SANTA TERESA DE JESÚS
Biografía y Poemas
Teresa nació en Ávila, el día 28 de marzo de 1515. En su casa aprendió a leer y escribir y desde muy niña se aficionó a la lectura, pasión que no la abandonaría ya en toda su vida.
Sus primeras lecturas fueron vidas de santos. Más tarde, libros de caballería; finalmente, libros religiosos. La lectura, en una época que desconocía todos los medios modernos de comunicación social de que disponemos hoy, cuya vida y relaciones sociales no iban más allá del círculo familiar, tenía una influencia que a nosotros nos es difícil valorar. Libros y familiares era las únicas ventanas abiertas el mundo para una mujer, más aún para una mujer joven.
Los hechos más notables de la vida de Teresa, en sus primeros veinte años, están marcados por uno de estos dos factores. Entusiasmada por las lecturas del “Flos sanctorum”, primero quiere ser mártir y escapa a tierra de moros; fracasada la empresa, juega a ser monja en los jardines de su casa.
No obstante, sus sentimientos piadosos infantiles se enfriaron un poco al llegar a la pubertad, a causa de la lectura de libros de caballería, que exaltaron su imaginación, gustando de galas y pasatiempos.
Tras la muerte de su madre en 1528, su padre -severo hidalgo de costumbres austeras- la interna en el convento de Santa María de Gracia, donde las agustinas educan a las jóvenes de la buena sociedad avileña. Teresa descubre otro mundo. Las religiosas sustituyen a primos y hermanos, los libros religiosos a los libros de caballería, la disciplina de un internado a la libertad del hogar.
Aquí comenzó a rezar mucho y a pedir que rezaran por ella para que Dios la mostrase claramente el camino por el que le serviría mejor. Descubierta su vocación en medio de indecibles luchas, en 1532 salió enferma y pasó una temporada en Hortigosa con su tío Pedro Sánchez de Cepeda y en Castellanos de la Cañada con su hermana María de Cepeda, que estaba casada. Vuelta a Ávila, después de grandes cavilaciones, descubrió a su padre la decisión firme de entrar religiosa, y él, aunque muy virtuoso, se resistía a verse privado de su hija predilecta. Después de enconadas luchas interiores, el 2 de noviembre de 1535, a los veinte años de edad, Santa Teresa huyó de casa muy temprano y entró en el monasterio carmelitano de la Encarnación de Ávila, que ella había visitado antes varias veces, en el que la vida religiosa estaba muy relajada, pues lamentablemente la Orden Carmelitana se había ido debilitando al apartarse de las primitivas Reglas. La Santa dice acerca de su determinación: «Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartaba por sí…» El 31 de octubre de 1536, su padre firmó la carta de dote de su hija y ésta tomó el hábito el 2 de noviembre del mismo año. A este respecto ella escribe: «En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle…»
VUESTRA SOY, PARA VOS NACÍ
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra pues me conservastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea Joséf puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
COLOQUIO AMOROSO
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
Alma, ¿qué quieres de mí?
Dios mío, no más que verte.
Y ¿qué temes más de ti?
Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
El 3 de noviembre de 1537, hizo su profesión religiosa. A partir de entonces, redobló sus exigencias consigo misma y se entregó a grandes penitencias, entre luchas espirituales. Su salud se quebrantó de tal manera, que su padre envió a la Encarnación los mejores médicos de Ávila y sus alrededores, pero ella fue de mal en peor. En otoño de 1538, tuvo que salir de la Encarnación e irse a la casa paterna durante una larga temporada a causa de sus enfermedades. Y a pesar de que se procuró su salud por otros medios, la enfermedad se agravó, hasta el punto que el 15 de agosto de 1539 por la noche le dio un síncope que duró tres días; fue tomada por muerta y hasta se la preparó la sepultura. No obstante su padre se resistió a admitir el óbito de su hija y se opuso a que la enterraran. Vuelta en sí, regresó muy tullida a la Encarnación, y en abril de 1542 se sintió curada por intercesión de San José. Durante largos años, Santa Teresa siguió llevando la vida monacal entre luchas espirituales. Los locutorios de la Encarnación eran como salones mundanos frecuentados por caballeros y damas de la nobleza. Santa Teresa, cuyo nombre había ya trascendido por Ávila, era la principal atracción, recibía visitas de numerosas personas y acudía como las demás al locutorio. El 26 de diciembre de 1543 murió su padre Alfonso Sánchez de Cepeda, siendo asistido por su hija.
