febrero.
Cinco centímetros de columna
A nadie le dice nada
Que una anónima arenera…
Mal gusto del periodista
Por tal condimento a la hora del almuerzo
Mal gusto de la muerte
Sonrisa endemoniada de la vida
Una mujer arenera…
Diez uñas
Y el silencio
Para escarbar milenios.
Pagado y miserable
Cuatro pesos el metro cúbico:
Ripio arena y sangre
Para la construcción del Caracol
Cuatro pesos
El metro lineal de alimento sudoroso
Monedas apagadas de sonido
Cara de la Miseria
Sello de la vergüenza.
La firma constructora:
Cuatro millones
Mil y más mil dólares se necesitan
Ya vamos llegando
Un poco más de fuerza y ya estaremos
Cómo no aprovechar la mano de obra
Si por vez primera no cuesta nada
Cuarenta y mil siglos la Arenera
Con sólo diez uñas y el silencio.
Flor se llamaba.
Nada más que una crónica
Un suelto de noticia cotidiana.
Flor María Beltrán
Y dieciséis años
En los brazos de Julio
Vivientes
En la población “Lo Amor”
Qué coincidencia
Cinco bocas
Menos mal que sólo cinco bocas
Cinco bocas asociadas con el hambre
Una ligera operación aritmética
Y tenemos
Algunos pares de zapatos metafísicos
Una que otra vez
Uno con otro
Una que otra vez el andrajo colorido
Una que otra vez el mendrugo
El jergón, la Eucaristía.
En el río Mapocho
Llegó a puerto la Flor
Dieciséis años
Recalando en puertos de pasada
En aguas turbias
Resacas, mareas.
Una que otra sonrisa entre la nada
Dieciséis años en los brazos de Julio.
No la ayudó
La arena decantada
No la ayudó
El rodado cantar
De la piedrecilla volandera
Bajando los pendientes
Las promesas.
No la ayudó Julio
A pocos pasos de impotencia
No la ayudó la esperanza
De cinco bocas esperándola
Las cinco esperas hambrientas
Repetición de ojos oscuros
Abiertos al miedo
Bofetón impotente al firmamento
Puño encerrado y maldiciente
A la estrella perdida.
Mala suerte la vida, Flor Beltrán
Muy lejos tu sonrisa tu esperanza
Ese lejos
Cuando la primavera diseñó tu cintura
Ese tan lejos
De la palabra coincidente
Ese más lejos
Cuando Julio Cifuentes
Enterneció la “mejora” con sus besos
Ese presente -lejos
Cuando la vida Mentirosa por cierto
Encendió tus pupilas
Y se afincó en tu vientre
Durante cinco veces
Para después de un tiempo
No el justo, no.
Tus diez dedos sin uñas, tus silencios
Tus cinco bocas ávidas
Tu Julio
Los tragará la arena, tu alimento.
Flor María Beltrán
Compañera arenera sin palabras
Sin títulos, sin zapatos
Con la misma pollera
Te sepultó el más grande de los derrumbes.
En tus pestañas, en tus crenchas
Florecen las arenas.
ORIGEN DE SOLEDAD
Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento
y mi mirada de estremecida fiera,
cómo es que pretendes poseer mi soledad
a través de la raquítica arquitectura del sonido,
cómo es que pretendes encontrar el origen
de mi violento mandato, más allá
de la séptima agonía de tu pecho.
Soy y seré después de los advenimientos
y de las cicatrices imborrables de tus párpados.
Ay, noche, a ti te digo de mis estertores,
desparrama tu pomo de fragancias.
Aunque de opacos soles venga tu reinado de aguas
y los peces invadan mi velamen,
yo te diré del purificado peregrino
y de la hondura de su lágrima.
Desde la cripta donde habita el ansia
te hablaré de mi noche y de sus astros,
del vasallaje estéril de los dioses,
y de la inútil senectud del alma.
Dices que presentías mi vertiente
cuando aún no venía,
del remoto cataclismo de amapolas,
que era grande la dicha de saberme
y era honda amargura mi llegada,
o te diré, después del primer y último
titilar de la lágrima,
que es inmensa amargura el no tenerme.
No quieras que me encuentre
en el confuso panorama de algas,
ni busques en la cuenca de las olas,
mi escondida palabra,
Yo estaré lejos, lejos, solamente
donde la luz no hiera mi pupila de estanque;
estaré lejos, lejos, lejos, lejos,
mis dedos convertidos en puñales,
hurgando en los cabellos de una virgen
—raíz semi escondida de la llama—
mis propias actitudes.
