VER EL PROGRAMA DE TELEVISIÓN DEDICADO AL POETA ALFREDO ZITARROSA
BIOGRAFÍA DEL POETA ALFREDO ZITARROSA
Alfredo Zitarrosa nace en Montevideo el 10 de marzo de 1936 y morirá en Montevideo (Uruguay) el 17 de enero de 1989, es decir, a la edad de 53 años. Fue un cantautor, poeta, escritor, locutor y periodista uruguayo, considerado una de las figuras más destacadas de la música popular de su país y de toda América Latina. Alfredo Zitarrosa es memoria profunda y un traductor insustituible de esa posible noción de uruguayidad. En alguna de sus canciones dejó sentado su función como hombre público.
El 10 de marzo de 1936 en Montevideo, Uruguay, la joven Blanca Iribarne dio a luz a un niño al que llamó Alfredo Iribarne. El padre biológico de Alfredo no quiso reconocerlo, por lo que Blanca, bajo ciertas condiciones especiales, dio en adopción al pequeño Alfredo a una pareja conformada por Carlos Durán y Doraisella Carbajal. El joven pasó a ser conocido como Alfredo Durán, y años después finalmente adoptaría el nombre de Alfredo Zitarrosa, apellido de una posterior pareja de su madre.
Alfredo se crió en una ciudad rural en el interior de Uruguay hasta los 12 años, por lo que desde muy corta edad estuvo en contacto con muchos elementos de la naturaleza.
Durante su infancia pasó por constantes mudanzas y cambios en su entorno familiar. En su adolescencia pasó a vivir con su madre biológica y su nueva pareja, Alfredo Nicolás Zitarrosa, en el Rincón de la Bolsa, ahora conocido como Ciudad del Plata. Estudió bachillerato en Montevideo, y posteriormente se dedicó a realizar distintos trabajos que pudieran permitirle subsistir. Fue vendedor de muebles, oficinista e incluso trabajó en una imprenta.
En 1954 se desempeñó como locutor de radio, el cual fue su primer paso en el mundo del espectáculo. Después de esto quedó totalmente maravillado con ese mundo, por lo que decidió probar su suerte en diferentes ámbitos. Alfredo Zitarrosa trabajó como animador, presentador, libretista, escritor, periodista y cantante, y fue especialmente exitoso en estos dos últimos oficios.
Desde muy joven Alberto Zitarrosa incursionó en el mundo de la música, e incluso grabó algunas canciones que nunca fueron publicadas. Hizo su debut en 1964, en Perú, como parte de un programa de televisión, el cual resultó ser muy provechoso para él. Se especializó en un ritmo folclórico de su país natal llamado milonga, que tenía ciertas similitudes con el tango, y con el que poco a poco fue cautivando a las masas.
Alfredo Zitarrosa estaba algo renuente a participar en el programa de televisión en el que fue inscrito sin su consentimiento por su amigo César Durand. Éste le ayudó a sobreponerse a una precaria situación económica que atravesaba. Dicha oportunidad le permitió darse a conocer musicalmente, por lo que Alfredo siempre le estuvo agradecido.
Todas sus canciones desprendían un fragmento de la identidad de este joven uruguayo. En ellas hablaba de sus vivencias, sentido nacionalista, amor al campo y la belleza de la naturaleza, de amores y desamores, sus miedos y vida familiar.
Alfredo Zitarrosa tuvo una fuerte inclinación hacia los partidos de izquierda. Fue militante del Frente de Izquierda de Liberación y del Movimiento Popular Unitario. Posteriormente formó parte del Partido Comunista de Uruguay, y solía realizar presentaciones en las actividades políticas de esta tendencia. Debido a esto fue perseguido y exiliado en los años de la dictadura en Uruguay.
Durante los 12 años de dictadura en Uruguay, entre 1973 y 1985, sus canciones fueron prohibidas en todo el país, incluso en Argentina y Chile. Por lo que tuvo que salir de Argentina después de haberse escapado hacia Buenos Aires al inicio de la dictadura. Posteriormente vivió en México y España, y luego volvió a Argentina.
En el tiempo que estuvo exiliado le resultó muy difícil crear nuevas canciones debido a la fuerte persecución. Sin embargo, se mantuvo activo llevando su mensaje de liberación. También tuvo presentaciones en diversas partes del mundo, como Estados Unidos, Venezuela y Australia.
En los años en los que vivió en el Distrito Federal de México realizó varias producciones con Julio Solórzano, un productor mexicano que decidió apoyarlo. Además, hacía un programa de radio semanal donde hablaba de temas sociales como la educación y el desarrollo. Hasta que, en 1984, regresó a su país natal, donde fue recibido y aplaudido por una enorme cantidad de personas.
Alfredo Zitarrosa murió el 17 de enero de 1989 por una peritonitis causada por un infarto intestinal mesentérico. Al hacerse público el fallecimiento de este gran artista, el pueblo uruguayo tomó las calles en una multitudinaria concentración. Miles de uruguayos despidieron a este incansable luchador, inmortalizado como una de las grandes figuras nacionalistas de este país.
Cualquier canción se sentía mágica; cobraba vida al ser interpretada por su maravillosa voz.
Washington Benavídez, poeta.
Entrevista a Alfredo Zitarrosa por Sibila Camps
–Me decías que te gusta más escribir que cantar…
–Sí, aunque canto desde chico; desde muy niño canto, y al parecer, al menos en aquella época, hace tantos años, cantaba lindo. Mi familia me llevaba a cantar a casa de los vecinos, y yo cantaba todo lo que se cantaba en aquella época, años cuarenta y tantos: boleros, pasodobles, el repertorio de Gardel, milongas criollas, zambas argentinas. Pero más que nada el repertorio romántico de México, que era muy popular por aquellos años en el Uruguay.
Y también tomaba clases de canto con un joven, mayor que yo, un muchacho de 16 años que estudiaba piano; actualmente es un músico muy conocido en Uruguay, se llama Eduardo Gilardoni. Siendo ya profesor de piano ensayaba a sus hermanos y a algunos otros alumnos en el arte del canto. Claro, él enseñaba a cantar ópera, temas que no eran para mi registro, pero con los que él me probaba, como Una voce poco fa o Questa o quella. Había una que estaba en mi cuerda –yo era barítono ya–: Largo al factotum de la cità[3].
–¿De qué ópera es?
–Me avergüenza decirte que no me acuerdo. No tengo la certeza pero creo que es la más famosa de las arias de El barbero de Sevilla. La escuché recientemente por radio, cantada por un barítono espléndido, afina maravillosamente; es una obra difícil.
–¿Cómo se te da por ponerte a componer?
–Me gustaba cantar, como te digo, y tenía novia. Y estaba muy enamorado; una novia muy linda, además. Era poetisa, era mayor que yo; hermana de mi maestra de 4º año. Y esta niña –era una adolescente, una muchacha, ya era mujer; y yo lo mismo, yo era un hombrecito, pero ella tenía 16 y yo 14–, una mujer muy inteligente; muy bien criada, además, con una cultura muy profunda, una mujer que entendía, hablaba con fluidez de las más diversas materias, desde la historia hasta la psicología, y especialmente literatura. Gran lectora de los poetas españoles, lo mismo que su hermana, mi maestra de 4º; como que me llevaron de la mano por el camino de los versos y la música, la cultura; aparte que en mi casa recibía estímulo en ese sentido: mis padres reconocían en mí una vocación artística, y nunca se opusieron a eso, lo estimularon; tanto, que teniendo 10 años estuve cantando en una radio, CX44 Radio Monumental, donde un señor que tenía un elenco de niños, que se renovaba semanalmente, a cuyos niños les cobraba 10 pesos por mes para que cantasen una canción en su programa; él era pianista y tenía un espacio en la radio.
De modo que pasaban por su programa unos diez o doce niños semanalmente y algunos íbamos quedando, y yo fui de los que quedaron; y mi vieja pagaba 10 pesos por mes para que yo cantara; en el pueblito donde vivíamos nosotros, Santa Lucía, un día domingo, con los chiquitos, para escuchar al Pocho. Yo cantaba con voz de soprano. Quiere decir que yo canto desde chico, pero me gustó siempre mucho más que cantar, escribir. O mejor dicho, me gustó mucho más la literatura que la voz humana cantando.
–¿Para tu forma de expresión, o en tanto oyente o lector?
–Como oyente y como lector. Para mi expresión, cantar era una cosa muy agradable; no dejaba de ser una cosa baladí también; irrelevante, digamos. Me parecía mucho más importante estudiar entomología… Me gustaban las ciencias, tenía un microscopio… O leer la obra de los grandes autores: me interesaba –a mí personalmente– mucho más que el disfrute que era ir a cantar a casa de un vecino o de un pariente, donde me recibían muy bien, y me aplaudían y me mimaban.