En 1554 se obró en Santa Teresa una profunda transformación interior, con la decisiva entrega a Dios. Ella así lo expresa: «Arrojeme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese de una vez para no ofenderle. Paréceme le dije entonces que no me había de levantarme de allí hasta que Él hiciese lo que le suplicaba». Desde entonces comenzó a experimentar un cambio profundo en su vida, evitó el locutorio, y redobló la constancia y el ardor de la oración.
En el año 1557, pasó por Ávila el Padre jesuita Francisco de Borja y le dio sabios consejos, quedando ella muy sosegada y consolada.
El 25 de enero de 1560 Santa Teresa recibió la gracia de la Transverberación de su corazón, y con ella el don extraordinario de la Confirmación en Gracia.
(Transverberación: Experiencia mística que, en el contexto de la religiosidad católica, ha sido descrito como un fenómeno en el cual la persona que logra una unión íntima con Dios, siente traspasado su corazón por un fuego sobrenatural
La confirmación en Gracia fue para los Ángeles fieles, la posesión definitiva de la Bienaventuranza Eterna).
Ella misma lo describe: «Veía un Ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal… No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los Ángeles más subidos… Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios…»
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para mejor a él gozarle.
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
NADA TE TURBE
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Tras este gran favor divino, continuaron las incomprensiones de algunos confesores inexpertos. En agosto de 1560, la visitó en Ávila el Padre franciscano Pedro de Garavito, de Alcántara, hombre muy experimentado en cuestiones místicas, a quien la Santa dio cuenta de su vida con claridad y verdad. Este santo fraile la dio luz en todo y la dijo que no tuviese pena, que alabase a Dios, y que estuviese segura que todo venía de Él.
En septiembre del mismo año 1560 se decidió a reformar la Orden Carmelitana y fundar un convento con el rigor de las Reglas primitivas de San Alberto de Jerusalén, cuyos rasgos esenciales eran la clausura total, el ayuno, el silencio y la penitencia, a los que ella añadiría algunos otros, como fueron la descalcez y el vivir de las limosnas.
El nuevo monasterio estaría bajo la advocación de San José. Para ello contó con el apoyo de San Pedro de Garavito, de Alcántara, y otros insignes protectores.
(Advocación: Dedicación de un lugar religioso al santo o a la virgen bajo cuya protección se encuentra).
Con la autorización del Obispo y un breve pontificio del Papa Pío IV, Santa Teresa fundó en Ávila el convento de San José el 24 de agosto de 1562, primero de la Reforma o Descalzas, en donde instaló a las primeras monjas que, desde entonces, vivieron entregadas a la oración y a la penitencia, con gran austeridad, extremada pobreza y estrecha clausura.
Santa Teresa tuvo que superar valientemente múltiples dificultades y afrontar grandes persecuciones, sobre todo la oposición de muchas de las monjas del convento de la Encarnación, y el alboroto de la misma ciudad, cuyo Concejo trató de suprimir el convento.
En 1563 ella obtuvo licencia para dejar la Encarnación y unirse a sus hijas en San José.
El rey Felipe II, deseoso de reformar la vida de los monasterios en sus reinos, invitó al General de los Carmelitas, el Padre Juan Bautista de Rubeo, para que los visitara. En 1567, el Padre Rubeo vino a España, visitó sus conventos de Castilla, y quedó admirado con el de la Reforma teresiana, por lo que dio licencia a la Santa para fundar nuevas casas de monjas, incluso de frailes, que ella llamaba «Palomarcitos de la Virgen Nuestra Señora».
El 15 de agosto del mismo año, Santa Teresa fundó en Medina del Campo-Valladolid su segundo convento. Aquí se puso en contacto con San Juan de la Cruz, que recientemente había terminado sus estudios en Salamanca, había recibido la Ordenación Sacerdotal, y tenía intención de dejar la Orden de Carmelo para entrar en la Cartuja. Santa Teresa le convence para que se una a ella en la Obra de la Reforma, llegando a ser el más estrecho colaborador en los planes reformadores de la Santa. En 1568 ella fundó en Duruelo-Ávila, el primer convento de la Reforma de frailes descalzos.
SOBRE AQUELLAS PALABRAS
“DILECTUS MEUS MIHI”
Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi amado.
CRUZ, DESCANSO SABROSO DE MI VIDA
Cruz, descanso sabroso de mi vida
vos seáis la bienvenida.
¡Oh bandera, en cuyo amparo
el más flaco será fuerte!
¡Oh vida de nuestra muerte,
qué bien la has resucitado!
al león has amansado,
Pues por ti perdió la vida.
Vos seáis la bienvenida.
Quien no os ama está cautivo
y ajeno de libertad;
quien a vos quiere allegar
no tendrá en nada desvío.
¡Oh dichoso poderío,
donde el mal no halla cabida!
Vos seáis la bienvenida.
Vos fuisteis la libertad
de nuestro gran cautiverio;
por vos se reparó mi mal
con tan costoso remedio;
para con Dios fuiste medio
de alegría conseguida:
Vos seáis la bienvenida.
AL VELO DE LA HERMANA
ISABEL DE LOS ÁNGELES
Hermana, porque veléis,
os han dado hoy este velo,
y no os va menos que el cielo;
por eso, no os descuidéis.
Aqueste velo gracioso
os dice que estéis en vela,
guardando la centinela,
hasta que venga el esposo,
que, como ladrón famoso,
vendrá cuando no penséis;
por eso, no os descuidéis.
No sabe nadie a cuál hora,
si en la vigilia primera,
o en la segunda o tercera,
todo cristiano lo ignora.
Pues velad, velad, hermana,
no os roben lo que tenéis;
por eso, no os descuidéis.
En vuestra mano encendida,
tened siempre una candela,
y estad con el velo en vela,
las renes muy bien ceñidas.
No estéis siempre amodorrida,
catad que peligraréis;
por eso, no os descuidéis.
Tened olio en la aceitera,
de obras y merecer,
para poder proveer,
la lámpara, que no se muera.
Porque quedaréis de fuera,
si entonces no lo tenéis;
por eso, no os descuidéis.
Nadie os le dará prestado;
y si lo vais a comprar,
podríaseos tardar,
y el Esposo haber entrado.
Y desque una vez cerrado,
no hay entrar aunque llaméis;
por eso, no os descuidéis.
Tened continuo cuidado
de cumplir con alma fuerte,
hasta el día de la muerte,
lo que habéis hoy profesado.
Porque habiendo así velado,
con el Esposo entraréis;
por eso, no os descuidéis
A estas fundaciones siguieron otras de monjas y frailes. En 1571, por orden del Visitador Apostólico, Santa Teresa es nombrada priora del monasterio calzado de la Encarnación por tres años. Aceptó el priorato, y el 14 de octubre del mismo año tomó posesión del cargo en medio de un gran tumulto de las monjas que se negaban a aceptarla.
La Santa Fundadora se preocupó de que no faltara comida a las monjas, puso todo en perfecto orden, acabó con el locutorio y estableció la disciplina monacal; además las puso como confesor a San Juan de la Cruz. En poco tiempo las monjas dieron un cambio radical en sus costumbres, siendo modelos de oración, sacrificio y recogimiento.
El 6 de octubre de 1574, cesó el trienio del priorato, y la Santa volvió al monasterio reformado de San José de Ávila. En 1575 Santa Teresa se encontró con el Padre San Jerónimo Gracián con motivo de la fundación de Beas de Segura-Jaén, quien sería su confesor y ocuparía altos puestos en la Reforma Carmelitana, la cual fue tomando cada día más auge.
Pronto surgieron nuevas dificultades promovidas por los Carmelitas Calzados, refractarios a la Reforma Teresiana, y por otros enemigos de la misma. Sus planes reformadores y fundacionales, acarrearon a Santa Teresa graves conflictos con autoridades civiles y eclesiásticas. Pero ella, con ánimo varonil, en medio de sus enfermedades y penuria económica, afrontó valientemente las grandes contrariedades, las calumnias y las persecuciones, diciendo: «Cristo y yo mayoría». Hasta el punto que llegó a sufrir un proceso inquisitorial del que salió libre. El mismo Padre Rubeo, General de la Orden Carmelitana, que antes era gran defensor de la reforma de Santa Teresa, mal influido por las habladurías, le prohibió fundar nuevos conventos y la obligó a permanecer como arrestada en un convento de Toledo.
El nuevo nuncio Felipe Sega llegó a Madrid con ánimo de acabar con la Reforma, y motejó a Santa Teresa de Jesús de «fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz»; y la acusó también de inventar malas doctrinas, de salir de la clausura y de haber fundado sin licencia del Papa ni del Padre General de la Orden. En 1578, Sega somete a los descalzos y descalzas a la autoridad de los provinciales de los calzados. La siniestra y vengativa Princesa de Éboli, Ana de Mendoza, dio también sus feroces dentelladas contra la Santa Fundadora. Siguieron las amenazas, calumnias y sufrimientos para Santa Teresa y sus descalzos. Su mayor colaborador, San Juan de la Cruz, fue también víctima de cruel persecución y encarcelamiento por los calzados, con trato inhumano. San Jerónimo Gracián es también perseguido de muerte y encerrado en el convento de los calzados de Madrid. Eran tan grandes los combates, que la Reforma parecía sucumbir.
A SAN HILARIÓN
Hoy ha vencido un guerrero
al mundo y sus valedores.
-Vuelta, vuelta, pecadores,
sigamos este sendero.
Sigamos la soledad,
y no queramos morir,
hasta ganar el vivir
en tan subida pobreza.
¡Oh, qué grande es la destreza
de aqueste nuestro guerrero!
Vuelta, vuelta, pecadores,
sigamos este sendero.
Con armas de penitencia
ha vencido a Lucifer,
combate con la paciencia,
ya no tiene que temer.
Todos podemos valer
siguiendo este caballero.
Vuelta, vuelta, pecadores,
sigamos este sendero.
No ha tenido valedores,
abrazóse con la cruz:
Siempre en ella hallamos luz,
pues la dio a los pecadores.
¡Oh, qué dichosos amores
tuvo este nuestro guerrero!
Vuelta, vuelta, pecadores,
sigamos este sendero.
Ya ha ganado la corona.
Y se acabó el padecer,
gozando ya el merecer,
con muy encumbrada gloria.
¡Oh venturosa victoria
de nuestro fuerte guerrero!
Vuelta, vuelta, pecadores,
sigamos este sendero.
Santa Teresa de Jesús
A LA PROFESIÓN DE ISABEL DE LOS ÁNGELES
Sea mi gozo en el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso,
y mi bonanza el quebranto.
Entre borrascas mi amor,
y mi regalo en la herida,
esté en la muerte mi vida,
y en desprecios mi favor.
Mis tesoros en pobreza,
y mi triunfo en pelear,
mi descanso en trabajar,
y mi contento en tristeza.
En la oscuridad mi luz,
mi grandeza en puesto bajo.
De mi camino el atajo
y mi gloria sea la cruz.
Mi honra el abatimiento,
y mi palma padecer,
en las menguas mi crecer,
y en menoscabo mi aumento.
En el hambre mi hartura,
mi esperanza en el temor,
mis regalos en pavor,
mis gustos en amargura.
En olvido mi memoria,
mi alteza en humillación,
en bajeza mi opinión,
en afrenta mi victoria.
Mi lauro esté en el desprecio,
en las penas mi afición,
mi dignidad sea el rincón,
y la soledad mi aprecio.
En Cristo mi confianza,
y de El sólo mi asimiento,
en sus cansancios mi aliento,
y en su imitación mi holganza.
Aquí estriba mi firmeza,
aquí mi seguridad,
la prueba de mi verdad,
la muestra de mi fineza.
Santa Teresa de Jesús escribió primero al rey de España, Felipe II, pidiendo ayuda para su obra, y después ella fue recibida en audiencia por el monarca en el Alcázar de Madrid. Felipe II, persona de intachable rectitud y profunda religiosidad, muy identificado con la Reforma y gran admirador de la Santa, haciendo uso de su autoridad, mandó llamar al nuncio Sega y le recriminó severamente su mala actitud y a éste no le quedó otra salida que obedecer al rey. La persecución contra el Carmelo Reformado quedó cortada. El gran Monarca, en 1580, consiguió del Papa San Gregorio XIII, que los conventos descalzos fundados por Santa Teresa constituyeran una provincia independiente de los calzados, con lo cual la Santa Reforma Carmelitana quedó asegurada y consolidada.
La Excelsa Reformadora llegó a fundar un total de diecisiete conventos de monjas y quince de frailes. Los conventos de monjas fueron: Ávila; Medina del Campo; Malagón; Valladolid; Toledo; Pastrana, deshecho por culpa de la princesa de Éboli; Salamanca; Alba de Tormes; Segovia; Beas de Segura, Sevilla; Caravaca, por mediación de Ana de San Alberto; Villanueva de la Jara; Palencia; Soria; Granada, por medio de Santa Ana de Jesús; y en Burgos.
La salud de Santa Teresa de Jesús estaba sumamente quebrantada. Los viajes, los sufrimientos, el ansia de Dios habían gastado ya su cuerpo. Su compañera inseparable y su enfermera era Ana de San Bartolomé. El 1 de octubre de 1582, en el convento de Alba de Tormes, anunció que su muerte era inminente. El 3 de octubre se confiesa y recibe los Últimos Sacramentos. Sus últimas recomendaciones a sus hijas fueron: «Hijas mías y señoras mías: Por amor a Dios les pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y las Constituciones, que si la guardan con la puntualidad que deben, no es menester otro milagro para canonizarlas; así miren el mal ejemplo que esta mala monja les dio y ha dado, y perdónenme». Una de las expresiones que se recogieron de sus labios fue: «Hora es ya, Esposo mío, que nos veamos».
Santa Teresa de Jesús falleció el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años de edad, en el convento de Alba de Tormes-Salamanca, pronunciando las palabras: «Te doy gracias, Señor, porque muero hija de la Iglesia». El día siguiente de su muerte, debido a la Reforma Gregoriana del calendario, fue el 15 de octubre. Su cuerpo incorrupto, incluido su corazón, se encuentra en Alba de Tormes.
Como eminente escritora y doctora mística, dejó escritas importantes obras, que son verdaderas joyas de la literatura universal. Con ellas el misticismo alcanzó elevadísimas cotas de expresión y profundidad. La obra reformadora de Santa Teresa fue eficacísima contra la expansión del luteranismo y otras herejías.
Canonizada por el Papa Gregorio XV Magno el día 12 de marzo de 1622. Declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Pablo VI el día 27 de septiembre de 1970.
¡OH, DICHOSA TAL ZAGALA!
¡Oh!, dichosa tal zagala
que hoy se ha dado a un tal Zagal
que reina y ha de reinar.
Venturosa fue su suerte
pues mereció tal Esposo:
Ya yo, Gil, estoy medroso.
No la osaré más mirar
pues ha tomado marido
que reina y ha de reinar.
Pregúntale qué le ha dado
para que lleve a su aldea.
El corazón le ha entregado
muy de buena voluntad.
Mi fe!, poco le ha pagado
que es muy hermoso el Zagal
y reina y ha de reinar.
Si más tuviera, más diera.
-¿Por qué le avisas, Carillo?
Tomemos el cobanillo,
sirvanos deja sacar,
por ha tomado marido,
que reina y ha de reinar.
Pues vemos lo que dio ella,
¿qué le ha de dar el Zagal?
-Con su sangre la ha comprado.
¡Oh qué precioso caudal,
y dichosa tal zagala,
que contenta a este Zagal!
Mucho le debe de amar,
pues le dio tan gran tesoro.
¿No ves que se lo da todo,
hasta el vestir y calzar?
Mira que ya es su marido
que reina y ha de reinar.
Bien será que la tomemos,
para este nuestro rebaño,
y que la regocijemos
para ganar su amistad,
pues ha tomado marido,
que reina y ha de reinar.
El estudioso André Stoll observa cierta proximidad entre la obra de la Santa y la novela picaresca, subrayando que la suya es mucho más radical y osada, por lo que tiene que ver con su propia vida, incluso cuando se acerca al Cantar de los Cantares, que emplea relacionándolo con su experiencia íntima. Añade que, a través de su meditación sobre el amor, entra en territorios a los que no tenía acceso en su calidad de mujer.
En este periodo, el discurso místico es el único en el cual la mujer actúa y habla de modo público, y es el espacio seguro que le permite eludir la “racionalidad de la lógica patrialcal”. Santa Teresa lo consigue al reconocer “su posición de otra”, nos dice, y, además, destaca en su obra esta evidencia: “la comunicación del éxtasis espiritual se representa en términos de pasión humana. La Santa describe su éxtasis en un visión de abyección delante del Divino, una estrategia retórica conforme con su condición femenina”.
Escribe, dice, por obediencia, pero la pasión con que lo hace nos transmite que se trata de su propio deseo. La misma estrategia por otra parte, la desarrolla en su propia vida. Aurora Egido observa que, en su reclusión, la carmelita da gracias a Dios por la vída elegida, pues le permite conseguir lo que de otro modo le estaría vedado. No en vano escribió con toda claridad, en el Libro de las fundaciones, refiriéndose a las monjas que se quejaban de su vida de religiosas: “no conocen la gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para Sí, y librarlas de estar sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida, y plegue a Dios no sea también el alma”.
Aurora Egido afirma que carecía de títulos, lo que le impedía competir con los teólogos, pero “armada de su experiencia, con la ayuda de los recursos retóricos del estilo más humilde ofrece su obra a los letrados. Su principal interlocutor, Dios, acude en su defensa. Dirá: “Yo le alabo mucho, y las mujeres y los que no saben letras le habíamos de dar siempre infinitas gracias, porque haya quien con tantos travajos haya alcanzado la verdad que los ignorantes ignoramos”.
Indudablemente era sutil y grande el atrevimiento de nuestra Santa al superar las fronteras trazadas por los discursos dogmáticos, prohibiciones lingüísticas e imaginativas y las coacciones sociales, gracias a su experiencia iluminada. Por ello resulta particularmente interesante su forma de comunicar la profundidad de visión de los sucesos espirituales, y la franqueza con que expone sus propios límites en el campo de la comprensión. El “saber del no saber”, del que habla San Juan de la Cruz, queda claro en los papeles de Teresa de Ávila en ese entender no entendiendo que la impulsa reiteradamente a predicar.
La mezcla de pasión amorosa y exigencia de lucidez se extiende por todas sus obras y destaca en las ya mencionadas Meditaciones sobre los Cantares, lo que hace de estos textos algo particularmente vivo, tan vivo que su escritura, al fin, resultó peligrosa a ojos de los inquisidores que, por otra parte, no admitían una interpretación femenina de las Escrituras, ni siquiera una lectura de ellas en romance.
Requisada ya la Vida, dada la orden de quemar estas “meditaciones”, escribió más adelante (1577) su obra fundamental, Moradas del castillo interior, censurada luego, aunque con su anuencia. Mientras, ha seguido preguntándose y lanzando al aire su sentir, en sus Exclamaciones.
Pero es toda la vida del convento, como se detecta en Camino de perfección, Las fundaciones, Las Cuentas de conciencia, sus numerosas cartas o Los Avisos, la que queda patente en su escritura, se trata de la relación de las religiosas entre sí, la actitud a adoptar, y la ya mencionada prevención con los confesores, las virtudes que se deben practicar o los modos de oración y meditación. Por este motivo, por lo que comportan de integración en la vida, tienen tanta importancia sus poemas, muchos de los cuales entroncan con el acervo popular.
Del mismo modo que hay en su obra este nexo con lo popular, lo religioso o, directamente, con la Biblia, hay vínculos que parecen más enigmáticos, concretamente en lo que toca a Las Moradas. Santa Teresa afirma que la imagen del castillo -un castillo de diamante para llegar a cuyo centro el alma tiene que recorrer seis moradas hasta alcanzar la séptima, donde se encuentra aquel que es su objetivo, Dios- se le apareció espontáneamente, pero no por ello deja de llamar la atención la similitud del relato con otros que, desde la antigüedad, ha dado el imaginario humano.
Llegada al centro del diamante, la unión era tan fuerte que Teresa afirma: “parece que desfallece el alma de suerte que no le falta tantito para acabar de salir del cuerpo: a la verdad, no sería poca dicha la suya”.
