VER EL PROGRAMA DE TELEVISIÓN DEDICADO A JOSÉ ÁNGEL VALENTE
BIOGRAFÍA DEL POETA JOSÉ ÁNGEL VALENTE
José Ángel VALENTE DOCASAR, (Orense, 1929 – Ginebra, 2000).
Criado en el seno de una familia numerosa católica y conservadora, pasó su infancia y adolescencia en su ciudad natal y llega al uso de razón justo durante la Guerra Civil, apareciendo esta condición de “niño de la Guerra” reflejada, a menudo, en su obra literaria. Su padre, hombre de profundas convicciones cristianas, tuvo problemas durante la contienda con las autoridades de su propio bando, por negarse, con actitud ejemplar, a participar en la represión de retaguardia. Particular importancia en el cuidado y formación del niño Valente tuvo también su madrina Lucila, la “siempre madre” a la que desde que falleció dedicaría numerosos poemas.
Tras iniciar en la adolescencia su andadura poética en su Orense natal e, incluso, cultivar el gallego en su juventud universitaria compostelana, continuó su itinerario académico y literario en Madrid. Allí se casó en 1953 con Emilia Palomo, compañera en la Facultad de Filosofía y Letras, con la que habría de tener cuatro hijos: Lucila (Ceuta, donde su padre realizaba la milicia universitaria), Antonio (Oxford-Ginebra), Patricia (Ginebra, apadrinada por Vicente Aleixandre) y María (Ginebra), fallecida al poco de nacer.
Desde Madrid colabora en numerosos medios y ejerce, durante dos años, como secretario de la revista Índice, donde publicará numerosos poemas, ensayos, reseñas y crónicas. Su revelación como poeta tuvo lugar con “A modo de esperanza” (1955), de tan intensa sobriedad como rotunda precisión.
Precisamente harto del pobre y opresivo panorama de la España franquista, Valente se instaló en 1955 en la Universidad de Oxford, donde entabló amistad con el exiliado Alberto Jiménez Fraud y, desde 1958, ejerció como funcionario de la ONU en Ginebra. En este tránsito nació “Poemas a Lázaro” (1960), con composiciones netamente metapoéticas, pero también con poemas de carácter eminentemente histórico, político y social.
Radicado ya en Ginebra, conoció directamente el mundo del exilio y, aunque colaboró en algunas de sus empresas, le pareció un círculo anquilosado del que sólo valoró a intelectuales como Alberto Jiménez Fraud, el novelista Max Aub y la filósofa María Zambrano, con quien mantuvo estrecha amistad y colaboración durante un largo período. Trabajando en Ginebra, Valente fijó, durante un tiempo, su residencia familiar en Collongues-sous-Salève, localidad ubicada en la Alta Saboya francesa. En Ginebra conocerá, en los años setenta, a la que habría de ser su segunda esposa, Coral, con quien se casará en París en 1984.
En el primer lustro de los sesenta escribió “La memoria y los signos” (1966), pero buena parte de sus poemas habían sido ya adelantados en la antología “Sobre el lugar del canto” (1963). La intención del poeta es ahora la denuncia de lo falso y la revelación de lo oculto, por lo que en estos versos predominará lo histórico, lo social y lo político, sirviendo la contienda civil española como telón de fondo para muchos poemas. En los años sesenta publicará todavía dos libros de configuración monográfica: “Siete representaciones” (1967), que articula en torno a los siete pecados capitales, utilizándose en él un lenguaje irónico y un tono violento; y “Breve son” (1968), que contiene poemas de pequeña extensión en sintonía con la canción tradicional.
A finales de los años sesenta Valente escribió dos obras que se publicarán en 1970: “Presentación y memorial para un monumento” y “El inocente“, libros ambos instalados en el exilio, en su sentido más profundo y radical, aparte de que el segundo fue publicado en Méjico. El breve opúsculo “Presentación y memorial para un monumento” es una crítica demoledora de toda represión, independientemente de la ideología que la practique, y” El inocente” supone el regreso a la pureza de la inocencia después del viaje infernal por el tiempo de la historia.