–¿Qué hacían tus padres?
–Mi madre era maestra jubilada. Mi padre trabajaba en aquella época repartiendo carne; trabajaba con una carnicería grande del pueblo, y siendo ya un hombre grande, cargaba una canasta de 60 kilos con diferentes cortes de carne, los distribuía por el pueblo.
Pero mi disfrute personal era escribir; o leer, naturalmente. En esa línea de expresión me estimuló mucho mi maestra de 4º, y aquella primera novia que te mencioné, de la que estuve muy enamorado… siendo una criatura –te estoy hablando de los años ’45, ‘46–; por lo tanto no estaba enamorado, simplemente la amaba… yo era un muchachito… Ella, en cambio, era una mujer con una perspectiva de vida mucho más explícita que la mía, me empezó a cultivar como artista, digamos, sugiriéndome toda clase de cosas. Nos escribíamos frecuentemente, de vez en cuando nos veíamos. Hasta que un día consideró la tarea acabada y me dijo: “Mirá, yo tengo novio”. Macanudo. Yo seguí enganchado, pero ella tenía novio, no había nada que hacer.
Poco después ingresé al mercado del trabajo, dejé de estudiar, no podía seguir viniendo a Montevideo a estudiar, a menos que trabajase; intenté hacer las dos cosas pero era imposible. De modo que no terminé el bachillerato y me inscribí como estudiante libre en Humanidades. Allí estudié psicología, estética con Emilio Uribe… (se me borran algunas cosas); con don Paco Espínola estilística. Y empecé a participar también en algunos cursillos, en los que participábamos muy pocos, y en talleres literarios. Esa es la base de mi formación como escritor.
Pero aparte, siempre fui muy lector. De chico me gustaba mucho leer, y he leído bastante a lo largo de mi vida. A veces me sorprende incluso: me encuentro con un libro que está subrayado, lleno de anotaciones, y me digo: “¿Pero cuándo leí yo esto?” Por suerte conservo mi biblioteca, menguada y todo –años de exilio, y ahora con el divorcio–, pero mis libros están a disposición. Y a veces me llevo cada sorpresa…
Pero además escribía. Tengo bolsas de papeles, que no reviso porque no entiendo nada; están ahí; algún día, tal vez alguien se ocupe de quemarlas o intentar descifrarlos.
–¿Quemabas o rompías cosas?
–No, nunca. Todo lo que escribía, lo guardaba y lo metía en una bolsa. Y ahí andan las bolsas; todavía debe de haber unas cuantas en casa.
–¿A partir de qué te pusiste a componer?
–A partir de un contrato; te contrata Peñarol y te da el número 9; y empezaba a ser el número 9 en Peñarol.
–¿En qué división?
–Ah, en primera –en segunda o en tercera ni te contratan–; ahí tenés que probar que sos el 9. En primera, si te contratan como 9 es porque saben que sos 9; en el caso del cantor es lo mismo. Y bueno, grabé un primer disco en el ’64. Los primeros contratos que yo firmé establecían que el artista estaba obligado a grabar un mínimo por elepé en el período del contrato.
Yo tuve la suerte de cantar durante 25 años grabando discos sin que me cambiaran de número la camiseta. Pero claro, tampoco es esa la razón única: a mí me gustaba cantar; y no canto mal, todavía hoy: al menos tengo una expresión propia, un estilo propio.
–En algún reportaje te leí que tu estilo se definía más bien por tus carencias. ¿Cuáles?
–Bueno, yo no sé respirar, no sé impostar la voz; tengo una voz impostada en tono natural. No hago un gran esfuerzo de laringe cuando canto, porque está mi oficio como locutor, me ayuda eso; estoy acostumbrado a usar mi voz frente a un micrófono, cosa que no a capella. Pero eso hay que cultivarlo: para cantar fuerte y cantar ópera hay que tener una técnica, que yo no adquirí, ni me propuse adquirir jamás, ni jamás me propuse tampoco cantar ópera. La ópera no me gusta, me parece una alegoría monstruosa de lo artístico…
–El arte, en buena medida, es siempre alegoría –no lo digo por defender la ópera.
–…cantada para la burguesía. Más allá de que hay, obviamente, excelentes cantantes de ópera, que yo admiro, como Erna Spoorenberg, Jussi Björling, Enrico Carusso… El caso es que a mí nunca me interesó la ópera, no la entiendo, nunca asistí a una ópera. Debe de ser un espectáculo interesante; pero lo encuentro como que además, hacerse el gordo o el flaco… no tiene nada que ver. El canto es una cosa muy pura. Es como la poesía, aunque no tanto; tiene algo que ver con la poesía. Es una expresión muy pura de un ser, de un ser humano como cualquiera, que habla a propósito de algo que le concierne, o que nos conciernen a los seres humanos en general, de tal modo que todos y cualquiera pueden entender qué es lo que dice esa voz.
–¿Cuáles eran las primeras temáticas de tus canciones?
–La primera canción que hice se llamaba Recordándote, y fue escrita para un amigo mío que estaba enamorado de una amiga mía, que ya era poeta. Él estaba casado, eran esos amores de paso; llegó a desvincularse de su esposa a causa de esta amiga. Hasta que un día su vida volvió al curso normal, se reencontró con su mujer, y la canción –porque este amigo también canta y toca la guitarra–, ya destinada a esa muchacha, diciendo lo que él sentía de ese amor (“Oigo tu voz llamándome…”).
A mí, en ese momento no se me había ocurrido nunca hacer una canción. Pero además coincidió con mi primera clase de guitarra. Quien me daba clases era un humorista –será por eso que toco horrible– y sigue siendo y será siempre un gran amigo mío, Roberto Pimentel; la única persona que me enseñó lo poco que yo sé de la guitarra y a quien yo atendía con el mayor respeto porque, siendo un humorista, tenía también un gran sentido de lo humano, y tocaba bien la guitarra. Me enseñó la base de lo que es la guitarra; y con eso hasta hoy he podido hacer canciones. No he tenido necesidad de tocar la guitarra; como se sabe, canto con un conjunto acompañante.
Allá por los ’60 hacía mi partecita como guitarrista y cantante solista, pero la segunda parte siempre era con tres guitarras o cuatro. Y en la actualidad ya ni toco, porque no puedo tocar, tengo un problema en la mano izquierda; me quebré un brazo, y esa fractura me afectó el nervio mediano, prácticamente no tengo sensibilidad en la mano izquierda.
–¿A partir de cuándo te ponés a escribir tus propias canciones, letra y música?
–’57, ’58 más o menos.
–¿Qué te llevó a hacerlo? ¿Ya tenías muy avanzado el trayecto como intérprete?
–Nos encontrábamos con amigos en peñas, después del trabajo, y cantábamos, para disfrutar de la canción. Fundamentalmente música argentina: en aquellos años estaba de moda La nochera, por ejemplo. Nos juntábamos después de trabajar, gente de radio, de teatro, periodistas, en dos o tres lugares de Montevideo; lo que hacíamos era tomar vino, comer lo que había, y cantar… Si había alguien que tocaba la guitarra cantábamos todos, y nos pasábamos las noches, disfrutábamos mucho con esto.
A todo esto, yo escribía. Y en el ’59, el Municipio de Montevideo me premió por un libro de versos inéditos, que se llamaba Explicaciones. Y resulta que en el jurado estaba un amigo mío, don Vicente Basso, desaparecido, poeta simbolista de este siglo; en aquella época ya tenía unos 70 años. Y como estaba don Vicente en el jurado yo nunca publiqué el libro, porque hasta el día de mi muerte voy a estar convencido de que el que me dio el premio fue don Vicente.
El viejo era una especie de enfant terrible. Y allí estaban Onetti, la Di Bucci, dos o tres más. Pero don Vicente: “No, el premio es este”… calculo yo… él nunca me lo dijo, ni tengo forma de averiguarlo… han pasado muchos años. Pero él conocía mis versos; yo, de vez en cuando lo molestaba: “¿Qué le parece a usted esto?”
Los versos se presentaban bajo seudónimo, en sobre cerrado aparte el nombre del autor, etc. Es indudable que él reconoció mis versos en el montón.
–¿Por qué no se te ocurre que podían ser buenos?
–Había una implicancia inesperada. Yo me presenté al concurso municipal de ese año sin tener la menor idea de que don Vicente iba a ser jurado en la categoría inédito, y resulta que me dan el primer premio, y don Vicente era uno de los jurados. Razón suficiente, nunca más publiqué.
