JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
BIOGRAFíA
José Asunción Silva (Bogotá, 1865 – 1896) Poeta colombiano. En la historiografía literaria suele reconocérsele como el gran iniciador del modernismo hispanoamericano, tendencia literaria que alcanzaría su culminación en la obra del nicaragüense Rubén Darío.
A pesar de ser considerado como uno de los grandes de la literatura, la obra de José Asunción Silva no es muy extensa. Se ha querido encuadrar al gran poeta colombiano en el romanticismo y en el modernismo, pero en realidad nos encontramos ante un poeta excepcional con características singulares. Más que romántico, es un posromántico poderosamente influido por Bécquer y Edgar Allan Poe; se resiste a incorporarse a la corriente modernista que acaudilla Rubén Darío, pero es por sus cualidades un precursor y hasta un iniciador del modernismo.
José Asunción Silva era hijo del escritor costumbrista y acomodado comerciante Ricardo Silva, un hombre elegante, de refinado gusto y descendiente de aristocráticos granadinos emparentados con el general Francisco de Paula Santander.
Su madre Doña Vicenta Gómez, hermosa dama bogotana, era hija del diputado Vicente Antonio Gómez Restrepo, quien desempeñó importantes labores en los primeros años de la República de la Nueva Granada y falleció tempranamente.
De los hijos del matrimonio Silva-Gómez sólo llegaron a edad adulta José Asunción, Elvira y Julia, falleciendo en la infancia Alfonso, Inés y Guillermo. Esta temprana relación con la muerte marcaría al poeta. Ya a los tres años de edad, José Asunción tenía fama de niño prodigio en Bogotá. Parece ser que a esa edad ya sabía leer, escribir e incluso pintar.
Algo que sin duda marcó su infancia y juventud fueron las tertulias literarias que su padre organizaba, bien en la casona del barrio de La Catedral, bien en el almacén dedicado a la venta de objetos suntuosos.
A estas tertulias asistían no sólo miembros del grupo El Mosaico (escritores costumbristas), sino también las amistades que don Ricardo Silva cultivaba dentro de la política.
En enero de 1869, José Asunción ingresó al Liceo de la Infancia, dirigido por don Ricardo Carrasquilla. Como el niño de tres años recién cumplidos ya sabía leer y escribir, no entró al primer curso sino a dos más avanzados, al lado de compañeros que le aventajaban en edad. En este colegio uno de sus institutores, Nicolás Esguerra, lo apodaría con el mote de “José Presunción”.
El 2 de marzo de 1870 nació Elvira Inés Silva Gómez, quien llegaría a ser la más cercana confidente de su hermano. Aunque los biógrafos insisten en describir a José Asunción como un niño triste, tímido e introvertido, sus poesías dedicadas a su infancia recuerdan con nostalgia y dulzura este periodo.
En febrero de 1871 José Asunción Silva ingresó en el Colegio de San José, regentado por Luis María Cuervo, hermano mayor de Ángel y Rufino José. Conoció por entonces a Alirio Díaz Guerra, a quien lo uniría una fuerte amistad.
Rafael Pombo, amigo de su padre, le hizo llegar un ejemplar de “El cuervo”, de Edgar Allan Poe.
A los diez años, con motivo de su primera comunión, escribió un poema sobre el tema.
En 1877 Silva y otros niños ingresaron al Liceo de la Infancia, esta vez regentado por el presbítero Tomás Escobar, pariente de doña Vicenta Gómez; tres años más tarde, concluidos sus estudios, abandonó el colegio, que terminó clausurado por un ruidoso proceso en el que tomó parte activa el ya entonces virulento escritor José María Vargas Vila.
La vida apacible de esos años dio un vuelco para los Silva: la situación económica de la familia, aunque aún holgada, fue golpeada primero por las drásticas medidas del gobierno radical y, después, por la pérdida de buena parte de la herencia de don Ricardo Silva, debida a los pleitos con sus primos Suárez Fortoul.
Terminado el bachillerato, el futuro poeta hubo de atender el almacén familiar. Cuenta Enrique Santos Molano, autor de la biografía más completa que se ha escrito sobre el poeta: “José Asunción Silva armó detrás del mostrador un laboratorio imponderable de observación social y psicológica. Examinaba con penetración rigurosa las personas que entraban de compras, de mirones o de visitantes; espiaba sus gestos, estudiaba sus gustos, procesaba sus opiniones, acechaba sus peculiaridades, sus virtudes, sus defectos, y los anotaba en su memoria de ordenador y en un cuaderno. Detrás del mostrador acrecentó sus conocimientos, devoró cantidades de libros y procuró mantenerse informado de los movimientos literarios, artísticos y políticos de Europa”.
A los dieciséis años parece ser que tuvo su primer amor; al menos así se intuye en dos de sus poemas, pues, como es bien sabido, en este campo mostró siempre el más caballeroso y férreo mutismo.
La vida amorosa del poeta es un misterio, siempre acompañado de los más disparatados rumores que van desde una hija secreta, la morbosa garçonière de la calle 19, hasta su afeminamiento (lo llamaron el “Casto José”), pasando por la infamante historia del amor incestuoso con su hermana Elvira.
En 1881 don Ricardo Silva, su padre, compró la finca Chantilly en Chapinero, donde tantos momentos de alegría y tristeza viviría el poeta; en esa época Silva intentó reunir de nuevo al grupo El Mosaico.
Bajo el título de Intimidades se conoce el grupo de poemas escritos entre agosto de 1880 y mayo de 1884 y que, regalados por el poeta a Paquita Martín, se conservan en la Biblioteca Nacional en copia manuscrita hecha por ella.
Alguna influencia de Gustavo Adolfo Bécquer se alcanza a percibir en estos tempranos versos, que se alternan con traducciones de Víctor Hugo o de Pierre-Jean de Béranger.
