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106. POESÍA MÁS POESÍA: Roberto Juarroz

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ROBERTO JUARROZ

BIOGRAFÍA

Roberto Juarroz nació en Coronel Dorrego, Argentina, provincia de Buenos Aires, el 5 de octubre de 1925 y falleció a los 70 años un 31 de marzo de 1995 en Temperley, provincia de Buenos Aires. La mayor parte de su obra poética se recopila en Poesía Vertical, cuyo último volumen se publicó en 1994.
Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires y dirigió el Departamento de Bibliotecología y Documentación de la misma entre 1971 y 1984. Trabajó como bibliotecólogo para la UNESCO y la OEA en diversos países y entre 1958 y 1965 dirigió veinte números de la revista Poesía = Poesía junto con Mario Morales. 

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No abundan las biografías sobre mi persona. Las pocas que circulan por ese mastodonte fatuo llamado Internet me narran como un poeta metafísico, un bibliotecario exigente y un catedrático incurable. Circunscriben mi vida a mi labor dentro de la Universidad de Letras y el Departamento de Bibliotecología. Cuesta encontrar detalles sobre mi vida privada, mi niñez, mis primeros años en mi querido pueblo de Coronel Dorrego, aquel terruño cuasi virginal perteneciente a Sierra de la Ventana. Tampoco se recogen aspectos de mi militancia política, mis preferencias musicales o artísticas, mis comidas favoritas, anécdotas de excesos o exilio. Parecería ser que sólo fui un docente que se la pasó encerrado en una biblioteca escribiendo poesía. “Yo me he sentido atraído en primer lugar por los elementos de la naturaleza. Nací en un pueblo al borde del campo. Mi padre era jefe de la estación de ferrocarril y teníamos enfrente el horizonte abierto. En esa pequeña ciudad me acostumbré desde muy chico a los silencios. Esas noches abiertas en donde se veían las estrellas, la luna nítida, los vientos, el agua, el árbol que para mí es un protagonista de la vida. Comencé mis lecturas muy temprano. Me atrajeron cada vez más y dediqué buena parte de mi vida a eso. Mientras tanto se fue configurando como lenguaje predilecto, o elector (tal vez me eligió a mí), la poesía”. Quizá fue un hallazgo fortuito. 

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Siempre me encandiló la poesía. Me recuerdo de muy pequeño leyendo por primera vez versos y rimas en un libro enmohecido, de papel amarillento, que tomé prestado casi de casualidad. Siempre me fascinó ese modo de expresión. Desde un primer momento, con mis producciones más novatas, sentía ese caudal inagotable de transmisión de sensaciones y modos de ver el mundo conformado por palabras. “Sentí también que comúnmente vivimos en un espacio pequeño de la realidad, un segmento diminuto. No es que no sea realidad lo que se hace: todo es realidad, pero vivimos al costado, con las fronteras muy cerca, muy limitadamente. La poesía tiene como objeto inmediato, básico, producir una fractura y ésta consiste en quebrar la escala consuetudinaria, la escala repetitiva, empequeñecida de lo real. Es abrir la realidad y proyectarla”. 
“El fondo de las cosas no es la muerte o la vida / El fondo es otra cosa/ que alguna vez sale a la orilla”. Nunca me interesó darle títulos a mis poesías. Todos están numerados y forman parte de lo que supe llamar Poesía Vertical, no sé si es una gran obra pero podríamos decir que es mi obra capital, mi legado.
Me perfeccioné en La Sorbona y fui docente durante 30 años de la Facultad de Letras, mi segundo hogar. Sin embargo fue el lenguaje poético el cual me atrapó para siempre.  
 
“Creo que esta metamorfosis que es la expresión humana no está hecha sólo de espíritu, ni de materia, ni sólo de sentidos. Creo que es catastrófico que se separe el poder mental del hombre, de la inteligencia, o de la imaginación. Todo lo que constituya un elemento divisor, partidor, es negativo para concebir al ser humano. Uno de los fines de la poesía es volver a reunir todo lo que el hombre es y hablar desde todo lo que lo constituye. Alguien señaló que Miguel Hernández, el poeta español, había conseguido un lenguaje casi corporal, que había integrado en la poesía hasta el propio físico. En esa conversión casi química, en esa alquimia del verbo, como decía Arthur Rimbaud, el hombre debe acceder de una manera o de otra, a que la integridad de su ser, se juegue en la integridad del poema”. 

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Voy a citar un extracto de una carta enviada por Roberto Juarroz a W.S. Merwin, traductor de su obra al inglés.  
“Temperley el 26 de agosto de 1986 
…no sé qué enviarle como respuesta a su pedido de algunas informaciones biográficas, que pueda resultarle útil. Le confieso que nunca me he sentido muy inclinado hacia mi biografía. Por un lado, no le he asignado importancia y por el otro me parece un accidente, una mezcla de azar y destino, que podría ser de otra manera, sin mayor valor o interés para los demás y sólo rescatable hacia adentro de mi vida y en la transfiguración de mis poemas. La vida me importa enormemente para vivirla, pero no tanto para recordarla y menos todavía para describirla. Todo es seguramente más complejo que esto, pero no puedo evitar cierta alergia ante mi propia biografía. 