En cambio, cuentos sí. Aparte, ya escribía para Marcha; especialmente a partir de la muerte de don Vicente, una carta abierta, que por supuesto me costó el empleo.
–No me contestaste la pregunta: qué te lleva a cambiar o a agregar tu forma de expresión.
–Hay dos razones concretas. Hay muchas razones, pero desde el punto de vista estrictamente anecdótico, una de ellas es la que te di hoy: un amigo mío fue abandonado por su novia siendo él casado y vuelve a entenderse con su mujer amando a su novia; de ese tema trata la primera canción que hice, pensando en él.
–¿Qué edad tenías entonces?
–Tendría veintitantos años. Además, su novia era muy amiga mía, ella y su hermano. Y otra razón, también anecdótica, en el caso de la segunda canción que hice, que es Milonga para una niña, que está dedicada a una mujer que conocí concursando como locutor en el SODRE donde, por supuesto, fracasé, no logré el cargo; una muchacha que durante los quince días que duró el concurso me impresionó mucho.
Hechas estas dos canciones tuve que ir a Perú, no estaban grabadas. Me fui además muy malherido, resintiendo una relación con cierta novia de la época. Y en el Perú hice otra canción.
–¿Qué te fue llevando hacia la temática social?
–El salario; lo que ganaba, que no me alcanzaba para comprarme una camisa al contado. Y desde que soy cantor no olvido mis años de asalariado, ni puedo olvidar ni por un instante la penuria de mis compañeros trabajadores. Hablo de ese tema porque tengo el privilegio de poder hacerlo; y más que eso: tengo el deber de hacer eso. Aparte, la canción llamada romántica o de amor. En mis canciones siempre se va a encontrar la huella, el rastro de un hombre que se queja de lo que le pasa y quiere que las cosas cambien.
–Al principio de la charla decías que te interesaba más la literatura, y decías que tenés el privilegio de cantar. Este privilegio, teniendo en cuenta tu interés por la literatura, ¿no se transforma a veces en una carga?
–Es una carga grande, por momentos excesiva te diría. Cuando volví al Uruguay, después de ocho años de exilio, me encontré con que había cerca de cien mil personas esperándome. ¿Quién soy yo para que me esperen cien mil personas en mi país? Sentí que era abrumador. ¿Con qué respondía a esa demanda –si es que se puede llamar así– a ese homenaje de nuestra gente? ¿Con qué podía responderle? ¿Con una canción? ¿Cantada con diez guitarras? ¿Con qué?
Es una responsabilidad. Me pesa, pero lo asumo con orgullo y con alegría, hasta donde los años me van indicando que ya es hora de llamarse al silencio, de dedicarse a otra cosa, de seguir dando de sí mismo lo mejor, tal vez en otro terreno, que puede ser la literatura… si yo tuviera esa capacidad.
–No veo por qué vas a dejar la composición…
–Componer, se puede seguir componiendo. Pero no es lo mismo componer pa’ otros que componer pa’ uno mismo. Si vos escribís una canción pensando en tu instrumento, en tu voz, seguramente va a ser una cosa mucho más sincera, mucho más sencilla también, que si la escribís pensando en Plácido Domingo. Por lo tanto, si bien sé que puedo seguir componiendo –y naturalmente voy a seguir haciéndolo, pues me gusta mucho, especialmente porque se trata de un trabajo que hacemos casi siempre en colectivo: yo propongo una melodía y un texto, y después, el trabajo de los arreglos es un verdadero placer trabajar con los guitarristas–, y por esa razón seguramente nada más que por ese disfrute que significa para mí el poder inventar una canción…
-¿Cómo fueron surgiendo las canciones con Numa Moraes? ¿Fueron textos tuyos que él musicalizó, o vos los escribiste con la intención de que fueran canciones?
–No, en el caso de este disco lo que hice fue escribir dos cuentos, y después, a propósito de cada uno de esos cuentos, otros tantos textos, considerando que Numa es un músico especialmente dotado, es un hombre que tiene una capacidad de creación musical sorprendente, bien entrenada, una afinación perfecta; además, toca muy bien la guitarra: es concertista de guitarra, se terminó de formar en Holanda, en el exilio.
Sabía que cualquiera fuese el texto que yo le propusiese, él iba a intentar hacer una música; y en todo caso, si no le gustaba me lo iba a decir. Por suerte le gustaron los textos e hizo cinco melodías. Después yo hice otra, y después Washington Benavides hizo otra canción, texto y música suyos, a propósito de uno de los dos cuentos. El trabajo, la verdad que para mí se complicó un poco, porque nunca había ensayado un disco de esa forma: Numa grababa el texto, se lo llevaba a su casa, y a los dos o tres días aparecía con la música; o el Bocha traía un texto, Numa se lo llevaba, yo no sabía lo que decía; o me lo dejaba a mí, yo hacía una música, y después Numa decía: “No, esta no”. Un trabajo raro; sin embargo quedó bien, es un disco redondo. Se llama Sobre pájaros y almas.
–Estaba pensando que para un artista –sin definirlo por disciplina artística– quizá la materia creativa sea una sola, y se va manifestando de distintas formas según las circunstancias, la personalidad, las necesidades… ¿Puede ser? Lo pensaba en función de cosas que volcaste a través de una música únicamente, de una canción completa, de un texto al que otro puso música, de un cuento, de un poema, de las distintas actividades que has tenido.
–Yo diría que la materia artística –soy marxista, claro, y por eso es que hago esta precisión– es la materia con la que el artista trabaja: el poeta con las palabras, el escultor con el yeso, con la piedra; el pintor con sus pigmentos, con sus colores. Los temas del arte, los asuntos de los que tratan las obras de arte, son asuntos que nos conciernen al común.
Básicamente son tres: la vida, el amor y la muerte. Cada uno de estos tres grandes temas trae engarzados una enorme cantidad de otros temas, no digo menores, subalternos, de todos modos. Lo mismo que esos caracoles que coleccionan caracoles: hay caracoles coleccionistas, caracoles de mar que, teniendo su propia concha, se adhieren a otros caracoles y terminan convertidos en algo así como unos pequeños monstruos, llenos de caparazones diferentes; que fueron adquiridos –existe esa variedad de moluscos, que se llaman coleccionistas.
Pero claro, es una imagen grosera de lo que es el arte en general, porque tú pensás en Las Meninas, de Velázquez, en una obra de Dalí: son tan diferentes el surrealismo de un Dalí, y la pintura perfeccionista, naturalista hasta donde se puede llegar, de un Velázquez, que no se pueden comparar, aparentemente; pero en ambos casos se trata de la vida.
Y después está todo el inmenso territorio, el más favorecido por las obras de arte, al que ha acudido la mayor cantidad de artistas que han existido y existirán, que es el del amor. El amor, desde el punto de vista que se quiera mirar: desde el amor de pareja hasta el amor por un perro, por un libro, por un árbol, por la humanidad en general; el amor a ti mismo, que consiste en considerar, en ser consciente un día de que tu cuerpo ha trabajado para vos, para que vivas, para que seas feliz, para que puedas comunicarte con otros seres humanos iguales a vos, sin pedirte nada; ese amor al propio cuerpo, un día se descubre. Hay gente que lo descubre muy temprano –los halterofílicos, por ejemplo–; otros no: el caso mío, por ejemplo, y de otros tantos, que un día descubren que su cuerpo y su corazón han trabajado tanto y tanto, que se merecen amor, merecen ser amados; nunca pidió nada, siempre estuvo bombeando sangre; y uno no está consciente de eso. Vivir eso, la cosa vino de regalo.
(Nos trajeron los platos que habíamos pedido y apagué el grabador, aunque continuamos conversando. Volví a encenderlo ya de sobremesa, en medio de otro tema).
–Prefiero unas soleares o un tango bien cantado, a cualquier rock incluso me atrevo a decir, con perdón de quienes admiran con razón a los Beatles –porque reconozco en ellos una gran vocación artística, en ellos se da una respuesta cabal, apropiada, a la época que les tocó vivir. No obstante lo cual a mí no me gustan; no pondría jamás en mi casa un disco de los Beatles; mis hijas sí, por supuesto. Y reconozco en ellos valores musicales. Pero de los Beatles p’ acá, nada que me interese en el rock, y cada vez menos.
–¿El jazz?
–El jazz sí. Pero el rock, si seguimos dejándolo crecer, va a terminar ensordeciendo a la gente. La gente ya no va a poder entender nada, no va a poder escuchar a Vivaldi, no va a poder entender una Bachiana brasileira de Villa-Lobos; no va a poder entender cómo un sordo solemne como lo fue Beethoven pudo componer la 9ª Sinfonía con versos de Schiller.
