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231. Poesía más Poesía: Edmond Jabès

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BIOGRAFÍA DEL POETA EDMOND JABÈS

Prácticamente desconocido en nuestro idioma, Edmond Jabés es un autor que se resiste a las clasificaciones. Nacido en El Cairo (Egipto) en 1912, exiliado en París (Francia) en 1957, escribió El libro de las preguntas, su libro monumental, en los viajes en metro de ida y vuelta del trabajo. En El libro de las preguntas Jabés estructura una narración apelando tanto a la poesía como al aforismo. Hay rabinos obsesionados por el lenguaje, hay una historia de amor y deportación, hay la referencia inexorable a los campos de exterminio. También, fundamentalmente, hay un cuestionamiento grave del lenguaje y los cánones literarios. Consagrado por Blanchot, Derrida y Auster, Jabés arriesga una hipótesis extrema que resulta verosímil: todo escritor es un judío.

Puede ser una imagen en blanco y negro de una persona

En 1935 se casó con Arlette Cohen, que se convirtió en su compañera inseparable.  Tuvieron dos hijas y cinco nietas. Juntos desarrollaron una intensa actividad social, política y cultural. En 1934, Edmond Jabès fundó la Liga de jóvenes contra el racismo y el antisemitismo y, en 1943, el Grupo de amistades francesas. Aunque su tiempo lo ocupaba su trabajo como corredor de bolsa, perseveró en la obra poética que había comenzado a los quince años. En 1935 conoció a Max Jacob, con quien mantuvo una correspondencia que fue publicada en 1945. Posteriormente se hizo amigo de Paul Éluard, que dio a conocer sus primeras obras. Con los años, entabló amistad con André Gide, Henri Michaux, Philippe Soupault y Roger Caillois.

Profundamente afectado por el horror de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1945 colaboró en varias revistas, entre ellas La Nouvelle Revue française. Se vio obligado a abandonar su Egipto natal en 1956, durante la crisis del Canal de Suez, debido a sus orígenes judíos. Este exilio marcó el inicio de una aventura que le llevaría “del desierto al libro”. Jabès siempre insistió en el vínculo crucial entre su destino de exiliado y su descubrimiento íntimo del judaísmo.

EDMOND JABÈS

Esta dolorosa experiencia de desarraigo se convirtió en fundamental para su obra, marcada por una meditación personal sobre el exilio, el silencio de Dios y la identidad judía, que según él, sólo descubrió cuando se vio obligado a marcharse. Se trasladó entonces a París, donde permaneció hasta su muerte.

Edmond Jabès entabló una estrecha amistad con varios artistas, entre ellos el músico Luigi Nono, el pintor Zoran Mušič y el escultor Goudji. Ha publicado libros en estrecha colaboración con pintores como Antoni Tapiès y Olivier Debré, y con escritores como Michel Leiris, Paul Celan, Jacques Dupin, Louis-René des Forêts, Michel de Certeau, Jean Starobinski, Yves Bonnefoy y Emmanuel Levinas.

traducción | Mozaika | Página 2

Nacionalizado francés en 1967, ha ganado numerosos premios, entre ellos el Prix des Critiques en 1970. En 1982, la Fondation du Judaïsme français le concedió el Prix Francine et Antoine Bernheim des Arts, des Lettres et des Sciences. Ha sido invitado por diversas universidades de todo el mundo a dar conferencias y participar en congresos en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, Israel, Italia y España.

Edmond Jabés tenía cuarenta y cuatro años cuando, en 1956, Nasser y la agudización del conflicto del Canal de Suez tornan complicada la situación de los judíos en Egipto. Para Jabés, miembro de una familia judía acomodada de El Cairo, la situación se vuelve peligrosa. Aun cuando estaba interiorizado de lo ocurrido en los campos de concentración durante la Segunda Guerra, todavía no tenía una conciencia fuerte de “la cuestión judía”. Jabés había visto los cuerpos lacerados de los sobrevivientes, había escuchado sus testimonios, pero su propia situación aún no había sido preocupante. Años más tarde, en una entrevista de Paul Auster, recordaría: “Como los países árabes no eran capaces de entenderse entre sí, Israel se convirtió en un conveniente chivo expiatorio. Y poco a poco todos los judíos se transformaron en israelitas, se acabaron las distinciones. Con cada nueva guerra, la situación empeoraba. En 1956 ya era imposible seguir ahí”. Sin embargo, contra lo que hubiera podido calcularse, Jabés no eligió Israel como estrategia salvadora: “No, nunca. Jamás vi a Israel como la solución al problema. No estoy en contra de Israel, pero pienso que es un error considerarla como la única respuesta. Por un lado está el Israel de la historia judía, el viejo sueño de Israel, y por otro está el Estado de Israel, que es un país entre tantos países del mundo. No son la misma cosa”. Entonces Jabés eligió París.

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El francés había sido hasta entonces su lengua y la de sus libros. En la adolescencia, tras descubrir a Verlaine y Baudelaire, pero sobre todo a Rimbaud y Mallarmé, Jabés se había adentrado en la poesía. De su contacto con los surrealistas, sólo se quedó con la amistad de Max Jacob, que le enseñó a ser él mismo, es decir, “diferente”. Así se entiende que Jabés rehusara siempre a adscribir a cualquier corriente. Si bien en 1945 su obra ya había comenzado a publicarse en Francia, todavía faltaba alrededor de una década para que, con El libro de las preguntas, Jabés se transformara en un autor de culto, mítico centro de atención literaria y filosófica, despertando el interés de, entre otros, Maurice Blanchot (El libro que vendrá) y Jacques Derrida (La escritura y la diferencia).

