
DINO CAMPANA
BIOGRAFÍA
Nacido en una aldea montañosa de los Apeninos en Marradi, en 1885, la provincia de Faenza, Italia. Morirá el 1 de marzo de 1932 a los 46 años.
Su padre, Giovanni era director de una escuela infantil, un hombre patriota y profundamente conservador. Su madre, Fanny Luti, provenía de una familia adinerada, algo excéntrica y afectada por una enfermedad mental.
En 1900, aproximadamente a los quince años, Campana fue diagnosticado con los primeros síntomas de trastornos nerviosos, fue medicado y enviado a un asilo. Sin embargo, esto no le impidió completar la mayor parte de su educación. Completó su educación primaria en Marradi, su tercer, cuarto y quinto año de gimnasia en los Salesiani di Faenza. Posteriormente, comenzó el liceo en Faenza y luego en Carmagnola, cerca de Turín, donde obtuvo su diploma de escuela secundaria en julio de 1903. Cuando regresó a Marradi su estado nervioso empeoró y sufrió frecuentes cambios de humor debido a la difícil relación con su familia, especialmente con su madre y el pueblo.

Para superar la monotonía de las noches de invierno en Marradi, Dino solía ir al pueblo cercano de “Gerbarola”, donde pasaba tiempo con los lugareños disfrutando de castañas asadas. Este tipo de actividad pareció tener un efecto positivo en su salud mental. A la edad de 18 años, en el otoño de 1903 se matriculó en la facultad de química de la Universidad de Bolonia . En 1905, después de que se le negara la entrada en el ejército como oficial en Ravenna, Dino se inscribió en la facultad de química farmacéutica en Florencia , pero después de solo unos meses regresó a Bolonia. Leyó metafísicos alemanes, simbolistas franceses y clásicos españoles y sintió un especial interés por los misterios órficos.
Parte de su primera obra poética se escribiría aquí y luego se incluiría en Cantos Órficos. Campana no terminó la universidad y tuvo dificultades para encontrar su verdadera vocación.

Campana tenía un deseo incontenible de escapar y dedicarse a una vida de vagabundeo, lo que logró realizando diversos trabajos. La primera reacción de su familia, su pueblo y las autoridades públicas fue considerar el extraño comportamiento de Campana y los viajes al extranjero como signos evidentes de locura. Fue juzgado con sospecha tanto porque sus rasgos físicos se consideraban demasiado alemanes como por la forma vigorosa en que hablaba de poesía y filosofía. Tras sus viajes, la policía (de acuerdo con las prácticas psiquiátricas de la época y la incertidumbre de su familia), lo ingresó en un manicomio, a la edad de 21 años. Entre mayo y julio de 1906, Campana realizó un primer viaje a Suiza y Francia, que finalizó con su arresto en Bardonecchia y su ingreso en el manicomio de Imola .
En 1907, sin saber qué hacer con su hijo, los padres de Campana lo enviaron a quedarse en América Latina con una familia de inmigrantes italianos. Este no fue exactamente un viaje autónomo para el poeta, quien no habría podido obtener un pasaporte para el nuevo mundo por sí mismo, ya que era un conocido ‘loco’ y de hecho, su familia tuvo que solicitar su pasaporte y organizarse el viaje. Campana se fue por temor a ser devuelto al asilo. Los padres de Campana también apoyaron la decisión de enviarlo a Estados Unidos , con la esperanza de que lo ayudara a recuperarse, pero parece que el pasaporte solo era válido para la llegada, probablemente un intento de deshacerse de él, ya que vivir con Campana se había vuelto insoportable. Parece que su madre había llegado a creer que su hijo era el Anticristo.
Sus viajes por América representan un punto particularmente oscuro y desconocido en la biografía de Campana: hay quienes lo ven como “el poeta de dos mundos”, mientras que otros afirman en cambio que Campana ni siquiera viajó al continente. También hay diferentes opiniones sobre las posibles fechas de viaje y la ruta a casa. La hipótesis más creíble es que partió en el otoño de 1907 de Génova y vagó por Argentina hasta la primavera de 1909, cuando regresó a Marradi, y posteriormente fue arrestado. Después de un breve descanso en San Salvi de Florencia, se fue a Bélgica, pero fue arrestado nuevamente en Bruselas y fue internado en una ‘maison de santé’ en Tournai a principios de 1910. Después de pedir ayuda a su familia, fue enviado de regresó a Marradi y vivió un período más tranquilo, probablemente reinscribiéndose en la universidad.

Declaraciones de Dino Campana recogidas el 8 de noviembre de 1926 por el doctor Carlo Pariani en Castel Pulci.