En 1972 -y, ampliado, en 1980 y 1999- publica con el título de “Punto cero” una reunión depurada de todas sus obras anteriores, incluyendo además el poemario inédito, “Treinta y siete fragmentos“, que no se publicaría en edición individual hasta 1979 y que tiene como elemento unificador la concepción fragmentaria de la obra poética, pues ésta no puede ser más que un resto o jirón del absoluto al que se aproxima. La técnica del fragmento reaparece en “Interior con figuras” (1976) y “Material memoria” (1979), libros heterogéneos, pero conectados entre sí y llenos de resonancias de su obra anterior, acaso en sintonía también con su estima por el aforismo filosófico contemporáneo, género éste que el propio Valente cultivó y reunió en “Notas de un simulador” (1997).
En 1980, al disertar en Ginebra sobre las Cántigas galaico-portuguesas de Alfonso X el Sabio, Valente se reencontró con la lengua originaria, producto de lo cual será el poemario “Sete cántigas de alén” (1981), luego ampliado en “Cántigas de alén” (1989), y que, complementado con otros escritos en prosa de motivación galaica, compuso el corpus de su última edición, publicada en 1996.
El descubrimiento de la Cábala judía provocó toda una revisión filosófica y creativa en Valente, cuyo resultado más significativo fue el libro, de extraordinario hermetismo simbólico, “Tres lecciones de tinieblas “(1980). Pero al ya demostrado interés por las místicas cristianas y judías, Valente sumó también una gran atención a las islámicas y a otras tradiciones orientales, todo lo cual se manifiesta expresamente en los ensayos de “La piedra y el centro” y “Variaciones sobre el pájaro y la red“. Además, en los años noventa intervino en numerosas ocasiones sobre temas juanistas, prologó “Cántico espiritual y Poesías“, “Manuscrito de Jaén” y editó, con José Lara Garrido, las actas tituladas “Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz.“
A partir de 1982, Valente ejerció en París como funcionario de la UNESCO y, en 1985, por influencia de su amigo Juan Goytisolo, estableció residencia en Almería, compaginándola con las de Ginebra y París, que mantendría hasta el final. Su aproximación a la mística sufí no fue ajena a su retiro a Almería, “principal foco del sufismo esotérico de Al-andalus” y “metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles”, al decir del arabista Asín Palacios. De hecho, Valente se instaló en una casa tradicional almeriense con vistas a la Alcazaba y desde ella describió, en el ensayo “Perspectivas de la ciudad celeste”, su casa y su entorno hispano-árabe, así como el legado cultural y espiritual del pasado islámico de la ciudad.
En una entrevista que Claudio Rodríguez Fer le hace en los años noventa declaró cuales eran para él los lugares más emblemáticos de Almería, sobre los que escribió u opinó en diversas ocasiones: “Mi casa, la Alcazaba, el desierto de Tabernas, el Cabo de Gata, la Isleta del Moro, que es un sitio donde yo iba mucho, que es muy bonito, pero que lo están estropeando, como todo el paisaje almeriense, porque están construyendo indebidamente”. Esto último refleja también su insobornable carácter cívico ante la sociedad almeriense, que no dudó en criticar, en forma constructiva, del mismo modo que lo hizo con su tierra natal o con sus otros lugares de residencia.
Además, en Almería hizo muy buenos amigos y colaboró con la peña flamenca Los Tarantos y con los fotógrafos Jeanne Chevalier -con quien realizó los libros ” Calas “(1989) y “Campo” (1995)- y Manuel Falces, con quien compartió “Las ínsulas extrañas“. “Lugares andaluces de San Juan de la Cruz” (1991), “Cabo de Gata“. “La memoria y la luz” (1992) y el póstumo “Para siempre, la sombra” (2001).
En sintonía con su vinculación al Sur, publicó dos obras deslumbrantes por la fuerza de su luz: “Mandorla” (1982) y “El fulgor” (1984), libros sobre la trascendencia a través del cuerpo o sobre la materia a través de una mística materialista que alcanza su plenitud en la unión erótica.
Toda su obra poética escrita desde 1979 se compiló bajo el título de “Material memoria “en 1992 y, actualizada, en 1995 y 1999, incluyendo la primera “Al dios del lugar” (1989) y las últimas “No amanece el cantor” (1992), libros que, seguidos de “Opúsculo” y luego del libro “Nadie” (1994 y 1996, respectivamente), incluido a su vez en el póstumo “Fragmentos de un libro futuro” (2000), representan al último Valente. Al dios del lugar entra de lleno en el ditirambo sacro y mantiene la química erótico-mística. En No amanece el cantor insiste en la absoluta desposesión, inspirándose ahora, en buena medida, en la dura experiencia del dolor. Finalmente, Fragmentos de un libro futuro, concebido como un abierto itinerario lírico, identificable con el último itinerario vital del autor, resultó ser una especie de estremecedor diario en marcha hasta la inevitable doble extinción biográfica y poética.