El libro de las preguntas puede ser leído como una novela, pero no es una novela en el sentido estricto. También puede ser leído como un ciclópeo ejercicio poético, pero no se limita a ser sólo poesía. Con sus ecos cabalísticos, refulgiendo por momentos como versículos bíblicos, El libro de las preguntas impone un particular ritmo de lectura. No se puede leer de corrido, aunque en algún aspecto es una epopeya. En todo caso, su propuesta desmesurada consiste en plantearse como un texto de saber iniciático. La transparencia de sus paradojas, auténticos hallazgos verbales, obliga a detenerse, a volver hacia atrás para tomar envión y, así, avanzar otra vez. “Al leer, destruimos el libro para convertirlo en otro libro”, ha dicho Jabés más tarde. “El libro siempre nace de un libro roto. Y la palabra, a su vez, siempre nace de una palabra rota”.

A Jabés el trabajo de escritor le hace pensar en una frase que Beckett lanzó a fines de los cuarenta: “Ser artista es fracasar donde ningún otro se atreve a fracasa”. Jabés escribió El libro de las preguntas entre 1959 y 1962, en el metro, mientras iba y venía de un trabajo rutinario. Si se tiene en cuenta que Jabés sufría de asma, no es desatinado entonces conjeturar la relación que en el libro se establece, de modo subterráneo, entre respiración y escritura. “La distribución de párrafos largos y cortos responde a una cuestión de ritmo”, ha explicado Jabés. “Una frase completa, una frase lírica, da lugar a una gran inspiración que permite respirar profundamente. Hay otros momentos en que la obra se repliega sobre sí misma y la respiración se vuelve más corta, más difícil. Por ejemplo, dicen que Nietzsche escribió aforismos porque sufría de dolores de cabeza terribles que no le permitían extenderse demasiado cuando se sentaba a escribir. No sé si será cierto o no, pero yo estoy convencido de que un escritor trabaja con todo su cuerpo. Uno vive con su cuerpo y el libro es ante todo el libro del cuerpo. En mi caso, el aforismo, lo que podríamos llamar la frase desnuda, surge de una necesidad de rodear a las palabras de blanco para que puedan respirar. Al sufrir de asma, al darles aliento a mis palabras a menudo siento que me estoy ayudando a mí mismo”.

Pero, ¿qué cuenta Jabés en El libro de las preguntas? Una trama básica intenta narrar el encuentro y desencuentro de Yukel, escritor, muchas veces alter-ego de Jabés, con su amante Sara. Sobre Yukel y Sara se cierne el nazismo. Sara, después de su deportación y su paso por el campo de concentración, sobrevivirá, pero con sus facultades mentales alteradas, retorcida literalmente en un grito (y habrá que subrayar, en Jabés, la trascendencia que le otorga al grito, casi un equivalente del libro). Yukel, por su parte, quebrado, optará por el suicidio. Pero la historia no se puede resumir tan linealmente. Jabés desconfía permanentemente de la linealidad novelesca: “La novela de Sara y de Yukel, a través de diferentes diálogos y meditaciones atribuidos a rabinos imaginarios, es el relato de un amor destruido por los hombres y las palabras. Tiene la dimensión del libro y la amarga obstinación de una pregunta errante”.

Las voces de los rabinos intervienen todo el tiempo, interpelan, cuestionan, preguntan y ponen en duda aquello que es sueño como aquello que parece realidad. Jabés no se ancla del todo en un género o en otro. Pasa de la tipografía convencional a las bastardillas. Se demora en establecer vínculos entre letras y números (por ejemplo, las iniciales de Sara, coincidiendo con las del verdugo SS; el número cinco y cinco letras, que con una alteración, permiten pasar de “livre” a “libre”. Lejos de tratarse de caprichosos juegos de palabras, acá hay una reflexión grave sobre los usos del lenguaje. Lejos de transmitir inquietud, los pasajes y cambios que propone El libro de las preguntas provocan la reflexión. Y es entonces cuando el libro empieza a revelar lo que hasta ahora había permanecido oculto. La esencia del ser judío y la esencia del ser escritor son una y la misma.

Solitary Dog Sculptor I: Poesie - Poesia: Edmond Jabes (Egipto 1912 - 1991)  - Desir d'un commencement - Deseo de un comienzo - Bio links

Por un error en el registro de la fecha de su nacimiento en El Cairo en abril de 1912, Jabés arribó a una imagen: “La primera manifestación de mi existencia fue la de una ausencia que llevaba mi nombre”. Con insistencia, Jabés escribirá más tarde: “Estoy ausente porque soy el narrador. Sólo el cuento es real”. Y también: “Cuando escribí por primera vez mi nombre supe que estaba escribiendo un libro”. Más todavía: “Yo no soy ese hombre, pues ese hombre escribe y el escritor no es nadie”.

