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23. Poesía más Poesía: Gabriela Mistral y Amelia Díez Cuesta

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GABRIELA MISTRAL

BIOGRAFÍA

Gabriela Mistral es el seudónimo de Lucila María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña (Chile) y murió el 10 de enero de 1957 en Nueva York.
Era hija de un profesor de ascendencia diaguita (pueblos independientes que hablaban el cacán, del noroeste de Argentina), y de una modista de ascendencia vasca. Su padre abandonó el hogar cuando ella tenía tres años. Como fruto de otra relación que mantuvo su madre con otro hombre, nació su hermana Emelina Molina Alcayaga, que se iba a convertir en su profesora cuando fuera expulsada de la escuela por la directora acusada injustamente (contado por Gabriela Mistral en sus apariciones públicas). No la admitieron en ningún otro colegio por esta misma causa, y su hermana y su madre se dedicaron de su educación.
La influencia de su hermana resultó determinante en su decisión de dedicarse a la enseñanza, promoviendo un pensamiento pedagógico centrado en el desarrollo y la protección de los niños. Su carrera docente fue sumamente precoz.

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A los 15 años de edad, en 1904, ya había sido nombrada ayudante en la Escuela de La Compañía Baja (en La Serena) y empezó a mandar colaboraciones al diario serenense El Coquimbo. Al año siguiente continuó escribiendo en él y en La Voz de Elqui, de Vicuña. Difundió sus primeros escritos, entre los cuales se cuentan “El perdón de una víctima”, “La muerte del poeta”, “Las lágrimas de la huérfana”, “Amor imposible” y “Horas sombrías”, publicados entre agosto de 1904 y septiembre de 1910.
Las lecturas que en ese entonces fascinaban a la autora incluían a Montaigne, Amado Nervo, Lugones, Tagore, Tolstoi, Máximo Gorki, Dostoievski, Rubén Darío y José María Vargas Vila.
En 1906 conoció a Romelio Ureta, un funcionario de ferrocarriles con el que inició una relación amorosa y se comprometió.
En 1908 se desempeñó como maestra en la localidad de La Cantera. Su ingreso en la Escuela Normal de Preceptoras de La Serena se vio frustrado debido a la resistencia que despertaron algunos poemas suyos en círculos conservadores locales, que los calificaron como “paganos” y “socialistas”.
A la par de sus escritos en versos, Gabriela Mistral escribía sobre compromiso y equidad social. Ya en su adolescencia cuestionaba la pobreza y la injusticia de los desposeídos. (ejm. al final: la tierra, hallazgo). En aquella época había un canon en los escritos de las mujeres, que hablaban del amor como campo de inclusión estética, de donde no debían salirse. Gabriela Mistral y Alfonsina Storni fueron innovadoras, haciendo posible hablar de otras temáticas, como la social.
En 1909 Romelio Ureta se suicida y Gabriela Mistral, profundamente conmovida, escribe en 1910 Los sonetos de la muerte.
En ese mismo año, en 1910, convalidó sus conocimientos y obtuvo el título oficial de «profesora de Estado», con lo que pudo ejercer la docencia en el nivel secundario.
Muy comprometida con la labor social, la política y la enseñanza, escribe artículos para la prensa donde abogaba por la enseñanza obligatoria.
Estas son algunas de sus reflexiones acerca de la enseñanza:

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“Una de las mejores lecciones de pedagogía que he recibido, me ha sido dada por una avecilla (pecho-rojo). Estaba en el jardín y la madre le enseñaba a volar a sus pequeñitos. Uno de ellos quedaba en el nido y parecía que temía moverse. La madre fue a posarse a su lado, le dio alimento con su pico y lo forzó a levantarse. En seguida saltó sobre una rama vecina, invitándolo a seguirla… Que los instructores no pierdan de vista esta verdad: es preciso que siempre y a la vez, den y tomen, que aventajen y que sigan, que obren y dejen obrar”.

“Quien ha hecho clase lo sabe. Sabe que la hermosura es el aliado más leal de la virtud y que el maestro más reacio a la poesía se le hace pura poesía la clase cuando explica con altura… La pedagogía tiene su ápice, como toda ciencia, en la belleza perfecta: Esta, la escuela, es, por sobre todo, el reino de la belleza. El reino de la poesía insigne. Hasta el que no cree cantar, aquí está cantando sin saberlo”.