Amada infiel, mi soledad, ¿me dejas?
Vuelve a la noche. Espera, calla.
Es que quiero adorarte.
DE LA PREMATURA MUERTE
Ella dice:
¿Cómo es el amor? ¿Quién lo pretende?
El tiempo es tan efímero
y estás llorando por lo imaginario.
Es fácil el dolor, la alegría, la duda,
y el llorar de rodillas;
no es el querer morirse caminando
para no regresar después de nada.
En mis manos abiertas,
ha nacido mi querida amargura,
y tus ojos severos, están muertos
detrás de mis umbrales.
Nada tengo de ti, nada ha quedado.
Las prematuras muertes no nos unen,
no estuvimos jamás en el silencio,
ni con el tiempo, y es que nunca estuvimos.
Vivimos deambulando como perros, de noche
como se van y emigran de sus fosas
los esqueletos vivos,
y estamos al nivel del horizonte
pretendiendo la altura,
y estamos en la bruma
y sus guitarras de mordaces sonidos;
y en las ciudadelas verticales,
y en la amapola blanca y en el rictus.
Para qué desprenderse de la callada estirpe
si nada se desprende de nosotros:
tu voz está impregnada de mis voces,
tus ojos, de mi última mirada.
Cómo puedes decir que se ha perdido
lo que tú me has dado
Estamos en la noche,
merodeando la duda,
con miedo de saber
qué nos espera detrás del horizonte. Sonriamos…
ELLA
Ella estaba parida tristemente
sobre una ola, también recién parida.
Y era su sustancia, de amortiguado rostro redivivo,
como la mano empuñada de rojo.
Y perennemente sola como el signo de su frente.
Ella, y el viento azul, meciéndola como un padre
con algo de brutal y algo de amoroso.
Ella tenía asida a su cintura
la acordonada mano del amigo.
Tanta enramada para tanta sangre.
Ella estaba parada como un pequeño invierno sedentario
y en los ojos le bailaba la muerte.
Para existir después de tanta primavera,
Ella debió tener un silencio estatuario
En su única arruga frontal.
SINFONÍA DEL HOMBRE FÓSIL
Desde un mundo de carbón vegetal, me levanto,
como empujada ola, compañero.
Me vibran las acústicas marinas
y enhebro el silencio de la greda,
y escupo a la muerte por encima del hombro.
Pero nada es igual dentro del agua
sino el agua y el pez dentro del agua.
Si a cada día, si a cada espacio vengo,
por la noche mis manos enloquecen,
y el vértigo fustiga la horadada simiente.
No sólo el ritmo es propensión al canto,
pues entonces la muerte
no podría tener un significado de vocales.
El paso se acostumbra al silencio
como el agua a los muelles,
y voy cantando risas a olvidadas aceras
con detalles ambicionados por la nieve.
¿A qué viene entonces el deseo de sentirse viva?
-Así es una niña azul en su traje de verano-.
Yo tengo una cabellera de yodo
y en cada ojo un barco con forma de mirada,
y asida a un mástil sin cuidado fumo
mi cachimba de hierbas suburbanas,
y en un sonoro vientre mi corazón apoyo
y a oscuro corazón mi corazón allego.
Soledad, me acostumbro a diversas costumbres.
Eternamente verde, muerta en el alga verde,
y el sudor de los vinos agotados, me ciñe
y abandono deseos vertebrales.
En corporales nieblas,
me desvisto de sal y resinas oscuras
y asisto al panorama de besos y crujidos
y a latitudes verdes me incorporo.
Amigo, ya lo sé.
Dejaré al tiempo saber su estación olorosa.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.
Iba con su hombro izquierdo en dirección al norte
y la piel erizada y oculta prometida a la pampa roja.
Ay astro mal herido por el día,
desde tu corazón te he suicidado
ayudada por tu propia luz.
El habitante de los cristales no está conmigo ahora.
A qué venir entonces a medir el espacio con el hueco de los ojos.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.
Desde donde la luz inicia la distancia,
desde los puros astros montañeses,
oigo tu voz de aletargado vino,
tu esencial continencia de agua dura.
Y no soy yo en el fuego devorando crisoles
y no estoy en la fécula de sabor prohibido
ni en la silenciosa multitud.
Y así, entre advenedizos y distantes,
desastillando la mano del leñador junto a su único árbol derribado.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.