Pero las excelencias de Valente como poeta no deben hacernos olvidar las que lo caracterizan como prosista, tan valoradas por su perfección borgeana como temidas por los poderes totalitarios que fustiga. En efecto, cultivador de la más rigurosa y demoledora prosa narrativa, su primera obra en este género, “Número trece”, fue secuestrada por la censura franquista y le ocasionó un auto de procesamiento, pero los cuentos que la componían fueron rescatados posteriormente y reunidos en el conjunto «El fin de la edad de plata» seguido de «Nueve enunciaciones» (1995). Como ensayista y crítico literario colaboró muy asiduamente en la prensa cultural y diaria, a veces de modo polémico, pero siempre valiente y esclarecedor. Buena parte de sus primeros ensayos literarios fueron reunidos en Las palabras de la tribu (1973), mientras que muchos otros relacionados con la mística están incluidos en «Variaciones sobre el pájaro y la red», precedido de «La piedra y el centro» (1991) o aparecieron a propósito de sus ediciones de Miguel de Molinos y sobre Juan de la Cruz. Póstumamente apareció una compilación de sus artículos sobre arte y estética,” Elogio del calígrafo” (2002), y otra de artículos sobre literatura y cultura, La experiencia abisal (2004).
Es necesario no olvidar tampoco su importante labor como traductor de diversas lenguas al castellano, como evidencian sus versiones, desde el inglés, de Donne, Keats, Hopkins o Dylan Thomas; desde el alemán, de Celan; desde el italiano, de Montale; desde el francés, de Aragon, Péret, Jabès y Camus, y desde el griego, del evangélico Kata Ioanem y de Cavafis, así como su traducción de Hölderlin desde el alemán al gallego, reunidas todas las poéticas en el libro Cuaderno de versiones (2002).
En cuanto a su relación con la más fructífera avanzada artística europea, puede recordarse que fue autor de libros de arte en colaboración con pintores y grabadores como Antoni Tàpies, Antonio Saura, Paul Rebeyrolle, Jürgen Partenheimer o Eduardo Chillida, y aún después de su muerte incluyeron textos suyos nuevos libros de artistas como el orientalista Cima del canto (2001), de su esposa Coral. Todo ello dio origen a una exposición en Santiago de Compostela sobre sus relaciones con el arte, recogida en el catálogo A palabra e a súa sombra. José Ángel Valente: o poeta e as artes (2003).
Por supuesto, sus múltiples aportaciones a la cultura contemporánea no pasaron desapercibidas a la hora de ciertos reconocimientos, tantos y tan importantes que no podemos enumerar aquí. Baste recordar que, tras obtener el Premio Adonais en 1954, Valente recibió por dos veces el Premio de la Crítica, así como el Premio de la Fundación Pablo Iglesias, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, por dos veces el Premio Nacional de Poesía y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Además, traducida y reconocida mundialmente en los más exigentes medios intelectuales, su obra mereció la atención de importantes estudiosos y escritores relacionados con significativos ámbitos de Europa, de África y de América, como puede comprobarse en la ya muy nutrida bibliografía existente sobre aquella y en los encuentros internacionales que suscitó. Al final de su vida participó también en la elaboración de Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española (1950-2000), publicada póstumamente (2002).
Poco antes de morir en Ginebra (18-VII-2000) fue investido en 1999 “Doctor Honoris Causa” por la Universidad de Santiago de Compostela, de la que había sido alumno y a la que legó su archivo y biblioteca personal, para cuya custodia y estudio se creó la cátedra “José Ángel Valente” de Poesía y Estética, todavía en vida del autor. De este modo, la Galicia en la que nació y la Almería en la que decidió finalmente establecerse son quizá el alfa y omega de una espiral bioliteraria que ya jamás tendrá fin.
OBRA DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE
- A modo de esperanza, Madrid, Adonais, 1955 (Premio Adonais 1954).
- Poemas a Lázaro, Madrid, Índice, 1960 (Premio de la Crítica 1961).
- Sobre el lugar del canto, Barcelona, Colliure, 1963.
- La memoria y los signos, Madrid, Revista de Occidente, 1966. Reeditado por Huerga y Fierro editores, 2004.
