ROSALÍA DE CASTRO
BIOGRAFÍA
“Ser escritora, ¡qué continuo tormento! Por la calle te señalan constantemente y no para bien, y en la calle murmuran de ti. Si vas a la tertulia y hablas de algo de lo que sabes, te expresas siquiera en un lenguaje algo correcto, te llaman bachillera, dicen que te escuchas a ti misma, que lo quieres saber todo. Si guardas una prudente reserva, ¡qué fatua! ¡qué orgullosa!, te desdeñas de hablar como no sea con literatos. Si te haces modesta y, por no entrar en vanas disputas, dejas pasar desapercibidas las cuestiones con que te provocan, ¿en dónde está tu talento?, ni siquiera sabes entretener a la gente con una amena conversación. Si te agrada la sociedad, pretendes lucirte, quieres que se hable de ti, no hay función sin tarasca. Si vives apartada del trato de las gentes, es que te haces la interesante, estás loca, tu carácter es atrabiliario e insoportable; pasas el día en deliquios poéticos y la noche contemplando las estrellas, como don Quijote.
Las mujeres ponen de relieve hasta el más escondido de tus defectos y los hombres no cesan de decirte siempre que pueden que una mujer con talento es una verdadera calamidad, que vale más casarse con la burra de Balaam y que sólo una tonta puede hacer la felicidad de un mortal varón…, que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos, si los tienen, y si no aunque sea los del criado. Cosa fácil es para algunas abrir el armario y plantarle delante de las narices los zurcidos pacientemente trabajados para probar que el escribir algunas páginas no les hace a todas olvidarse de sus quehaceres domésticos…
Únicamente alguno de verdadero talento pudiera, estimándote en lo que vales, despreciar necias y aún erradas preocupaciones pero ¡ay de ti entonces!, ya nada de cuanto escribes es tuyo, se acabó tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas… Por lo que a mí respecta, se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal… Enfadosa preocupación, penosa tarea, por cierto, la de mi marido, que costándole aun trabajo escribir para sí tiene que hacer además los libros de su mujer… Pero, ¿cómo creer que ella pueda escribir tales cosas? Una mujer a quien ven todos los días, a quien conocen desde niña, a quien han oído hablar y no andaluz, sino lisa y llanamente como cualquiera ¿puede discurrir y escribir cosas que a “ellos” no se les han pasado nunca por las mientes y eso que han estudiado y saben filosofía, leyes, retórica y poética? Imposible, no puede creerse a no ser que viniese Dios a decirlo”.
En la madrugada del 24 de febrero de 1837, en una casa del Camino Nuevo, doña María Teresa de la Cruz Castro y Abadía, hija del mayorazgo del pazo de Arretén, da a luz, en el mayor de los sigilos, a una niña, bautizada a las pocas horas con los nombres de María Rosalía Rita.
Doña María Teresa era hija de un hidalgo, Don José de Castro Salgado, propietario del Pazo de Arretén, donde Rosalía vivirá ciertas épocas.
Trasladándose a Santiago con varios meses de antelación, dando a luz a ocultas en esa ciudad, no inscribiendo a la niña como hija suya y dejándola los primeros años al cuidado de familiares paternos, doña Teresa Castro quedaba “amparada” en su honra.
La condición eclesiástica de José Martínez Viojo impidió que éste pudiera reconocerla legalmente e hiciera pública su paternidad, ocultada durante mucho tiempo bajo la indicación de que el padre de la autora de “Cantares gallegos” era un seminarista.
Por mandato del padre, es cuidada por sus tías paternas Teresa y Josefa, hasta que en fecha desconocida, doña Teresa se hace cargo de su hija, que pasa a vivir a su lado.
La instrucción de la niña debió de ser esmerada para la época y el medio. Cuando hacia 1850 se traslada con su madre a Santiago de Compostela y comienza a frecuentar la vida cultural de la ciudad, posee una cultura suficiente para alternar en el Liceo de la Juventud donde su presencia y alguna de sus actividades están comprobadas.
Debió de cursar algunos estudios en la Sociedad Económica de Amigos del País; en última instancia, Rosalía pudo “en edad muy temprana conocer correctamente el francés, dibujar con soltura, tocar el piano y la guitarra y cantar con afinación”.