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Sin embargo, a falta de otra cosa, le envío una nota bibliográfica, hecha para responder a algunos pedidos generales que me suelen hacer. Allí verá que he tenido bastantes actividades (quizá demasiadas), entre ellas abundantes viajes, trabajos, estudios, publicaciones, etcétera. Nací en un pequeño pueblo de campo, el 5 de octubre de 1925. Pasé allí una infancia relativamente alegre, con altibajos o anuncios de soledad y misterio. Descendiente de vascos por ambas líneas, pero ya hijo de argentinos, mi padre era jefe de la estación del ferrocarril, donde viví hasta los 9 o 10 años, cerca de la atmósfera de los trenes de larga distancia, cargados para mí del espíritu del viaje y la aventura. Además, hubo en mi infancia otros dos factores importantes: la naturaleza (la tierra, la pampa, el campo abierto, el enorme silencio, algunos árboles, muchos pájaros, animales, lluvias, vientos, cielos interminables, mar, etcétera) y la religión (el templo católico, las oraciones, los libros piadosos, la frecuentación de sacerdotes y monjas, el colegio religioso, etcétera).
Dos hermanos mayores (una mujer y un hombre), muchos primos, juegos, disputas, desuniones familiares, enfermedades, cariño, desilusiones, algunas fantasías ocultas y cierta inclinación al apartamiento, a los juegos solitarios. A los 10 años, aproximadamente, mi padre fue trasladado, también como jefe de estación, a un pueblo suburbano de Buenos Aires: Adrogué. El mismo lugar donde vivió cierto tiempo Borges, quien escribió bastante sobre sus calles arboladas, sus parques llenos de secretos, sus viejas casonas, su hotel casi fantasmal. En Adrogué fui completando mis estudios primarios y secundarios, viví una adolescencia entremezclada de despertares y sentimientos más o menos místicos, ciertos enamoramientos, las primeras grandes lecturas literarias, los primeros descubrimientos y balbuceos poéticos, la escritura como algo más que un gesto repetido, las grandes noches de soledad y lectura, de poesía y contemplación. Sentí todo aquello como la culminación, el ápice de la realidad. Y quedé marcado para siempre. Algunos encuentros decisivos, el comienzo de grandes dudas, el desgarramiento de sustanciales abandonos. Mi padre murió de cáncer pulmonar entre mis brazos y respiré la muerte. Abandoné la iglesia y sus brillos, pero quedé teñido por algo cercano a lo místico, que surge y vuelve a surgir en mi poesía, que es hoy mi única religión, pero en aquel sentido no confesional, sino primario y abierto, que decía Novalis, cuando hablaba de la poesía como la religión original de la humanidad. Allí, en Adrogué, conocí también la estrechez económica y tuve mi primer trabajo, a los 17 o 18 años, como “bibliotecario” (mi “profesión” de siempre) en el Colegio Nacional.  
 Hice algunas fuertes amistades, comprendí mejor la bondad de mi madre y los egoísmos de familia y llegaron las grandes discusiones, las rupturas necesarias, la entrada cada vez mayor en la poesía, los grandes renunciamientos por ella (mi primera novia y su fortuna, mis primeros estudios universitarios y su abandono, mis primeros éxitos pueblerinos en el plano intelectual o cultural, el esbozo de una vida socio-literaria, etcétera). Allí también, casi contradictoriamente, tuve mi primer matrimonio y una hija, cuando tenía alrededor de 25 años. Luego vinieron mi separación y mis primeros largos viajes, por tierra (el sur, la Patagonia y sus grandes espacios deshabitados) y por mar (como empleado de una línea de navegación, luego de ser expulsado de mi puesto por razones políticas; conocí New York, varios países de América Latina, los puertos del sur, etcétera). Volví más tarde a mi cargo de bibliotecario, que conservé durante cerca de 20 años, descontando accidentes y exilios más o menos forzosos. Trabajaba entonces 4 horas por día, a la mañana, dedicando el resto del tiempo a la lectura, la poesía, y todo lo demás. A los 30 años, resolví estudiar en la Universidad de Buenos Aires aquello que tanto había vivido y que me sirviera como medio de subsistencia: la Bibliotecología. Fue difícil adaptarme, pero alcancé mi graduación. En aquella época conocí a Laura y me uní a ella como compañera irreemplazable. Obtuve luego una beca de la Universidad y me fui un año a París. Descubrí entonces Europa y la comencé a recorrer de punta a punta. Esa experiencia fue enormemente importante para mí, un verdadero viaje a las fuentes, que Laura compartió durante algunos meses. Al regresar de mi beca, fui nombrado con un cargo inicial de profesor en la Universidad, donde seguí eslabonando una larga carrera docente, a través de innumerables cambios, dislocamientos y también atropellos, hasta alcanzar el cargo de profesor titular y director del departamento de estudios de mi especialidad. He detestado siempre la política, y la creo el mayor adversario de la poesía, de cualquier color que sea. Lo he dicho en todas partes y bajo cualquier régimen. Y así lo he pagado: fui desplazado arbitrariamente en tres ocasiones, dos veces en la Universidad y una antes. Hace poco he vuelto a someterme a otro concurso y ganado. Veremos hasta cuándo. Creo que la nota bibliográfica enumera un poco el resto. Tuve varios años de exilio forzado del país. A fines de 1977, ya en Temperley, sufrí una grave crisis, un infarto cardiaco, que vino a agregarse a otros serios problemas de salud que había tenido antes. Como muchos otros, he pasado infinidad de cosas, siento la riqueza única de la vida y, como diría un inolvidable personaje de Bergman, a pesar de mi edad y lo que eso significa, “me siento como si tuviera diez años”. Lo demás, lo que verdaderamente importa, usted lo sabe: amo más que nunca la poesía como creación extrema del hombre, me siento como siempre un aprendiz, sé que he escrito algo relativamente diferente, no me interesan el éxito literario ni la fortuna ni tampoco la farándula “socio-literaria”, busco lo abierto, sigo teniendo algunas grandes admiraciones (como Porchia, Rilke o Huidobro, por ejemplo), siempre he tenido algunos grandes amigos, me importa entrañablemente el hombre, me asombra un poco este reconocimiento creciente de los últimos años y las voces que me llegan de muchas partes, estoy cargado de múltiples dudas, tengo sin embargo una profunda fe en algo que sólo puedo vislumbrar en mi poesía y me gustaría vivir un poco más”. 

