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258. POESÍA MÁS POESÍA: PIER PAOLO PASOLINI

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BIOGRAFÍA DEL POETA PIER PAOLO PASOLINI

Pier Paolo Pasolini es una de las figuras más controvertidas, e inquietantes, del mundo cultural de la segunda mitad del pasado siglo. Un poeta, novelista, cineasta, dramaturgo e intelectual comprometido, un moralista, un comunista idealista y milenarista, como él mismo se consideraba.

Un personaje al que, a pesar de que está cobrando renovada actualidad, no fue cómodo ni fácil aproximarse, pues huye de cualquier clasificación simplista: alterna destellos de lucidez escalofriante y propuestas que desconciertan por su escaso realismo o por su impropiedad.

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Polemizó con todos los intelectuales de su época, desde Moravia a Natalia Ginzburg, pasando por Sciascia, Calvino, Eco y buena parte de la cúpula del PCI. Criticó con dureza extrema tanto a la Iglesia como a la Democracia Cristiana y a los izquierdistas de Potere Operario o Lotta Continua: antifascista, fue, sobre todo, antiburgués, enemigo pasional del nuevo consumismo, del hedonismo de masas, de la tolerancia del nuevo “poder”, del desarrollo y, a fin de cuentas, de la modernidad.

Fue, casi, un personaje de otra época, derrotado por sus propias contradicciones y aniquilado físicamente en esa Italia que odiaba y amaba bajo los “años de plomo”.

Se ha dicho de él que fue el “último intelectual italiano”, un “profeta”, o, según Moravia, en su epitafio, uno de los tres o cuatro poetas que dejaría el siglo XX.

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Con su madre

Es difícil permanecer indiferente ante la obra de Pasolini, ya sea en la pantalla o sobre el papel. Tampoco ante su vida, tan llena de contradicciones, de luces y sombras. Pero lo que es indudable es que fue uno de los personajes más notables del siglo pasado, y que su vigencia se extiende hasta el presente.

Mi padre desciende de una antigua familia noble de la Romaña; mi madre, por el contrario, procede de una familia de campesinos friulanos que alcanzaron la condición pequeño-burguesa. La madre de mi madre era piamontesa, pero con vínculos con Sicilia y la región de Roma”. Así define sus orígenes en una entrevista.

Era hijo de Carlo Alberto Pasolini, un teniente del ejército italiano, y de Susanna Colussi, una maestra de educación elemental. Sus padres se casaron en 1921, y al año siguiente nació Pier Paolo, llamado así por un tío paterno. Nació el 5 de marzo de 1922 en Casarsa, en Bolonia (Italia), la “Bolonia roja”, y vivió en Belluno, Conegliano, Sacile, Idria, Cremona, Reggio Emilia, hasta que de nuevo en el 43 la familia se establece en Casarsa, la patria chica de su madre, hasta el 49.

Los constantes traslados se debían a los sucesivos destinos de su padre, oficial militar, distante, alcohólico, abatido. Su madre sería una referencia hasta su muerte, como lo serían Friul y Bolonia, los dos “paraísos” de la infancia y adolescencia, los de las primeras poesías, los de la fascinación por su dialecto.

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Tuvo una difícil adaptación a todos estos cambios, utilizando su tiempo libre en engrandecer sus lecturas de poesías y de literatura (leyendo a Dostoyevsky, Tolstoy, Shakespeare, Coleridge, Novalis), alejándose de su fervor religioso de sus primeros años. En la escuela de Reggio Emilia, conoció a su primer verdadero amigo, Luciano Serra. Los dos estuvieron otra vez en Bolonia, donde Pasolini pasó siete años mientras terminaba la educación secundaria. Aquí cultivó nuevas pasiones, entre ellas el fútbol. Con sus amigos formó un grupo dedicado a discusiones literarias. Publicó por primera vez a los 19 años, mientras se encontraba estudiando en la Universidad de Bolonia.

En 1939, Pasolini se graduó y entró al Colegio de Literatura de la Universidad de Bolonia, descubriendo nuevos temas, como la filología y las figuras estéticas de las artes. Sus poemas de ese período incluyen fragmentos en friulano, lenguaje que no hablaba pero que podía leer, al iniciar cada poema: «Aprendo esto como un acto místico de amor, lo mejor del felibrismo, que era un movimiento literario surgido en Provenza que defendía la restauración y depuración de la lengua, parecido a los poetas provenzales».

En el 42, a los 19- 20 años, publica su primer libro de versos, Poesie a Casarsa, en el 43 es llamado a filas y tras apenas unos días de reclutamiento huye regresando a Casarsa desde Livorno: teme que le persigan y teme la muerte.

Pronto se encontrará con ella: en 1944 muere su abuela y, un año después, se produce la masacre de Porzûs. Diecisiete partisanos de la Brigada Osoppo, de orientación católica y socialista, son asesinados entre el 7 y el 18 de febrero de 1945 a manos de otro grupo partisano perteneciente al Partido Comunista, vinculados a la Brigada Garibaldi y al IX Korpus, una unidad del ejército de liberación yugoslavo.

Entre las víctimas se encontraba Guido, el hermano menor de Pasolini. El golpe fue durísimo, pero no impidió a Pier Paolo afiliarse poco después al partido, con el que siempre mantendría unas complejas relaciones de respeto, crítica y nostalgia.

Pero algo hay en Pasolini que atrae y deslumbra y, al mismo tiempo, produce cierto rechazo. Si en sus películas a menudo no se sabe muy bien si son documentos etnográficos, tesis políticas, denuncias sociales o intentos de “construir” un realismo crudo y violento, en sus artículos de prensa tampoco sabemos, en ocasiones, cómo tomarlos. Son, por supuesto, intervenciones de un intelectual en un contexto muy determinado, escritos a propósito de situaciones o hechos concretos, en constante polémica con todo el abanico político de la Italia que denunciaba en busca de otra Italia que, en realidad, nunca había existido, al menos tal y como Pasolini quería presentarla. Mereció muchas acusaciones, algunas infundadas, otras no tanto, e intentó blindarse apelando a su naturaleza, a su heretismo, a que no le comprendían, a las cazas de brujas, pero no siempre era así.