Los datos escuetos que se conocen de esa juventud compostelana apenas confirman algo más que su paso por el Liceo de San Agustín, sociedad recreativa y cultural en la que, según algunos biógrafos, fueron leídos sus primeros poemas, durante veladas poéticas en las que participaron Eduardo Pondal, Aurelio Aguirre y Luis Rodríguez Seoane.
Según González Besada “es fama que a los quince años tomó parte de una función teatral, que para fines benéficos organizó la sociedad Liceo de Santiago, y a los diez y siete desempeñó el papel de protagonista de la Rosamunda, de Gil y Zárate, arrebatando al público, que le arrojó flores y palomas”.
Durante toda su vida conservó Rosalía pasión por el teatro. Parece que escribió una obra teatral titulada Romana.
De la existencia de Rosalía en Santiago apenas quedan anécdotas o hechos comprobados: la monotonía de la vida provinciana, rota sólo por las veladas del Liceo; las estadías más o menos prolongadas, en especial los meses de verano, en Padrón; y algunos datos confirmados por sus cartas. Uno de ellos es su testimonio sobre el año del hambre en Galicia:
“Voy a contarte lo que presencié en Santiago en el tristísimo invierno de 1853, año fatal para Galicia, en el que el hambre hizo bajar a nuestras ciudades, como verdaderas hordas de salvajes, hombres que jamás habían pisado las calles de una población, mujeres que no conocían otros horizontes que los que se extendían ante sus cabañas levantadas en la más apartada soledad: verdaderos lobos que no abandonan su madriguera sino en los días de las grandes desolaciones. Todos los días, nuevas horas de angustia traían a nuestras plazas y calles bandas de infelices hambrientos que de puerta en puerta iban demandando pan para sus hijos moribundos, para sus mujeres extenuadas por la miseria y lo duro de la estación…”
Un mes antes de que Rosalía se traslade a Madrid, cerca de Compostela, junto al monasterio de Conxo, se celebra un banquete de solidaridad entre estudiantes y obreros; diez años después de los fusilamientos de Carral, con las que culmina la represión del levantamiento de Santiago de 1846, en el clima de inquietud que presidía 1856 se celebra un acto más romántico que político en el que, sin embargo, hay una clara afirmación de la identidad de Galicia, que lo considera hasta cierto punto como el mojón clave de su rexurdimento. Rosalía, vinculada a las principales figuras del banquete de Conxo, no debió de permanecer al margen del movimiento que los impulsaba.
A principios de 1857 aparece su primer libro de poemas, La flor, en lengua castellana, con notorio influjo de un romanticismo. El ímpetu esproncediano, la adjetivación propia del movimiento ya asentado, la ambientación lánguida inundada de tristuras despertaron en Murguía (periodista, escritor), una exaltación que tomará cuerpo en la reseña que del libro hace en La Iberia (Periódico progresista de la época). Hemos de sospechar que es en ese momento, o inmediatamente antes, cuando ambos se conocen.
La relación entre ellos se consolida y al año siguiente, contraen matrimonio en la iglesia madrileña de San Ildefonso: En 1859 nace su primera hija. Nueve años después la segunda y entre 1968 y 1877 otros cinco hijos.
Después de casados, comienzan los viajes y trasiegos de los Murguía, unas veces el marido solo, otras acompañado por la poeta, que también pasa breves temporadas con su madre, hasta 1862, fecha en la que fallece. Poco después (1863) escribe el opúsculo poético “A mi madre”. Ese mismo año escribe “Cantares gallegos”.
Regresó después a la novela con “Ruinas” (1866), historia de tres mujeres ejemplares y desdichadas en el seno de un ambiente moderno que perciben como ajeno. Un año después se publicó su obra narrativa más conseguida, “El caballero de las botas azules” (1867), novela misteriosa y fantástica que conecta con lo mejor de su labor lírica.
En 1880 publica “Follas novas” y en 1881 la novela “El primer loco”.
En 1871 Murguía es nombrado jefe del Archivo General de Galicia, y se traslada entonces la familia a La Coruña; desde entonces Rosalía no volverá a salir de su tierra, residiendo en Lestrove, en la casa de los Hermida de Castro, para luego pasar a Iria, a la casa de La Matanza, donde moriría el 12 de julio de 1885.
Rosalía fue presa de una endeble salud, aunque su fuerte carácter le hizo recobrar fuerzas ante la adversidad.
Antes de la llegada de Murguía las hijas cumplieron la orden de su madre, que fue enterrada en el cementerio aledaño de Iría, el de Arina -al que había cantado en Follas Novas.