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ROBERTO JUARROZ participó en el Segundo Congreso Internacional de Poesía y Psicoanálisis Grupo Cero, fue invitado por Norma Menassa, presentó ésta comunicación: 

Algunas reflexiones sobre la poesía. 
Para acercarse a la poesía, es bueno recordar a veces algunas cosas que la poesía no es. Así, por ejemplo, la poesía no es una terapéutica, ni un discurso, ni una ideología, ni una política, ni una religión. No viene a curar a nadie, no es una ilación ininterrumpida, no configura un sistema de explicaciones o respuestas, no es una fórmula de salvación. Tal vez sea a menudo precisamente lo contrario de todo eso. 
 Si se recuerda aquello que la poesía es, parece aceptable decir que consiste en una explosión de ser a través del lenguaje. Una ruptura de la escala de visión de la realidad, la experiencia de la realidad abierta y su expresión. Pero, además, la poesía es creación de realidad, mediante un uso diferente de la palabra humana y sus infinitas posibilidades de combinación. Vivir el mundo como un infinito real y expresarlo por medio de un infinito verbal. La poesía es así el mayor realismo posible y no tiene nada que ver con la abstracción, la evasión, la evanescencia, la distracción o el juego. Algunos ingenuos o malintencionados afirman esto de la poesía porque en el fondo le tienen miedo. 
 El realismo de la poesía, abierto al infinito, es lo opuesto al realismo estrecho e inevitablemente irreal que aparece en las historias de la literatura. 
La poesía es el lenguaje de todas las transgresiones del lenguaje, según Roland Barthes. 
El lenguaje es poesía fósil, dijo Borges hacia el final de su vida. La poesía, entonces, es el lenguaje no fosilizado. 
No hay poesía sin una profunda contemplación del lenguaje. 
La poesía es una vía irregular, no ortodoxa, herética del conocimiento. 
Es una metafísica instantánea, como escribió Bachelard. Y mantiene los ojos abiertos hacia el misterio, como reclamaba Einstein. 
El mundo necesita ser sacralizado. La poesía es el camino para la imprescindible resacralización laica del mundo, de la realidad, de la vida. 
 La poesía es un segundo nacimiento, como lo buscaron todas las corrientes de sabiduría; un despertar a la realidad abierta. 
Cristo dijo a Lázaro: Levántate y anda. Tal vez hubiera sido preferible que le dijera: Levántate y habla. 
Sólo interesa la poesía que se ocupa de las últimas cosas. Pero Prochia escribió. Si nada se repite igual, todas las cosas son últimas cosas. Podemos pensar, además, por la misma causa, que todas las cosas son primeras cosas. 
La poesía tiene un peso propio y concreto, como todas las cosas sobre la tierra. Pero la ley de gravedad propia de la poesía no involucra sólo una fuerza hacia abajo: la poesía experimenta también una gravedad hacia arriba. A esto alude, entre otras cosas, la designación Poesía vertical. 
El poema siempre es provisorio. Baudelaire afirmó paradójicamente que corregir es más importante que hacer. 
Un poema siempre está incompleto. No sólo porque todo es incompleto, sino además porque el poema debe terminarse de hacer en quien lo recibe. No completarse; recrearse. En esta línea, Valéry pudo decir que un poema no se termina: se abandona. 
En el poema, como en el resto de la realidad, todo es otra cosa, Antonio Machado habló de la incurable otredad que padece lo uno. Rimbaud llegó a decir: Yo es otro. La mirada creadora, poética, no simplemente productora o reproductora, buscará siempre el otro lado, el revés de todo. La polisemia infinita de la poesía, los ilimitados sentidos de cada cosa, responde según Robbe Grillet a la polisemia infinita de toda la realidad. 
A todo poema le falta un paso más. Cabe pensar entonces en la posibilidad de un poema interminable, inagotable, continuo, infinito. 
Todo poema es un acto de aprendizaje. Ya señaló Cesare Pavese que todo poeta, por grande que sea es un aprendiz. 
Todo poema  es un acto de celebración, aunque hable de lo más negativo, porque es un foco de intensidad vital y verbal. 
Todo poema es un acto de creación, mediante el infinito arte combinatorio del lenguaje y las infinitas relaciones posibles entre la palabra y el silencio, la palabra y la música, el pensamiento y la emoción, el sentido y el sobresentido, el tiempo y el antitiempo, el ser y la nada. Esto armoniza con algo que escribió Clarice Lispector; La creación no es una comprensión; es un nuevo misterio. 
Todo poema es una presencia. Algo que ahora está y antes no estaba. Algo que acompaña a la soledad del hombre. 
La poesía es una forma excepcional de abolir el vacío. Por eso hay tantos que tratan de escribir poesía. 
Parafraseando a Heinrich Bôll, se puede decir que el poeta y la poesía no tienen necesidad de libertad, porque son la libertad. 