En Egipto, Jabés había escrito varias obras de teatro. Al instalarse en París, disponía de catorce años de experiencia como poeta. Sin embargo, Jabés pensó dedicarse al drama. “El libro que sería El libro de las preguntas nació muy despacio”, confesó Jabés. “Primero, como un drama que empezó a cobrar cada vez mayor importancia simbólica y luego en forma de reflexiones que no tenían una forma concreta. Era algo muy vago. Por fin me di cuenta de que no tenía nada que ver con el teatro, pero si no era una obra dramática, ¿qué era? Poco a poco, a pesar de mí mismo, comenzó a surgir este libro, el libro que había estado buscando en la oscuridad empezó a insinuarse a través del cuestionamiento, a través de una historia dramática que quería presentar tal como la sentía, una historia que quería contar sin llegar a contarla realmente. Hay historias que no necesitan contarse para ser conocidas y comprendidas. Y en el terreno de lo formal, esto era algo bastante nuevo: ésa no era la forma de contar una historia. Pero la idea de una simple historia no me satisfacía. No era lo que yo buscaba. En torno de la historia que tenía en mente, estaba el cuestionamiento y esa idea comenzó a obsesionarme. Era como si el libro fuera a ser un medio para encontrarme por fin conmigo mismo, en el que encontraría mi universo, como si el libro fuera a convertirse en algo fantástico donde se iniciara una verdadera aventura”. Desde el principio, Jabés empieza por cuestionar el valor y el poder de la escritura. El verbo, la palabra y sus funciones le inspiran las más diversas observaciones, siempre en torno de las conexiones entre ilusión y verdad, esta última habitualmente esquiva. Básicamente, Jabés indaga: “A toda pregunta “sostiene”, el judío responde con otra pregunta”. La escritura, si un sentido puede tener, es el de ser leída. Pero el circuito recién se cierra (o se abre, depende), cuando la escritura leída deviene relato. Además, Jabés escribe sobre el escribir: “Escribir es emprender un viaje a cuyo término no se será ya el mismo”. Y arriesga: “Yo creo en la misión del escritor. La recibe del verbo que lleva en sí su sufrimiento y su esperanza. El escritor interroga a las palabras que, a su vez, lo interrogan; acompaña a las palabras que, a su vez, la acompañan. La iniciativa es común y espontánea. Sirviendo a las palabras, sirviéndose de las palabras, da un sentido profundo a su vida y a la de ellas, de la que la suya ha surgido”.

Para Jabés, puede decirse que para el escritor, el sentido de su existencia, reside en el libro. No hay gratuidad en esta aseveración. Alude, sin más, a la vapuleada noción de compromiso. Del mismo modo que cuando debe abandonar El Cairo, elige París, para Jabés la esencia de los judíos no estará en Israel sino en otra parte, en el libro. Resignificación de la Torá, si se quiere, el libro de Jabés no es sólo el libro de los judíos. También, como se dijo, el libro de los escritores. En la entrevista que le hiciera Auster, Jabés declara: “En cierto sentido, acá en París, aunque estoy cómodo, vivo ahora como lo han hecho los judíos. El libro se ha transformado en mi patria verdadera, prácticamente la única. Esta cuestión ha llegado a ser muy importante para mí, hasta tal punto que poco a poco mi condición de escritor ha pasado a identificarse con mi condición de judío. Creo que, en cierto modo, todos los escritores experimentan la situación del judío, porque cada escritor, cada creador, vive en una especie de exilio. Y para el propio judío, el judío que vive su condición de judío, el libro se ha convertido no sólo en lugar donde puede encontrarse a sí mismo con mayor facilidad, sino también en el sitio donde puede encontrar su verdad. Y para el judío, el cuestionamiento del libro es una búsqueda de la verdad. Esta verdad es la misma verdad de un escritor. Cuando el escritor cuestiona el libro, es sólo para comprender la verdad de éste, que también es la suya”.

Edmond Jabes por David Mohor - Poesia Online

JABÉS Y YAHVÉ En habla hispana, Jabés es prácticamente un desconocido. Algunas revistas publicaron sus poemas. En España, fueron reunidos en alguna antología. El libro de las preguntas, dos tomos tan voluminosos como carísimos editados por Siruela, fue traducido cuidadosamente por Julia Escobar y Martín Arancibia. Este cuidado, al tratarse de un autor obsesionado por las contradicciones y laberintos del lenguaje, se agradece. Porque, aun cuando se pueda opinar lo contrario, para Jabés el lenguaje, un medio, es tan importante como el fin. A lo largo de El libro de las preguntas se reiteran, obsesivas, algunas palabras. Noche, desierto, viento, arena, muro, hambre, agua, tinta, grito (siempre el grito) y libro (empecinadamente, siempre también el libro). Estas palabras son su materia prima, indispensables en su urdimbre.

Jabés insinúa una explicación más: “El libro de las preguntas es el libro de la memoria. A los interrogantes empecinados sobre la vida, la palabra, la libertad, la elección, la muerte, responden rabinos imaginarios cuya voz es la mía. Las respuestas que da esta obra, dos amantes perdidos vendrán a leerlas. Por mi parte he intentado, al margen de la tradición y a través de los vocablos, recuperar los caminos de mis fuentes. Para existir se necesita primero ser nombrado; pero para entrar en el universo de la escritura es necesario asumir, con el propio nombre, la suerte de cada sonido, de cada signo que lo perpetúa. De un idilio simple y trágico surge un canto de amor que es, a pesar de todo, canto de esperanza. Este canto ambiciona hacernos asistir al nacimiento de la palabra y, en dimensión más que real, a un ensanche del umbral del sufrimiento que ilustra una colectividad perseguida, cuyo lamento es retomado, era tras era, por sus mártires”.  “Dios está en rebelión perpetua contra Dios”, escribe Jabés. Y profundiza: “Dios es una interrogación de Dios”.  “He dado la vuelta”, escribe Jabés en su libro. “He dado la vuelta sobre mí mismo sin encontrar descanso. Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho: Tu no eres judío. No frecuentas la sinagoga. Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado: Llevo la sinagoga en mi interior”. Edmond Jabés murió en París el 2 de enero de 1991 de un paro cardíaco.

Sus cenizas y las de su esposa, fallecida un año después que él, fueron depositadas en una caja en el columbario del cementerio del Père-Lachaise.

Edmond Jabès publicó, entre otras obras, Je bâtis ma demeure (1959), con prefacio de Gabriel Bounoure, una recopilación que abarca los años 1943-1957, aclamada en su lanzamiento por voces tan disímiles y fraternas como las de Jules Supervielle, Gaston Bachelard y Albert Camus.

La obra de Edmond Jabès ha tenido un impacto duradero en la obra y el pensamiento de escritores como Maurice Blanchot y Jacques Derrida.

“Lo que sigue continuará. Nunca es tributario de lo que fue sino de lo que será”, dijo.

