VER EL PROGRAMA DE TELEVISIÓN DEDICADO A OMAR KHAYYAM
BIOFRAFIA DE Omar Khayyam
Las caravanas partían desde la línea azul del Golfo Pérsico. La tropa de las mulas salía al anochecer, rumbo a la inmensurable gradería pétrea que asciende hasta el nivel primaveral de las mesetas, en donde cabecean, entre locas gramíneas, las primeras amapolas islamitas.
A lo largo del inmenso altiplano, como navíos vesperales, se alzaban ya los paraderos, fugaces albergues de los nómadas. En el patio amurallado, los pastores recogían al atardecer la trashumante manada de cabritos color de yodo viejo.
Las golondrinas llegaban a la misma hora, en gozosas oleadas piaban apasionadamente; hacían abanicos en el aire, solicitándose. Gallardeaban, estirando la media luna negra de las alas y la horquilla vibrante de la cola. Luego, deshechas de ansiedad, buscaban un hoyo en la techumbre.
Abajo, los mulos agitaban sus errantes campanillas y con sus anchas lenguas rosadas, lamían las costras salitrosas de los muros.
Las ciudades amuralladas de rosaledas, asomaban después. Chiraz. Ispahan. Nishapur, la de las rosas anaranjadas.
Al noreste de la altiplanicie iránica, en la provincia de Khorasan, no lejos de Meshed, centro un tiempo de intensa actividad religiosa, se asienta la ciudad de Nishapur, donde hace cerca de nueve siglos nació el autor del famoso Rubaiyat, hacia el año 1017 , otros dicen en1048 otros dicen alrededor del 1050.
Residió principalmente en Samarkanda, aunque regresó antes de su muerte a su tierra natal.
Falleció en Nishapur el 4 de diciembre de 1131.
Tenía 83 años de edad.
Está enterrado en Nishapur, actual Irán.
Omar el Toldero, mejor dicho, hijo de Ibrahim, fabricante de toldos o tiendas.
Hizo sus estudios reglamentarios del Corán bajo la dirección del imán Mowaffak, con dos condiscípulos que alcanzaron celebridad. Uno de ellos, Nizam ul Mulk, elevado más tarde al rango de Vizir, otorgó un cargo en la corte a Omar Khayyam.
La pensión del cargo procuró a Omar cierta independencia económica y pudo así dedicarse de lleno a sus estudios favoritos, la Astronomía, y el Algebra, en los cuales se distinguió mucho, componiendo un libro sobre esta última ciencia y algunas tablas astronómicas y formando con otros ocho sabios una comisión que reformó el calendario árabe bajo el sultanato de Malik Shah, que terminó con la fijación de una nueva era, la era Gialali, denominación que procede del sobrenombre del sultán.
Posteriormente se instaló en Samarcanda, donde completó un importante tratado de álgebra. El nombre entero que se da en su Álgebra es Omar ibn Ibrahim al-Khayyami, de la que fue extraída la forma que él mismo usa en sus cuartetos como nombre poético: Khayyam (en árabe “fabricante de tiendas”).
El Sultán Malik le confió la dirección del Observatorio Astronómico de Bagdad. El Poeta se encerró allí, con la cabeza descubierta y pura del sabio, cuando aún sus colegas usaban el sombrero alto de forma cónica llamado el capirote puntiagudo de los astrólogos.
En la fría torre estelar, rodeado de extraños astrolabios y cuadrantes, compuso las tablas astronómicas que llevan el nombre de Malik, reformó el calendario, escribió tratados de metafísica y de álgebra, disciplina que obliga a las letras a uniformarse de números. Pero, sobre todo, cantó. Cantó a las rosas, al amor y al vino, con la voz ardiente y embriagada del profeta que denuncia la brevedad del tiempo limitador del goce.
Si en Occidente Omar Khayyam tan sólo es conocido como poeta, Oriente, en cambio, lo conoció casi exclusivamente durante toda la Edad Media como astrónomo, matemático y filósofo; en el ámbito de las matemáticas estudió las ecuaciones cúbicas proporcionando una solución geométrica para algunas de ellas, e intentó clasificar ecuaciones de diversos grados según el número de términos que aquéllas contuvieran.
Sólo a partir de mediados del siglo XIX, desde que la traducción de Edward Fitzgerald de los Rubaiyat dio celebridad a su nombre en Europa y en América, empezó también a ser estudiado y admirado como poeta por el Oriente persa y árabe.