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POEMAS


44 
Porque esta noche duermes lejos 
y en una cama con demasiado sueño, 
yo estoy aquí despierto, con una mano mía y otra tuya.   
Tú seguirás allí
desnuda como tú 
y yo seguiré aquí 
desnudo como yo. 
Mi boca es ya muy larga y piensa mucho 
y tu cabello es corto y tiene sueño. 
Ya no hay tiempo para estar 
desnudos como uno los dos. 
45 
La soledad se adueña de mi sombra
como una deuda mía. 
Y más como una deuda de otro, 
alguien que de poder vendría. 

46 
No debiera ser posible
dormirse sin tener cerca
una voz para poderse despertar. 
No debiera ser posible
dormirse sin tener cerca 
la propia voz para poderse despertar. 
No debiera ser posible
dormirse sin despertar 
en el momento justo en que el sueño se encuentra con esos ojos abiertos 
que ya no necesitan dormir más. 

47 
Comunicar la tarde con las venas, 
reconocer los nombres con los dedos, 
mientras se mezcla el cuerpo con el signo, 
la tos y el pensamiento. 
No es posible crecer ni arrodillarse, 
pero queda la cruz de no estar muerto 
y enarbolar la sangre densamente, 
aunque no alcance el tiempo. 
No se reza sin uñas mal cortadas 
y para no morir basta estar muerto. 
Llueve en la esquina. Quizá aquí no llueva.
Pero yo no estoy seco. 

30 
De dónde nos viene esta veta de materia gastada, 
esta espiral de cansancio siempre en acecho, 
esta zona de pergamino enfermo 
que sin aviso nos desabotona el saco, 
nos afloja el abrazo,
nos tuerce de repente los ojos 
o nos hace callar en la mitad de una palabra.
De dónde nos viene este ariete precursor, 
esta fisura ubicua, 
bautista del agujero eterno.
De dónde esta filiforme anticipación 
que se nos cuela como el revés de la ternura de una amante 
y nos empuja un poco más el párpado, 
nos roba lo que íbamos a decir 
o nos calca el derroche de los rostros. 
De dónde esta humorada, esta espuma de jabón del abismo, 
este rapto ínfimo,
este buche de la muerte, 
esta ocasión de meter el dedo en la grieta 
que esculpe subrepticiamente la piel interior de cuanto
existe. 
Un minúsculo monigote, un dios enano 
anda rondando el pecho enfermo 
de esta minúscula claridad que llamamos vida. 
Habría que cortarle las manos.
O habría que clausurar la claridad. 

31 
La luna negra del día
les fabrica rumbos escondidos a las cosas.
Una gota se vuelve la mitad del aire 
y el sitio de tu sueño pega un salto.
Un montón de tiempo inesperado duplica las ventanas.
La sombra se convierte en el tacto más íntimo 
y el cuerpo tiernamente grotesco del mundo se palpa entonces a sí mismo. 
Las mareas se internan así en el pensamiento
y tu pasión comienza, 
nido y limite a la vez del mediodía. 


El desconocedor se sube al muro, 
antes de que trepen los ojos
que sentía correr al otro lado
como mandíbulas furtivas.
No va a conocer más: 
Va a alzar los túneles 
de su propia ficción,  va a consumarlos. 
El desconocedor ha hallado el giro
que las preposiciones ignoraron: 
ver sin más ver,
ver antes que el ojo vea, 
aprender a caerse del ojo 
hasta el sonambulismo de la propia visión.
O a remontar el ojo abierto hasta ninguna. 
El muro es un pretexto, 
el ojo es otro.
Y la visión también es un pretexto. 