- Siete representaciones, Barcelona, El Bardo, 1967.
- Breve son, Barcelona, El Bardo, 1968.
- El inocente, México, Joaquín Mortiz, 1970.
- Presentación y memorial para un monumento, Madrid, Poesía para Todos, 1970.
- Las palabras de la tribu, Ed. Siglo XXI, 1971
- Punto cero, Barcelona, Barral, 1972 (poesías completas).
- Interior con figuras, Barcelona, Ocnos-Barral, 1976.
- Material memoria, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1979.
- Estancias, Madrid, Entregas de la Ventura, 1980.
- Tres lecciones de tinieblas, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1980 (Premio de la Crítica).
- Sete cántigas de alén, La Coruña, Ediciós do Castro, Edición de Andrés Sánchez Robayna, colección Narrativa1981 (poesía en gallego, ampliada luego con el título Cántigas de alén, 1989).
- El fin de la edad de plata 1973
- Mandorla, Madrid, Cátedra, 1982.
- Nueve enunciaciones, Málaga, Begar, 1982.
- El fulgor, Madrid, Cátedra, 1984.
- Al dios del lugar, Barcelona, Tusquets, 1989.
- Treinta y siete fragmentos, Barcelona, Ambit Serveis, 1989.
- No amanece el cantor, Barcelona, Tusquets, 1992.
- Fragmentos de un libro futuro, Barcelona, Círculo de Lectores, 2000 (Premio Nacional de Literatura).
- Hibakusha, edición al cuidado de Nieves Agraz y Javier Carmona. Ediciones Jábega 1997.
- Palais de Justice, Edición de Andrés Sánchez Robayna. Galaxia Gutenberg, 2014 (de acuerdo a los deseos del poeta, fue publicado solo después de la muerte de su primera esposa, Emilia Palomo, acaecida el 05.03.2013).93
PREMIOS
- Premio Adonais (1954)
- Premio de la Crítica (1961)
- Premio de la Crítica (1980)
- Premio de la Fundación Pablo Iglesias (1984)
- Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1988)
- Medalla de Andalucía (1990)1
- Premio Nacional de Poesía (España) (1993)
- Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1998)
- Premio Nacional de Poesía (España) (2001, póstumo)
SELECCIÓN DE POEMAS DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE
CONSIENTO
Debo morir. Y sin embargo, nada
muere, porque nada
tiene fe suficiente
para poder morir.
No muere el día,
pasa;
ni una rosa,
se apaga;
resbala el sol, no muere.
Sólo yo que he tocado
el sol, la rosa, el día.
y he creído,
soy capaz de morir.
Del libro A modo de Esperanza (1953-54)
EL CRIMEN
Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho. Ignoro
quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.
Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.
He sido asesinado.
(Descarto la posibilidad del suicidio).
La noticia se divulga
con relativo sigilo.
El doctor estuvo brillante, pero
el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada de portera,
dijo
que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)
Por mi parte no tengo
nada que declarar.
Se busca al asesino;
No hay pruebas contra nadie. Nadie
ha consumado mi homicidio.
Del libro A modo de Esperanza (1953-54)
COMO LA MUERTE
Ha muerto un hombre, así,
mientras hablamos
sentados frente a frente,
ajenos a morir
aun consabiéndolo.
Ha muerto porque sí,
porque se muere
casi sin transición
y sin que medie
ni una sola palabra.
Un accidente sórdido
es bastante. Ha muerto
un hombre.
Cayó con su bagaje
de graves opiniones,
su amargo amor
y su acometimiento.
Cayó de poca altura.
Con una muerte de muy pocos metros
bastó para que fuese
su caída insondable.
Mientras tú me decías
algo. Mientras
nada pasaba
en realidad.
Un accidente.
Había
estrechado su mano
alguna vez.
Cuando lo vi no era
más que respiración
y no pasó del alba.
Tímidamente digo:
“Lo siento”. Está enlutada
la madre. Hay otra gente.
Algo para beber.
“!Qué golpe más horrible!
Mi hijo…, él…”
Las sillas enfundadas.
Fotografías. Tengo
sed.
“En fila quinta el nicho;
no había más abajo…”
El círculo ha aumentado
(la madre en pie).
Se habla de la muerte
con naturalidad.
Palabras de consuelo
inútil. Es cruel.
Hablo contigo. A medio
amor, la muerte; a media
respiración, la muerte.
Un hombre puede
caer de pronto
porque sí, con sus cuatro preguntas sobre todo
a medio formular.