En 1112, el compilador Nizami Arudi Samarquandi recuerda haber encontrado al maestro en Balkh y haber oído de él una profecía sobre su propia tumba, que él vio después cumplida en Nishapur, donde el sepulcro de Omar Khayyam, como el mismo poeta había predicho, estaba cubierto de pétalos de flores y a la sombra de un peral y de un melocotonero.
Un pasaje recientemente descubierto del ilustre az-Zamakhshari (literato y teólogo fallecido en 1143) atestigua una relación suya con Omar Khayyam, de la que se desprende la doctrina y la modestia del científico y poeta persa (otros en cambio lo habían descrito como intratable y soberbio) y su conocimiento del que puede considerarse en algunos aspectos como su precursor árabe, Abu al-Ala al-Maarri.
No fue islamita, ni adepto sufí, ni discípulo de los Vedas; aunque, en sus versos eclosionen siempre brotes que pertenecen a todas las primaveras religiosas del mundo. No aceptó discipulado alguno. Sintió consonancia, más bien, con todas las grandes verdades universales, sobre todo, con la lacerante verdad del incesante cambio y de la inmutable permanencia.
Ante todo, fue un dionisiaco de la muerte y de la inmortalidad; un fáustico erguido sobre la esplendente meseta pérsica, constelada por sus doce lagos de sal.
Invocó a la uva, a la mujer, al goce del minuto irremisible; y lanzó contra las estrellas que amaba, un puñado de la rosada ceniza de la tierra. Pidió por los caminantes del tiempo fugitivo:
El, sabía que su alma, herida de infinito, debería ascender, girar, trascender, precipitarse al través de los mil heterogéneos filtros cósmicos, anhelando siempre la última y depurada unidad. Y sus ojos llenos del verdadero resplandor del conocimiento, no cayeron por lo mismo en la contemplación de la trémula estrella del misticismo.
De ser místico, no se hubiera erguido, como lo hizo, en esa suerte de rivalidad con los dioses. El misticismo supone siempre subordinación sentimental, pasividad asombrada, receptividad temblorosa de sugestiones que se hallan siempre proclives al deslizamiento por la fácil pendiente de las ilusiones de tipo sobrenatural.
Intervino en el Universo con la mente, a diferencia de los místicos que participan de modo sentimental.
Omar se mofa de la charlatanería de los presuntos ‘sabios’… ¿qué nos importa ser ignorantes?… de perder el tiempo con preguntas que no van a ningún lado?, ponderó lo práctico sobre lo teórico, con el placer simbolizado en el vino, lugar de evasión, de relajo, de tranquilidad, muchos cálices, multitud copas, ¡cuántas ánforas!… no como metáfora, sino como realidad… nuestro tesoro es el vino y nuestro palacio la taberna…
Es también un escéptico.
Entre loas etílicas, acompañamientos femeninos, cantos a la naturaleza y a la belleza, Khayyam se muestra existencial… nadie pudo jamás explicarme para qué he venido ni por qué me iré… y en cuanto a creencias religiosas se revela agnóstico.
Su poesía:
Desde que Dante Gabriel Rosetti descubriera casualmente en una tienda de libros de un penique la citada traducción de FitzGerald, hasta hoy en que existen dos clubs, uno en Londres y otro en Boston, dedicados a Ornar Khayyam, no hay anglosajón de alguna cultura que no se sepa de memoria algún cuarteto del Rubaiyat, la crítica ha disputado unánimemente este poema por una de las obras maestras de la literatura universal. Persia, cuyo nombre está vinculado a la historia de la Grecia antigua por las hazañas de Darío,Jerjes, Artajerjes, Ciro y Cambises; la de los palacios de Susa y Persépolis; la que, alternativamente dominadora y dominada, sufrió la influencia de civilizaciones tan distintas como la helénica, la semítica y la mahometana; esta Persia de origen ario que hoy conocemos tan sólo por sus admirables tapices, los “kalis” y “djimas” de los mercaderes indios, tuvo también su siglo de oro, su “heyday” literario, como las épocas isabelina y victoriana de la literatura inglesa. Fue después que en el siglo VII ondeara victorioso sobre el Irán el estandarte verde del Profeta, en una época comprendida entre los siglos IX y XVI de vuestra era.