La serpiente de todas las esperas 
que han anillado la vida 
desenrosca de pronto su sibilante inminencia 
y muerde como el calco de un dios el pan del tiempo.    
Vuelve después a enrollar su antigua ceremonia,  ese rito de la materia misma, 
mapa dormido en su elasticidad,
que no tendrá nunca un anillo de más o uno de menos.    
Juego adentro del juego,
el tiempo aguarda esas periódicas mordeduras 
para seguir girando en el vacío.
Y el vacío, 
que está afuera del juego, 
lo completa y lo nutre con su espera.   
A Paul Eluard 


Una mosca anda cabeza abajo por el techo,
un hombre anda cabeza abajo por la calle 
y algún dios anda cabeza abajo por la nada.
Tan sólo tú no andas esta tarde, 
a menos que las ausencias puras 
inventen otra forma de andar que no sabemos: 
andar cabeza arriba.
Exploraremos el encuentro del amor y la piedra, 
el viaje de la mano a su duelo, la playa de banderas con que sueña la sangre, 
la fiesta de ser hombre cuando el hombre despierta y se cae en el hombre, 
la fábula que se convierte en niño, la mujer necesaria para amar lo que amamos 
y hasta lo que no amamos.
Y exploraremos también el espacio vacío que dejaste en tu poema, 
el espacio vacío que dejaste en cada palabra
y hasta en tu propia tumba
para alzar el futuro.
Allí te encontraremos
y juntos echaremos a andar cabeza arriba. 

17 
   Un muro, una canción
y un aire como barniz de duende
para que la canción descanse sobre el muro. 
Del otro lado, un hombre. 
No ha levantado el muro 
ni canta la canción, 
ni siquiera la escucha.
Pero el aire barniz cava en su sombra un círculo 
en donde la canción es justamente el centro. 
El hombre está agachado
(tal vez lo estuvo siempre).
El muro baja entonces y le sube los ojos.
Una canción  (no importa quien la cante),
(no importa quien lo ha hecho) 
y un aire liso y vivo 
(no importa adonde vaya). 
Si el hombre no existiera, 
ellos lo habrían creado. 

POESÍA VERTICAL


14 
He encontrado el lugar justo donde se ponen las manos, 
a la vez mayor y menor que ellas mismas. 
He encontrado el lugar 
donde las manos son todo lo que son
y también algo más. 
Pero allí no he encontrado 
algo que estaba seguro de encontrar:
otras manos esperando a las mías. 

SEGUNDA POESÍA VERTICAL


52 
Si alguien, 
cayendo de sí mismo en sí mismo, 
manotea para sostenerse de sí 
y encuentra entre él y él 
una puerta que lleva a otra parte, 
feliz de él y de él, 
pues ha encontrado su borrador más antiguo, 
la primera copia. 

QUINTA POESÍA VERTICAL,



Llega un día
en que la mano percibe los límites de la página 
y siente que las sombras de las letras que escribe
saltan del papel. 
Detrás de esas sombras, 
pasa entonces a escribir en los cuerpos repartidos por el mundo, 
en un brazo extendido,
en una copa vacía, 
en los restos de algo. 
Pero llega otro día 
en que la mano siente que todo cuerpo devora 
furtiva y precozmente
el oscuro alimento de los signos. 
Ha llegado para ella el momento 
de escribir en el aire, de conformarse casi con su gesto.
Pero el aire también es insaciable 
y sus límites son oblicuamente estrechos. 

SEGUNDA POESÍA VERTICAL 


69 
Cada uno se va como puede, 
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano, 
unos con la cédula de identidad en el bolsillo, 
otros en el alma,
unos con la luna atornillada en la sangre 
y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos. 
Cada uno se va aunque no pueda, 
unos con el amor entre dientes, 
otros cambiándose la piel,
unos con la vida y la muerte,
otros con la muerte y la vida, 
unos con la mano en su hombro
y otros en el hombro de otro. 
Cada uno se va porque se va, 
unos con alguien trasnochado entre las cejas,
otros sin haberse cruzado con nadie, 
unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino, 
otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez en el aire,
unos sin haber empezado a vivir 
y otros sin haber empezado a vivir. 
Pero todos se van con los pies atados, 
unos por el camino que hicieron, 
otros por el que no hicieron 
y todos por el que nunca harán. 
La mano emprende entonces su último cambio
humildemente 
a escribir sobre ella misma. 
 

El ser empieza entre mis manos de hombre. 
El ser, 
todas las manos, 
cualquier palabra que se diga en el mundo, 
el trabajo de tu muerte, 
Dios, que no trabaja. 
 
Pero el no ser también empieza entre mis manos de hombre 
El no ser, 
todas las manos, 
la palabra que se dice afuera del mundo, 
las vacaciones de tu muerte, 
la fatiga de Dios, 
la madre que nunca tendrá hijo, 
mi no morir ayer. 
Pero mis manos de hombre ¿dónde empiezan? 
 

No es la luz la única suma de los colores. 
Hay ciertas dimensiones sueltas 
donde los colores se reúnen más estrechamente que en la luz, 
como novísimos peces en un mar aún más joven que ellos. 
 
A partir de allí 
parece posible reconstruir algo  
que nunca ha saltado el signo del comienzo 
otra especie de tangencia. 
 
La suma de los colores debe incluir un filamento 
donde estén retorcidas en un mismo hilo 
la mirada que ve 
y la mirada que no ve. 
 
11 
Sacar la palabra del lugar de la palabra 
y ponerla en el sitio de aquello que no habla: 
los tiempos agotados, 
las esperas sin nombre, 
las armonías que nunca se consuman, 
las vigencias desdeñadas, 
las corrientes en suspenso. 
 