Su misteriosa voz de océano,
su labranza de anillos,
su escondida raíz,
su pétrea contextura,
su esmerilada boca de diamante
agoniza en la tierra su secreto;
en ahogados espasmos de vertientes inéditas
-claras constelaciones subterráneas-
siderales ramajes suspendidos en el viento del sur.
Ay compañero;
tu rasgada piel de animal quebradizo,
ay, hombre, muriendo e inconcluso,
hombre de intentos pétreos,
de prohibidas féculas candeales.
¿De qué espiral renacerá tu canto,
de qué aullido infantil se hará tu corazón?
Qué importa tu experiencia de abdomen
envejecido y virginal,
qué tus huesos florecidos,
qué tu angustia de cineraria seminal.
Yo me levanto
sobre tu semblante de alga seca
y avizoro olas escasas de pelaje marino,
y a verticales sombras verticales me uno
como a su sombra, un ahorcado suspendido de noche.
CANTOS DE ANADIR [Canto primero]
Yo estaba como aquel a quien le han sido arrancados los ojos por una manada de serviles águilas. Y mi sangre entonces, era vertida en el pozo más oscuro de mi casa junto con el estiércol y las palomas muertas.
Yo era aquel a quien servía de morada, la tumba de sus antepasados; –silvestre, como todas las tumbas silvestres.
Yo era aquel a quien el amado confundió con una sola de sus caricias aprendidas de la esposa. Me venía por el costado un suave sopor, y me dormía queriéndola a ella, pensando en ella como en la primera amadora. Para mí, ella era él; entonces ya no sabía si mis venas eran mías o si mis dedos, recorrían verdaderamente mis muslos, deseando encontrar los poros, más debajo de la piel.
Pero un día fui mío y me escurrí como un pez sediento hasta mi vientre, y estuve en él por largo tiempo nací.
¡Oh, extraña coincidencia! Me sentía suave y voluptuoso porque era el comienzo– y creí en esos instantes, que cada vez podría hacer lo mismo; era tan bello no compartir nada, no dar nada, aún cuando recordaba haber besado ardientes labios.
Más, el amado repitió mi nombre durante varias noches y fue como si el hijo recién nacido, cantara una canción de cuna para su madre. Ya no lloraba, y si embargo tenía las cuencas salobres y prendidas de las comisuras.
Anadir, agita tu mano blanca y aguda y dime si la noche, alguna vez dejará sus pisadas procelosas y habitará en tus ojos para siempre.
Anadir, eres suave como el talle de una flor de esparto y puedes ser mía; te daré a beber inolvidables zumos y serás inmortal como tu amante. Ven, acerca tu aguda mano blanca hacia el nacimiento de mi cabello y sabrás cómo crece, bulliciosamente, como las cascadas y las hojas y la hierba perezosa del camino.
Anadir, si te dijera que acabas de nacer junto conmigo me tendrías más confianza, pero ya ves, la fatalidad ronda mis puertas y no puedo mentirte, pero descenderé desde mis comienzos para estar contigo y podré besar tu ardiente mejilla. Entonces tu planta bailará sobre los cristales líquidos de la lluvia, y reirás como una niña recién parida.
NARCISO
A Isidro
Estoy ausente de la risa
y de todo lo que los hombres felices poseen.
A medida que la sangre huye como corzo,
a través de todos los paisajes
sin motivo aparente,
como creyendo que las imágenes más remotas
nos silencian el pensamiento;
erguida aún, a pesar de los soles
tan opacos en su raíz.
Me aproximo a tu figura alada,
a tus pequeños vértigos;
y te enseño a mirar
como sólo pueden hacerlo los peces,
en órbitas que tus manos desconocían.
Emerjo -pequeño dios-
desde el vientre más recóndito
para unirte con la distancia, tan precisa.
Tenemos una mirada en común,
y una puerta abierta
para endilgar conversaciones,
apoyados en el dintel y recogidos
como suelen recogerse los abandonados,
dando el pecho a una música antigua
más aún que la vida y la muerte.
Y te rebelas sabido ángel en espera de la caída.
Es el comportamiento
que la verdad prefiere.
Y es así, como vienes y vas
y te envuelves en la luz de viejos astros
para que pueda mirar tu esqueleto,
a sabiendas que no hay nada más hermoso
que el devenir de mar en huesos.
Uno al fin se acostumbra
a que nadie Ie diga adiós.
Y a percibir el sonido
en la palma de la mano
como los hipocampos
presienten el amor
acariciando sus espinas-vertebrales.