En noviembre de 1883 don Ricardo Silva, su padre, imprimió su libro Artículos de costumbres y regaló el manuscrito, con bella dedicatoria, a su hijo José Asunción; un mes más tarde se protocolizó su emancipación económica y se comenzó a planear el viaje a París, donde residía desde hacía muchos años el tío abuelo del poeta, don Antonio María Silva Fortoul.
Primero viajó el padre, en abril de 1884, y, tras su regreso, salió rumbo a Europa José Asunción, el 23 de octubre, llegando a París en los primeros días de diciembre.
José Asunción Silva permaneció un año en el viejo continente, donde asistió a cursos del afamado neurólogo Jean-Martin Charcot, que tanto le servirían para la descripción de personajes y comportamientos.
En París (adonde llegó cuando su tío abuelo ya había muerto) se encontró con los hermanos Cuervo, con quienes entabló tertulias literarias. En 1885 conoció a Stéphane Mallarmé; el encuentro con este poeta cuarentón y aún desconocido fue en el apartamento de Mallarmé, en la calle Roma. La Ciudad Luz era el centro de la exquisitez, la duda y el pesimismo. Lee a los autores renombrados del momento, llamando su atención Charles Baudelaire, Anatole France, Guy de Maupassant, Paúl Régnard, Emile Zola, Stephan Mallarmé, Paúl Verlaine, Marie Bashkirtseffy, Arthur Schopenhauer. Lee también sobre asuntos filosóficos, políticos y sicológicos. Adquiriendo modales y costumbres de dandy, asiste con frecuencia a los mejores restaurantes, salones, galerías, museos y salas de concierto, entregándose al disfrute del lujo, hasta donde su pecunio lo permitía.
Hacia agosto viajó a Londres, donde admiró la pintura de los prerrafaelitas y copió como ejercicio el cuadro de Waller El duelo.
Tras un rápido viaje por Holanda, Bélgica, Italia y Suiza, regresó a París, y en diciembre de 1885 se encontraba de nuevo en Bogotá.
Recién llegado, se enteró del cuantioso robo al Almacén Ricardo Silva. La familia se había mudado a Chantilly. Por entonces formó parte del grupo de poetas de La Lira Nueva, presentado por José María Rivas Groot.
En la célebre antología (introducción para unos, antesala del modernismo para otros), Silva figura entre los 35 reseñados, junto a autores como Candelario Obeso, Fidel Cano, Ismael Enrique Arciniegas y Julio Flórez.
De José Asunción Silva se publicó en esta edición el mayor número de poemas, lo que sirve en parte para demostrar la importancia que se le dio ya en vida, desmintiendo el tendencioso invento de su supuesto anonimato.
Casi simultáneamente se publicó El Parnaso colombiano, gran antología en la cual la muestra de Silva, aunque menor en número, no es menos significativa: “Las crisálidas” y “Las golondrinas” fueron los poemas publicados y supusieron su verdadero lanzamiento literario.
Por esa época, en casa de Antonio José Ñito Restrepo, vecino de Chantilly en Chapinero, se conocieron José Asunción Silva y Baldomero Sanín Cano, un antioqueño cuatro años mayor que él con quien mantendría una larguísima y fecunda amistad, una intimidad intelectual.
La guerra de 1885 y el grave deterioro de la moneda hicieron cancelar a don Ricardo Silva (su padre) su segundo viaje a Europa y regresó, por Barranquilla, el 27 de agosto.
A pesar de la herencia dejada por su tío y de la reputación que tenía el almacén, los negocios de la familia Silva continuaron su inexorable descenso. Invitado por Alberto Urdaneta, José Asunción Silva participó en la Primera Exposición Nacional de la Escuela de Bellas Artes de Colombia, que tuvo como sede el Colegio de San Bartolomé, con el cuadro Un duelo, en la galería de autores contemporáneos, con el número 875.
Por ese entonces Elvira Silva era ya una de las mujeres más bonitas y solicitadas de Bogotá. Prueba de ello son las frecuentes reseñas que la prensa hizo de su participación en diferentes bailes y festejos. Memorable fue el baile que Leo S. Kopp ofreció y en el que destacaron Elvira, acompañada del conde italiano Gloria, y José Asunción Silva con la bella Isabel Argáez.
Don Ricardo Silva falleció la noche del 1 de junio de 1887, en la casa 93 de la calle 12. Pero no fue solamente la triste pérdida lo que ensombreció y transformó totalmente el ambiente familiar; al asumir José Asunción la dirección de los negocios paternos, descubrió que hasta entonces su familia había vivido en una falsa bonanza, basada en créditos respaldados únicamente en la confianza que los acreedores tenían en don Ricardo y que tal vez a él no le tendrían.
Pero el poeta no se amilanó: decidió renovar el negocio y diversificarlo, invirtiendo en tierras cafeteras, abriendo una sucursal de Ricardo Silva e Hijo llamada Almacén de Cuelgas y revolucionando la publicidad con poemas-anuncio o bien con enormes letreros nunca vistos en los diarios capitalinos.
Leyó en este año de 1888 tres libros claves: El crepúsculo de los dioses, de Friedrich Nietzsche; La dama gris, de Hermann Sudermann, y Le bon heure, de Sully Prudhomme, y empezó los borradores de una serie de novelas que pensaba reunir bajo el título común de Cuentos negros, que aparecieron en periódicos de la época.
Entre 1889 y 1891, Silva escribió buena parte de su más conocida poesía, como el Nocturno II, y también, en prosa, La protesta de la Musa.
1891 fue uno de los años más terribles en la vida del poeta: el 6 de enero de 1891 su hermana Elvira cayó enferma de neumonía, falleció cinco días más tarde. La muerte de su hermana fue, tal vez, el golpe más fuerte sufrido por José Asunción hasta entonces. Cubrió el cadáver de su hermana y confidente con lirios y rosas y lo ungió con perfumes.