Lograr que la palabra adopte 
el licor olvidado 
de lo que no es palabra 
sino expectante mutismo 
al borde del silencio, 
en el contorno de la rosa, 
en el atrás sin sueño de los pájaros, 
en la sombra casi hueca del hombre. 
 
Y así sumando el mundo, 
abrir el espacio novísimo 
donde la palabra no sea simplemente 
un signo para hablar 
sino también para callar, 
canal puro del ser, 
forma para decir o no decir, 
con el sentido a cuestas 
como un dios a la espalda. 
Quizá el revés de un dios, 
quizá su negativo. 
O tal vez su modelo. 
 
 16 
 
A veces parece 
que estamos en el centro de la fiesta. 
Sin embargo 
en el centro de la fiesta no hay nadie. 
En el centro de la fiesta está el vacío. 
 
Pero en el centro del vacío hay otra fiesta. 
 
 18 
 El número uno me consuela de los demás números. 
Un ser humano me consuela de los otros seres humanos. 
Una vida me consuela de todas las vidas, 
posibles e imposibles. 
 
Haber visto una vez la luz 
es como si la hubiera visto siempre. 
Haber visto una sola vez la luz 
me consuela de no volver a verla nunca. 
 
Un amor me consuela de todos los amores 
que tuve y que no tuve 
Una mano me consuela de todas las manos 
y hasta un perro me consuela de todos los perros. 
 
Pero tengo un temor: 
que mañana llegue a consolarme 
más el cero que el uno. 
 
 27  
Desde esta media luz  
o media sombra  
¿hacia dónde podemos ir?  
 
Hacia más luz  
nos ahoga la armonía.  
Hacia más sombra  
se pierden nuestros pasos.  
Y aquí  
no podemos quedar.  
 
No hay otra media luz  
o media sombra.  
 
De aquí no se puede ir a ningún sitio.  
A menos que encontremos un espacio  
donde luz y sombra sean lo mismo.  
 
37  
Toda asimetría es la nostalgia  
de una simetría.  
 
Como el árbol es nostalgia del pájaro,  
el pájaro de la nube perfecta  
y la nube de un cielo sin nubes.  
Pero toda simetría  
canta una asimetría.  
 
Hasta el ser es el canto y la nostalgia  
de aquello que no es,  
de aquello que es en lo que no es,  
de aquello que no es en lo que es.  
 
Porque la simetría y la asimetría  
son tan sólo estados provisorios.  
 
96  
Versión simple del mundo:  
el lugar que encontramos.  
 
Versión más ajustada:  
el lugar que dejamos.  
Versión perfeccionada:  
el lugar para buscar otro mundo.  
 
Versión casi definitiva:  
el lugar de una ausencia.  
 
Y otra más todavía:  
el lugar que nos prueba  
que ser no es un lugar.  
 
Y la última versión:  
el mundo es el lugar para aprender  
que ser no necesita lugar.  
 
105  
De un abismo a otro abismo.  
Así hemos vivido.  
Y cuando nos tocaba el interludio  
de una zona de aire,  
donde es fácil respirar y sostenerse,  
añorábamos sin querer el abismo,  
que nos ha amamantado con la nada.  
 
Desde el fondo del ser trepa un ensalmo  
para pedir, cuando llegue la muerte,  
que todo sea un abismo, no otro rumbo.  
 
Tal vez en él nos crezcan alas.  
 
Adentro de un abismo siempre hay otro. 
Y si no hay diferencia habrá distancia.  
Sólo nos falta hallar y ser tan sólo  
la distancia de adentro del abismo.  
 
17  
Voy perdiendo las zonas intermedias.  
Percibo sólo lo muy cercano  
o lo muy lejano.  
 
Este cambio radical de los sentidos  
o quizá este surgimiento de un sentido distinto  
confirma mi sospecha  
de que sólo en los extremos  
habita lo real.  
 
El infinito no es igualmente infinito en todas partes.  
 
En sus puntos más intensos  
las mayores distancias se reabsorben.  
La lección mayor del infinito  
es dejar de ser a veces infinito.  
 
32  
El poema continuo,  
la escritura continua,  
el texto que nunca se termina  
y nunca se interrumpe,  
el texto equivalente a ser.  
 
La vida se convierte  
en una forma de escritura  
y cada cosa es una letra,  
un signo de puntuación,  
la inflexión de una frase.  
 
Inaugural metabolismo  
de una filología  
que ha descubierto un nuevo verbo:  
el verbo siempre.  
 
La poesía se escribe siempre,  
vivir se vive siempre,  
algo despierta siempre:  
poema-siempre.  
 
El ser es escritura.  
 
Y una palabra es suficiente  
para toda la acción:  
siempre.  
El otro verbo,  
nunca,  
es tan sólo su sombra.  
 
 18  
Una invasión de palabras  
trata de acorralar al silencio,  
pero, como siempre, fracasa.  
 
Intenta luego arrinconar a las cosas  
que habitan el silencio,  
pero tampoco lo consigue.  
Y va por fin a cercar a las palabras  
que conviven con el silencio,  
pero entonces se produce lo imprevisto:  
el silencio se convierte en palabra  
para proteger mejor a las palabras  
que conviven con él.  
 