Su obra
Los treinta y siete poemas que contiene Cantares gallegos son, a primera vista, la interpretación de las costumbres socioculturales galaicas y la exaltación de la belleza geográfica y folclórica que conmovía a la autora: “Cantos, bágoas, queixas, sospiros, seráns, romerías, paisaxes, devesas, pinares, soidades, ribeiras, costumbres, todo aquelo, en fin, que pola súa forma e colorido é dino de ser cantado, todo o que tuvo un eco, unha voz, un runxido por leve que fose, con tal que chegase a conmoverme.”
El libro está concebido como un conjunto cerrado que se inicia en el primer cantar; en él, unas voces anónimas solicitan a la protagonista, la rapaza alegre de los cantares medievales, que entone la alabanza de la tierra gallega; concluye el libro con otro poema de cierre, donde la misma protagonista pide disculpas, no demasiado satisfecha con el resultado, porque, ella misma lo dice, no es mucha la gracia que tiene.
El mayor número de composiciones está destinado a cantar estampas costumbristas o tipos gallegos claramente identificables, como el gaitero arrogante y galán , la romería de Nosa Señora da Barca, el enfado de una moza con su santa, que la reprende y no quiere enseñarle a bailar, de carácter costumbrista e irónico. En segundo lugar, los poemas de amor, con estructuras dialogadas semejantes a las albadas y cantares de amigo medievales, delicadamente teñidos de ternura, para evocar amores misteriosos y furtivos; también hay algunas canciones donde apunta el desamor y la desesperanza, el juego del galanteo engañoso.
Los hay también de leve contenido satírico, de vigorosa denuncia contra la injusticia, de visceral clamor de odio contra Castilla, despectiva con el emigrante gallego; “Castellanos de Castilla”, por ejemplo, es, en su cruda dureza, el trallazo más desaforado de la literatura española como denuncia, escarnecimiento y cólera, por un lado; por otro, no debe olvidarse una característica en la que insistirá Rosalía en Follas novas: se trata de un cantar de enamorada: la dimensión amorosa cobra en ese airamiento de la denuncia una altura doblemente profunda (además de la exaltación de Galicia), expresada por esa soledad que, en el corazón de la joven, sólo nutre contra Castilla: “a mala lei que che teño”
Hay cantares que reflejan la marginación y la marginalidad de Galicia, de la clase rural y campesina, famélica y desposeída de todo. Junto a ellos, complemento ineludible, restallan como luminarias los poemas de saudade y despedida de la tierra.
Rosalía y los demás poetas popularizantes del momento, devolvían a la literatura lo que es suyo, hacían poema algo que una vez lo fue y que se conservó -degradado unas veces en cantar o romance, revitalizado otras- durante siglos en bocas de cantoras y mozos, de viejas y muchachos.
“Intuición o tradición inconsciente de un arte refinado que se ha perdido” decía Juan Ramón Jiménez de la poesía popular y Manuel Machado, algunos de cuyos poemas corrían en vida suya de boca en boca como anónimos y “populares”, se burlaba irónico:
“Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares;
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Con Rosalía ocurrió igual: estrofas de sus poemas son cantadas y recitadas por el pueblo gallego, atribuyéndolas al amplio acarreo poético de los siglos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me au criéi,
terriña que quero tanto,
figueiriñas que eu plantéi.
Cuatro versos que ya han pasado a la colectividad sin nombre de autor.
Cantares gallegos es Galicia -y por eso puede ser titulado, en sentido restringido, de épico-: y es Galicia también por su frescura -“entendiendo acaso ahí por frescura cierto candor juvenil”, dirá Luis Cernuda-. Precisamente por esa frescura y ese candor, por su acarreo flolclórico y su afirmación religionalista, los Cantares han gozado de una difusión que Follas novas no ha tenido.
Follas novas es un libro “poético”, subjetivo, interno, íntimo, preñado por un pesimismo radical que dificulta el acceso “popular”: no hay muñeiras, ni elogios de rianxeiras, ni exaltaciones melancólicas de la tierra con esa punta de masoquismo visible en una recordación atenazada por suspiros. Porque la presentificación de esta tierra lejana no es el simple recordar por recordar, sino acicate de la ansiedad y ahondamiento de la sensación de desamparo para terminar convirtiéndose en campo abonado para el gemido.