Lo del rock es un abuso masivo y masificador de la voluntad de la gente por distraerse un poco, tener un ruido de fondo, pegar unos saltitos con cierto ritmo. Es alevoso. Yo lo repruebo de asceta, no lo puedo soportar.
–A veces se toma como lugar común la soledad del creador. ¿Vos lo sentís de ese modo?
–El creador –al menos en mi caso– necesita de sí mismo plenamente impregnado de todo aquello que vivió hasta el momento mismo en que se propuso aquella obra; y toda intervención de un agente extraño o exterior afecta esa producción. En el acto mismo de la creación uno necesita algo así como un espacio de silencio que podría llamarse soledad, en el que estás elaborando en solitario toda una serie de elementos, de estímulos, cosas aprehendidas del exterior; y esto es una tarea muy delicada, donde cualquier intervención extraña a ese momento, a esa particular situación en la que te encontrás, puede alterar la obra, puede modificarla. Como si estuvieras pintando al óleo, y un niño pasara un dedo en un trazo.
En ese sentido, la obra de creación requiere de soledad, cierto aislamiento, ciertas condiciones de trabajo. Así como García Márquez dice “No puedo escribir si no estoy a 37º de temperatura, porque estoy acostumbrado a este clima y de otro modo no me salen las cosas”, otro artista te puede decir: “Yo, si no estoy solo, o acompañado, o escuchando tal cosa, o haciendo tal otra a la hora de componer mis versos, no puedo hacerlo”.
Hasta ahí llega la soledad, pero no más que hasta ahí. Desde mucho antes y después de la obra, durante muchísimo tiempo y mucho más si la obra vale, lo que precisás es justamente la compañía de los demás. Sin los demás, no existe. No se trata de escribir para sí mismo: “Yo escribo porque me gusta y chau, y me lo guardo, me voy y lo leo cuando tengo ganas, y me regodeo en eso”.
–¿Qué convicción te lleva a mostrar tus cosas? ¿Qué necesidades?
–Yo creo que las de cualquier creador: darse a conocer, decir “Vean, yo también existo; y estoy de acuerdo con ustedes”; o “Estoy en desacuerdo con tales cosas, y creo que el camino es este; pero estoy entre ustedes, soy parte de ustedes y me han pasado las mismas cosas”. Y se puede decir. ¿Por qué avergonzarse de ser alcohólico, por ejemplo, o de ser hijo natural, o de tener una pierna más corta que la otra, o de ser ciego, o mudo, o de haber nacido en el asilo?
¿Por qué avergonzarse, si son cosas que nos conciernen a todos? O usar dientes postizos. O haber sido traicionado por una mujer; en el caso de la mujer, el haber sido traicionada por un hombre. A mí también me pasa, nos pasa a todos; y decirlo es útil a todos los demás, mucho más si se hace en forma artística: es decir, cuando lo que tú dices nos concierne a todos, a mí me llega bajo una forma del arte, a través de una obra de arte; puede ser una canción, puede ser una obra de teatro, un cuadro… incluso un edificio, una escultura.
–En un reportaje tuyo leí que no hacías demasiada diferencia entre una lámpara y una canción, porque todo estaba hecho por la mano del hombre. Más allá de lo que significa la creatividad –que pienso tiene todo ser humano en algún terreno, pienso que todo ser humano se expresa de una manera personal en algo–, ¿no es un poco romántico poner todo al mismo nivel?
–Yo lo veía de esa forma hace muchos años, hace treinta años. Hasta los 25 decía: “No, todos somos iguales, todos podemos llegar a esto, a aquello y a aquello otro. Todos podemos ser Einstein. Todos podemos ser Gardel”. La vida me enseñó otras cosas –y más que nada mi partido, el Partido Comunista, la ideología marxista-leninista–: que se trata de hechos históricos.
Fidel Castro es Fidel Castro porque es él, el pueblo lo puso allí y no podía ser otro; y sucedió todo lo que tenía que suceder para que Fidel encabezase la revolución y triunfase en Cuba el socialismo. Cientos de veces corrió riesgos de fracasar. Se trata de un hecho histórico. Eso no significa que haya gente mejor que Fidel, pero sí subraya que las leyes del materialismo histórico son las que determinan que determinadas personas se destaquen en esto o en aquello otro, porque son necesarias en su momento, y es la gente la que elige al cantor.
En el caso mío –lo digo con la mayor modestia, pero también con la mayor certeza– si en mi país se me considera el mejor cantor de milongas es porque no hay otro que cante como yo, y por ahora soy necesario cantando milongas en mi país. Hasta que venga otro que me supere, me sustituya por razones de edad, o porque canta de otra forma que es la que quiere oír cantar la gente. No es que seamos elegidos por la varita mágica y por la mano de Dios: es el pueblo mismo el que te va cultivando para que llegues a tal cosa.
–Me estoy acordando de una charla con Luis Enrique Mejía Godoy, donde comentábamos que por un lado a él se lo tomaba públicamente bajo determinado perfil que tenía que ver con una posición ideológica asumida, de la que él no se arrepentía para nada; pero que al mismo tiempo estaba dejando de lado, poniendo en un nivel secundario para la gente, el gran cantante que es.[9] Me hablaba acerca de las urgencias que lo llevaban a hacer determinadas cosas, de las que no se sentía para nada arrepentido; pero al mismo tiempo esas mismas urgencias, esas mismas condiciones o esas circunstancias históricas lo llevaban también, en tanto individuo, a tener que dejar de lado determinadas cosas, o a no darles la misma importancia, o a que la gente no les diera la misma importancia que para él tenían. En cierta forma, una especie de callejón sin salida, tema que también he charlado con Silvio (Rodríguez) y con Chico (Buarque); a Chico, eso lo llevó a estar sin cantar durante nueve años.[10] Si tuvieran que volver a nacer, elegirían lo mismo que han hecho; pero eso no quita un cierto dolor por determinadas cosas que no se reconocen tal como uno las siente.
Cuando hablaba de soledad –que no es lo mismo que en solitario, a solas– me refería específicamente a eso. Vos hiciste recién la aclaración de que no es lo mismo que uno se crea un iluminado… Te lo digo porque yo me siento identificada en muchas de esas cosas a partir de mi propia tarea; es decir, trato de tomar el periodismo con la mayor objetividad que puedo, asumiendo la propia subjetividad ineludible; más que subjetividad, ideología. Entonces, uno busca esa manera de expresarse, y tiene quizás a veces hasta ideas previas, que después modifica o no de acuerdo con su elasticidad, con su eclecticismo.
Pensaba en el hecho de que a veces uno tiene certezas, convicciones, que quizá lo llevan a sentirse un tanto solo. Lo pensaba en ese sentido, fundamentalmente, acordándome de lo que me decían Silvio y Luis Enrique. Creo que hay certezas que uno puede tener, y a veces resulta muy difícil manifestarlas en público porque pueden ser tomadas como petulancia, como pedantería, o como pretensión de clarividencia.
–Respecto de la certeza que uno pueda llegar a tener acerca de que es más capaz para esto que para lo que está haciendo…
–De lo que está diciendo, del total de lo que hace…
–Yo creo que es honesto decir: “En lugar de ser primer ministro me gustaría ser padre de familia y dedicarme al cultivo de la caña y a las tareas agrarias en general, participar en mi agrupación; sin embargo yo tengo que ser primer ministro”. Es su deber decir eso, hacer eso. Yo no me comparo con Fidel Castro, por favor; ni con Chico Buarque ni con ninguno de los que me has nombrado. Pero estoy seguro de que probablemente Fidel Castro –que tuvo que asumir esa tarea, la de llevar a su pueblo al socialismo– lo hizo a pesar de que le gustan, tal vez, la cría de ganado, o la ingeniería, no sé. Estoy seguro de que alguna cosa tuvo que dejar para poder ocupar el lugar que ocupa que, además, le cuesta un huevo y medio –porque hay que ser Fidel Castro, no es pa’ cualquiera: hay que tener una capacidad mucho mayor de lo que se pueda uno imaginar a nivel de estadista latinoamericano.
Otro comentario que te haría es un chiste: alguien me dijo, hace poco, que Beethoven murió creyendo que era pintor. Y no: era el más grande músico que existió.
No se puede hacer todo lo que uno querría hacer; pero se debe hacer aquello para lo cual estamos mejor capacitados. Y esto significa, desgraciadamente, en los países capitalistas, que la inmensa mayoría de la gente padece por su trabajo, y trabajar es una especie de sacrificio, de dolor.