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De lo que no cabe duda es que, como dijera Althusser a la muerte de Sartre, Pasolini nunca transigió con el poder establecido. Y eso tiene un precio.

“En el invierno del 49 hui con mi madre a Roma, como en una novela; el periodo friulano había terminado”, asume el autor. En el 50 ya trasladado a Roma, la ciudad de su madurez, la ciudad que recorría en busca de ese subproletariado que idealizaba y que amaba, en todos los sentidos: como lo muestra en su película Mamma Roma.

Doctor en Letras, profesor de Instituto, poeta friulano, Pasolini da, por fin, un paso más: escribe Ragazzi di vita, su primera novela.

Cierta crítica dirá, en relación a Pasolini que se trata de “un caso singular de sincera vocación traumática hacia lo subhumano, que se traduce en la frialdad inerte de un trabajo etnológico, de un procedimiento narrativo, todo construido y artificial”.

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Ha hallado los tres elementos que configuran la vida sottoproletaria y sobre ellos girará: “hambre, sexo y dinero”.

Si bien sufrió una denuncia por obscenidad, también mereció el Premio Colombi-Guidotti en 1955, como dos años después por Las cenizas de Gramsci, una serie de breves poemas jergo-dialectales, recibió el Premio Viareggio en 1957, y en el 59 por Una vida violenta, su segunda novela, el Premio Crotone, y el Chianciano, en 1961, por su libro de poemas La religione del mio tempo.

No es un desconocido, se reconoce su obra, se le invita a la India para homenajear a Tagore, un escritor al que apenas había leído y no apreciaba, circunstancia que aprovecha para escribir El olor de la India, un hermoso libro, pero un libro, más bien de “turista”, y comienza su obra cinematográfica: Accatone (1961).

Es un intelectual, es decir, un burgués, repleto de contradicciones que le atormentan, enamorado de un subproletariado en el que encuentra cosas que él a menudo pone previamente, un nostálgico y, también, un espectador pavorosamente lúcido de la realidad de su época.

Mereció muchas acusaciones, algunas infundadas, otras no tanto.

Poeta civil, se ha dicho de él que era un anti ilustrado, pero no un reaccionario, aunque a veces parezca más un ilustrado reaccionario.

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Influido por la semiótica de Peirce y la lingüística de Saussure, Pasolini, en sus contradictorios escritos sobre cine, proyecta llevar a cabo una semiología de la realidad a partir del cine; aún más, “desde hace tiempo tengo la ambición de escribir una Filosofía del cine consistente en la inversión del nominalismo: no ‘nomina sunt res’ sino ‘res sunt nomina’ (Las palabras no son las cosas, sino las cosa son la palabras). En suma, la realidad (espiada por el cine) es un ‘conjunto’ cuya estructura es la estructura de un lenguaje”.

No llegará mucho más lejos, no tendrá tiempo o lo dedicará a intervenir asiduamente en los medios de comunicación con constantes escritos polémicos, con denuncias, cartas y réplicas, los textos que le muestran como un intelectual que no pierde ocasión de tomar la palabra para decir lo que piensa.

A comienzos de los años 40, en plena guerra, publica unos artículos –podemos leer en algunos de ellos: Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas.

Más adelante colaborará asiduamente con la prensa comunista con sus “Diálogos con Pasolini” en Vie Nuove, después de Poesia in forma di rosa (1964), tras la aparición del Grupo 63, Passolini parece algo estancado literariamente, dedicado sobre todo al cine, y en el año clave de 1968 comienza una nueva serie de colaboraciones que evidencian su distanciamiento del PCI.

PASOLINI Y FELLINI 1950 - Poesia Online
PASOLINI Y FELLINI 1950

El 26 de enero de 1947, escribió una declaración en la página frontal del periódico Libertà: «En nuestra opinión, pensamos que actualmente solo los comunistas son capaces de suministrar una nueva cultura». Esto generó controversia partidista debido a la rapidez con que se había expresado sin ser miembro del Partido Comunista Italiano.

Ahora escribirá para Tempo, cuyo semanal alcanza grandes tiradas, en una sección que titula “El caos”, y subtitula “Contra el terror”.

Las críticas de los comunistas no tardan y le acusan de connivencia con la burguesía y pronostican que acabará escribiendo en el Corriere della Sera, órgano de expresión por excelencia burgués, como, en efecto, haría.
Por ello el escritor comienza su colaboración, anunciada como la más relevante tras la de Curzio Malaparte, con una explicación en la que se defiende como persona pero aclara su uso cínico del medio como intelectual.

Son tiempos de enormes cambios, los cambios que Pasolini denunciará y criticará con obsesiva reiteración y que preludian los textos “Corsarios” de los años 70: contra la “homologación”, contra la burguesía, contra el consumismo, contra la masificación, contra el desarrollo…

Orson Welles y Pier Paolo Pasolini.Cinemania - Poesia Online
Orson Welles y Pier Paolo Pasolini.Cinemanía

En realidad los temas serán siempre los mismos y, en verdad, los argumentos también, solo que Pasolini va desesperanzándose cada vez más, se siente más solo, le disgusta más lo que ve, cree que nadie le comprende y arremete con más virulencia.

Enclaustrado en un edipismo que Moravia le reprocha y que él acepta, preso de sus propias arbitrariedades o gustos, desprecia la sociología, esa ciencia, burguesa, y se queja, sin embargo, si se alude a su vida: defiende su integridad, su inconsciente, es un “feto adulto”, “una fuerza del pasado”, y, sin embargo, exige racionalidad, ante todo racionalidad, del mismo modo que clama por los derechos civiles al tiempo que mira con malos ojos el divorcio o, como veremos, se escandaliza ante la legislación del aborto despreciando el feminismo.