Entre Cantares gallegos y Follas novas se ha producido un silencio poético de diecisiete años.
Follas novas enriquece la literatura gallega, deja el idioma gallego apto para la expresión, no ya de motivos flolclóricos o nacionalistas -de lo que había antecedentes-, sino de sentimientos personales, de la intimidad propia, de la violencia radical del grito contra la injusticia: la tensión del clamor cobra potencia en Rosalía gracias al recurso doble en la estructuración, ya apuntado: reúne en una misma voz dos angustias que se refuerzan y potencian una a otra: la protesta y la denuncia se hacen no desde un personaje abstracto o desde la poeta, sino desde la mujer, desde una mujer que sufre las secuelas de la situación política y social gallega: la falta de tierra, la escasez de trabajo, la sumisión y dependencia del tradicional caciquismo de Galicia, la obligada emigración del hombre.
De este modo, el poema refuerza su grito porque, en última y primera instancia a la vez, es una canción de enamorada que grita amargamente su desolación, sobre todo en la postrera parte del libro: “As viudas dos vivos i as viudas dos mortos”. La presencia de los recaudadores de impuestos que arramplan con los míseros enseres, desde los bueyes hasta el pote y las mantas de la cama; la despedida de los hombres que han de emigrar dejando mujeres e hijos en situaciones límites que en ocasiones, desembocan en la locura o el suicidio; los huérfanos y las mujeres en medio de su soledad, su angustia y su desgarramiento; y la injusticia que asesina pero que antes provoca un torrente de ira, arranca de la pluma rosaliana poemas violentos y agresivos. El ejemplo mayor es ese “A xusticia pola man”, donde la protagonista, embargada, desahuciada, con los hijos muertos de hambre, clama ante los jueces primero y luego ante Dios: al no ser escuchada por nadie, enarbola la hoz y derrama la sangre del victimario.
La primera edición de En las orillas del Sar apareció en 1884 en Madrid.
El amor romántico altera totalmente sus fundamentos en Rosalía. Desde su primer libro está presente el tema del desengaño y de la mujer engañada. El amor carnal, la sexualidad libre, vista como pecado, sólo puede acabar en dolor, en abandono de la mujer.
Leve y frágil, el amor es visto como concepto metafísico, no en su aplicación a la existencia diaria, al motivo concreto de una mujer, como en Bécquer. El matrimonio es -ya desde Follas novas- un estado opresivo para el hombre y para la mujer.
Concepción trágica del amor, visto como felicidad inalcanzable e imposible, fuente de amarguras, engaños y espejismos.
La religiosidad es un tema clave. Desde el recuelo de ideas románticas recibidas como tópicos -La flor- al desenlace de En las orillas del Sar, las referencias y alusiones a la religión, muy abundantes, más que en cualquier otro poeta del período, están vividas como experiencia personal, pero no forman un sistema coherente y se mueven en la ambigüedad de las incertidumbres.
La venda de la fe, celeste por ser un don del cielo que algunos no poseen, y que impide ver la realidad: que hay “abismo arriba y en el fondo abismo”. ante la angustia del espíritu invadido por preguntas como qué somos, qué es la muerte, la ciencia nada responde; el alma arrodillada interroga “al cielo/y al infierno a la vez”.
¿Es verdad lo que ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo,
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido.
La venda de la fe ayuda a sobreponerse de la angustia, aunque Rosalía la admita sabiendo que es la gran mentira… porque la duda siempre resulta más poderosa:
Cuando de un alma atea
en la profunda oscuridad medrosa
brilla un rayo de fe, viene la duda
y sobre él tiende su gigante sombra.
Los poemas de En las orillas del Sar no son, en muchos casos, logrados de expresión, ni la perfección de su léxico alcanza la suavidad expresiva de Bécquer, pero eso es precisamente Rosalía: la tensión, el poema como resultado de devastadoras tirazones internas que se reflejan no tanto en el lenguaje -aunque su gallego está más asentado que su castellano- cuando en los ritmos de verso y estrofa.
La poesía rosaliana, dice Poullain, con la adopción del grupo métrico irregular, anuncia la poesía moderna -la de nuestra época- en que son tan frecuentes las soluciones métricas semilibres, en que el poeta no se sujeta a una disposición precisa y siempre idéntica de los metros y de las rimas. En este sentido, la métrica de Rosalía es realmente la de una precursora, e incluso la de una revolucionaria.