La palabra trabajo proviene del latín tripalium, que era un aparato de tortura, metálico, que consistía en un torniquete con el que te apretaban los dedos, encadenándolos, hasta romperte la mano[11]. De hecho, más del 90 por ciento de la gente no hace lo que quiere hacer; hace lo que puede hacer. De ahí que yo te haya dicho, cuando comenzamos a conversar, que si hago la canción es porque tengo un contrato; mucho mejor sería hacer la canción sin contrato. Claro que a mí me gusta hacer la canción: en el caso mío se da la coincidencia de que me gusta tener un contrato y hacer la c. pero si yo tuviera que hacer la canción sin gustarme hacer canciones porque hay un contrato, haría canciones horribles, y quizás incluso sería más famoso, porque el contrato me levantaría pa’ arriba y diría: “Este señor canta bien. La felicidá-a-a-a-a”, –Pensaba cuál es el límite entre ese reconocer las aptitudes, las limitaciones de cada uno, y la complacencia; no tanto a un nivel artístico sino de la propia vida.
–Si lo que haces te gusta, no toda la tarea que te fue asignada es agradable. aparte de las limitaciones, que son máximas en el mundo capitalista, para poder desarrollar tu verdadera vocación –que puede ser de carpintero, o de halterofílico, o de aviador, de arquitecto, de poeta, lo que quieras–, más allá de esas limitaciones extremas que en el capitalismo rigen como una ley de hierro, el caso es que aún en la sociedad socialista, en la que efectivamente el Estado, la sociedad misma te da la posibilidad de enderezar por el camino que te atrae, ir por donde mejor te sentís –hacer ingeniería, docencia, o arte, o lo que fuese–, de todos modos, no todo es aguamiel. Además, no hemos llegado –y nos falta un largo rato, todavía– a la sociedad ideal, la sociedad comunista.
Porque si bien a un arquitecto uruguayo, llámese como se llame, desde don Avorio hasta los más jóvenes, le gusta su trabajo, y en el taller diseña con gran placer, en las obras muchas veces tiene grandes dificultades: o con los trabajadores, o con los materiales que le proveen, o con los proveedores propiamente dichos, por los precios que le cobran; o con el transporte; o con el Estado. No todo es aguamiel. Tiene dificultades, pero le gusta ser arquitecto.
–Esto ya llevaría a otro terreno, bastante resbaladizo, que es el de la cultura de la pobreza o la pobreza de la cultura.
–Con dar vuelta las palabras no se logra gran expresión. La cultura de la pobreza existe, y no es pobreza de la cultura, no; porque la cultura de la pobreza, te puedo asegurar que ha dado forma a las mejores obras de los más grandes escritores del Siglo de Oro. No estoy de acuerdo con eso. La cultura de la pobreza no es nada menos que la raíz de Don Quijote de la Mancha. No estoy de acuerdo entre ese presunto símil entre una cosa y la otra; por hacer una frase ingeniosa, mucha gente se pasa de rosca.
–Una de las primeras cosas que compusiste cuando volviste fue Crece desde el pie. ¿Sigue siendo válida? No apunto a la expresión de deseos –como tal, sigue siendo válida–, sino a las expectativas que podíamos tener con lo que ha ocurrido y lo que no. ¿Cómo sentís esa canción hoy en día, frente al presente de tu país?
–Lo siento como al principio, porque aparte de que no me trago la televisión, ni la prensa oficial –ni la leo en general; leo lo que me interesa, y en la televisión veo a Peñarol y algún otro evento deportivo–, para mí sigue siendo exactamente igual, porque estamos nosotros luchando por las conquistas a las que aspiramos, y que vamos a lograr más tarde o más temprano. A la hora en punto. Por eso la canción dice “la hora y el día crecen desde el pie”, “la semana crece desde el pie”, “no hay revoluciones tempranas”.
Estamos juntando fuerzas para eso; con mucho cuidadito, porque ya tuvimos un buen revolcón, de doce años, que nos costó muchas vidas y mucho dolor. A todo el pueblo uruguayo: nadie fue ajeno a lo que sucedió en la dictadura, por vía directa o indirecta; todos los uruguayos sufrimos la dictadura, y no queremos una dictadura. Hemos logrado un paso adelante. Por lo tanto creo que la canción está vigente, y no por ser mía sino porque dice que no hay revoluciones tempranas, y esto es así.
No hay flores tempranas: la flor nace a la hora en punto, y fructifica puntualmente, se convierte en otra planta de manera puntual; porque rigen en la flor y el fruto las leyes de la naturaleza, que no se pueden ignorar, que nadie puede modificar. Se puede crear un híbrido de hibisco y rosa, pero la rosa y el hibisco van a seguir siendo lo mismo; y ese híbrido, quién sabe qué futuro tendrá, casi seguramente será irreproducible.
https://socompa.info/cultural/zitarrosa-intimo/
SELECCIÓN DE POEMAS DE ALFREDO ZITARROSA
DIEZ DÉCIMAS DE AUTOCRÍTICA
Vine a cantar, compañeros,
porque era mi obligación
no negarme a la canción.
Pero debo ser sincero,
y para mí lo primero
es que era un acto del “Frente”.
Con el corazón caliente
y con la cabeza fría,
canté como suponía
que ustedes quieren que cante;
pero soy un militante
y mis canciones no son mías.
Por diferentes razones,
durante casi diez años,
he cantado desengaños,
rebeldías e ilusiones;
ésas fueron mis canciones
durante todo ese tiempo;
a algunas las llevó el viento
y otras dejaron memoria,
pero el tiempo no es la Historia
ni la vida es pensamiento.
Como muchos, he soñado
con el “Frente”, mucho antes
de que saliera adelante
como un sueño realizado.
Pero también he pecado
de ser individualista,
juramentado “anarquista”
frente a mi sola conciencia,
sin hacer más experiencia
que la de ser un artista.
Hoy siento que soy muy poco
como cantor y poeta.
Si nunca apliqué recetas
a mis canciones, tampoco,
ni más cuerdo ni más loco
que cualquier hombre prudente,
más de una vez fui inconsciente,
al ver que se me aplaudía,
de que en cada aplauso ardían
las manos de mucha gente.
Es riesgo del que realiza
su vida en un escenario
sentir que es extraordinario
el horizonte que divisa.
Pero aquél que catequiza
apoyado en las bordonas,
si cantando no razona
como cualquier proletario,
deja de ser necesario
cuando el Pueblo lo abandona.
Yo no canté para ustedes
la canción que más quisiera.
Si por un milagro fuera
capaz de inventarla ahora,
sepan que sin más demora
que la de extender la mano,
hablaría de mis hermanos,
los muertos, los torturados,
los presos, los explotados,
de “milico” y de “paisano”.
Yo no he cantado las duras
consignas del “bocamaro”*
que se riman al reparo
de este Pueblo vigilante,
ni canté el verso rampante
del poeta consagrado.
Pero más que nada, aclaro
que mi canción más madura,
será la que cante puras
razones, que ya son muchas,
del compañero que lucha
sin pistola en la cintura.
Porque este Pueblo es “bagual”
y va a encontrar el camino;
el cantor es peregrino
sonido de este caudal.
Si algo soy, soy oriental
y ése es mi mayor orgullo;
más que flor quiero ser yuyo
de mi tierra, bien prendido,
del Pueblo sólo un latido,
de su andar sólo el murmullo.
Y sé que el triunfo es seguro
mientras estemos Unidos.
Con cantores aplaudidos
no se edifica el futuro.
Siento el deber, y lo juro,
de no cantar sino aquella
canción que como una estrella
alumbre; pero tan lejos,
que no cieguen sus reflejos
al que anda oliendo la huella.
Hasta siempre compañeros!
Sepan que tenía más ganas
de decir estas “macanas”
que de cantar. Lo primero,
para mí, es el Pueblo entero,
verdadero soberano,
de milico y de paisano,
cantando para sí mismo,
que marcha hacia el socialismo
y me lleva de la mano.
DOÑA SOLEDAD
Mire doña Soledad,
póngase un poco a pensar,
doña Soledad,
cuántas personas habrá,
que la conozcan de verdad.
Yo la vi en el almacén
peleando por un vintén,
doña Soledad.
Y otros dicen haga el bien,
hágalo sin mirar a quién.
Cuántos vintenes tendrá
sin la generosidad,
doña Soledad,
con los que pueda comprar
el pan y el vino nada más.
La carne y la sangre son
de propiedad del patrón,
doña Soledad.
Cuando Cristo dijo no,
usted sabe bien lo que pasó.
Mire doña Soledad,
yo le converso de más,
doña Soledad,
y usted para conversar
hubiera querido estudiar.
