JAIME SABINES
BIOGRAFÍA
Jaime Sabines nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (México), el 25 de marzo de 1926. Sus padres fueron Julio Sabines, de origen libanés, y Luz Gutiérrez, chiapaneca. Tuvo dos hermanos, Juan y Jorge, el primero de los cuales fue una especie de figura tutelar para él.
Doña Luz pertenecía a la aristocracia y era sobrina nieta de Joaquín Miguel Gutiérrez, de quien la ciudad de Tuxtla Gutiérrez tomó su apellido. El padre de Sabines, en cambio, salió de Líbano en 1902, rumbo a Cuba, a la edad de doce años, a donde llegó luego de una larga travesía. El mayor Sabines vivió en Cuba, desde donde viajó a México después de trabajar en Nueva Orleans y formar parte del equipo que construyó el Canal de Panamá.
Ya radicado en México ingresó como teniente en el ejército, en Mérida, Yucatán, justo en los albores de la Revolución mexicana. De Mérida pasó a Chiapas, en 1914, con la división 21, bajo el mando de Venustiano Carranza; ahí se convirtió en capitán primero de la División de Jesús Castro. En ese tiempo conoció a la que sería la madre del poeta; se casó con ella en 1915 y con esto abandonó su carrera militar, afincándose con su mujer en Tuxtla Gutiérrez.
Aunque el mayor Sabines no era un hombre de gran cultura, contaba con una filosofía importante de vida gracias a los avatares que había padecido a lo largo de su existencia, llegando a estar cerca de la muerte cuando quisieron fusilarlo. No era culto, pero le leyó a Sabines un libro que lo marcaría para siempre: Las mil y una noches. Se lo leía de noche y siempre procuraba dejar en suspenso la lectura, para entonces mantener viva la curiosidad para la siguiente velada.
Cuando el padre de Sabines compró un pequeño rancho a las afueras de Tuxtla Gutiérrez, la vida del futuro poeta se transformó radicalmente, pues ese cambio significó el encuentro de un elemento que perviviría en su poesía: la naturaleza. Sabines se bañó en el río Sabinal, ordeñó vacas, corrió libremente por el campo entre árboles y pájaros, respiró aire puro y fresco. Pero esta libertad terminó cuando el rancho fue vendido y la familia decidió trasladarse a la ciudad de México, donde Sabines inició sus cursos de secundaria. El contraste entre lo citadino y lo rural tendría una profunda marca en la obra poética de Jaime Sabines y esto se vería reflejado en obras como Diario semanario y poemas en prosa –un canto a la ciudad– o en Horal –un canto a la vida campestre y rural, a la naturaleza paradisiaca de su natal Chiapas.
Jaime Sabines terminó el primer año de secundaria en la ciudad de México y volvió, para fortuna suya, a Tuxtla Gutiérrez, donde continuó sus estudios, siempre demostrando una memoria prodigiosa, gracias a la cual había logrado memorizar la historia de México cuando cursó el cuarto año de primaria. Su gran hazaña fue aprenderse los nombres de los reyes chichimecas. Esta memoria fotográfica convirtió al pequeño Sabines en el declamador de la familia y de la escuela, donde siempre estuvo presto para recitar en festividades cívicas o patrióticas.
En 1935, Tuxtla Gutiérrez tenía unos 18 mil habitantes. Todo el pueblo era una sola familia, de ahí que su encuentro con la ciudad cambiara su forma de ver la realidad y, por supuesto, de escribir poesía. Fue durante su etapa de declamador que también ingresó en el ámbito de la escritura, especialmente de poemas. Sus primeros títulos fueron “Ruego inútil”, “A la bandera” y “Primaveral”, que publicó en periódicos estudiantiles, uno de los cuales (El estudiantil) había sido dirigido por él mismo. No tenía más fuentes que los libros, pues al pueblo no llegaban obras de teatro, óperas ni ningún otro tipo de expresión artística.
Sería ya en su viaje a la ciudad de México que el mundo literario se abriría de par en par para el joven Sabines. El ambiente que imperaba en la gran urbe en ese momento estaba marcado por ideas nacionalistas y cosmopolitas, además de la influencia que tenían en todo el orbe la Segunda Guerra Mundial y la división del mundo en las facciones capitalista y socialista. En el ambiente cultural de la capital del país predominaba todavía la influencia de algunos miembros del Ateneo de la Juventud, el magisterio del grupo Contemporáneos y, sin duda, la presencia cultural de Octavio Paz y su generación, que impulsaban, por un lado, ideas nacionalistas y revolucionarias –todavía venidas de la Revolución mexicana– y, por otro, también cosmopolitas –que habían llegado vía las vanguardias poéticas, principalmente de Francia, generadas alrededor del círculo de Jean Paul Sartre y Albert Camus, que tanta influencia tendrían en los escritores de la generación del Boom latinoamericano, por lo menos en tres de ellos: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Guillermo Cabrera Infante, quienes ya para entonces creaban una obra importante de rescate de la cultura e identidad latinoamericanas, como no se había visto antes a escala internacional. Un nuevo lenguaje, una nueva dicción que pretendía un mensaje claro y que tomaba en cuenta al lector empezó a gestarse en estas generaciones, de la que formó parte Jaime Sabines y en la que se inscribió su propia poesía: coloquial, sencilla, dialógica.