En 1094, tras la muerte de su padre, comenzó a escribir poesía en su lengua materna, el farsi o persa.
La obra poética que lo ha hecho universalmente famoso son las Rubaiyat, colección de series de cuatro versos o cuartetas (rubaiyat es el plural de rubai, que significa precisamente “cuarteta”) que, a partir de un lenguaje materialista, pesimista y escéptico, nos hablan de la condición humana, de los placeres del amor y del vino, pero también de la amargura del cotidiano vivir, abocado al abismo de la muerte.
Solo despojándose de dogmas y doctrinas sectarias podrá alcanzar el hombre un atisbo de felicidad, si se atiene a lo dictado por Naturaleza en la selva selvaggia de la existencia.
Nombrado con admiración sin reservas por escritores de la talla de Borges, Oscar Wilde, Amin Maalouf, Juan Ramón Jiménez o Salman Rushdie, Omar Khayyam ha sobrepasado la barrera que separa al escritor del personaje, convirtiéndose en un mito susceptible de generar literatura a partir de sí mismo y no solo de sus admirables cuartetas.
En Occidente, las Rubaiyat de Khayyam empezaron a ser conocidas a partir de 1859, cuando Edward FitzGerald (1809-1883) publicó una traducción inglesa de las mismas, tan libre como hermosa y muy difundida, a la que siguieron otras muchas traslaciones de las desoladas cuartetas jayamianas a las demás lenguas europeas.
El “Rubaiyat” es un libro de poemas compuesto por 170 cuartetos que fueron escritos entre finales del siglo XI y comienzos del XII.
El libro, con un tema recurrente, comulga el Carpe diem de Horacio con la filosofía de Epicuro, es decir la búsqueda humilde, serena, del placer terrenal sin pensar en nada trascendente… la vida es breve… y buscando la paz, el equilibrio, sin molestar a nadie… que jamás te domine la ira, no te abandones al odio…
Su objetivo es la felicidad, el goce tranquilo sin esperar nada, sin hacer el mal a nadie, en la fugacidad de la existencia.
Para ello cuida el cuerpo, la salud, y se despreocupa del pasado y futuro, del origen y del destino… “que tu pensamiento no se proyecte más allá del presente”.
He aquí el secreto de la paz…Has de morir, no le des más vueltas.
Rubaiyat es el nombre de una forma métrica (en singular, “rubai”, que puede traducirse como “cuarteto”). Tal estrofa, formada por cuatro versos con el esquema de rima A-A-B-A, fue respetada por el poeta inglés que hizo una traducción libre del poema en endecasílabos agudos o, mejor dicho, en pentámetros trocaicos, divididos, como el original persa, en estancias de cuatro versos, de los que los dos primeros y el último están rimados, siendo libre el tercero.
Esta forma era extraña a la poesía árabe clásica, y fue usada sobre todo en la persa. Se encuentran cuartetos designados con el vocablo árabe “rubaiyat” desde los comienzos de la lírica persa, en el siglo X; los vemos después atribuidos a muchísimos poetas, y aun a hombres de ciencia, como Avicena; entre los más insignes sobresalen los poetas místicos Abu Saìd de Mehne (968-1049) y su contemporáneo Baba Tahir de Hamadàn. Pero los Rubaiyat por antonomasia son los atribuidos a Omar Khayyam.
Estas breves composiciones tienen su origen en la literatura persa preislámica, y suelen condensar en sus versos una descripción ambiental y un pensamiento. En los poemas de Khayyam, escritos con un magistral poder de síntesis, el poeta canta aparentemente a los goces del vino y el amor como refugio a la transitoriedad de la vida, más bajo ello subyace una profunda y a menudo pesimista reflexión sobre la naturaleza del universo, el paso inexorable del tiempo y la relación del hombre con Dios.
