VICTOR HUGO
BIOGRAFÍA
Victor Marie Hugo nació el 26 de febrero de 1802, hijo del general del Imperio Joseph Léopold Sigisbert Hugo—nombrado conde, según la tradición familiar, por José I Bonaparte,— jefe de batallón destinado en la guarnición de Doubs en el momento del nacimiento de su hijo, y de Sophie Trébuchet, una dama muy desenvuelta e independiente de origen bretón.
Victor fue el menor de una familia de tres hijos varones, tras Abel y Eugène . Pasó su infancia en París. Su padrino fue el general Víctor Lahorie, amigo de la familia. Las frecuentes estancias en Nápoles y España, consecuencia de los destinos militares de su padre, marcarán sus primeros años.
En 1807 sus padres deciden separarse amistosamente, su padre había iniciado ya una relación con Catherine Thomas, que se convierte en su amante y su madre lo es a su vez del general Lahorie. En 1811, José Bonaparte le impone al general Hugo trasladar a la familia a Madrid y los niños ingresan, como internos, en una residencia religiosa que los Escolapios tenían en el colegio de San Antón y que los ocupantes franceses habían convertido en un «seminario de nobles». Aquí, Hugo padre es nombrado sucesivamente mariscal de campo, general y Conde de Sigüenza.
En 1813 Victor y sus hermanos se instalaron en París con su madre, que se había separado de su marido, y convive con Lahorie, su padrino y preceptor , del que recibe su nombre y con quien aprende latín. Ésta época según Victor es la más feliz de su infancia. Abel permanece en Madrid.
En 1812, mientras Napoleón está en Rusia, acontece el complot del general Mallet, en París. Lahorie que ha participado en él es condenado a muerte y ejecutado.
En 1815 Napoleón es destituido y deportado a causa del fracaso en la batalla de Waterloo.
Restauración de la dinastía de los borbones con Luis XVIII
En septiembre de 1815, Victor y Eugène, a los que separaron de su madre, son internados en la pensión Cordier (hasta 1818). Según Adèle Hugo, es entonces cuando su hermano empieza a componer versos y comienza sus Cahiers de vers français (Cuaderno de versos francés). Autodidacta, mediante tanteos aprende a utilizar la rima y la medida. Recibe el ánimo y apoyo de su madre la que, al igual que a su hermano Eugène, lee sus obras. Sus escritos son revisados y corregidos por un joven maestro de la pensión Cordier que hizo amistad con los dos hermanos. Su vocación es precoz y su ambición inmensa; en julio de 1816, con apenas 14 años de edad, Victor anota en un diario: «Quiero ser Chateaubriand o nada».
En 1817 participa en un concurso de poesía organizado por la Academia francesa sobre el tema «Felicidad que proporciona el estudio de todas las situaciones de la vida». El jurado está cerca de concederle el premio, pero el título de su poema —Trois lustres à peine (Apenas tres lustros)— sugiere demasiado para un joven de su edad y la Academia cree que puede ser una farsa, y recibe solamente una mención. Concursa sin éxito los años siguientes, pero en 1819 gana, en uno de los concursos organizados por la Academia de los Juegos Florales de Toulouse, una «Lis de oro» por Le rétablissement de la statue de Henry IV y un «Amaranto de oro» por Les Vierges de Verdun, y un premio en 1820 por Moïse sur le Nil.
Animado por sus éxitos, Hugo abandona las matemáticas, materia que cursaba en el Liceo Louis le Grand y para la que tenía aptitudes (seguía los cursos de las clases preparatorias), y se embarca en la carrera literaria. Con sus hermanos Abel y Eugène, funda en 1819 una revista, Le Conservateur littéraire, que ya atrae la atención sobre su talento. En 1821 fallece prematuramente su madre y sus primeros poemarios, Odas y Poesías diversas, aparecen en 1822.
El autor tiene por entonces veinte años. La tirada de 1500 ejemplares se agota en cuatro meses. El rey Luis XVIII, que posee un ejemplar, le otorga una pensión anual de mil francos, lo que le permite hacer planes de matrimonio con su amiga Adèle Foucher, a quien había conocido con apenas siete años, en París.
Contrajeron matrimonio el 12 de octubre de 1822 . Con Adèle un año menor que él, tuvieron cinco hijos:
- Léopold 16 de julio de 1823, muere a los meses de nacer.
- Léopoldine (28 de agosto de 1824-4 de septiembre de 1843);
- Charles (4 de noviembre de 1826-13 de marzo de 1871);
- François-Victor (28 de octubre de 1828-26 de diciembre de 1873);
- Adèle (28 de julio de 1830-21 de abril de 1915), la única que sobrevivirá a su padre, pero cuyo estado mental, que decaerá muy pronto, le conllevará muchos años de ingreso en centros de salud.
Se dice que este matrimonio llevó a su hermano Eugène, que pretendía también a esa misma dama, a la locura. El primer brote esquizofrénico comenzó la noche de bodas y tuvo como consecuencia su reclusión, dos años después, hasta su muerte acontecida en 1837.
En ese 1822 comenzó la redacción de Han de Islandia (publicado en 1823) que recibió una tibia acogida. Una bien argumentada crítica de Charles Nodier, es el motivo de un encuentro entre ambos escritores y del nacimiento de su amistad y participa con él en las reuniones del cenáculo de la Bibliothèque de l’Arsenal (parte de la Biblioteca Nacional de Francia), cuna del Romanticismo. Ésta amistad dura hasta 1827-1830, cuando Nodier comienza a ser muy crítico con las obras de Hugo.
Él se convierte en cabeza visible y guía del grupo, del romanticismo liberal, no exento de enemigos y envidiosos, novedoso, ambicioso y atrevido que aplaudirá con las mismas palmas Hernani y las barricadas en julio de 1830.
Durante este período, Victor se reconcilia con su padre que le inspirará los poemas Odas a mi padre y Après la bataille. Su padre fallece en 1828.
En 1824 muere Luis XVIII, le sucede Carlos X.
Cromwell, obra que publica en 1827, arma un escándalo. En el prefacio de este drama, que dedica a su padre, escribe lo que se considera El Manifiesto Romántico. Hugo se opone a las convenciones clásicas, en particular a las unidades aristotélicas de tiempo y lugar y establece los primeros fundamentos de su drama romántico. adhiere a la teoría de las tres edades de la humanidad, primitiva, antigua y moderna, ahí están la voz del hombre primitivo, el lirismo primigenio del Génesis, los épicos combates de la Antigüedad, la era de los dioses necesarios, el legado Homérico y por fin el Cristianismo, tiempo del hombre moderno que en perpetuo tormento a de dirimir las fuerzas contrarias que le habitan y dan sentido transcendental a su existencia. Dice Hugo: “Como todo el mundo, el autor de este libro daba crédito a la susodicha biografía, y el nombre de Cromwell sólo despertaba en él la idea sumaria de un regicida fanático y de un gran capitán. Pero estudiando la crónica y hojeando a la ventura las memorias inglesas del siglo XVII, empezó a notar que se desarrollaba ante sus ojos un Cromwell enteramente nuevo, que no era únicamente el Cromwell militar y político de Bossuet, sino un ser complejo, heterogéneo, múltiple, compuesto de elementos contradictorios, bueno y malo, lleno de genio y de pequeñez; una especie de Tiberio-Daudin, tirano de Europa y juguete de su familia; regicida, que humillaba a los embajadores de los reyes, y al que torturaba su hija; austero y sombrío en sus costumbres, pero entreteniéndose con cuatro bufones que tenía a su lado; que escribía malos versos; que era sobrio, sencillo y frugal; soldado grosero y político sutil; hábil en las argucias teológicas; orador pesado, difuso y oscuro, pero que sabía hablar al alma a los que quería seducir; hipócrita y fanático; visionario dominado por fantasmas desde su niñez; que creía en los astrólogos y los proscribía; excesivamente desconfiado, siempre amenazador y rara vez sanguinario; rígido observador de las prescripciones puritanas; brusco y desdeñoso con sus familiares, acariciando a los sectarios que temía, engañando sus remordimientos con sutilezas; grotesco y sublime; en una palabra, siendo uno de esos hombres cuadrados por la base, como les llamaba Napoleón.
En los tres años siguientes, Hugo se asegurará la dirección del movimiento romántico en Francia y la supremacía en todos los géneros literarios.
En la lírica, con la edición definitiva de Odas y baladas (1828)
“Los siglos, uno tras otro, gigantescos hermanos,
Diferentes por su suerte, semejantes en sus deseos,
Encuentran un fin parecido por caminos contrarios.”
y, sobre todo, Las Orientales (1829); en teatro, con el drama romántico Hernani (febrero de 1830), seguido de Marion de Lorme (1831); en narrativa, con la novela histórica Nuestra Señora de París (marzo de 1831).
“En Hernani describe la tragedia del bandido aragonés con Doña Sol. Con sus elementos góticos y su énfasis en el amor natural. No participa de una concepción aristocrática del arte ni de un individualismo desdeñoso del vulgo. Por el contrario recibe su iniciación de las barricadas que Hugo presiente, del pueblo que acaba de descubrir y que integrará en Nuestra señora de París.
Será combativo, atento a las masas que pronto defenderá, inquieto por el hombre y la historia de las naciones, inquisidor de lo humano y de lo divino, portavoz de la esperanza y paladín de la desmesura; pero al mismo tiempo no dejará nunca de tropezar con sus propias limitaciones, de reconocer sus fallos y llorar sus pecados.”
La pareja recibe a menudo y traba amistad con el crítico Sainte-Beuve, con el poeta Lamartine, con el maestro de la novela corta Mérimée, con el poeta Musset o con el pintor Delacroix. Su esposa Adèle mantiene una relación amorosa con Sainte-Beuve que tiene lugar durante el año 1831.
Entre 1826 a 1837, la familia pasa temporadas con frecuencia en el Château des Roches en Bièvres, propiedad de Louis-François Bertin, director del periódico Journal des débats. Durante estas estancias, Hugo se encuentra con personajes como el compositor Berlioz, el prosista Chateaubriand, y los pianistas y compositores Liszt y Giacomo Meyerbeer, y escribe colecciones de poesía entre las que se encuentra Las hojas de otoño.
El último día de un condenado a muerte aparece el mismo año y es seguida por Claude Gueux en 1834; en estas dos novelas cortas, Hugo muestra su rechazo hacia la pena de muerte.
1830 es el año de estreno de Hernani, obra que fue motivo de una larga serie de conflictos y enfrentamientos en torno a la estética teatral entre los «clásicos», partidarios de una jerarquización estricta de los géneros teatrales, y los «modernos», la nueva generación de románticos que, encabezados por Théophile Gautier, aspiraban a una revolución del arte dramático y se agrupaban en torno a Victor Hugo; el triunfo de la Revolución de 1830 facilitará las cosas. Estos conflictos pasaron a la historia de la literatura bajo el nombre de «La batalla de Hernani». Marion de Lorme, prohibida inicialmente en 1829, se estrenó en 1831 en el Teatro de la Porte Saint-Martin y El rey se divierte en 1832 en el Théâtre-Français, pieza que fue prohibida inmediatamente después de su estreno, lo que servirá a Hugo para indicar en el prefacio de su edición original de 1832:«La aparición de este drama en el teatro dio motivo a un acto ministerial inaudito. Al día siguiente de su estreno remitió al autor, Jouslin de la Salle, director de escena del Teatro Francés, el siguiente oficio, cuyo original conserva: “En este momento, que son las diez y media, acabo de recibir la orden de suspender las representaciones de El rey se divierte, que me comunica H. Taillor en nombre del ministro. Hoy 23 de noviembre.”».
En 1930, la Revolución destrona a Carlos X y da paso a la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleáns.
En 1833 conoce a la actriz Juliette Drouet, que se convierte en su amante y a ella quedará amorosamente vinculado hasta su muerte.. Drouet lo salvará del encarcelamiento durante el golpe de Estado de Napoleón III. Juliette consegue además poner a salvo un baúl que contiene todos sus escritos. Hugo escribirá para ella numerosos poemas. Ambos pasan juntos cada aniversario de su encuentro y completan, año tras año, un cuaderno común que titulan cariñosamente Libro del aniversario. Además de Juliette, Hugo contó con numerosas amantes.
Lucrecia Borgia y María Tudor se estrenaron en el Teatro de la Porte Saint-Martin en 1833, y Angelo, tirano de Padua en el Théâtre-Français en 1835. Ante la falta de escenarios para representar los nuevos dramas, cuya puesta en escena es compleja y costosa por la cantidad de escenografía y tramoya que exige la ruptura de las unidades, Hugo decide, junto con Alejandro Dumas, también hijo de un general napoleónico, crear una sala dedicada al drama romántico. Aténor Joly recibe, por orden ministerial, el privilegio que autoriza la creación del Théâtre de la Renaissance en 1836,donde se representará, en 1838, Ruy Blas.
EN 1838 Muere su hermano, Eugene,internado en el asilo psiquiátrico de Charenton desde 1825,
Hugo accede a la Academia francesa en 1841, después de tres tentativas que resultaron infructuosas, esencialmente a causa de un grupo de académicos entre los que se encontraba el escritor costumbrista Étienne de Jouy que se oponían al romanticismo y lo combatían ferozmente.
1842: El Rin, diario de viaje, correspondencia y leyendas germánicas.
Para Hugo 1843 fue un año funesto; en marzo se estrenó Los burgraves, obra que no recibe el éxito esperado. Durante la creación de todas sus obras, Hugo se enfrenta contra todo tipo de dificultades materiales y humanas, como teatros poco propicios a los espectáculos de envergadura o reticencias de los actores franceses ante la audacia de sus dramas, y sus piezas reciben silbidos a menudo por parte de un público poco sensible al drama romántico, aunque también reciben por parte de sus admiradores vigorosos aplausos.
El 4 de septiembre de 1843, su hija, Léopoldine, muere trágicamente en Villequier, en el río Sena, ahogada junto con su marido Charles Vacquerie tras el naufragio de su barco. Hugo se encontraba entonces en los Pirineos con Juliette Drouet, y se entera por la prensa de la muerte de su hija. El escritor se ve afectado terriblemente por esta muerte, que le inspirará varios poemas de Las contemplaciones —particularmente, «Mañana, desde el alba»—. Desde esta fecha y hasta su exilio en 1851, Hugo no publicará nada, aunque seguirá escribiendo furiosamente; no estrena teatro, no imprime novelas ni colecciones de poemas. Algunos autores ven en la muerte de Léopoldine y el fracaso de Los burgraves una posible razón de este desafecto del autor hacia la creación literaria, mientras que otros ven más bien una posible atracción hacia la política, actividad que le ofrecería otra tribuna a sus actividades. Es verdad que en 1845 fue nombrado Par de Francia y en 1848 no es todavía el furibundo republicano que llegará a ser.
Educado por su madre bretona en el espíritu del monarquismo, paulatinamente muestra interés y convencimiento hacia la democracia —«J’ai grandi» (crecí), escribe en el poema Écrit en 1846 en respuesta a un reproche de un amigo de su madre—.
Según Pascal Melka, Hugo tiene la voluntad de conquistar el régimen para tener influencia y poder así llevar a cabo sus ideas. Se hace entonces confidente de Luis Felipe I en 1844 y posteriormente par de Francia en 1845. Su primer discurso, realizado en 1846, es para defender la suerte de Polonia, descuartizada entre varios países, y en 1847 defiende el derecho de regreso de los desterrados, como Jérôme Napoleón Bonaparte . También defiende la ley Faulloux.sobre enseñanza privada, que lo enemista con la iglesia.
Al inicio de la Revolución francesa de 1848, se instala la Segunda República. Él es nombrado Alcalde del 8.º distrito de París, y posteriormente diputado con escaño entre los conservadores. Durante los motines obreros de junio de 1848, Hugo participará personalmente en la matanza, comandando tropas frente a las barricadas en el distrito parisino para el que fue nombrado alcalde; más tarde desaprobará la sangrienta represión desarrollada tras la revuelta.
En agosto de 1848 funda el periódico L’Événement. Apoya la candidatura de Carlos Luis Napoleón Bonaparte, elegido presidente de la República en diciembre de 1848. Tras la disolución de la Asamblea nacional, en 1849 es elegido para la Asamblea legislativa y pronuncia su Discurso sobre la miseria. Rompe con Luis Napoleón Bonaparte por su apoyo al envío de una expedición francesa contra la República Romana instaurada en 1849, que termina con el restablecimiento del papa en sus funciones y progresivamente se enfrenta contra sus antiguos amigos políticos y reprueba su política reaccionaria.
Cuando se produce el golpe de Estado de Luis-Napoñeón, del 2 de diciembre de 1851, Hugo intenta huir pero es retenido; sin embargo un comisario francés se niega a detenerlo diciéndole «¡Sr. Hugo, no le arresto porque solamente detengo a la gente peligrosa!».Ese mismo año, sus hijos Charles y François- Victor son condenados por haber publicado artículos contra la pena de muerte.
Hugo se exilia voluntariamente en Bruselas, y condena con fuerza el golpe de Estado, sus razones morales, y a su autor, Napoleón III, en un panfleto publicado en 1852, Napoleón, el Pequeño, así como en Historia de un crimen, escrito al día siguiente del golpe de Estado y publicado 25 años más tarde.
En el exilio el doloroso recuerdo de su hija Léopoldine —así como su curiosidad— le impulsan a iniciar experiencias relacionadas con el espiritismo y consignadas en Las mesas giratorias de Jersey, editado por Gustave Simon en 1923. Esta experiencia se interrumpe porque uno de los miembros enloquece en una de las sesiones.Al publicarse Napoleón el Pequeño, por orden del gobierno belga se vio obligado a salir del país y se traslada a la dependencia británica de Jersey.
Expulsado de Jersey en 1855 por una carta que escribe a la Reina Isabel de Inglaterra para protestar en contra de la ejecución de un condenado a muerte, se instala en la Hauteville House en Guernsey. Hugo forma parte de un grupo de proscritos que niegan a volver a Francia tras el decreto de amnistía que permite el regreso de todos los expulsados tras el golpe de diciembre; Victor Hugo manifiesta: «Et s’il n’en reste qu’un, je serai celui-là» —Y si queda allí sólo uno, seré yo—.
Estos años difíciles son muy fecundos desde el punto de vista literario; publica Los castigos (1853), obra en verso que tiene en su punto de mira el Segundo Imperio; Las contemplaciones, poesías (1856); La leyenda de los siglos (1859), así como una de sus obras más significativas, la novela Los miserables (1862). Rinde homenaje al pueblo de Guernsey en su novela Los trabajadores del mar (1866).
Recibe algunas visitas del continente, como la de Judith Gautier o la de Boucher de Perthes en 1860; este último lo describe como “un republicano gentilhombre, (…) muy bien establecido, viviendo como padre de familia (…) querido por sus vecinos y considerado por los habitantes”.
Como dijimos anteriormente, cuando Napoleón III firmó el decreto de 1859 de amnistía general de los presos políticos, Hugo se había negado a sacar provecho de esta gracia del «usurpador» («Quand la liberté rentrera, je rentrerai» —Cuando vuelva la libertad, volveré—) y tampoco lo hace en la de 1869. Finalmente regresa a Francia en septiembre de 1870, después de la derrota del ejército francés en la Batalla de Sedán y recibe una acogida triunfal por parte de los parisinos. Participa activamente en la defensa de París durante el Sitio de París de 1870. Es elegido para la Asamblea nacional —ocupando un escaño por Burdeos— el 8 de febrero de 1871, pero dimite el mes siguiente como protesta contra la invalidación de Garibaldi. En marzo de 1871 se encontraba en Bruselas para arreglar la sucesión de su hijo Charles, cuando estalla la insurrección de la Comuna. Asiste a la rebelión y a su represión desde Bélgica y la desaprueba tan vivamente que es expulsado del país. Encuentra refugio durante tres meses y medio en el Gran Ducado —del 1 de junio al 23 de septiembre—. Permanece sucesivamente en Luxemburgo, en Vianden —dos meses y medio—, en Diekirch y en Mondorf-les-Bains, donde se somete a una cura termal; finaliza allí la colección de poemas El año terrible. Regresa a Francia a finales de 1871. Lo solicitan varios comités republicanos, y acepta presentarse candidato para la elección complementaria del 7 de enero de 1872. Visto como «radical» debido a su voluntad de amnistiar a los comuneros, es golpeado por el republicano moderado Joseph Vautrain. El mismo año, Hugo se traslada de nuevo a Guernesey, donde escribe la novela Noventa y tres.
En 1873 reside en París y se consagra a la educación de sus dos nietos, Georges y Jeanne, que le inspiran la colección El arte de ser abuelo. Recibe a muchos personajes, políticos y literarios, como los hermanos Goncourt, Lockroy, Clemenceau, Gambetta y otros.
El 30 de enero de 1876 es elegido senador y milita en favor de la amnistía. Se opone al presidente Mac-Mahon cuando éste disuelve la cámara baja. En su discurso de apertura del Congreso Literario Internacional de 1878, Hugo se posiciona por el respeto de la propiedad literaria pero también por el fundamento del dominio público.
En junio de 1878 se siente indispuesto —tal vez aquejado de un accidente cerebrovascular—; se traslada a reposar cuatro meses a Guernesey en su residencia de Hauteville House, atendido por su «secretario benévolo», Richard Lesclide. Este mal estado de salud pone fin prácticamente a toda su actividad como escritor. No obstante continúan apareciendo regularmente numerosas selecciones, que recopilan poemas que datan de sus años de excepcional inspiración (1850-1870), como La Piedad suprema (1879), El asno (1880), Los cuatro vientos del espíritu (1881), la última serie de La leyenda de los siglos (septiembre de 1883) y otras, contribuyendo a la leyenda del viejo hombre inagotable hasta la muerte. Durante este período, muchas de sus obras son representadas de nuevo, como Ruy Blas en 1872, Marion de Lorme y María Tudor en 1873 o El rey se divierte en 1882.
Hasta su muerte, Hugo fue una de las figuras tutelares de la recuperada república, tercera República, así como una indiscutible referencia literaria. Fallece el 22 de mayo de 1885, en su residencia particular «La Princesse de Lusignan», que se encontraba situada en el lugar del actual n.º 124 de la avenida Victor-Hugo de París. Según la leyenda, sus últimas palabras fueron: «Ceci est le combat du jour et de la nuit… Je vois de la lumière noire.» —Es el combate del día y de la noche… Veo la luz negra—“.Conforme a sus últimas voluntades, la ceremonia se efectúa en el llamado «coche fúnebre de los pobres». Inicialmente se piensa en el cementerio del Père-Lachaise, pero el 1 de junio, en respuesta al decreto del 26 de mayo de 1885, es finalmente conducido al Panteón de París (la joven Tercera República aprovecha este acontecimiento para transformar la iglesia de Sainte-Geneviève en Panteón). Antes del traslado de sus restos, su ataúd es expuesto una noche bajo el Arco de Triunfo, sobre el que se coloca un crespón negro; coraceros a caballo velan toda la noche el catafalco coronado con las iniciales VH, según la programación establecida por Charles Garnier. Un gran número de personas y delegaciones se desplazaron para ofrecerle su último homenaje; la comitiva hacia el Panteón se extiende a lo largo de varios kilómetros y es seguida por unos dos millones de personas. Actualmente sus restos reposan junto a los de Émile Zola y Alejandro Dumas, trasladados desde otras necrópolis en 1908 y 2002 respectivamente.
Fue uno de los escritores más populares de su tiempo y aún hoy en día es uno de los más conocidos, y está considerado como uno de los pilares de la literatura francesa.
Baudelaire dijo de él: “Es el hombre mejor dotado, más visiblemente elegido para mostrar el misterio de la vida.”
A su talento como escritor, también hay que añadir el dibujo. Aunque si bien es cierto que el artista no eclipsó al poeta, no se debe olvidar el trabajo pictórico de Hugo, al que se consagraron numerosas y prestigiosas exposiciones durante los últimos años (en el momento del centenario de su muerte, en 1985, «Soleil d’Encre» en el Museo del Petit Palais y «Dessins de Victor Hugo» en la casa en la que vivió bajo la Monarquía de Julio en la Plaza de los Vosgos; pero también, más recientemente, en Nueva York, Venecia, Bruselas o Madrid).
En su trayectoria política y humanista Victor Hugo también destacó por ser uno de los pocos hombres de su siglo que alzaron su voz contra las injusticias que sufrían las mujeres. «Es difícil lograr la felicidad del hombre con el sufrimiento de la mujer» escribió en una carta a Léon Richer, creador de la Asociación por los derechos de las mujeres (1869) en la que Hugo se posiciona a favor de la lucha feminista que desarrollaban los librepensadores de la época. Por este compromiso Victor Hugo fue nombrado Presidente de Honor de la Liga Francesa de Derechos de las Mujeres fundada por Richer en 1882.
Hugo defendió con frecuencia la idea de la creación de los Estados Unidos de Europa. Así, en su discurso de 1849, durante el Congreso de la paz proclama:
Llegará un día en que ustedes Francia, ustedes Rusia, ustedes Italia, ustedes Inglaterra, ustedes Alemania, todas ustedes, naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y vuestra gloriosa individualidad, ustedes se fundirán estrechamente en una unidad superior, y constituirán la fraternidad europea, absolutamente como Normandía, Bretaña, Borgoña, Lorena, Alsacia, todas nuestras provincias, se unieron a Francia.
Llegará un día en que no haya más campos de batalla que los mercados que se abran al comercio y los espíritus que se abran a las ideas’.
Llegará un día dónde las balas de cañón y las bombas sean reemplazados por los votos, por el sufragio universal de los pueblos, por el venerable arbitraje de un gran Senado soberano que será en Europa lo que el Parlamento es en Inglaterra, lo que la Dieta es en Alemania, lo que la Asamblea Legislativa es en Francia.
Sus obras dieron lugar a numerosas adaptaciones al cine, a la televisión o al teatro.
Un centenar de óperas se inspiraron en las obras de Hugo; entre las más conocidas:
1833: Lucrezia Borgia, de Gaetano Donizetti, adaptación de Lucrecia Borgia.
1837: Il Giuramento, de Saverio Mercadante, adaptación de Angelo, tirano de Padua.
1844: Ernani de Verdi, de la obra Hernani.
1851: Rigoletto de Verdi, basada en El rey se divierte.
1885: Marion Delorme de Amilcare Ponchielli, basada en Marion Delorme.
1943: Torquemada de Nino Rota, adaptación de Torquemada.
Numerosos compositores pusieron música a los poemas de Hugo,173 de Bizet a Wagner pasando por Camille Saint-Saëns o Fauré.
Su amigo Franz Liszt compuso varias piezas sinfónicas inspiradas en sus poemas: Ce qu’on entend sur la montagne, basada en Las hojas de otoño, y Mazeppa, basada en Los orientales.
Un importante número de sus obras se han adaptado para la televisión. Entre otras, la producción alemana Rigoletto (2010) y la neerlandesa del mismo título del 2003, basada en El rey se divierte; el telefilme español La Gioconda (1988), adaptación de Angelo, tirano de Padua; la estadounidense Ernani (1983), basada en Hernani; la brasileña Os Miseráveis (1967), basada en Los miserables; o la adaptación para la televisión francesa realizada por Josée Dayan en el 2000 de Los miserables, con Gérard Depardieu y John Malkovich.
POEMAS
PREFACIO DE CRONWELL- MANIFIESTO Romántico- fragmentos
V.H. lo dedica a su padre
“Debemos partir de un hecho. La misma naturaleza de civilización, o para emplear una expresión más exacta aunque más extensa, la misma sociedad no ha ocupado siempre el mundo. El género humano en conjunto ha crecido, se ha desarrollado y ha madurado como nosotros. Desde niño pasó a ser hombre, y nosotros presenciamos ahora su imponente vejez. Antes de la época, que la sociedad moderna llama antigua, existió otra era, que los antiguos llamaban fabulosa, y que sería más exacto llamar primitiva. He aquí, pues, tres edades sucesivas en la civilización, desde su origen hasta nuestros días. Como la poesía se superpone siempre a la sociedad, probaremos a desentrañar, según la forma de ésta, cuál ha debido ser el carácter de aquélla en las tres grandes edades del mundo: los tiempos primitivos, los tiempos antiguos y los tiempos modernos.
Haremos la última observación para marcar bien el carácter épico de aquellos tiempos, que consiste en decir que la tragedia antigua, así por los asuntos que trata como por las formas que adopta, no hace más que repetir la epopeya. Los trágicos antiguos se ocupan en detallar a Homero, conciben las mismas fábulas, las mismas catástrofes y los mismos héroes. Todos se abrevan del río homérico. Siempre se ocupan de la Ilíada y de la Odisea. Como Aquiles, que arrastra a Héctor, la tragedia griega da vueltas alrededor de Troya. Poco a poco la edad de la epopeya llega a su fin. Así como la sociedad que ella representa, la poesía se gasta afianzándose sobre sí misma. Roma se calca sobre la Grecia y Virgilio copia a Homero, y para morir dignamente la poesía épica expira de su último parto. Había sonado su hora. Iba a empezar una nueva era para el mundo y para la poesía.
La religión espiritualista, que suplanta al paganismo material y exterior, deslizándose en el corazón de la sociedad antigua, la mata, y en el cadáver de una civilización decrépita deposita el germen de la civilización moderna. Esta religión es completa, porque es verdadera; entre el dogma y el culto sella profundamente la moral.
El autor pleitea, por el contrario, por conseguir la libertad del arte contra el despotismo de los sistemas, de los códigos y de las reglas. Tiene por costumbre seguir a la ventura el asunto que escoge por inspiración y cambiar de molde cada vez que cambia de composición; huye sobre todo del dogmatismo en las artes. “No quiera Dios que aspire nunca a ser de esos románticos o clásicos que escriben sus obras según uno de los dos sistemas, que se condenan para siempre a que su talento no tenga más que una forma y a no seguir otras leyes que las de su organización y las de su naturaleza. La obra artificial de semejantes hombres, por mucho talento que tengan, no existe para el arte; es una teoría, pero no una poesía.—————-
Digámoslo en voz alta. Ha llegado el tiempo en que la libertad, como la luz, penetrando por todas partes, penetra también en las regiones del pensamiento. Es preciso inutilizar por inservibles las teorías, las poéticas y los sistemas. Hagamos caer la antigua capa de yeso que ensucia la fachada del arte. No debe haber ya ni reglas ni modelos; o mejor dicho, no deben seguirse más que las reglas generales de la naturaleza, que se ciernen sobre el arte, y las leyes especiales que cada composición necesita, según las condiciones propias de cada asunto
EL SOSTÉN DE LOS IMPERIOS
Supuesto el mundo existe, preciso es tolerarlo.
Sepamos apreciar sin cólera a los seres.
Este hombre es el burgués del siglo en que vivimos
Que vendía en otros tiempos pastillas de jabón.
Ahora es rico y posee prados, bosques, viñedos;
Detesta al populacho y no aprecia a los nobles;
Siendo hijo de un portero, encuentra en este tiempo
Inútil que alguien sea de los Montmorency.
Es severo, virtuoso y forma parte,
Teniendo buena alfombra cuando llega diciembre,
Del partido del orden y de la gente honrada.
Detesta a los que aman y a los inteligentes;
Un poco da limosna, otro dinero a rédito;
Y del progreso santo, de la libertad pura,
Del derecho del pueblo, dice: ¡no quiero verlos!
Tiene ese sano juicio del tosco Sancho Panza
Que dejaría a Cervantes morir de caridad;
El admira a Boileau, sofalda a las criadas,
Y grita, tras haber sobado a Jeanneton,
De la inmoralidad de leer folletines.
A la misa a que acude, sin faltar, los domingos
Sobre una fea peana lleva a un Jesús dorado,
El belén, el calvario, el Die illa.
_ No es que crea, entendámonos, en estas necedades_
Nos dice,_ Al acudir su pedestal levanta
Ya que creerá la chusma, al verle a él creer,
Ya que hay que entontecer estas gentes hambrientas,
Ya que un buen Dios cualquiera, al cabo es necesario.
Tras lo cual, colocaos -dice el sacristán. Y entra
Y en el banco de fábrica deposita su vientre
Tranquilo, al comprobar, que en su devoción, tiene
Al pueblo bien atado y a Dios bajo sus órdenes.
De Los cuatro vientos del espíritu- Libro Satñirico
CONCIENCIA
Airada tempestad se desataba
Cuando, de toscas pieles revestido,
Caín con su familia caminaba
Huyendo a la justicia de Jehovah.
La noche iba a caer. Lenta la marcha
Al pie de una montaña detuvieron,
Y a aquel hombre fatídico dijeron
Sus tristes hijos: -Descansemos ya.
Duermen lodos, excepto el fratricida.
Que, alzando sus miradas hacia el monte
Vio, en el fondo del fúnebre horizonte,
Un ojo fijo en él.
Se estremeció Caín, y despertando
A su familia del dormir reacio,
Cual siniestros fantasmas del espacio
Retornaron a huir, ¡suerte cruel!
Corrieron treinta noches y sus días,
Y pálido, callado, sin reposo,
Sin mirar hacia atrás y pavoroso,
Tierra de Assur pisó.
Reposemos aquí… ¡Dénos asilo
Esta región espléndida del suelo!
Y, al sentarse, la frente elevó al cielo,
Y allí el ojo encontró.
Entonces a Jabel, padre de aquellos
Que en el desierto habitan: -Haz, le dijo.
Que se arme aquí una tienda -y el buen hijo
Armó tienda común.
¿Todavía lo veis? -preguntó Tsila,
La niña de la blonda cabellera,
La de faz como el alba placentera,
Y Caín respondió: -Lo veo aún.
Júbal entonces dijo: -Una barrera
De bronce construiré: tras de su muro,
Padife, estarás de la visión seguro;
Ten confianza en mí.
Una muralla se elevó altanera,
Y el ojo estaba allí.
Tubalcaín a fabricar se puso
Una ciudad, gigante de la tierra;
Y, en tanto, sus hermanos daban guerra
A la tribu de Seht y a la de Enós.
Poblando de tinieblas la campiña
La sombra de las torres se extendía;
Y en la puerta grabó su altanería:
“Prohíbo entrar a Dios”.
Un castillo de piedra, cuyo muro
A la altitud de una montaña asciende,
De la ciudad en medio se desprende,
Y allí Caín entró.
Tsila, llega hasta él y, palpitante,
Padre, le dice, ¿aún no ha desparecido?
Y el anciano aterrado y conmovido,
La responde: -¡No!, ¡no!
De hoy más quiero habitar bajo la tierra,
Como en su tumba el muerto- y presurosa
Su familia cavóle una ancha fosa,
Y a ella descendió al fin.
Mas ¡debajo esa bóveda sombría,
Debajo de esa tumba inhabitable,
El ojb estaba fiero, inexorable,
Y miraba a Caín.
BOOZ DORMIDO
Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.
Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.
Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;
Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
“Dejar caer a propósito espigas” -decía.
Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.
Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.
El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.
Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.
Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.
Y Booz murmuraba con la voz del alma:
“¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no tengo hijos y ya no tengo mujer.
Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.
Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;
Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua”.
Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.
Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.
Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.
Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.
La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.
La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.
Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.
Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.
1º de mayo de 1858
LA POBRE GENTE
I
Es de noche. La choza es pobre, aunque segura.
Sombrío es su interior, mas algo se percibe
que irradia entre las sombras de su oscuro crepúsculo.
Redes de pescador cuelgan de sus paredes.
Y al fondo, en un rincón, una vajilla humilde,
encima de un arcón, destella vagamente,
y una gran cama adviértese, echadas sus cortinas.
Cerca, un colchón se extiende sobre unos viejos bancos,
y cinco niños sueñan en él como en un nido
de almas. El hogar donde unas llamas velan
alumbra el techo oscuro, y una mujer, de hinojos,
la frente sobre el lecho, reza y piensa, agitada.
Es su madre. Está sola. Blanco de espuma, afuera,
contra el viento, las rocas, las sombras y la bruma,
el torvo Océano lanza sus oscuros sollozos.
II
Su hombre está en el mar. Marino desde niño,
contra el siniestro azar libra una gran batalla.
Llueva o truene, sin falta ha de salir él siempre,
pues las criaturas tienen hambre. Al atardecer
parte cuando las aguas profundas van subiendo,
del dique, los peldaños.
La mujer quedó en casa cosiendo viejas telas,
remendando las redes, cuidando los anzuelos,
ante el hogar velando la sopa de pescado,
y a Dios luego rezando cuando los niños duermen.
Él, solo, combatido del mar, cambiante siempre,
se adentra en sus abismos y se pierde en la noche.
¡Qué esfuerzo! Todo es negro y frío, nada luce.
En los rompientes, entre las delirantes olas,
el buen banco de pesca y, sobre el mar inmenso,
el lugar móvil, negro, cambiante y caprichoso,
tan querido a los peces de aletas plateadas,
no es más que un punto sólo, grande como dos chozas.
Mas, de noche, en diciembre, con niebla y aguacero,
para encontrar tal punto sobre el desierto inquieto
¡cómo hay que calcular el viento y la marea,
y combinar con tino todas las maniobras!
Bordéanlo las olas como culebras verdes;
el mar tuerce y se encrespa sus pliegues desmedidos,
y hace gemir de horror los pobres aparejos.
Sueña él con su Jeannie, solo en el mar helado,
y ésta, llorando, llámalo, y entrambos pensamientos
se cruzan en la noche cual dos divinos pájaros.
III
Ella reza, y la alondra con su burlón graznido
importúnale, y entre escollos derruidos
le aterra el Océano, y mil distintas sombras
su espíritu atraviesan, de mar y marineros
llevados por la cólera furiosa de las olas;
y mientras, en su caja, cual sangre en las arterias,
el frío reloj late, vertiendo en el misterio
el tiempo gota a gota, inviernos, primaveras,
las varias estaciones; y estas palpitaciones
abren para las almas, y a modo de bandadas
de azores y palomas, por un lado, las cunas;
(las tumbas por el otro.
Ella medita y sueña: —“¡Oh Dios, cuánta pobreza!”
Sus hijos van descalzos en invierno y verano.
No comen pan de trigo, sólo pan de cebada.
¡Oh Dios, el viento ruge como un fuelle de fragua!
El mar bate en la costa como si fuera un yunque,
y las estrellas huyen entre el negro huracán
como un turbión de chispas por una chimenea.
Es ya la medianoche, la hora en la que ésta
como jovial danzante ríe y juguetea
bajo antifaz de raso que iluminan sus ojos;
la hora en que medianoche, bandido misterioso,
de sombra y lluvia lleno y su frente en el cierzo,
toma a un pobre marino tembloroso y lo estrella
contra espantosas rocas que aparecen de pronto.
¡Qué horror!, el hombre cuyos gritos el mar sofoca,
siente ceder y hundirse la barca en que naufraga,
y mientras siente abrirse las sombras y el abismo
bajo sus pies, ¡aún sueña con esa vieja argolla
de hierro, de su muelle, bañado por el sol!
Estas tristes visiones su corazón conturban,
negro como la noche. Y ella tiembla y solloza.
IV
¡Oh la pobre mujer del pescador! Qué horrible
es tener que decirse: —“Todo cuanto yo tengo,
hermano, padre, amante, mis hijos más queridos,
el alma de mi alma, están en ese caos
perdidos, mi corazón, la carne de mi carne.”
¡Ser presa de las olas es serlo de las bestias!
Pensar —¡Cielos!— que el agua juegue con sus cabezas,
desde el hijo, grumete, al marido, patrón,
y que el viento soplando por sus trompas horribles
sobre ellos desate su larga y loca trenza,
y tal vez a esta hora se encuentren en peligro,
sin que saber podamos lo que están ahora haciendo
más que para enfrentarse a ese abismo sin fondo,
a esas oscuras simas donde no hay ni una estrella,
¡tienen sólo una plancha con un poco de tela!
¡Terrible angustia! Corren todas sobre las rocas.
Las olas suben; háblanles, grítanles: —“Devolvédnoslos”.
Mas ¡ay! qué es lo que puede decirse al pensamiento
del mar, siempre sombrío, y siempre trastornado!
Jeannie está aún más triste. ¡Su esposo está allá solo!,
en esta áspera noche, bajo el frío sudario,
sin ayuda. Sus hijos son aún pequeños. Madre,
dices: “¡Si fueran grandes! ¡Qué solo está!” ¡Quimeras!
Mañana, cuando partan ya acompañando al padre
dirás entre sollozos: “¡Oh, si aún pequeños fueran!”
V
Toma ella su linterna y su capote. Es la hora
de ir a ver si regresa y si la mar mejora,
si ya es de día y el mástil muestra su gallardete.
¡Vamos! De casa sale. La brisa matutina
no sopla aún. No hay nada. No está esa línea blanca
en el confín en donde se aclaran las tinieblas.
Llueve. Oh, qué siniestra la lluvia, de mañana.
Parece que el día tiembla, que está incierto y dudoso,
y que al igual que un niño, llora al nacer el alba.
Sale. No hay luz alguna en ninguna ventana.
De repente, a sus ojos que buscan el camino,
con una rara mezcla de lúgubre y de humana
una pobre casucha, decrépita, aparece,
sin luz ni fuego alguno; su puerta bate el viento;
sobre sus viejos muros hay un techo oscilante,
y el cierzo en él retuerce repugnantes rastrojos,
sucios y amarillentos como un río revuelto.
“¡Vaya!”, no me acordaba de esta pobre viuda
se dice—; mi marido la encontró el otro día
enferma y solitaria; voy a ver cómo anda”.
Golpea ella la puerta; escucha, no hay respuesta,
y Jeannie bajo el viento del mar tirita y tiembla.
“¡Enferma! ¡Y sus hijos andan tan mal nutridos!…
No tiene más que dos, pero está sin marido”.
Golpea otra vez la puerta. “¡Eh, vecina, vecina!”
Pero la casa calla. “Oh Dios —se dice inquieta—,
¡cómo duerme que no oye ni aun tras llamar tanto!”
Pero esta vez la puerta, como si de repente
los objetos sintieran una piedad suprema,
triste, giró en la sombra y abrióse por sí misma.
VI
Entró, y su linterna iluminó la negra
estancia muda al borde de las rugientes olas.
Como por un cedazo caía agua del techo.
Yacía al fondo echada una terrible forma;
una mujer inmóvil, descalza y boca arriba,
con la mirada oscura y un espantoso aspecto,
un cadáver; —un tiempo madre jovial y fuerte—;
el desgreñado aspecto de la miseria muerta;
los despojos del pobre tras su tenaz combate.
Pender dejaba ella un frío y yerto brazo
con su mano ya verde, en medio de la paja,
y brotaba el horror de aquella boca abierta
por la que alma, huyendo, siniestra, había lanzado
¡el grito de la muerte que oye la eternidad!
Cerca donde yacía la madre de familia,
dos niños muy pequeños, un varón y una hembra,
en una misma cuna sonreían en sueños.
Sintiéndose morir, su madre habíales puesto
sobre sus pies su manto, sus ropas sobre el cuerpo,
para que en esa sombra que nos deja la muerte,
no hubieran de sentir perderse la tibieza,
y así calor tuvieran en tanto que frío ella.
VII
¡Cómo duermen los dos en esa pobre cuna!
Su aliento es apacible y sus frentes serenas,
cual si no hubiera nada capaz de despertarlos,
ni siquiera las trompas del Juïcio Final,
pues que, inocentes siendo, a juez ninguno temen.
La lluvia ruge afuera cual si fuera un diluvio.
Del techo, a veces, cae con las rachas del viento
una gota de lluvia sobre esa frente yerta
y corre por su rostro cual si fuera una lágrima.
Las olas suenan como la campana de alarma.
La muerta oye la sombra con expresión absorta.
VIII
Pero Jeannie ¿qué ha hecho en casa de la muerta?
Bajo su amplia capa ¿qué es lo que ella se lleva?
¿Qué es lo que transporta al salir de la puerta?
¿Por qué su pecho late? ¿Por qué apresura el paso?
¿Por qué así, vacilante, entre las callejuelas
corre sin atreverse a volver la cabeza?
¿Qué es, pues, lo que ella oculta con un aire turbado
entre su lecho en sombras? ¿Qué puede haber robado?
IX
Cuando ella entró en su casa, las rocas de la costa
blanqueaban ya. Una silla puso junto a su cama,
y se sentó muy pálida, cual si un remordimiento
la abatiese. Su frente puso en la cabecera
y, por unos instantes, con voz entrecortada
habló mientras que lejos, ronca, la mar bramaba.
“—¡Pobre hombre, Dios mío! ¿Qué va a decir? ¡Ya tiene
tantas preocupaciones! ¿Cómo pudo ocurrírseme?
¡Cinco niños a cuestas! ¡Y trabajando tanto!…
¿No habían bastantes penas, y ahora voy a darle
otra más?… —Oh, ¿es él? No, aún no. Hice mal.
Diré, si me golpea: Tienes razón. ¿Es él?
Aún no. Mejor. La puerta tiembla como si alguien
entrara. Pero no. ¡Pobre hombre!, oír
que regresa él ahora ¿es que va a darme miedo?”
Luego Jeannie quedóse temblando y pensativa,
cada vez más hundiéndose en una angustia íntima,
perdida entre sus cuitas igual que en un abismo,
sin escuchar siquiera los ruidos exteriores,
los negros cormoranes volando vocingleros,
las olas, la marea, la cólera del viento.
Ruidosa y clara abrióse la puerta de repente,
dejando un blanco rayo entrar en la cabaña,
y el pescador, alegre, con sus chorreantes redes
en el umbral mostróse, y “Así es la mar”, le dice.
X
Jeannie gritó: “¡Eres tú!”, y fuerte contra el pecho
estrechó a su marido cual si fuera un amante,
y besó su chaqueta arrebatadamente
en tanto que él decía: “¡Aquí estoy ya, mujer!”,
y mostraba en su frente, que el fuego esclarecía,
su alma franca y buena que Jeannie iluminaba.
“—Me han robado —le dice—; el mar es una selva.”
“—¿Qué tiempo ha hecho? —Duro. —¿Y la pesca? —Muy mala.
Pero mira: te abrazo, y ya me siento a gusto.
No pude pescar nada, y destrocé las redes.
El diablo andaba oculto en el viento que aullaba.
¡Qué noche! Hubo un momento que creí entre el estruendo
que el barco se volcaba, y se rompió la amarra.
Pero dime, ¿qué has hecho tú durante este tiempo?”
Ella sintió en la sombra un estremecimiento.
“—¿Quién, yo? ¡Dios mío!, nada, lo que suelo hacer siempre.
Coser y oír rugir el mar como un gran trueno.
Tuve miedo”. “—El invierno es duro, mas da igual”.
Luego, temblando como quien se ha portado mal,
“—A propósito… —dijo—, nuestra vecina ha muerto.
Ayer debió morir, en fin, ya poco importa,
al caer el sol, después que partiérais vosotros.
Dos niños deja ella, muy pequeños aún.
Se llama uno Guillaume, y la otra Madelaine;
él todavía no anda, la niña apenas habla.
Esa buena mujer vivía en la miseria”.
Cobró él un grave aspecto, y echando en un rincón
su gorro de forzado, mojado por las olas,
“—¡Diablos! —dijo— rascándose, absorto, la cabeza.
Teníamos cinco niños, con éstos serán siete.
Ya alguna noche, a veces, sin cenar nos quedábamos
los meses del invierno. ¿Cómo haremos ahora?
Bueno, no es culpa mía. Eso es tan sólo asunto
de Dios. Aun así, es un grave accidente.
¿Por qué habría de llevarse a esa pobre mujer?
¡Qué cuestión tan difícil! ¡Mucho mayor que un puño!
Para entender todo esto, hay que tener estudios.
¡Criaturas!, tan pequeños no podrán trabajar.
Mujer, vete a buscarles, pues si se han despertado,
estarán asustados de estar junto a un cadáver.
Es su madre ¿no ves?, que llama a nuestra puerta;
abrámosla a esos niños. Vivirán con los nuestros.
A todos los tendremos, de noche, en las rodillas.
Vivirán como hermanos de nuestros cinco hijos.
Cuando vea el Señor que hay que buscar comida
para esos nuevos niños junto a los que tenemos,
para esa pequeñina y para su hermanito,
Él hará que cojamos más abundante pesca.
Beberé sólo agua y haré doble trabajo.
He dicho. Ve a buscarles. Mas, ¿qué tienes? ¿Qué pasa?
Tú sueles hacer siempre las cosas más deprisa.
“—Mira, aquí están”, le dice, abriendo las cortinas.
EL HOMBRE Y LA MUJER
El hombre es la más elevada de las criaturas, La mujer el más sublime de los ideales.
El hombre es el cerebro, la mujer el corazón
El cerebro fabrica luz; El corazón el amor.
la luz fecunda; el amor resucita.
El hombre es fuerte por la razón, La mujer invencible por las lágrimas,
La razón convence; las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos, la mujer de todos los martirios,
El heroísmo ennoblece; el martirio sublima.
El hombre es código, la mujer evangelio,
El código corrige; El evangelio perfecciona.
El hombre es un templo, la mujer el sagrario,
Ante el templo nos descubrimos; Ante el sagrario nos arrodillamos.
El hombre piensa, la mujer sueña,
Pensar es tener en el cráneo una larva;
Soñar es tener en la frente una aureola.
El hombre es un océano, la mujer es un lago,
El océano tiene la perla que adorna;
El lago la poesía que deslumbra.
El hombre es el águila que vuela, La mujer el ruiseñor que canta,
Volar es dominar el espacio; Cantar es Conquistar el alma.
En fin el hombre está colocado donde termina la tierra,
La mujer donde comienza el cielo.
EN EL HUERTO
Por cerezas garrafales
Íbamos juntos al huerto.
Con sus brazos de alabastro
Escalaba los cerezos,
Y montábase en las ramas,
Que se doblaban al peso.
Yo subía detrás de ella
Y mis ojos indiscretos
Su blanca pierna seguían,
Y ella cantando y riendo,
Les decía con sus ojos
A los míos: -¡Estad quietos!
Luego hacia mí se inclinaba,
En los dientes ya trayendo
Suspendida una cereza;
Y yo mi boca de fuego
Sobre su boca posaba;
Y ella, siempre sonriendo,
2
Me dejaba la cereza
Y se llevaba mi beso.
VICTOR, SED VICTUS
Yo soy, en este tiempo de iras y furores
Beluario y he luchado contra emperadores;
Combatí a la gente inmunda de Sodomas,
Millones de hombres y millones de olas
Contra mí rugieron sin lograr que cediera;
Vino el abismo entero, me atacó con gran fuerza,
He librado batallas contra olas espumosas,
Y bajo el peso enorme de tormentas y sombras
No incliné la cabeza, firme como una roca;
No soy de los que asusta el cielo cuando llora,
Que a explorar no se atreven la Estigia y el Averno,
Y que a la entrada tiemblan de algún sombrío hueco;
Cuando nos disparaban, de lo alto, los tiranos,
Sus truenos que llevaban los crímenes por rayos,
A esas gentes siniestras negros versos lancé;
A reyes y ministros, a todos arrastré,
También a falsos dioses y a principios falsos,
Junto todos los tronos y todos los cadalsos,
Error, espada infame, también sublime cetro,
Al abismo arrastré, unido todo ello;
Delante de los césares, príncipes y gigantes
Del poder que se alzan sobre esas nulidades,
Ante aquellos que todos adoran o execran,
Ante quién de Júpiter aparenta la fuerza,
Pasé cuarenta años, soberbio e invicto;
Y heme aquí rendido delante de un niño
.
El arte de ser abuelo
LISE
Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.
De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.
LA EXPIACIÓN
IV
Oh sucesos aciagos, emprendiste la huída,
Cayó el emperador sobre el imperio en ruinas.
Napoleón se fue a dormir bajo el sauce
Desde uno al otro polo, de repente, los pueblos
Olvidando al tirano, al héroe han descubierto.
Poetas señalando a reyes asesinos,
Absortos, consolaron al glorioso caído.
A la columna viuda devolvieron la estatua.
Al alzar la mirada, en pie se divisaba,
Dominaba París, desde arriba, serena,
En el azul, de día, de noche, en las estrellas.
Panteones, grabaron su nombre en los pilares,
Y tan sólo se vio, de aquel tiempo, una parte;
Ya sólo se recuerdan los días más gloriosos;
Este hombre misterioso embriagaba la historia;
Y la fría justicia se anuló ante su gloria;
Sólo Eylau, Ulm, Austerlitz, Arcole han recordado,
Como se busca en tumbas a abolidos romanos,
A indagar se pusieron los años triunfadores,
Vosotras aplaudíais, inclinadas naciones,
Cada vez que surgía el pueblo soberano
¡Ya un cónsul de mármos, ya emperador de estaño!
V
Caído el ser el nombre crece,
Jamás así brilló nada,
En su tumba, quieto, oía,
La tierra que de él hablaba.
La tierra dice:”El triunfo
le siguió a todo lugar.
Oscura historia, no viste
Más prodigioso mortal.
“Gloria al maestro que duerme,
Gloria a este hombre valiente,
Ha franqueado soberbio
El graderío celeste”
Encarnizado enviaba,
Moscú o Madrid apresando
A luchar contra el destino
Sueños que había forjado.
Hombres de pasos gigantes,
Vuelve a entrar en liza siempre
Proponiendo algún capricho
A Dios que no lo consiente.
No era apenas ser humano.
Clamaba, grave y radiante
La vista fijada en Roma
Soy yo ahora el gobernante.
Héroe y símbolo, quería
Papa, rey, volcán y faro,
Capitolio hacer al Louvre
Y a Saint-
Cloud un Vaticano.
Es honor ser mi teniente,
César diría a Pompeyo,
Lucir su espada veían
Entre nubes y entre truenos.
Quiso en el frenesí
De sus vastas ambiciones,
Que entre aquellas fantasías,
Se inclinaran las naciones.
Mezclar culturas y lenguas,
Como en hondo recipiente,
París sembrar en el mundo,
Que el mundo en París cupiere.
Como Ciro en Babilonia,
Quiso con su vasta mano
Del mundo hacer sólo un trono
Y unir al género humano.
Y construir pese a todo,
En su nombre imperio tal,
Que celos de Napoleón
Sintiera en lo alto Jehová.