UNA VEZ FUI ESCRITOR…
A los quince años fui al colegio en Piamonte: en Carmañola, cerca de Turín. Más tarde fui a la Universidad de Bolonia. No conseguí aprobar química. Y entonces me dediqué un poco a escribir y un poco a vagabundear. Estaba impulsado a una especie de manía de vagabundeo. Una especie de inestabilidad me impulsaba a cambiar continuamente… Yo debía estudiar letras. Si estudiaba letras podía vivir. No entendía la química, entonces me abandoné a la nada… Estuve algunos meses en prisión. Dos o tres meses en Suiza, en Basilea; por escándalo. Había peleado con un suizo: unas contusiones. No fui condenado. Tenía un pariente, me recomendó. En Italia, arrestado, y luego en mes de prisión en Parma hacia 1902-1903. He estado en el manicomio de Imola, del profesor Brugia: estuve allí cuatro meses. En Bélgica, después de Imola, en el manicomio de Tournai otros cuatro meses… Desempeñé algunos oficios. Por ejemplo: templar el hierro; templaba una hoz, un hacha. Se vivía. Toqué el triángulo en la Marina Argentina. He sido portero en un círculo de Buenos Aires. Desempeñé tantos oficios.. En la Argentina había olvidado hasta la aritmética. Si no, me habría empleado como contable… Hice de carbonero en los barcos mercantes, de fogonero. Hice de policía en la Argentina, es decir, de bombero, algunos hombres están encargados allá de mantener el orden. Estuve en Odesa. Vendía estrellas fugaces en las ferias. Los bosiakos son como lo gitanos. Son compañías de vagabundos de cinco o seis personas. Conocía bien varias lenguas… Había regresado a Italia desde Suiza para no desertar. En Italia vieron que había estado en un manicomio y no me llamaron a servicio. De modo, pues, que me quedé paseando… Vendía los Cantos Órficos en el café Paskowoski y en Giubble Rosse de Florencia, en el Café San Pedro de Bolonia. Si vendía aquel libro es porque era pobre… Casi todos me irritaban. A los futuristas los encontraba vacíos, por ejemplo. Tenía una neurastenia fuerte… Una vez fui escritor, pero tuve que dejarlo porque tenía la mente debilitada. No logro conectar las ideas, no sigo… Ahora es preciso que me ocupe de asuntos más importantes.
A finales de 1913, Campana se fue andando a Florencia con la intención de presentar su libro de poemas a Giovanni Papini y Ardengo Soffici, directores de la influyente revista Lacerba. Soffici describe a Campana como “un hombre joven, sobre los veinticinco años, con el pelo y la barba de un rubio encendido, de cara rellena y roja, iluminada por un par de ojos azules que expresaban sinceridad y timidez como los de los niños o los campesinos, triunfaba en los círculos, irradiaba vitalidad y la suscitaba a su alrededor, y, especialmente si había bebido un poco, alegría y poesía manaban de todo su ser”.

Deja entonces a Ardengo Soffici (su pariente lejano), su manuscrito, titulada “El día más largo”. No se tuvo en cuenta y el manuscrito se perdió, solo para ser encontrado en 1971, tras la muerte de Soffici, entre sus papeles en la casa de Poggio a Caiano (probablemente en el mismo lugar donde había sido abandonado y olvidado). Después de unos meses de espera, Campana viajó desde Marradi a Florencia para recuperar su manuscrito. Papini no lo tenía y lo envió a Soffici, quien negó haber tenido el folleto. Campana, cuya mente ya estaba frágil, se enfureció y se desanimó, pues le había entregado, confiadamente, la única copia que tenía. Su continua súplica sólo le valió el desprecio y la indiferencia del medio cultural que giraba en torno a las ‘camisas rojas’ del Caffè Giubbe Rosse. Finalmente, exasperado, Campana amenazó con venir con un cuchillo para hacer justicia al ‘infame’ Soffici y sus asociados, a quienes llamó ‘sciacalli’ (chacales). En el invierno de 1914, convencido de que ya no podía recuperar el manuscrito, Campana decidió reescribirlo todo, apoyándose en la memoria y sus bocetos. En pocos días, trabajando de noche y a costa de un enorme esfuerzo mental, logró reescribir la poesía, aunque con modificaciones y añadidos.

En la primavera de 1914, con la ayuda de un impresor local de tratados religiosos, Campana finalmente pudo autoeditar la colección ‘Cantos Órficos’ a sus expensas, el título una referencia a la figura mítica de Orfeo, la primera de poeta-músicos. La primera edición constaba de alrededor de 500 copias (originalmente pensadas para 1000). Se vendieron 44 copias por suscripción y Campana intentó, con un éxito marginal, vender el resto de su parte de la tirada (el impresor se había llevado la mitad de los libros como pago parcial de la impresión) él mismo en cafés de Florencia .