Cierto que quiso querer,
pero no pudo poder,
doña Soledad,
porque antes de ser mujer
ya tuvo que ir a trabajar.
Mire doña Soledad,
póngase un poco a pensar,
doña Soledad,
qué es lo que quieren decir
con eso de la libertad.
Usted se puede morir,
eso es cuestión de salud,
pero no quiera saber
lo que le cuesta un ataúd.
Doña Soledad,
hay que trabajar…
pero hay que pensar…
no se vaya a morir…
la van a enterrar…
Doña Soledad…
A VOS, PATRIA
Vení Patria y mirá
tus hijos machos cómo se van.
Vos preguntales adónde irán,
que alguien les diga que valen más;
algún día volverán.
Vení Patria y mirá
cómo los muerde la soledad,
–diente de pobre mastica más–
los que se aguantan por vos, están
amasando su pan.
Vení Patria y mirá
qué pan amargo van a sobar;
a vos también te convidarán
y sos el horno donde lo harán
–leña no va a faltar–.
Patria decilo vos;
qué es lo quiere el que te nombró?
dijo “la patria” y se disculpó
–tordo que empolle nunca se vio–
menos si ya comió…
Vení Patria y hablá
cuál de nosotros te faltará…
Los orientales que vos criás
hasta en los árboles pelearán
si es que vos los mandás.
Vení Patria y decí
cuál de nosotros debe morir.
Sobran varones y están aquí,
listos a pelear y porque sí,
si es que vos lo decís.
Vení Patria y mirá
éstos son hombres y están acá.
LA CANCIÓN DEL CANTOR
Canta el cantor su pena y sus alegrías,
pero nunca ha podido cantar las mías.
Yo tampoco las canto, porque mis penas
de ser tan sólo mías, son como ajenas.
Y cuando estoy contento, tampoco canto,
no sea que de las risas vengan los llantos.
Con cada canto nuevo, siente el que canta
que le sube la vida por la garganta.
Los cantores que cantan cosas prestadas
son como los gorriones, van en bandadas.
Mejor cantar poquito, como el hornero,
y levantar el nido frente al pampero.
No hay canción que me cante, dice el trovero,
para el buey de adelante sobra el sendero.
Porque el canto me sale, como aprendido,
desde el nacer peleando contra el olvido.
Larairairaraira… Larairairaraira…
Larairairaraira… Larairairaraira…
MIRE AMIGO
Mire amigo no venga
con esas cosas de las cuestiones,
yo no le entiendo mucho,
discúlpeme, soy medio bagual;
pero eso sí le digo:
no me interesan las elecciones;
los que no tienen plata
van de alpargatas,
todo sigue igual.
Fíjese por ejemplo
en Don Segismundo con tres mil cuadras;
tiene dos hijos mozos
que son doctores en la ciudad;
yo tengo cuatro crías
y a la más grande tuve que darla;
ninguno fue a la escuela
y pa’ que hagan muela
me falta robar.
Mire amigo no venga
con que los gringos son gente dada;
yo lo vi a Mister Coso
tomando whisky con los del Club,
pero nunca lo vide
tomando mate con la peonada.
No dirá que chupaba
ni que brindaban a mi salud.
Mire amigo, disculpe,
no se moleste, no tomo nada;
yo no sé si usted sabe
que pa’ la trilla hay que madrugar,
los que nacimos peones
no conocemos las trasnochadas;
ando muy mal comido,
y si tomo un vino me da por pelear.
LA CANCIÓN QUIERE
Fruto maduro del árbol
del pueblo
la canción mía
siempre porfía.
Puede morir pero quiere
cantarle sólo a la vida
que no la olvida.
No tiene miedo a la bala
ni a la bomba, ni al infierno;
canta pudiendo.
Lleva en las manos heridas
una flor con una espina
agua y harina.
Canto del pueblo que ama
también canta por dinero
como un obrero.
Sombra de Ganzio
y de Mora
de Fernández
de Mendiola
no canta sola.
Quiere ser flor y se cierra
como un puño; que la cuide,
eso me pide.
Nombra la carne horadada
de la vida más amada
la desarmada.
Fruto maduro del árbol
del pueblo
la canción mía
siempre porfía.
Quiere ser flor y se cierra
como un puño;
que la cuide, eso me pide.
POLLERA AZUL DE LINO
Cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana,
tu pollera de lino azul
colgadíta en la ventana,
colgadita en la ventana,
bandera al sol amarillo
dirá que tú
no has dormido
con tu marido.
Cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana.
Tu pollera azul de lino,
tú pollera azul de lino,
vuelta color de vino al sol
si no la descuelga el viento,
si no la descuelga el viento
mostrará tus sentimientos
y los que yo
no me digo
—somos amigos—.
Cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana.
Cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana
vuelto color de trigo, el sol,
incendiando tu pollera,
violándola toda entera
vendrá a meterse en tu cama
y dormir contigo
sobre tu ombligo.
Cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana,
cuando venga la mañana…
CONTRACANCIÓN III
Doña Soledad: quédese quieta en su madera,
a vos patria no digas que eras nuestra,
Barrio Sur…
qué lejanos los días de la buhardilla,
cuando enterrábamos coroneles
con salvas de fogueo,
bajo las ventanas
de esas humildes pensiones de Yaguarón…
Ya no me vendas la coyunda lírica,
la milonga tiernita
y sola hasta que fue aplaudida
y envejeció de golpe…
Ya no me cantes pájaros
enjaulados o muertos,
pericones de Roxlo, mariposas negras…
No me vendas el lamento
de los que no aman ni el aire burlón del retobao,
que igual puede vivir,
y además lo vende la compañía
impreso en discos…
No me digas qué quiere la canción,
ni a dónde va el que se va,
ya no volverá…
No volverá milonga, guitarra negra,
el que se fue…
como me dice el tango viejo
y fulero de verdad, pero melancólico
y sólo nuestro, pero nuestro de veras:
el tiempo que se fue,
se fue para siempre,
y lo mismo el loco Antonio
que era comunista amó y murió,
peleó rabiosamente
con las corvinas de su río para vivir,
para seguir peleando de overol,
y murió y no vuelve,
y no hay luna que le valga
ni creciente que me demuestre
que estaba amando al río como a una mujer…
Qué pena, milonga,
que no nos duela casi nada ahora,
salvo la muerte del estudiante
cuando se escapó aquel tiro
¿te acordás?…
Qué pena que no nos dolían los nombres,
el nombre de no se quién.
Y ahora…
¿no te duelen de veras varios Fernández,
varios fusilados, varios huesos partidos,
los suicidios raros,
el estudiante muerto de casualidad
cuando se le escapó otro tiro al represivo?…
No me toques el violín Becho,
no bebas ese vino del negro milonguero,
ni cantes con Manolo,
la milonga madre nunca fue flamenca
y el nene patudo no nació,
lo mismo que está muerta para siempre
la esperanza de amanecer entre lirios,
hoy por hoy… El futuro está ahí nomás
y sangra… nomás de entrada,
está mal herido y putea,
sangra y masca el freno
como una gran bestia echada,
pero inmortal…
No hay con qué darle,
ni con balas de cañón lo perforan para siempre…
Como a tu canción, milonga,
el hierro que lo vulnera
y se le clava en el hueso…
Así entrará a la adolescencia:
acorazado… Y no le canten milongas.
CANTO DE NADIE
Milonga, estabas temblando
en mi corazón;
acurrucadita como un niño
acostumbrado al dolor
Carne de otras milongas, vos sos,
canto de nadie
y en el mismo aire
te crecen dos alas de consolación.
Llena de hondos silencios
memoria cruel del amor,
sos mi flor de cartón,
rosa entregada con cada canción.
Milonga, aquí en la guitarra,
estrujándola,
hay una mano blanca
que viola y arranca tu rosa y se va.
Fue tan fácil robarte esa flor
que ni la mira;
la huele y la tira,
sus ansias suspiran por otra mejor.
Muñequita de alambre,
tu emocionada canción
no es más que una ilusión,
sangre sin hambre, dolor sin dolor.
Gajito de enredadera,
milonga fiel,
ya no hay quien te quiera,
no es de primavera tu flor de papel.
DILE A LA VIDA
Para tanta soledad me sobra el tiempo;
dile a la vida que viva;
tu recuerdo no se muere ni yo siento
más que penas conocidas.
Para tanta soledad me sobra el tiempo;
dile a la vida que viva.
En mi alma muchas veces un momento
se abre una puerta dormida,
yo no sé si sacudida por el viento;
sé que se cierra enseguida,
y en la celda donde vivo
siempre encuentro tus flores desvanecidas.