Jaime Sabines llegó a la ciudad de México con la firme intención de estudiar medicina. Ingresó a la facultad pero pronto se sintió defraudado al darse cuenta que los grandes descubrimientos no sucedían de la noche a la mañana sino que, para conseguirlos, debía sentarse detrás de un microscopio por décadas y esperar el milagro. Estudió durante tres años, viviendo en un pequeño apartamento de condiciones precarias ubicado en el número 43 de la calle Belisario Domínguez. Cuando ya no resistió, aprovechó uno de los viajes que hizo a Chiapas para hablar con su padre; lo hizo nervioso, pues pensó que su padre lo reprendería. Sin embargo, su sorpresa fue enorme cuando su papá le dijo que no debía preocuparse, que si no le gustaba medicina la dejara; igualmente, le dijo que lamentaba que hubiera tenido que aguantar tanto tiempo para decírselo.
Entonces, al volver a México en 1949, se mudó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde desde el primer momento se sintió en su hábitat natural. Ahí conoció a los que serían sus compañeros de generación literaria y a otros maestros que serían clave para su formación, como Eduardo Nicol y José Gaos, quien fuera alumno de José Ortega y Gasset y quien le enseñaría todo lo que tendría que ver con la filosofía existencialista, tan en boga en Europa en ese momento. La filosofía existencialista (especialmente la de línea sartreana y heideggeriana) sería de gran influencia para Sabines en su formación como poeta, siendo él mismo por naturaleza un poeta existencial, vital; de tal forma que todo lo que tuviera relación con las grandes pasiones, obsesiones y sufrimientos del hombre en relación con su entorno no le serían ajenos. Su entrañable amigo Toni Borges, por ejemplo, murió a causa de un accidente en avión y Sabines debió ir a reconocerlo, situación que le impactó tanto que inspiró su primer poema sobre la muerte (“Introducción a la muerte”), tema que, junto al amor y el tiempo, sería una constante de su obra poética.
Mientras conocía a sus compañeros de generación (como Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde, Tomás Segovia, Rubén Bonifaz Nuño), también empezó a adentrarse en los poetas que lo marcarían para siempre: Pablo Neruda y César Vallejo. Mientras los románticos y modernistas mexicanos (Ramón López Velarde, Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera) le parecían muy lejanos a su propia sentimentalidad, Neruda y Vallejo –ambos impulsores de la corriente coloquialista en Latinoamérica– le eran cercanos y los sentía dentro de su mismo universo emocional, de forma que influyeron en él más de lo que incluso el propio Sabines reconoció. Época de soledad, descubrimiento, encuentro desenfrenado con la pasión por la poesía…
Por estos mismos días Sabines conoció a quien se convertirá en la mujer de su vida: Josefa Rodríguez Zebadúa, Chepita, quien también era chiapaneca y entonces estudiaba odontología. Desde ese día de 1946 que se encontraron por la calle jamás se separarían. La lectura fundamental de esta época fue, de entre todas, la Biblia, que Sabines leyó profusamente. No hizo de ella una interpretación puramente religiosa, sino más bien humana, en la versión de Casidoro de Reyna. La filosofía perenne, de Aldous Huxley, igualmente fue un libro fundamental.
Mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, vivió en la emblemática calle Cuba, que tendría muchas connotaciones para él. Era la calle de la perdición, pues abajo había dos bares y un teatro, a los que asistía luego de volver de la universidad.
Haber estado entre escritores y poetas de relevancia, incluso dramaturgos, le dio a Sabines una certeza: necesitaba rigor si quería ser un gran poeta, pues la complacencia que vivió mientras residió en Tuxlta, donde ya todos fácilmente le llamaban “vate” o “poeta”, no le serviría para nada. Fue entre estos escritores que se acercó a un radio más amplio de autores (Federico García Lorca, Rafael Alberti, León Felipe, Juan Ramón Jiménez) y de libros que fueron decisivos en su formación, como el propio Ulises, de James Joyce. Sabines cuenta que leyó el Ulises de una sola sentada, en tres días que permaneció encerrado en casa. Joyce, más que todo, le dio a Sabines –según cuenta– la libertad. Lo hizo sentirse dueño de sí mismo, capaz de expresar lo que quisiera y de la forma que quisiera, lo que le ayudó a encontrarse con su propia voz, que resultaría una voz muy personal y genuina, fácilmente reconocible y difícilmente imitable.
Su obra, aunque con resonancia continental, poco se conoce fuera de México, pero esto no niega que su poesía ocupe un lugar de privilegio en la tradición poética de lengua española. Estilísticamente, Sabines perteneció, dentro del imaginario puramente latinoamericano, a la vertiente poética denominada “coloquialista” o “conversaciones” –en la que también podrían clasificarse poetas como Juan Gelman (Argentina), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Roque Dalton (El Salvador), Mario Benedetti (Uruguay), Pedro Mir (República Dominicana) y Roberto Fernández Retamar (Cuba)–; cuyo momento de mayor importancia se dio en la década de los cincuenta y sesenta del siglo xx, época histórica que coincidió no sólo con el triunfo de la Revolución cubana –primer proyecto comunista en Latinoamérica–, sino también con las dictaduras que retardaron la evolución democrática de los países latinoamericanos. La Revolución cubana dejó una impronta considerable en Sabines, sobre la cual escribiría un poema en el que graba las impresiones que le dejó su visita a la isla, a la que lo ligaban lazos sentimentales y filiales. Dentro de la tradición poética mexicana, Jaime Sabines se inscribe en una poesía de tono popular, contraria a la vertiente culta hegemónica del tiempo que le tocó escribir, misma que impulsaba Octavio Paz a través de su grupo Talle.