CAMINO DE PERFECCIÓN
[Tres cosas importan para seguir la vía: amor, desasimiento y humildad]
No penséis, amigas y hermanas mías, que serán muchas las cosas que os encargaré, porque importa mucho entendamos lo muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz que tanto el Señor nos encomendó, interior y exteriormente: la una es amor unas con oras; otra, desasimiento de todo lo criado; otra, verdadera humildad, que aunque la digo a la postre, es la principal y las abraza a todas.
[Donde advierte que la clausura no lo es todo]
Desasiéndonos de esto y puniendo en ello mucho, como cosa que importa mucho -miren que importa-, y encerradas aquí sin poseer nada, ya parece que lo tenemos todo hecho, que no hay que pelear. ¡Oh hijas mías!, no aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que queda muy sosegado de haver cerrado muy bien sus puertas por miedo de ladrones y se los deja en casa. Y ¿no havéis oído que es el peor ladrón el que está dentro de la casa? Quedamos nosotras. Es más, que si no se anda con gran cuidado y cada una -como el mayor negocio que tiene que hacer- no se mira mucho, hay muy muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu que buscamos.
[Amor y temor]
Y tomad este aviso, que no es mío, sino de vuestro maestro: procurad caminar con amor y temor. Y yo os asiguro: el amor os hará apresurar los pasos; el temor os hará ir mirando adónde ponéis los pies para no caer. Con estas dos cosas, a buen siguro que no seáis engañadas.
MEDITACIONES SOBRE LOS CANTARES
I
“Béseme el señor con el beso de su boca, porque más valen tus pechos que el vino”, etc (Cant. 1, 1)
He notado mucho que parece que el alma está -a lo que aquí da a entender- hablando con una persona, y pide la paz de otro. Porque dice: “Béseme con el beso de su boca”. Y luego parece que está diciendo a con quien está: “Mejores son tus pechos”. Esto no entiendo cómo es, y no entenderlo me hace gran regalo; porque verdaderamente, hijas, no ha de mirar el alma tanto, ni la hacen tener respeto a su Dios las cosas que acá parece podemos alcanzar con nuestros entendimientos tan bajos, como las que en ninguna manera se pueden entender. Y ansí os encomiendo mucho que, cuando leyerdes algún libro y oyerdes sermón u pensáredes en los misterios de nuestra sagrada fe, que lo que buenamente no pudiéredes entender, no os canséis ni gastéis el pensamiento en adelgazarlo; no es para mujeres ni aun para hombres muchas cosas.
Cuando el Señor quiere darlo a entender, Su Majestad lo hace sin travajo nuestro. A mujeres digo esto y a los hombres que no han de sustentar con sus letras la verdad, que a los que el Señor tiene para declarárnoslas a nosotras ya se entiende que lo han de travajar, y lo que en ello ganan. Mas nosotras con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no nos cansar, sino alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos, que una palabra suya terná en sí mil misterios, y ansí su principio no entendemos nosotras.
II
Lo que es menester, hijas, es contentarnos con poco, que no hemos de querer tanto como los que dan estrecha cuenta como la ha de dar cualquier rico…
III
Pues, Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida, sino que me “beséis con beso de vuestra boca”, y que sea de manera, que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra, que no haya cosa que me impida pueda yo decir. Dios mío y gloria mía, con verdad que “son mejores tus pechos y más sabrosos que el vino”.
LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS Y LA PRESENCIA DE DIOS
Ella nos invita a trabajar sobre nosotros mismos, a educar nuestro reflejos para que nuestro primer pensamiento, y nuestra primera reacción, en toda circunstancia, sea “Dios”. Arrancar la mala hierba y sembrar, cara a una buena cosecha: “La tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil; ansí el entendimiento del hombre”.
Este es el primero de estos Avisos. Son sesenta y nueve.
Teresa de Ávila fue querida por su gracia antes de ser adorada por su santidad. Nadie mejor que ella puede enseñar el arte de persuadir, de seducir, mediante la conversación, e incluso con la mera presencia. Es con una mano con guante de terciopelo como conduce hacia Dios.
El aviso LIX, entre otros, es una maravilla en la que numerosos padres deberían inspirarse en sus relaciones, a veces difíciles, con sus hijos: “Nunca, siendo superior, reprenda a nadie con ira, sino cuando sea pasada, y ansí aprovechará la reprensión”]
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