En 1914, en Chile, recibe el primer premio por Los Sonetos de la Muerte en Los Juegos Florales, que es una antigua celebración primaveral organiada por la Federación de Estudiantes de la Universidadde Chile. A partir de ahí utiliza el seudónimo de Gabriela Mistral en en homenaje a dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele D’Annunzio y el occitano Frédéric Mistral. La poesía sombría ya apasionada de Gabriela Mistral comenzó a propagarse por toda la América del Sur. Hay cartas de amor intercambiadas con el escritor Magallanes Moure, que fue uno de los miembros del jurado de este certamen donde se convierte en una relación imposible para Gabriela Mistral,con convicciones católicas, dado que estaba casado. Diría: “Te adoro, Manuel. Todo mi vivir se concentra en este pensamiento y en este deseo: el beso que puedo darte y recibir de ti. ¡Y quizás -seguramente- ni pueda dártelo ni pueda recibirlo…! En este momento siento tu cariño con una intensidad tan grande que me siento incapaz del sacrificio de tenerte a mi lado y no besarte… Estoy muriéndome de amor frente a un hombre que no puede acariciarme…” Empezó a trabajar en distintas escuelas alrededor del país, como las de las ciudades de Traiguén, Punta Arenas, Antofagasta y Temuco. Opositó y ganó el puesto prestigioso de directora del Liceo № 6 de Santiago, pero los profesores no la recibieron bien, reprochándole su falta de estudios profesionales. Fue su alumno el joven Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda, de 16 años), a quien introdujo en la literatura rusa. Respecto a Pablo Neruda, Mistral escribiría casi al final de sus días: “Una vez me prohibieron desde allá (Chile), y por orden de González Videla recibir en el consulado a Neruda. Qué poco me conocen. Me hubiera muerto cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al gran poeta y, por último, a un chileno perseguido y a quien en sus primeros pasos influí con lecturas que le seleccioné y que afirmaron su recio espíritu.Yo fui perseguida. Y cómo. También fui echada de revistas y diarios. Y lo serán muchos escritores que gritan las verdades. ¿Anonadarse o callar? ¡Semimuerte! Allá se persigue o se les hace sombra a los escritores mientras están vivos y son valientes. O se atreven a declarar sus ideas y sus anhelos”. En el año 1922 Gabriela fue llamada por el ministro de Educación de México, José Vasconcelos, para participar en la reforma educacional y en la fundación y organización de bibliotecas populares. Allí su labor fue la de cooperar en la creación de un nuevo estilo de educación. Sin embargo, México fue también la puerta de entrada al mundo indígena. En ese país se hará más fuerte su lazo con la causa indigenista.En sus contactos con la realidad indígena de México, Guatemala, Perú y otros países latinoamericanos había asumido su condición de mestiza (de india, decía ella), y el respeto por las culturas precolombinas -aztecas, mayas, quechuas y mapuches, entre otros- y por lo mismo, tenía una mirada crítica hacia el descubrimiento y la conquista de América, que calificaba de genocidio. Defendía el mestizaje y llamaba a asumirlo, cuestionando la inmigración europea. En eso también disentía de Unamuno, a quien admiraba. Gabriela criticaba los aspectos más negativos de la cultura y la dominación española, el exterminio, la explotación, el desprecio. Enaltecía, en cambio, el papel del idioma y la labor de la Iglesia cuando defendía a los indígenas, destacando a Fray Bartolomé de las Casas, a Vasco de Quiroga y a otros obispos y sacerdotes. Fue también en este año que apareció en New York Desolación  bajo el alero del Instituto de Las Españas, dirigido por el crítico literario español Federico de Onís. .Existe un fuerte predomino del sentimiento sobre el pensamiento, a la vez que una cercanía muy estrecha con lo religioso. Los temas que aparecen en este libro, bajo una profunda reivindicación del retorno a valores de una trascendente espiritualidad, giran en torno a la frustración amorosa, al dolor por la pérdida, la muerte, la infidelidad, la maternidad y el amor filial, todo ello envuelto en la reflexión adulta de la poetisa, que vivió el suicidio de su amado como una pérdida irreparable. A partir de esta publicación Gabriela Mistral adquirió reconocimiento y prestigio internacional siendo considerada como una de las mayores promesas de la literatura latinoamericana. También marca el inicio de una serie de publicaciones de la poetisa nacional en tierras extranjeras. En México se edita Lecturas para Mujeres en 1923 ,una selección de prosas y versos de diversos autores (Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, Rubén Darío, Whalt Whitman, José Martí…) destinada al uso escolar a la que incorporó textos propios y un año más tarde en España se publica Ternura. Las composiciones “para niños” son el núcleo de su segundo libro, Ternura (1924), en el que se advierte la pureza expresiva propia de aquella lírica humana y sencilla que convivió con las vanguardias tras la liquidación del modernismo; una lírica generalmente inspirada en la naturaleza y que de hecho fue también abordada por algunos escritores vanguardistas, que con frecuencia conciliaron la experimentación con su interés por la poesía popular. Dedicado a su madre y hermana, está dividido en siete secciones: Canciones de Cuna, Rondas, Jugarretas, Cuenta-Mundo, Casi Escolares, Cuento y Anejo. Para el lector adulto, el conjunto viene a expresar la pérdida de la infancia, que es restituida, en parte, a través del lenguaje.