Para entender a Jaime Sabines hay que poner su obra y su vida en una misma dirección, pues están estrechamente relacionadas. Una crónica vital acompañada de un recorrido bibliográfico y una descripción de su contexto histórico (social, cultural y político) podrá dibujar el perfil de un poeta que, como pocos, supo conciliar su concepción ética con su propuesta estética, esto es, la congruencia entre su pragmática moral y el ejercicio de su vocación poética, que mantuvo a lo largo de su vida.
Jaime García Ascot resume así sus ideas sobre Sabines:
El joven Sabines formaba parte de un círculo literario que se reunía una vez por semana en casa de Efrén Hernández y que estaba integrado por otros escritores como Juan José Arreola, Juan Rulfo y Guadalupe Amor. Esto encuentros dotaron a Sabines de madurez creativa, disciplina y perseverancia, además del rigor lectivo que lo hizo adentrarse en el conocimiento de la tradición lírica nacional, desde los poetas coetáneos hasta los pertenecientes a épocas anteriores (los románticos decimonónicos, los miembros del Ateneo de laJuventud, los Contemporáneos, las propias vanguardias). Sabines leía y escribía profusamente hasta altas horas de la noche en su habitación de la calle Cuba.
En una de aquellas madrugadas surgió el libro que le daría a Sabines un lugar en el canon poético nacional: Horal. En esta colección de dieciocho poemas está concentrado todo el universo poético de Jaime Sabines; en ésta se aprecia los temas que el poeta desplegaría después en sus siguientes libros: el amor, la muerte, la soledad, el tiempo, Dios.
En este texto, además, se vislumbraba ya su propio estilo: coloquial, íntimo, como si se tratara de una confesión hecha en una cena entre amigos. Horal fue publicado en 1950 y de inmediato se convirtió en la bandera no sólo de una generación, sino también de todo un tipo de sentimentalidad mexicana: la poesía se convertía en una interlocutora real, salía a la calle y nos hablaba de la calle; su mensaje era claro y sencillo, y se dirigía al corazón. Horal empezaba con el siguiente breve poema que ahora forma parte del imaginario popular mexicano:
El mar se mide por olas, el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada…
Jaime García Ascot resume así sus ideas sobre Sabines:
El genio poético de Sabines parece consistir en dejar ante nosotros, a cada instante, no la forma admirable con que nos revela el sentimiento, sino el sentimiento mismo, como si de siempre hubiera estado necesariamente ligado a esas palabras precisas, a ese extraordinario descubrimiento del vocablo natural que preside su obra.
“Los amorosos”. Este poema es su estética y su ética. Más que eso: es su filosofía de vida. En los versos últimos se nos da noticia de la percepción que Sabines tenía del sentido de la existencia humana. Cuando escribe que los amorosos “se van llorando, llorando la hermosa vida”, no hace sino afirmar que la vida, para él, es ese gozo doloroso o ese dolor gozoso que se tiene que padecer y disfrutar desde que se nace hasta que se muere. Que la vida no es pura felicidad ni puro dolor, que ni siquiera es dolor y felicidad alternativamente, sino que al mismo tiempo se sufre y se goza, y que en ello radica su esencia.
Un año después de haber publicado Horal (1950) y La señal (1951), Sabines regresó a Tuxtla Gutiérrez. En 1953 se casó con Chepita y, para sostenerse, se hizo cargo de una tienda de telas de su hermano Juan, llamada “El modelo”. El poeta que había ganado cierta fama en la capital del país y se había hecho de un círculo literario importante, ahora tenía que estar detrás de un mostrador midiendo y vendiendo telas.El matrimonio tuvo cuatro hijos: Julio, Jazmín, Julieta y Judiht.
En ese habitar hostil, no obstante, el poeta escribió uno de sus libros más celebrados y jubilosos: Tarumba (1956). En una entrevista que le concedió a Javier Molina, el propio Sabines rememoró el surgimiento de tal obra:
Era el joven poeta que regresaba a la provincia después de haber publicado ya dos libros, con cierto prestigio y obligado a trabajar en esos menesteres. Y entonces la provincia resultó para mí un medio hostil, pero con una hostilidad diferente a la que había experimentado en la ciudad de México, cuando llegué a estudiar ocho años antes.
…En provincia la hostilidad es diferente, la hostilidad de la rutina, del trabajo obligatorio, de la mediocridad del ambiente, de los elogios fáciles. Esa costumbre de llamar poeta, o vate, sin saber si has crecido. Ésa era la hostilidad en 1953 y años siguientes, que está muy clara en los mismos textos de Tarumba.
Entonces te sientes asfixiado, oprimido, limitado; Tarumba no es más que una protesta, casi fisiológica, contra el ambiente.