La fisonomía del poeta que estos versos traslucen es inequívoca, orientada hacia un amable goce de las efímeras alegrías de la vida y hacia un íntimo y amargo escepticismo sobre las posibilidades del hombre para alcanzar las verdades supremas, estado de ánimo que continúa toda una tradición de poesía escéptica oriental que se remonta ya a Avicena (se sabe que Khayyam fue un apasionado estudioso de Avicena) y que es presentado con excepcional fuerza epigramática, no sin una acentuada nota de intelectualismo. Junto a la hondura con que se tratan temas metafísicos como la relación del hombre con Dios, la eternidad y la incertidumbre de la existencia humana, a través de concisas y tajantes sentencias, Khayyam realza la belleza y sensualidad del mundo material, la alegría de vivir, la naturaleza y los placeres. Sus versos son simbólicos y transmiten la sabiduría antigua con sencillez y voluptuosidad, a menudo con un irresistible hechizo o entre una aureola de misterio, y son estimados como uno de los más brillantes tributos del genio persa a la literatura universal.
SELECCIÓN DE POEMAS DE OMAR KHAYYAM
Rimas orientales
III. Soy así
¿Que yo del vino soy devoto ciego?
Y bien, lo soy.
¿Que soy infiel, idólatra del fuego?
Y bien, lo soy.
Cada uno de mí en su idea fía;
mas yo, dueño de mí, tengo la mía:
Soy lo que soy.
IV. El vino del amor
Mi pobre corazón de angustia herido
y de locura, no podrá curarse
de esta embriaguez de amor, ni libertarse
de la prisión donde quedó sumido.
Pienso que el día de la creación
en que el vino de amor fue al hombre dado,
el que llenó mi copa fue esenciado
con sangre de mi propio corazón.
VI. Incógnita
Sí, yo sé, mi persona toda es bella,
delicioso el perfume que ella exhala,
el rosa mío al de la rosa iguala,
mi línea al lado del ciprés, descuella.
Más, con todo, esta incógnita me aterra:
¿Por qué mi alto Escultor me hizo de tierra?
IX. La copa viva
Hoy ella vio del alfarero mago
de vasos la magnífica teoría,
de toda forma y toda edad, y había
en todos ellos un misterio vago.
Su emoción al sentir, dijo el artista:
-«Todos fuimos arcilla y éstos fueron
reyes, poetas y amantes que murieron
legando al sutil polvo su conquista».
«EI Espíritu, el vino de la tierra,
busca en cada vasija al propio dueño,
queriendo ansioso revivir su ensueño
al contacto del vaso que lo encierra».
«Mira, toma esta copa, ya palpita
al verte aproximar; no espere en vano
el beso de tu boca o de tu mano,
que un muerto amor por renacer se agita».
Y al acercar su labio, con su aliento
cobró vida el Espíritu dormido;
una palabra murmuró a su oído,
y eran su misma voz, su mismo acento.
¡Ay! y el viejo Khayyám, un vivo muerto,
canta el milagro de aquel muerto vivo,
y se marcha en silencio, pensativo,
a contar sus tristezas al Desierto
XII. Sed inextinguible
Mi amor está en la cima de su llama,
mi amada en el zenit de su hermosura,
mi corazón desborda de ternura
y ebrio de inspiración mi mente inflama.
Siento en mi alma desbordar los ríos
de mis palabras y de mis canciones,
y al querer modular sus expresiones,
mudos siento temblar los labios míos.
Gran Dios ¿qué extraño caos en mí impera?
Mientras por mí en rïente primavera
fresca surgente de agua viva pasa,
mas me consume de la sed la brasa.
XV. Agua y sal
Cuando la sed la lengua paraliza
y el sol arroja chispas de su fragua,
toda la tierra en coro diviniza
la gota de agua.
Yo aplico el labio a la impregnada greda,
bebo con ansia convulsiva y larga;
y es la última gota -la que queda-
la gota amarga.
El hambre fui a saciar de mis faenas,
a consumir el pan de mi salario,
mezclando con la sangre de mis venas
todo mi ideario;
Lo impregné de la sal de los sabores,
por propiciar los númenes felices,
y la sal reabrió en sangrientas flores
del corazón las viejas cicatrices.
2.- Éticas
II. El más fuerte
He visto un hombre que al huir del mundo
halló su paz en tierra desolada:
no fue un hereje ni un muzlim profundo,
no tuvo bienes ni creencia en nada,
ni en verdades, ni en dudas, ni en la muerte.
¿Quién en el mundo pudo ser más fuerte?
IV. Mis dos secretos
¿Cómo queréis que los secretos míos
con la misma confianza los revele
a justos y a malvados y no vele
por la intangible unción de mi ideal?