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A finales de la década de 1930 círculos literarios de distintos países comenzaron a promover a Gabriela Mistral para el Premio Nobel de Literatura. El Presidente Pedro Aguirre Cerda y la escritora ecuatoriana Adelaida Velasco Galdós se mostraron interesados en respaldar su candidatura a través de la traducción de sus obras.
Conversaciones con Pedro Aguirre Cerda acerca de la necesidad de una Reforma Agraria -cuando éste aún se desempeñaba como profesor-, dieron origen al libro «El Problema Agrario» que el futuro Presidente de Chile le dedicó en 1929.

En 1930 publica Nubes blancas: poesías, y La oración de la maestra
En 1931 fue invitada por la Universidad de Puerto Rico para dictar conferencias. Viajó en aeroplano por las Antillas, el Caribe y los países centroamericanos. Visitó Santo Domingo, Cuba, Panamá, El Salvador, Costa Rica y Guatemala. Le otorgaron la Orquídea de Oro y La Flor del Espíritu Santo, las más altas insignias que la Escuela Normal de Institutoras de Panamá. La Universidad de Guatemala le concedió el grado de Doctor Honoris Causa.
Su carrera consular la inició en 1932 y fue la primera mujer chilena en desempeñar esa labor. Se declaró antifascista y no ejerció su función en Italia. Además Mussolini rechazaba las cónsules mujeres.
En el año 1933, en Puerto Rico, la Cámara de Representantes de la universidad la declaró Hija Adoptiva de la Isla. En julio de ese mismo año se traslada al consulado de Madrid. La precedía su fama como poeta e intelectual, y su capacidad de trabajo y experiencia funcionaria. En España se encontró con Pablo Neruda, alumno suyo en el Liceo de Temuco, nombrado cónsul en Barcelona.Neruda estimaba los Sonetos de la muerte hasta el punto de afirmar que “la magnitud de estos breves poemas no ha sido superada en nuestro idioma”.
Recibida con honores, Gabriela Mistral pronto se hizo un espacio junto a los principales escritores y pensadores, como Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Eugenio D’Ors, José Bergamín y otros. También, y gracias a los oficios del embajador de Chile en Madrid, Carlos Morla Lynch, se relacionó con los jóvenes de la generación del 27 que estaban cambiando para bien la poesía española. conoció a Federico García Lorca y a Rafael Alberti y mostró notorias capacidades para su trabajo consular, que cumplió con eficiencia y orden. En la guerra civil, la horrorizaron las crueldades de ambos lados. Pero su corazón estuvo con los republicanos, que era el bando de sus amigos. Ayudó a los que pudo después de la derrota. Y antes, colaboró con niños vascos que debían ser salvados de la guerra.

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El Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, la trasladó de Madrid a Lisboa en el año 1935. Por Ley del Congreso chileno, promulgada el 04 de Septiembre, se le designó Cónsul de Elección con carácter vitalicio.
En 1936 asistió en París a una reunión del Comité de Publicaciones de la Colección Clásicos Iberoamericanos, con el propósito de formar un subcomité encargado de escribir un volumen de folclore chileno. El Instituto Internacional de Cooperación Intelectual (Colección Iberoamericana) publicó el volumen Folklore Chilien, con estudio y prólogo de Gabriela Mistral.
Después fue destinada a Oporto, dicen por opiniones contrarias a ciertos sectores españoles que se filtraron en la prensa.
Después la destinaron a a Guatemala, con el cargo de Cónsul General Honorario y Encargada de Negocios ad-interin.
En enero de 1938 estuvo en Montevideo, durante los cursos sudamericanos para profesores. Posteriormente, residió un breve tiempo en Chile, y le rindieron numerosos homenajes. Visitó Vicuña y Montegrande.
Hacia 1938 retornó a América Latina Dedicado a su madre, que había fallecido en 1929, escribió “Tala”, en 1938 en Buenos Aires.considerada una de sus obras más importantes, Gabriela Mistral inauguró una línea de expresión neorrealista que afirma valores del indigenismo, del americanismo y de las materias y esencias fundamentales del mundo. En los sesenta y cuatro poemas de este libro se produce una evolución temática y formal que será definitiva. Aunque en el arranque del libro el poema “Nocturno de los tejedores viejos” sólo insinuaba un renovado tratamiento fantástico, la sección Historias de loca esbozaba ya un nuevo acento que se consolidará en las siguientes, Materias y América, hasta alcanzar la plenitud de su expresión en la sección titulada Saudade, donde se encuentran piezas memorables como “Todas íbamos a ser reinas”, en la que la poetisa rememora la infancia junto a sus tres hermanas y evoca sus respectivos sueños, eternizados pese el paso del tiempo mediante un lenguaje a la vez humorístico y mágico, teñido también por momentos de un cierto tradicionalismo folclórico.