Embellecido en una gota de agua
mirada a través de la sed,
vienes a conocer mis primeras jornadas.
Las vertientes que indujeron a Dios
a unir nieve, corazón de árbol,
hiel, resina obscura,
vacilación, campana, eternidad,
y la noche por ojos.
CUANDO BAJO DEL MAR HACIA LA TIERRA…
¡Ah, se invierte el invierno en mediodía!
Casi, como viniendo de aguas primeras.
Exabrupto del trébol,
cuatro hojas hacia el viento;
bajo el alero ladrán flores oscuras.
Cuando uno desde la mano se aproxima,
ya nada ni el amor parece cosa del demonio.
Sabes que todos esperan algo,
una carta alentadora,
una noche sin dormir.
Las preocupaciones también
son obra del demonio-.
Y parece mentira.
Bajar desde la cumbre agonizando
como rodado intencional
y caer en la cabaña de un pastor protestante.
Después de todo eres tan solo
como una perdiz, en busca de sus polluelos.
Nada te conciente sino la planta de cicuta
que todos cortan y siempre vive
porque tiene doble corazón.
Ahora
que ya nada me separa
del sabor que experimenta la hoja
cuando le cae encima la mirada del hombre;
Me despido de la virtud como de una vieja amiga
y existo entre los malhechores,
entre los profanadores de tumbas;
Y soy un dios de carne y hueso
para los espantapájaros.
CUANDO LA RECIÉN DESPOSADA
Cuando la recién desposada
desprovista de sinsabor
es sometida a la sombra.
Si. A su sombra …
Enciende la bujia y lee.
iAh! Entonces no es nada
la venida del apocalipsis,
10s hijos anteriores enterrados
y un hilo de sangre desprendido del techo.
No es nada ya el océano y su barco
ni la muerte que intuye la libelula
ni la desesperanza del leproso.
Cuando la recién desposada:
Ya no estare tan sola desde hoy dia.
He abierto una ventana a la calle,
mirare el cortejo de 10s vivos
asomados a la muerte desde su infancia.
Y escogeré el momento oportuno
para enterrarla.
CANTOS DE ANADIR [Canto segundo]
Como si después de tanto tiempo, no pudiera seguir existiendo Anadir. ¿Acaso cada cosa que sucede, no significa el destierro de un mero corazón, apenas comenzado?
Desde tu ausencia me he arrebatado de mar, me hundo en la arena tibia, como en tu cuerpo; te diviso, más que te imagino, sobre la última ola azul. Siempre vas precedida de puertos y de mástiles y de extraños barcos silenciosos, y un coro ronco de marineros se sumerge contigo en e oscuro seno movedizo. Entonces la tristeza y la soledad hacen presa de mi, y me revuelco como un pez despreciado y moribundo.
¡Ay, si la ola negra de tu cabellera me sepultara, y vivir pudiera en mares desconocidos, donde el almizcle y el yodo tiñeran mi piel y bebiera el sudor angustioso de la esclavitud!
Más que la muerte que conocemos y está en nosotros, deseo la vida ignorada, más allá del mar y sus emanaciones, más allá de la montaña y sus nieves, más allá del fuego y su lengua amiga y acariciadora.
Qué sería de mí si el espíritu del mal huyera de mi lado y no pudiera poseerte, Anadir:
Partiría mi sien derecha con una roca, para que los pájaros marinos bebieran en mi cráneo y pudieran hablarte, cuando te paseas en el horizonte, con tu coro ronco de marineros borrachos de muerte.
EL POETA
A Pablo Neruda y a todos los poetas
que le anteceden y le suceden.
Un hombre caminando sobre el mar
Sobre su corazón
Camina cielo adentro
Sobrecogiendo al sol con su mirada.
Un hombre
para quien todas las cosas
son parientes lejanos.
Nacido de la luz y de la sombra
Con solamente aparentar tristeza
Mueve a risa
A quien tenga el placer de mirarlo
Perseguido por las aves y por las fieras
Y pensar
Que sólo en su mano izquierda
Han crecido cien robles,
Que para vivir un día de su vida
No hay clepsidra inventada
Ni medida de tiempo.
ÉI, con su corazón
Bajo los pies, sobre el agua,
Junta los cuatro puntos cardinales.
El amor
le pasó por los ojos
Como un vértigo
Ebrio de abejas, sin heredad
La muerte sólo seria muerte
Si encontrara su mano.
Qué sólo el hombre
De pie, sobre el océano.