Sin previo acuerdo.
Un hombre ha muerto, pero
dime que soy verdad,
que estoy en pie, que es cierto
el aire, que no puedo
morir.
(“A modo de esperanza”, 1953,1954)
ODIO Y AMO
Aquí herido de muerte
estoy. Aquí goteo
espesor animal y mudo llanto.
Aquí compruebo
la resistencia ciega de un latido
a la fría posibilidad del puñal.
Aquí pronuncio
la palabra que nunca
moverá una montaña.
Aquí levanto
inútiles barreras
que derriba la muerte.
Aquí libro batallas
contra el viento, incluso
contra un ángel (aún cojeo
hacia el lado de Dios).
Aquí y cada día
y cada hora y
cada segundo me he negado a morir.
Aquí odio la vida, sin embargo.
Odio cuanto levanta al aire
una frente o un pétalo.
Cuanto he besado, cuanto
he querido besar y ha sido
materia o voz de mi deseo. Odio
y amo (Amo
con demasiado amor.)
(“A modo de esperanza”, 1953,1954)
PRIMER POEMA
No deseo
Proclamar así mi dolor.
Estoy alegre o triste y ¿qué importa?
¿a quién ayudaré?
¿qué salvación podré engendrar con un lamento?
Y, sin embargo, cuento mi historia,
recaigo sobre mí, culpable
de las mismas palabras que combato.
Paso a paso me adentro,
preciosamente me examino,
uno a uno lamento mis cuidados
¿para quién,
qué pecho triste consolaré,
qué ídolo caerá,
qué átomo del mundo moveré con justicia?
Remotamente quejumbroso,
remotamente aquejado de fútiles pesares,
poeta en el más venenoso sentido,
poeta con palabra terminada en un cero
odiosamente inútil,
cuento los caedizos latidos
de mi corazón y ¿qué importa?
¿qué sed o qué agobiante
vacío llenaré de un vacío más fiero?
Poeta, oh no,
sujeto de una vieja impudicia:
mi historia debe ser olvidada,
mezclada en la suma total
que la hará verdadera.
Para vivir así,
para ser así anónimamente
reavivada y cambiada,
para que el canto, al fin,
libre de la aquejada
mano, sea sólo poder,
poder que brote puro
como un gallo en la noche,
como en la noche, súbito,
un gallo rompe a ciegas
el escuadrón compacto de las sombras.
(De “Poemas a Lázaro”, 1955-1960)
HISTORIA SIN COMIENZO NI FIN
Podías estar muerta.
A la oscura pasión
sucedió el alba
a los menudos dientes
la tranquila respiración
del sueño.
Podías estar muerta.
Estabas, sin embargo,
latiendo acompasada,
y podías estar a
cien mil leguas bajo la tierra.
Durante la noche te comprendí.
Eras todo rencor y amor
y uñas y cabellos
llamándome.
Te has ido iluminando,
suavemente azul,
bajo mis ojos
y ya no sé quién eres,
cómo te he conocido
ni cuando ni porqué.
Yo te he llamado. Algo
he tenido de tí
-¿qué ha sido?, dime-
Ahora estás tendida
bajo mi pensamiento.
No puedes defenderte. No puedes
defenderme.
Has sido
el cuerpo del amor.
No sé nada de ti.
Podías estar muerta,
podías ser el cadaver de alguien,
una mujer cualquiera,
que encontré en una plaza
para empezar por algo.
Repíteme tu historia.
Oye. No tienes
nombre. El día
ha comenzado. (Un pensamiento
es más cruel, cien veces,
que la muerte.)
Del libro A modo de Esperanza (1953-54)
EL TEMBLOR
La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.
La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.
El amanecer es tu cuerpo y todo
lo demás todavía permanece en la sombra.
Tus lentas oleadas fuerzan
la delgada membrana del despertar.
anuncias que no le día,
sino la quieta
duración del latido
en la sombra matriz.
Te anuncias,
proseguida y continua, como
la duración.
Durar, como la noche dura,
como la noche es solo sumergido cuerpo
de tu visible luz.
Del libro Mandorla
CUANDO EL AMOR
Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo solo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.
Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que solo el amor
abra tus labios a la luz del día.
La soledad.
El miedo.
Hay un lugar
vacío, hay una estancia
que no tiene salida.
Hay una espera
ciega entre dos latidos,
entre dos oleadas
de vidas hay una espera
en que todos los puentes
pueden haber volado.