Tomado de la Introducción que hace Mauro Armiño
a la edición de “En las orillas del Sar” de la Colección Austral
POEMAS
De "Follas Novas"
FOLLAS NOVAS (Hojas Nuevas)
Mas ve, que mi corazón
una rosa es de cien hojas,
y es cada hoja una pena
que vive pegada a otra.
Quitas una, quitas dos,
penas me quedan de sobra,
hoy diez, mañana cuarenta
deshoja, que te deshoja…
¡El corazón me arrancaras
si las arrancaras todas!
Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales
vuelves, haciéndome mofa.
Cuando te imagino ida
en el mismo sol te asomas,
y eres estrella que brilla
y eres el viento que azota.
Si cantan, tú eres quien canta;
si lloran, tú eres quien llora,
y es el murmullo del río,
y es la noche, y es la aurora.
En todo estás y eres todo,
para mí y en mí tú moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.
Mayo, largo…, mayo largo
todo cubierto de rosas;
para unos telas de muerte,
para otros telas de bodas.
Mayo largo, mayo largo
fuiste corto para mí,
contigo vino mi dicha;
tornóse contigo a huir.
De "En las orillas del Sar"
CUANDO SOPLA EL NORTE DURO
Cuando sopla el Norte duro
y arde en el hogar el fuego,
y ellos pasan por mi puerta
flacos, desnudos y hambrientos,
el frío hiela mi espíritu
como debe helar su cuerpo,
y mi corazón se queda
al verles ir sin consuelo,
cual ellos, opreso y triste,
desconsolado cual ellos.
Era niño y ya perdiera
la costumbre de llorar,
la miseria seca el alma
y los ojos además,
era niño y parecía
por sus hechos viejo ya.
Experiencia del mendigo,
eres precoz como el mal,
implacable como el odio,
dura como la verdad.
ADIVÍNASE
Adivínase el dulce y perfumado
calor primaveral;
los gérmenes se agitan en la tierra
con inquietud en su amoroso afán,
y cruzan por los aires, silenciosos,
átomos que se besan al pasar.
Hierve la sangre juvenil, se exalta
lleno de aliento el corazón, y audaz
el loco pensamiento sueña y cree
que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los sueños sean mentira
ya que al cabo es verdad
que es venturoso el que soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.
¡Pero qué aprisa en este mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo creyérase!…
La que ayer fue capullo es rosa ya,
y pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.
EN EL ALMA LLEVABA UN PENSAMIENTO
En el alma llevaba un pensamiento,
una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento,
tan hondos como el mar.
De su alma en lo más árido y profundo
fresca brotó de súbito una rosa
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.
DESDE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES
Desde los cuatro puntos cardinales
de nuestro buen planeta
-joven, pese a sus múltiples arrugas-,
miles de inteligencias
poderosas y activas,
para ensanchar los campos de la ciencia,
tan vastos ya que la razón se pierde
en sus frondas inmensas,
acuden a la cita que el Progreso
les da desde su templo de cien puertas.
Obreros incansables, ¡yo os saludo!
llena de asombro y de respeto llena,
viendo como la Fe que siguió un día
hacia el desierto al santo anacoreta,
hoy con la misma venda transparente
hasta el umbral de lo imposible os lleva.
¡Esperad y creed!, crea el que cree,
y ama con doble ardor aquel que espera.
Pero yo en el rincón más escondido
y también más hermoso de la tierra,
sin esperar a Ulises
(que el nuestro ha naufragado en la tormenta),
semejante a Penélope
tejo y destejo sin cesar mi tela,
pensando que ésta es del destino humano
la incansable tarea,
y que ahora subiendo, ahora bajando,
unas veces con luz, otras a ciegas,
cumplimos nuestros días y llegamos
más tarde o más temprano a la ribera.
CANDENTE ESTÁ LA ATMÓSFERA
Candente está la atmósfera;
explora el zorro la desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina
y el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías,
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.
Bien pudiera llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre, de luchar cansado,
más que nunca le irritan
de la materia la imponente fuerza
y del alma las ansias infinitas.
Volver, ¡oh, noches del invierno frío,
nuestras viejas amantes de otros días!
Tornad con vuestros hielos y crudezas
a refrescar la sangre enardecida
por el estío insoportable y triste…
¡Triste… lleno de pámpanos y espigas!
Frío y calor, otoño o primavera
¿dónde… dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha:
mas para el alma desolada y huérfana
no hay estación risueña ni propicia.