…Cuando yo lo escribí se lo mandé a dos o tres amigos míos aquí en México, en cuya capacidad crítica confiaba yo mucho. Y noté que lo recibían con displicencia y me mandaban opiniones como muy consideradas y muy paternales, que me demostraban a ciencia cierta que no les había gustado.
Y te digo, un acto de fe porque yo sí creía en Tarumba. Sabía que era tal vez mi primer poema integrado, completo, cuya novedad sacaba de quicio a uno de mis amigos más entusiastas. Un día llegó a Tuxtla don Pedro Garfias, le leí los originales. Solamente él me confirmó aquella confianza que yo tenía en Tarumba. Es el primer gran poema que escribe usted, me dijo. Fue Tarumba pues un acto de afirmación de uno mismo en el mundo, y creo que lo sigue siendo para todos los jóvenes: aquí estoy, estoy plantado en el mundo, a pesar de los vendavales y las tormentas.[5]
Con Tarumba Sabines reafirmó la convicción de que la poesía no sólo no te hacía diferente a los demás sino, por encima de todo, que tenía que acercarte a los demás, fundirse en los otros, porque su concepción del hombre consistía en que éste era una isla, todos los hombres islas o soledades que van al encuentro de otras islas, otros hombres, para acabar con su soledad.
Con esa filosofía de la vida y del arte, Sabines regresó a la ciudad de México en 1959. Era otro ya. Tenía en su haber una sólida obra, aunque escasa, y ahora la convicción de que debía trabajar como hombre para ganarse el sustento. En la ciudad de México se hizo cargo de un negocio familiar de venta de alimentos para animales, llamado “Sahnos” (Sabines Hermanos). De esta experiencia recorriendo 150 kilómetros diarios nació Diario semanario y poemas en prosa en 1961. Esta obra fue el primer gran canto a la ciudad de Sabines y un contrapunto para sus libros anteriores, llenos de la naturaleza chiapaneca.
Un libro que era a la vez el diario de un hombre común y corriente que dejaba en esas páginas su testimonio, el testimonio de un hombre que no sabía que era un gran poeta y de un poeta que parecía no saber tampoco que era un gran hombre, y no porque estuvieran alejado el uno (el hombre) del otro (el poeta), sino porque estaban tan fundidos que eran una y la misma cosa. Por eso, Sabines escribió:
Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.[9]
Fue en 1961 cuando le avisaron a Sabines que su padre tenía cáncer; le detectaron un tumor en el pulmón del tamaño de una bola de billar. Lo operaron de urgencia un 15 de junio de ese mismo año; luego de la cirugía lo llevaron a Acapulco para su recuperación, pero recayó y su agonía duró tres largos meses. Durante este tiempo, Sabines escribió el poema más importante de toda su obra: Algo sobre la muerte del mayor Sabines, que no publicaría sino hasta 1973. Un largo poema desesperado, desgarrador y que pone al lector frente al delirio del acabamiento y la certeza de nuestra –un día– inevitable desaparición.
Sabines nos cuenta, a su vez, el proceso de su dolorosa escritura:
El poema fue escrito en el curso precisamente de la enfermedad de mi padre. Fue iniciado cuando los médicos nos dijeron que tenía cáncer. Entonces, bajo la presión tremenda de la imposibilidad de curarlo, fui testigo impotente y destruido de la muerte que se le aproximaba. El poema fue escrito durante esos días, y cuando digo “Ayer se murió mi padre”, fue que ayer lo enterramos. Casi todo el final de la primera parte, que está en Recuento de poemas, fue escrito diariamente: toda esa serie de sonetos. León Felipe me decía que a él le parecía estupendo el poema, pero que no se explicaba por qué había escrito esos sonetos. Yo le decía que los sonetos fueron escritos precisamente porque su forma era una forma establecida; y que yo recurrí a ella para concretar mi emoción. Esos ocho o diez sonetos fueron escritos día tras día, uno tras otro. La forma soneto era para mí un vaso para contener la emoción, porque si no, no hubiera escrito nada; sobre todo en aquellos primeros días en que yo sentía su muerte como mi muerte.
[…] Entre la primera parte que apareció publicada en Recuento de poemas, y la segunda que es de dos años y medio después de la muerte de mi padre, yo seguí insistiendo en el tema; o mejor dicho, el tema siguió insistiendo en mí. Después de que desalojé la emoción inmediata –digamos, el Viejo murió en octubre y yo escribí todo lo que consta en la primera parte de Recuento durante noviembre y diciembre–, al año siguiente yo seguí escribiendo periódicamente cada ocho, diez o quince días, pero ya con cierta vergüenza de mí mismo, de seguir escribiendo sobre aquello. Hasta que un día, casi dos años después, me dije: es necesario enfrentarme, seguir pero ya sin vergüenza y terminar el poema. Entonces destruí todos los poemas que había escrito durante ese lapso de indecisión y en ocho días escribí la segunda parte. Entonces sí ya me sentí colmado, liberado.