Por varios días, José Asunción Silva no pudo levantarse de la cama, y cuando por fin volvió a sus negocios, llegaron a cobrarle el entierro y no tenía en caja ni los seiscientos pesos de la deuda. Se acumularon hasta 52 ejecuciones judiciales en su contra. Todos los bienes, sin exceptuar las joyas de su madre ni los muebles de su casa, acabarían en manos de los acreedores.
No obstante, el poeta no escatimó esfuerzos para revivir la antigua prosperidad: escribió cartas de hasta 103 páginas a los acreedores; cambió mercancía por las deudas contraídas e incluso escribió un cuento para promocionar los pianos Apollo con sordina, que él vendía.
En 1893 se vio obligado a mudarse del elegante barrio de La Catedral al más modesto de Las Aguas. En compañía de Baldomero Sanín Cano se dedicó al periodismo a tiempo completo, escribiendo para El Telegrama, entre otras, la columna ”Casos y Cosas'”.
El entonces vicepresidente de la República Miguel Antonio Caro, influido tal vez por doña Vicenta y su antigua amistad con don Ricardo Silva, nombró secretario de la legación colombiana en Caracas a José Asunción Silva, el 5 de mayo de 1894.
En agosto Silva, ya famoso en todo el país, fue recibido de manera apoteósica en Cartagena; en una mañana llegó a tener hasta quince visitas; la gente recitaba de memoria sus poemas y el presidente Rafael Núñez y doña Soledad Román lo acogieron en su casa del Cabrero, de visita.
Llegó a Caracas el día 11 de septiembre. Allí no fue menor la acogida que tuvo, no por su cargo diplomático, sino por ser figura destacada de la intelectualidad latinoamericana.
En la capital venezolana, aparte de los abrumadores deberes diplomáticos, debido a la inoperante actitud del embajador, José Asunción Silva se dedicó a intercambiar ideas con intelectuales venezolanos, a pulir sus Cuentos negros y a escribir una nueva novela titulada Amor.
Inexplicablemente, en diciembre de 1894 solicitó una licencia para “ir a pasar un mes a Bogotá”.
Embarcó en el vapor francés Amérique el 21 de enero del año siguiente y, una semana más tarde, el barco encalló frente a Bocas de Ceniza; tras varias horas de zozobra los viajeros fueron rescatados, mas no el equipaje, perdiéndose con ello la mayor parte de la obra literaria del poeta.
De nuevo en Bogotá, la “maldita pobreza” lo seguía acorralando; pero no por ello Silva desmayó en su intento por progresar y volvió a volcar sus energías de una manera feliz en dos actividades: la reconstrucción de su obra literaria, principalmente de la novela De sobremesa, y la construcción y montaje de una fábrica de baldosines, cuya formulación química había patentado. Consiguió máquinas y oficinas, buscó socios y suscriptores para conseguir el capital necesario, pero el dinero nunca apareció.
En la noche del 23 de mayo de 1896, tras una velada íntima organizada por doña Vicenta, José Asunción Silva se retiró a su habitación, y a la mañana siguiente fue hallado muerto sobre su cama. El poeta se había suicidado de un tiro en el corazón; se cuenta que había preguntado a un médico la localización exacta de dicho órgano. Fue enterrado en Bogotá, en el cementerio destinado a los suicidas.
Obras de José Asunción Silva
A pesar de ser considerado como uno de los grandes de la literatura, la obra de José Asunción Silva no es muy extensa. Se ha querido encuadrar al gran poeta colombiano en el romanticismo y en el modernismo, pero en realidad nos encontramos ante un poeta excepcional con características singulares.
Más que romántico, es un posromántico poderosamente influido por Bécquer y Edgar Allan Poe; se resiste a incorporarse a la corriente modernista que acaudilla Rubén Darío, pero es por sus cualidades es un precursor y hasta un iniciador del modernismo.
Una primera etapa de su producción está marcada por el romanticismo; así lo demuestra su libro Intimidades, que recogió poemas escritos entre los catorce y los dieciocho años de edad. La obra incluye 59 composiciones (por lo menos dos de ellas en forma fragmentaria), de entre las cuales más de 33 permanecían inéditas. Este libro constituye, tal vez, la fuente más rica de la obra escrita en verso por el poeta colombiano (los poemas sólo fueron publicados en su totalidad en 1977).
LAS ONDINAS
En la región oculta de las ninfas
El sesgo rayo a penetrar alcanza
Y alumbra al pie de despeñadas linfas
De las ondinas la nocturna danza.
Es la hora en que los muertos se levantan
mientras que duerme el mundo de los vivos,
en que el alma abandona el frágil cuerpo
y sueña con lo santo y lo infinito
Vierte la luna plateados rayos
que reflejan las ondas en el río
y que iluminan, con sus tintes vagos
los medrosos despojos de un Castillo.
Todo es silencio allí, do en otro tiempo
hubo bullicio y locas alegrías…
¡Pero mirad! son vaporosas sombras
las que en la oscura selva se deslizan.
¡Ah! no temáis no son aterradores
fantasmas de otros tiempos —son ondinas;
mirad cómo se abrazan y confunden
cómo raudas por el aire giran,
apenas tocan con el pie ligero
del prado la mullida superficie.
Ya se avanzan… girando en la espesura
o se sumergen en las ondas límpidas;
y al compás de una música que suena
como el lejano acorde una lira
elévanse, empujadas por el leve
viento que sus cabellos acaricia…
Pero callad… alumbra el horizonte
con sus primeros tintes nuevo día,
y las sombras se pierden al borrarse
del bosque entre las húmedas neblinas.