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Casa donde vivía Gabriela Mistral en los Andes.


Donó el dinero obtenido con la venta de ese libro a las instituciones catalanas que albergaron niños vascos durante la Guerra Civil Española
En 1940-41 trasladó su consulado a Petrópolis, en Brasil. Se publicaron en esos años Antología de Gabriela Mistral, con selección propia de la autora y prólogo de Ismael Edwars Matte.
En 1943, a los 18 años, se había suicidado Yin Yin, Juan Miguel Godoy Mendoza, su sobrino al que había adoptado desde que este tenía cuatro años.
Recibe la noticia de que había ganado el Nobel de la literatura en 1945. La poeta será recordada toda la vida por ser la primera, y única, mujer latinoamericana en ganar un Premio Nobel. El galardón le fue otorgado, según el acta de la Academia sueca, “por su poesía lírica que, inspirada en emociones poderosas, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano” 

En 1946, conoció a Doris Dana, una escritora estadounidense, una relación que la acompañaría hasta el final de sus días. Sujeta a controversias públicas, Gabriela Mistral diría:
“De Chile, ni decir. Si hasta me han colgado ese tonto lesbianismo, y que me hiere de un cauterio que no sé decir. ¿Han visto tamaña falsedad? (…) No se desea volver a lugares del mundo donde se hace con los propios asuntos una novela policial. Yo no soy ningún dechado; tampoco una cosa extraordinaria. Yo soy una mujer como cualquier otra chilena”. (Escrito en su diario íntimo, publicado con el título “Bendita mi lengua sea”.

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Doris Dana y Gabriela Mistral, Roslyn Harbor, USA, 1954

Neruda insiste, desde 1949, en invitarla a congresos de paz o cultura, celebrados en distintos países con el apoyo de la Unión Soviética para frenar la amenaza nuclear que representaba los Estados Unidos y rechaza la invitación de inaugurar y presidir al Congreso Continental de la Cultura que se realizó en Santiago en 1953 por el carárcter también partidista del mismo. Rechazó el premio Stalin

En Chile se le otorgó el Premio Nacional de Literatura en 1951. Galardón que viene coronado a nivel nacional en 1954 con Lagar, que corresponde al primer libro de toda su producción publicado en Chile antes que en el extranjero
En 1952 también se publica Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos. Santiago: Philobiblion, 1952

Lagar (1954), la última que publicó en vida. En esta obra estarían presentes todas las muertes, las tristezas, las pérdidas y el sentimiento de su propio fin. Un profunda originalidad convive con la carga de tristeza y trascendencia que ya había impregnado parte de sus primeros escritos, culminando una temática presidida por la resignación cristiana y el encuentro con la naturaleza. .
Siguió su carrera diplomática y con ella sus numerosos viajes hasta su fallecimiento en Nueva York, en 1957.
En ese mismo año se publican Recados, contando a Chile. inconclusos. Santiago: Editorial del Pacífico, 1957.
Por deseo de la propia Mistral, sus restos fueron trasladados a Chile y fue enterrada en Montegrande: dejaba tras de sí algunas obras inéditas, para su publicación póstuma.

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Recibiendo el Premio Nobel de Literatura

POEMAS

HAN DICHO

He dicho varias veces
y lo repito con muchísimo gusto
que este país debiera llamarse Lucila
de lo contrario que se llame Gabriela
debería volvérsela a querer
a releer
a ver
a compadecer
es una novia abierta al infinito
una viuda perpetua
una mamá que no se olvida nunca…

Nicanor Parra, 1989.

fuerte catarsis
en madrid titulo ternura
adopto a un medio sobrino,a los 18 años se suicido

LA TIERRA

Niño indio, si estás cansado, 
tú te acuestas sobre la Tierra, 
y lo mismo si estás alegre, 
hijo mío, juega con ella… 

Se oyen cosas maravillosas 
al tambor indio de la Tierra: 
se oye el fuego que sube y baja 
buscando el cielo, y no sosiega. 
Rueda y rueda, se oyen los ríos 
en cascadas que no se cuentan. 
Se oyen mugir los animales; 
se oye el hacha comer la selva. 
Se oyen sonar telares indios. 
Se oyen trillas, se oyen fiestas. 