Después de emerger de ese infierno y esa catarsis que significaron la escritura de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, el poeta volvió a las aguas mansas de los versos con Yuria, que escribió luego de visitar Cuba en 1965, país que le traía un sinfín de connotaciones sentimentales en más de un sentido. No sólo representaba la Revolución cubana, el comunismo, la gran oleada izquierdista de Latinoamérica, sino también las remembranzas de su padre que había vivido ahí. Sabines no pudo librarse de incursionar en el poema social. Escribió un poema dedicado a Cuba y con éste, como pocos críticos lo han visto, se insertó en el gran río de la poesía social latinoamericana.
En 1966 murió su madre, Doña Luz, y entonces Sabines no tuvo más remedio que volver al tema de la muerte en un libro que apareció en 1972: Maltiempo. Esta vez, sin embargo, prefirió un tono menos oscuro; en cambio, más luminoso. No quería volver a la queja, al llanto, al grito de dolor. Malkah Rabell describe así la propuesta sabiniana:
Doña Luz, que forma parte del libro Maltiempo (1972), no deja de ser una reflexión filosófica ante la vida. Además, el libro habla de la cotidianidad, del cadáver de su gato, del viaje a la luna, del ’68. No se trata de poesía de intensidad sino de ideas, de trucos, de inteligencia y malicia poética, explica el autor. Dos años más tarde de esta publicación, en 1974, recibió el Premio Xavier Villaurrutia.
Maltiempo, el más bello canto a la madre, a su madre, y no a esa absurda imagen de la “madre universal” que trata de envolver “comercialmente” a todas las progenitoras del mundo, en el mismo halo. Aunque Freud, el máximo enemigo de la idealización materna, él, que arrojó su imagen del pedestal milenario –una destrucción quizá definitiva–, no dejó de insistir que no obstante todos sus rasgos negativos, la madre es el único ser que nos entrega su amor gratuito, sin pedir nada a cambio.[13]
Por eso los poemas a su madre son transparentes, frágiles, delgados y sencillos. Esta estética se ve reflejada cuando escribe: “Acabo de desenterrar a mi madre, muerta hace tiempo. Y lo que desenterré fue una caja de rosas: frescas, fragantes, como si hubieran estado en un invernadero”.
Sabines ya no escribiría después un poema de la altura de Horal, Tarumba o Algo sobre la muerte del mayor Sabines, que se constituirían como sus tres libros fundamentales. Luego de estas tres colecciones de poemas, la obra de Sabines fue encontrando lo que el poeta siempre anheló: “el pudor necesario del silencio”. Desde entonces escribió poco, hasta prácticamente dejar de escribir en los últimos años, que fueron ya de homenajes y elogios al poeta consolidado y popular. Sabines llegó a reunir a más de cinco mil personas en sus lecturas poéticas.
En 1976 y 1979 fue diputado federal por Chiapas y en 1988 fue elegido diputado por el Distrito Federal.
Su final se acercó cuando se fracturó el fémur izquierdo el 12 de noviembre de 1989. Luego de varias operaciones sin éxito este accidente lo dejó postrado en una silla de ruedas. Tenía que levantarse de la cama usando cadenas para impulsarse. Uno de sus últimos poemas que escribió fue “Me encanta Dios”, con el que prácticamente cerraba toda su obra, en una especie de unión con la divinidad, por la cual nunca se sintió subyugado. Sabines es hoy por hoy el poeta popular más importante del siglo xx mexicano. Como lo dijo José Emilio Pacheco: “Sabines se equivoca como todos, pero acierta como pocos”.
“Uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto desde su primer libro, encontró su voz,. Una voz inconfundible”: Octavio Paz
“Uno de los poetas fundamentales, no sólo de México sino de Hispanoamérica y la lengua castellana.” Mario Benedetti.
“El gran inconforme, el dueño de una rebelión auténtica”. Carlos Monsiváis.
Fallece el 19 de marzo de 1999 en Ciudad de Méjico.
La dimensión real de la poesía de Jaime Sabines en el contexto de la lengua española todavía está por desvelarse.
Jaime Sabines tuvo el honor de recibir en vida estos premios y reconocimientos entre los que podemos nombrar:
- Premio Chiapas en 1959.
- Beca del Centro Mexicano de Escritores en 1964.
- Recibió el Premio Xavier Villaurrutia por Maltiempo en 1973.
- Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura en 1983.
- Presea de la Ciudad de México en 1991.
- Medalla Belisario Domínguez en 1994.
- Premio de Mazatlán de Literatura con Pieces of Shadow.1996
- Premio Juchimán de Plata en 1986.
- Premio Elias Saurasky en 1982.
BIBLIOGRAFÍA
Enciclopedia de la Literatura de México
RECUENTO DE POEMAS 1950-1993 . Edición de J.G.S Colección Visor de Poesía
POEMAS
LA CAÍDA
Estoy como vacío
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo,
no puedo conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas; un antiguo
cansancio; un diario despertar
medio aburrido.
Quisiera hablar, decir: esto que es mío,
Que nunca tengo en mì, esto que asiste
a la noche en mis ojos, mi corazón dormido,
y la tristeza de no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos.
Esto que vive en mí, esto que muere
duras muertes conmigo,
el manantial de gracia, el agua de pecado
que me deja tranquilo.
Fuego de la purísima concepción, poesía,
bochorno de mi amigo,
sálvame de mí mismo.
Yo soy la tierra ronca, el apretado
yunque en el que cae tu martillo,
me soporto, te espero, ayúdame
a hablar limpio.