La alegria le teme
Como a un mal pensamiento
Y pensar que su frente es el muro
Donde podréis dibujar
Los más bellos grabados infantiles.
Así avanza
Paso a paso sobre el agua
Siempre despierto mientras el suefio
Vive en los ojos
Del resto del mundo.
Sin divisar jamas el horizonte:
su mirada de golfo perdido
su mano derecha de fuego.
Su boca
El alud que sepulta
con una sola de sus palabras.
Y qué solo
Va el hombre de espalda al sol
perseguido de niños y sueños
Engañador de cambios terrestres
Entre la muchedumbre de los peces.
Ah si encontrarais otros ojos
Con más lejanía
De inconclusa oscuridad.
Camina
Entre el canto de los peces
Sueltos como los hombres en su gran prisión
Inefable
como Dios cuando quiere ser hombre.
Distiende la pupila de brasa celeste
A la estrella antigua
En demanda de su halcón pez.
Oh fanal de ojo ciego
Quiero caminar de pie
Contigo sobre el agua
Saludar la escama de gran pez
Ser solicita con la bruma
y penetrar la aleta oculta
que insinúa una mañana de mar.
Beber la leche que desparrama la ola
Cuando tu gran corazón
Quiebra la soledad.. .
Sordo es el corazón del hombre
Cuando camina de pie, sobre el océano.
BREVE HISTORIA DE MI VIDA
Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no estan de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.
Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.
En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.
Así es, en fin…
Las cuatros estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando.
Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
a una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
La cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.
Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sonrisa habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.
PROFECÍA
Las grandes ausencias amenazan
Cuando los sirlos
Esos bellos pájaros
Emigran
Y la lejanía hiere sus alas
El hombre no lo sabe
Porque duerme
Oculto por causa de la luz
Para no prever la muerte.
Entrega el dominio de sus sueños
Y emancipa el caos
Y pierde el poder
sobre su propio río
que lo recorre en longitud.
Los abismos se acercan
Y las múltiples aguas
Devienen creaturas de espanto.
Uncido al gran anillo
Olvidará su trayectoria astral
su fecundidad perecedera.
Ocurrió
Que cerró las pupilas ante la luz
Y no estuvo más allá de las cosas presentes
Ni creó una analogía superior
a la distancia entre los astros
Ni escuchó el soberano mandamiento
De crear al hombre verdadero.
Olvidado en el tiempo
aún persistirá en creer
que fue un símil de su conciencia.
TRASLUZ
Que se me permita mirar por la ventana
Sólo el espinazo de la muerte
A tranco largo
Mirando fijamente
A mis ojos deslucidos
Veo la ausencia
Doblando por la esquina
La miserable luz
De los días empañados.
Muy de tarde en tarde
Algún aprendiz de hombre
Vestido de domingo.
En estas agonías neblinosas
Estoy mirando desde una ventana ajena
Tras la luz de este rincón desconocido
Desde esta ventana hacia ningún paisaje
Hueco sin distancias
Seca pupila donde no resplandece
ni el más leve trino.
DEL ESPACIO HACIA ACA, COMO DOS TIEMPOS
La noche,
dislocada como ala de cetáceo herido.
Amortajada siempre que la pupila niegue su orfandad.
Mar ampuloso y de grostesco seno;
cuando la claridad se haga en mí
no necesitaré de vuestra amada boca,
no necesitaré del meloso soliloquio de tu vértigo.
Me tienes, como un pez a su escama,
miserablemente uncida a ti,
llevándote como un niño caníbal al pecho de su madre.
Y no he de desperdiciar hora, para maldecir
tus pariciones de planetas fosforescentes
que vomitas a mi lado sin ninguna delicadeza.
Olvidada como árbol de desierto,
donde trasplanta el viajero su éxtasis sin experiencia,
feliz de abandonar el barco,
deseando encontrar en la tierra
la veta misteriosa de la felicidad.
¡Navegante audaz,
disociador del mar y de la tierra,
venero obscuro será tu camino hacia el infinito!
Quién, si no el olvido,
quién sino la medida de una juventud soslayada
viene en mi ayuda ahora.
Ahora que he aprendido a pronunciar palabras
contra Dios y sus signos
y me arrodillo de hipocresía ante los conocidos.
Cuando en ángulo recto junto a una puerta
espero la palabra de bienvenida.
Y sólo escucho dentro, ruido de vasos
llenos de vino generoso que jamás probaré…
Hay continentes simples, de un solo país
con ciudades elementales y casas de un piso
donde podría abandonarme,
y a tientas buscar el ocio y sus virtudes.