Donde el indio lo está llamando, 
el tambor indio le contesta, 
y tañe cerca y tañe lejos, 
como el que huye y que regresa… 

Todo lo toma, todo lo carga 
el lomo santo de la Tierra: 
lo que camina, lo que duerme, 
lo que retoza y lo que pena; 
y lleva vivos y lleva muertos 
el tambor indio de la Tierra. 

Cuando muera, no llores, hijo: 
pecho a pecho ponte con ella, 
y si sujetas los alientos 
como que todo o nada fueras, 
tú escucharás subir su brazo 
que me tenía y que me entrega, 
y la madre que estaba rota 
tú la verás volver entera.

HALLAZGO del libro Poema de Chile

Me encontré a este niño 
cuando al campo iba: 
dormido lo he hallado 
en unas espigas… 

O tal vez ha sido 
cruzando la viña: 
al buscar un pámpano 
topé su mejilla… 

Y por eso temo, 
al quedar dormida, 
se evapore como 
la helada en las viñas…

SONETOS DE LA MUERTE

I

Del nicho helado en que los hombres te pusieron, 
te bajaré a la tierra humilde y soleada. 
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, 
y que hemos de soñar sobre la misma almohada. 

Te acostaré en la tierra soleada con una 
dulcedumbre de madre para el hijo dormido, 
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna 
al recibir tu cuerpo de niño dolorido. 

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, 
y en la azulada y leve polvareda de luna, 
los despojos livianos irán quedando presos. 

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, 
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna 
bajará a disputarme tu puñado de huesos! 

II 

Este largo cansancio se hará mayor un día, 
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir 
arrastrando su masa por la rosada vía, 
por donde van los hombres, contentos de vivir… 

Sentirás que a tu lado cavan briosamente, 
que otra dormida llega a la quieta ciudad. 
Esperaré que me hayan cubierto totalmente… 
¡y después hablaremos por una eternidad! 

Sólo entonces sabrás el por qué no madura, 
para las hondas huesas tu carne todavía, 
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. 

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; 
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había 
y, roto el pacto enorme, tenías que morir… 

III 

Malas manos tomaron tu vida desde el día 
en que, a una señal de astros, dejara su plantel 
nevado de azucenas. En gozo florecía. 
Malas manos entraron trágicamente en él… 

Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales 
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! 
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales 
o le hundes en el largo sueño que sabes dar! 

»¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! 
Su barca empuja un negro viento de tempestad. 
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor». 

Se detuvo la barca rosa de su vivir… 
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? 
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

DESOLACIÓN (de su libro Desolación)

La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde 
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. 
La tierra a la que vine no tiene primavera: 
tiene su noche larga que cual madre me esconde. 

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos 
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. 
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, 
miro morir intensos ocasos dolorosos. 

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido 
si más lejos que ella sólo fueron los muertos? 
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto 
crecer entre sus brazos y los brazos queridos! 

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto 
vienen de tierras donde no están los que no son míos; 
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos 
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos. 

Y la interrogación que sube a mi garganta 
al mirarlos pasar, me desciende, vencida: 
hablan extrañas lenguas y no la conmovida 
lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta. 

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; 
miro crecer la niebla como el agonizante, 
y por no enloquecer no encuentro los instantes, 
porque la noche larga ahora tan solo empieza. 

Miro el llano extasiado y recojo su duelo, 
que viene para ver los paisajes mortales. 
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales: 
¡siempre será su albura bajando de los cielos! 

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada 
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; 
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, 
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.

 EL AMOR QUE CALLA

Si yo te odiara, mi odio te daría 
en las palabras, rotundo y seguro; 
pero te amo y mi amor no se confía 
a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto en alarido, 
y viene de tan hondo que ha deshecho 
su quemante raudal, desfallecido, 
antes de la garganta, antes del pecho.
Estoy lo mismo que estanque colmado 
y te parezco un surtidor inerte. 
¡Todo por mi callar atribulado 
que es más atroz que el entrar en la muerte!