LUZ DE LUNA
Ella estaba con él… A su frente
Pensativa y pálida,
Penetrando al través de las rejas
De antigua ventana
De la luna naciente venían
Los rayos de plata,
Él estaba a sus pies, de rodillas,
Perdido en las vagas
Visiones que cruzan en horas felices
Los cielos del alma!
Con las trémulas manos asidas,
Con el mudo fervor de los que aman,
Palpitando en los labios los besos,
Entrambos hablaban
El lenguaje mudo
Sin voz ni palabras
Que en momentos de dicha suprema,
Tembloroso el espíritu habla…
…………………………………………
El silencio que crece… la brisa
Que besa las ramas,
De seres que tiemblan, la luz de la luna
Que el paisaje baña,
¡Amor, un instante detén allí el vuelo,
Murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas!
…………………………………………………………………
Unos meses después, él dormía
Bajo de una lápida
El último sueño de que nadie vuelve
El último sueño de paz y de calma.
………………………………………………..
Anoche, una fiesta
Con su grato bullicio animaba
De ese amor el tranquilo escenario.
¡Oh burbujas del rubio champaña!
¡Oh perfume de flores abiertas!
¡Oh girar de desnudas espaldas!
¡Oh cadencias del valse que mueve
Torbellinos de tules y gasas!
Allí estuvo, más linda que nunca,
Por el baile tal vez agitada
Se apoyó levemente en mi brazo,
Dejamos las salas
Y un instante después penetramos
En la misma estancia
Que un año antes no más la había visto
Temblando callada,
Cerca de él!…
…Amorosos recuerdos,
Tristezas lejanas,
Cariñosas memorias que vibran,
Como sones de arpa,
Tristezas profundas
Del amor, que en sollozos estallan,
Presión de sus manos,
Son de sus palabras,
Calor de sus besos,
¿Porqué no volvisteis a su alma?…
………………………………………………..
A su pecho no vino un suspiro
A sus ojos no vino una lágrima
Ni una nube nubló aquella frente
Pensativa y pálida
Y mirando los rayos de luna
Que al través de la reja llegaban,
Murmuró con su voz donde vibran,
Como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata:
¡Qué valses tan lindos!
¡Qué noche tan clara!
En esos primeros escritos, Silva afianza su voluntad de poeta. Desde el primer poema, Las ondinas, se anuncia el tono general, una obra de gótico romanticismo, de textos lúgubres llenos de misterio; el mundo del poeta es el mundo de los muertos, de la luna, de las “húmedas neblinas…”
Por lo menos cuatro composiciones de Intimidades son versiones de textos de Víctor Hugo. Silva quiere evadir la realidad santafereña y se refugia en su soledad para ir en busca del más allá, de los “paraísos imaginarios” que le sugiriera Baudelaire.
Sin embargo, es El libro de versos la obra considerada de mayor relevancia en la producción literaria del poeta. Un primer gran tema de esta compilación poética lo constituye la infancia, que frente al presente negativo y doloroso parece ser la época más feliz de la vida; pero también existen otras preocupaciones: el poeta y su pasado histórico.
La evocación de su infancia personal se hace reflexión épica sobre el pasado histórico latinoamericano, sobre su futuro y su presente. Al pie de la estatua es un poema dedicado al Libertador Simón Bolívar, en el cual el prócer se dirige al poeta. Éste es el único poema que Silva escribe sobre América y que muestra su naciente preocupación histórica y política.
AL PIE DE LA ESTATUA
A Caracas
Con majestad de semidiós cansado
por un combate rudo
y expresión de mortal melancolía,
álzase el bronce mudo
que el embate del tiempo desafía,
sobre marmóreo pedestal que ostenta
de las libres naciones el escudo
y las batallas formidables cuenta;
y su perfil severo,
que del sol baña la naciente gloria,
parece dominar desde la altura
el horizonte inmenso de la historia.
Un mundo de nobleza se adivina
en la grave expresión de la escultura
que el triunfador acero a tierra inclina
con noble y melancólica postura,
y tiene el monumento soberano
alzado de los hombres para ejemplo,
lo triste de una tumba -do no llega
el vocerío del tumulto humano-
y la solemne majestad de un templo.
Amplio jardín florido lo circunda
y se extiende a sus pies, donde la brisa
que entre las flores pasa
con los cálices frescos se perfuma,
y la luz matinal brilla y se irisa
de claros surtidores en la espuma;
Y do, bajo lo verde
de las tupidas frondas,
sobre la grama de la tierra negra,
loca turba infantil juega y se pierde
y del lugar la soledad alegra
al agitarse en cadenciosas rondas,
forjando con las risas y los gritos
de las húmedas bocas encarnadas,
con las rizosas cabecitas blondas
y las frescas mejillas sonrosadas,
un idilio de vida sonriente
y de alegría fatua,
al pie del pedestal donde, imponente,
se alza sobre el cielo transparente
la epopeya de bronce de la estatua.
Nada la escena dice
al que pasa a su lado indiferente
sin que la poëtice
en su alma el patrio sentimiento…
Fija
en ella sus miradas el poeta,
con quien conversa el alma de las cosas
en son que lo fascina,
para quien tienen una voz secreta
las leves lamas grises y verdosas
que al brotar en la estatua alabastrina
del beso de los siglos son señales,
y a quien narran leyendas misteriosas
las sombras de las viejas catedrales.
Y, al ver el bronce austero
que sobre el alto pedestal evoca
al héroe invicto de la magna lucha,
una voz misteriosa que lo toca
en lo más hondo de su ser escucha
y en el amplio jardín detiene el paso.
Dice la voz de la ignorada boca
que en el fondo del alma le habla paso:
«¡Oh, mira el bronce, mira,
cuál se alza, en el íntimo reposo
de la materia inerte,
y qué solemne majestad respira
la estatua del coloso
vencedora del tiempo y de la muerte!