Yo no puedo a ignorantes y a impíos
explayar gérmenes de pensamientos
donde duermen terribles argumentos,
que el gran misterio pueden develar…
Sé de un sitio en el cielo indescriptible:
Y un secreto que dar me es imposible.
VI. Nada
Has recorrido el mundo palmo a palmo
y todo aquello que en el mundo viste,
es nada, nada;
Has sentido pasar como un ensalmo
músicas y palabras: cuanto oíste,
es nada, nada;
Al Universo todo lo has medido,
y el Universo en su infinita anchura
es nada, nada;
Por fin en el rincón te has escondido
de tu alcoba, y ¿ qué vio tu desventura?
¡Nada, nada, nada!
XVI. El veneno y el antídoto
De este viejo Khayyám oye el consejo:
Busca siempre del sabio la amistad;
de los que viven en honestidad
sea la vida para ti un espejo.
Que la distancia de la tierra al cielo
te aleje del estulto e ignorante,
y la luz de tu fe vaya delante
para alumbrar las rutas de tu vuelo.
Si un hombre de saber te da un veneno,
bebe sin vacilar el vaso lleno;
del tonto, aunque el antídoto te ofrezca,
vuelca la copa, aunque todo perezca.
XIX. Injusticia y desigualdad
1
¡Oh, qué dolor que en este horno candente
donde se ha de fundir la masa humana,
sean los crudos más favorecidos
con el pan más cocido de la hornada!
Y que en este taller de forma y peso,
donde cada uno su porción aguarda,
sean los incompletos los que lleven
la más completa dote de la fábrica.
Cuando los ojos de las odaliscas
son dulce regocijo para el alma,
han de ser estudiantes, aprendices
y esclavos los que gocen sus miradas.
2
¿Y por qué un hombre que sólo recibe
por su faena un pan para dos días,
y que en un tiesto desdentado bebe
de la cisterna el agua cristalina,
por qué ha de amoldarse a servidumbre
de quien no vale por su propia miga,
y ha de rendir su libertad a otro hombre
que es su igual por las leyes de la vida?
Oh, Señor, que los mundos has creado:
Tú les trazaste una órbita exclusiva,
fundaste un orden y equilibrio eternos
sin choques, ni ambiciones, ni conquistas:
¿Por qué sólo a esta mísera criatura
le diste una alma inquieta e infinita?
¿Debe romper el orden de los mundos?
¿Debe alterar el fiel de tu justicia?
Místicas
III. Sordos y ciegos
¡Oh, eterna tragedia humana!
En pos de Ti el mundo entero
corre, indaga y peregrina
por mares y por desiertos.
Los derviches y magnates,
con su oro y sus privilegios,
no han podido aproximarse
hasta tu divino asiento.
En tanto, en todo lenguaje,
Tu nombre es música y verbo;
pero todos están sordos
para oírlo y conocerlo.
Todos tu visión ansían;
te llaman con loco anhelo;
Tú apareces, Tú iluminas…
¡Pero todos están ciegos!
VI. La gota de agua y el océano
La gota de agua del mar,
desprendida y solitaria,
en playa inhospitalaria,
triste se puso a llorar.
El Océano al sentir
tan tierna lamentación
de aquella separación,
la piedad le hizo sonreír.
-«Hija mía, entre los dos
hay una sola unidad,
y sobre esta inmensidad
no hay más grandeza que Dios.
«Entre tu cuerpo y el mío
nunca la extensión verás:
nadie medirá jamás
la inmensidad del vacío».
XII. Transubstanciación
Mira esta copa transparente: era,
antes de modelada, ruda arcilla,
y revela al trasluz la maravilla
de un alma en sus entrañas prisionera.
De magos y rabinos en la idea,
con los blancos jazmines la comparan,
de donde en mística eclosión brotaran
las sanguinosas rosas de Judea.
Mas no -¿qué he dicho?- ni jazmín, ni rosa;
el destello del vino me alucina:
Ya no veo la copa que fascina,
ni el néctar de la viña prodigiosa.
Libre ya del sopor de la taberna
veo, sí, una visión clara y distinta:
era una agua translúcida y eterna
que de un divino fuego estaba encinta.
XVII. Final vanidad
En este instante de mi triste vida,
cuando mi corazón aun late y siente,
que todos mis problemas y mis dudas
resueltos han quedado, me parece.