MIS LIBROS

    Libros, callados libros de las estanterías,
vivos en su silencio, ardientes en su calma;
libros, los que consuelan, terciopelos del alma,
y que siendo tan tristes nos hacen la alegría!
    Mis manos en el día de afanes se rindieron;
pero al llegar la noche los buscaron, amantes,
en el hueco del muro donde como semblantes
me miran confortándome aquellos que vivieron.
    ¡Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,
en donde se quedaron mis ojos largamente,
tienes sobre los Salmos las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi corazón enciendo!
    Sustentaste a mis gentes con tu robusto vino
y los erguiste recios en medio de los hombres,
y a mí me yergue de ímpetu sólo el decir tu nombre;
porque de ti yo vengo, he quebrado al Destino.
    Después de ti, tan sólo me traspasó los huesos
con su ancho alarido, el sumo Florentino.
A su voz todavía como un junco me inclino;
por su rojez de infierno, fantástica, atravieso.
    Y para refrescar en musgos con rocío
la boca, requemada en las llamas dantescas,
busqué las Florecillas de Asís, las siempre frescas.
¡Y en esas felpas dulces se quedó el pecho mío!
    Yo vi a Francisco, a Aquel fino como las rosas,
pasar por su campiña más leve que un aliento,
besando el lirio abierto y el pecho purulento,
por besar al Señor que duerme entre las cosas.
    ¡Poema de Mistral, olor a surco abierto
que huele en las mañanas, yo te aspiré embriagada!
Vi a Mireya exprimir la fruta ensangrentada
del amor, y correr por el atroz desierto.
    Te recuerdo también, deshecha de dulzuras,
verso de Amado Nervo, con pecho de paloma,
que me hiciste más suave la línea de la loma,
cuando yo te leía en mis mañanas puras.
    Nobles libros antiguos, de hojas amarillentas,
sois labios no rendidos de endulzar a los tristes,
sois la vieja amargura que nuevo manto viste:
¡desde Job hasta Kempis la misma voz doliente!
    Los que cual Cristo hicieron la Vía-Dolorosa,
apretaron el verso contra su roja herida,
y es lienzo de Verónica la estrofa dolorida;
¡todo libro es purpúreo como sangrienta rosa!
    ¡Os amo, os amo, bocas de los poetas idos,
que deshechas en polvo me seguís consolando,
y que al llegar la noche estáis conmigo hablando,
junto a la dulce lámpara, con dulzor de gemidos!
    De la página abierta aparto la mirada
¡oh muertos! y mi ensueño va tejiéndoos semblantes:
las pupilas febriles, los labios anhelantes
que lentos se deshacen en la tierra apretada.

LA MAESTRA RURAL

La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía, 
«de este predio, que es predio de Jesús, 
han de conservar puros los ojos y las manos, 
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano. 
(Así en el doloroso sembrador de Israel.) 
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano 
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! 
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad. 
Por sobre la sandalia rota y enrojecida, 
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso, 
largamente abrevaba sus tigres el dolor! 
Los hierros que le abrieron el pecho generoso 
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía 
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor 
del lucero cautivo que en sus carnes ardía: 
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste 
su nombre a un comentario brutal o baladí? 
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste 
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva, 
abriendo surcos donde alojar perfección. 
La albada de virtudes de que lento se nieva 
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida 
el día en que la muerte la convidó a partir. 
Pensando en que su madre la esperaba dormida, 
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna; 
almohada de sus sienes, una constelación; 
canta el Padre para ella sus canciones de cuna 
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha 
para volcar aljófares sobre la humanidad; 
y era su vida humana la dilatada brecha 
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta 
púrpura de rosales de violento llamear. 
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las 
plantas del que huella sus huesos, al pasar!

Imagen de la Tierra

No había visto antes la verdadera imagen de la Tierra. La Tierra tiene la actitud de una mujer con un hijo en los brazos, con sus criaturas (seres y frutos) en los anchos brazos. Voy conociendo el sentido maternal de todo. La montaña que me mira también es madre, y por las tardes la neblina juega como un niño en sus hombros y sus rodillas … Recuerdo ahora una quebrada del valle. Por su lecho profundo iba cantando una corriente, que las breñas hacían todavía invisible. Ya soy como la quebrada: siento cantar en mi hondura este pequeño arroyo, y le he dado mi carne por breña hasta que suba hacia la luz.

CANCION AMARGA

¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, 
a la reina con el rey! 

Este verde campo es tuyo. 
¿De quién más podría ser? 
Las oleadas de la alfalfa 
para ti se han de mecer. 

Este valle es todo tuyo. 
¿De quién más podría ser? 
Para que los disfrutemos 
los pomares se hacen miel. 

(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas 
como el Niño de Belén 
y que el seno de tu madre 
se secó de padecer!) 

El cordero está espesando 
el vellón que he de tejer. 
Y son tuyas las majadas, 
¿De quién más podrían ser? 

Y la leche del establo 
que en la ubre ha de correr, 
y el manojo de las mieses 
¿de quién más podrían ser? 

(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas 
como el Niño de Belén 
y que el seno de tu madre 
se secó de padecer!) 

¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío, 
a la reina con el rey!

LA CASA

La mesa, hijo, está tendida 
en blancura quieta de nata, 
y en cuatro muros azulea, 
dando relumbres, la cerámica. 
Ésta es la sal, éste el aceite 
y al centro el Pan que casi habla. 
Oro más lindo que oro del Pan 
no está ni en fruta ni en retama, 
y da su olor de espiga y horno 
una dicha que nunca sacia. 
Lo partimos, hijito, juntos, 
con dedos duros y palma blanda, 
y tú lo miras asombrado 
de tierra negra que da flor blanca. 

Baja la mano de comer, 
que tu madre también la baja. 
Los trigos, hijo, son del aire, 
y son del sol y de la azada; 
pero este Pan «cara de Dios»(*) 
no llega a mesas de las casas. 
Y si otros niños no lo tienen, 
mejor, mi hijo, no lo tocaras, 
y no tomarlo mejor sería 
con mano y mano avergonzadas. 

Hijo, el Hambre, cara de mueca, 
en remolino gira las parvas, 
y se buscan y no se encuentran 
el Pan y el hambre corcovada. 
Para que lo halle, si ahora entra, 
el Pan dejemos hasta mañana; 
el fuego ardiendo marque la puerta, 
que el indio quechua nunca cerraba, 
¡y miremos comer al Hambre, 
para dormir con cuerpo y alma!

RONDA DE LA PAZ

A don Enrique Molina.

Las madres, contando batallas,
sentadas están al umbral.
Los niños se fueron al campo
la piña de pino a cortar.
Se han puesto a jugar a los ecos
al pie de su cerro alemán.
Los niños de Francia responden
sin rostro en el viento del mar.
Refrán y palabra no entienden,
mas luego se van a encontrar,
y cuando a los ojos se miren
el verse será adivinar.
Ahora en el mundo el suspiro
y el soplo se alcanza a escuchar
y a cada refrán las dos rondas
ya van acercándose más.
Las madres, subiendo la ruta
de olores que lleva al pinar,
llegando a la rueda se vieron
cogidas del viento volar…
Los hombres salieron por ellas
y viendo la tierra girar
y oyendo cantar a los montes,
al ruedo del mundo se dan.

HIMNO AL ARBOL

(A don José Vaconcelos)

Árbol hermano, que clavado 
por garfios pardos en el suelo, 
la clara frente has elevado 
en una intensa sed de cielo; 

hazme piadoso hacia la escoria 
de cuyos limos me mantengo, 
sin que se duerma la memoria 
del país azul de donde vengo. 

Árbol que anuncias al viandante 
la suavidad de tu presencia 
con tu amplia sombra refrescante 
y con el nimbo de tu esencia: 

haz que revele mi presencia, 
en las praderas de la vida, 
mi suave y cálida influencia 
de criatura bendecida. 

Árbol diez veces productor: 
el de la poma sonrosada, 
el del madero constructor, 
el de la brisa perfumada, 
el del follaje amparador; 

el de las gomas suavizantes 
y las resinas milagrosas, 
pleno de brazos agobiantes 
y de gargantas melodiosas: 

hazme en el dar un opulento 
¡para igualarte en lo fecundo, 
el corazón y el pensamiento 
se me hagan vastos como el mundo! 

Y todas las actividades 
no lleguen nunca a fatigarme: 
¡las magnas prodigalidades 
salgan de mí sin agotarme! 

Árbol donde es tan sosegada 
la pulsación del existir, 
y ves mis fuerzas la agitada 
fiebre del mundo consumir: 

hazme sereno, hazme sereno, 
de la viril serenidad 
que dio a los mármoles helenos 
su soplo de divinidad. 

Árbol que no eres otra cosa 
que dulce entraña de mujer, 
pues cada rama mece airosa 
en cada leve nido un ser: 

dame un follaje vasto y denso, 
tanto como han de precisar 
los que en el bosque humano, inmenso, 
rama no hallaron para hogar. 

Árbol que donde quiera aliente 
tu cuerpo lleno de vigor, 
levantarás eternamente 
el mismo gesto amparador: 

haz que a través de todo estado 
?niñez, vejez, placer, dolor? 
levante mi alma un invariado 
y universal gesto de amor!

ORACIÓN A LA MAESTRA

¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra. 

Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes. 

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé. 

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más. 

Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él. 

Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos. 

Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida. 

¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones. 

Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana. 

Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora. 

Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando! 

Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas. 

Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.