¡Que resuene tu lira
para decir que el viento de los siglos
-que al soplar al través de las edades
va tornando en pavesas
tronos, imperios, pueblos y ciudades-
se trueca en brisa mansa
cuando su frente pensativa besa!
«En la feraz llanura
vivió feliz el indio, cuya seca
momia por mano amiga sepultada,
duerme en el fondo de la cripta hueca
ha siglos olvidada.
A la orilla del lago
en donde el agua, cuando el sol se oculta
forja un paisaje tenebroso y vago,
ha siglos vino hispano aventurero
atravesando la maleza inculta
a abrevar el ligero
corcel, cansado del penoso viaje,
cuyas recias pisadas despertaron
los dormidos murmullos del follaje.
«¡Como sombras pasaron!
¿Quién sus nombres conserva en la memoria?
¡Cómo escapa, perdido
en las hondas tinieblas del olvido,
un pueblo al veredicto de la historia!
¡Cuántas generaciones olvidadas
hoy en las sombras de lo ignoto duermen,
a la fecunda tierra entremezcladas,
do el humus yace y se dilata el germen,
que no dejaron al pasar más huellas
con sus glorias, sus luchas y sus duelos,
que la que deja el pájaro que cruza
el azul transparente de los cielos!
«¡Cuántas! Y, en cambio, escucha:
¡Una sola, una sola
generación se engrandeció en la lucha
que redimió a la América Española!
Y legó a los poetas del futuro
más nombres que cantar, más heroísmos
que narrar a las gentes venideras
que astros guarda el espacio en sus abismos
y conchas tiene el mar en sus riberas.
«Cuenta la grande hazaña
de aquella juventud que, decidida,
en guerra abierta con la madre España,
ofrendó sangre, bienestar y vida;
canta las rudas épocas guerreras,
de luchas, los potentes paladines
de cuerpos de titán y almas enteras,
que de América esclava los confines,
desplegadas al aire las banderas
y al rudo galopar de sus bridones,
recorrieron, llamando a las naciones
con el bélico son de sus clarines.
Y en la oda potente
que en sus estrofas sonorosas cuente
el esfuerzo tenaz, la lidia dura,
que dieron libertad a un continente
y al hispano dominio sepultura,
haz surgir la figura
del Padre de la Patria, cuyas huellas
irradian del pasado
en el fondo sombrío,
como en las noches plácidas y bellas
Júpiter, coronado de centellas,
hace palidecer en el vacío
la lumbre sideral de las estrellas.
«No lo evoque tu acento
cuando el designio soberano toma
de redimir la América oprimida,
en la hora sublime y taciturna
en que pronuncia el grave juramento
de la cesárea Roma
en la desierta soledad nocturna;
no cuando, en el fragor de la batalla,
en sus ojos la idea
con eléctrico brillo centellea,
mientras que la metralla
y el bronco resonar de los cañones
y el ímpetu de rayo
de los americanos batallones,
pavor y angustia extrema
siembran en los deshechos escuadrones
de los nietos del Cid y de Pelayo;
no cuando la Victoria
como mujer enamorada sigue
el paso audaz de su corcel fogoso
que va a beber del Rímac en las ondas,
y se le entrega loca y lo persigue;
no cuando brinda opima
cosecha de placeres soberanos
a sus sentidos la opulenta Lima,
ni cuando el gran concierto
de un continente Padre le proclama
y “árbitro de la paz y de la guerra”,
y su nombre la Fama
esparce a los confines de la tierra.
No, no le cantes en las horas buenas
en que, unido a los vítores triunfales,
vibró en su oído el son de las cadenas
que rompió de los tiempos coloniales:
cántalo en las derrotas,
en la escena de grave desaliento
en que sus huestes considera rotas
por las hispanas filas,
y perdida la causa sacrosanta,
y una lágrima viene a sus pupilas,
y la voz se le anuda en la garganta,
y recobrando brío,
y dominando el cuerpo que estremece
de la fiebre el sutil escalofrío,
grita “Triunfar”.
Y la tristeza exalta
de tenebrosa noche de septiembre
cuyos negros recuerdos nos oprimen,
en que la turba su morada asalta,
y femenil amor evita el crimen
infando… Y luego cuenta
las graves decepciones
que aniquilan su ser, las pequeñeces
de míseras pasiones
que, por el campo en que soñó abundante
cosecha ver, de sazonadas mieses,
van extendiendo míseras raíces
en torno, cual la yerba
que el vigor de los gérmenes enerva
y mata, al envolverlos en sus lazos.
Di su sueño más grande hecho pedazos.
Di el horror suicida
de la primer contienda fratricida,
en que, perdidos los ensueños grandes
de planes soberanos,
las colosales gradas de los Andes
moja sangre de hermanos.
¡Oh!, di cuando clarea
el misterioso panorama oscuro
que ofrece a sus miradas el futuro,
y con sus ojos de águila sondea
hasta el fin de los tiempos, y adivina
el porvenir de luchas y de horrores
que le aguarda a la América Latina.
Di las melancolías
de sus últimos días
cuando a la orilla de la mar, a solas
sus tristezas profundas acompaña
el tumulto verdoso de las olas.
¡Cuenta sus postrimeras agonías!
Otros canten el néctar
que su labio libó: di tú las hieles;
tú que sabes la magia soberana
que tienen las ruïnas
y al placer huyes y su pompa vana,
y en la tristeza complacerte sueles;
di en tus versos, con frases peregrinas
la corona de espinas
que colocó la ingratitud humana
en su frente, ceñida de laureles.
Y haz el poema sabio
lleno de misteriosas armonías,
tal que al decirlo purifique el labio
como el carbón ardiente de Isaías;
¡hazlo un grano de incienso
que arda, en desagravio
a su grandeza que a la tierra asombra,
y al levantarse al cielo un humo denso
trueque en sonrisa blanda
el ceño grave de su augusta sombra!