Edmond Jab s Egipto 1912 1991 bln en atril leyendo al p blico - Poesia Online

FUENTES CONSULTADAS

https://www.pagina12.com.ar/2000/suple/radar/00-02/00-02-06/nota3.htm

https://www.universalis.fr/encyclopedie/edmond-jabes/

SELECCIÓN DE POEMAS DE EDMOND JABÈS

Aforismos

Toda puerta tiene por guardián a una palabra. (Santo y seña, palabra mágica)
En un poema, el eco es tan importante como el silencio
Las palabras circulan vestidas de aliento
Hay palabras que nunca han tocado tierra
Pronunciada, la palabra vuela; escrita, nada
Los poemas son cadenas montañosas cuyas cimas de diversa altura, están formadas por una o varias palabras con inmenso poder de atracción.
Tu pensamiento te engaña
Sin pensamiento, sin deseo, cortados todos los nudos
La poesía sólo tiene un amor: la poesía
Hay una orden del silencio, con sus santos, sus sacerdotes y sus profetas
Cuando los hombres estén de acuerdo acerca del sentido de cada palabra, la poesía ya no tendrá razón de ser
Hacer callar al silencio, despanzurrar a las ratas
Dócil a la voluntad del escritor, la imagen se doblega a un matrimonio de conveniencia. Durante su vida esperará al lector del divorcio.
Las palabras despliegan cintas de sombra alrededor de la claridad conquistada
Releerse: encontrarse solo, en la sala engalanada, inmediatamente después de la fiesta
Las palabras eligen al poeta
El pensamiento permite a las palabras llegar al poder
Exteriorizar; devolver su voz al universo

****

La subversión es el movimiento mismo de la escritura: el de la muerte.
El escrito no es un espejo. Escribir es afrontar un rostro desconocido.
Loco está el mar de no poder morir de una sola oleada.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Si la palabra aclara, el silencio no oscurece: regenera.
La banalidad no es inofensiva: genciana.
(“La banalidad no está desprovista de subversión. Aliada del tiempo que la desvalora,
es subversión vuelta trivial”, dijo.)
La subversión odia el desorden. Es en sí misma orden virtuoso opuesto al orden reaccionario.
El conocimiento choca con la fría extensión de la ignorancia, como los rayos del sol con el espejo del mar cuya profundidad los pasma.
de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Existe un tiempo para el acatamiento» Tiempo fuerte o débil.
Toda subversión requiere, ante todo, nuestra total adhesión.
No se puede doblegar la subversión. Se le pone fin obligándola a cambiar de blanco.
Como la sombra al pie de la noche, la subversión no puede desembocar más que en sí misma.
Vivir es hacer suya la subversión del instante y morir, aquella irreversible, la de la eternidad.
“Cadencia de la subversión. ¡Ah! Me hacía falta recobrar esa cadencia”, dijo.
No has creado. A imagen de Dios, en tu pequeño radio de acción, creas para el instante.
La subversión es pacto para el porvenir.
“Tan natural, tan inocente es la subversión en su apogeo que estoy tentado de considerarla como uno de los momentos privilegiados del restablecimiento de nuestro precario equilibrio”, dijo además.
La amenaza es ilegible.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Encrespado, el océano turba el cielo con sus preguntas brincadoras. En un mar agotado, devuelto a la pasividad del agua, allí te bañarás. Sombras sin sombra luces sin luz son las trazas relevantes del olvido y aquí, misterio del camino. Dios es, de Dios, el Silencio que calla. El esclavo del Príncipe y el esclavo del cortesano tienen la misma condición de esclavo. Adentrarse en sí mismo es descubrir la subversión.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Soy alguien silencioso. Me pregunto, gracias a la distancia que ahora tomo de mi vida, si este pronunciado gusto por el silencio no tiene su origen en la dificultad que, desde siempre, fue mía, de sentirme de algún lado.
Antes de conocer el desierto, sabía que era mi universo. Sólo la arena puede acompañar una palabra muda al horizonte.
Escribir sobre la arena, a la escucha de una voz de otro tiempo, abolidos los límites. Voz violenta del viento, o inmóvil del aire, esta voz sostiene tu cabeza. Lo que anuncia es lo que te agrede o aplasta. Palabra de hondos abisales donde eres sólo ruido indistinguible; la presencia sonora o inaudible.
Si faltara una imagen de la Nada, la arena nos la daría.
Polvo de nuestros lazos. Desierto de destinos nuestros.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Nómada o marino, siempre, entre el extranjero y el extranjero, hay -mar o desierto- un espacio delineado por el vértigo al que uno y otro sucumben.
Viaje en el viaje.
Errancia en la errancia.
El hombre está, sobre todo, en el hombre, como la semilla en el fruto, o el grano de sal en el océano.
Y, sin embargo, es el fruto. Y, sin embargo, es el mar.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

“Sólo tengo malos discípulos —decía un sabio—. Buscando
imitarme, me traicionan y, creyendo asemejárseme, se desacreditan.”
“Tengo más suerte que tú —respondió otro sabio—. Habiendo dedicado mi vida a interrogar, carezco naturalmente de discípulos.”