Ayúdame a ser solo,
y a ser sólo moneda que en bolsillos
de pobres socorra el agua fresca.
el pan bendito.
Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito.
Yo soy sólo la sombra
que madura en un vientre desconocido.
Y estoy aquí, sí estoy,
a pesar de mí mismo,
alucinado y torpe,
airado y sin memoria- y sin olvido-
igual que si colgara de mis manos
clavadas sobre un muro carcomido.
Mira el odiado llanto,
mira este mudo llanto embrutecido,
sacúdelo del árbol de mis ojos,
arráncalo del pecho sacudido,
no me dejes raíces de congoja
abriéndome el oído,
no quede en mí un amante,
ni un luchador, ni un místico.
Señora de la luz, te mando, te suplico,
óyeme hablar sin voz,
oye lo que no he dicho;
con este amor te amo,
con éste te maldigo,
tengo en la espalda rota
roto un cuchillo.
Yo soy, no soy, no he sido
más que un lugar vacío,
un lugar al que llegan de repente
mi cuerpo y tu delirio
y una apagada voz que nos aprende
como un castigo.
He aquí tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos,
mi sangre arrodillada
sobre un madero hundido,
y el brazo de mi angustia
saliendo al aire tibio.
A ESTAS HORAS, AQUÍ
Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo “hambre de amor”, pero no quiero
pasar todas las noches embrocado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,
o sentirme tufos de literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta
y con las manos en la bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro…
Este cielo de México es oscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido
y era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada, pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.
La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.
¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!
De El Mundo y Recuento de poemas
DICE EL RADIO QUE LOS ESTADOS UNIDOS le piden explicaciones a México por eso de su apoyo moral a Cuba
Hoy, 8 de Julio de 1960
¡Qué pequeño gran país estos Estados Unidos!
¡Cómo han crecido y crecido para hacerse pequeños! Acorralados por todas partes, no saben
qué hacer, y cuando hacen algo lo hacen con torpeza. Dan de manotazos tontamente, se ponen serios, amenazan; o sonríen, halagan, para atraerse simpatías.
A este rascacielos de los Estados Unidos le han puesto demasiados pisos para sus escasos cimientos.¡Quién sabe a cuántos va a aplastar en su caída! Pero esta hermosa Cuba de hoy,atacada de tan divina locura, enferma de su libertad, aguantará la historia. ¡Y qué bueno que si miró de México el plan y la cordura, le esté enseñando a México el arrojo y la insensatez!
Porque ante la política de la fuerza de los Estados Unidos, sólo la política del atrevimiento puede enfrentarse .¡De la antigüedad van a venir los dioses, y del porvenir los hombres, en ayuda de la osada Cuba!.
TE QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
TENGO LAS AMIGDALAS MADURAS
TENGO LAS AMIGDALAS MADURAS, los bronquios repletos de esperma de gripe, el cuerpo sumergido en la fiebre, la sangre doliéndome por todos lados, y de oreja a oreja la cuchillada que no me deja hablar.
Por horas enteras no he pensado en nada. Me he puesto a dar vueltas, a estirarme, a quejarme, a echar afuera un poco de dolor. No he fumado, ni he leído, ni he deseado otra cosa que salir del potro.
Luego empiezan a brotar semillas en la enfermedad, como en un almácigo. Es una erupción del alma por todos los poros de la piel. Como brota la alegría de ciertas músicas, de ciertos contactos, de algunos atardeceres, del corazón silencioso de algunas palabras
¿Qué otra cosa sino el deseo es la vida?
Sólo la mano del deseo, solo su aire fresco y estremecido, recorriéndonos, levantándonos a vivir.
A la hora precisa con esa urgencia de la mañana con ese deleite prolongado de la visión exclusiva, sólo el deseo nos despierta a soñar.
¿EN QUÉ CALLEJÓN?
¿En qué callejón, a qué horas obscuras, está la casa del placer? Fantasmas deshechos salen en la madrugada a buscar un carro con los últimos centavos en la bolsa.
Las luces quebradas y el parpadeo de la sangre empiezan a localizar el sueño.
En ese instante llega al corazón la culpa.
Estírate o retuércete. Estás en el asador, sobre las brasas, para el hambre que tiene Dios este día.
Almas perdidas en los subterráneos terrestres, conjuradas por el agua vegetal, estranguladas por la asfixia de los rincones ciegos, sacan sus brazos al aire de la calle, a flor de asfalto, por entre las ruedas y las gentes.
Y empieza a caer una llovizna de pelos y ceniza sobre la ciudad, y un olor quemado se arrastra en las banquetas,trepa a las paredes igual que una sombra
NO ES QUE MUERA DE AMOR, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.
Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto , interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
CASIDA DE LA TENTADORA
Todos te desean pero ninguno te ama.
Nadie puede quererte, serpiente,
porque no tienes amor,
porque estás seca como la paja seca
y no das fruto.
Tienes el alma como la piel de los viejos.
Resígnate. No puedes hacer más
sino encender las manos de los hombres
y seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
Alégrate. En esa profesión del deseo
nadie como tú para simular inocencia
y para hechizar con tus ojos inmensos.