Deja que, al conmoverse cada fibra
de tu ser con las glorias que recuerdas,
en ella vibre un canto, como vibra
una nota melódica en las cuerdas
del teclado sonoro;
la débil voz levanta:
inmensa multitud formará el coro;
¡flota en la luz del sol, estrofa santa!
¡Vibrad, liras sonoras del espíritu!
¡Álzate, inspiración; poeta, canta!…»
«¡Oh no!, cuanto pudiera
(así en interno diálogo responde
del poeta la voz) el bronce augusto
sugerir de emoción grave y sincera
escrito está en la forma
que en clásico decir buscó su norma,
por quien bebió en la vena
de la robusta inspiración latina,
y apartando la arena
tomó el oro más puro de la mina
y lo fundió con cariñoso esmero,
y en estrofas pulidas cual medallas
grabó el perfil del ínclito guerrero…
¡Oh recuerdos de trágicas batallas!
¡Oh recuerdos de luchas y victorias!
¡No será nuestra enclenque generación menguada
la que entrar ose al épico palenque
a cantar nuestras glorias!
¡Oh siglo que declinas:
te falta el sentimiento de lo grande!
Calla el poeta y si la estrofa escande
huye la vasta pompa
y le da blando son de bandolinas
y no tañido de guerrera trompa.
¡Oh sacrosantos manes
de los que “Patria y Libertad” clamando
perecisteis en trágicas palestras:
más bien que orgullo, humillación sentimos
si vamos comparando
nuestras vidas triviales con las vuestras!
Somos como enfermizo descendiente
de alguna fuerte raza,
que expuestos en histórica vitrina
mira el escudo, el yelmo, la tizona
y la férrea coraza
que para combatir de Palestina
en la distante zona,
en la Cruzada, se ciñó el abuelo;
al pensar, baja la mirada al suelo,
con vergüenza sombría,
que si el arnés pesado revistiera
de aquél cuya firmeza y bizarría
en el campo feral causaba asombros,
bajo su grave peso cedería
la escasa resistencia de sus hombros…
¡Oh Padre de la Patria!
Te sobran nuestros cantos; tu memoria
cual bajel poderoso,
irá surcando el océano oscuro
que ante su dura quilla abre la historia
y llegará a las playas del futuro.
Junto a lo perdurable de tu gloria,
es el rítmico acento
de los que te cantamos,
cual los débiles gritos de contento
que lanzan esos niños, cuando en torno
giran del monumento;
mañana, tras la vida borrascosa,
dormirán en la tumba hechos ceniza,
y aún alzará a los cielos su contorno
el bronce que tu gloria inmortaliza.»
Dice el poeta, y tiende la mirada
por el amplio jardín, donde la brisa
que entre las flores pasa,
en los cálices frescos se perfuma,
y la luz matinal brilla y se irisa
de claros surtidores en la espuma;
Y do, bajo lo verde
de las tupidas frondas,
sobre la grama de la tierra negra,
loca turba infantil grita y se pierde
y la tristeza del lugar alegra
al agitarse en cadenciosas rondas,
forjando con las risas y los gritos
de las húmedas bocas encarnadas,
con las rizosas cabecitas blondas
y las frescas mejillas sonrosadas,
un idilio de vida sonriente
y de alegría fatua
al pie del pedestal donde, imponente,
se alza sobre el cielo transparente
la epopeya de bronce de la estatua.
En “Infancia”, Silva plasma sus vivencias de niño; aparecen los personajes de los cuentos infantiles: Caperucita, Barba Azul, Gulliver o el ratón Pérez. Describe aquí sus años de escuela, sus juegos, las historias de la abuela, los paseos al campo… Miguel de Unamuno sugirió que el poeta busca la muerte sólo por la imposibilidad de seguir siendo niño: “El mundo le rompió con el sueño la vida”.
INFANCIA
Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera.
G.G.G.
Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas,
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.
¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!
¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.
En alas de la brisa
del luminoso Agosto, blanca, inquieta
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y del talco brillante las cascadas.
Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.
¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño,
cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!…
Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es süave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!
Una segunda preocupación de Silva la constituye el amor, como se aprecia en el Nocturno II (“Poeta, di paso…”) y en el Nocturno. La pretendida ambigüedad de sus sensaciones íntimas, especialmente en relación con su hermana Elvira, expresadas a raíz de la muerte de ésta en el famoso Nocturno III, ha sido apasionadamente comentada por la crítica; a pesar de todo, y a pesar también de la caprichosa elaboración de los versos, el prodigioso conjunto de este Nocturno III de ritmo tetrasilábico es un monumento lírico indiscutible.
NOCTURNOS
En una tercera instancia de este Libro de versos, Silva quiere abarcar distintos temas; aquí se recuerdan sus composiciones Un poema y Vejeces. En la última sección, Silva nos revela todo su desengaño del mundo y su pesimismo, como lo anunciara el título de su poema Ceniza o Día de difuntos.
Otro libro unitario en la obra de Silva lo constituye Gotas Amargas. En esta obra las intenciones poéticas de Silva son diferentes y de claro contenido satírico. Existen otros poemas de Silva de tono satírico no incluidos en estas trece Gotas, como por ejemplo Psicopatía de El libro de versos. Al parecer, Silva dio poca importancia a estos poemas, que no consideraba dignos de su talento.
La sátira abarca temas tales como la literatura de la época, a la que Silva califica de sensiblerías “semi-románticas”. También son tema de mofa la afectación intelectual, los poetas “grandiosos y sibilinos”, los lectores que confunden la literatura con la vida, las creencias religiosas de su sociedad y de su tiempo, así como sus convenciones sociales, morales y sexuales. Los poemas dispersos, recogidos bajo el título de Versos varios, son traducciones y versiones de poemas europeos (franceses en su gran mayoría), así como poemas juveniles y unos pocos posteriores a El libro de versos.