Y agregó: “¿No es ésta la razón por la que el Consejo de Ancianos me condenó, por actividades subversivas?”
“Con un nudo no puede hacerse otro nudo pero, en cambio, con cualquier hilo puede hacerse un nudo.
“Todo nudo, en consecuencia, es único.
Lo mismo ocurre con nuestra relación con Dios, con el hombre, con el mundo”, decía.
El pensamiento no tiene ataduras: vive de encuentros y muere de soledad.
“Mírame —decía—. Escucha. Soy la continua interrogación que reaviva la fuente.
“Es ella la que ves y oyes. Hacia ella, en las horas de sed, te inclinarás para beber.”
A cada libro, sus veintiséis letras; a cada letra, sus miles de libros.
Entregó temblando a su maestro un cuaderno lleno de palabras manuscritas: su libro.
—¿Por qué tiemblas? —le preguntó el maestro.
—Estas páginas —respondió— como hojas de hielo, me queman los dedos. Tiemblo de frío.
—Dime qué contienen —replicó el maestro.
—Lo ignoro —contestó.
—¿Si no tú, quién lo sabrá? —dijo entonces el maestro.
—El libro lo sabe.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Las imágenes se hunden en el inconsciente pero no se apagan: resplandores del olvido.
Dijo: “Las imágenes del inconsciente se parecen a la flora y a la fauna submarinas. La antorcha vivaz del buzo las acosa.
“Fuera del agua, no son más que objetos heterogéneos, alfabeto no descifrado de memoria soterrada; causa frecuente de desgarramientos íntimos.”
Vivimos de la recuperación de imágenes enlutadas cuyo número jamás evaluaremos.
La más antigua es, sin duda, la de Dios. Ni Dios mismo se acuerda ya de ella.
Imagen del primer día.
Imagen de la muerte que nos será rechazada hasta la muerte.

La legibilidad es póstuma.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

“Es evidente —anotó— que la palabra azul evoca la palabra cielo, pero no la revela. La palabra vacío podría en cambio lograrlo.
“Si escribo: Antes de ser negro, azul fue el vacío de mi alma, cubro con esta sola frase toda la extensión del cielo.”
“No es el escritor —también anotó— quien posee la llave del texto; tampoco la posee el texto tal como se ofrece a su lectura; la posee lo que no se ha dejado encerrar en la palabra.
“La llave es, sin duda, esa carencia denunciada en el libro por algunos vocablos portadores de una ausencia inmemorial: carencia en la infinitud de la carencia.
“Lo que no vemos es lo que nos permite ver.”
Todos los silencios están reunidos en las cuatro letras de la primera y última palabra silenciosa: Dios.
Cuatro es la cifra del infinito.
El llavero de Dios está enterrado en el Texto. Este don divino otorgado a los vocablos es el origen de su íntima, de su loca ambición.
Todo pensamiento está en suspenso, a la merced de una llave.

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”

****

Canción del extranjero

Estoy en la búsqueda
de un hombre que no conozco,
que nunca fue tan yo
como desde que lo busco.
¿Tiene mis ojos, mis manos
y todos esos pensamientos
Como las ruinas de este tiempo?
Tiempo de mil naufragios,
el mar deja de ser el mar
se vuelve el agua helada de las tumbas.
Pero más lejos, ¿quién sabe más lejos?
Una niña canta al revés
y la noche reina en los árboles,
pastora en medio del rebaño.
Sacia la sed con un grano de sal
que ninguna bebida llena.
Con las piedras, un mundo se desgarra
por ser, como yo, de ningún lado.

****

A ti que crees que existo

A ti que crees que existo,
cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?

Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo, me oigo, me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?

Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?

A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(…)

de “El libro de las preguntas”

****

El fondo del agua

Hablo de ti
no de mi lámpara de sombra
de mi paso de galgo
El viento en el talón del oro
el viento en el brocal del pozo
el viento fuera dentro
no hay quien se escuche

Hablo de ti
Una muchedumbre responde
Hormigas sin voz sin gritos
Y sin embargo
el silencio mata como la muerte
el silencio reina sólo por nacer

Hablo de ti
y no eres no has existido nunca
Respondes a mis preguntas
La araña choca contra el aliento de los monstruos
contra la aguja de los vestidos apurados por terminar
El toro incendia el ruedo
donde el rey mendiga su reino
mancha de sangre zócalo de dolor
La más alta no eres tú
Todos los hilos de tus pupilas
anudados al sol
El mundo se despoja
y la frente del hombre aúlla en el centro
Sólo tú columna de cenizas con brazaletes de jade
y la cinta roja de lirios carcomidos en las raíces
y el turbante de islas desconocidas que te peina

Hablo de ti
de tus pechos en vanguardia de las praderas
del agua clara de tus pechos adormecidos
y de las orillas que ahoga

Hablo
del espejo de tus ojos secretos
todas las centinelas de la desesperanza
todas las barrenas de la vertiente embalsamada
La calle se vacía la estampida se estropea

Hablo de quien no conozco
de quien conoceré sólo las palabras
para ti muñecas desfiguradas

Aquí nadie
ibis del sueño mortinato
mariposa arrancada a la yedra

Nadie
sólo el cobre anduvo de capa caída

Nadie
sólo la escarcha del metal de las penas

Nadie
sólo el imperio de los espectros inconfesables
sombrilla de saliva para sapos

Nadie
sólo la noche prisionera lamentándose
sin cesar y escupiendo los lobos

Nadie
Y surges despacio seguramente
como la roca con pelos de lana
como el pájaro con pico de pluma
y el mar te lava

Nadie
Hablo para tu piel salada
para el sueño de tu piel morena
noche en la noche
para tu piel tatuada al infinito

Nadie
Nada más que una plancha de carne borracha
de su frigidez que las olas se llevan
que de nuca en nuca de agua ruda
viaja en la muerte

Nadie
Nada más que la que encuentras
al pasar y saludas indiferentemente

Hablo
para los racimos de ojos verdes
pegados en las ventanas
para la colina de polvo
que el viento saquea

Nadie
alrededor
Nada más que un nombre
la necesidad contenida de darte un nombre
de viña o de lava

Nada
sólo la luna ardiendo de algunas letras
encima del mundo

Sangre en nuestras manos callosas
sangre sobre el hombro del búho
sangre sobre las mejillas redondas de la primavera
Nada
sólo la armonía de la sangre sobre nuestros labios reunidos

Hablo sin razón
en los pasillos de las casas
acosadas de cisnes
sobre la terraza abrumada de los palacios
de pie contra el tiempo

Caballeros de antiguo broche de náufragos
sobre vuestras monturas de polvo sonoro
El corazón ahí late firmemente
en la amada que se acerca
Caballeros de las regiones bajas
desgarrando de un salto el espacio

Nada
sólo el día con rayas de tormentosa siembra

Nada
sólo el atractivo del día sobre una sombra sepultada

Nada
sólo tu sonrisa serpiente de paja
sólo tu nombre prestado terciopelo de las ciudades

Al sonido
de las lejanas cataratas
A la llamada apremiante
de las azucenas embrujadas
peces de vellones glaucos
Nada
sólo la fuente de las jaurías engendradas

Nada
sólo la caída del fuego
sobre una semilla de cristal
La rosa de hierro aletea
en el delirio consumido
después de nosotros después de ti

Tragaluces nos conocemos mal o no nos conocemos
La mano desnuda está de prueba
tendida como para rendirse
El paisaje no tiene pudor

Hablo
para las primeras cerezas azoradas
para las estaciones de perifollos al final de los naufragios
para las imágenes de plomo de las bailarinas partidas en dos

Hablo
para la linde de los remos pesados en el cuerpo

Oh te quiero
hija de fuente demente
hermana de agua salpicada
mi sed nada sobre mis venas
cruel a fuerza de pisarte los talones
fiel sed de condenado

Hablo para el arroyo con frente de piedra
para el cráter para el moreno de los montes
para la envidia con traje de pavo real
para no perderte más mi amor

Hablo para la meseta de las banderas
para la cala con ollares de maleza
todas las conchas y toda la arena de las barquillas
para no perderte más mi amor

Hablo para la rosa salvaje de las lluvias
para el pararrayos de los sauces
para las lágrimas de las emigrantes golpeadas
para no perderte más mi amor

Hablo para la explanada de las colmenas
para el dormitorio lleno de águilas
para el mantel de servidumbre gris
para no perderte más mi amor

para no dejarte más mi amor
hablo hablo hablo para la mosca
para la corteza de los pinos para la pizarra de las algas
para el viento en el mar mi amor

para la sal en las aletas mi amor
para el tomate para el barro fibroso de los magos
para la veleta con alegrías de bufanda para una página
blanca para la duración del gesto para nada mi amor

Nada
sólo para distraerte

Nada
sólo para gustarte

Nada
sólo para clavarte viva
a mi lado

Nada sólo para poblar tu recuerdo
por la sombra que sube de la tierra
Por el cielo que se desespera
Por mi corazón mi amor
Por mis brazos a causa de mi boca

Sólo
una vez

Sólo
un segundo

Por el viento
que te habita

Por la sangre
que te agita

Por el tiempo
que te apura

Oh paciente espera
El día está al alcance de nuestros dedos el sol muerde
Por mi amor por
la red deslumbrante de mi amor
echada esta noche sobre el mundo

Traducción: Clémence Loonis y Claire Deloupy

****

He aprendido a amar a los hombres…

He aprendido a amar a los hombres en el momento en que aspiraba,

con todas mis fuerzas, a ser amado.
Así aman los judíos a los judíos .
He aprendido a ser un hombre.
He aprendido a hablar pomposamente del hombre.
Así hablan los judíos de los judíos.
Mis palabras, un día, se me hicieron extrañas, y me callé.
La historia de mi alma es la de las letras del alfabeto cuya forma ha hecho sensible a mis sentidos el camino a través del espacio y el tiempo, hasta su unión en la palabra, a la hora y en el lugar previstos de mi nacimiento.
Nunca estamos colocados, en relación con los demás , a igual distancia del lenguaje, porque nos movemos de forma diferente en esas regiones del corazón y del espíritu que abarcan los vocablos. Estamos cerca o lejos de la verdad de la palabra según la hayamos seguido al pasar o hayamos abandonado todo para sorprenderla.
La palabra es virgen. He asistido a su despertar.
La historia de mi alma es la historia apasionada de mi búsqueda del verbo, donde el universo es el premio de mi pensamiento.

de “El libro de las preguntas”

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Preguntas a la luz

Exterior es el límite. Interior, lo ilimitado.
Para preparar mejor al hombre a morir del hombre, creó Dios el tiempo?
Para dejar a Dios el tiempo de morir de Dios, concibió la eternidad el hombre?

El instante muerde en la duración, nunca sobre la eternidad, que es duración incontrolable.

¿Y si el ayer -oh noche clavada, todo mi pasado- se rehusara a abdicar?
No hay palabra que no esté, desde ya, envuelta en porvenir.
El dolor, la desgracia, acceden, ellos también, a la mañana.

Uno se pregunta en la noche; pero movida por la comprensible necesidad de mirar y, para nosotros, de mirarnos en ella, la pregunta está siempre vuelta hacia la luz.
La luz de la pregunta nunca es sino la pregunta a la luz.

Hay que haber llorado mucho para apreciar una sonrisa: arco-labios. Arco-iris.
No puedo conocer a otro sino a través de mí. Pero quién soy?
¿El fuego conoce el fuego?
¿El bosque conoce el bosque?

Es la madera que consume que el fuego le debe el ser fuego; como el bosque, al fuego que lo reduce a las cenizas, le debe el haber dejado de ser un bosque.

de "El libro de las preguntas"

****

Yo soy el aliento de mis libros…

Yo soy el aliento de mis libros, como el viento precipitado en el mar. Cada ola es de espuma y de agua suspendida;
todo valor, el que el cielo adopta; pero al alzar la ola, al inventar su forma y su ribete, el viento renace con ella, recorre a su lado el océano hasta el agotamiento.
Su potencia le viene de fuera, pero su voluntad le es propia.

de “El regreso al libro”

****

La soledad es la hierba del exilio…

-La soledad es la hierba del exilio, dijo Reb Acham. Si crees en las flores, crees en la tierra.
-No tengo tierra, respondió Reb Tessie. No poseo, pues, nada.
-Te daré un poco de tierra, dijo Reb Acham, en la que podrás vivir la vida de las raíces.
-Me ha parecido, hasta ahora, que compartía la existencia de las piedras. ¿Acaso eres tan rico,
 Reb Acham, como para regalarme un jardín?
-El agua es señora de la arena, Reb Tessie. Extrae tu porción del pozo. El oasis está en la mano
  húmeda.
-No tengo desierto, respondió Reb Tessie. No poseo, pues, nada.
-Te daré un poco de desierto, dijo Reb Acham, en el que hallarás agua.
-Me ha parecido, hasta ahora, que compartía la existencia del grano de arena. ¿Acaso eres tan
  rico, Reb Acham, como para regalarme una fuente?
-Tú eres la fuente, Reb Tessie. Tú eres el agua arisca y el oloroso jazmín.

de “El regreso al libro”

****

Índice de las estaciones del año

Ella habla de milagro y amasa el pan.
La inocencia la dibuja.
Estrellas laboriosas.
Arañas instructivas.

Nieva sobre la palabra
Nieva para la palabra.
Nieva en la palabra.

Lo maravilloso.
El objetivo de las lámparas

Mujer y fuente
hacen sangrar al agua.
El mendigo cree en
la bondad de los árboles.

Lentas construcciones
de tinta y de metal,
la luz es memoria,
primer vuelo eterno.

Mañana, los enanos
serán gigantes.

La piedra
aguanta
el olvido.

Pero una mota de polvo
puede aplastarlo.

( «Hay una canción en el corazón del águila, pero sus
alas la llevan a otra parte.»
                                                                                  Reb Assayas
«Los esfuerzos del agua son pliegues. Mira cuánta es mi
pena.»
                                                                                   Reb Amhí)

de “El libro de Yukel”

****

El diálogo de las dos rosas (fragmento)

-Así pues, audaz amiga, me desafías en el alma.

-Soy fiel al amor

-El amor sólo se ama a sí mismo.

-Yo soy la vida. Él me pertenece.

-No siempre. Los amantes me ofrecen su vida.

-Los amantes desgraciados. No el amor.

-El amor es la trampa que tiendes a los hombres para vestirte con sus escalofríos,
para alimentarte con sus lágrimas.
-Luz en los ojos, eso es el amor.

-El amor devora los ojos que ven.

-Fría amiga.

-Mi cómplice. -Aquí, señala el discípulo de Reb Simoni,
hubo un largo silencio, luego la voz se hizo suplicante. Entrégame a Sara y a Yukrl.

-No puedo perderles.

-Un día, acabarás cediendo.
-Quizás, una mañana en que esté contenta; en cuanto se me hayan hecho insoportables.
-Aquí, creí oírla reír, observa el discípulo de Reb Simoni. -Tendrás algunas horas o algunas semanas, eso dependerá,
para arrancármelos.

-Cruel, sabes que sufren.

-El amor es mi juventud,

-Tú eres la vida.

-El amor es el dueño de mi vida.
-¿Por qué esas prisas? ¿Tanto te gustan? Te arrastras como una esclava. ¿Estás enamorada?

-El amor no me interesa.
-Entonces, ¿por qué quieres arrebatarme a mis amantes?
-Porque está en el orden establecido y también porque es mi oficio.

-Quemas etapas. ¿Ya no te importa mi placer? Me decepcionas.

-A veces soy tierna con los humanos.

-Por qué?

-Un poco por piedad. Me gusta que me crean buena.

-Estás celosa. Te mueres de amor.
-Mato todo lo que toco.

-Tu cuerpo está ebrio de caricias, tus pétalos están húmedos de besos esperados. Pero yo soy fuerte. Soy tozuda.
Me divierte hacerte esperar.

-Te obstinas en hacerme daño. Pero ten cuidado. Puedo vengarme.

         Aquí, me pareció, señala el discípulo de Reb Simoni, que se aproximaron la una a la otra y
        que su actitud era desafiante.

-Confiesa que te gusto; que a través de las parejas que me exaltan, es a mí a quien deseas.

        Se daban la espalda para enfrentarse poco después con su odio desatado, señala el
        discípulo de Reb Simoni.

de “El libro de las preguntas”

****

Hubo libros míos escritos, no en la arena
ni con arena, sino por y para la arena.
Libros donde desposé el destino —-aventura
inmóvil— al descifrarlos a medida que con
ellos me identificaba hasta no ser más que
su escritura. Milagro que fue posible sólo al
precio de mi propia disolución.
Arenas que en nombre de la Nada anulan
la Nada, ¿os despojaría yo de vuestra parte
de infinito?

de “El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha”
                ****