Sería absurdo negarle a Pasolini la lucidez de haber visto lo que casi nadie en su momento atisbaba, de anticipar un futuro que hoy, en buena medida, es presente.

Anclado en la cultura de la resistencia antifascista, percibe con pavor cómo el viejo fascismo ha devenido un nuevo modelo mucho más pregnante, más profundo y difícil de combatir, pero, sencillamente, no se puede volver atrás.

Critica, lógicamente, el estalinismo pero mira con complacencia el retorno al campo de la revolución cultural china; ha leído a Marx, pero no ha hecho caso de sus advertencias frente al lumpen-proletariado ni su crítica del “idiotismo ruralista”.

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Los viejos fascistas, la anquilosada Iglesia que le apoyó, eran fáciles de identificar: estaban en contra. Ahora las cosas son más complejas, el poeta no distingue “físicamente” a los neofascistas de los demócratas, el Vaticano ha tirado la toalla y se arrastra a rebufo de los poderosos: Pasolini ya no encuentra ni siquiera las caras que le gustan. Es un luterano que escribe cartas, un corsario que advierte, sin embargo, contra el caos, un revolucionario de no se sabe muy bien qué revolución. Es una contradicción que irradia fuerza.

Sus obras reflejaban las contradicciones surgidas al calor de las complejas transformaciones sufridas por su país tras la Segunda Guerra Mundial: el paso del fascismo a la democracia o la posterior transición de una sociedad “primitiva” a la instauración del consumo de masas.

En palabras de Remo Bodei, Pasolini “se esforzó por conciliar pasión y razón, corporeidad y sentimiento, consciencia de los duros vínculos de la historia y de la necesidad de romper con ellos, por mantener vivo el marxiano “sueño de una cosa”, la esperanza de redención y justicia para todos los hombres”.

Bernardo Bertolucci y Pier Paolo Pasolini - Poesia Online
Bernardo Bertolucci y Pier Paolo Pasolini.

En 1957 publicó los poemas de Le ceneri di Gramsci (Las cenizas de Gramsci, Premio Viareggio de 1957) y al año siguiente L’usignolo della Chiesa cattolica (El ruiseñor de la Iglesia católica). En 1960 dio a la imprenta los ensayos Passione e ideología, y en 1961 otro libro de versos, La religione del mio tempo.

Se destacan los ensayos Sobre la poesía dialectal (1947), La poesía popular italiana (1960) y Escritos corsarios (1975); las antologías Poesía dialectal del siglo XX y Antología de la poesía popular (ambas de 1955).

Por otro lado, son fundamentales sus obras poéticas: La mejor juventud (1954), Las cenizas de Gramsci (1957), La religión de mi tiempo (1961) y Poesía en forma de rosa (1961–1964).

Asimismo destacan en la literatura italiana de posguerra sus novelas Muchachos de la calle (1955), Una vida violenta (1959) y Mujeres de Roma (1960), y los dramas Orgía (1969) y Calderón (1973).

Su obra poética, igual que su obra ensayística y periodística, polemiza con el marxismo oficial y el catolicismo, a los que llamaba «las dos iglesias» y les reprochaba no entender la cultura de sus propias bases proletarias y campesinas. Juzgaba asimismo que el sistema cultural dominante, sobre todo a través de la televisión, creaba un modelo unificador que destruía las culturas más ingenuas y valiosas de las tradiciones populares.

Pier Paolo Pasolini Claudia Cardinale and Ugo Tognazzi - Poesia Online
Pier Paolo Pasolini, Claudia Cardinale and Ugo Tognazzi

Tras el estreno de su última película, Saló o los 120 días de Sodoma, y en circunstancias aún no del todo aclaradas, Pasolini murió asesinado. Una patrulla de los carabinieri detuvo a un coche Alfa Romeo circulando a gran velocidad en las proximidades de Roma. El conductor, Giuseppe (Pino) Pelosi, un estafador de 17 años, trató de huir cuando fue arrestado por haber robado el vehículo, propiedad de Pasolini. Dos horas después, se encontró el cuerpo del director con evidencias de haber sido asesinado, tras ser atropellado varias veces con su propio coche, el 2 de noviembre de 1975 en el balneario de Ostia.

Ninetto Davoli, uno de sus actores fetiche, incrédulo por la estupefacción de los periodistas, tras el brutal asesinato declaró ingenuo: “¿Por qué asombrarse?, en Roma se mata”. Era cierto, en Roma se mata, y la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975, en la ribera de Ostia, habían matado a Pasolini.

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SELECCIÓN DE POEMAS DE PIER PAOLO PASOLINI

DANZA DE NARCISO II

Yo soy una violeta y un aliso,
lo oscuro y lo pálido en la carne.

Espío con mi ojo alegre
el aliso de mi pecho amargo
y de mis rizos que brillan negligentes
en el sol de la orilla.

Yo soy una violeta y un aliso,
el negro y el rosa en la carne.

Y miro la violeta que resplandece
grave y tierna en el claro
de mi cara de terciopelo
bajo la sombra de una morera.

Yo soy una violeta y un aliso,
lo seco y lo mórbido en la carne.

La violeta retuerce su luz
sobre los flancos duros del aliso,
y se reflejan en el humo azul
del agua de mi corazón avaro.

Yo soy una violeta y un aliso,
lo frío y lo tibio en la carne.

 

De "La mejor juventud" 1941-1953
Versión de Delfina Muschietti

 

NOSTALGIA DEL TIEMPO PRESENTE

                Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos

                   a llorar, recordando Sión.
              En los sauces de las orillas
                  colgamos nuestras arpas.

                                 ANTIGUO TESTAMENTO

 

Celeste error son mis pasos, y oscuro el sentido
de mis palabras, para quien de otros lugares
me conoce. Entre los setos blancos por lejanía
como un fuego intocable arde mi cuerpo
para quien es muchacho y desde lejos me observa.
Y para mí mismo no seré más que un espíritu viviente
bajo las azules vides y las sombras arbóreas
cuando, extrañado y perdido y lejano,
nueva vida y nuevo día me sostengan.