El texto es un viaje autobiográfico desde Marradi a través de Bolonia, Génova, Argentina y de regreso a Génova. Paralelamente al viaje físico real está un viaje espiritual y místico emprendido por Campana en busca del Día más largo de Génova (il più lungo giorno di Genova), su concepto de un momento eterno (l’eterno presente) fuera del espacio-tiempo normal en que todo y en todas partes existe simultáneamente. Este concepto no está definido explícitamente en el texto, que es menos expositivo o didáctico que de naturaleza encantada. Un autodidacta errático, Campana aprendió por sí mismo francés, alemán e inglés funcionales, lo suficiente para leer a los simbolistas y a Whitman en los idiomas originales. El texto está subtitulado, en alemán, La tragedia del último alemán en Italia y está dedicado al káiser Guillermo II. Campana terminó su libro con una cita en inglés mal recordada de Leaves of Grass: “Todos estaban desgarrados y cubiertos con la sangre del niño”. El manuscrito original fue encontrado entre las pertenencias de Soffici en 1971. Este hallazgo demostró que Campana no solo había reescrito el texto original casi a la perfección, sino que también casi lo había duplicado en tamaño. Esto ha llevado a algunos a sugerir que Campana tenía otra copia del manuscrito a partir de la cual “reconstruyó” la obra. Años después en 1915, Campana volvió a viajar, sin un objetivo fijo: pasar por Turín, Domodossola y luego Florencia.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, Campana, el pacifista y neutralista, estaba exento del servicio militar, aparentemente debido a problemas de salud física, pero en realidad se sabía que tenía una enfermedad mental grave. En 1916 el poeta buscó trabajo en vano. Escribió a Emilio Cecchi e inició una breve correspondencia con el autor. En Livorno se reunió con el periodista Athos Gastone Banti, quien le escribió un artículo despectivo en la revista “Il Telegrafo”: esto casi termina en un duelo. Ese mismo año Campana conoció a Sibilla Aleramo, autora de la novela Una donna, y comenzó con ella una intensa y tumultuosa relación, que terminó a principios de 1917 tras un breve encuentro en la Navidad de 1916 en Marradi. Sus cartas y correspondencia, publicadas por Feltrinelli en 2000, son testimonio de la relación entre Campana y Aleramo. Esta correspondencia comienza con una carta de Aleramo fechada el 10 de junio de 1916, donde la autora expresa su admiración por “Canti Orfici”, declarando que los poemas la han “encantado y deslumbrado”.

Confrontados con esta dramática existencia, los versos de Campana constituyen fervorosos himnos de amor a la vida:
“Una vez, en Cerdeña, entré en una casa que tenía colgado afuera un farol de hierro que iluminaba la pared de granito. Afuera el camino conducía por la costa pedregosa que descendía hasta el mar. ¡Este recuerdo que no recuerda nada es tan fuerte en mí! La berroqueña costa blanca había bebido el crepúsculo profundo y rojo que encerraba la isla y ahora con el farol oxidado las estrellas del altiplano brillaban solo para mí y para Garcia. Yo besé la pared de granito sin pensar y todavía no sé por qué”. (De una carta a Sibilla Aleramo, hacia 1917).
La carta fue escrita mientras Sibilla se encontraba de vacaciones en la Villa La Topaia en Borgo San Lorenzo y Campana se encontraba en estado crítico en Firenzuola, recuperándose de una parálisis parcial del costado derecho. En 1918 Campana fue ingresado nuevamente en un hospital psiquiátrico de Castel Pulci, en Scandicci (Florencia), donde permanecerá hasta su muerte. Los únicos relatos que sobreviven de este período de la vida de Campana se encuentran en las entrevistas con el psiquiatra Carlo Pariani, quien confirmó el diagnóstico irrefutable del grave estado mental.


Dino Campana murió, aparentemente de sepsis el 1 de marzo de 1932. Una teoría es que la infección fue causada por una herida de alambre de púas durante un intento de fuga. Al día siguiente, el cuerpo de Campana fue enterrado en el cementerio de San Colombano en Badia a Settimo, Scandicci.
En 1942, a instancias de Piero Bargellini, los restos del poeta recibieron un entierro más digno y el cuerpo fue trasladado a la capilla debajo del campanario de la Iglesia de San Salvatore. Durante la Segunda Guerra Mundial, el 4 de agosto de 1944, el ejército alemán en retirada voló el campanario y destruyó la capilla. En 1946, tras una ceremonia a la que asistieron numerosos intelectuales italianos, entre ellos Eugenio Montale, Alfonso Gatto, Carlo Bo, Ottone Rosai, Pratolini y otros, los huesos del poeta fueron colocados en el interior de la iglesia de San Salvatore Badia a Settimo, donde permanecen hoy.