Y mientras la invasión de las otras palabras  
se desvanece como un soplo furtivo,  
se completa lo insólito:  
las palabras que quedan  
se asemejan ahora mucho más al silencio  
que a las otras palabras.  
 
(para René Char)  
 
25  
Cada poema hace olvidar al anterior,  
borra la historia de todos los poemas,  
borra su propia historia  
y hasta borra la historia del hombre  
para ganar un rostro de palabras  
que el abismo no borre.  
 
También cada palabra del poema  
hace olvidar a la anterior,  
se desafilia un momento  
del tronco multiforme del lenguaje  
y después se reencuentra con las otras palabras  
para cumplir el rito imprescindible  
de inaugurar otro lenguaje.  
 
Y también cada silencio del poema  
hace olvidar al anterior,  
entra en la gran amnesia del poema  
y va envolviendo palabra por palabra,  
hasta salir después y envolver el poema  
como una capa protectora  
que lo preserva de los otros decires.  
 
Todo esto no es raro.  
En el fondo,  
también cada hombre hace olvidar al anterior,  
hace olvidar a todos los hombres.  
 
Si nada se repite igual,  
todas las cosas son últimas cosas.  
Si nada se repite igual,  
todas las cosas son también las primeras.  
 
(en la memoria unitiva de Antonio Porchia) 
 
 11  
Detenerse ante el asombro  
que se despliega en el gesto de la rosa  
o en la maravillada tertulia  
que entablan los colores y los pájaros  
sobre la franja insegura del atardecer,  
equivale a asombrarse del asombro.  
 
Aparece entonces una nueva inocencia,  
más esencial que la primera.  
Sólo en ella germina  
el asombro definitivo:  
el reconocimiento a través de las máscaras.  
 
La salvación por el asombro.  

28  
No existen paraísos perdidos.  
El paraíso es algo que se pierde todos los días,  
como se pierden todos los días la vida,  
la eternidad y el amor.  
 
Así también se nos pierde la edad,  
que parecía crecer  
y sin embargo disminuye cada día,  
porque la cuenta es al revés.  
O así se pierde el color de cuanto existe,  
descendiendo como un animal amaestrado  
escalón por escalón,  
hasta que nos quedamos sin color.  
 
Y ya que sabemos además  
que tampoco existen paraísos futuros,  
no hay más remedio, entonces,  
que ser el paraíso.  
 
1  
No tenemos un lenguaje para los finales,  
para la caída del amor,  
para los concentrados laberintos de la agonía,  
para el amordazado escándalo  
de los hundimientos irrevocables.  
 
¿Cómo decirle a quien nos abandona  
o a quien abandonamos  
que agregar otra ausencia a la ausencia  
es ahogar todos los nombres  
y levantar un muro  
alrededor de cada imagen?  
 
¿Cómo hacer señas a quien muere,  
cuando todos los gestos se han secado,  
las distancias se confunden en un caos imprevisto,  
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos  
y el tallo del dolor  
se quiebra como la lanzadera  
de un telar descompuesto?  
 
¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo  
cuando nada, cuando nadie ya habla,  
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras  
de un mundo que ha perdido  
su memoria de ser mundo?  
 
Quizá un lenguaje para los finales  
exija la total abolición de los otros lenguajes,  
la imperturbable síntesis  
de las tierras arrasadas.  
O tal vez crear un habla de intersticios,  
que reúna los mínimos espacios  
entreverados entre el silencio y la palabra  
y las ignotas partículas sin codicia  
que sólo allí promulgan  
la equivalencia última  
del abandono y el encuentro.  
 
(para Jean Paul Neveu)  
 
31 
En esta hora en que las formas se deshacen,  
los fantasmas han optado por sustancias más concretas.  
Así mis manos y mis pies, por ejemplo,  
descalabran de pronto sus fieles trayectorias  
y se deslizan como acordes de una sumergida partitura.  
Gestores ya de mis íntimos fantasmas,  
acunan un salto donde existe un puente,  
arman un puente en la total llanura,  
manotean abismos como quien abre una ventana,  
se turnan entre sí como columnas alternantes,  
se arrojan como galgos  
al cuello de la sombra de un transeúnte cualquiera  
o desaparecen repentinamente en medio de la noche  
o, lo que es peor, del día.  
 
Las cosas nos traducen una nueva estrategia,  
una técnica distinta,  
que viene desde el fondo.  
Los pájaros se callan a veces demasiado  
o inauguran extrañas secuencias de sordinas.  
El agua se improvisa en insostenibles regiones.  
Las palabras recogen vestiduras abandonadas  
y regresan después empujando al pensamiento.  
Hemos creído tan sólo en dioses o en nosotros,  
mientras las raíces adquirían nuevos modos de ser el fundamento  
y los fantasmas se adiestraban en nuestra propia fisonomía.  
Asistimos ahora a un replanteo de las tácticas del abismo,  
a un reordenamiento de los estratos, las jerarquías y las densidades.  
Tal vez mañana sólo seamos nosotros lo invisible,  
los fantasmas de lo que fueron los fantasmas.  
 