Cuando sea remoto a estos lugares
y al aliento del campo que doloroso
percibo, y remoto a mí mismo
(perdida efigie ahora en este sueño de vida),
sollozará tal vez desde sus chimeneas mi tierra,
suspendida en el azul raso de nieblas, sus amargos
vapores al cielo; y será ya antigua
para su tiempo, que quieto se consuma.

 

 

DESIERTO

Cuando la noche sin dignidad
hace de mi cuerpo una flor lejana,
vosotros, oh Custodios, hacia absurdas ausencias
de espacios sobrevoláis, no sin antes
haber creado en torno un sombrío
desierto desnudo, en el que me quedo solo.

Grupos de estatuas, interiores, secuencias
de rostros, dispersos por aquel suelo
de ultratumba; vestigios elíseos
que incitan en el reo que los visita
terrores equívocos, dulces extensiones.
Libre recorro tal Museo.

Con mi inocencia aplaco los rostros
implacables de los Guardianes y, virgen Orfeo,
río y me aterrorizo como un niño.
En el corazón de este desierto el árido
mármol de la letrina que contemplaba
transformarse en templete en mis viejos sueños

penetré: y había un fuerte torbellino azul
en el pecho ingenuo, la derrotada vergüenza…
No estaba solo, moría de abandono…
Uno se volvió… Siento aún el trueno
de la pistola, el hedor de la cloaca.
La letrina fue templo abierto a vuestras

miradas, que no eran miradas de perdón

 

 AL MUCHACHO CODIGNOLA

Querido muchacho, sí, claro, encontrémonos,
pero no esperes nada de este encuentro.
Si acaso, una nueva desilusión, un nuevo
vacío: de aquellos que hacen bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete
pueden, claro, encontrarse, balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, toda una vida,
y que, sin embargo, aparentemente son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas inseguras,
aridecida de llanto y deseo de estar solos,
revela su irremediable diferencia.
Y, además, tendré que hacer de poeta
padre, y entonces me replegaré sobre la ironía,
que te incomodará: al ser el de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia, de este aspecto,
no tengo nada que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
me lo guardo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas
de timidez, y los ojos que han perdido
su dulzura, como un higo agrio,
te parecerían el retrato
precisamente de esa madurez que te hace daño,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo, simplemente entristecido
en la delgadez que le devora la carne?
Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto
es árida piedad.

Versión de Carlos Vital De Poesía en forma de rosa, 1964

 

 ABRO A LA MAÑANA DE UN BLANCO LUNES

Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme… en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío…
y se ha truncado… Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia

 

 

SOBREMESA EN LA REGIÓN DE KAYSERI

Y llegó un domingo en que, después de tanto sol,
las mismas razones que lo hacían feliz.
Razones, es cosa sabida, sin razón.

Quizás el primer segmento
de la curva
inclinada que el sol fatalmente recorre con especial
apatía en tierras extranjeras. Se comienza entonces
a hacer las cuentas con la realidad, como el niño
que en aquella hora lloraba por neurosis.
Alrededor estaba el Apenino, pero, en verdad,
el sol tenía esta misma indiferencia por quien le imploraba.
Seguía su camino, eso es todo. E hileras de álamos
en las orillas de los ríos –aquí y allá–, bajo las colinas cómplices
de la falta de gracia del astro paterno, parecían
en su inmovilidad querer decir tristemente grandes cosas:
precisamente las cosas que el poeta afronta pacientemente de
joven
y sobre las cuales, ya viejo, calla.

 

Traductor: Martín López-Vega-La insomne felicidad. Antología 

 

CARNE Y CIELO

Oh, amor materno,
doliente, por los oros
de cuerpos invadidos
del secreto de regazos.
Amados movimientos
inconscientes del perfume
impúdico que ríe
en los miembros inocentes.
Pesados fulgores
de cabellos… crueles
negligencias de miradas…
atenciones infieles…
Enervado por llantos
tan suaves vuelvo a casa
con las carnes ardientes
de espléndidas sonrisas.
Y enloquezco en el corazón
nocturno de un día de trabajo
después de mil otras noches
con este impuro ardor.

 

            De El ruiseñor de la iglesia católica

 

BALADA DE LAS MADRES

Me pregunto qué madres habéis tenido.
Si os vieran ahora, trabajando
en un mundo para ellas desconocido,
presos en un ciclo siempre inacabado
de experiencias tan distintas de las suyas,
¿qué mirada tendrían sus ojos?
Si estuvieran allí mientras escribís
vuestro artículo, conformistas y barrocos,
o lo entregáis a redactores vendidos
a cualquier compromiso, ¿entenderían quiénes sois?
Madres viles, que llevan en sus rostros el temor
antiguo, ese que, como una enfermedad,
deforma los rasgos en un blancor
del confinamiento,
nutrida de la alegría
del que ama, aunque no sea amado.
Todo lo iluminaba este amor,
si bien adolescente, heroico
y madurado por la experiencia
nacida a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en aquel mundo
de barriadas tristes, beduinas,
de amarillentas planicies arrasadas
por un infatigable viento
que venía del cálido mar de Fiumicino
o de los campos donde se perdía
la ciudad entre tugurios; en aquel mundo
extrañamente dominado por la cárcel,
el cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta calígine,
horadado por filas iguales
de ventanas obstruidas, erguido entre los campos
y los adormecidos caseríos.
Los cantores y el polvo que el vientecillo
ciego hacía volar,
las pobres voces sin eco
de mujerucas venidas de los Montes
Sabinos, del Adriático y aquí
acampadas con sus enjambres
de chiquillos duros y enfermizos,
estridentes, con sus camisetas raídas
y sus grises, astrosos calzoncillos;
los soles africanos, las agitadas lluvias
que convertían las calles en torrentes de fango,
los autobuses en la estación
anclados en su esquina,
entre los últimos vestigios de hierbas blanquecinas
y algún ácido, ardiente basurero;
era el centro del mundo, como era
el centro de mi historia aquel amor
por todo eso; y en esa
madurez que, por recién nacida,
era aún amorosa, el porvenir
se presentaba claro, ¡era claro!
Aquel barrio desnudo bajo el viento,
no romano, no meridional,
no de trabajadores, era la vida
bajo su luz más actual;
vida, y luz de la vida, plena
en el caos subproletario
descrito en el burdo periódico
de nuestra célula; era
la nota roja del vespertino; el hueso
de la pura existencia cotidiana,
real por ser tan cercana,
absoluta por ser
al fin tan miserablemente humana.