POEMAS
LA QUIMERA
No sé si entre rocas tu pálido
Rostro se me apareció, o sonrisa
De lejanías ignoradas
Fuiste, inclinada la ebúrnea
Frente fulgente, oh joven
Hermana de la Gioconda:
Oh de las primaveras
Apagadas por tus míticas palideces
Oh Reina, oh Reina adolescente:
Mas por tu ignoto poema
De voluptuosidad y dolor
Música muchacha exangüe,
Marcado con una línea de sangre
En el círculo de los labios sinuosos,
Reina de la melodía:
Mas por la virgen cabeza
Reclinada, yo, poeta nocturno
Velé las vívidas estrellas en los piélagos del cielo,
Yo por tu dulce misterio
Yo por tu devenir taciturno.
No sé si la pálida llama
De los cabellos fue el vivo
Signo de su palidez,
No sé si fue un dulce vapor,
Dulce sobre mi dolor,
Sonrisa de un rostro nocturno:
Miro las blancas rocas, los mudos manantiales de los vientos
Y la inmovilidad de los firmamentos
Y los henchidos arroyos que van llorando
Y las sombras del trabajo humano encorvadas allá abajo sobre las álgidas colinas
Y aún por tiernos cielos lejanas y claras sombras fluyentes
Y aún te llamo, te llamo Quimera.
LA TARDE DE FERIA
El corazón me dijo esta tarde, ¿no sabes?
La rosamorena encantadora,
dorada por una rubia cabellera,
la de los ojos brillantes y oscuros,
la que con gracia imperial encantaba la rosada frescura de las mañanas:
y tú seguías en el aire la fresca encarnación de un sueño matutino:
la que solía vagar cuando el sueño y el perfume velaban las estrellas
(que tú amabas mirar desde detrás de las cancelas, las estrellas, las pálidas nocturnas):
la que solía pasar silenciosa y blanca como un vuelo de palomas,
ciertamente ha muerto: ¿no sabes?
Era la noche de feria en la pérfida Babel,
la que ascendía en haces hacia un cielo enmarañado,
hacia un paraíso de llama, con grotescos y lúbricos silbidos,
y tintinear de angélicas campanillas,
y gritos y voces de prostitutas,
y pantomimas de Ofelia destinadas por el humilde
llanto de las lámparas eléctricas.
Una cancioncilla vulgar había muerto
y me había dejado el corazón dolorido,
y sin amor iba vagando,
dejando el corazón de puerta en puerta:
con ella, que no ha nacido y que, sin embargo,
está muerta, y me ha dejado el corazón sin amor:
sin embargo, lleva el corazón dolorido,
dejando mi corazón de puerta en puerta.
LA VIDRIERA
La tarde humosa de verano
Desde la alta vidriera se verten resplandores en la sombra
Y me deja en el corazón un sello ardiente.
Pero quién ha (en la terraza sobre el río se enciende una lámpara) quién ha
A la Virgencita del Puente ¿quién es el que ha encendido la lámpara? Hay
en el cuarto un olor a podredumbre: hay
En el cuarto una llaga roja menguante.
Las estrellas son botones de nácar y la noche se viste de terciopelo:
Y estremece la noche fatua: es fatua la noche y estremece pero hay,
En el corazón de la noche hay,
Siempre una llaga roja menguante.
JARDÍN OTOÑAL (Florencia)
¡Al jardín espectral, al laurel mudo
De las verdes guirnaldas
A la tierra otoñal
Un último saludo!
A las áridas pendientes
Ásperas, enrojecidas por el último sol
Confusa de ruidos
Roncos, grita la lejana vida:
Grita al moribundo sol
Que ensangrienta los parterres.
Se escucha una fanfarria
Que lastimera sube: el río desaparece
En las arenas doradas: en el silencio
Las blancas estatuas están volcadas en el extremo
De los puentes: y las cosas ya no existen.
Y desde el profundo silencio como un coro
Tierno y grandioso
Surge y aspira en lo alto a mi balcón:
Y en aroma de laurel,
En aroma de laurel, acre y desfalleciente,
Entre las estatuas inmortales en el ocaso
Ella se me aparece, presente.
FURIBUNDO
Yo la había abrazado.
Mientras afanoso por las ciegas ebriedades
En el umbral ciego iba a tientas
Y rápidos golpes repetía
Sobre la puerta de los eternos deleites:
De pronto, sobre mi espalda
Se alzó y volvió a caer martilleando sordo
Y rítmico su pie. Fue el recuerdo
Del instante fugaz, en la plenitud
Fantástica el llamado de la muerte.
Ardiendo desesperadamente entonces
Redoblé mis fuerzas ante aquel llamado
Fatídico y jadeando traspasé
La morada de la nada y de la ebriedad, altivo
Penetré, con fervor, alta la frente
Empuñando la garganta de la mujer
Victorioso en la mística fortaleza
En mi patria antigua, en la gran nada.