BRILLABAN EN LA ALTURA
Brillaban en la altura cual moribundas chispas
las pálidas estrellas,
y abajo… muy abajo en la callada selva,
sentíanse en las hojas próximas a secarse,
y en las marchitas hierbas,
algo como estallidos de arterias que se rompen
y huesos que se quiebran,
¡qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!
Tan honda era la noche,
la oscuridad tan densa,
que ciega la pupila
si se fijaba en ella
creía ver brillando entre la espesa sombra
como en la inmensa altura las pálidas estrellas,
¡qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!
En su ilusión creyóse por el vacío envuelto,
y en él queriendo hundirse
y girar con los astros por el celeste piélago,
fue a estrellarse en las rocas que la noche ocultaba
bajo su manto espeso.
DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS…
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
YA DUERMEN EN SU TUMBA LAS PASIONES
Ya duermen en su tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del doliente espíritu
o gusano que llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que atormentado halaga,
llama que de la vida se alimenta
mas sin la cual la vida se apagara.
UNA SOMBRA TRISTÍSIMA, INDEFINIBLE Y VAGA
Una sombra tristísima, indefinible y vaga,
como lo incierto siempre ante mis ojos va,
tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
corriendo sin cesar.
Ignoro su destino… mas no sé por qué temo, al ver su ansia mortal,
que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.
YA NO MANA LA FUENTE, SE AGOTÓ EL MANANTIAL
Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la yerba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Más no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa
humedece los labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.
CREYÓ QUE ERA ETERNO TU REINO EN EL ALMA
Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal,
mas si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!
PENSABAN QUE ESTABA OCIOSO
Pensaban que estaba ocioso
en sus prisiones estrechas,
y nunca estarlo ha podido
quien firme al pie de la brecha,
en guerra desesperada
contra sí mismo pelea.
Pensaban que estaba solo,
y no lo estuvo jamás
el forjador de fantasmas
que ve siempre en lo real
lo falso, y en sus visiones
la imagen de la verdad.
BUSCA Y ANHELA EL SOSIEGO…
Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.
NOS DICEN QUE SE ADORAN LA AURORA Y EL CREPÚSCULO
Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo,
mas entre el sol que nace y el que triste declina,
medió siempre el abismo que media entre la cuna
y el sepulcro en la vida.
Pero llegará un tiempo quizás, cuando los siglos
no se cuenten y el mundo por siempre haya pasado,
en el que nunca torne tras de la noche el alba
ni se hunda entre las sombras del sol el tibio rayo.
Si de lo eterno entonces en el mar infinito
todo aquello que ha sido ha de vivir más tarde,
acaso alba y crepúsculo, si en lo inmenso se encuentran,
en uno se confundan para no separarse.
Para no separarse… ¡Ilusión bienhechora
de inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa!
Mas, ¿quién sabe si en tanto hacia su fin caminan,
como el hombre los astros con ser eternos sueñan?
SUBAMOS A LA VIDA EN SU CÁRCEL DE ESPINOS Y ROSAS
En su cárcel de espinos y rosas
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.
En su cárcel se duermen soñando
cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.
Y le envidian las alas al pájaro
que traspone las cumbres y valles,
y le dicen: – ¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?
Y despiertan soñando, y dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa,
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.
-¡Todos parten! -exclaman.- ¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?
Yo en tanto, bañados mis ojos, les miro
y guardo silencio pensando: -En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres cautivos,
que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
libraros, mis ángeles, la égida materna.
EN LOS ECOS DEL ÓRGANO O EN EL RUMOR DEL VIENTO
I
En los ecos del órgano o en el rumor del viento
en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
te adivinaba en todo y en todo te buscaba sin encontrarte nunca.
Quizás después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido
otra vez, de la vida en la batalla ruda,
ya que sigue buscándote y te adivina en todo
sin encontrarte nunca.
Pero sabe que existes y no eres vano sueño
hermosura sin nombre, pero perfecta y única;
por eso vive triste, porque te busca siempre
sin encontrarte nunca.
II
Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo,
yo no sé lo que busco, pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!
DE ESTE MUNDO EN LA COMEDIA
De este mundo en la comedia
eterna, vienen y van
bajo un mismo velo envueltas
la mentira y la verdad;
por eso al verlas el hombre
tras del mágico cendal
que vela la faz de entrambas,
nunca puede adivinar
con certeza cuál es de ellas
la mentira o la verdad.