 

 Traducción: Hugo Gutiérrez Vega

 

 AL PRÍNCIPE

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida…
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.

                   

     Traducción de Delfina Muschietti

 

ANÁLISIS TARDÍO

Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.

 

                              Traducción de Hugo Beccacece

 

CERCANA A LOS OJOS Y A LOS CABELLOS SUELTOS

Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
absorta enrojeces mis papeles.
De adolescente ardía hasta el anochecer
junto a tu demacrada claridad, y eran extraños
los rumores del viento y el canto de los grillos solitarios.
Entonces en las estancias sin memoria
dormían los parientes, y mi hermano,
tras un delgado muro, estaba inmóvil.
Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está
y, sin embargo, iluminas y suspira
el grillo en los campos desiertos;
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.

  

MUERTE

Vuelvo a ti, como vuelve
un emigrado a su país y lo redescubre:
he hecho fortuna (en el intelecto)
y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.
Una rabia negra de poesía en el pecho.
Una loca vejez de jovencito.
Antes tu alegría se confundía
con el terror, es verdad, y ahora
casi con otra alegría
lívida, árida: mi pasión decepcionada.
Ahora me das miedo de verdad,
porque estás de verdad cerca, incluida
en mi estado de rabia, de oscura
hambre, de ansia casi de criatura nueva.

           

     De "La religione del mio tempo" 1961
                    Versión de Delfina Muschietti

EL LLANTO DE LA EXCAVADORA

I

Sólo el amar, sólo el conocer
es lo que cuenta; no el haber amado,
no el haber conocido.

Angustia el vivir de un consumido amor.

Deja de crecer el alma.

Aquí, en el calor encantado
de la noche —qué riada acá en lo bajo
entre las curvas del río y las adormecidas

visiones de la ciudad bañada de luz,
resonante aún de mil vidas,
desamor, misterio y miseria
de los sentidos— me resultan enemigas
las formas del mundo que aún ayer
eran mi razón para existir.

Aburrido, cansado, vuelvo a casa por negras
plazas de mercados, tristes calles
aledañas al puerto fluvial,
entre barracas y bodegones,
por los últimos prados.

 

El silencio allí es mortal:

pero abajo, en la avenida Marconi,
en la estación de Trastévere, la tarde
es dulce todavía.

 

Los jóvenes regresan a sus colonias, a sus arrabales
en ligeras motonetas, vestidos de overol
mas impulsados por un festivo anhelo,
cargando atrás a los amigos,
risueños, sucios.

 

Los últimos parroquianos
charlan de pie, desgañitándose
todas las noches, aquí y allá, en las mesitas
de los lucientes locales semivacíos.

Maravillosa y mísera ciudad
que me enseñaste eso que los hombres
alegres y feroces aprenden desde niños,
las pequeñas cosas que se descubre
la grandeza de la vida en paz, cómo
andar duros y preparados en el gentío
de las calles, cómo dirigirse a otro hombre
sin temblar, sin avergonzarse
de mirar el dinero que cuenta
con perezosos dedos el mensajero
que suda frente a las fachadas que huyen
en un color eterno de verano;
a defenderme, a ofender, a tener
el mundo delante de los ojos y no
sólo en el corazón; a comprender
que pocos conocen las pasiones
por las cuales yo he vivido:
que no me son fraternos y, sin embargo,
son hermanos justamente por tener
pasiones de hombres
que, alegres, inconscientes, enteros,
viven de experiencias
ajenas a las mías.

Maravillosa y mísera
ciudad, que me hiciste experimentar
en la experiencia de esa vida
ignota: hasta que descubrí
lo que era el mundo para cada uno.

Una luna moribunda, en el silencio
que de ella vive, palidece entre violentos
ardores, miserablemente en la tierra
cambia de vida en grandes avenidas y viejas
callejuelas que sin dar luz deslumbran
y, como en todo el mundo, se reflejan
en una escasa y alta nubarrada.

Es la noche más hermosa del verano.

Trastévere, con un olor a paja
de viejos establos, de hosterías
desiertas, sigue despierto.
Las esquinas obscuras, las paredes plácidas
susurran encantados rumores.
Hombres y muchachos regresan a sus casas
—bajo festones de luz recién nacida—
rumbo a sus callejones enlodados
de obscuridad e inmundicia, con ese paso blando
que tanto me invadía el alma
cuando de verdad yo amaba, cuando
de verdad quería comprender.
Y, como entonces, desaparecen cantando.

II

Pobre como un gato del Coliseo
yo vivía en un barrio todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, hacinado día tras día
en un autobús acezante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.

Largas caminatas en la calle caliente calígine,
largos crepúsculos frente a papeles
amontonados en la mesa, entre calles lodosas,
tapiales, casuchas empapadas de cal,
destartaladas, con cortinas por puerta…

Pasaban el aceitunero y el ropavejero
que venían de alguna otra barriada,
con su polvorienta mercancía semejante
a fruto de robo y con el aire cruel
de jóvenes envejecidos entre los vicios
de quien tiene una madre dura y hambreada.

Renovado por el mundo nuevo,
libre, una llama, un hálito
que no puedo expresar, en la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hormigueaba en la periferia meridional,
inculcaba un sentido de serena piedad.

Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo ilimitado,
crecía alimentada por la alegría
de quien amaba, aunque no era amado.

Y todo se iluminaba con este amor.
Tal vez siendo aún muchacho, heroicamente,
y sin embargo madurado por la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo, en ese mundo
de arrabales tristes, beduinos,
de amarillas praderas desgastadas
por un viento constante y sin paz,
viniera del caliente mar de Fiumicino
o de los campos, donde se perdía
la ciudad entre tugurios; en ese mundo
que solamente podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta bruma,
agujereado por mil hileras iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre campos viejos y caseríos adormecidos.

La brisa arrastraba ciegamente
papeles y polvo en todas partes,
las pobres voces sin eco
de las mujercitas que llegaron de los montes
Sabinos, al Adriático y que acamparon
aquí, ahora ya con chusmas
de escuálidos y duros muchachillos,
llorones en sus camisetas desgarradas,
en sus grises y quemados calzoncitos;
los soles africanos, las lluvias violentas
que convertían las calles en torrentes
de fango, los autobuses en la terminal,
anclados en su esquina,
entre una última franja de hierba blanca
y algún ácido, ardiente basurero…
era el centro del mundo, como estaba
en el centro de la historia mi amor
por él: y en esta
madurez que aún era amor
por ser aún naciente, todo estaba

ya por aclararse —¡era claro!

Aquella barriada desnuda al viento,
no romana, ni meridional
ni obrera, era la vida
en su luz más actual:
vida y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el burdo periódico
de la célula, la última
edición en rotograbado: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por estar tan demasiado
próxima, absoluta por ser
tan excesiva y miserablemente humana.

III

Y vuelvo a casa, rico de esos años,
tan nuevos, que jamás hubiera pensado
en considerarlos viejos en un alma
tan lejana de ellos como todo pasado.

Subo por las alamedas del Gianícolo, me detengo
en una encrucijada liberty, en una gran arboleda,
en un muñón de muralla —donde acaba
la ciudad y la ondulada llanura
se encamina hacia el mar.

 

Y me renace
en el alma —inerte y obscura
como la noche abandonada al perfume—
una simiente ya demasiado madura
para dar aún fruto en el cúmulo
de una vida cansada y acerba…

He allí Villa Panphili, y en la luz
que tranquila reverbera
sobre los nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre una hierba
reducida a una obscura baba,
un rastro sobre los abismos recientemente
excavados en la toba —extenuada toda rabia
destructiva—, trepa contra ralos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora…

¿Qué pena me invade frente a estos instrumentos
supinos, emplazados aquí y allá, en el fango,
frente a este trapo rojo
colgado de un caballete, en el rincón
donde la noche parece más triste?
¿Por qué en esta apagada tinta de sangre
mi conciencia tan ciegamente se resiste,
se esconde, casi por un obsesivo
remordimiento que totalmente la contrista?

¿Por qué llevo dentro de mí el mismo sentimiento
de jornadas para siempre incumplidas,
idéntico al del muerto firmamento
donde esta excavadora palidece?

Me desnudo en uno de los mil cuartos
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todo puedes escarbar, tiempo: esperanzas,
pasiones. Mas no en estas formas
puras de la vida… Se reduce
a ellas el hombre cuando se colman
la experiencia y la confianza
en el mundo… ¡Ah, días de Rebibbia,
que yo creí perdidos en una luz
menesterosa y que ahora sé tan libres!

Con el corazón, entonces, por difíciles
asuntos que le habían extraviado
el curso hacia un destino humano,
ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio —a la claridad,
al equilibrio también llegaba,
en esos días, la mente. Y el ciego
pesar, signo de toda mi lucha
con el mundo, era rechazado por
adultas aunque inexpertas ideologías…

El mundo se volvía un tema
no ya de misterio, sino de historia.
Se multiplicaba por mil la alegría

de conocerlo —como
cada hombre, humildemente, conoce.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce
estaban vivos en las vivas experiencias.

Cambió la materia de un decenio de obscura
vocación; lo gasté en dilucidar
lo que me parecía ser la ideal figura
en una ideal generación;
en cada página, en cada línea
que escribí en el exilio de Rebibbia
estaba aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición
de viejo trabajo y vieja miseria,
los pocos amigos que venían
a casa en las mañanas o en las noches
olvidadas en la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
apacible y violento revolucionario
en el corazón y en la lengua. Un hombre florecía.

                       De Las cenizas de Gramsci

 

LA ESVÁSTICA

Hace muchas noches que cada noche
paso tarde junto a este templo
en el silencio del aire
del Tíber, entre ruinas tronchadas.
Ya no queda nadie, sólo el siroco
que sopla y cae, endeble, sobre las piedras;
quizás una mujer aún, allá, y detrás
el bar del puente Garibaldi, dos o tres pobres
rateros, en busca de un sitio donde dormir.

Pero aquí, nadie; paso veloz,
descompuesto por una noche toda ansia y amor;
no queda nada en mi corazón
ni me queda mirada en los ojos.
Y, sin embargo, esta imagen, con el sucederse de las noches,
se vuelve siempre mayor, más cercana;
he aquí la esquina, Art Nouveau, contra el turquesa
curso del Tíber; y he aquí los policías
que vigilan el tiempo, fornidos y absortos.

Apenas los veo, con sus abrigos
grises, apoyados contra un árbol seco,
contra los destellos oscuros del gueto;
y atrapo una breve luz en los ojos
humillados por su torpe sueño de muchachuelos;
un cansancio ciego que ve enemigos
en todos, un veneno de dolores antiguos,
un odio servil; se mantienen ocultos,
solos como el siroco que se arremolina entre las piedras.

Una vergüenza, triste como la noche
que reina sobre Roma, reina sobre el mundo.
El corazón no resiste: responde
con una lágrima, que enseguida reniega.
Demasiadas lágrimas, aún no lloradas, luchan,
más allá de estos humillantes quince años,
en nuestras almas olvidadas:
el dolor se parece ya demasiado al rencor,
y ni siquiera su pureza nos consuela.