GÉNOVA
Luego que la nube lejos se detuvo
En los cielos sobre la callada mar
Infinita en lejanos velos encerrada,
Y regresaba el alma ausente
Que todo en torno se había arcanamente
iluminado del jardín el verde
Sueño en la apariencia sobrehumana
De resplandecientes estatuas soberbias:
Y oí canto oí voz de poetas
En las fuentes y las esfinges desde los frontones
Benévolas un primer olvido parecieron a los postrados
Humanos todavía otorgar: de los secretos
Dédalos salí: surgía un torrear
Blanco en el aire: innumerables del mar
Parecieron los blancos sueños de las mañanas
Disolviéndose encadenar lejos
Como un ignoto torbellino de sonido.
Entre las velas de espuma oía el sonido.
Pleno era el sol de Mayo.
Bajo la torre oriental, en las terrazas verdes en la pizarra cinérea
Desborda la plaza en el mar que adensa las naves infatigable
Ríen los arcos del rojo edificio desde el gran pórtico:
Como las cataratas del Niágara
Canta, ríe, varía férrea la sinfonía fecunda urgente del mar:
¡Génova canta tu canto!
Dentro de una gruta de porcelana
Sorbiendo café
Miraba por la vitrina a la multitud subir veloz
Entre vendedoras que parecían estatuas, que ofrecían
Mariscos con roncos gritos que caían
Sobre la balanza inmóvil:
Así te recuerdo aún y te veo imperial
Subiendo por la pendiente tumultuosa
Hacia la puerta abierta
Contra el azul vespertino,
Fantástica de trofeos
Míticos entre torres desnudas bajo el aire,
Alrededor tuyo agarrada
La fiebre de la vida
Prístina: y por los callejones lúbricos de farolas la copla
Que canturrean las prostitutas
Y del fondo el viento del mar sin tregua.
Por los callejones marinos en la ambigua
Tarde preludios entre las farolas traía
el viento de la maraña de naves:
Los edificios marinos tenían blancos
Arabescos en la sombra languideciente
Y marchábamos yo y la tarde ambigua:
Y yo levantaba los ojos hacia arriba a los miles
Y miles y miles de ojos benévolos
De las Quimeras de los cielos: …
Cuando,
Melodiosamente
De lo alto viene, como blanca el viento fingió una visión de Gracia
Como del número inagotable
De las nubes y de las estrellas en el cielo vespertino
Por el callejón marino sube a lo alto, …
Por el callejón porque rojas a lo alto sube
Marino las alas rojas de las farolas
Arabesqueaban la sombra languideciente, …
Que en el callejón marino a lo alto sube
¡Qué blanca y leve y quejosa subió!
“Como en las alas rojas de las farolas
Blanca y roja en la sombra de la farola
Qué blanca y leve y temblorosa subió:…”
Ya en el rojo de la farola
La sombra estaba cansadamente
Blanca…
Blanca cuando en el rojo de la farola
Blanca lejana cansadamente
El eco atónito rió una irreal
Risa: y que el eco cansadamente
Y blanco y leve y atónito llevó…
Alrededor de todo
Lucía ya la tarde ambigua:
Latían las farolas
Su palpito en la sombra
Rumores lejanos se despeñaban
Dentro de silencios solemnes
Preguntando: si del mar
La risa no subía…
Preguntando si la oía
Incansablemente
La tarde: a las filas
De nubes allá en lo alto
Dentro del cielo estelar.
En el puerto el barco se posa
En el crepúsculo que brilla
En la arboladura inmóvil con frutos de luz,
En el paisaje mítico
De naves en el seno del infinito
En la tarde
Cálida de felicidad, luminosa
En un gran en un gran toldo
De diamantes extendido sobre el crepúsculo,
En miles y miles de diamantes en un gran toldo viviente
El barco se descarga
Ininterrumpidamente chirriante,
Incansablemente aturde
Y la bandera se arría y el mar y el cielo es de oro y por el muelle
Corren los muchachos y gritan
Con gritos de felicidad.
Ya en tropel se dirigen
los viajeros a la ciudad atronadora
Que extiende sus plazas y sus calles:
La gran luz mediterránea
Se ha fundido en piedra de ceniza:
Por los callejones antiguos y profundos
Fragor de vida, alegría intensa y fugaz:
Toldo de oro de felicidad
Es el cielo donde el sol riquísimo
Dejó sus despojos preciosos
Y la Ciudad comprende
Y se enciende
Y la llama titila y absorbe
Los restos magníficos del sol,
Y teje un sudario de olvido
Divino para los hombres cansados.
Perdidas en el crepúsculo tronante
Sombras de viajeros
Van por la Magnífica
Terribles y grotescos como los ciegos.