NOCTURNO
Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos,
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso…
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
besar tus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñar de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡Oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?
Nocturno I
A veces, cuando en alta noche tranquila,
Sobre las teclas vuela tu mano blanca,
Como una mariposa sobre una lila
Y al teclado sonoro notas arranca,
Cruzando del espacio la negra sombra
Filtran por la ventana rayos de luna,
Que trazan luces largas sobre la alfombra,
Y en alas de las notas a otros lugares,
Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
Y en gótico castillo donde en las piedras
Musgosas por los siglos, crecen las yedras,
Puestos de codos ambos en tu ventana
Miramos en las sombras morir el día
Y subir de los valles la noche umbría
Y soy tu paje rubio, mi castellana,
Y cuando en los espacios la noche cierra,
El fuego de tu estancia los muebles dora,
Y los dos nos miramos y sonreímos
Mientras que el viento afuera suspira y llora!
…………………………………………………………..
¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan tus manos!
NOCTURNO II
¡Poeta!, di paso
¡Los furtivos besos!…
¡La sombra! Los recuerdos! La luna no vertía
Allí ni un solo rayo… Temblabas y eras mía.
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
El contacto furtivo de tus labios de seda…
La selva negra y mística fue la alcoba sombría…
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda…
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
Entre las nieblas pálidas la luna aparecía…
¡Poeta, di paso
Los íntimos besos!
¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
Amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
Tus cabellos dorados y tu melancolía
Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda…
Apenas alumbraba la lámpara sombría
Los desteñidos hilos de la tapicería.
¡Poeta, di paso
El último beso!
¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
Mi oído fatigado por vigilias y excesos,
Sintió como a distancia los monótonos rezos!
Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda,
La llama de los cirios temblaba y se movía,
Perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
Un crucifijo pálido los brazos extendía
Y estaba helada y cárdena tu boca fue mía!
NOCTURNO III
Una noche..
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado lentamente, contra mí ceñida, toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura florecida
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida,
Y el chillido
De las ranas,
Sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte
Era el frío de la nada…
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada,
Iba sola,
Iba sola
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de murmullos de perfumes y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!…
La narrativa: De sobremesa
De sobremesa se considera la obra precursora de la novela modernista. El texto nace de una sugerencia que le hace su amigo Emilio Cuervo Márquez, quien insta a Silva a escribir una novela sobre Bogotá; el poeta responde que escribirá la novela cuando Bogotá cuente con más de medio millón de habitantes, es decir, cuando los bogotanos hayan superado su estrecha mentalidad provinciana. Sin embargo, Silva se decide, y De sobremesa pasa de ser una novela sobre Bogotá a la novela de un bogotano que reside en París.
En la novela el protagonista, José Fernández, aparece como el sosías de Silva. Las similitudes entre autor y creación resultan sorprendentes: el poeta y el personaje (también poeta) pasan una temporada en Europa; los dos son igualmente nihilistas; como José Fernández, Silva vive obsesionado por la imagen de una mujer y los dos poetas comparten las mismas opiniones sobre su oficio: “yo no quiero decir sino sugerir, y para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista”, afirma el personaje de la novela.
La figura de José Fernández constituiría el modelo del héroe modernista: mezcla de sibarita y poeta decadente. El personaje no encuentra límite a sus ansias y ambiciones, no excluye la vivencia de ninguna sensación o experiencia y hace del erotismo su estética. Silva, a través del personaje, hace una descripción de lo que él denominara sus cuatro almas: el artista, que se refugia en el pasado clásico encontrando vulgar lo contingente; el filósofo escéptico y nada pragmático; el gozador, que hastiado de los placeres vulgares, va en busca de placeres más profundos y refinados; y, finalmente, el analista, que discrimina sus sensaciones para vivenciarlas con mayor intensidad.
En los personajes femeninos la frágil Helena, es la imagen de la mujer ideal, que para Edgar Allan Poe debía ser “joven, hermosa y muerta”; pero encontramos también en De sobremesa la idea de la mujer fatal, mejor representada por lo que Fernández llama “las siete horizontales”. Éstas son: Marie Lagendre, la más sensual de sus amantes; Nelly, una muchacha adinerada de Chicago; la colombiana Consuelo; Olga, una baronesa alemana; Julia Musellaro, la hembra mediterránea; Nini Rousset, sexo puro; y, finalmente, Constanza Landsier.
Por otro lado, Fernández, como el pirata Barba Azul, asesina a las siete mujeres olvidándolas, cuando después del coito éstas le provocan un asco incontenible.
Midnight dreams ( Sueños de Medianoche)
Anoche, estando solo y ya medio dormido,
Mis sueños de otras épocas se me han aparecido.
Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías
Y de felicidades que nunca han sido mías,
Se fueron acercando en lentas procesiones
Y de la alcoba oscura poblaron los rincones
Hubo un silencio grave en todo el aposento
Y en el reloj la péndola detúvose al momento.
La fragancia indecisa de un olor olvidado,
Llegó como un fantasma y me habló del pasado.
Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde,
Y oí voces oídas ya no recuerdo dónde.
…………………………………………………………………..
Los sueños se acercaron y me vieron dormido,
Se fueron alejando, sin hacerme ruido
Y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra
Y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra
Suspiro
a A. de W.
Si en tus recuerdos ves algún día
Entre la niebla de lo pasado
Surgir la triste memoria mía
Medio borrada ya por los años,
Piensa que fuiste siempre mi anhelo
Y si el recuerdo de amor tan santo
Mueve tu pecho, nubla tu cielo,
Llena de lágrimas tus ojos garzos;
¡Ah, no me busques aquí en la tierra
Donde he vivido, donde he luchado,
Sino en el reino de los sepulcros
Donde se encuentran paz y descanso!