Cuando volvamos a vernos
no sangrarán tus heridas;
yo he pagado tu dolor con el infierno,
tu amor con toda mi vida.
Para tanta soledad me sobra el tiempo;
dile a la vida que viva.
No me traigas esas flores ni preguntes
si te arranqué de mi vida,
en la negra oscuridad donde te hundes
mi corazón te vigila.
No me traigas esas flores ni preguntes
si te arranqué de mí vida.
Tus amores, nuestro amor y el
pensamiento,
son canciones enemigas;
yo sé bien cuáles son mis
sentimientos,
no quiero más despedidas.
Para tanta soledad me sobra el tiempo
y el tiempo sí que te olvida.
Cuando volvamos a vernos, etc.,
dile a la vida que viva.
CONTRACANCIÓN I
Enmudecieron todas mis canciones,
se hicieron polvo del camino,
barro seco que deshacen
y avientan los pies del pueblo…
Envejecieron, se secaron aquí en mi corazón
temblando como pájaros sin alimento,
sentadas a la mesa como unas niñas bobas que no saben comer,
y sin comida, sin agua y sin comida,
sin pan ninguno…
Enmudecieron mis canciones
cercadas por el odio,
ajadas en su propia lagrimazón seca
y sin ganas, mecidas rudamente
por su padre egoísta,
mimadas con exceso por su madre didáctica,
consentidas por treinta grabaciones
almacenadas entre tangos
por catorce guitarras contratadas…
Enmudecieron mis canciones desconsoladas,
se hicieron polvo del camino…
barro seco… que deshacen
y avientan los pies del pueblo.
AL COMANDANTE ERNESTO CHE GUEVARA
Las palabras no entienden lo que pasa:
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:
-Vuelve a pelear Ramón, aunque te mueras…
Las palabras no entienden lo que pasa.
GUITARRA NEGRA
I
Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra… Cómo haré para que sientas
mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía… Cómo se toca tu carne de aire, tu
oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón
macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas…
Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan…
Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi
certeza de amarte como pocos… Cómo entregarte todos esos nombres y esa sangre, sin
inundar tu corazón de sombras, de temblores y muerte, de ceniza, de soledad y rabia, de
silencio, de lágrimas idiotas…
Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa… Hoy por la tarde
anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo
perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía
dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a
los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco…
Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los
muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio,
asesinados, tallados en el alma… Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía,
mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda
con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre,
su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Aristides querido, a mis anarcos queridos bajo
bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables… Hoy anduvo la muerte
revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro,
los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos
múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión… Y no halló nada… No
pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Aristides, ni a Lenin, ni al
Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes…
A mí tampoco me encontró… Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado
de la vida… Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles…
Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida.
Junto con su almuerzo… Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas… Y la
noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio,
por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las
ventanas de los hospitales… La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra
a sombra a la luz del farol… Y se echará en el piso como un perro… Y aguardará hasta la
madrugada… Hoy… Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para
siempre…
… Mi corazón está mejor sitiado que mi casa… Mi casa, más cercada que mi
barrio… Mi barrio, cercado por mi pueblo… En mi barrio vive el Presidente, cercado por un
muro casi derrumbado…
Temblando, con el frontal partido con el marrón, por el marronero, cae sobre sus
costillas, pesada como un mundo, la res… Cae con estrépito, de bruces sobre el
cemento… Balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya
sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa
vida temblorosa y atónita… Ahí se va alzando, como un pesado pingajo, atrapada por la
pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por un ojal abierto en el garrón de un
cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena media tonelada de monstruoso dolor,
incomprensible, absurdo, balando, plañidera y tonta, como un escarabajo que no piensa,
mientras medita lentamente por qué duele tanto y por qué duele qué parte de quien que
es ella misma, la res, abierta al descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran tantas partes, tan extensas…
Y que pastando nunca había dolido… Haciendo leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva, que eran la
vida misma manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia
sus adentros… Y nunca habían dolido… Ya está colgada… Las patas delanteras se
enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y
fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el barro
del corral, el estiércol de otros cien balidos, Dinosaurios del siglo de las máquinas,
nacidos para morir de un marronazo,.. Ahora ya es carne azul colgada en la heladera:
“Uruguay for export”… Aquella res, que murió de un marronazo, cayó y tembló todo el
frigorífico… Aquella otra res que recibió el marronazo en plena frente, de dos dedos de
espesor, mientras entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a
comprender que había otra res delante, balando, que ya se la llevaba el gancho… Y cayó
detrás, también, y el cemento tembló bajo esos huesos… Aquella otra res, que esquivó el
marronazo y que cayó también, con un ojo reventado y una guampa partida, deshecha
también cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res, murió
temblando de dolor y de miedo… De un marronazo en plena frente “for export” del
Uruguay…
II
En la punta del agua…, una flor blanca, luminosa, de quince dólares, se hace
chispa, se abulta, se diluye, chorrea entre otras flores más pequeñas, llora, se agita, la
catapulta el chorro de agua y sube como bola en el aire… Está naciendo siempre,
mientras el agua canta en esa fuente de la boite… Entre aplausitos, al compás de la
orquesta, blanda flor blanca, acuosa, nostalgiosa en el aire… Subida en los aplausos
como espitada, hendida, empitonada… Gime y llora en la noche, tira estrellas bailando
bajo el humo, renace, llora por el chorro azul-blanco de la fuente como si friera planta que
la cría —y que no es—… y sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo, hinchándose y
flotando, mientras dure la noche, su belleza infantil de Ingeniería, su blando corazón bajo
el foquillo fijo y lechoso… El gringo, el chorro de agua a precio, el aire de importación,
esas hembras, el mozo, esos señores…
III
…Hace un buen rato ya que doy trabajo y vengo acostumbrándome al desuso de
mi alma, a la razón del enemigo, a mis sesenta cigarrillos diarios, a las malas costumbres
de mis canciones, que de algún modo siempre fueron nuestras, vos lo sabes, guitarra
negra… Hoy reanudo en un cómico enderezo la hora de ayer parada en su nostalgia. Me
hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se alzan, gimo y me acompañan,
río y baten de a dos, como que están amándose y se odian, sin embargo mis dos alas se
odian, se enderezan, se hacen amigas mías para llevarme por todas partes: allá está la
canción, aquí la nada… Más allá el pueblo y más acá el amor… Pero el pueblo está
también más acá… Y antes estaba allá también, detrás del pueblo el pueblo… Hemos
viajado por todos mis caprichos y el pueblo hozando el piso, amándose con alas como las
mías… Odiando su destino, odiándome y amándome sin alas, con millones de pies, con
manos y cabezas y lenguas… Y sus mil bocas dicen: “Ahora, la suerte ya está echada…
La mariposa viene hacia mí en la calle, en el aire húmedo, por el aire húmedo
bailando, por el aire agobiante, ominoso, bailando en el aire caliente… Y yo vi que no era
a mí a quien buscaba sino a la muerte… Y que no buscaba la muerte también vi, porque
no era mariposa de la ciudad de hierro, ni nacida para eso… Sino que era mariposa nada
más, en la ciudad, presa y ya muerta de antemano, fatalmente… buscando en ese bailar
loco y frágil un ala, un grano, una pizca de polen en el cemento… Porque la mariposa
nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio, herida de muerte por su
semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de vida ya bebida… Eso no es tan
triste… Triste es ver su cadena de huevos en el hollín, depositados junto a un río de
aceite, a la sombra de las altas paredes de cemento… Su cadena de huevos de seda…
Hago falta… Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no
estoy… Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que hay una
respiración que falta, que defraudo una espera… Siento la tristeza o la ira inexpresada del
compañero, el amor del que me aguarda lastimado… Falta mi cara en la gráfica del
pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la pasión de andar, mis piernas en la
marcha, mis zapatos hollando el polvo… Los 7 ojos míos en la contemplación del
mañana… Mis manos en la bandera, en el martillo, en la guitarra, mi lengua en el idioma
de todos, el gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos.
Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra, guitarra negra… Dice Enrique,
mi hermano, que hay cierto perro hundido que se lame mansamente y nos lame,
lamiéndose, una herida quieta allá al fondo, sentado en su escalón… Y dice más mi
hermano el otro Enrique, en Praga: Dice que amarte con certeza, hacerte enteramente
hembra, darte lo que de vida tengan mis urgencias será amar más y más a Jaime; amarlo,
más de veras… Por su alma, su propio perro mordedor bajo el garrote, el cable, el
puñetazo, la bolsa de arpillera, el plantón y el insulto… La olvidada mejilla que no ponen ni
él ni nadie a golpear… Sino con hambre y Rita y José Luis, con Gerardo y Raúl y Rosa y
Sara y Mauricio… Y por todos nuestros muertos… Y he sabido, guitarra, que este otro
perro que criaste, ladrador, campesino, a veces manso o vigilante, que roe su propio
hueso en la penumbra y gruñe… cual casi todo perro popular, vagará por tus anchas
veredas, tus milongas sangrantes… hasta morir también… Tal vez un día… De soledad y
rabia… De ternura… O de algún violento amor: de amor… sin duda.