 2  
El otro que lleva mi nombre  
ha comenzado a desconocerme.  
Se despierta donde yo me duermo,  
me duplica la persuasión de estar ausente,  
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,  
me copia en las vidrieras que no amo,  
me agudiza las cuencas desistidas,  
descoloca los signos que nos unen  
y visita sin mí las otras versiones de la noche.  
 
Imitando su ejemplo,  
ahora empiezo yo a desconocerme.  
Tal vez no exista otra manera  
de comenzar a conocernos.  
 
61  
Pensar nos roba el mirar.  
 ¿Dónde está entonces la visión,  
su hebra de música sin variaciones de sonido,  
su coincidencia de ojo y sueño,  
su espacio donde sólo el pasar encuentra espacio?  
¿Dónde está el pensamiento que no roba nada?  
 
Aunque menor que otras,  
pensar también es una ausencia.  
Y un olvido que crece.  
Y además quedarse solo  
y abrir la puerta para desaparecer.  
 
 51  
Algún día encontraré una palabra  
que penetre en tu vientre y lo fecunde,  
que se pare en tu seno 
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.  
 
Hallaré una palabra  
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,  
que contenga tu cuerpo  
y abra tus ojos como un dios sin nubes  
y te use tu saliva  
y te doble las piernas.  
Tú tal vez no la escuches  
o tal vez no la comprendas.  
No será necesario.  
Irá por tu interior como una rueda  
recorriéndote al fin de punta a punta,  
mujer mía y no mía,  
y no se detendrá ni cuando mueras.  
 
 48  
Si uno encuentra de pronto que lleva entre las manos  
un ramo del color de los niños perdidos  
o de los ojos de los muertos,  
ya no puede seguir doblando las esquinas,  
ni doliéndole como siempre a las ventanas,  
ni haciendo un torniquete del pasado  
entre espirales de perros  
y oraciones sin dios.  
 
Es preciso entonces conseguir un lugar  
donde el amor y la luna  
se expendan en envases separados  
y la muerte baje por una ranura y no muy cara.  
 
Y es preciso sellar bien los cabellos,  
aunque no se los corte,  
para que no sigan enredando a la gente  
y convirtiéndola en árboles.  
 
Y entonces, sobre todo,  
es preciso callar  
y devolver.  
 
En esta hora en que las formas se deshacen,  
los fantasmas han optado por sustancias más concretas.  
Así mis manos y mis pies, por ejemplo,  
descalabran de pronto sus fieles trayectorias  
y se deslizan como acordes de una sumergida partitura.  
Gestores ya de mis íntimos fantasmas,  
acunan un salto donde existe un puente,  
arman un puente en la total llanura,  
manotean abismos como quien abre una ventana,  
se turnan entre sí como columnas alternantes,  
se arrojan como galgos  
al cuello de la sombra de un transeúnte cualquiera  
o desaparecen repentinamente en medio de la noche  
o, lo que es peor, del día.  
 
Las cosas nos traducen una nueva estrategia,  
una técnica distinta,  
que viene desde el fondo.  
Los pájaros se callan a veces demasiado  
o inauguran extrañas secuencias de sordinas.  
El agua se improvisa en insostenibles regiones.  
Las palabras recogen vestiduras abandonadas  
y regresan después empujando al pensamiento.  
Hemos creído tan sólo en dioses o en nosotros,  
mientras las raíces adquirían nuevos modos de ser el fundamento  
y los fantasmas se adiestraban en nuestra propia fisonomía.  
Asistimos ahora a un replanteo de las tácticas del abismo,  
a un reordenamiento de los estratos, las jerarquías y las densidades.  
Tal vez mañana sólo seamos nosotros lo invisible,  
los fantasmas de lo que fueron los fantasmas.  
 
 2  
El otro que lleva mi nombre  
ha comenzado a desconocerme.  
Se despierta donde yo me duermo,  
me duplica la persuasión de estar ausente,  
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,  
me copia en las vidrieras que no amo,  
me agudiza las cuencas desistidas,  
descoloca los signos que nos unen  
y visita sin mí las otras versiones de la noche.  
 
Imitando su ejemplo,  
ahora empiezo yo a desconocerme.  
Tal vez no exista otra manera  
de comenzar a conocernos.  
 
 51  
Algún día encontraré una palabra  
que penetre en tu vientre y lo fecunde,  
que se pare en tu seno 
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.  
 
Hallaré una palabra  
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,  
que contenga tu cuerpo  
y abra tus ojos como un dios sin nubes  
y te use tu saliva  
y te doble las piernas.  
Tú tal vez no la escuches  
o tal vez no la comprendas.  
No será necesario.  
Irá por tu interior como una rueda  
recorriéndote al fin de punta a punta,  
mujer mía y no mía,  
y no se detendrá ni cuando mueras.  
 

 

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1 comentario en “106. POESÍA MÁS POESÍA: Roberto Juarroz”

  1. Muchas gracias por este excelente dossier dedicado al Roberto Juarroz. Lo conocí en la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y admiré su obra. Solo un detalle: nació en Dorrego, provincia de Buenos Aires, y no en Dorrego, provincia de Mendoza.
    Un saludo desde Gijón,
    Ricardo Pochtar

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