Entre el ojo y la forma
hay un abismo
en el que puede hundirse la mirada.
Entre la voluntad y el acto caben
océanos de sueño.
Entre mi ser y mi destino, un muro:
la imposibilidad feroz de lo posible.
Y en tanta soledad, un brazo armado
que amaga un golpe y no lo inflige nunca.
En un lugar, en una estancia – ¿dónde?,
¿sitiados por quién?
El alma pende de sí misma sólo,
del miedo, del peligro, del presagio.
De Poemas a Lázaro.
LOS OLVIDADOS Y LA NOCHE
Cuando aparecen ante mí, terribles,
suavísimos rostros,
sus contornos se mezclan
y adelantan una sola figura.
Bajo la transparente piel
de aquel amor y el agua solitaria
brillan los ojos de mi madre antes
de haberme concebido.
¿Soy yo quien pasa o sois vosotros?
¿quién está detenido?
¿quién abandona a quién?
¿quién está inmóvil o quién es arrastrado?
Madre, después de tanto
hilarme a tu pupila
después de haber edificado un reino de esperanza,
después de haber soñado
cuanto soy, cuanto tengo,
no habré hablado contigo.
¿Pero podríamos hablar?
¿hay tiempo?
Dadme un día,
detened un día
el implacable paso,
el terrible descenso
-vuestro, mío—
para que pueda así
escoger la palabra, el adiós, el silencio:
para que pueda hablaros.
Mientras escribo sobre
la resistencia de mi propio cuerpo,
el mundo habrá pasado,
habrá cerrado el ciclo,
completado el retorno
de su nada a su origen,
y yo seré antepasado pálido
de mi futuro olvido.
Puedo deciros que esta misma noche
vuestro feroz recuerdo ha devorado
mi amor,
envejecido el rostro de mis hijos,
mutilado los besos,
reducido mi pecho a soledad.
Porque nada de lo vivido
puede darnos más vida:
sé que no soy,
que no me pertenezco.
Pasé por vuestros ojos
y creí desgarrarlos, arrastrarlos conmigo,
mas fue vuestra pupila la que hizo presa en mí.
Jirones de mi ser,
banderas,
viento como un gemido
largo en el corazón.
Inmóviles aún,
como os dejó mi olvido,
pálidos de mi sangre,
conjurados en una sola acusación.
¿Soy yo el culpable?
Lejos el tiempo y el lugar,
la primavera cómplice y el aire
de la inocencia en el jardín.
La amistad es un puente roto,
los besos han volado el amor hecho añicos,
y a un lado y otro lado
permanecemos solos,
dando voces, llamándonos,
gesticulando, mientras
la corriente se ensancha y yace
consumido el crepúsculo.
Inmensa noche. Solitaria noche.
(Despojado de mí busco mi cuerpo en vano,
sigo en vano mi voz.)
Noche: mi sueño
no la puede durar.
De: «Poemas a Lázaro» – 1955-1960
TUVE OTRA LIBERTAD
Tuve otra libertad,
la amé con otro nombre.
Entre
el deseo y su objeto había un tiempo
reducible a esperanza.
Los muros eran altos
para nover,
los cielos eran altos
para no ver: el sueño
alto para no ver
más sueño que el soñado.
La semilla caía y enterraba
con ella la mirada
redonda para el fruto.
El aire estaba lleno
de poder y de pájaros,
el cuenco maternal
de hondo reposo,
la oración de respuesta
y de luz suficiente.
Pero no hablo de tí, no hablo
de lo que no recuerdo.
Durar pudo la vida
segura y repetida,
ser promesa de un dios
Y todo
pudo ser pasto oscuro
de otro dios, de otro sueño.
De: «Poemas a Lázaro» – 1955-1960
EL CÍRCULO
Estaba la mujer con sus dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.
Estaba rodeada de sí misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.
La complacencia del estar henchía
de estólida ternura los objetos cercanos.
Estaba en pie sumándose a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.
Giraba la mujer.
Rebasaba su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.
ESTABAS DESLEÍDA EN LA DULZURA
Estabas desleída en la dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada en los limas
obstinados del fondo.
Era tu forma ese deshacimiento.
Brotar.
Fluir.
Abandonarse.
Bajaba el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
Blancura.
Y ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.
(Orillas del Sar)
SON LOS RÍOS
No te detengas, sigue
no vuelvas la mirada.
No podemos volvernos.
Todo lo que ya he muerto
me alzanzará ahora.
Como el agua primera
del descenso de un río
me sigue cuanto he ido
arrancando a mi paso,
cuanto he desagajado,
cuanto he ido muriendo.
No vuelvas la mirada;
no te detengas.
Baja
en la oscura corriente
mi cadaver de niño,
un rostro entre la sombra,
el caído silencio
de aquel amor, aquella
rota imagen del sueño.
No podemos volvernos.
Ellos siguen mi curso
seguros, con su opaca
tenacidad de muertos
Pero tú ven conmigo;
nunca vuelvas los ojos.
Saltemos ciégamente
hacia más y más cauce,
hasta que el tiempo aquiete
sus pasos en la noche
y cuánto nos seguía
al cabo nos alcance.
De Poemas a Lázaro
LA MUJER ESTABA DESNUDA
La mujer estaba desnuda.
Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a empozados lamentos.
Pero ella
no podía bajar
y asomada a los bordes sollozaba.
Después, la voz, más tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remotos vellones.
La mujer sollozaba.
Tendió grandes pañuelos
en las lámparas rotas.
Vino la noche.
Y la mujer abrió de par en par
sus inexhaustas puertas.
DE TONTOS TENEBROSOS
¿Habéis visto
nada más tenebroso
que un tonto?
Un tonto tiene vastas
concavidades donde
sólo hay noche y arañas,
lentas arañas tristes.
Y el tonto viene a tumbos
de pajiza desgracia,
a tropezones negros,
dándose en las paredes
de si mismo, cayendo
en lo más hondo.
Encuentra
cosas – ¿Es esto amor?
¿es lluvia esto? ¿asi es el mundo?
Él no lo sabe. Anda
a lo largo de un túnel sordo.
De poemas a Lázaro
LA SEÑAL
Porque hermoso es al fin
dejar latir el corazón con ritmo entero
hasta quebrar la máscara del odio.
Hemoso, si, de pronto, sin saberlo,
dejarse ir, caer, ser arrastrado,
Tal vez la soledad, la larga espera,
no han sido más que fe
en un solo acto
de libertad, de vida.
Porque jermoso es caer, tocar el fondo oscuro,
donde aun se debaten las imágenes
y combate el deseo con el torso desnudo
la sordidez de lo vivido.
Hermoso, si.
Arriba rompe el día.
Aguardo solo la señal del canto.
Ahora no sé, ahora solo espero
saber más tarde lo que he sido.
De La memoria y los signos (1960-65)
CÉSAR VALLEJO
Ese que queda ahí,
que dice ahí
que ya hemos empezado
a desandar el llanto,
a desandar los doses
hacia el cero caído.
El niño, padre
del hombre aquel izado
a bruscos empujones
de desgracia.
El pobre miserable
que nos lanza puñados
de terrible ternura
y queda suavemente sollozando,
sentado en su ataúd.
El mendigo de nada
o de justicia.
El roto, el quebrantado,
pero nunca vencido.
El pueblo, la promesa, la palabra.
De La memoria y los signos
POETA EN TIEMPO DE MISERA
Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.
Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada
alegría para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.
Hablaba como queriendo borrar su vida ante un
testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desprecios alimentaban
una grosera vanidad.
Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.
Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad.
De La memoria y los signos
SOLO EL AMOR
Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo sólo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.
Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que sólo el amor
abra tus labios a la luz del día.
CON PALABRAS DISTINTAS
La poesía asesinó un cadáver
decapitó al crujiente
señor de los principios principales,
hirió de muerte al necio,
al fugaz señorito de ala triste.
Escupió en su cabeza.
No hubo tiros.
Si acaso, sangre pálida,
desnutrida y dinástica,
o el purulento suero de lso tiempos esclavos.
Cayeron de sí mismas
varias pecheras blancas en silencio.
Se abrió el horizonte. Sonó el llátigo
improvisado y puro.
Hubo un revuelo entre los mercaderes
del profanado templo.
Ya después del tumulto,
llegaron retrasadas cuatro vírgenes
de manifiesta ancianidad estéril.
Mas todo estaba consumado.
Huyó la poesía
del ataud y el cetro.
Huyó a las manos
del hombre duro, instrumental, naciente,
que a la pasión directa llama vida.
Se alzó en su pecho, paseó en sus barrios
suburbanos y oscuros,
gustó el sabor del barro o de su origen,
la obstinación del mineral,
la luz del brazo armado.