DE LA SOLEDAD COMO ESPACIO DE ESCRITURA

“El amanecer
quema de libros, espectáculo del supremo
saber destronado.
“Virgen es, entonces, la mañana. “
– dijo él – no es más que una gigantesca
El acto de escribir es un acto solitario.
¿La escritura es la expresión de esta soledad?
¿Puede haber escritura sin soledad o aún soledad sin escritura?
¿Habrá grados de soledad –así como hay tantas playas, diferentes niveles de soledad – como intensidades de la sombra o de la luz?
¿Se podrá, en este caso, afirmar que hay ciertas soledades dedicadas a la noche y otras al día?
¿Habrá en fin diversas formas de soledad: soledad resplandeciente, redonda –la del sol – o soledad plana, tenebrosa –la de las lápidas funerarias; soledad de la fiesta y soledad del duelo?
La soledad no se puede decir sin que inmediatamente deje de existir.
La soledad no se puede escribir si no en la distancia que la proteja del ojo que la lee.
El decir será para el texto lo que la palabra oral es para la palabra escrita: el fin de una soledad asumida para la una y el preludio de una aventura solitaria para la otra.
El que habla en voz alta jamás está solo.
El que escribe reúne, por intermediación del vocablo, su soledad.
¿Quién se atreve en medio de las arenas, a hacer uso de la palabra? El desierto sólo responde al grito, al último, ya envuelto del silencio de donde surgirá el signo; porque jamás escribe sino a los imprecisos confines del ser.
Tomar conciencia de este límite es, al mismo tiempo, reconocer como punto de partida de lo escrito, la irregular línea de demarcación de nuestra propia soledad.
Habrá entonces, así, por la soledad y por lo escrito, fronteras fluctuantes que sigamos, pluma en mano; fronteras por nosotros y gracias a nosotros, reconocidas.
En cada libro sus antros de soledad.
Siete cielos se reclaman del cielo. El vacío y sus etapas. Así la soledad que es vacío del cielo y de la tierra, vacío del hombre dentro del cual se agita o respira.
Ligada a todo origen, la soledad en su poder excepcional de romper el tiempo, de despejar la unidad primera; de hacer, en todos los casos, del múltiple indeterminado, el uno innombrable.
Intentar escribir, desde estas condiciones, considerando incluso, al margen de lo escrito, rehacer por vez primera, pero en sentido inverso, el camino seguido por el pensamiento; llevar nuevamente el pensamiento al objeto mismo de su reflexión; lo escrito, al vocablo que lo contenga; volver, en suma, a salir de su propia soledad para adherirse a la inicial soledad del libro en la ignorancia aún de su comienzo y en la cual el libro buscará su nombre; porque es sobre las ruinas de un libro, de las cuales se aparta, que el libro se contruye; sobre la aterradora soledad de sus escombros.
El escritor jamás abandona el libro. El crece y se derrumba a su lado. Escribir, en una primera instancia, no será más que recoger las piedras del libro desplomado con el fin de levantar con ellas una nueva obra –la misma sin duda-; edificio donde el escritor será el infatigable maestro de obra, arquitecto, albañil; menos atento, sin embargo, al progreso de su construcción, que al movimiento interno, natural que preside su conclusión; atento, sobre todo, a la escritura de esta doble soledad –la del vocablo y la del libro- que se quisiera progresivamente legible.
En ningún lado como no sea en este rectángulo de papel destinado a lo indecible, es que palabras y morada han sido jamás así tan fuertemente liadas las unas a la otra y, al mismo tiempo –oh paradoja- tan remotas; porque ninguna alianza está permitida a la soledad, ninguna unión o asociación; ninguna esperanza de liberación común.
Sola, se construye; sola, con la complicidad de la escritura, organiza la lección de los orgullosos carteles de las épocas de su esplendor o de sus largas y profundas heridas, en el momento en que la obra que ella contribuye a poner en pie, es tumba polvorienta; donde el libro se quiebra en la infinita fractura de sus palabras.
Soledad a la cual se somete el escritor; otorgando, a veces, más de lo que puede ofrecer, sin poder sustraerse al compromiso adquirido hacia ella.
¿Pero por qué? ¿La soledad no es una elección deliberada del hombre? Entonces, ¿cuáles son sus cadenas que nadie forjó? ¿Habrá una soledad que escape a su voluntad, que no pueda, impotente, superarla?
La exigencia de esta soledad donde el escritor no será liberado es, precisamente, por aquella palabra que la denomina y le ha sido impuesta; soledad del subsuelo de su soledad, como si hubiera una soledad más sola, enterrada dentro de la soledad, donde la palabra se modela a la imagen captada de sí misma, del mismo modo que un infante en el vientre materno.
En lo sucesivo, todo se elaborará según un orden premeditado; porque el proyecto de libro es, de principio, temerario proyecto del vocablo. No se puede escribir el libro sin haber participado indirectamente en el plan que no será, quizá, más que la intuición que tuvimos del libro a partir de aquello que se había escrito.
Soledad de una palabra entonces, soledad de la palabra frente a la palabra, de la noche frente a la noche donde, astro sumergido, el vocablo no brilla más que por ella.
Pero, te objetaran, ¿cómo pueden, a partir del libro, ir hacia la palabra? – Como el día va hacia el sol, responderé. ¿El libro no es una palabra? Será siempre a la palabra “libro” a la que volveremos. El espacio del libro es el interior de la palabra que lo designa. Escribir el libro no será más que invertir este espacio oculto, escribir dentro de esta palabra.
Pero esta palabra que reúne todas las palabras de la lengua –como el astro de la mañana toda la luz del mundo- no es, más que el lugar de su soledad; el lugar donde ella se confronta con la nulidad; donde ella deja de significar, donde no designa más que a la Nada.
“Tú no puedes leer aquello que vives, pero puedes vivir aquello que lees”, decía.
– ¿Cúantas páginas tiene tu libro?
– Exactamente noventa y seis superficies planas de soledad. Una al lado de la otra. La primera arriba y la última en la base. Tal es la ruta de la escritura – respondió.
Y agrega: “Lo que me intriga es ¿cómo en este punto de haber descendido hoja por hoja, por cada uno de los pasajes del libro, ha sido sólo para poder saber, cómo le hice para encontrarme, de entrada, en la más alta, la primera?
El fondo del agua está lleno de estrellas.
La escritura es una apuesta de la soledad; flujo y reflujo de inquietud. Ella siempre es el reflejo de una realidad manifestada en su nuevo origen y donde, al corazón de nuestros deseos y de nuestras dudas, nos hacemos su imagen.

PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)

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