MILONGA DE CONTRAPUNTO
(A.Z.)
Milonga, flor
galponera,
novia fiel del payador,
permitile a este cantor
arrimarse a tu pollera.
Soy un trovador cualquiera
y he de pedirte al cantar,
tratando de improvisar
con tus prolijas razones,
que olvides otras canciones
que también supe entonar.
Yo he nacido en este suelo
–no hay más patria para mí–,
en este suelo crecí
como mi padre y mi abuelo…
Pero hoy estamos de duelo
milonga, y hasta el más “potro”
al ver el dolor del otro
se ablanda aunque sea un momento:
para mí no hay sufrimiento
más grande que el de nosotros.
Yo me pregunto si es cierto
que somos todos iguales
al ver a los orientales
cambiando muerto por muerto…
Para mí no hay más entuerto
que la astucia del mandón:
“ése es malo”, “éste es peor”
y “aquél es bueno del todo”;
la cosa es hallar el modo
de separarnos mejor…
Hay una cosa evidente
–y hay que decirlo también–:
que el que manda sabe bien
cómo engañar a la gente…
El que me juzgue imprudente
por hablar de estas cuestiones,
que analice las razones
que le va a dar el que canta:
si vivo de mi garganta
también vivo en mis canciones.
No se ha de esconder la mano
en asuntos principales
–oriental entre orientales,
yo también soy ciudadano–.
Si me debo a mis hermanos
también me debo a mí mismo
y pienso que no es lo mismo
la duda que la paciencia;
si me duele la violencia
más me duele el “Pachequismo”.
Si yo no tengo razón
que me lo diga la gente;
hemos visto al presidente
hablar por televisión…
Yo lo vi en una ocasión,
ya casi de madrugada;
del pueblo no dijo nada;
dijo que habían “unos locos”
que son malos, pero pocos,
y “se la tienen jurada”.
Nunca ha hablado de nosotros,
sino de la “subversión”…;
no dice nada del peón,
del medianero tampoco…;
él piensa que con la foto
que le publican los diarios
se asustan los adversarios,
el obrero, el estudiante…,
que la gente es ignorante
y que él es un visionario.
Mientras los campos se agrandan
él sigue “poniendo el pecho”,
atropellando el Derecho
contratando guardaespaldas…
Si al que tiene que “yugarla”
no le gusta el Pachequismo,
se aumenta –para el turismo–
la carne a quinientos pesos
–y ha de ser tal vez por eso
que un dólar vale lo mismo–.
Nadie puede “especular”
excepto los oligarcas:
ellos engordan sus arcas
y la gente “a trabajar”…
Nos han obligado a odiar
a los vivos por los muertos,
y aunque es muy triste, es muy cierto:
mientras faltan hospitales,
en la “casona de Suárez”
hay piscina y helipuerto.
Los que decimos que miente
al ver que nos ha mentido,
somos unos “malnacidos”
para el señor presidente;
el que no sea consecuente
con el Poder reaccionario,
tiene que hacerse el “otario”
o hacerse cómplice de él,
porque firmando un papel
él puede cerrar los diarios.
Dice que hay “revoluciones
técnicas” y “de verdad”,
pero a la Universidad
le debe tres mil millones…
Y dice cosas peores
–más no se puede pedir–:
el Gobierno va a elegir
al mejor educador…;
si puede ser profesor…
Pacheco lo va a decir…
Con eso del “comunismo”
y la cuestión de la vivienda,
él quiere que el pueblo aprenda
a hablar siempre de lo mismo.
Pero hay un profundo abismo
entre el rico y el obrero
(no comparten gallinero
el pollo y la comadreja)…:
si los muertos no se quejan
por algo es que se murieron.
(H.P.)
Permita que le interrumpa
su “dina” interpretación:
como cantor “del montón”
le v’iacer una pregunta…,
la palabra que “trasunta”
–permitamé que le insista–
para usté es una conquista
andar cantando esas cosas…,
pero “amigo” Zitarrosa…
usté’a de ser comunista…
(A.Z.)
Si usté mira el “camellón”
cuando el “máiz” viene “grelando”
no alcanza a ver para cuándo
le llegará la sazón…
Por esa misma razón
al que se sienta “Frentista”
el llamarlo “comunista”
es como llamarlo “amigo”:
no alcanza a verse el ombligo
el que le falten “las vistas”.
(H.P.)
Así que usté es del “Frent’amplio”
–me lo hubiera dicho antes–:
la cosa es “que el cuerpo aguante”,
como aquí le dice Hilario…;
yo le v’ia ser “alversario”
porque el señor presidente,
siempre “de cuerpo presente”
y con cara de “hombre malo”…;
les van a dar tantos palos…
se le va a acabar el “frente”…
(A.Z.)
Lo que usté dice es verdad
–mire que yo no me engaño–,
ya llevamos varios años
de “Pronta Seguridad”…
Pero aunque no tengo edad
para hablar del viejo Batlle,
permítame que le ensaye
una pregunta “batllista”:
si en vez de hacerse “el artista”
se anima a andar por la calle…
(H.P.)
Yo le v’ia decir por qué
–mire que el hombre es muy guapo–:
él no se va a hacer el sapo
para peliar con usté…
Y le v’ia decir también
–si le parece mejor–
que él ha sido “boseador”
y que tiene bruta “piña”…,
mientras la gente lo riña
las cosas van a andar “pior”…
(A.Z.)
Será porque es boxeador
que gobierna al contragolpe…;
¡mientras el pueblo soporte
los ricos viven mejor!
Yo sé que ese buen señor
tiene su propio gimnasio,
pero hay que trotar despacio
cuando el camino es “fulero”:
nunca vi un burro “cuadrero”
ni negro de pelo lacio.
(H.P.)
Le v’iacer otra pregunta
–si me puede contestar,
porque no me va negar
“Dios los cría y ellos se juntan”–:
…la “hacienda” anda toda junta
y eso es lo que yo le explico…,
por algo el juez toca pito
si se comete un penal:
¡hay que saber gobernar
pa’ los pobres y los ricos…!
(A.Z.)
Yo le voy a contestar
en una forma sencilla
–no me pise la gramilla
que me va a hacer enojar–…:
hay que saber separar
la arena de los guijarros…:
nunca vi tirar de un carro
un caballo y una vaca,
ni conozco “hacienda” flaca
que no se pueda engordar.
(H.P.)
Usté conversa muy bien,
pero no me va a decir
que alguien tiene que salir
a poner “orden” también…
Porque yo lo sé muy bien
que no quieren trabajar…
y “dispués” hacen parar
a todos los “sindecatos”…,
le hacen pasar “malos ratos”,
no lo dejan gobernar…
(A.Z.)
No entrevere la baraja
–si no le parece mal–:
para mí la principal
es la ley del que trabaja…
Mientras al pobre lo atajan
para que no se “amontone”…,
a los que tienen millones,
estancias, bancos y diarios…,
aunque sean “adversarios”
los tratan como pichones.
(H.P.)
Las razones que usté dice
a mí me parecen pocas
y hasta “me juego la ropa”
por lo que voy a decir:
para el que sabe cumplir
con su deber “donde cuadre”,
aunque “los perros le ladren”
“primero la obligación”:
y hay una sola razón:
porque la “patria es la madre”.
(A.Z.)
Hay razones como dijo
para cualquier “acomodo”:
yo le v’ia dar a mi modo
las razones que “colijo”…
Si la madre quiere al hijo
no se lo encarga a la tía…
–no ha de quererme la mía,
aunque yo pueda quererla,
si para que vaya a verla
me manda la policía–.
(H.P.)
Si mandar la “polecía”
a usté le parece injusto…,
no se la mandan “de gusto”
si es que usté la merecía…
Y le digo “entoavía”
–en eso del “melitar”–…,
cómo me puede explicar,
ya que usté es tan “cevilista”,
que el candidato frentista
sea justo un general.
(A.Z.)
Si yo fuera presidente,
lo mismo que soy cantor,
haría todo lo mejor
para entregarle a mi gente…
Si el candidato del Frente
lleva galones dorados…,
no ha de ser ningún pecado
–permítame que le diga–:
…nunca se olvide de Artigas,
el general traicionado…