Y vino a nuestro encuentro.
De La memoria y los signos
LA CONCORDIA
Se reunió en concilio el hombre con sus dientes,
examinó su palidez, estrajo
un hueso de su pecho- Nunca, dijo,
jamás la violencia.
Llegó un niño de pronto, alzó su mano,
pidió pan, rompió el hilo del discurso.
Reventó el orador, huyeron todos.
-Jamás la violencia, se dijeron.
Llovió el invierno a mares lodos, hambre.
Navegó la miseria a plena vela.
Se organizó el socorro en procesiones
de exhibición solemne. Hubo más muertos.
Pero nunca, jamás, la violencia.
Se fueron uno, cien, doscientos, muchos
no daba el aire propio para tantos.
El año mejor fue que otros peores.
No están los que se han ido y nadie ha hecho
violento recurso a la justicia.
El concejal, el síndico, el sereno,
el solitario, el sordo, el guarda urbano,
el profesor de humanidades: todos
se reunieron bajo su cadáver
sonriente y pacífico y lloraron
por sus hijos más bien, que no por ellos.
Exhaló el aire putrefacto pétalos
de santidad y orden.
Quedó a salvo la Historia, los principios,
el gas del alumbrado, la fe pública.
Jamás la violencia, cantó el coro,
unánime, féliz, perseverante.
De La memoria y los signos.
SOBRE EL TIEMPO PRESENTE
Se freres vous clamons, pas n’en devez.
Avoir desdaing, quoy que fusmes occis
Par justice.
(Ballade des pendus)
Escribo desde un naufragio,
desde un signo o una sombra,
discontinuo vacío
que de pronto se llena de amenazante luz.
Escribo sobre el tiempo presente,
sobre la necesidad de dar un orden testamentario a nuestros gestos,
de transmitir en el nombre del padre,
de los hijos del padre,
de los hijos oscuros de los hijos del padre,
de su rastro en la tierra,
al menos una huella del amor que tuvimos
en medio de la noche,
del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre
al tiempo ávido del dios
y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,
hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.
Escribo sobre el tiempo presente.
Con lenguaje secreto escribo,
pues quién podría darnos ya la clave
de cuanto hemos de decir.
Escribo sobre el hálito de un dios que aún no ha tomado forma,
sobre una revelación no hecha,
sobre el ciego legado
que de generación en generación llevará nuestro nombre.
Escribo sobre el mar,
sobre la retirada del mar que abandona en la orilla
formas petrificadas
o restos palpitantes de otras vidas.
Escribo sobre la latitud del dolor,
sobre lo que hemos destruido,
ante todo en nosotros,
para que nadie pueda edificar de nuevo
tales muros de odio.
Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,
con palabras secretas,
sobre una visión ciega, pero cierta,
a la que casi no han nacido nuestros ojos.
Escribo desde la noche.
desde la infinita progresión de la sombra,
desde la enorme escala de innumerables números,
desde la lenta ascensión interminable,
desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,
de presentir la tierra, el término,
la certidumbre al fin de lo esperado,
Escribo desde la sangre,
desde su testimonio,
desde la mentira, la avaricia y el odio,
desde el clamor del hambre y del trasmundo,
desde el condenatorio borde de la especie,
desde la espada que puede herirla a muerte,
desde el vacío giratorio abajo,
desde el rostro bastardo,
desde la mano que se cierra opaca,
desde el genocidio,
desde los niños infinitamente muertos,
desde el árbol herido en sus raíces,
desde lejos,
desde el tiempo presente.
Pero escribo también desde la vida,
desde su grito poderoso,
desde la historia,
no desde su verdad acribillada,
desde la faz del hombre,
no desde sus palabras derruidas,
desde el desierto,
pues de allí ha de nacer un clamor nuevo,
desde la muchedumbre que padece
hambre y persecución y encontrará su reino,
porque nadie podría arrebatárselo.
Escribo desde nuestros huesos
que ha de lavar la lluvia,
desde nuestra memoria
que será pasto alegre de las aves del cielo.
Escribo desde el patíbulo,
ahora y en la hora de nuestra muerte,
pues de algún modo hemos de ser ejecutados.
Escribo, hermano mío de un tiempo venidero,
sobre cuanto estamos a punto de no ser,
sobre la fe sombría que nos lleva.
Escribo sobre el tiempo presente.