AÚN OTRA AMARGA GOTA EN EL MAR SIN ORILLAS
Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
donde lo grande pasa deprisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légamo.
Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.
Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;
canta, pues ¡oh poeta! canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.
A TRAVÉS DEL FOLLAJE PERENNE
A través del follaje perenne
que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
desde mis ventanas veo
el templo que quise tanto.
El templo que tanto quise…
pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
se agitan mis pensamientos,
dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.
EN MI PEQUEÑO HUERTO
I
En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde
como agreste y sencilla.
Ella borda primores en el césped,
y finge maravillas
entre el fresco verdor de las praderas
do proyectan su sombra las encinas,
y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías.
Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.
II
Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,
ellas con las acacias tornan a florecer,
tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
como aquellas que un tiempo con fervor adoré.
¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca
cuando mi propia mano honda tumba les dio!
Y ya no son aquellas en cuyas hojas pálidas
deposité mis besos… ni yo la misma soy.
TE AMO… ¿POR QUÉ ME ODIAS?
Te amo… ¿por qué me odias?
Te odio… ¿por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.
Mas ello es verdad… ¡Verdad
dura y atormentadora!
Me odias, porque te amo,
te amo, porque me odias.
SANTA ESCOLÁSTICA
I
Una tarde de abril, en que la tenue
llovizna triste humedecía en silencio
de las desiertas calles las baldosas,
mientras en los espacios resonaban
las campanas con lentas vibraciones,
dime a marchar, huyendo de mi sombra.
Bochornoso calor que enerva y rinde,
si se cierne en la altura la tormenta,
tornara el aire irrespirable y denso.
Y el alma ansiosa y anhelante el pecho
a impulsos del instinto iban buscando
puro aliento en la tierra y en el cielo.
Soplo mortal creyérase que había
dejado el mundo sin piedad desierto,
convirtiendo en sepulcro a Compostela.
Que en la santa ciudad, grave y vetusta,
no hay rumores que turben importunos
la paz ansiada en la apacible siesta.
II
-¡Cementerio de vivos! -murmuraba
yo al cruzar por las plazas silenciosas
que otros días de glorias nos recuerdan.
¿Es verdad que hubo aquí nombres famosos,
guerreros indomables, grandes almas?
¿Dónde hoy su raza varonil alienta?
La airosa puerta de Fonseca, muda,
me mostró sus estatuas y relieves
primorosos, encanto del artista;
y del gran Hospital, la incomparable
obra del genio, ante mis tristes ojos
en el espacio dibujóse altiva.
Después la catedral palacio místico
de atrevidas románicas arcadas,
y con su Gloria de bellezas llena
me pareció al mirarla que quería
sobre mi frente desplomar, ya en ruinas,
de sus torres la mole gigantesca.
Volví entonces el rostro, estremecida,
hacia donde atrevida se destaca
del Cebedeo la celeste imagen,
como el alma del mártir, blanca y bella,
y vencedora en su caballo airoso,
que galopando en triunfo rasga el aire.
Y bajo el arco oscuro, en donde eterno
del oculto torrente el rumor suena,
me deslicé cual corza fugitiva,
siempre andando al azar, con aquel paso
errante del que busca en donde pueda
de sí arrojar el peso de la vida.
Atrás quedaba aquella calle adusta,
camino de los frailes y los muertos,
siempre vacía y misteriosa siempre,
con sus manchas de sombra gigantescas
y sus claros de luz, que hacen más triste
la soledad, y que los ojos hieren.
Y en tanto… la llovizna, como todo
lo manso, terca, sin cesar regaba
campos y plazas, calles y conventos
que iluminaba el sol con rayo oblicuo
a través de los húmedos vapores,
blanquecinos a veces, otras negros.
III
Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y detestada,
cual ser que nos atrae y nos desdeña:
algo hay en ti que apaga el entusiasmo,
y del mundo feliz de los ensueños
a la aridez de la verdad nos lleva.
¡De la verdad! ¡Del asesino honrado
que impasible nos mata y nos entierra!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Y yo quería morir! La sin entrañas,
sin conmoverse, me mostrara el negro
y oculto abismo que a mis pies abrieran;
y helándome la sangre, fríamente,
de amor y de esperanza me dejara,
con sólo un golpe, para siempre huérfana.