¿Recuerdas?
¿Recuerdas? Tú no recuerdas
Aquellas tardes tranquilas
En que en la vereda angosta
Que conduce a tu casita
Plegaban a tu contacto
Sus hojas las sensitivas
Como al poder misterioso
Del amor tu alma de niña
En la oscuridad pasaban
Las luciérnagas cual chispas
Que bajo la yerba espesa
Nuestros dedos perseguían
¡Así también en las horas
De mis años de desdicha
Cruzaban por entre sombras
Mis esperanzas perdidas!…
¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
La cruz de mayo que hicimos
Con violetas silvestres
Y con sonrosados lirios
Bajo el frondoso ramaje
De tu árbol favorito.
Como una lluvia de perlas
Sobre blanco raso níveo
Brillaba por los […]
En las hojas del rocío!
Y los pájaros cantores
Hicieron cerca sus nidos…
Después pasé una mañana
Y vi tu ramo marchito
Como mi pasión ardiente
Por tu infamia y tus desvíos.
¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
Más de esa noche amorosa,
La lumbre de tus pupilas,
El aliento de tu boca
Entreabierta y perfumada
Como un botón de magnolia,
Los murmullos argentinos
Del agua bajo las frondas,
El brillo de las estrellas
Y las esencias ignotas
Que derramaron los genios
En las brisas cariñosas,
Quedaron como una huella
Que el tiempo aleve no borra
¡Ay! para toda la vida
¡Escritas en la memoria!
¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
Pero yo, cuando levanta
El crepúsculo sombrío
Del fondo de las cañadas
Y las tristezas inmensas
De lo profundo del alma
Al pasado fugitivo
Tiendo la vista cansada
Y nuestra historia de amores
Hacia mí tiende las alas.
¡Cuando en las horas nocturnas
Cabe el esposo que te ama
Tu agitado pensamiento
Tenga segundos de calma
De aquella pasión extinta
¡Jamás te acuerdes, ingrata!
¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
La tarde aquella en que juntos
Bajamos de la colina,
Tus grandes ojos oscuros
Se anegaban en los rayos
Sonrosados del crepúsculo
Y tu voz trémula y triste
Como un lejano murmullo
Me hablaba de los temores
De tu cuerpo moribundo!
Si hubieras entonces muerto
Cómo amara tu sepulcro.
Ahora, cuando te veo
Feliz gozar de tus triunfos
Tan sólo asoma a mis labios
Una sonrisa de orgullo!
Realidad
Para M
En el dulce reposo de la tarde
Cuando al ponerse el sol en occidente
Su luz dorada, de la vida fuente,
Como una hoguera en los espacios arde,
O de la noche en el silencio umbrío
Cuando la luna con fulgor de plata
Alumbra a trechos el sonante río
Y en sus límpidas ondas se retrata,
Entre las sombras de la vida hay horas
En que la realidad que nos circuye
A detener el ímpetu no alcanza
De nuestra alma que a lo lejos huye
Y a la región de lo ideal se lanza…
Y entonces cuando pienso en tus amores
Nuestras dos vidas deslizarse veo
No cual la realidad que aja sus flores
Sino cual la ilusión de tu deseo.
No por las conveniencias separados,
Soñando tú conmigo, yo en tus sueños,
Sino juntos los dos en los collados
De la Arcadia risueños;
Asidos por las manos a lo lejos
Buscando el fin de la campiña amena
A los pálidos rayos de la luna.
O del ardiente sol a los reflejos,
Dejando transcurrir una por una
Las no contadas horas venturosas
Que no mancha la sombra de una pena
Libando amor y deshojando rosas
Del verdor y del musgo en lo sombrío
Ocultos en lo ignoto del boscaje
Radiante aún de gotas de rocío
De virgen fuerza y de vigor salvaje;
Sentados a la orilla del torrente
Tú escuchando los ecos del follaje
Yo acariciando -trémula la mano-
Tus rizos al caer sobre tu frente…
Otras veces trayendo a la memoria
Los fantasmas de un tiempo ya pasado
Junto con ellos cual sencilla historia
Los ideales de tu amor soñado.
Y es entonces un gótico castillo
De altivas torres de musgosas piedras
En cuyo muro gris crecen las hiedras
Teatro de nuestro amor santificado.
Y en reducida y perfumada estancia
Cuyos tapices abrillanta y dora
El fuego de la antigua chimenea,
Juntos los dos oímos a distancia
Diciéndonos protestas de ternura
La voz del agua que al perderse llora
Y el viento que en los árboles cimbrea
Entre el silencio de la noche oscura.
O en frágil barca en plácida mañana
De lago azul flotando en los cristales
Con la mirada errantes contemplamos
El cielo, la ribera, los juncales,
Y las nieblas que inciertas, vaporosas,
Van a perderse en la región lejana
Como se pierde la esperanza humana
O el postrimer aroma de las rosas.
Mas cuando el alma en sus ensueños flota,
La realidad asoma de improviso
No más resuena la encanta nota
Brotan espinas do la rosa brota,
Y en crüel se torna el paraíso.
Vuelvo a mirar… y pienso que nacimos
Para vivir por siempre separados,
Que no es una la senda que seguimos
Y que la lumbre que cercana vimos
Fue visión de tu amor y tus cuidados.
Y al comparar la realidad penosa
Con los paisajes de ideal que miro
En el fondo del alma lastimosa
Para tu dulce amor -niña piadosa-
Para tu dulce amor surge un suspiro.
VEJECES
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
són de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo,
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores,
por eso a los poetas soñadores,
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas.
BIBLIOGRAFÍA
Ruiza M. Fernandez T, y Tamaro E. (2004) Biografía de José Asunción Silva-
” (Quintero Ossa, Robinson).