Vasto, en un olor tenue impregnado
De brea, velado por las lunas
Eléctricas, sobre el mar apenas vivo
El vasto puerto se adormece.
Se alza la nube de las chimeneas
Mientras el puerto en un dulce crujido
De amarras se adormece: que la fuerza
Duerme, duerme que acuna la tristeza
Inconsciente de las cosas que serán
Y el vasto puerto oscila con un ritmo
Fatigado y llega el olor
De la nube que forma el vómito silencioso.
Oh Siciliana proterva opulenta matrona
En las ventanas ventosas de la calleja marinera
En el seno de la ciudad retumbante de sonidos de naves y carretas
Clásica hembra mediterránea de los puertos:
Por los grises róseos de la ciudad de pizarra
Se oían los clamores vespertinos
Y luego más apagados los rumores de la noche serena:
Veía por las ventanas luminosas como estrellas
Pasar las sombras de las familias marineras: y cantos
Oía lentos y ambiguos en las venas de la ciudad mediterránea:
Que la noche era profunda.
Mientras tú siciliana, de los hondos
Cristales en un torvo juego
La sombra honda y la luz vacilante
Oh siciliana, en los pezones
La sombra recogida tú eras
La Sanguijuela de las noches mediterráneas.
Chirriaba chirriaba chirriaba de cadenas
La grúa del puerto en lo hondo de la noche serena:
Y dentro de lo hondo de la noche serena
Y en los brazos de hierro
El débil corazón con latido más alto palpitaba: tú
Habías apagado la ventana:
Desnuda mística en lo alto honda
Infinitamente estrellada devastación era la noche tirrena.
MUJER GENOVESA
Tú me trajiste un poco de algas marinas
en tus cabellos y un olor de viento,
que viniendo de lejos llega grave
de ardor, había en tu cuerpo bronceado
-o la divina
simplicidad de tus formas esbeltas-:
no amor ni sufrimiento, un fantasma,
una sombra de la necesidad que vaga
serena e ineluctable por el alma
y la disuelve en júbilo, en encanto, serena,
para que pueda el viento del sudeste
llevarla al infinito.
¡Que pequeño y ligero es el mundo en tus manos!
CANTO DE LAS TINIEBLAS
Luz del crepúsculo se atenúa:
Inquietos espíritus ¡sean dulces las tinieblas
Para el corazón que ya no ama!
Manantiales, manantiales hemos de escuchar,
Manantiales, manantiales que saben
Manantiales que saben que los espíritus están
Que los espíritus están escuchando…
Escucha: la luz del crepúsculo se atenúa
Y para los inquietos espíritus son dulces las tinieblas:
Escucha: te ha vencido la Fortuna:
Mas para los corazones ligeros otra vida está a las puertas:
No hay dulzura que pueda igualar a la Muerte
Ya ya ya
Oye a quién aún te acuna:
Oye a la dulce muchacha
Que dice al oído: ya ya
Y de golpe se eleva y desaparece
El viento: ¡vuelve al mar
Y oímos jadear
Al corazón que más nos amó!
Miramos: el paisaje
De los árboles y las aguas ya es nocturno
El río se va taciturno…
¡Pum! ¡mamá, ese hombre allá arriba!
BUENOS AIRES
El buque avanza lentamente
Entre la niebla gris de la mañana
Sobre el agua amarilla de un mar fluvial
Aparece la ciudad gris y velada.
Se entra en un puerto extraño. Los emigrantes
Enloquecen y se enfurecen agolpándose
En la áspera ebriedad de la inminente lucha.
Desde un grupo de italianos vestido
De manera ridícula, a la moda
Bonaerense, arrojan naranjas
A los paisanos alterados y vociferantes.
Un muchacho de porte ligerísimo
Prole de libertad, pronto a lanzarse
Los mira con las manos en la faja
Multicolor y esboza un saludo.
NAVÍO EN VIAJE
El mástil oscila rítmico en el silencio.
Una tenue luz blanca y verde cae del mástil.
El cielo límpido en el horizonte,
cargado de verde y dorado tras la borrasca.
El cuadro blanco del farol en lo alto
ilumina el secreto nocturno: por la ventana,
las cuerdas altas -un triángulo de oro-
y un globo blanco de humo que no existe
como música sobre el círculo,
con los golpes del oleaje en sordina.
A UNA PUTA DE OJOS FÉRREOS
Con tus pequeños ojos bestiales
Me miras y callas y esperas y te aprietas
Y me miras y callas.
Tu carne
Entumecida y pesada duerme torpemente
En el sueño primordial. Prostituta…
¿Quién te llamó a la vida?¿De dónde vienes?
¿De los ásperos puertos tirrenos
De las cantarinas fiestas de Toscana
O en las ardientes arenas
Estuvo tu madre revolcándose bajo los sirocos?
La inmensidad te ha impreso el estupor
En el rostro salvaje de esfinge
El viento lleno de vida
Trágicamente como a una leona
Revuelve tu negra melena
Y te mira el sacrílego ángel rubio
Que no te ama y que no amas y que sufre
Por ti y que cansado te besa.
VIAJE A MONTEVIDEO
Yo vi desde el puente de la nave
Las colinas de España
Desvanecerse, en el verde
Dentro el dorado crepúsculo ocultando la bruna tierra
Como una melodía:
De ignota escena niña sola
Como una melodía
Azul, sobre la orilla de las colinas todavía tiembla una viola…..
Lánguido el crepúsculo celeste sobre el mar:
Puros y dorados silencios de hora en hora de las alas
Cruzaron lentamente un azulear:…
Lejanos tintes de variados colores
De los más lejanos silencios
En el celeste ocaso pasaron los pájaros de oro: el navío
Ya ciego cruza golpeando la oscuridad
Con nuestros náufragos corazones
Golpeando la oscuridad alas celestes sobre el mar.
Pero un día
Subieron a la nave las graves matronas de España
De ojos tórbidos y angelicales
De senos grávidos de vértigo. Cuando
En una bahía profunda de una isla ecuatorial
En una bahía profunda y tranquila más que el cielo nocturno
Nosotros vimos surgir de la luz encantada
Una blanca ciudad adormecida
Al pie de los picos altísimos de volcanes apagados
En el soplo nublado del ecuador: hasta que
Después de muchos gritos y muchas sombras de un país desconocido,
Después de muchos crujidos de cadenas y de muy encendido fervor
Abandonamos la ciudad ecuatorial
Hacia el inquieto mar nocturno.
Anduvimos anduvimos, días y días: los navíos
De grávidas velas blandas de cálidos soplos nos cruzaban:
Entonces sobre la cubierta se nos apareció broncínea
Una niña de la raza nueva,
Ojos resplandecientes y vestidos al viento! y hela ahí: salvaje al final de un
[día que apareció
En la salvaje orilla, allá abajo sobre la infinitud marina:
Y vi como yeguas
Vertiginosas que se soltaban las dunas
Hacia la pradera sin fin
Desierta de moradas humanas
Y volvimos huyendo de las dunas que aparecieron
Sobre un mar amarillo en la portentosa abundancia del río
Del continente nuevo la capital marina.
Límpida fresca y eléctrica era la luz
Del crepúsculo y allá las casas altas parecían desiertas
Ahí sobre la mar del pirata,
De la ciudad abandonada
Entre el mar amarillo y la dunas……
FANTASÍA SOBRE UN CUADRO DE ARDENGO SOFFICI
Rostro, zig zag anatómico que oscurece
La pasión torva de una vieja luna
Que mira suspendida del techo
En una taberna café chantant
De América: la roja velocidad
De luces
funámbula que tanguea Española cinérea Histérica en tango de luces se deshace:
Que mira en el café chantant
De América
Sobre el piano aporreado tres
Llamitas rojas se encendieron solas.
ENVÍO
El agua tiene las crines de plata
El amor es sin retorno
Blanca yegua de amor
Tu vellón dorado
Amor sin retorno.
BAJO QUÉ PESADO MONTÓN DE NIEVE
¿Bajo qué pesado montón de nieve
Están sepultadas las rosas de mi primavera?
¿Cómo podrá el recuerdo conocer
Dónde yace la muerta esperanza?
EL VENTANAL
La humeante noche de verano
Desde el alto ventanal vierte claridad en la sombra
Y me deja en el corazón un sello ardiente.
Pero ¿quién (en la terraza sobre el río se enciende una lámpara), quién,
A la Virgencita del Puente, quién es, quién es el que le ha encendido la lámpara? — hay
En la habitación un olor a podredumbre: hay
En la habitación una desfalleciente llaga roja.
Las estrellas son botones de nácar y la noche se viste de terciopelo:
Y tiembla la noche fatua: es fatua la noche y tiembla pero hay
En el corazón de la noche hay,
Siempre una desfalleciente llaga roja.
