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243. POESÍA MÁS POESÍA: MANUEL DEL CABRAL

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BIOGRAFÍA DEL POETA MANUEL DEL CABRAL

Manuel Antonio Cabral Tavarez (Manuel del Cabral), poeta y novelista dominicano, es una de las figuras más representativas de la literatura caribeña de los últimos tiempos. Fue un poeta que cantó a la raza africana y al tema negro, una de las voces  más importantes de la poesía negrista latinoamericana. Su poesia puede definirse como de vanguardia. Es representativo de la lírica moderna. Abarca temas políticos, amorosos, sociales y metafísicos. Manuel del Cabral nació el 7 de marzo de 1907 en Santiago de los Caballeros, en República Dominicana. Falleció en Santo Domingo en el año 1999 a los 92 años.

Manuel del Cabral cursó su educación elemental y secundaria en Santiago de los Caballeros. Comenzó sus estudios de Derecho pero los interrumpió, era más bien un deseo de su padre que se hiciera abogado. Manuel le dedica una “carta poética” a su padre,  reminiscencia de la de Ovidio, en donde le explica su verdadera vocación, la literaria. Manuel fue un hombre que hizo lo que quiso, no le importaron el poder ni el dinero ni lo que pensaran los demás. Hizo la vida conforme a lo que pensaba, no a lo que trataran de imponerle la familia, el régimen político o las circunstancias de pertenecer una clase social rodeada de privilegios. Manuel pertenecía a la aristocracia dominicana del siglo XX. Era el tercer hijo de Mario Fermín Cabral y Báez, senador por Santiago de los Caballeros, tres veces presidente del Senado de la República entre 1914 y 1955 y uno de los principales colaboradores del régimen del  dictador Rafael Leónidas Trujillo. Como veremos más adelante, su padre renunciaría públicamente a la paternidad de su hijo rebelde.

La pasión de Manuel Antonio Cabral por la poesía le llevó a abocarse a actividades vinculadas al mundo de las letras. Comenzó a trabajar como linotipista (tipógrafo, impresor) y como librero en su pueblo natal.

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En 1931 publicó su primer poemario, Pilón.Cambió su nombre por el de Manuel del Cabral porque en Santiago había un poeta al que él consideraba de baja estatura literaria, que también se llamaba Manuel Cabral y él no quería que lo confundieran con aquel. También ha sido reseñado en otros lugares que también fue debido a las desavenencias con la ideología familiar.  En ese mismo año se trasladó a Santo Domingo. Después publicaría en 1932 el libro de poemas Color de Agua. En 1935, con su libro Doce Poemas Negros, reflejaría su interés popular y sus preocupaciones sociales e indigenistas.

En 1938 viaja a Nueva York en un barco de carga y comenzó a trabajar como limpiador de ventanas. Tres meses después de su llegada, recibió la inesperada noticia de su nombramiento en un puesto menor en la embajada dominicana en Washington. Comenzó una exitosa carrera diplomática que se extendió durante tres décadas. Representó a su país, la República Dominicana, en Bogotá, Lima, Panamá, Chile y Argentina. Su obra poética recibió un fuerte influencia en esta época, pues su peregrinaje por América Latina y Europa le ofreció la posibilidad de conocer diferentes culturas y entrar en contacto con mumerosas voces poéticas latinoamericanas y europeas, las más importantes de la época.

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En 1940 se casó con la periodista argentina Alba Rosa Cornero; tuvieron que viajar a Uruguay para la boda porque en Argentina no existía la ley de divorcio. De ese matrimonio nacieron cuatro hijos: Amelia, Amanda, Peggy (comunicadora y política dominicana del Partido Revolucionario Dominicano) y Alejandro (presidente de la Fundación Manuel del Cabral).

De Buenos Aires fue transferido a Colombia donde, recién llegado, lo sorprendió el Bogotazo el 9 de abril de 1948 teniendo que salir ante el inesperado brote de violencia política con destino a España; de allí a Brasil, y otra vez de vuelta a Argentina. Allí estuvo hasta que el 16 de setiembre del 1955 se produjo en Argentina un cruento golpe de Estado; cae el gobierno, se instala una dictadura cívico militar; se rompen las relaciones diplomáticas y Juan Domingo Perón pide asilo en la República Dominicana.

Manuel del Cabral se ve en el dilema de tener que regresar a su país con 2 hijas adolescentes y su esposa. Regresar significaba exponer su familia a los caprichos del dictador Rafael Leónidas Trujillo, entonces decide renunciar al Servicio Exterior; pide asilo político en Argentina, asumiendo los riesgos que ello implicaba. Ante esa decisión, su padre, Fermín Cabral, renuncia públicamente a la paternidad del hijo rebelde. Omitido paternalmente, permaneció, junto a su mujer e hijos, refugiado en Argentina.

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Durante toda esta convulsa época, continúa publicando. En 1942 publica Trópico negro, situándolo como el poeta que con más profundidad aborda la  explotación de los negros africanos.

Su obra cumbre es Compadre Mon, publicada en 1943. En esta obra propone lo que denominó una Poética Social del Desconsuelo. Temáticas como la pobreza, la injusticia social, la injerencia norteamericana, el caciquismo y la corrupción aparecen como subtextos de otros textos míticos y poéticos. Siempre rebelde, un hombre no conforme con el estado de cosas, empezó desde muy temprano, en Compadre Mon, a defender la Tierra, la dominicanidad, la identidad de un pueblo caribeño, latinoamericano, indefenso, maltratado; por eso es reconocido y comparado incluso con el autor del Martín fierro, José Hernánez. Manuel de Cabral convierte al héroe Compadre Mon en una alegoría de la nación dominicana durante la primera mitad del siglo XX. En un verso remite a una identidad entre el cuepro de Compadre Mom y el país:

“Por unas de tus venas me iré Cibao adentro”. O este otro “Es que, Compadre Mon, cuando yo quiero saber el mapa de la tierra, miro la carta de tu piel, cosida a tiros”.

Tanto Compadre Mon como los demás personajes populares se encuentran definidos a través de los objetos sencillos y animales domésticos: la tambora, la gayumba, la guitarra, el trapito, el caracol, el chivo, la cotorra y el canario. Dichos objetos y animales remiten a una relación metonímica emocional. Por ejemplo, el “trapito”, que sirve para secarse las lágrimas, se encuentra en relación con la pena. También, la tambora, el instrumento musical más importante en el merengue, sirve como pretexto para una reflexión acerca de la antítesis vida/muerte: “La muerte aquí, vida dando”.  A través de la metonimia, los objetos se encuentran en una relación existencial de conigüidad. Compadre mom es, además de una alegoría de la nación dominicana, un libro de gran calidad poética.

En 1951 publica Los huéspedes secretos, en 1956 el libro de poemas Sexo y alma y en 1962 el poemario 14 mudos de amor. De estos últimos,señalan que el erotismo tiene su punto culminante en la obra de Manuel. Es un poemario exquisito por su belleza, estilo y profundidad, por su consistencia, y es una de los puntos más elevados de toda su obra. Corresponde a una etapa de madurez de Manuel del Cabral como escritor. Hace una ulización inteligente del tema sexual como denuncia política.

Cuentan que, en una ocasión, cuando Juan Bosch, (cuentista, ensayista, novelista, narrador historiador, educador y que después se convertiría en el presidente de la República Dominicana), que lideraba en aquel entonces la lucha en el Movimiento de Liberación Dominicana contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, se encaminaba a Chile a participar en un congreso. Al llegar al aeropuerto de Buenos Aires y hacer el trasbordo, se encontró con Manuel del Cabral. En ese momento era  ministro consejero de la embajada dominicana, y le esperaba con un fuerte abrazo. Entonces Juan Bosch le dijo “Cunito pero tú te estás volviendo loco, si Trujillo sabe que tú viniste a recibirme eres hombre muerto y Del Cabral le respondió, “Ay Juan, ¿qué carajo sabe Trujillo de literatura y de poesía?” Se convirtió en su ayudante hasta que Bosch pudo hacer el trasbordo hacia Chile.

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En 1963 se instauró la primera democracia dominicana con la presidencia del profesor Juan Bosch quien le designa a Manuel como embajador en Chile. Siete meses después un golpe de Estado saca del poder a Bosch, se produce una rebelión popular y Estados Unidos ejecuta su segunda intervención armada contra la República Dominicana.

El poeta, indignado por ver miles de soldados extranjeros invadiendo a su isla pequeña, escribe en Chile el emblemático libro “La isla ofendida”. Poco después el gobierno de facto, encabezado por un Consejo de Estado, toma represalia contra él y lo destituye. Regresa a la Argentina donde permanece sin empleo hasta el 1966 año que Joaquín Balaguer, instalado en el gobierno por las fuerzas de ocupación, le devuelve la plaza en Buenos Aires con el rango de ministro consejero.

En Buenos Aires se vinculó a figuras de la dimensión de Pedro Henríquez Ureña, Ernesto Sábato, Nicolás de Avellaneda, Quinquela Martín, Jorge Luis Borges, María Belén Luaces, Nélida Pessagno y Ernesto Sábato. Con Pedro Henríquez Ureña cultivó una relación especial, éste  “le transmitió las enseñanzas de su humanismo”. Argentina significó mucho, casi todo para él; escribió en ese país sus mejores libros. El destacado académico argentino conocido por su vocación socialista, americanista y antiimperialista Manuel Ugarte, tras dedicarle cientos de horas de estudio, escribió el libro “Cabral, un poeta de América”, sobre su poesía.

Manuel del Cabral levantó su voz por los oprimidos, por los negros, por los criollos, y por todo el que padecía; defendió a la República Dominicana, su país, en todos los momentos apremiantes.

En los 80 regresa definitivamente a la República Dominicana. Fue premio Nacional de Literatura en el año 1992. Fue propuesto para el premio Cervantes en España, para el Caonabo de Oro en Santo Domingo y en Madrid el Prometeo de oro. En Buenos Aires fue galardonado con el premio de literatura Martín Fierro, uno de los premios más importantes tanto en Latinoamérica como en Europa. Gabriela Mistral consideraba a Manuel del Cabral como uno de los cuatro grandes poetas de América en aquella época, junto con Rubén Darío, César Vallejo y Pablo Neruda.   Es el poeta dominicano más antologado y el que mayor difusión ha alcanzado en el extranjero.

Su producción como cuentista es bastante amplia y apreciada por el público y la crítica. En su producción de cuentos se encuentran: Veinte cuentosLos relámpagos lentos y Cuentos cortos con pantalones largos. En cambio, como novelista no tuvo tanto éxito. En 1970 publicó su novela El escupido y en 1973 El presidente Negro. En ella predijo  que en los Estados Unidos sería elegido un gobernante de ese color, cosa que, dada la discriminación racial, se veía como imposible, y se produjo el 2008 con la juramentación de Barak Obama.

También escribió ensayos, piezas de teatro  y un libro autobiográfico Historia de mi voz, en 1964. También fue pintor. Una parte de su producción aún permanece inédita.

La fundación Manuel Cabral, a cargo de su hijo,  difunde la obra de Manuel del Cabral.

Octavio Paz dijo de él “Tengo a manos obras que me enviaron. Sobre todo la del gran poeta Manuel del Cabral. Muy interesante y quizás la más completa y sustancial de la República Dominicana.”