Mas cuando llamo mi razón a cuentas
y en análisis hondo se sumerge,
no tardo en ver que todo ha sido humo,
y que la noche a circundarme vuelve.
Y aquellos de la ciencia y las virtudes
conductores magnánimos y jueces,
que por la gracia del saber profundo
antorchas vivas en el mundo encienden;
ellos, no más que yo, dieron un paso
fuera del aro en que todo se mueve;
dijeron, sí, su fábula, y al punto
volvieron a su sueño de la muerte.
IV.- La voz en el desierto
Suspendidas de sus hilos, del Señor entre las manos,
bajo el techo de amatista las estrellas se estremecen;
la luna como un alfanje, y los vientos me parecen
traerme voces amigas de mis aduares lejanos.
Las arenas sin un soplo del aire muertas están;
los astros su luz repliegan cual en su postrera noche;
más la arena removida volará; su ardiente broche
reabrirán los soles y… mis huellas se borrarán.
Cual los dibujos que finge la rama al aire agitada;
cual la sombra que una flecha traza del arco lanzada,
así pasaré, pues Dios sabe en su saber profundo
por qué -feliz o maldito- fui enviado sobre el mundo.
¡Oh, Señor de las centurias y del Poder infinito!
¡Señor, Dios de las estrellas y las arenas desiertas!
¿Soy yo, acaso, en mi nada, más durable o más finito
que estas imperecederas de tus manos obras muertas?
Mas ¡ay! cuando ya los techos de amatista empalidezcan,
y, gastados ya sus hilos las estrellas se oscurezcan,
¡sólo Tú el eterno arcano verás de divino modo,
y te reunirás de nuevo al alma inmane del Todo!
III. Ayer, hoy, mañana
27
A aquellos que en el hoy aguardan su ventura,
y a los que en el mañana fijaron su esperanza,
un muezín les grita desde la Torre Oscura:
-«¡Locos! ni aquí, ni allí, vuestra paga es segura!»
28
En sueños, otra voz, que me repite, advierto:
-«La flor abrirá al beso de la nueva mañana»;
más un rumor que pasa, me dice, ya despierto:
-«La flor que ayer abrió, dio su aroma y ha muerto».
29
Y los santos, y sabios, y rígidos ascetas
que de ambos universos el estudio agotaron,
son arrojados fuera como locos profetas,
sus bocas y palabras del mismo polvo prietas.
30
¡Oh! cuando yo fui joven ávido he frecuentado
los santos y doctores, y oí cosas sublimes
sobre esto y sobre aquello: mas siempre me ha pasado
volverme por la puerta por donde había entrado.
31
Yo he sembrado semilla de aquel saber arcano,
y la ayudó a crecer la labor de mi mano:
y ésta fue mi cosecha: -«yo vine como el agua,
y me voy de este mundo como va el viento vano».
32
Llegado a este Universo el porqué ignorando
y el de dónde, como agua que, quiera o no quiera, corre,
salgo de él como el viento que el desierto cruzando,
sin saber hacia dónde, quiera o no sigue andando.
33
¿Y qué, y así me traen desde un donde cualquiera
y desde aquí hacia allá, sin pulsar mi albedrío?
¡Si el cielo, al menos, darnos siempre el vino quisiera,
que ahogue este recuerdo que la mente lacera
VI. El vuelo del alma
67
Y caso extraño ¿no? De las vidas aquéllas
que primero pasaron tras la cortina oscura,
ninguna aquí retorna a mostrarnos sus huellas,
para abrir nuevas rutas por entre las estrellas.
68
Y las revelaciones del sabio y del devoto,
que profetas ungidos en llamas difundieron,
¿qué son sino consejos de un ensueño remoto,
dichos y al punto vueltos a su dormir ignoto?
69
Porque si el alma puede dejar su polvo turbio,
y cabalgar desnuda por los aires del cielo
¿No es, acaso, vergüenza, no es un fatal disturbio
habitar por más tiempo en este vil suburbio?
70
Y éste es sólo una tienda donde un sultán reposa
mientras va de camino al reino de la muerte:
Sale el sultán, y al punto, un hosco peón de fosa
la alza, y para otro huésped la adereza lujosa.
71
Y yo envié mi alma tras lo Invisible eterno,
del más allá una carta buscando descifrar;
tras una larga angustia de mi conflicto interno,
vuelve y me lee: -«Mira: yo soy Cielo e Infierno».