«¡La gloria es humo! El cielo está tan alto
y tan bajos nosotros, que la tierra
que nos ha dado volverá a absorbemos.
Afanarse y luchar, cuando es el hombre
mortal ingrato y nula la victoria.
¿Por qué, aunque haya Dios, vence el infierno?»
Así del dolor víctima, el espíritu
se rebelaba contra cielo y tierra…
mientras mi pie inseguro caminaba;
cuando de par en par vi abierto el templo,
de fieles despoblado, y donde apenas
su resplandor las lámparas lanzaban.
IV
Majestad de los templos, mi alma femenina
te siente, como siente las maternas dulzuras,
las inquietudes vagas, las ternuras secretas
y el temor a lo oculto tras de la inmensa altura.
¡Oh, majestad sagrada! En nuestra húmeda tierra
más grande eres y augusta que en donde el sol ardiente
inquieta con sus rayos vivísimos las sombras
que al pie de los altares oran, velan o duermen.
Bajo las anchas bóvedas, mis pasos silenciosos
resonaron con eco armonioso y pausado,
cual resuena en la gruta la gota cristalina
que lenta se desprende sobre el verdoso charco.
Y aún más que los acentos del órgano y la música
sagrada, conmovióme aquel silencio místico
que llenaba el espacio de indefinidas notas,
tan sólo perceptibles al conturbado espíritu.
Del incienso y la cera el acusado aroma
que impregnaba la atmósfera que allí se respiraba,
no sé por qué, de pronto, despertó en mis sentidos
de tiempos más dichosos reminiscencias largas.
Y mi mirada inquieta, cual buscando refugio
para el alma, que sola luchaba entre tinieblas,
recorrió los altares, esperando que acaso
algún rayo celeste brillase al fin en ella.
Y… ¡no fue vano empeño ni ilusión engañosa!
Suave, tibia, pálida la luz rasgó la bruma
y penetró en el templo, cual entre la alegría
de súbito en el pecho que las penas anublan.
¡Ya yo no estaba sola!… En armonioso grupo,
como visión soñada, se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el contorno divino,
que en un nimbo envolvía vago el sol de la tarde.
Aquel candor, aquellos delicados perfiles
de celestial belleza, y la inmortal sonrisa
que hace entreabrir los labios del dulce mensajero
mientras contempla el rostro de la virgen dormida.
En el sueño del éxtasis, y en cuya frente casta
se transparenta el fuego del amor puro y santo,
más ardiente y más hondo que todos los amores
que pudo abrigar nunca el corazón humano.
Aquel grupo que deja absorto el pensamiento
que impresiona el espíritu y asombra la mirada,
me hirió calladamente, como hiere los ojos
cegados por la noche la blanca luz del alba.
Todo cuanto en mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos empeños,
ante el sueño admirable que realizó el artista,
volviendo a tomar vida, resucitó en mi pecho.
Sentí otra vez el fuego que ilumina y que crea
los secretos anhelos, los amores sin nombre,
que como al arpa eólica el viento, al alma arranca
sus notas más vibrantes, sus más dulces canciones.
Y orando y bendiciendo al que es todo hermosura,
se dobló mi rodilla, mi frente se inclinó
ante Él, y conturbada, exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay poesía!… Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»
Fragmento de LIEDERS (Artículo escrito por Rosalía de Castro y publicado por primera vez en El Album de El Miño, en Vigo en 1858. Es considerado el primer manifiesto feminista publicado en Galicia.
¡Oh, no quiero ceñirme a las reglas del arte! Mis pensamientos son vagabundos, mi imaginación errante y mi alma sólo se satisface de impresiones.
Jamás ha dominado en mi alma la esperanza de la gloria, ni he soñado nunca con laureles que oprimiesen mi frente. Sólo cantos de independencia y libertad han balbucido mis labios, aunque alrededor hubiese sentido, desde la cuna ya, el ruido de las cadenas que debían aprisionarme para siempre, porque el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud.
Yo, sin embargo, soy libre, libre como los pájaros, como las brisas; como los árboles en el desierto y el pirata en la mar.
Libre es mi corazón, libre mi alma, y libre mi pensamiento, que se alza hasta el cielo y desciende hasta la tierra, soberbio como el Luzbel y dulce como una esperanza.
Cuando los señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren marcar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos se ríen y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad. En el fondo, no obstante, mi corazón es bueno; pero no acato los mandatos de mis iguales y creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne.