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14. Poesía más Poesía: Saint John Perse

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SAINT JOHN PERSE

BIOGRAFÍA

SAINT JOHN PERSE recibe el premio Nobel de literatura en 1960. Alejo Carpentier en su novela El siglo de las luces, lo define como el segundo latinoamericano a haber recibido este premio después de Gabriela Mistral. Él reconocerá que la Francia cartesiana, no fue siempre favorable a la poesía.
Discurso de recepción del premio Nobel.
He aceptado para la poesía el homenaje que aquí se le rinde, y tengo prisa por restituírselo.
La poesía no recibe honores a menudo. Pareciera que la disociación entre la obra poética y la actividad de una sociedad sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamiento aceptado, pero no perseguido por el poeta, y que existiría también para el sabio si no mediasen las aplicaciones prácticas de la ciencia.


Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo que aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo menos, no sean ya considerados como hermanos enemigos, Pues ambos se plantean idéntico interrogante, al borde de un común abismo; y sólo los modos de investigación difieren.
Cuando consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio general de relatividad, otra, un principio “cuántico” de incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición para que socorriese a lo racional y proclamaba que “la imaginación es el verdadero terreno de la germinación científica”, y hasta reclamaba para el científico los beneficios de una verdadera “visión artística”, ¿no tenemos derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el instrumento lógico?

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En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, “poética”, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento discursivo y la elipse poética, ¿cuál de los dos va o viene de más lejos? Y de esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno equipado con el instrumental científico, el otro asistido solamente por las fulguraciones de la intuición. ¿Cuál es el que sale a flote más pronto y más cargado de breve fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es común. Y la gran aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos han podido perder el juicio ante la teoría de un universo en expansión; no hay menos expansión en el infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la ciencia haga retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas fronteras se oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la poesía no es, como se ha dicho, “lo real absoluto”, es por cierto la codicia más cercana y la más cercana aprehensión en ese límite extremo de complicidad en que lo real en el poema parece informarse a sí mismo.

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Por el pensamiento analógico y simbólico, por la iluminación lejana de la imagen mediadora y por el juego de sus correspondencias, en miles de cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas, merced, finalmente, a un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del ser, el poeta se inviste de una superrealidad que no puede ser la de la ciencia. ¿Puede existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que comprometa más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral metafísico, acude el poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera “hija del asombro”, según la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz sospechosa.
 Pero más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas: porque es parte irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia espiritual, han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo. Y hasta en el orden social y en lo inmediato humano, cuando las Portadoras de pan del antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la imaginación poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca de claridad.
 ¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre en marcha bajo su carga de humanidad -cuando para él se abre un nuevo humanismo-, de universidad real y de integridad psíquica… Fiel a su oficio, que es el de profundizar el misterio mismo del hombre, la poesía moderna se interna en una empresa cuya finalidad es perseguir la plena integración del hombre. No hay nada pítico en esta poesía. Tampoco nada puramente estético. No es arte de embalsamador ni de decorador. No cría perlas de cultivo ni comercia con simulacros ni emblemas, y no podría contentarse con ninguna fiesta musical. Traba alianza en su camino con la belleza –suprema alianza-, pero no hace de ella su fin ni su único alimento. Negándose a disociar el arte de la vida, y el amor del conocimiento, es acción, es pasión, es poder y es renovación que siempre desplaza los lindes. El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación. Nunca quiere ser ausencia ni rechazo.

Nada espera sin embargo de las ventajas del siglo. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada tiene que justificar de sí mismo. Y con un mismo abrazo, como con una sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente todo lo pasado y lo por venir, lo que humano con lo sobrehumano y todo el espacio planetario con el espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no proviene de su naturaleza propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma que explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y la del misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la ciencia.
Ahí, por su adhesión total a lo que existe, el poeta nos enlaza con la permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo. Para él una misma ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede, ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre. Los peores trastornos de la historia no son sino ritmos de las estaciones en un más vasto ciclo de encadenamientos y de renovaciones. Y las Furias que atraviesan el escenario, con la antorcha en alto, no iluminan sino un instante del muy largo tema que sigue su curso. Las civilizaciones que maduran no mueren de los tormentos de un otoño; no hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquél que rompe, para nosotros, la costumbre.
 Y es así también como el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo. ¡Que diga a todos, claramente, el gusto de vivir este tiempo fuerte! Pues la hora es grande y nueva para recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo?…

“No temas”, dice la Historia, quitándose un día la máscara de violencia y haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de la Divinidad asiática en el momento más fuerte de su danza destructora. “No temas, ni dudes, pues la duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien ese latido rítmico que mi mano en alto imprime, renovadora, a la gran frase humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda renegar de sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante flujo del Ser. La tragedia no finca en la metamorfosis misma. El verdadero drama del siglo está en la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá acaso a oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión, ¿no sería quizá una falsa madurez?…”
Al poeta indiviso tócale atestiguar entre nosotros la doble vocación del hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo más sensible a sus posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una condición humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía espiritual en el mundo… Frente a la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará para este fin? -Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.

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Y ya es bastante, para el poeta, ser la mala conciencia de su tiempo.
Alexis Léger nace en la isla de Guadalupe en 1887, morirá a los 88 años en Francia. Pasará los últimos años de su vida a edificar su monumento, sus obras completas, retoca sus poemas, vuelve a escribir buena parte de su correspondencia, redacta su autobiografía a la tercera persona, del principio al fin, pura ficción.
En 1899, tiene 13 años, y toda su familia se instala en Francia después de 2 siglos en la isla. Primer exilio. En 1909 publica sus primeros poemas en una revista. Estudia derecho, la filosofía del derecho pero también, sigue las clases libremente de la facultad de letras, de ciencia, de geología, de mineralogía, y de medicina, cursos de neurología y de psiquiatría.
En 1904 escribe “Imágenes a Crusoe” su primer poemario que habla del exilio.
Conoce a Francis James, Claudel, André Gide y es este útlimo que le publica “Elogios”.

LA CIUDAD

La pizarra cubre sus techos, o bien la teja en que vegetan los musgos.
Su aliento se vierte por el tiro de las chimeneas.
¡Grasas! ¡Olor de los hombres urgidos, como de un soso matadero!,
¡agrios cuerpos de las mujeres bajo las faldas!
¡Oh ciudad contra el cielo!
Grasas, aspirados alientos, y el vaho de un pueblo contaminado — pues toda ciudad se ciñe de inmundicia. Sobre la lumbrera del tenderete — sobre los cubos de basura del hospicio — sobre el olor de vino azul del barrio de los marineros — sobre la fuente que solloza en los patios de la policía — sobre las estatuas de piedra mohosa y sobre los perros vagabundos — sobre el chiquillo que silba, y el mendigo cuyas mejillas tiemblan en la cavidad de las mandíbulas, sobre la gata enferma que tiene tres pliegues en la frente, la noche desciende, entre el vaho de los hombres. . .
—La Ciudad por el río mana hacia el mar como un absceso. . .
¡Crusoe! Esta noche, cerca de tu Isla, el cielo que se aproxima loará al mar, y el silencio multiplicará la exclamación de los astros solitarios.
Corre las cortinas; no enciendas: Es la noche sobre tu Isla y en su contorno, aquí y allá, dondequiera se curva el impecable vaso del mar; es la noche color de párpados, sobre los caminos entretejidos del cielo y del mar.
Todo es salado, todo es viscoso y pesado como la vida de los plasmas.
El pájaro se arrulla en su pluma, bajo un sueño aceitoso; el fruto vano, sordo de insectos, cae en el agua de las caletas, cavando su ruido.
La isla se adormece entre el circo de vastas aguas, lavada por cálidas corrientes y grasas lechadas, en la frecuentación de légamos suntuosos.
Bajo los manglares que lo fecundan, lentos peces entre el cieno han descargado burbujas de su cabeza chata; y otros que son lentos, manchados como reptiles, velan.
— Los légamos son fecundados.
— Oye chasquear a las huecas bestias en sus conchas.
— Sobre un trozo del cielo verde hay un humo apresurado que es el enmarañado vuelo de los mosquitos.
— Los grillos bajo las hojas se llaman dulcemente.
— Y otras bestias que son dulces, atentas a la noche, cantan un canto más puro que el anuncio de las lluvias: es la deglutición de dos perlas hinchando su gollete amarillo . . . ¡Vagido de las aguas girantes y luminosas!
¡Corolas, bocas de moaré: el duelo que apunta y se ensancha!
Son grandes flores móviles en viaje, flores vivientes para siempre, y que no cesarán de crecer por el mundo. . .
¡Oh el color de las brisas circulando sobre las aguas calmas, las palmas de las palmeras que se menean!
Y ni un lejano ladrido de perro que signifique la choza; que signifique la choza y el humo de la tarde y las tres piedras negras bajo el olor de pimiento.
Pero los murciélagos cortan la noche blanda con pequeños gritos.
¡Alegría!, ¡oh alegría desatada en las alturas del cielo! …
¡Crusoe!, ¡estás ahí! Y tu rostro se ofrece a los signos de la noche, como una invertida palma de la mano.

1914, se presenta al concurso para ser diplomático, y se va a Pekín 5 años como secretario de la legación francesa. Es allí que escribe Annabis.
Nada era semejante a Anábasis en la poesía europea de ese momento. Perse hablaba en el francés más elegante pero en él había ecos de los poetas que aparecieron con la invención del alfabeto y su voz era la de un bárbaro, alguien que definitivamente no miraba al mundo desde París. Anábasis deslumbró a los pocos capaces de conseguir el breve cuaderno. Eliot lo tradujo dos veces. En español Perse encontró muchos buenos traductores y uno excepcional que fue el mejor intérprete de toda su obra: el poeta colombiano Jorge Zalamea.

ANABASIS

I
Estableciéndome con honor sobre tres grandes estaciones, tengo buenos auspicios para la tierra donde fundé mi ley.
Las armas por la mañana son hermosas, y el mar. La tierra sin almendras, entregada a nuestros caballos,
nos otorga este cielo incorruptible. Y no se nombra al sol, mas su poder se halla entre nosotros,
y el mar en la mañana como una presunción del espíritu.
¡Tú cantabas, poder, en nuestras rutas nocturnas!… en los idus puros de la mañana, ¿qué sabemos del sueño, nuestra herencia?
¡Durante un año aún entre vosotros! ¡Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública sobre justas balanzas!
No llamaré a las gentes de otra orilla. No trazaré
grandes distritos de ciudades sobre las laderas con el azúcar de los corales.
Mas mi designio es vivir entre vosotros.
¡En el umbral de las tiendas toda gloria! ¡Mi fuerza entre vosotros! Y la idea pura como una sal celebra sus audiencias en medio de la luz.
*
…Mas yo rondaba por la ciudad de vuestros sueños y establecía en los mercados desiertos ese puro comercio de mi alma, entre vosotros
invisible y frecuente como una fogata de espinos bajo el viento.
¡Tú cantabas, poder, en nuestras rutas espléndidas!…
“En la delicia de la sal se hallan todas las lanzas del espíritu…
¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien no ha bebido, alabando la sed, el agua de las arenas en un casco,
poco crédito le concedo en el comercio del alma…” (Y no se nombra al sol, mas su poder se halla entre nosotros.)
Hombres, gentes del polvo y de toda condición, gentes de ocio y de negocio, gentes de los confines y gentes de más allá, oh gentes de poco peso en la memoria de estos lugares; gentes de los valles y de las mesetas y de las más altas laderas de este mundo en la prescripción de nuestras orillas; husmeadores de signos, de semillas, y confesores de vientos al Oeste; seguidores de pistas, de estaciones, alzadores de campamentos en la brisa del alba; oh buscadores de puntos de agua sobre la corteza del mundo; oh buscadores, oh descubridores de razones para ponerse en marcha,
no traficáis con una sal más fuerte cuando, por la mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas altamente suspendidas sobre las humaredas del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras a la eternidad que bosteza en las arenas.

En 1924 junto con Annabis aparece el nombre misterioso de Saint John Perse pero el poeta desaparece para dejar lugar al diplomático. Después de largos viajes, se instala en París y es propulsado sobre el escenario internacional. El diplomático negociaba los acuerdos de Locarno, el pacto franco-soviético, la entrada de la URSS en la Sociedad de las Naciones y, en la conferencia de Munich, se oponía en vano a la política de apaciguamiento que dejaba sucumbir a la República española. Es la mano derecha del Ministro de exteriores Aristide Brian, y después con Daladier organiza la política extranjera de Francia . Se trata de la paz europea. Nombrado Secretario General del Ministerio de los asuntos exteriores, Alexis Léger, en 1938 se encuentra con Hitler para intentar salvar la paz, pero Léger no quiere negociar nada con Hilter, incluso se vuelve enemigo personal de Hitler. Pero a Daladier le parece mejor aceptar las condiciones del Reich y Francia aclamara esa decisión.

Paralelamente, Alexis Léger sucumbe a la gran pasión de su vida la cubana Rosalia Sanchez, llamada Lilita. Se conocen en 1932. Vivieron una pasión durante 10 años. Cuando vuelve a escribir es con el poema A la extranjera.
Al principio de la guerra, con París ocupado, Alexis se vuelve a ir, a Estados Unidos esta vez. La Gestapo saquea su casa y destruye cajas de escritos. El gobierno francés colaboracionista le quita la nacionalidad francesa. En Washington sobrevivió como asesor de la Biblioteca del Congreso. El diplomático quedó abolido, se mantuvo únicamente el poeta. Fue su etapa más fecunda: de 1941 a 1946 Exilio, Lluvias, Nieves, Poema a la extranjera, Vientos. Once años después Amers, (“Marcas””, “Señales en el mar”, pero también y como es obvio “Amargos”).

EXILIO

A ninguna ribera dedicado, a ninguna página confiado el inicio puro de este canto…
Otros se cogen, en los templos, del cuerno pintado de los altares:
¡Mi gloria está en las arenas! ¡Mi gloria está en las arenas!… Y no es caer en error, oh Peregrino,
el codiciar el área más desnuda para reunir en las sirtes del exilio un gran poema nacido de nada, un gran poema hecho de nada…
¡Silbad, oh hondas por el mundo, cantad, oh caracolas sobre las aguas!
Fundé sobre el abismo y la neblina y la humareda de las arenas. Me tenderé en los aljibes y en los huecos navíos,
en todos los lugares vanos y desabridos donde yace el sabor de la grandeza.
“…Menos brisas lisonjeaban a la familia de los Julios; menos alianzas asistían a las grandes castas sacerdotales.
Donde se van las arenas hacia su canto, se van los Príncipes del exilio,
donde estuvieron las velas tensas en lo alto se van los restos del navío más sedosos que un sueño de violero,
donde ocurrieron las grandes acciones de guerra blanquea ya la quijada de asno,
y el mar en torno hace rodar su rumor de cráneos sobre las playas,
y que todas las cosas del mundo sean vanas para él, es lo que una tarde, al borde del mundo, nos contaron
las milicias del viento en las arenas del exilio…”
Sabiduría de la espuma, ¡oh pestilencias del espíritu en la crepitación de la sal y la leche de cal viva!
De las servicias del alma, una ciencia me cae en suerte… ¡El viento nos cuenta sus piraterías, el viento nos cuenta sus errores!
Como el jinete, con la cuerda al puño, a la entrada del desierto,
espío en el más vasto anfiteatro el lanzamiento de los signos más faustos.
Y la mañana para nosotros lleva su dedo de augur por entre santas escrituras.
¡El exilio no es de ayer! ¡El exilio no es de ayer! ”Oh vestigios, oh premisas”,
dice el Extranjero en medio de las arenas, “todas las cosas del mundo son nuevas para mí!…” Y no le es menos ajeno el nacimiento de su canto.


En 1944, publica Lluvias

LLUVIAS (extracto)

I
El baniano de la lluvia se asienta sobre la Ciudad,
un polípero veloz sube a sus bodas de coral en toda esta leche de agua viva,
y la Idea desnuda como un reciario peina en los jardines del pueblo su pelambrera de muchacha.
Canta, poema, en el pregón de las aguas la inminencia del tema,
canta, poema, en la presión de las aguas la evasión del tema:
una alta licencia en las entrañas de las Vírgenes proféticas,
una eclosión de óvulos de oro en la noche leonada de las ciénagas
y mi cama hecha, ¡oh fraude!, en los linderos de un sueño semejante,
allí donde se aviva y crece y se pone a girar la rosa obscena del poema.
Señor terrible de mi risa, he aquí la tierra humeante con sabor a carne de caza,
la arcilla viuda bajo el agua virgen, la tierra lavada del paso de los hombres insomnes,
y, olida de más cerca como un vino, ¿no es verdad que ella provoca la pérdida de la memoria?
¡Señor, Señor terrible de mi risa! he aquí el envés del sueño sobre la tierra,
como la respuesta de las altas dunas a la estratificación de los mares, he aquí, he aquí
la tierra consumida, la hora nueva en pañales, y mi corazón visitado por una extraña vocal.

Era un excelente navegador, y viaja mucho por las islas del caribe.
En 1957, vuelve a Francia, unos amigos le han comprado una casa en el sur, cerca del mar. Se ha casado en Estados Unidos con la que llamara Diana y con quien terminará su vida.

¿De qué trata la obra de Perse? Él mismo dio la respuesta: “Pero es del hombre de quien se trata, de su presencia humana.” Leerla es como observar las olas que se rompen contra la escollera. Un espectáculo que de tan fascinante puede resultar abrumador. Este gran poeta no escribió versos: sus formas fueron el poema en prosa (que Baudelaire consideró la expresión del mundo moderno) y el versículo, la forma de una sociedad primitiva en que el asombro ante la materia lleva a deificarla y el sol se convierte en dios dador de la vida.
Dios está ausente de esta épica/crónica/tragedia, relatada (cantada) por un espectador que habla desde una eternidad a ras de tierra, no cede a la angustia, expresa su confianza en los seres humanos que habitan un mundo en descomposición y renovación incesantes; en la humanidad que permanece cuando todo —nieves, lluvias, vientos, señales en el mar— se ha evaporado. Su poesía crece con la naturalidad majestuosa de un gran árbol del trópico y mira la corriente de la historia en su fluir perpetuo: guerras, conquistas, imperios, exilios, rebeliones. Se refiere a la sociedad actual como si estuviera en el alba de las comunidades humanas y a los primitivos como si fuesen nuestros contemporáneos. Su visión es planetaria, es la mirada abarcadora de un poeta nacido en una isla sudamericana, fiel a la utopía que junto a la violencia explotadora fundó este nuevo mundo.


Publica Amargos y Crónica

CRÓNICA

II
Mentías, vejez: camino de brasa y no de cenizas… Con el rostro ardiente y el alma alta, ¿hacia qué exceso seguimos corriendo ahora? El tiempo que mide el año no es la medida de nues-tros días. No tenemos comercio con lo menor ni lo peor. Para nosotros la turbulencia divina en su último remolino…
Vejez, henos aquí en nuestros caminos sin límites. ¡Chasquidos del látigo en todos los desfiladeros! ¡Y un grito altísimo sobre la altura! Y ese gran viento de fuera a nuestro encuentro, que curva al hombre sobre la piedra como el arado sobre la gleba.
Te seguiremos, ala del atardecer… ¡Dilatación del ojo en los basaltos y en los mármoles! La voz del hombre está sobre la tierra, la mano del hombre está en la piedra y extrae un águila de su noche. Pero Dios calla en la fecha de hoy; y nuestra cama no está hecha en la extensión ni la duración.
Oh Muerte ataviada con el guantelete de marfil, en vano cruzas nuestras sendas empedradas de huesos, pues nuestro camino va más lejos. El escudero mal trajeado de huesos a quien damos albergue y que nos sirve a sueldo, desertará esta noche en el recodo del camino.
Y queda esto por decir: vivimos de ultramuerte y hasta de muerte viviremos. Pasaron los caballos que corrían al osario, con la boca todavía fresca de las salvias de la tierra. Y la granada de Cibeles tiñe aún con su sangre la boca de nuestras mujeres.
Nuestro reino es del crepúsculo, ese gran resplandor de un Siglo hacia su cima; no tenemos consejos reales ni campos de batalla, sino todo un despliegue de telas sobre las laderas, extendiendo en largos dobleces esos grandes montones de luz ama-rilla que los Mendigos del atardecer reúnen desde tan lejos, como sederías de Imperio y sedas crudas de tributo.
Estábamos cansados del dedo de tiza bajo la ecuación sin dueño… Y vosotros, nuestros grandes Mayores, que en vuestras rígidas vestiduras descendéis las rampas inmortales con vues-tros grandes libros de piedra, os hemos visto mover los labios en la claridad del atardecer: no habéis dicho la palabra que crezca y nos asista.
Lucina errante sobre las aguas para el alumbramiento de las obras de la mujer, hay otros nacimientos hacia donde llevar tus lámparas… Y Dios el ciego brilla en la sal y en la piedra negra, obsidiana o granito. Y la rueda gira entre nuestras manos, como en el tambor de piedra del Azteca.
V
Henos aquí, vejez. Encuentro fijado, desde hace tiempo, con esta hora llena de sentido.
La tarde cae y nos trae de vuelta con nuestras capturas de alta mar. Ninguna losa familiar donde resuenen pasos de hombre. Ninguna morada en la ciudad ni patio pavimentado de rosas de piedra bajo las bóvedas sonoras.
Es hora de quemar los viejos cascos cargados de algas de nues-tros navíos. La Cruz del Sur está sobre la Aduana; el rabihorcado ha vuelto a las islas; el águila arpía está en la jungla, con el mono y la ampalagua. Y el estuario es inmenso bajo la carga del cielo.
Vejez, mira nuestras ganancias: vanas son, y libres están nuestras manos. El trayecto está hecho y no está hecho; la cosa está dicha y no está dicha. Y volvemos cargados de noche, sabiendo de nacimiento y de muerte más de lo que enseña el sueño del hombre. Tras el orgullo, he aquí el honor, y esta claridad del alma floreciente en la espada grande y azul.
Fuera de las leyendas del sueño, toda esta inmensidad del ser y esta profusión del ser, toda esta pasión de ser y todo este poder de ser, ¡ah todo este gran soplo viajero que levanta bajo sus talones, con el vuelo de sus largos pliegues -gran perfil en marcha sobre el vano de nuestras puertas- el tránsito veloz de la Virgen nocturna!


Publica Pájaros con dibujos de Braque. A los 82 años compone Nocturno.

NOCTURNO

Ya están maduros esos frutos de un receloso destino. Surgidos de nuestro sueño, alimentados con nuestra sangre, ellos, que obsesionaban la púrpura de nuestras noches, son los frutos del largo afán, son los frutos del largo deseo, fueron nuestros cómplices más secretos y, a menudo próximos a la confesión, nos empujaban a sus metas fuera del abismo de nuestras noches… ¡Favor a la luz del día! Ya están maduros y bajo la púrpura esos frutos de un imperioso destino -No los encontramos de nuestro agrado.
¡Sol del ser, traición! ¿Dónde estuvo el fraude, dónde la ofensa? ¿Dónde estuvieron la culpa y la tara y cuál es el error? ¿Volveremos a coger el tema desde su nacimiento? ¿Reviviremos la fiebre y el tormento?… Majestad de la rosa, no nos contamos entre tus devotos: hacia algo más amargo va nuestra sangre, hacia algo más severo nuestros afanes, inseguros son nuestros caminos y profunda es la noche en que se alejan nues-tros dioses. Rosas caninas y zarzas negras pueblan para nosotros las orillas del naufragio.
Ya están madurando esos frutos de otra orilla. “¡Sol del ser, cúbreme!” -palabra del tránsfuga. Y los que lo hayan visto pasar dirán: ¿quién fue ese hombre y cuál su morada? ¿Iba solitario bajo la luz del día para mostrar la púrpura de sus noches?… ¡Sol del ser, príncipe y Señor! Nuestras obras están dispersas, nuestras tareas sin honor y nuestros trigos sin cosecha: la gavilladora espera al pie del atardecer-. Ya están teñidos de nuestra sangre esos frutos de un tormentoso destino.
Con su paso de gavilladora, se va la vida sin odio ni rescate.


Muere en 1975 a los 88 años, hay un Museo Saint John Perse en Guadalupe y una Fundación en Aix en Provence.

Museo Saint-John Perse : para honrar a un poeta guadalupeño "nobelizado" -  Kariculture
Museo Saint John Perse en Guadalupe.

Te recomendamos ver el programa de televisión.

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