72
Cielo es sólo visión del Deseo cumplido
y el Infierno la sombra de un alma de ansia presa,
lanzada a esta tiniebla donde, apenas surgido,
el hombre ha de quedar en polvo convertido.
73
Y al fin no somos más que una movible fila
de fantásticas formas que vienen y que van
en torno a esta Linterna del Sol, que alumbra, oscila,
y el Maestro abre y cierra cual mágica pupila.
74
Nosotros, piezas mudas del juego que Él despliega
sobre el tablero abierto de noches y de días,
aquí y allá las mueve, las une, las despega,
y una a una en la Caja, al final, las relega.
75
La bola nada inquiere de sí, ni no, ni modo,
y el jugador doquiera de un lado al otro corre:
pero él, que los echara en el campo de lodo,
todo de ellos lo sabe, ¡oh, todo, todo, todo!
76
Su índice el fallo escribe: si tu piedad impetra,
si tu ingenio excogita, si tu fe intercede
por borrar una línea, tu voz nunca penetra;
ni tus lágrimas juntas lavarán una letra.
IX. El ocaso del astro
98
Ah! reanimad con la uva mi marchitada vida;
ungidme en sus aromas si es ya mi último sueño;
y envuelto de hojas frescas en túnica florida
dejadme entre las frondas de una huerta escondida;
99
Para que, reviviendo por la vernal tibieza,
pueda enviar mis adioses a los viejos amigos,
en la rama que al muro se inclina y se adereza
para verter sus flores por sobre su cabeza;
100
Para que mis cenizas, como el vástago altivo
de la viña, el espacio en espiral escalen,
y así, el buen creyente, si pasa pensativo,
no quedará enredado por absorto o esquivo.
101
¡Ah! y en verdad los ídolos que yo amé con pasión
mucho daño me hicieron a los ojos del mundo:
En frágil copa ahogaron mi gloria y mi ambición
y mi fama vendieron por una ruin canción.
102
Es cierto, sí, es cierto: Yo prometí enmendarme;
lo juré, ¿más estaba en mi juicio al jurarlo?
La Primavera vino sus rosas a ofrendarme…
y de mi contrición la túnica a rasgarme.
103
Y aunque el vino el sainete del infiel me jugara,
y aunque me despojase de mi traje de honor,
yo admiro siempre cómo el viñador comprara
tal merca por venderla la mitad menos cara.
104
¡Ah, y esta Primavera marchitará sus rosas!
Se cerrará este escrito de juvenil perfume;
y el Bulbul que en sus frondas ritmó piedras preciosas,
¿dónde tendió -quién sabe- sus alas misteriosas?
105
¡Si al menos de la Fuente del Desierto surgiese
una vaga vislumbre que el rumbo revelase!
El caminante exánime al frescor reviviese
cual la hierba del campo que el rocío reverdece.
106
¡Ah! si fuese posible rehacer el Universo,
cerrar a nuestro antojo el Libro del Destino;
el Autor en un folio más sonrosado y terso
grabara nuestros nombres, ¡o borrara su verso!
107
¡Oh Amor, si pudiéramos con ayuda del Hado
tachar de un rasgo solo todo este embrión de cosas!
Vuelto de nuevo a polvo, lo habríamos forjado
mas cercano a la forma que hubiésemos soñado.
108
¡Cuánto mejor no fuera del catálogo arcano
borrar del Universo toda alma infortunada,
que engrosar gota a gota del infortunio humano
los ríos que se llevan al Infinito Océano!
109
Mas la luna del cielo, al subir en Creciente,
nos mira, oh dulce amada, tras el trémulo llano:
¡Cuántas veces, más tarde, me buscará impaciente,
entre estas mismas hojas, y vana, vanamente!
110
Y cuando el pie de nácar Tú deslices un día
por las tumbas dispersas sobre esta hierba mustia,
y en tu vagar abstracto llegues hasta la mía,
¡vuelca tu copa y, quede para siempre vacía!
Así sea.
II. El lenguaje misterioso
Este rubí precioso fue extraído
del fondo de una mina ignota y rara,
y esta perla purísima y sin copia
en seno oculto de la mar fue hallada…
Mas digo mal: ni mina ni océano
de otras minas u océanos se apartan:
Sólo el secreto del amor se expresa
en lengua de los hombres ignorada.
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)