Demasiadas lágrimas: a quienes vendrán
al mundo, durante mucho tiempo aún
esta vergüenza les devastará el corazón.

 

REAPARICIÓN POÉTICA DE ROMA

Dios, qué significa ese sudario silencioso
que ondula sobre el horizonte…
ese ventisquero de moho —rosa
de sangre aquí— desde las faldas de los montes
hasta las ciegas encrespaduras del mar…
aquella cabalgata de llamas sepultadas
en la niebla, que hace confundir el llano
que va de Vetralla a Circeo con un pantano
africano que exhala un anaranjado
mortal… Es velamen de bostezantes y sucias
brumas enroscadas en pálidas
venas, incendiadas líneas,
ganglios en llamas: allá donde los valles
del Apenino, entre diques de cielo,
desembocan en el Agro vaporoso
y en el mar: pero —casi arcas o espigas
en el mar, en el negro mar granuloso—
la Cerdeña o la Cataluña
ardiendo por siglos en un grandioso
incendio sobre el agua que las sueña
más que reflejarlas, resbalando,
parece que acabaron por lanzar toda
su madera aún ardiente, toda cándida
brasa de ciudad o cabaña devorada
por el fuego, hasta palidecer en estas landas
de nubes sobre el Lazio.
Pero ya todo es humo, y os asombraríais
si, dentro de los escombros del incendio,
oyéranse reclamos de frescos
niños desde los establos o magníficos
tañidos de campana retumbando de hacienda
en hacienda, por los abruptos atajos
desolados que se vislumbran desde la calle
Salaria —como suspendida en el cielo—
a lo largo de ese fuego melancólico
perdido en un gigantesco desmoronamiento.
Ahora su furia se desangra y palidece
infundiéndole mayores ansias al misterio
allá donde —bajo esas polvaredas
flameantes, casi un empíreo sudario—
empolla Roma sus barrios invisibles.

 

De La religión de mi tiempo

 

 LA ITALIA FASCISTA

La voz de Dante resonaba en aulas desesperadas
Pobres hombres tenían el encargo de enseñar
cómo ser héroes, en los gimnasios;
nadie se lo creía
Luego las plazas se llenaban de estos incrédulos
bastaban dos palos, una tarima
con una mala tela pintada de rojo
de blanco y de verde; y de negro; bastaban
unos pocos símbolos harapientos, águilas y fascios de madera o estaño;
jamás un espectáculo fue más económico
que un desfile en aquellos tiempos
Los viejos y los jóvenes de común acuerdo
deseaban grandiosidad y grandeza;
miles de muchachos desfilaban
algunos de ellos ―elegidos, otros simple tropa;
como en una estasis perdida entre los siglos
eran mañanas de mayo o de pleno verano
y el mundo rural alrededor
Italia era como una pobre isla en medio de naciones
donde la agricultura estaba en declive,
y el escaso grano era un océano inmenso
donde cantaban tordos, alondras, las atónitas aves del sol
Las concentraciones se dispersaban en los palcos caía la brisa
y todo era verdad,
las banderas continuaban ondeando
a un viento que no las reconocía.

 Pier Paolo Pasolini. Tutte le opere, Tutte le Poesie II

 

 

LAS CENIZAS DE GRAMSCI –III

Un trapo rojo, como el que alrededor
del cuello llevaban los partisanos,
y junto a la urna, sobre el terreno céreo,
de un rojo distinto, dos geranios.
Ahí estás, proscrito y con una severa elegancia
no católica, alistado entre muertos
extraños: Las cenizas de Gramsci… Entre la esperanza
y la desconfianza, como siempre, me acerco a ti, llegado
por azar a este exiguo invernadero, ante
tu tumba, ante tu espíritu perpetuado
aquí abajo entre los libres. (O es algo
distinto tal vez, más extasiado
y también más humilde, ebria simbiosis
adolescente de sexo y muerte…)
Y en esta tierra en la que no encontró reposo.

 

LAS CENIZAS DE GRAMSCI (CANTO VI)

En el calor abandonado
del sol de la mañana —que arde
de nuevo, rasando talleres y enjarres
recalentados —desesperadas
vibraciones raspan el silencio
con acendrado sabor a vino generoso,
a plazoletas vacías, a inocencia.
Al filo de las siete, esa vibración
crece con el sol. Indigente presencia
de una docena de ancianos obreros
con los harapos y las playeras ardidos
por el sudor, cuyas extrañas voces,
en la lucha contra los dispersos
bloques de lodo y desplomes de tierra,
parecen deshacerse en ese temblor.
Pero entre las detonaciones tercas de la
excavadora —que ciega parece, ciega
resquebraja, ciega aferra
como si careciera de meta—
surge un alarido improviso,
humano, que a trechos se repite
tan enloquecido de dolor, que deja
de ser humano y vuelve a transformarse
en estruendo muerto. Luego, despacio,
renace en la luz violenta,
entre los edificios cegados, nuevo, igual,
alarido que sólo un moribundo
puede lanzar en el último instante,
bajo este sol cruel que aún resplandece
aliviado por un poco de brisa del mar…
Está gritando, acongojada
por meses y años de matutinos
sudores —acompañada
por la turba de sus picapedreros—
la vieja excavadora: pero junto al fresco
desmonte revuelto, o en el confín breve
del horizonte tan siglo veinte
se halla la barriada… Es la ciudad.
sumergida en una claridad de fiesta,
es el mundo. Llora lo que tiene
fin y recomienza. Lo que era
bosque, campo abierto y se torna
patio blanco como la cera,
cerrado en un decoro que es rencor;
que lo que casi era una vieja feria
de frescos revoques torcidos al sol,
es ahora una colonia hormigueante
en un orden de aturdido dolor.
Llora por eso que ella cambia, aun
para mejorar. La luz
del futuro no deja de herirnos
un solo instante: aquí está, quema
todos nuestros actos cotidianos,
angustia incluso la confianza
que nos da vida, en el ímpetu gobettiano
a favor de estos obreros que, en el barrio
del otro frente humano, levantan, mudos,
su rojo trapo de esperanza.

 

 

NEGOCIACIONES CON FRANCO

¿Qué hay en el sol
encima del cementerio
de Barcelona?
Nada, pero entre el andaluz,
entre el andaluz y el sol,
hay una vieja ligazón.
Su alma se ha despegado de él
y ha venido a vivir
bajo el cementerio de Barcelona.
Un alma puede hacerse castellana
y un cuerpo seguir siendo andaluz
¡bajo el mismo sol!
Se dice que almas africanas
se han vuelto blancas,
y no por voluntad del Señor.
(Pero ningún Señor de Barcelona
yendo a Andalucía
ha tenido un alma negra).
Antes de hacerse castellana
el alma debe aprender catalán
dentro de un cuerpo andaluz.
Dichoso pues quien aprenda valón,
porque su cuerpo está en el sol,
en el gran sol del mundo.
Pero aquí se pasa de sol a sol,
y entre el catalán y el andaluz
no hay más que el ojo del castellano.
Sí, entre el andaluz y el francés
está el sol de los soles,
no el sol de un cementerio.
Si él habla castellano,
aprendiendo mientras tanto catalán,
da el alma por pocas pesetas.
No a cambio de la razón
como el árabe o el negro
al sol de Lille o Pigalle.
Una barraca para un alma,
un montón de tugurios para un montón de almas,
un fueguecillo encendido bajo el sol.
¡Sol de Cataluña!
¡Fueguecillo de Andalucía!
¡Garrote de Castilla!
Tierra de España,
¿qué esperas bajo el sol
que no es más que sol?
Un viaje de mil horas
para encontrar un cementerio
y un montón de barracas.
Hay que venir a España
para ver el silencio
de un hombre que sólo es un hombre.

 

Trattative con Franco”, recogida en “Appendice II a Poesia in forma di rosa”, P. P. Pasolini, Tutte le opere. Tutte le poesie II, Milán, Mondadori, 2003.

 

 EL DÍA DE MI MUERTE

En una ciudad, Udine o Trieste,
en una avenida circundada por tilos,
cuando en primavera las hojas
cambien de color,
yo caeré muerto
bajo el sol ardiente,
rubio y alto,
y cerraré los párpados
abandonando el cielo a su esplendor.

Bajo un tilo tibio de verde
caeré en mi muerte
negra que dispersará
el sol y los tilos.
Hermosos jóvenes
correrán bajo la luz
que acabaré de perder,
volando fuera de las escuelas
con los rizos sobre la frente.

Yo seré joven aún:
vestiré una camisa clara
y mis dulces cabellos caerán
sobre el amargo polvo.
Mi cuerpo estará aún caliente,
y un muchacho que corra
por el tibio asfalto de la avenida
posará su mano
sobre mi vientre de cristal.

 

 

MANIFESTAR (APUNTES)

La verdad no está en el sueño sino en muchos sueños”

                                                                   P.P.P

 

Manifestar significar con palabras no se podría
pero con aullidos sí
y también con pancartas, o canciones;
Vinieron para rehacer el mundo
y, manifestando, se declararon a la altura
La fuerza está en la virilidad, como en otros tiempos
Pero la amabilidad se ha perdido
Cualquier cosa que se manifieste
lo único que se manifiesta es la fuerza
aunque sólo sea la fuerza de los destinados a la derrota
Todo lo que no se puede significar con palabras
no es más que pura y simple fuerza-
¡Pero cuánta inocencia en no saber esto!
¡Qué jóvenes hay que ser para creerlo!
Ya sé que la libertad es incompatible con el hombre
y el hombre, en realidad, no la quiere, intuyendo que no es
para él,
¡cuántas obligaciones me he inventado envejeciendo
para no ser libre!
De acuerdo, pero los más ingenuos, los más inexpertos,
/ los más simples,
los más jóvenes, aún se inventan más obligaciones de éstas,
es más, al venir al mundo lo primero que hacen es adaptarse
/ a ello;
triunfalmente;
haciendo creer a sí mismos y a los demás
que se trata de obligaciones necesarias a una nueva libertad.
La realidad es que un muchacho venido aquí de la nada,
y totalmente nuevo,
se las ingenia enseguida para defenderse de la verdadera
/ libertad
Es, sobre todo, un muchacho que conoce y acepta
/ los deberes;
y manifiesta la fuerza de su aceptación,
maravillosa adulación del mundo.
La gracia renace siempre a través de la obediencia
y puede que, puede que…
¡Obedecer a los deberes de la revolución! ¡Manifestando!
Por densa que sea la trama de los deberes de un anciano
algo en ella se ha desgarrado
y yo, en efecto, vislumbro la intolerable faz de la libertad;
no teniendo ya ni gracia ni fuerza,
intenté entonces defenderme sonriendo, como precisamente
los viejos, que se las saben todas –
Pero la libertad es más fuerte: aunque sea por un rato
quiere ser vivida –
Es un valor que destruye cualquier otro valor
pues todo valor no es más que una defensa
erigida contra ella;
y los valores, precisamente, son sentidos sobre todo por los
/ simples;
por los jóvenes
(sólo en ellos, precisamente, la obediencia es gracia);
Es en ellos en quienes los Jefes cuentan para seguir
/ adelante,
con sus limpias, inocentes filas –
Sencillez y juventud, formas de la naturaleza,
en vosotras la libertad es renegada
a través de una serie infinita de deberes,
limpios, inocentes deberes, a los que, manifestando
se grita con aire amenazador obediencia
que los sencillos y los jóvenes son fuertes
y aún no saben que no pueden tolerar la libertad.

 

                         De “Aprile dolce dormire”

 

PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)

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