Pero el recuerdo tan sólo de tan buscado paraje,
me pinta en la cara un gesto de asco.
Como si penetrara a la habitación del amor
y me encontrara con tres cadáveres
ante una cena inconclusa de ostras descompuestas-.
DOS DE NOVIEMBRE
No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura
Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo
No quiero que los míos
Se me olviden bajo tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad
No quiero
Que mis muertos me los hundan
Me los ignoren
Me los hagan olvidar
Aquí o allá
En cualquier hemisferio
Los obligo a mis muertos
En su día
Los descubro, los trasplanto
Los desnudo
Los llevo a la superficie
A flor de tierra
Donde está esperándolos
el nido de la acústica.
CANTOS DE ANADIR [Canto tercero]
Hoy he cruzado una calle, donde los niños huelen a viejos trapos en desuso y, donde cuya única bebida es el agua pútrida que almacena la calle incolora.
Las gentes seguían mi paso de sabio bailarín adolescente y miraban mi vestido… Una sensación de abandono y sueño se apoderó de mis ojos y no miraba ya, sino esas extrañas figuras fosforescentes que el párpado encierra en la obscuridad y que tan confidencialmente nos regala, como un presente de sombras.
Para ir a ver al herrero, muchas veces he cruzado la misma calle, y los niños y los perros me siguen, y los gatos abandonan su propio calor para excitarme con su morbidez las pantorrillas.
Y vi al herrero Anadir. Estaba él con su casaca de piel y su brazo, largo como un péndulo, oscilando el garfio de la fragua; sus ojos verdes tan grades como su frente y oblicuos, miraban la llama roja que iluminaba su pecho y sus hombros. Es casi un niño y es alto y magro como un pobre árbol pobre.
El herrero es mudo Anadir, y no tiene sino, sus ojos para conversar, y como sus ojos son tristes y están siempre fijos en el fuego, yo creo que el herrero se quedó mudo voluntariamente, porque su mirada no juega ni parlotea como la mirada de los hombres vulgares que yo veo en las esquinas, a la salida de la iglesias, o en las tabernas, donde bebo mi vino por las noches.
Cuando él duerme con las manos bajo la nuca, sin sacarse la pelliza, sueña con sus grandes cuencas verdes, en las herraduras brillantes y blandas con que adorna los cascos de los potros voladores. Una cabalgata sonora lo lleva lejos y él va con su cuadriga, por los caminos estrellados, en busca del fuego que no se consume, más allá de la vida, a errar en la eternidad.
LA CASA
Dejaban mi cabellera colgaba desde el tronco
de la puerta como trofeo.
Sin precedente en la historia de los indios manantiales,
y una cuenca abierta,
para la mirada de los ojos indiscretos
colocada a la acera del abismo…
Y esta era mi morada.
Una víbora, encerrada en la jaula,
destinada a cualquier pájaro,
y una piedra, caída temporalmente desde la cima,
una piedra nómade en busca de aventuras
servía de puerta, de mesa de comedor…
Qué queréis que se haga con estos materiales.
Nada. Sino escribir poesía melancólica.
Acaso, cuando la noche
se despierte debajo de los murciélagos,
no haya otra cosa sino una sensación,
y estas vertientes que a uno le aparecen
desde el fondo de los ojos.
No haya
sin un alud de hijos de piedra,
de hijas de agua
de hijos de árboles.
Entonces escribiré mi biografía
al uso de los poetas indecisos.
Miraré a través de una llama de cobalto
y distinguiré objetos olvidados:
como cuando dormía adosada a la pared
y todo parecía bello sin serlo.
Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes
y entonaré la canción del amor.
LOS DONES INVISIBLES
I
Eran los dones previsibles.
El espacio habitable
En una tierra
Donde a poco de hurgar
Nos entrega la cosecha
En las manos germinadas de arandanos
Estos, los dones previsibles.. .
Entonces el asombro moribundo pez
Abstracto en la dimensión de una sonrisa
Súbito en lo profundo del dolor
Desecha una escalera de agua.
II
Soledad vertical de cada espiga
Tiempo en el aire poblado de gestos
Por el don previsible.
III
He desposado el contorno de un rostro
0 el bello pálido de la paloma
He esperado la bandera en la luz
He viajado en la piel del mes de agosto
Hacia los crueles mundos
Donde la Iagrima es apenas una promesa
He vuelto desde la noche de mis huesos
AI previsible don de la mañana
Donde la sangre no escarmienta
AI don previsible de mi lecho
Donde la ausencia tiene su cobija
Entrego mi presencia
a los suerios efimeros
Es el don previsible
Del que ha sembrado los vientos..
IV
Tú llevas una bandera me han dicho. Si.
Tú llevas una bandera
Yo sé
Que la bandera es de un rojo profundo
Toda bandera es un rio de sangre.
V
La voluntad de latir está en el sonido
La multitud del tambor
Es la voz de la muchedumbre.
La voz del tambor
Es un coraz6n que late a herida abierta
En una sola instancia.
VI
Me refugio a la sombra de la percusi6n
Cerca de lo que atraviesa mi piel
A la orilla del contenido manantial
A la sombra de una mirada oscura
Escucho los timbales
Desde los campos muertos.
VII
Un niño ensaya su geometria
Su cosmica medida de amor
La aurea medida de todas las cosas.
Juntos
Ensayamos una sonrisa de triunfo
Oyendo las bandadas del sonido.
Todo el ritmo nos pertenece
Nuestro don previsible
Este signo
Que es un extraño signo
Entre dos signos.
VIII
Me han quitado la sombra
El canto de los pájaros
La bienamada sombra de las alas
Tutela dulce
A mi dolida resistencia.
Otras voces requiebran sus agujas
en la reminiscencia de la piedra.
Pero el oido escucha
Y el ojo y la piel
Tienen su voz secreta
Su t6ctil llamarada
Me devuelve el sentido
Y hay un severo manantial
De paredes poderosas
Dentro de mi más hondo manantial
Donde
Todo lo que en el aire vibra
o huele o fulge o agoniza
Me nutre y se filtra y acentúa.
IX
Es asi
Que la vida es en su muerte
Una pura substancia
Un sereno ocurrir, naturalmente
Un ritual
De poderes ocultos en su origen
Un círculo elemental
Un curioso bullicio
Un germinar muriendo.
Es asi
Que estoy viva
Y en cada vida
Se me va la muerte.
X
Hubo una vez.. .
El amor enmudeció
los recintos de la memoria
Él
Era de las tristes partidas
De la última gota
Y fue escanciado en mi vaso
En el cauce verdadero
Su palabra rodaba
Anticipando una maiiana sutil.
Yo era el río
Mi amado
Era el dios joven y el auriga.
Yo era el latigo.
La vibración del aire
Entre los abedules
Hacia mal a sus oidos
Fustigar la mariposa -me dijo una vez
Va contra las leyes de la estética.
XI
Lo atormentaba
mi cosecha de sueños antiguos
Pero yo fui la savia
Que lo nutrió en su adolescencia.
Ese
El que yo amaba
Cantó el canto de las aves pasajeras
YO
Edifiqué los aires
para verificar la voz de la zampoña.
RAZÓN DE SER
«Quiero dejarme estar, aunque me azote
la tempestad de tus orgías, cuántas,
ya no recuerdo cuántas veces fuiste
el despreciado espectro del deseo
en mi sueño, en mis ojos, en mis manos».
EDADES PRINCIPIOS Y FINALES
De niña nunca leí a Neruda.
Antes de conocerlo
Me imaginaba duetia del lenguaje
De la sustancia, de la ponderación
Del color y la luz
Pero vinieron los trece años
A recordarme agosto
Y fue
Cuando el viejo imprentero de mi pueblo
Iluminó la palma de mis manos
Con “El Hondero”.
Me creé desde entonces la verdad
La investidura de la piedra marina
Descubri el silencio
Y un horizonte
Donde aprendi a reverberar
Con el útimo rayo verde de sol bajo las aguas.
Y me hice mujer
AI devenir poeta
Y agradecí
Por habitar un mundo venidero.
VEN DE LA LUZ, HIJO
Que te ciegue la luz, hijo.
Ven de la luz;
Desde donde la pupila sueña
y vuelve atormentada,
como un escombro vivo,
como especie de flor, como pájaro.
Carbón de víscera terrestre,
así como víscera de árbol.
Deja que se ensañe la luz, hijo,
Desciende como los antiguos ángeles,
como los malos discípulos,
ardiendo en su pasión, desheredados.
Así como las fieras, hijo.
Incomprendidas del río, intocadas
absolutas, tristes.
Ese será el día
-presentimiento que no quise,
tú sabes, los conoces-
que tomaré la forma deseada.
Ojo de estiércol, húmedo;
aprisionaré tu llama,
tu superficie extraceleste
tu mirada de centro obscuro,
tu trigal;
la tibia voluntad de tu piel
me ayudará y seremos.
Nunca antes pudimos.
Yo era como esas pequeñas fuentes secas.
Desciende, hijo, de la luz;
avizora el espacio,
avizora el horizonte.
La curva que deja el corazón de un muerto,
la mano que se esconde,
la mano que nadie quiso acariciar.
Seremos.
Tú y yo venidos
irremisiblemente;
unidos como dos tallos jóvenes aún;
Queriendo apenas lo que no se nos dio.
Amando
lo que la luz aconseja:
el vértigo, la hondonada, el silencio.
el color de las piedras;
tantas cosas simples y distintas.
Llegaremos a amar la contextura de Dios
tan difusa;
tan perfecta como tus pequeños ídolos.
La madera de Dios
tan bella y roja
como el corazón de los árboles.
Tan bella y roja
como el corazón del veneno.
Que te ciegue la luz, hijo.
Que te atormente.
Ven de la luz, inúndate;
Ten la luz y desmiente la tiniebla.
Ven, hijo, arrodíllate.
Cree en los amaneceres.
En la luz son más bellos los ojos de Dios.
SOMNOLENCIA INAUDITA
Yo digo
La llaga del tiempo es profunda,
que cada apertura de las horas
en que suena el derrumbe de los cálices
es desolación para el espíritu.
Mas, no interpretes a tu sexo
como el desentenderse de la imagen,
no pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
has de saber
que el sacrificio de mi mundo triangular,
motivó la ira de los hombres,
mas, los dioses bendijeron mi osadía.
Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas
y ardí de soles en tu boca,
y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios
no existió la remota eucaristía,
ni en el soberbio impulso de tu mano
radicaba mi dicha.
Anduve y fui a mis reinos interiores
para verificar mi pensamiento.
mi planta, en el sarmiento y en la roca,
y en el pezón oscuro de la sombra
fue dormido,
y tú, ibas tras de mí siguiéndome
y yo oía desde mí que me llamabas,
y sentía el cantar de las espigas en el campo de sol,
meciendo pájaros.
mas, tú, ibas con tus lobos tras mi huella
mordiéndome en las sienes tus deseos
torvos, en el espasmo de tu sangre.
¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de las madreselvas.
Mis pies de bailarina
De tanto torturarse no sangraban,
Y una visión de la región del sueño
Envolvía mis tules amarillos.
¡Cómo deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!
Tanto quedarme a solas me hace daño,
tanto sentirme mía ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
el poder empaparme de rocío,
suave puñal de sabio sacrificio,
lacerante estilete mi agonía presunta.
Cómo deseo, hermano,
tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
cómo deseo el tacto de tu palma
cuando suene el derrumbe de mi cáliz.
De la sonora eternidad del níquel,
llega la vibración de mi silencio;
yo estoy conmigo,
y me recuesto en ella.
LA PALABRA
Una sola sera mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos dias de terminar la infancia.
Debes recordar
donde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez.. .
Ya la habria encontrado
Pero tienes razon ese era el pacto.
Mira como está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros como mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la blisqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.
DEL PECADO SU SÍMBOLO
Amor,
yo he mancillado las entrañas del árbol.
Las golondrinas volaron del alero
hacia extraños veranos.
Amor,
no repitas la plegaria del árbol
no me digas amante.
El silencio del agua, desde el límite
de tu absurda presencia
desparramó la ausencia de mis huecas palabras.
Maldigo entre las sombras, el espejo
que copia de mi boca su mueca descarnada,
y el polvo de mis huesos se mece en tus trigales
y de insomnio, ríe el alma.
Si he mancillado el árbol en su efigie
y bebo el licor de la amapola en su cráneo de mieles,
si he hundido mi violento meditar inaudito
en el cielo de brumas que me cubre las cienes,
si el huerto se estremece de mi propio cadáver,
si el fuego me circunda,
si he bebido el venero de mi celeste arteria,
¿qué podría ofrecerte?
Después que fui contigo junto al Apocalipsis,
se trastocó de hieles mi copa rebosante,
y después el andar, y el andar y después
la muerte con su muerte…
No. Ya no podría serte.
¿No ves que la muralla, y el abismo y la hoguera
me separan del alma?
Amor, no repitas la plegaria del árbol
que me quema los ojos una lágrima tuya
y he de vencer la absurda fortaleza del llanto.
Amor,
no repitas la plegaria del árbol
ni me digas amante.
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)