NOCTURNO DE LOS TEJEDORES VIEJOS

Se acabaron los días divinos
de la danza delante del mar,
y pasaron las siestas del viento
con aroma de polen y sal,
y las otras en trigos dormidas
con nidal de paloma torcaz.
Tan lejanos se encuentran los años
de los panes de harina candela
disfrutados en mesa de pino,
que negamos, mejor, su verdad,
y decimos que siempre estuvieron
nuestras vidas lo mismo que están,
y vendernos la blanca memoria
que dejamos tendida al umbral.
Han llegado los días ceñidos
como el puño de Salmanazar.
Llueve tanta ceniza nutrida
que la carne es su propio sayal.
Retiraron los mazos de lino
y se escarda, sin nunca acabar,
un esparto que no es de los valles
porque es hebra de hilado metal.
Nos callamos las horas y el día
sin querer la faena nombrar,
cual se callan remeros muy pálidos
los tifones, y el boga, el caimán,
porque el nombre no nutra al destino,
y sin nombre, se pueda matar.
Pero cuando la frente enderézase
de la prueba que no han de apurar,
al mirarnos, los ojos se truecan
la palabra en el iris leal,
y bajamos los ojos de nuevo,
como el jarro al brocal contumaz,
desolados de haber aprendido
con el nombre la cifra letal.
Los precitos contemplan la llama
que hace dalias y fucsias girar;
los forzados, como una cometa,
bajan y alzan su “nunca jamás”.
Mas nosotros tan sólo tenemos,
para juego de nuestro mirar,
grecas lentas que dan nuestras manos,
golondrinas -al muro de cal,
remos negros que siempre jadean
y que nunca rematan el mar.
Prodigiosas las dulces espaldas
que se olvidan de se enderezar,
que obedientes cargaron los linos
y obedientes la leña mortal,
porque nunca han sabido de dónde
fueron hechas y a qué volverán.
¡Pobre cuerpo que todo ha aprendido
de sus padres José e Isaac,
y fantásticas manos leales,
las que tejen sin ver ni contar,
ni medir paño y paño cumplido,
preguntando si basta o si es más!
Levantando la blanca cabeza
ensayamos tal vez preguntar
de qué ofensa callada ofendimos
a un demiurgo al que se ha de aplacar,
como leños de holgura que odiasen
el arder, sin saberse apagar.
Humildad de tejer esta túnica
para un dorso sin nombre ni faz,
y dolor el que escucha en la noche
toda carne de Cristo arribar,
recibir el telar que es de piedra
y la Casa que es de eternidad.

LA OTRA

Una en mí maté: 
yo no la amaba. 

Era la flor llameando 
del cactus de montaña; 
era aridez y fuego; 
nunca se refrescaba. 

Piedra y cielo tenía 
a pies y a espadas 
y no bajaba nunca 
a buscar «ojos de agua». 

Donde hacía su siesta, 
las hierbas se enroscaban 
de aliento de su boca 
y brasa de su cara. 

En rápidas resinas 
se endurecía su habla, 
por no caer en linda 
presa soltada. 

Doblarse no sabía 
la planta de montaña, 
y al costado de ella, 
yo me doblaba… 

La dejé que muriese, 
robándole mi entraña. 
Se acabó como el águila 
que no es alimentada. 

Sosegó el aletazo, 
se dobló, lacia, 
y me cayó a la mano 
su pavesa acabada… 

Por ella todavía 
me gimen sus hermanas, 
y las gredas de fuego 
al pasar me desgarran. 

Cruzando yo les digo: 
Buscad por las quebradas 
y haced con las arcillas 
otra águila abrasada. 

Si no podéis, entonces, 
¡ay!, olvidadla. 
Yo la maté. ¡Vosotras 
también matadla!

UNA PALABRA

    Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.
    Tengo que desprenderla de mi lengua,
hallar un agujero de castores
o sepultarla con cal y mortero
porque no guarde como el alma el vuelo.
    No quiero dar señales de que vivo
mientras que por mi sangre vaya y venga
y suba y baje por mi loco aliento.
Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo,
no quiero darle, no, mi pobre boca
porque no ruede y la hallen las mujeres
que van al río, y se enrede a sus trenzas
o al pobre matorral tuerza y abrase.
    Yo quiero echarle violentas semillas
que en una noche la cubran y ahoguen,
sin dejar de ella el cisco de una sílaba.
O rompérmela así, como la víbora
que por mitad se parte entre los dientes.
    Y volver a mi casa, entrar, dormirme,
cortada de ella, rebanada de ella,
y despertar después de dos mil días
recién nacida de sueño y olvido.
    ¡Sin saber ¡ay! que tuve una palabra
de yodo y piedra-alumbre entre los labios
ni poder acordarme de una noche,
de la morada en país extranjero,
de la celada y el rayo a la puerta
y de mi carne marchando sin su alma!

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