LA NOCHE
En la noche de fuegos de la fiesta de verano, en la luz deliciosa y blanca, cuando nuestros oídos descansaban apenas en el silencio y nuestros ojos estaban cansados de las girándulas de fuego, de las estrellas multicolores que habían dejado un olor pírico, una vaga pesadez roja en el aire, y el caminar al lado nos había languidecido exaltándonos de una nuestra belleza demasiada diversa, ella fina y morena, pura en los ojos y en el rostro, perdido el destello del collar al cuello desnudo, caminaba ahora a trechos inexperta apretando el abanico. Fue atraída hacia el cobertizo: su vestido ligero blanco con finos rasgones azules ondeó en la luz difusa, y yo seguí su palor marcado en su frente por el flequillo nocturno de sus cabellos. Entramos. Unas caras pardas de autócratas, serenados por la niñez y por la fiesta, se voltearon hacia nosotros, profundamente límpidos en la luz. Y miramos las vistas. Todo era de una irrealidad espectral. Había unos panoramas esqueléticos de ciudades. Unos muertos bizarros miraban el cielo en poses leñosas. Una odalisca de goma respiraba sumisamente y volteaba alrededor los ojos de ídolo. Y el olor acre del serrín que atenuaba los pasos y el susurro de las señoritas del pueblo asombradas por ese misterio. «¿Es así París? Aquí está Londres. La batalla de Muckden». Nosotros mirábamos alrededor: tenía que ser tarde. ¡Todas esas cosas vistas por los ojos magnéticos de los lentes en esa luz de sueño! Inmóvil cerca de mí yo le sentía volverse lejana y extranjera mientras su encanto se ahondaba bajo el flequillo nocturno de sus cabellos. Se movió. Y yo sentí con una punta de amargura pronto consolada que nunca más le habría estado cerca. La seguí entonces como se sigue un sueño que se ama en vano: así habíamos llegado a ser de un golpe lejanos y extranjeros después del estrépito de la fiesta, frente al panorama esquelético del mundo.
Subían voces y voces y cantos de niños y de lujuria por los retorcidos callejones adentro de la sombra ardiente, a la colina a la colina. A la sombra de los faroles verdes las blancas colosales prostitutas soñaban sueños vagos en la luz bizarra al viento. El mar en el viento mezclaba su sal que el viento mezclaba y llevaba en el olor lujurioso de los callejones, y la blanca noche mediterránea bromeaba con las enormes formas de las hembras entre los intentos bizarros de la llama de salirse del cóncavo de los faroles. Ellas miraban la llama y cantaban canciones de corazones encadenados. Todos los preludios ya estaban callados. La noche, la alegría más quieta de la noche había bajado. Las puertas moriscas se cargaban y se enrollaban de monstruosos portentos negros mientras al fondo el oscuro azul se llenaba de estrellas. Solitaria señoreaba ahora la noche encendida en todo su bullir de estrellas y de llamas. Por delante como una monstruosa herida bajaba una calle. A los lados de la esquina de las puertas, blancas cariátides de un cielo artificial soñaban la cara apoyada a la palma. Ella tenía la pura línea imperial del perfil y del cuello vestida de esplendor opalino. Con un rápido gesto de juventud imperial llevaba el vestido sobre sus hombros en los movimientos y su ventana brillaba en la espera hasta que dulcemente se cerraran las persianas sobre una dúplice sombra. Y mi corazón estaba hambriento de sueño, para ella, para el evanescente como el amor evanescente, la donante de amor de los puertos, la cariátide de los cielos de ventura. Sobre sus divinas rodillas, sobre su forma pálida como sueño salido de innumerables sueños de la sombra, entre las innumerables luces falaces, la antigua amiga, la eterna Quimera tenía en sus manos rojas mi corazón antiguo.
El puerto que se adormece, el puerto el puerto
El puerto que se adormece, el puerto el puerto
El puerto en el olor tenue desvanecido
Del alquitrán velado por las lunas
Eléctricas, sobre el mar apenas vivo
Se adormecen cansados los vagabundos
Bajo la nube de las chimeneas
Aún humeantes, aún unidas al cielo
Abrazándose en el olor del mar
Que mece sus amores y sus sueños
Es la fuerza que duerme, es la tristeza
Inconsciente de las cosas que serán
Es la vida que se mece en su ritmo
Fatigado. Está la nube negra
Encima y se extiende
Desde el vómito silencioso
Es la vida que se mece en su ritmo
Abatido, entre el dulce crujido
De los cordajes conversa reposa
La cabeza cansada y siente el mar profundo
Negro movedizo bajo la chata
Y las estrellas se apagan y la luz
Eléctrica lo hiere en el cerebro
Venus ha muerto
Es la hora en que el marinero de guardia
Espía al ladrón avanzar con pie firme
Y piensa en la gente lejana, antes del golpe fatal
Sobre el mar y sobre la tierra
Es la hora en que el gato roñoso
Que el mar enemigo escupió sobre la playa
Mira con ojos vacíos el negro juego de las olas
Es la hora que par los callejones profundos olorosos
A bacalao pasan las mandolinas
Frente a las muñecas semijudías en sus tronos
De avaricia y prostitución
Es la hora en que ronco se afana
El canillita en cantar las novedades
Bajo los portales y roen con ojos de gato
Los hinojos entre el griterío sordo y el arrastramiento de los pies
Es la hora del regreso voluptuoso
Del lobo y de la loba humanos
Sacra para el judío y la prostituta
A la infamia insatisfecha del mundo.
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