PARÉNTESIS
2
Apenas mayordomo de mis penas,
capitán de fantasmas, me extravío,
me pido entre mis canas y mis venas,
y me ahogo de mí, a pesar mío.
En punto de la hora en que me suenas,
tiempo de estar, estoy y me confío,
y me llenas de arena y me rellenas
de amor y de odio el corazón baldío.
¿Qué hago yo con mis huesos a esta hora?
Desnudo de mi piel y de mi pelo
a media calle estoy llora que llora:
me mira el sol y me contempla el cielo,
me sacude la hormiga trepadora
y me sube hasta el alma el desconsuelo.
De TLATELOLCO 68
-I-
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)
Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y la Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
-2-
El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
Alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen está allí.
-3-
Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
la sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.
-4-
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.
Tenemos secretarios de estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.
-5-
En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujereados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
“Vaya usted a buscar a otra parte.”
-6-
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El Gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el “Metro”
porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construye la patria de nuestros sueños.
LA SENSATEZ Y LA CORDURA
La sensatez y la cordura, hijas del temor y la costumbre,
no han convencido a mi corazón con sus dulces palabras.
La prudencia es una puta vieja y flaca que baila, tentadora, delante de los ciegos.
Cautiva a los ancianos, comodida, seduce a los cansados y a los enfermos.
Mi corazón sólo ama el riesgo.
Del libro Horal
LOS AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida
MISS X
Miss X, sí, la menuda Miss Equis,
llegó, por fin, a mi esperanza:
alrededor de sus ojos,
breve, infinita, sin saber nada.
Es ágil y limpia como el viento
tierno de la madrugada,
alegre y suave y honda
como la yerba bajo el agua.
Se pone triste a veces
con esa tristeza mural que en su cara
hace ídolos rápidos
y dibuja preocupados fantasmas.
Yo creo que es como una niña
preguntándole cosas a una anciana,
como un burrito atolondrado
entrando a una ciudad, lleno de paja.
Tiene también una mujer madura
que le asusta de pronto la mirada
y se le mueve dentro y le deshace
a mordidas de llanto las entrañas.
Miss X, sí, la que me ríe
y no quiere decir cómo se llama,
me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,
que me ama pero que no me ama.
Yo la dejo que mueva la cabeza
diciendo no y no, que así me cansa,
y mi beso en su mano le germina
bajo la piel en paz semilla de alas.
Ayer la luz estuvo
todo el día mojada,
y Miss X salió con una capa
sobre sus hombros, leve, enamorada.
Nunca ha sido tan niña, nunca
amante en el tiempo tan amada.
El pelo le cayó sobre la frente,
sobre sus ojos, mi alma.
La tomé de la mano, y anduvimos
toda la tarde de agua.
¡Ah, Miss X, Miss X, escondida
flor del alba!
Usted no la amará, señor, no sabe.
Yo la veré mañana.
DEL LIBRO La señal de 1951 y Recuento de Poemas 1959-1993
EL DIABLO Y YO NOS ENTENDEMOS
como dos viejos amigos.
A veces se hace mi sombra,
va a todas partes conmigo.
Se me trepa a la nariz
y me la muerde
y la quiebra con sus dientes finos.
Cuando estoy en la ventana
me dice ¡brinca!
detrás del oído.
Aquí en la cama se acuesta
a mis pies como un niño
y me ilumina el insomnio
con luces de artificio.
Nunca se está quieto.
Anda como un maldito,
como un loco, adivinando
cosas que no me digo.
Quien sabe qué gotas pone
en mis ojos, que me miro
a veces cara de diablo
cuando estoy distraído.
De vez en cuando me toma
los dedos mientras escribo.
Es raro y simple. Parece
a veces arrepentido.
El pobre no sabe nada
de sí mismo.
Cuando soy santo me pongo
a murmurarle al oído
y lo mareo y me desquito.
Pero después de todo
somos amigos
y tiene una ternura como un membrillo
y se siente solo el pobrecito.
De TARUMBA
A la casa del día
A la casa del día entran gentes y cosas,
yerbas de mal olor, caballos desvelados,
aires con música, maniquíes iguales a muchachas;
entramos tú, Tarumba, y yo,
Entra la danza. Entra el sol. Un agente de seguros de vida
y un Poeta.
Un policía.
Todos vamos a vendernos, Tarumba.
En este pueblo
En este pueblo, Tarumba,
miro a todas las gentes todos los días.
Somos una familia de grillos.
Me canso.
Todo lo sé, lo adivino, lo siento.
Conozco los matrimonios, los adulterios,
las muertes.
Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar,
cuándo bajan los zopilotes al mercado,
cuándo me voy a morir yo.
Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen,
curarse en las cantinas,
besarse en los cines,
menstruar,
llorar, dormir, lavarse las manos.
Lo único que no sé es cuándo nos iremos,
Tarumba, por un subterráneo,
al mar.
¿QUÉ PUTAS PUEDO?
¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar.
ALGO SOBRE LA MUERTE DEL MAYOR SABINES 1973
III
Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!,dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo una tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de Totomoste
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.
V
De las nueve de la noche en adelante,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.
Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire…
(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)
Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de penas.
Quiero decir que a mí me sobre el aire…
XII
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.
Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.
Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.
Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.
SEGUNDA PARTE
III
Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo
y van y vienen máscaras.