El poeta Manuel del Cabral junto al Presidente Joaquin Balaguer - Poesia Online
El poeta Manuel del Cabral junto al Presidente Joaquín Balaguer

Del Cabral se caracteriza por la fuerza y la belleza de sus imágenes. La contundencia y originalidad de su discurso poético, la variedad y profundidad de los temas que aborda, la intensidad lírica que logra en su poesía, la ternura mágica en sus cuentos y prosas poéticas, la claridad y fortaleza de sus denuncias sociales y la vocación reflexiva de sus introspecciones. Otro elemento a resaltar de su obra es la presencia de elementos naturales: pájaros, árboles, ríos, brisa. Transitó las palabras con lenguaje simple y profundo. Buscó y encontró la musa, en los panoramas del mundo, por eso, frente a los retos sociales, se autoproclamaba el poeta internacional.

Amanda (Chinchina), una de las hijas de Manuel del Cabral, dice que su vida junto a él fue diferente a la de los demás niños porque no fue un hombre común, y porque le enseñó los valores intrínsecos de la libertad.

La obra de Manuel del Cabral ha sido reconocida por su impacto en la literatura dominicana y latinoamericana. Ha sido una gran influencia para poetas como Pablo Neruda y Octavio Paz, quienes reconocieron su originalidad y compromiso social.

Palabras acerca de una situación vivida por  el cuentista, novelista y poeta Pedro Peix con Manuel del Cabral acerca del “silencio” al que muchos grandes autores se ven apocados por sus contemporáneos:

“Nunca olvidaré aquella noche insólita y mezquina en que Manuel del Cabral, recién venido de Argentina, llegó a la Biblioteca Nacional a recibir la natural solidaridad y ovación que debía ofrecerle una nación agradecida a un poeta que había tomado por asalto con la mirada más de un cielo y quizás el antiguo polvo de mares y ciudades que nadie había podido nombrar sueño adentro.

No obstante haberse anunciado el encuentro-homenaje en todos los medios de comunicación y de registrarse una “invitación pública” para las ocho de la noche, una hora después no había llegado nadie y ya a las diez de la noche – caminando por las galerías abiertas y rugientes de la Biblioteca – le dije a don Manuel que nos fuéramos porque ya no era digno esperar a nadie.

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En esos años don Manuel vivía por los anexos del Hotel Embajador y en el trayecto, a fin de confortarlo y encontrarle alguna remota causa al desaire, más allá de la confusión de horas o del día mal elegido, le recordé aquella anécdota ya clásica de Baudelaire: alguna vez también había sido invitado a una comparecencia pública y luego de un tiempo prudente, al ver que no llegaba nadie, decidió hablar y declamar su poesía ante un auditorio completamente vacío. Al momento de concluir se detuvo como al escuchar unos aplausos imaginarios y dió las gracias con solemne cortesía. Y se fue solo, tal como había llegado.

Así mismo, del Cabral sobrevivió al silencio de su país, al desdén de su generación, a la befa de sus contemporáneos y a la mordacidad soterrada con que muchos mediocres “a tiempo completo” lo trataban al verlo ir y venir por las mesas de redacción, por las cafeterías, por las librerías, por los cenáculos de académicos parlanchines y crecidos con una gloria de ratoneras, y ni qué decir cuando iba y venía por la calle El Conde esquivando en cada esquina los fangos de su época, la nombradía y la opulencia de quién sabe cuántos miserables encumbrados que no supieron los huéspedes de otro tiempo que marchaban tras su rastro.”

Tomando  también una anécdota de un contemporáneo poeta, enayista, narrador ,de República Dominicana,   Armando Almánzar- Botello, cuenta un relato anécdotico, develando la camaradería, la actitud jovial y el sentido del humor de Manuel del Cabral frente a Fernández Spencer, también poeta y “su adversario favorito” y de cómo jugaban en su dialéctica en el lugar que, por el galimatías de  personajes, como dice “kafkianos, becketianos, oníricos, circenses..”, incluyéndose él mismo, en un guiño de humor, reseña: “Don Manuel, con la angélica arrogancia infantil que lo caracterizaba en ocasiones, decía que, después de Pedro Henríquez Ureña y de Juan Bosch, la figura literaria dominicana más conocida fuera del país era justamente él: Manuel del Cabral. Todos los presentes, menos yo, se rieron a mandíbula envidiosa, batiente y resentida.”

 

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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

https://www.zendalibros.com/5-poemas-manuel-del-cabral/

https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_del_Cabral

https://elnuevodiario.com.do/historia-del-poeta-manuel-del-cabral-en-buenos-aires/

https://elnuevodiario.com.do/manuel-del-cabral-3/

https://hoy.com.do/lo-genial-y-lo-divino-en-manuel-del-cabral/

https://acento.com.do/opinion/compadre-mon-de-manuel-del-cabral-poetica-del-desconsuelo-8833269.html

https://www.embajadadominicana.com.ar/novedades/natalicio-de-manuel-del-cabral

https://poesiadominicana.jmarcano.com/a-c/cabral/

https://sololiteratura.com/manuel-del-cabral/

https://dominicanaenmiami.com/?p=3941

 

https://elnuevodiario.com.do/chinchina-busca-el-tiempo-la-musa-del-poeta-manuel-del-cabral/

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/02/el-senor-spencer-y-el-senor-del-cabral.html?m=0&fbclid=IwAR0T1QYY-dEZFi2Ot0HctaFJfnFgeF1K-p_aKGFsxzFNt9Uy8TM09qqJwto

Los hombres no saben morirse (ildialogo.org)

 

SELECCIÓN DE POESÍA DE MANUEL DEL CABRAL

CARTA A MI PADRE

¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?
Padre mío,
lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores.
Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte.
Yo, como el alfarero con su arcilla en la mano,
lo que me diste en barro te lo devuelvo en arte.
Creo ya, que ves claro, por qué levantar puedo
este lodo animal -espeso de pensar-.
¡Siempre habrá un alfarero con su sueño en los dedos!
Padre mío, ya ves,
el agua que me diste, venía de una oscura
profundidad de vida, pero como los ríos
primeros de la tierra, aquel goterón mío
se me llenó de altura…
Qué más quieres, no pudo
hacerse licenciado mi corazón desnudo.
Era mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes
lo grave que es a veces
un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!
Quizá, por eso, aquello
que me dieron horrible, preferí darlo bello.
Diáfano para el trino; para negocios, bruto,
este es el fruto:
con un poco de ti, y un poco del destino
que me puso en la mano
lo divino
con lo humano,
todo lo que en la carne hay de oscuro y perverso
te lo devuelvo en verso.
Qué más quiero, ¿mi herencia? Para qué, padre mío.
Por mi herida de hombre sale un niño cantando.
¡Lo que la tierra piensa, se hace voz en el río!

 

COMPADRE MON

“Tanto he pisado esta tierra,
que es ella la que anda ya.”
Compadre Mon

Por una de tus venas me iré Cibao adentro.
Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos
te podaba las barbas
como quien poda un árbol de la patria.
Y también Domitila lo sabrá, Domitila
que mientras comadreaba tenía entre las manos
unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo.
Y hablo de Domitila, porque sin esa cosa…
quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo.
Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre.
¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes
que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?
Tu caballo
hubiera sido siempre una bestia cualquiera.
Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño
ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela;
todo lo que en tu cuerpo y en tu aire
es la tierra que quiso no quedarse dormida.
Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela,
a la escuela te llevan en la boca los niños.
Es que no quiero hablar de tus cosas mayores,
ni aún de aquella extraña madrugada en que diste
órdenes a un soldado
para que repicara las campanas
por tu llegada al pueblo.
No.
No quiero hablar ahora de tus cosas de todos.
De lo que quiero ahora
es hablar del remiendo que te hacía la tía
en aquellos no aún gloriosos pantalones.
Hablo de la ternura con que tú ya besabas
sus manos costureras, cuando aún tus bolsillos
se cargaban de piedras para romper faroles.
La gente que te vio tan pequeñito
no pensó que la tierra se iba a poner tan grande…
Ahora,
cualquiera cosa tuya huele a patria.
Hasta Tico, el lechero
que llega con un poco de leche en su sonrisa,
y me dice:
aquí, Manuel, estuvo Mon un día,
¡que no rompan la silla donde lo vi sentado,
arrimao a esta puerta!
Ya ves, Compadre Mon,
no puedo hablarte ya de cosas grandes;
tu pistola, tus barbas, tu caballo,
tu nombre,
todo es pequeño junto a esta sonrisa.
¡Cómo brilla tu historia en los dientes de Tico!
Qué grande estás, Compadre Mon en esas
cosas pequeñas.
¡Por las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro!
El maíz no lo sabe,
ni el trueno,
ni el agua.
Pero tú estás en el maíz del niño
que piensa crecer mucho y tener tu tamaño,
y tener un caballo como el tuyo
que entró en la historia a fuerza de ser patria.
El trueno no lo sabe,
pero tú estás en la garganta ronca
de los tambores que enronquecieron
de tanto hablar de ti…, de los rugidos
del paso de tu sangre.
El agua no lo sabe,
pero eres, el agua con un cuento…
tú le pusiste edad al agua de los hombres…
al agua que más duele, la pesada
¡que siempre llena venas, y con sed siempre el hombre!
Sin embargo, no quiero,
no quiero hablar, compadre Mon, de esas cosas visibles tuyas…
Yo prefiero decirte que Cachón, un muchacho
enclenque de mi pueblo,
estuvo muchos días y demasiadas noches,
torturándose,
fabricando,
puliendo unas estrofas, y luego, sin comer,
muchas veces,
iba a mi casa, casi asustado,
casi tartamudo, sorprendido,
y como quien comete su más sagrado crimen,
me decía: -Manuel, aquí tengo una cosa
que quiero que tú veas.
Pero nunca, nunca pude leerla,
porque temblaba para darme aquello…,
y volvía a su casacón aquello en secreto,
y volvía a pulir,
y a no dormir,
ni comer,
y volvía a hablar solo.
De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho débil escribiendo tu nombre,
buscando entre tus barbas raíces de la tierra,
los árboles perdidos de la patria…
De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho en huesos
que iba a la barbería
y diez veces le preguntaba al barbero
que cuánto le debía…
(Porque, Mon, es muy triste
no terminar un verso).
Aquel muchacho simple que perdió la memoria
y que yo le decía que comiera…
Aquella emoción pura que al nombrarte, parece
que se abría las venas para que se bebieran
hondo y tibio tu nombre.
Esto sí me parece que no deja que el tiempo
gaste hasta lo más simple de tu voz:
tu sonrisa.
Y a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde
haciendo el hoyo puro
del futuro cadáver de tu cuerpo
(porque nunca supiste que tu muerte
no cabe en ningún hoyo de la tierra).
Yo mismo que de niño te conocí en el aire
que respiraba el pueblo,
iba ya repartiéndome tu vida,
iba haciéndole un poco de mis cosas,
iba ya no dejándole morir…
Después el campamento se ocupó de tu nombre,
de tus cosas mayores.
Y era difícil ya, que como un hombre cualquiera,
te pegaras un tiro,
o te entregaras a menudencias,
a pequeñas manías;
porque hasta aquellas inútiles palabras a tu gato
tenían ya un sentido,
porque así son, Don Mon, todas las cosas
que pertenecen a lo que ya tiene
tamaño de destino…
Un simple canto de gallo que despierta
las cosas de la mañana,
toma de pronto la estatura de un siglo.
Si entre las cosas que se despiertan con su canto
se levanta un caballo con la historia en el lomo.
Te estoy diciendo esto, viejo Mon, ahora
en que hacer unos versos y ponerse a decirlos
es un peligro… tan grande
como ponerse a hacer la patria
con sables de madera de sándalo.
Porque nosotros, los que hacemos
estas cosas de sueño, no estamos preparados
para la fiesta del honor con precio…
Yo voy, a ratos, ciegos que tocan su instrumento
por unos cuantos cobres. Muchas veces,
después de sus canciones, voy a verme al espejo,
y miro bien mi cara para ver si es la mía…
Porque, a veces, cuando cantan los ciegos,
muchas cosas del cuerpo voy dejando
no sé a dónde…
Por eso,
pregunto por mi nombre cuando cantan los
ciegos.
Te estoy diciendo esto porque a veces
lo que nació en tu pecho lo tienes en la mano…
Te estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos,
hablas conmigo cosas que hablando no me dices.
He caminado mucho por los ríos
que vienen de tu cuerpo cuando a oscuras
te hicieron; y sé que cuando sangras
te salen por las venas los sueños más varones.
Es que desde hace tiempo,
tú construyes la patria, destruyéndote.

 

POEMA 1

La tierra por aquí cuando madruga,
siempre despierta con las amapolas
que nacen de repente en las pistolas.
Aquí, donde las balas se redimen.
Donde un dedo de Mon es una historia.
En esta tierra es caballero el crimen…
En esta pequeñita geografía,
en donde siempre la palabra macho
es una catedral desde muchacho.
Aquí, donde la voz está en el cinto,
entre la dentadura de las balas,
entre la dentadura del instinto.
Aquí el crimen no tiene olor a plata.
El hombre aquí, para matar es niño,
porque también para ser niño mata.
Aquí mi tierra, la que en la cintura
lleva un cuchillo,
porque siempre tiene el corazón
entre la mano dura.

 

POEMA 2

Como frente a una carta de raíces,
para saber el mapa de la tierra
yo me puse a leer tus cicatrices.
Sólo un hombre está allí, y es tan humano
que ya puedo saber, viendo sus dedos,
a qué sabe la tierra en una mano.
A qué saben los ríos…, tu sangría…
Y a qué saben las piedras de tus callos.
Porque tu cuerpo es una geografía.
Compadre Mon, pero la tierra asciende:
tu corazón no cabe en la moneda.
Su tamaño tan grande lo defiende.
Y en el filo lo vi de la navaja;
tú lo tirabas a los desafíos
como aquel corazón de la baraja.
Pocas cosas son tuyas como aquello
que te late y lo sacas, pero el filo
que se mancha con él… está más bello.
Ni tu caballo que ganando meses
es la mitad de tu figura y sabe
ser familia de balas y de peces.
Ni tu acordeón que cuando lo exprimías,
la gente de la tarde ya miraba
por el aire los trapos de tus días.
Hasta los bueyes de los ojos llanos
tras el boyero que regresa triste
con la palabra hombre entre las manos..
Hoy ni los cerros, los que ya no veo
con sus barbas de niebla que se queman
antes que el día, con el tiroteo.
Nada tiene más tierra enfurecida,
en nada hay ya más campo, cuando sale…
cuando te sale el campo por la herida.
Es que, Compadre Mon, cuando yo quiero
saber el mapa de la tierra, miró
la carta de tu piel, cosida a tiros.

 

POEMA 3

Y aquí, Compadre Mon, aquí en el río
cabe el cielo, lo mismo que en tu mano
cabe la historia de tu caserío.
Nada mejor que oír hablar tu dedo,
aquel que aprieta tu gatillo y pone…
pone de pronto hasta valiente al miedo,
Tu sonrisa caía como un hacha
sobre los hombres, cuando tu botín
era sobre tu potro una muchacha.
Aquí recuerdo tus amaneceres,
cuando pasaba tu caballo tibio
con las ancas fragantes a mujeres;
cuando en la madrugada las estrellas
eran los agujeros: los que hacía
tu pistola buscando hacer el día.
Por eso aquí, frente a tu potro, callo…
¡Tanto en la noche su galope oía,
que era la madrugada tu caballo!
Pero tal vez la tierra no lo sabe:
oigo que su galope llena al tiempo,
que su galope en el presente cabe.
Tierra por ti, Compadre Mon, durando.
Tú que nunca quisiste ver el cielo
para que no te hiciera un poco blando.

 

POEMA 18

Qué bien, Compadre Mon, tu voz de mito
se me ensanchaba, cuando me decías:
—-en aquel vientre me madura un grito—.
Y como si apedreara al tiempo humano,
sale otra vez tu voz llena de pájaros,
sube otra vez como entenado grano.
Tú que no vuelves imitando al río.
Más por el vientre aquel que hundió tu goce,
oye tu voz de nuevo el caserío:
—Nueve lunas lo van desenterrando.
Es aquel grito que enterré dormido.
Hoy está Dios más criollo trabajando—.
—Tendrá un caballo grande y siete novias,
y no verá la mar, ¿para qué verla?
¿Para qué, con un potro, conocerla?
—Tu grito es corto, pero no es estrecho.
—La tierra es ancha, pero siempre cabe
en lo que te golpea dentro el pecho.

 

PALABRA

Palabra, ¿qué tú más quieres?
¿Qué más?
Vengo a buscar tu silencio,
el que a fuerza de esperar
se endurece.., se hace estatua,
para hablar.
Ya ves, palabra, ya ves,
herida tú, sin edad…
¿Qué hará contigo el soldado?
¿Qué harán los grillos? ¿Qué hará
en la punta de la espada la eternidad?

 

CARTA AL INDIO RAÚL

Raúl, cuando los hombres llegaron
con su emoción a sueldo, con su sueño tasado,
yo sé que tú no lo sabías, no lo sabes aún…
ellos vendieron todo, lo hipotecaron todo,
pusieron triste hasta los dientes de los niños,
el aire lo ficharon,
la atmósfera tenía su agrimensor,
la palabra era un ruido de espada sin historia.
Pero Raúl, ayer te vi bebiendo,
bebiendo un agua suelta que rodaba su cielo…
Por tu cuerpo, Raúl, que no tiene bolsillos,
por el liquido indio que te sale a centavos,
el sudor que no cobra como el aire en la boca.
Tiemblo, tiemblo, Raúl, para escribirte,
tiemblo Manuel adentro.
Porque, Raúl, es que no quiero
poner tan en peligro tu sonrisa, ni tu andar tímido,
ni tus pies olorosos de honestidad descalza,
ni tus manos que luchan con vacíos pesados…
ni el rostro peligrosamente manso de tu silencio
cuidadoso de no matar hormigas…
Pero no, que no vengan a la ciudad tus cosas,
porque, Raúl, qué hermoso estás sin calles,
con tu vaca, tu silbido de pájaro, tu leche primitiva
igual que un niño triste con su trompo.
Yo sé que todavía tú aúllas con la lluvia,
y la palabra hombre se quema entre tus manos.
Pero quédate allá, Raúl,
quédate con tus uñas vegetales,
quédate con los siglos que amasando azucenas
fabrica tu sonrisa.
Ya sé que estás desnudo, pero, Raúl,
aún pones algo en tu carne.., tu sonrisa:
retacito de gasa en tus heridas.

 

CARTA BAJO LA LLUVIA

La gente de mi pueblo, la que acostumbra
en cada puerta a comadrear el alba,
me cosquillea el instinto, me lo avispa, lo madruga
mucho antes que el gallo, y empujándolo como
en su primer quitrín que rodaba Santiago,
se va de vena en vena por mi cuerpo hasta el alma,
como de puerta en puerta desde el horno la espiga
va en su tibia fragancia dando el alma del trigo.

Esto también lo sabe casi azul Domitila,
la domadora de Compadre Mon, la que suave,
abre sus manos de patio, y siente que se llenan
de las barbas de Mon, y siente que sus dedos
se pueblan de refranes, y el pueblo en ellos cabe,
igual que todo el cielo cabe en una ventana.
Pero todo, todo está aquí en mi sangre:
la flaca silla antigua, mi candado de tabla,
y hasta de contrabando la palabra Manuel,
porque es mi nombre, pero aquel apodo
es el que juega con el perro y canta.
Bajo la lluvia, y se le poner ronco
le tambores el pecho cuando lo atolondran
los truenos y los rayos.
Hablo ya de aquel niño que al cochero
con el seco relámpago del látigo
Le pronto enfurecía sonándolo y buscando
hacerle ramalazos a un polizón: mi apodo.
Es que Manuel aún yo no me llamo.
Todavía llueve, mucho en mi pueblo.
¡Todavía
yo no puedo ser hombre cuando llueve!
Cuando cae agua gorda me pongo a hablar con alguien,
toco el espejo y veo si es mi última cara.
Porque comprendo
que tengo que buscarme cuando llueve.
Es que todo, todo está aquí en mi sangre,
por eso
siempre llueve en mi pueblo, y terco,
hay un niño corriendo con su apodo, que a ratos,
grita alegre de truenos y huracanes,
porque siempre
hay un Compadre Mon en la tormenta.

 

AIRE

En una esquina está el aire
de rodillas…
Dos sables analfabetos
lo vigilan.
Pero yo sé que es el pueblo
mi voz desarrodillada.
Pone a hablar muertos sin cruces
mi guitarra.
Pedro se llaman los huesos
de aquél que cruz no le hicieron.
Pero ya toda la tierra
se llama Pedro.
Aquí está el aire en su sitio
y está entero…
Aquí…
Madera de carne alta,
tierra suelta:
Mi guitarra.

 

AIRE DURANDO

¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?
Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja…
Este sudor… ¿por quién muere?
¿Por qué cosa muere un pobre?
¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!
Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja…
¿Quién acostó su estatura
que su voz está parada?
Hay muertos como raíces
que hundidas… dan fruto al ala.
¿Quién ha matado estas manos,
este sudor, esta cara?
Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja…

 

LA ISLA OFENDIDA

Santo Domingo: ataúd de la OEA;
aquí está ya la autopsia de la sucia…
la higiénica asquerosa,
celestina sin pueblo que vende nuestros pueblos.

Mi pequeño país
solo
solitario,
ha tenido el honor
de enterrar enterito ese cadáver.

(Y que apunte el notario:
lo enterró sin ayuda).

Sin embargo,
todavía
la difunta se mueve…
Los huesos dé la
O
de la
E
y de la
A
recorren los palacios sinvergüenzas,
se disfrazan de libertad,
hacen discursos con palabras arrodilladas,
mientras tanto,
legalizadas ametralladoras,
balas sin pasaporte que ponen gringo el aire,
balas con leyes de sonido rubio,
balas extrañas,
signen,
siguen,
violando mi pequeña geografía.
Sin embargo,
los huesos de la
O,
la
E,
la
A,
tranquilos y orgullosos,
llegaron a un acuerdo…

¿A cuál?
A que no ha pasado nada…

Pero los muertos de mi pequeño país
hicieron un esfuerzo,
se levantaron y están con ellos discutiendo.

 

¿A QUIÉN VIENE A VER USTED?

Hoy está el pueblo en mi cuerpo.
¿A quién viene a ver usted?
Usted no ve que esta herida
es como un ojo de juez…
Usted que se trae los grillos,
¿a quién viene a ver usted,
que anda más con el instinto
que con los pies?
Usted que trae el olfato,
pero con luz viene a oler;
meta la conciencia aquí…
y no la deje en la piel.
Usted que se trae la bala,
viene a saber por qué fue…
Si hay un rico en este lío,
¿a qué viene? ¿Para qué?
Aquí sólo hay una boca,
hay una voz, una sed.
Un trozo de grito sangra.
¡Lo cortaron como res!
Usted que se trae las llaves,
¿a quién viene a ver usted?
Vea estas manos callosas,
ropa rota y sin zapatos
unos pies.
Usted que se trae las manos
pesadas como pared…

¿no ve el hambre?
¿no la ve?
Tápenle el grito a este hombre;
y aunque es más la voz que el pie,
pónganle grillos, que sólo
el pobre cabe en la ley…
¿No ve que la sangre huye
y no se sabe por qué …?
Pero yo sé que hay aquí
quien se la quiere beber …
¿A quién viene a ver usted?

De: Manuel del Cabral, Poemas.
Edit. El Francotirador, 1999

 

¿CUÁNTO LE CUESTA EL CIELO A UN CAMPESINO?

¿Cuánto le cuesta el cielo a un campesino?
Diez velas para que llueva.
Otras diez para que escampe.
Un año de abstinencia sexual con cielicida.
Sólo un huevo en las tripas protestantes los lunes.
Diez pesos para ungüentos a las llagas
de sus rodillas:
que son las cenicientas de todas sus promesas.
Un caballo y un pollo para la sotana
y también la sobrina
por las dudas…
Mientras tanto,
empezaron los perros a ladrar a la radio.
Algo se está pudriendo.
Algo de pesticida tiene ya este ladrido.

 

LOS HOMBRES NO SABEN MORIRSE

Los hombres no saben morirse…
Unos mueren no queriendo la muerte;
otros
la encuentran en un beso, pero sin estatura…
otros
saben que cuando cantan no le verán la cara.
Los hombres no se mueren completos, no saben irse enteros…
Unos reparten en el viaje sus retazos de muerte;
otros dejan el odio para cuando vuelvan…
Otros se van tocando el cuerpo
para saber si salen de la trampa…
Los hombres no saben morirse…
Unos van dejando su yo sin comprenderlo;
van dejando basura para escoba esotérica;
otros
se vuelven hacia adentro ante el vacío…
Pero todos,
con el cadáver de su tiempo al hombro,
todos,
todos son el Uno,
el Uno que sólo por amor vuelve a la tierra.

( De Los Huéspedes secretos)

 

HUÉSPED MAYOR EN TRES INICIACIONES

INICIO PRIMERO

¿Tendrán los ciegos, oh infinito,
más niebla que los ojos que te miran?
He procurado contemplarte con la tranquilidad
que me es dable como humano.
Luego he querido hablar,
pero he comprendido que el sonido no es puro;
sólo cuando yo estoy junto a los niños
a nombrarte me atrevo, oh infinito.
A veces me es difícil convencerme
de que estoy hecho del material de tus distancias.
Pero si no viviera entre las sombras,
¿con qué estuvieran hechas mis preguntas?
Si no existiera la muerte de una madre o de una niña,
¿cómo podría pensar en ti,
en tu impasible silencio de grandeza?
¡Oh infinito, cómo puedo ser hombre
si tú desde lo alto me enseñaste a ser niño!

INICIO SEGUNDO

Si en el temblor de un yerba con rocío
puede mi instinto alimentarse de tu espacio,
¿con qué ojos puedo mirarte?
¿Con qué frente puedo concentrar tu inefable estatura?
Una ventana abierta poblada de tus altos secretos
me recoge, a ratos, con una quietud, con una serenidad
que sólo comprende tu silencio de estrellas.
Suelo, entonces, conversar conmigo mismo,
y acurrucado en mi propio pensamiento
encuentro que es un crimen que me llame Manuel,
encuentro que es un crimen el tamaño del hombre,
encuentro que es un crimen su tamaño de carne.
Y sólo tú, oh infinito,
recoges mis preguntas, te ocupas de esta hormiga,
te ocupas de limpiarle su mirada y la frente,
te ocupas de quitarle su cantidad de tierra.
Porque tú, sólo tú, inevitable infinito,
eres humilde en esta brizna de yerba húmeda temblando.
¡Enséñame a decírselo a los hombres!

INICIO TERCERO

Hoy he recobrado todas mis fuerzas, me he preparado
para poder contemplar tu plural presencia.
El hombre, es verdad que piensa,
pero es difícil, dentro de su brevedad,
que pueda comprender lo total de tu anchura,
la dignidad de tus nieblas
, la cualidad de tus abismos;
ni siquiera presiente
la grandeza de los pequeños seres que lo rodean
y que tienen su secreto tan justo,
tan virgen como el de los astros.
Pero el hombre puede derribar desde su frente
a las bestias que viven en su sangre desde su origen;
y entonces, oh infinito,
a pesar de tu extensión, a pesar de tu altura,
a pesar de tu distancia sagrada,
la pobre criatura del hombre, podrá, sin gran esfuerzo,
comprender que todo aquí es vorágine,
pura vorágine;
y podrá, también, comprender que lo soltó un hondero;
que somos una piedra —quizá la de David—,
una piedra que hace siglos anda en busca de su blanco,
pero una piedra, ¡ay!, que no encuentra al gigante,
porque inefablemente rueda dentro de él.
¡Oh infinito, sólo mi nacimiento puede dolerme igual
que tu presencia Virgen ante el hombre!

HUÉSPED PRIMERO

Los ríos todavía no robaban paisajes,
aún andaban tibios por las venas de Dios,
y todos los caminos comenzaban apenas
a dibujarse en las arrugas de su frente;
la espuma de los peces meditaba, ya inédita,
en los bucles del amo;
el huracán era aquello que sólo
fugaba en una débil visita de fragancia
cada vez que movía su labio el gran anciano.
Fue así como saliste para que la mañana
no asustara a las bestias primeras de la tierra.

HUÉSPED SÚBITO

Ahora estás aquí.
¿Pero puedes estar?
Tú dices que te llamas… Pero no, no te llamas…
Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,
a confirmar que no existes,
y es probable que desde entonces no te nombre,
porque cualquier detalle, una línea, una curva,
es material de fuga,
porque cada palabra es un poco de forma,
un poco de tu muerte.
Tu puro ser se muere de presente.
Se muere hacia el contorno.
Se muere hacia la vida.

HUÉSPED CAÍDO

Después de aquel aliento de sagrada neblina,
después de aquel gran soplo;
se veían los duendes fabricando las cosas.
Luego,
comenzaron los gritos a tener su tamaño.
Pero el pensamiento todavía
era un pájaro virgen que buscaba
dónde ser habitante de la tierra;
y se posó en aquello…
en el árbol que huye de la tierra hacia ella,
en el más hondo e inquieto de los árboles:
en el árbol ardiendo de la sangre.
Después… —¡oh cáscara del viento!—,
ven a oír este ruido, este fruto sonoro,
esta palabra líquida que corre como un látigo
pegándose a sí mismo, rabioso de su encierro.
Ven,
ven a oír este insomnio en su oficio más puro,
este temblor que canta.
Ven.
Oye la sangre,
que la sangre piensa.

HUÉSPED NO QUIERO

¿Lo comprenden los hombres?
¿Lo comprenden las cosas?
La mariposa en llamas,
la terca que se muere
sólo de claridad,
de claridad secreta.
¿Se llama así la fiebre?
¿Busca su nombre todo lo que tiembla?
Pero aquello que late,
sin agua,
sin viento,
sin lumbre,
sin tierra,
¿lo comprenden los hombres?
¿Lo comprenden las cosas?
¿Qué hace aquí este huésped?
¿Qué hace aquí en la carne,
este temblor tan limpio,
tan exacto,
tan plural y con cara de mi origen?
Todo está como el agua,
como la ola:
¡sólo el temblor me inventa a cada instante!

HUÉSPED YA ENTERO

Y ahora…
Mientras oigo un gris rumor de flautas antiguas,
los hombres hablan apresurados de comercio;
yo no sé de dónde estoy llegando,
pero me encuentro anormal entre los hombres con espadas
ellos se rodean y viven de eso que sirve para la salud animal;
ellos mueven la lengua con cierto juicio de hormiga,
son metódicos, conocen cuántas veces
es que debe solamente moverse su lujoso sentimiento.
Pero, y tú, pequeña ironía que te llamas hombre,
¿sabes lo que es pensar para siempre
porque no tenemos otra cosa frente a las estrellas?

HUESO DEL CANTO

Súbito un piano me mastica el pecho;
nunca fueron más tiernos tantos dientes.
Yo soy un lujo de este siglo: pienso.
Secretean mis tripas como trampas
de violines caníbales.
Esto es vital pero también romántico,
si a través de mi cuerpo pasan las golondrinas alimentadas por mi transparencia.

Pero un pan me persigue si me alelo,
mas yo sigo poeta.

A estafador se mete mi silencio carnívoro,
mas yo sigo poeta.
Se me vuelven ministros los colmillos,
mas yo sigo poeta.
Los arzobispos se me cuelan, trepan
hasta mi yo que está decente huyendo.
Mas yo sigo poeta.

Pican la piel de mi apellido hormigas,
pero yo estoy de espaldas,
no soy tiempo.
Conspiradores besan mis flaquezas,
pero mi ser no sale.

Se me acerca una voz, pide mi espacio,
entretiene mi sí, no mi por qué;
mi yo no sale.

El planeta me dice: «estoy volando».
Son mis alas, le digo,
son mis alas…

 

LETRA

Letra:
esqueleto de mi grito,
pongo mi corazón sobre tu muerte,
pongo mis más secretas cualidades de pétalo,
pongo…
la novia que he guardado entre el aire y mi cuerpo,
mi enfermedad de ángel con cuchillo,
mi caballero ausente cuando muerdo manzanas,
y el niño que hay en mí, el niño
que sale en cierto día, el día
en que la mano casi no trabaja,
el día en que sencillos
mis pies pisan los duendes que están en el rocío
haciendo el oro joven del domingo.

Todo lo pongo en ti,
y tu siempre lo mismo:
estatua de mis vientos,
ataúd de presencias invisibles,
letra inútil.

Todo,
todo lo pongo en ti, sobre tu muerte.

La letra no me entiende.

Sin embargo…

 

ODA PARA OTRO IDIOMA

Hombre que hablas inglés,
tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado
tus pies.

Hombre que estás callado no callando,
dímelo, tú, no hablando:
¿Con qué metal acuñas
este brillo que hoy juega en tu sonrisa:
la que nos llega tarde, más tarde que tus uñas?

Pero aún en la espuma de tu sonrisa hay olas,
hay un pez educado que a su hora es cuchilla.
La geografía misma no quiere ser sencilla,
y parece que a ratos hasta piensa tu roca:
¡no ves que ante el Caribe, como si nos buscara,
la Florida es un diente que le crece a tu boca!

Pero no, que no es
el cocotero simple que gotea su coco
lo más duro que ves:
si la isla que tiembla en este poco
de sudor de pupila, se le rueda a los negros,
con esa gota lavan algo más que la piel…

Esto el aire lo sabe, mientras tanto
el ron escribe equis con tus pies de turista,
y la isla, la isla, me la pisa tu vista.

Se ve que por aquí,
tú vienes blanco, pero tus negocios…
como la piel de Haití.

Mas ya pisando el blanco silencio del mulato,
con sus ruidos redondos … tu barato
volumen anatómico pasa fragante a pipa,
y así, sobando perlas para cuidar tus tripas,
llegas oliendo a superficie cuando,
el hombre es por aquí
duro por fuera, mas por dentro, blando:
es como el coco que lo parten y…
para aquel que lo pica,
le da blancas entrañas, como cuando sufriendo
se parte en dos la cara, riendo la Martinica.

Sí, esto también lo sé, sí,
cubriendo el horizonte sólo veo
tu corpulento instinto de civil jabalí.
Y también todavía mi casa es grande, pero…
siento ahora que pesan, más que ayer, tus zapatos.
A fuerza de tu sombra, se hace el sol más mulato,
Del tamaño del mapa se te ponen los pies.
Es que de pronto suelta tu sonoro amarillo
un huracán que viene del bolsillo,
huracán que a la vez
juega con las Antillas,
y como la sotana cuando pasa,
pone de rodillas
los de casa…

Ya ves,
hombre que hablas inglés.

Tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado tus manos
y tus pies…

 

PEQUEÑA CARTA A UNA ROSA

Déjame ver qué lloras, que tienes tantos párpados.
Déjame ver qué gozas, sexo de tantos labios.
Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.
Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,
tú que apretando alas, todo el amor del bosque
me lo das en tu breve primavera,
déjame que la mano te conserve,
déjame …
Digital biografía de los duendes,
cerebro del jardín, pasto del sueño,
tú,
que encuadernada en pétalos no vuelas,
pero en el aire estás, te vas muriendo
cuando te respiramos,
cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver,
cuando a vivir empiezas como pájaro,
como trino extraviado que oye sólo el olfato.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto,
sin embargo, yo que en tu poco espacio, tanto aprendo,
que veo en tu rocío que hay párpados secretos,
vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.
Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios
de mi fluvial mirada, siempre triste,
tú que creces de súbito
cuando te da estatura mi llanto jardinero,
tú, que sin comprenderlo,
indefensa en mis manos me defiendes.

 

FLECHA DEL SEXO

Dios terrestre, plural como el verano,
trampa por donde llegan el espacio y el tiempo,
catedral de secretos sorprendidos,
tu, solo y todo, sexo.

Lo demás…
un montón de cuchillos en los ojos,
unas viudas por tí resucitadas,
un enfermo que ruega
que no laven las sabanas del lecho
sucio de primavera violentada,
y el sesentón sentado en sus horarios
para que en sus arrugas caigan besos
sonoros y redondos como monedas tristes
y el narcisista
que una novia tiene en cada curva
de su cuerpo que es todo, todo sexo,
y se besa y se cuida
como un número terriblemente solo.

Ahora está lloviendo pueblo adentro,
y es materia no simple
la de la costurera que cantando parece
que va cosiendo por sus huesos nombres,
y va llenando el aire de cosas masculinas:
amuletos de Juan, bueyes de Pedro;
pero, de las nieblas llegando,
sólo es Guaco,
el campanero que le llena el cuerpo
de la boda imposible de los pájaros,
porque es Guaco:
animal dulce como un fruto a tiempo.

(…)

Es que también sabemos
que cuando de tu trampa inevitable sale el tiempo,
el aire crece como un hombre;
sin embargo sólo toma altura…
sólo cuando se pone del tamaño de un grito.
Pero callemos,
que la madera grita en primavera.

 

SEXO CUMPLIENDO

Digitales delicias gobiernan superficies.
El lecho cruje,
cruje de pueblo fabricado a besos.
De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas,
y un sabor hay de mar que busca no ser agua,
sabor de ropa derrotada a clima,
a ternura de plumas prisioneras,
a mañana que anda por su cuerpo,
por su aluvión de tibia nieve a sueldo:
censo precipitado, derretido,
pequeña muerte desprendida viva.
Desprendida,
invadiendo dominios de líquidas raíces,
y a ocultos empujones azules, por sus venas:
nadadores extraños, materiales secretos
que galopan cruzándose de vida;
un resbaloso mundo de minutos con siglos,
un semental tumulto que anónimo prepara
espacios dolorosos,
números obligados a levantarse como héroes…
Sin embargo, gomas hay ataúdes,
redes para mariscos terrenales,
se coagulan sus ángeles sin puerta,
cielo de caucho eunuco los ahoga,
mata sus puros empujones blancos,
mata sus furias de humedad reunida.
Pero terca,
toda la zoología se le sube a su cuerpo,
por sus manos elásticas como palabras,
por el valiente oficio de pan que hay en los senos,
anda un blando, anda un suave,
anda un dulce silencio de leopardo.
Y la materia tiembla,
tiembla sobre boticas y birretes,
sobre encuadernadores de siglos educados,
y como un dios que entra
apartando trigales enlutados,
sólo su clima sólido de súbito
abre auroras profundas, vigiladas,
para poner de pie cada año a la tierra.

 

MUJER CON ANILLO

Mujer que estas un poco en este anillo,
casi un poco, tal vez
lo que dura en el lecho
la palabra mujer.

Mujer que cabes en un ruido rubio.
Mujer,
que pasas por mi boca como el agua
que no quita la sed.

Mujer que te repartes en mis cosas.
Mujer,
te estoy tocando ahora, pero ahora
sólo toco tu piel.

Cuando estás en mis dedos
me pareces de viaje.
Tal vez,
es así como quiero,
pero no como amo.

Déjame que me quite
este lujo del cuerpo.
No ves,
que me pesa este anillo…
¿no lo ves?

Déjame que te use con los ojos.
¡Qué bien!
Los ojos se me llenan
de paisajes de tren.

Es que hay algo pasando …
¿No lo ves?
Tú del tamaño de mi lujo sólo.
Mujer,
que rodeada estás por este anillo
de honradez.

Me quitaré tu nombre repartido,
tal como cuando llego de la calle:
que me quito del cuerpo
cotidianos detalles.

Ya ves,
mujer que eres a veces propiedad de mi alma,
y a ratos,
propiedad de mi piel.

 

MI SANGRE

Tantos ríos que soltaron
bajo mi piel. Mas no sé
por qué lo que me golpea
siendo agua tiene sed.
Viajero que dentro el pecho
a caballo siempre vas.
Por la herida sales, pero…
no creo que a descansar
Es estrecha la salida
para aquello que se va.
¿Va el río adonde, si el río
la sed no le quita al mar?
Viajero que dentro el pecho
oigo que quieres beber…
¿Para qué, si eres la fuente,
para qué corres con sed?
Tú galopas aquí adentro
como queriendo llegar…
¿Pero a dónde vas, viajero,
si eres tú la eternidad?

 

HUÉSPED YA ENTERO

Y ahora…
Mientras oigo un gris rumor de flautas antiguas,
los hombres hablan apresurados de comercio;
yo no sé de dónde estoy llegando,
pero me encuentro anormal entre los hombres con espadas
ellos se rodean y viven de eso que sirve para la salud animal;
ellos mueven la lengua con cierto juicio de hormiga,
son metódicos, conocen cuántas veces
es que debe solamente moverse su lujoso sentimiento.
Pero, y tú, pequeña ironía que te llamas hombre,
¿sabes lo que es pensar para siempre
porque no tenemos otra cosa frente a las estrellas?

 

MI TRANSITORIA AMANTE: LA NADA

El sexo de mi padre me escupió sin permiso,
por su ilustre saliva resbalo todavía…
Pero antes…
antes que el viaje inmóvil de mi feto
concentrara horizontes en el vientre,
dormí contigo oculto, concubina del tiempo,
nada precipitada de líquidas delicias,
cuando aún no sabía que el océano era
una gota animal que se caía
mucho más que de un párpado, de un odio,
pero como una boca que está llena de besos
y en uno
los da todos…,
he juntado silencios en un sitio del pecho
y los solté en tu cuerpo, como los pescadores
cuando pescan carnívoros relámpagos
para de nuevo echarlos a las profundidades.
Sin embargo,
yo siempre,
yo mismo,
parecido a los dedos buscadores de piojos,
te busco como algo que hace tiempo molesta
Pero ahora…
Mientras te husmea el número que piensa,
mientras de noche inquietas al instinto,
yo te cuento los años en mi carne;
tu profunda estatura va en mi metro de huesos,
tu silencio en mi cuerpo tiene un ruido de hambres,
tu espacio no se mide si tu espacio es mi grito,
y quien toque mi frente tocará lejanías,
tocará tu distancia…
Pero,
sabemos que, además,
cuando el cuchillo busca caminos en la carne
como si persiguiera conversar con tu origen,
hay también un después que en tu hueso es un antes…
En tu hueso que es mío,
cuando a mi cráneo con amor le digo
Sitio de mis abismos, ¿dónde tienes
lo que abarca profundas lejanías
¿Dónde está lo que encierras si está libre?
¿Para qué entonces tú, si él es espacio?
Tus paredes están llenas de tiempo.
Puedo medir tu piedra y tu existencia.
Comprendo que también a cada instante
te doy un poco de lo que sucede
en un rincón cualquiera de mi cuerpo.
Comprendo
que mi novia está en ti cuando yo estoy sin ella.
Comprendo
que de repente aquello que te llena
de monedas de astros tu alcancía,
también se va por el calor de un seno
y se queda de reo entre dos besos
o se adelgaza como una mano fina
que acaricia las cosas que yo tocar no puedo.
Lo comprendo…
Sé bien que piedra tú no eres a veces,
que tú a ratos
tienes mucho de mí…
mucho de aquello…
Basta con que tú seas mi distancia,
si tú estás en el pan que no me dieron
y en el beso caníbal
que nos da la mirada cuando ama.
Pero cráneo,
tú que eres
hoy la piedra mayor del esqueleto,
la más alta del bípedo arquitecto,
la más civilizada de las piedras…
la más honda de nuestra arquitectura…,
eres también
la más vieja de todas las cavernas…
Sí, hermano, tú fuiste la primera,
la primera guarida… ¿me comprendes?…
Sin embargo,
no hace mucho tiempo…
hoy,
ahora…
sale de tu caverna el pensamiento
como hace muchos siglos que salía…
El hombre lo vistió de caballero,
le puso togas y le dio palabras…
Pero es inútil, sí, lujo lo manso.
Tu más viejo inquilino, cuando sale,
sale de tu caverna con más dientes…
Es el mismo, ¿lo ves?, tu primer huésped
que sale como ayer de tu guarida
armado de cariño y luz felina.

 

TIERRAS CASI SIN MON

CARTA INICIAL

Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta
el retazo de cielo de un viejo callejón,
que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón.
Limpio como el silencio que el sol le da al anciano,
he salido desnudo en carne de conciencia,
y parece que tengo la mañana en la mano.
Hoy puede yerme el hombre por mi abierta ventana.
Me hallará transparente como el agua con cielo.
Me enseñó a hacer mi casa la mañana.

CARTA PARA UN PININO

Allá cuando a mi infancia le cosían su fiesta
igual que a mi camisa, con aguja y dedal.
La carne estaba tibia del vientre todavía.
Cuando por mis entrañas sólo andaba mamá.
Y yo que usaba el alba como anillo de cobre.
¡Cuánto me duele ahora crecer lo que crecí!
Mi infancia fue aquel poco de lluvia de camino,
allá, no más, en donde… con un poco de mi,
y otro de qué sé yo…
de gallinas pintando
sobre el barro mojado
arañitas difuntas
que calentaba el sol.
Lo demás…
Arañazos.
Yodo.
Gritos.
Pan.
Y andando por mi cuerpo como una hormiga boba:
mi mamá.

SEGUNDA CARTA A UN PININO

Era el tiempo en que tenía
piececitos-aviones
ante el fantasma cíe la policía.
Y madrugaba nuestra fantasía
para robar centavos,
antes que la mañana
tras la fragancia tibia de la panadería
fuese de puerta en puerta
por la calle aldeana.
Blanca de mundo y de cuidados vanos
te me fugabas cuanto más crecía,
igual que el globo que se me rompía
si mucho le aventaba entre mis manos.
Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría.
Me pesa tanto el hombre que no puedo correr…

 

AIRE NEGRO

Cantan los cocolos bajo los cocales.
Ya la piel del toro muge en el tambor.
Los temibles lirios de sus carcajadas:
sus furiosas lunas contra el nubarrón.
Está fiero el cielo que cayó en sus ojos.
Lucha con ancas de la hembra el son.
Por entre pestañas de los cocoteros
cuchillos de vida le clava ya el sol.
Nórticos turistas mascan voces negras;
piel color de rosa trópico quemó;
pipas neoyorquinas, tufo de cerveza;
(se tragó la kódak los Papá-bocó).
Las cocolas cantan cánticos calientes,
cantos que retuercen vientres de alquitrán,
y entre sus corpiños tiemblan cocos negros
que a los cocolitos vida blanca dan.
Recia risa, a ratos, hace heridas blancas.
Hoy su noche alumbran, y anda por su piel
ya borracho el son. Mas, la borrachera
que entra por sus belfos, sale por los pies.
Y los dulces huesos de la dura caña
no tienen más mieles ni más duros son,
que la carne negra de la negra alegre
que se alegra a golpes de tambora y sol.
Sube por su cuerpo de bestia divina
fuerte olor a tierra. Su respiración
viene como un viento del ciclón del Cosmos,
(la emborracha el rito mucho más que el ron).
Sale ya del vientre del tambor la selva.
Ya la piel del toro muge en el tambor.
Y contra el silencio de sus ruidos roncos
la negra desnuda parece una voz.

 

UN RECADO DE MON PARA BOLÍVAR

Ya están guardando hasta el aire que nos regaló tu espada
Hoy cuesta el aire un fusil.
Ya ni en el mantel te vemos, tú que estabas en el trago,
en la vaca y el maíz.
Mira la casa, tu casa, es tan grande, tan inmensa,
¿pero en dónde está la casa, aquí donde el trigo
piensa?

Mira sus habitaciones, carpintero que con balas
le hiciste puertas al rancho, ven a ver su dueño, a Sancho,
¡que hasta en su burro hay más alas!

Desde los golpes de Estado, hasta el burócrata vil,
en uno o en otro modo, vi en tu América de todo,
mas tu América no vi.

Como no cabe en el hoyo ni tu caballo inocente,
con tu espada y sobre el bruto, hay quien da ruidoso luto
todavía al continente.

Estas tierras que salieron todas de tu pantalón…
Mas olvidaste una hazaña: nos liberaste de España,
pero no de lo español.

Somos España hasta cuando ella no queremos ser…
Ya ves, buen Simón, tu espada, en ti mismo está clavada,
al clavarla en ella ayer.

Pero tú estás todavía en esa piel que medita
del negro que a fuerza humana, siempre su noche se quita,
hoy con risa de mañana.

Oigo aún también tu voz en la carita de un cobre
que en el burriquito andino va con el indio y el trino
que hace al aire menos pobre.

Mas el mapa nos lo muerden con un diente no común,
por ese diente, ya ves, van a tener que volver
Cristo, Don Quijote y tú.
Pero tú, baja pronto, que la casa
ya espera con su luz boba
—barrendero de América—
tu escoba.

 

CAMINA

Camina el jefe del pueblo
después de beber café.
Y una voz que no se ve,
grita al oído:
-Mire, jefe, que hay un hombre
que allí está herido.
-Lo sé.
Camina el jefe del pueblo
después de beber café.
Y vuelve la voz y dice:
-Jefe, que un hombre no ve;
tiene llanto entre los ojos,
y tiene plomo en los pies.
-Lo sé.
Sigue caminando el jefe
después de beber café.
Y la misma voz le grita:
-Murió un hombre allí de sed.
¿Qué haremos, ahora, jefe?
-Que haga pronto el hoyo usted.
Y el jefe sigue su rumbo,
pero también
el jefe sigue pensando …
Piensa sólo a qué hora es
la otra taza
de café…

(De: Compadre Mon, 1943)

 

LA PREÑADA

Mira la tierra abierta, Entra un sol panadero
a dorarle las ubres de futura parida.
Yo no…
yo entré casi rezando… Dejé de polizón
en tus venas un ángel marinero,
que será de los dos…
¡Oh vientre que con nieblas, siempre hace el alba
Ahora que el cansancio que tú tienes es mío,
ahora, que está en plural tu voz.
Mira aquí lo remoto,
lo que no es mío ni tuyo
y lo hicimos los dos.
Por tus venas un ángel marinero
-mediterráneo por tu corazón-
anda tirando redes, poniendo enternidades
donde sólo minutos puse yo…

 

CRUCIFIJO

Jura el juez ante ti, ¡tú moribundo!,
el mismo juez que condenó tu hechizo…
Así es la cruz, infierno y paraíso.
Unos besan tus pies, otros tu mundo…
Pueblos juntó tu beso vagabundo,
odios juntó la ley cuando te quiso…
Mas hoy, también, en mineral, sumiso,
te saca amor de tu marfil profundo.
Ya no estás en la cruz, y allí estás fijo.
Sotana vive aún del moribundo…
Sale sangre social del Crucifijo.
Tú que te vas porque ya soy tú mismo,
mendigo que fortunas costó al mundo,
te llevas pobres, pero no su abismo…

 

TONO CUARTO

Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,
yo decía estas cosas llenas de transparencia.
Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,
a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.
Mas por entre la niebla de mis barbas de loma
me salen los recuerdos, frescos como palomas.
Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,
el pasado se cae de mis labios, y digo:
Era el tiempo en que tenía
piececitos-aviones
ante el fantasma de la policía.
Y madrugaba nuestra fantasía
para robar centavos,
antes que la mañana
tras la fragancia tibia de la panadería,
fuese de puerta en puerta
por la calle aldeana.
Blanca de mundo y de cuidados vanos
te me fugabas cuanto más crecía,
igual que el globo que se me rompía
si mucho le aventaba entre mis manos.
Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría.
Me pesa tanto el hombre que no puedo correr.
Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:
corría con la lluvia, temblaba con el trueno.
¿Tú también lo recuerdas?
La barriga desnuda se chorreaba de miel,
mientras los astilleros dedotes del abuelo
a ratos fabricaban barquitos de papel.
Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,
como tú ya lo sabes, le pusieron
más espina que rosa.
Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,
pero tiene parientes… Los que ven mis pupilas.
¿No sientes un caballo, y la gran negra capa
de un jinete que corre pisoteando este mapa?
Esto pone a la infancia a crecer de repente,
lo mismo que de súbito crece un agua de fuente.
¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío,
cuando como temblores subterráneos
pasan patas equinas que hacen brotar un río
de venas de llantos sobre campos de cráneos?
Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,
la novela de un brazo que alza una mano rota,
dando cuerdas a un débil monótono organillo,
le regala a la infancia su sonoro castillo,
algo que ya no tienen los hombres de la tierra,
hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra
Mañana pelearemos sin ir a la batalla,
pues es la que nos mata, la guerra que se calla,
y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-,
a la muerte perfecta como un odio en el lecho.
Pero ahora no quiero seguir estos detalles,
déjame que te hable de nuevo de mis cosas,
tal como si de pronto te hallaras por la calle
unos zapatos rotos…
donde un canario tiene su más cómodo nido
de poeta remoto…
Así, Rubén, ayer, y quizá con razón,
le dije cosas raras a mi Compadre Mon.
Por ejemplo:
Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta
el retazo de cielo de un viejo callejón,
que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón.
Limpio como los vientos del molino aldeano
he salido desnudo en carne de conciencia,
y parece que tengo la mañana en la mano.
Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana.
Me hallará transparente como el agua con cielo.
¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana!
Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo
sólo escribir la mano de una vida que tiene
aún todo desnudo.
¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo,
como un traje ya viejo, pero querido, uso?
Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo.
Lloras un agua tan clara,
que no parece dolor.
Hoy está triste tu cara.
Pero no tu corazón.
Mira un niño que corre por la playa, parece
que el otro niño, el mar, habla con él, y crece.
Allí llena de cosmos su voz la caracola,
donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.
Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer!
Porque al nacer tan grandes
no te vimos crecer.
Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:
suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo.
Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte
que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte.

 

HUÉSPED SOLO

Todo lo encuentro, pero no en su sitio.
Veo allí unos objetos que me hacen recordar mi penoso camino;
los toco, los siento como pegados a mis preguntas,
son los de siempre,
pero al contacto de mis manos toman otra estatura;
tienen la edad que tienen mis cosas físicas
pero si de repente le cae a la yerba rocío,
pero si de súbito cae un poco del día en la fresca herida,
los pequeños objetos toman de pronto edades increíbles:
ellos mismos se toman el derecho a la voz,
se levantan como un día con anchura de madre.
Porque también es madre la tiniebla
de donde sale un poco la historia de la sangre.

 

HUÉSPED DE FONDO

Luego llega su rostro de mañana que huye.
Pero huye. No llega. Dibuja sus temblores.
Se queda del tamaño de la esencia. Se queda
donde debió quedarse la primera Primavera,
donde debió quedarse
aquel retozo limpio del agua con el día.
Los niños de aquel patio que juegan, no lo saben,
pero ya me enseñaron a hacer blanda la tarde;
tú vienes mientras tanto con tu rostro de agua,
tú tomas como el agua cualquier forma del hueco;
la lluvia me comprende, por eso viene a veces
a escribirme tu nombre con hilachas de fuga.
Si tal vez hablo un poco de mi manía, y cuento
que aquella simple gota que se cayó del párpado
tomó estatura grave, pues mirar se podía,
dentro de su caliente cristal que meditaba,
los gusanos pulidos de tus dedos de hembra,
tus moluscos que aún viven en el agua salada
de una gota que tiene de caída en la tierra
la edad del primer diente…
Pero,
si tal vez no hablo nada de mi manía, duerme,
que así estarás más cerca,
porque cuando me callo, es cuando estoy cantando,
Y cuando estoy cantando cometo siempre el crimen
de inventarles a los hombres las cosas que me duelen;
cometo siempre el crimen
de decir algo nuevo diciendo cosas viejas…
¡ Sólo el dolor inventa!

 

HUÉSPED EN TRANCE

Todo aquí tiene sitio. Pero las cosas cuando yo las toco,
¿se parecen a ellas?
Yo vengo ahora mismo de un móvil pero fijo
territorio sin fecha. Puede el árbol nombrarme,
darme estatura el viento. Puedo decir también
que todas las cosas me esperaban.
Mi trato es el del río con el del día que lo besa.
Un pájaro que vuela comprende mi llegada.
El barquero
que espera los viajeros para llenarles los ojos
de otra ribera, sabe perfectamente
por qué he venido desde remotas tinieblas
a esperar a los hombres.
Quizá junto a los ojos que se van hacia adentro
para mirar las cosas de los ciegos, quizá junto al latido
del material que tiembla,y habla sólo temblando;
quizá junto a la herida que se llena de hormigas
como si con la muerte fabricaran la vida;
quizá junto al soldado que se va por el agua
que no tiene regreso y abrió la puñalada, quizá junto al soldado
que en vez de ver su herida se pone a ver la noche con estrellas,
como si por las altas rendijas de los astros
ve que hay algo más grande que está herido, y sonríe.
La muerte, su muerte, levanta la mañana.

 

HUÉSPED DE LA SALIVA

Madre saliva, beso derretido.
Mi jugo pensativo de la fruta sagrada.
Agua de los idiomas, sudor de la palabra.
En ti que hay la estatura primera de la vida
y te mueve un molusco de blandura temible.
Espuma transitoria pero siempre presente,
allí donde es fecundo el ocio de la lengua,
en el preciso instante cuando yo te pregunto
si está en tu paraíso resbaloso la tierra.
Te gastan las comadres en pequeños detalles,
tú que a veces te pones en tu más alto oficio,
allí donde el ilustre caer de tu llovizna
es polvo sacudido del libro de los labios.
Mas yo te vi de pronto salir como una piedra
y caer en lo puro de la cara humillada.
Madre saliva: un día, escupieron la cara
de Dios, y, desde entonces, la tierra no está quieta.
Desde entonces hay alguien que mueve las entrañas
del viento y de las aguas;
porque hace tiempo, oh tierra, que el mar sube saliva;
¡la de todos los náufragos que escupieron a Dios!

 

EGO DE HUÉSPED

Entonces…
¿Quién es que aquí me dice: —mira esta niebla, ven
a recordar tu forma primitiva? ¿No sientes
que andan peces antiguos por tus venas recientes?
¿ Quién el útero virgen del pensamiento preña?
Algo que vaga, crea, si es un ocio que sueña…
Ven a mirar tu origen que es casi amorfo, ven.
No ves que hay un solemne misterioso vaivén:
una onda que viene de no terrestres puntos
y alimenta con hondo e inefable alimento
los más sutiles filtros que hay en el pensamiento.
Barro y alma ¿qué han hecho? ¿Quién los ha puesto juntos
en este espacio ardiendo que va en el cuerpo mío?
¿Hay acaso un sentido no propio que trabaja
desde un remoto aliento tercamente en mis cosas?
¿Si he sido yo otras veces, si tal vez soy el río
que desde alguna oculta montaña siempre baja,
puedo yo estar tranquilo de este andar que no es mío?
Aire puro, a ti solo puedo decirte algo;
si vengo de las nieblas, ¿quién me ha puesto de galgo
en esta caza oscura donde una voz escucho,
una voz que me empuja, una voz que me manda
a recoger, aún viva, la codiciada presa…?
Pero, aire puro, dime: ¿por qué con ella lucho,
y entre mis dientes sangra sólo luz que se agranda,
como si entre mi boca mordiera la belleza?
¿Dime, aire puro, dime, qué voz es la que escucho
que ya no me detengo y es con la luz que lucho?
¿Es que ya entre la sangre que va en el cuerpo mío
lo más distante tiembla con mi nombre,
igual que aquella altura que tiembla bajo el río?

 

EL HUÉSPED DE PIEDRA

Recordando el tatuaje ritual de los marinos
los náufragos de ojos redondos como el miedo,
firman con arañazos en mis carnes su nombre.
Pero un náufrago terco
de mar equivocado por mi sangre,
arañazos me hace tan secretos
que me llena de hondas escrituras de clave.
Huésped mío,
¿qué buscas?
¿qué quieres, que a fuerza de ser mudo me golpeas
como un odio sin puertas?
¿Qué más quieres?
¿No oíste?
¿No me oyes?
¿Son tan hondos tus ruidos?
¿Qué cincel hace tiempo le da golpes azules
a esta piedra triste tirada aquí…
mi cráneo?
Ahora tú, tú sola.
¡Oh muerte que me pones ya tan joven!

 

EL HUÉSPED DE LOS PÁJAROS

Yo sé bien que se hiere cuando silba.
Comprendo que la tarde la va haciendo su canto.
Me sé bien de memoria que su garganta pone
más azul en los charcos que pisan los boyeros; y pone
unas tierras extrañas en las bárbaras guitarras
de los pinos.
Comprendo que en el cutis del mar escribe cartas
que sólo leen durmiendo los marinos;
comprendo que su pico
empuja a la mañana como el río sus rizos, la lleva
con el calor de un viento hasta los hombres. Comprendo
que sólo cuando él mueve las palabras, las cosas
van cayendo en la tierra con la novedosa inutilidad
que tiene siempre el árbol para dejar caer
sus profundos frutos, inevitables de ser un poco Dios.
Sin embargo, si no lo viera, si no lo tocara,
me sería difícil comprender su presencia.
No siempre
baja a tierra, pero siempre
bebe en el ojo suelto de un rocío.

 

HUÉSPED DEL AROMA

Toco el rocío y toco la mañana,
la mañana hacia el mundo de mi tacto.
Pero ahora, ¿quién anda? ¿Nace el aire en mi cuerpo?
¿Por qué tan insistente
esto que no me toca, pero que a ratos
respiro,
lo siento,
me tiembla?
De súbito me pongo a mirar cosas.
Y va pasando todo, pasa hasta lo fijo:
menos lo que respiro… Va perenne hacia adentro
Yo comprendo mi edad y mi tamaño,
pero hay un cuento que nació en el tacto,
hay un planeta que el olfato inventa,
un inefable clima que no cesa
de rodear mi varonil reposo,
de rodearme de calores de mito.
Así veo
que ya mi silla piensa,
que allí donde me siento y que no hay nadie,
debo pedir permiso y debo
comadrear con el pájaro enterado.
Sin embargo,
hablo con las tijeras que cortan los jardines
para saber si hieren a mi huésped.
Porque aquel que me rodea
duerme en la rosa familiar su siesta.

 

EL HUÉSPED BOBO

Desnudo como el susto,
él bebe cuando el río se hace a fuerza de luna,
y entonces, más ágil
que la neblina húmeda de cielo de su perro,
regresa de la yerba con un paso tan fresco
que parece el primer fruto de la tierra.
Después, casi en familia, va tirando palabras
en un solo rincón, ya parecidas
a la humildad sonora de la escoba.
Y luego se acurruca con la nada
deshabitado como un beso zángano.
Alguien lo ve,
lo siente
lo respira.
Su carne sabe a tierra. Por eso
se le suben a veces por su cuerpo,
no equivocadas, las chicharras,
y entonces su cuerpo canta,
canta
En tanto entre sus párpados
nada el día en agua boba.
Alguien lo ve,
lo siente
lo respira.
Después..
Una mano lo toca. Pero la mano
regresa parecida a una raíz.

 

UN HUÉSPED DEL MAR

Sus huesos de madrépora le crujen por la noche,
por eso cuando sueña
habla solo y conoce cierto idioma sin raza.
Yo no soy de su sitio,
pero conozco los rincones de su palabra;
él a veces nos deja, y, a pasos no comunes,
entra en el mar como hostia en la boca,
con un temblor de sagrado movimiento.
Luego sale contento, con ese goce
que traen los niños cuando vienen de las olas.
Después… cuenta cosas…
su extremada alegría es tal vez el alborozo de las olas
que se repite en su cuerpo,
y esto me hace creer que me trae la verdad entre sus manos;
así sus carnes húmedas de clima
tienen esa frescura de la madera nueva de los barcos;
y su voz llega oportuna,
igual que un salvavidas que cayera de súbito en mi sangre.

II
Siento, luego, que hierve mi silencio,
y de pronto comprendo que corre por mi cuerpo
una ola de abejas subterráneas.
¿Sé dormir desde entonces? Comprendo
que ser un poco dueño del sonido
es ya tener el duende de los ríos,
es ya saber que hay pájaros sin verlos,
es ya saber que hay
un misterioso sacrificio aéreo,
una labor puntual de ruiseñores,
un coro ciego de profunda escuela,
una batuta de los astros, una…
tan simple y tan solemne como el viento
que mece el cuerpo de los ahorcados.

III
Entonces compruebo que todo el viento
me cabe entre las manos;
mi habitación de súbito toma anchura más noble,
anchura donde puedo colocar mis desvelos, mi puro insomnio,
mi cuidado instrumento de belleza.
Y allí respiro,
y allí me encuentro;
allí sé para qué sirve mi inutilidad,
mi falta de memoria para la cosa útil,
mi orgullo ante los números,
mi egregio descuido.
Sólo comprendo que en aquel instante
mi habitación está llena de crecimientos,
llena de fiebre de pájaros,
calurosa de temblor,
conmovedora de ternura libre,
cruzada de caminos que sólo comprende
aquel que me ha hecho navegables las venas
para llegar a él… ebrio hacia adentro…
ebrio de él, borracho de su tuétano.
Pero tranquilo igual que su raíz de océano.

 

HUÉSPED DE LA LLAGA

En este pueblo de servicial mirada y precio limpio
conservo mi medida de objeto y de costumbre,
pero a veces me toco
casi lamiendo el cuerpo con mi mano, porque, temblando,
no me encuentro en mi cuerpo a ciertas horas.
No. No me encuentro en mi cuerpo… Yo no puedo
levantarme tranquilo como aquel boticario,
el viejito que a ratos prepara su receta, su ungüento, y luego
se duerme con los duendes que vienen de los dedos
del guitarrero, los duendes que de pronto
se le suben por sus barbas comerciales.
No. No puedo levantarme tranquilo. Me pesan demasiado
los diosecillos que vienen sin permiso del jardín
y comienzan a empujarme la sangre hacia remotas
y extensas regiones sin límites,
allá donde se pierde la estatura del hombre
y comienza la justa, la perenne, la casi puro origen
. Ah, pero yo vivo en este pueblo. Vivo de carne y hueso,
vivo de inevitable, no vivo de ” quizás” en este pueblo!
Cojo un papel y escribo:
Manso Pedro, comprendo,
no es que quieras fortuna,
es que se ve más limpia
desde un Packard la luna.
Sí. Yo vivo en este pueblo. Yo he dormido
en grandes ciudades, he respirado
su colección de muertes que a cada instante viven
en el remiendo honrado
de un pantalón bien puesto en la palabra familia.
Sí. Yo he vivido donde la muerte vive,
allí, donde la gran ciudad se pone del tamaño
de la mesa sin mantel,
y cabe en una miga de trigo, y cabe
en el profundo agujero de una sonrisa amarga, y cabe
en los niños que esperan tribunales.
Sí. La muerte vive allí… Pero la tierra crece
en la materia virgen de una falda que a ratos
cae enredada entre los linotipos, notarios, abogados.
Y luego el guitarrero con la aldea en las venas,
el guitarrero
que lento pone antiguo el aire joven. El guitarrero
que inesperado dice:
Cuando el río tiene piedras
canta más y está más alto…
por entre dientes de jueces
pasa mi sangre cantando.
No. No puedo levantarme tranquilo.
Ya es difícil que amarren este olfato de perro,
este perro no de lujo de mi sangre.
No. No puedo. Yo vivo en este pueblo.
Yo vivo de carne y hueso en este pueblo.
Yo vivo allí también… La tierra vive allí.
¡La tierra! ¿La ves?
Alguien que viene de las nieblas de los patios
escupe estas palabras:
El juez, mientras descansa,
limpia sus anteojos.
¿Y para qué los limpia,
si el sucio está en el ojo?
No. No puedo levantarme tranquilo.No puedo.
Yo vivo en este pueblo… Yo vivo aquí sin sobra,
sin sobra,¿me comprendes?
Yo vivo aquí… Aquí.
Por el ojo de buey de la llaga del boyero
un hedor de varón sale hacia el alba.
Un hedor de varón.., y un ojo ciego andando,
andando bajo el luto de una greña de moscas.
En tanto, como al margen de su llaga, el boyero
se detiene a mirar
el primer verde de la primavera.
Y luego se sonríe. Y habla con la mañana.
Y luego…
No. No puedo levantarme tranquilo.
Creció la llaga y ya todo lo puebla.
Toco mi voz, y toco ya la llaga.
Me toca el aire y toco ya la llaga.
Toco mis muebles, mi baúl, mi frente,
todo lo toco y toco ya la llaga.
No. No puedo.
Me cabe la palabra en este ojo:
me cabe el ruido de remotos filos,
caben mis pantalones, mi canario,
mi paciencia, mi odio, mi neblina,
mi comunión primera y voz abuela,
la catedral de mis ingenuidades,
mi primer novia y mi dolor primero,
mi claridad de río y de respeto,
mi silencio rural y mi revólver,
mi soledad de pan cuando no hay hambre,
mi voz de aceite cuando busco faldas;
todo,
todo mi pueblo cabe en este ojo.
Por este inevitable y solitario
ojo de buey, sonoro de mosquitos,
por. esta llaga —mi mejor ventana—
no veo el cielo, pero sí más cosas,
que por todas las puertas de la tierra.
No. No puedo. No puedo levantarme tranquilo.
Lo tengo allí sentado con su mirada terca,
lo tengo aquí en el aire constantemente viéndome,
junto a mi lujo, junto a mi apetito,
junto a mi percha, junto a mi manía
junto a mi voz,
junto al hueso profundo de mi frente.
No. No puedo. Me mira demasiado
este perro sin sueño:
el ojo de la llaga del boyero.

 

HUÉSPED DESENTERRADO

Toda la noche
la cotorra del brujo picoteando el silencio.
Toda la noche
estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas.
Toda la noche
el farol casi humano, con su poco de día,
matando la mirada dulce-azul del cocuyo.
Y nada.
El sepultado ni siquiera hedía.
Todo aire de muerto lo mataban las flores.
¿Es que se hundió como si fuera en agua?
Ayer, precisamente, se le vio en la bodega,
luchando entre penumbra con unos diosecillos
que saltaban sin tregua
desde el tonel del vino hasta la copa,
y corrían,
corrían,
como un grupo caliente de cosquillas
por su cuerpo varón y su neblina.
Toda la noche
estuvieron los hombres cucuteando,
registrando la tierra.
Sin embargo, mi perro está ladrando,
hoy a las siete de la mañana
mi perro está ladrando,
ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo.
¡Creció el cadáver igual que un árbol para dar su fruto!

 

HUÉSPED EQUIVOCADO

Esta es la noche…
Después… pormenores… detalles…
Hay en aquella niebla un sueño escrito.
Un odio entre paredes que se busca a sí mismo.
Una llaga maestra que da clases de vida.
Un sacrificio anónimo en el árbol.
Un siempre luto espeso que se usa en la sangre.
Un “voy a esperar”. Un grupo de conciencias que fabrican la nada.
Una mujer preñada que espera que comprendan
que una gota de semen puede ser presidente.
Y más allá en un oro que hierve de trajines
un grupo de comadres hormigas parecidas
a las conversaciones de los números,
Mientras unas palomas sin memoria
le salen de las venas al guitarrero herido.
Esta es la noche,
la que parece tierra,
la que puede llevarse bajo el pecho,
la que puede agarrarse entre los dedos,
como plomo,
como fruto,
como espada.
Esta es la noche,
la que también se pone del tamaño del hombre,
la que cabe en sus preguntas,
la que cabe en su mito de hueso,
la que le crea su fantasma sólido,
su religiosa,
su profunda presencia.
Esta es la noche,
sólo ésta es la noche.
En tanto unas palomas sin memoria
siguen saliendo de la sangre herida.
Siguen saliendo.

 

HUÉSPED AÚN

Unas hormigas pensativas suben ladrillos;
otras, pican la frente como buscando el instinto;
otras,
andan por entre alambres desenredando palabras,
haciendo elástica la voz de la gran urbe,
como gnomos que desde su misterio
arreglan y limpian los nervios del planeta.
Ya ves,
voy diciendo estas cosas,
para que el canario comprenda
que se encuentra en una fecha peligrosa.
Sin embargo,
por entre el sacrificio de los trenes,
por entre maletas llenas de corduras,
por entre familiares baratijas y falsas mariposas
de boletos ya sin mano,
este antiguo…
este empolvado y tembloroso pasajero,
se asoma a la ventana, mira el paisaje
y entonces atraviesa tranquilo los túneles,
las lluvias,
las ciudades;
él no me dice nada, pero yo sé que está tranquilo
después de haber tomado su medicina de paisaje,
su jarabe de río,
su ventana-país.
¡Qué bien!
Todavía no es tarde
para este terco,
para este dulce viajero de ventana

 

TRÓPICO SUELTO

(Poema en cinco acentos)

1

A ratos,
machacas rumbas con tus zapatos,
y tu cadera,
que padece una vieja borrachera,
y tu aliento
que a veces quema hasta el fular del viento,
saben a la locura de tu barro mezclado
de mula tropical, de sol quemado.

Mulata que te hicieron de la noche y del día,
en el café con leche
bebo tu carne de fantasía.
Tabaco para hacerlo picadura
con el cuchillo de la dentadura:
tu talle
que le roba los ojos a la calle.

Sobre las marejadas de la hamaca
meces tu carcajada de maraca:
como si de repente fabricaras la aurora
en tu carne de cuero de tambora,
de tambora, que a veces, roncos ruidos arrancas
para las tempestades de tus ancas.

Alma de raspadura y piel de ají,
quema y endulza tu mordedura.

Voy a decir que te metiste en mí
como si fueras una calentura.

2

No.

Hoy no sueño, no sueño, aquí está el sueño
en pequeños ciclones de gargantas;
encerrada la tierra en amuletos;
el trueno detenido en los tambores.

Buscando el cielo oculto de su culto
sube Haití por los pies hasta su grito.
Aquí está el sueño, se me pone grande
un mapa que me ronca y que me asalta;
aquí esta Haití metido en unos dientes,
aquí está Haití que se derrite en ritos,
aquí está, retorcido, de repente,
con golpes de mar seco y de azabache
Haití tiembla en un vientre.

Hoy no sueño, no sueño, aquí está el sueño
sudoroso y espeso, aquí esta el sueño
desnudo y pegajoso y poco ausente,
sueño de objeto oscuro y caso rojo.

Aquí está Haití metido en una hembra:
en una llama negra.

3

El tambor, a ratos,
va poniendo furiosos tus zapatos.
Ya con su limpia agilidad de fiera
trepa el son y trabaja en tu cadera.

La terca tempestad de la tambora
sopla la ola de tu vientre ahora.
Y tu taco toca, y tu taco así,
riega por el aire tu caliente Haití.

Reventó la selva, desde tu cintura
hasta el paraíso de tu mordedura.

Tu canción de curvas canta más que tú:
sabe los secretos que te dio el vudú.
Negra que sin ropa, tienes lo de aquel
que siendo secreto se quedó en tu piel.

Tiro mis ojos en tus pezones
cuando tu vientre derrite sones.
Trópico que bailas -deja que te siga
el terremoto de tu barriga,
terremoto alegre que sudando ron
con su voz callada canta más que el son-.

Negra desatada -deja a tu cintura
que se derrita con su calentura -.
Que ya van saliendo del ronco bongó
abuelos remotos del Papá-bocó
Abuelos que tienen en rumba enredados
tus supersticiosos pies huracanados.

Trópico furioso y alegre a la vez,
desde que tu rabia se bajó a los pies.

Ya te vas quedando vestida de viento.
Allí son tus pechos dos buches de ron.
Algo de la tierra me sube violento,
oigo que tus curvas cantan más que el son.

Y tu taco toca, y tu taco, a ratos,
echa al aire el Congo que hay en tus zapatos.

4

Hoy no sueño, no sueño, aquí está el sueño
metido en clima y derretido en ritos …

Aquí:

Pide collares la negra,
pide collares de hueso
al hombre oscuro que tiene
en su filo un cementerio.

Pide collares curiosos
la curiosa que en el viento
de pie a cabeza desnuda
deja desnudo al deseo.

Sombra que sigue a otra sombra,
inquieta su cuerpo inquieto:
negra columna de humo
que no se aparta del suelo.

Sabe a su isla de cocos;
mas, por ver si tiene miedo,
collares de cocodrilos
ponen duro el río entero.

Ya síntesis de la selva:
goza el peligro su cuerpo
que tiene el monte por cama,
que tiene el cielo por techo.

Y el caníbal que da oscuro
como su piel su veneno,
satisface la columna
de aquel humo tan espeso.

Mas, borracha de caprichos,
es una tumba su cuello
que tiene para su adorno
cadáveres de amuletos.

Y pide otra vez collares,
pide collares su cuerpo,
al caníbal que ha nevado
el camino con los huesos.

Y mientras brilla y espera
perlas macabras su cuerpo,
perlas que pesca el cuchillo
y lustran lenguas de negros,

corta la sangre cuajada
de una rosa, que en su pecho,
revienta como una herida
que le perfuma su cuerpo.

Hoy no sueño, no sueño, aquí esta el sueño:
aquí está Haití metido en una hembra:
en una llama negra.

5

Colasa: manteca inquieta
quemada a ron con vudú,
no se te va el retacito
de espiritismo que a gritos
esta entre tu ropa y tú.

Borracho de muchas cosas,
óyelo, Colasa, bien;
con cabellos de guitarra
te voy a enredar los pies.

Suma de abuelo tu carne
anochece amaneciendo;
tu cuerpo a palos moliendo
lo limpian de brujerías,
y tú roncas, como no,
tu cuerpo mismo el bongo.

Y ahora,
que venga el juez,
que venga y vea
que yo te amarre los pies.

Que venga la policía,
que otra vez
caliente mi mano agarra
los pelos de mi guitarra
para amarrarle también
al uniforme, la ley.

Pero de tu carne prieta,
quiero ahora, de una vez,
sacar una cosa blanca …
No ves que si está en tus pies
vas a machacar el alma.
¡El alma, Colasa, el alma!

La ves…

 

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