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio
canta.
Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago,
apostando a crecer como las plantas,
fijos, inmóviles, girando
en la invisible llama.
Y mientras tú, el fuerte, el generoso,
el limpio de mentiras y de infamias,
guerrero de la paz, juez de victorias
-cedro del Líbano, robledal de Chiapas-
te ocultas en la tierra, te remontas
a tu raíz obscura y desolada
-IV
Un año o dos o tres,
te da lo mismo.
¿Cuál reloj en la muerte?, ¿qué campana
incesante, silenciosa, llama y llama?
¿qué subterránea voz no pronunciada?
¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito
de los dientes atrás, en la garganta
aérea, flotante, pare escamas?
¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados
los brazos y las piernas y la cara,
arrendados al hoyo, entretenidos
los jugos en la cáscara?
¿para exprimir los ojos noche
a noche en el temblor obscuro de la cama,
remolino de quietas transparencias,
descendimiento de la náusea?
¿Para esto morir?
¿para inventar el alma,
el vestido de Dios, la eternidad, el agua
del aguacero de la muerte, la esperanza?
¿morir para pescar?
¿para atrapar con su red a la araña?
Estás sobre la playa de algodones
y tu marca de sombras sube y baja.
De YURíA (1967)
CUBA 65
-2-
«Hambre y sed de justicia»
¿es más que sólo el hambre y la sed?
¿De dónde un pueblo entero se aprieta la barriga
por que sí?
¿de qué raíz de rencor,
de cuánta injuria,
de cuánta revancha detenida,
de cuántos sueños postergados
surge la fuerza de hoy?
Porque es necesario decir esto:
para acabar con la Cuba socialista
hay que acabar con seis millones de cubanos,
hay que arrasar a Cuba con una guataca inmensa
o echarle encima todas las bombas atómicas y los diablos.
(Señor Presidente Johnson:
hundamos a Cuba
porque la isla de Cuba navega peligrosamente
alrededor de América.)
-3-
¿Quién es Fidel?, me dicen,
y yo no lo conozco.
Una noche en el malecón una muchacha que estaba conmigo
dio de gritos palmoteando: «ahí va Fidel,
ahí va Fidel», y yo vi pasar tres carros.
Otra vez, en un partido de pelota,
la gente le gritaba:
«no seas maleta, Fidel»
como quien le habla a un hermano.
«Vino Fidel y dijo…», dice el guajiro.
El obrero dice: Vino Fidel.
Yo he sacado en conclusión de todo esto
que Fidel es un duende cubano.
Tiene el don de la ubicuidad,
está en la escuela y en el campo,
en la junta de ministros y en el bohío serrano
entre las cañas y los plátanos.
En realidad, Fidel es el nombre
del viento que levanta a cada cubano.
-4-
Estoy harto de la palabra revolución
pero algo pasa en Cuba.
No es parto sin dolor, es parto entero,
convulso, alucinante.
Se han quebrado familias, se separan
los que no quieren ver ni ser testigos,
los lastimados y los impotentes.
¿Por qué mi tío Ramón, con sus ochenta,
quiere morir en Cuba
con hijos en Miami y otros hijos
de Colón a La Habana?
¿por qué cantan los niños
cuando van al trabajo, entre clases y clases?
(Un domingo, en Cienfuegos,
en un camión, temprano,
los vi salir al campo,
y era como si Cuba amaneciera
en sus risas y cantos.)
¿Por qué estudian América y Celeste
y otras recamareras, en el hotel, a diario?
¿por qué el libro se ha vuelto de pronto
bueno como el boniato?
Es verdad que han partido,
arando el mar, gusanos,
y hombres y mujeres han partido
y, ciertos o engañados,
violentos o perdidos o espantados,
han partido, se han ido -oscurecido-
a un porvenir que espera mutilado.
Cuba de pie, de frente,
de corazón, entera,
Cuba de pie ha quedado.
Cuba rodeada de enemigos,
Cuba sola en el mar,
Cuba ha quedado.
-20-
DE MALTIEMPO (1972)
DOÑA LUZ
XVII
Lloverás en el tiempo de lluvia,
harás calor en el verano,
harás frío en el atardecer.
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedará la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el corazón de los árboles la palabra amor.
No somos nada, nadie, madre.
Es inútil vivir
pero es más inútil morir.
De AUTONECROLOGÍA
CANTEMOS AL DINERO
Cantemos al dinero
con el espíritu de la navidad cristiana.
No hay nada más limpio que el dinero,
ni más generoso, ni más fuerte.
El dinero abre todas las puertas;
es la llave de la vida jocunda,
la vara del milagro,
el instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario
el pan y la alegría.
Si tu mujer está enferma puedes curarla,
si es una bestia puedes pagar para que la maten.
El dinero te lava las manos
de la injusticia y el crimen,
te aparta del trabajo,
te absuelve de vivir.
Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,
el dinero es la libertad.
Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,
si quieres una isla, cómprala,
si quieres una multitud, cómprala.
(Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.)
Yo tengo dinero quiere decir me tengo.
Soy mío y soy tuyo
en este maravilloso mundo sin resistencias.
Dar dinero es dar amor.
¡Aleluya, creyentes,
uníos en la adoración del calumniado becerro de oro
y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!