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BIOGRAFÍA CARLOS BOUSOÑO
Carlos Bousoño, gran poeta asturiano, español, nació el 9 de mayo de 1923 en Boal, cuando se preparaba la dictadura de Primo de Rivera, era una pintoresca villa del occidente de Asturias, situada sobre una colina en la falda de Penouta, entre las cañadas y los valles formados por el río Navia. Su madre había llego allí, como maestra en propiedad de la escuela local, allí conoció a Luis Bousoño Carrocera y se casaron. Pronto tuvieron su primer hijo Luis y a los once meses después, el segundo Carlos.
A los 2 años sus padres se trasladaron a Oviedo, donde transcurrió su niñez y su juventud.
Cuando contaba 10 años, su padre decidió marchar a América, aguijoneado por la crisis económica y por la llamada de un hermano de su mujer.

Luis y Carlos con su madre continuaron en Oviedo aguardando el momento de reunirse con él. Pero a los pocos meses su madre enferma y muere, y los dos niños de 12 y 11 años quedaron al cuidado de su tía abuela doña Manuela Fernández de Llana, casada con un conocido poeta en bable (asturiano) y en castellano, muy amigo de Ramón de Campoamor.
La estancia en aquella familia, marcó en cierta medida su adolescencia y su primera juventud.
El mismo poeta subraya que el arranque de su cosmovisión, las ideas centrales de su poesía nacieron de esta situación familiar, que dio por resultado lo personal de su biografía, sin casi tener en cuenta lo que sucedía en España y en Asturias, la angustia incesante y la agonía de una década de choque y sangre.
La Revolución de Octubre de 1934, el 18 de julio de 1936, la guerra civil entera, los tres durísimos años primeros de la posguerra.

La guerra civil no repercutió mucho en la vida de Carlos. En febrero de 1937, cuando rondaba ya los 14 años, al abrirse la posibilidad de salir de Oviedo, regresó a Boal donde estudió el tercer curso de bachillerato como alumno libre. Otra vez el campo asturiano, el bosque, las cañadas, el río, una memoria feliz como un buen sueño que ha quedado en los versos de Bousoño, incluso en sus primeras épocas.
Para examinarse, Carlos y su hermano Luis se trasladaron a Luarca, parroquia asturiana, con su tía y una criadita. Se hospedaron en la casa del que más tarde llegaría a obtener el Premio Nobel, Severo Ochoa. Allí en Luarca lo capturó la emoción del mar que es otra constante en su poesía.
En octubre de 1937 regresa a Oviedo.
A la muerte de su tía Manuela, en 1942, los dos hermanos Luis y Carlos, se trasladaron a vivir a la casa de su tío Juan, hijo de otro poeta asturiano que también escribía tanto en bable (asturiano) como en castellano: don Juan Fernández de la Llana, hermano de su abuela y de su difunta tía Manuela.
Allí permaneció hasta 1943, cuando se traslada a Madrid a estudiar el tercer curso de la carrera de Filosofía y Letras, rama de Filología.
Su llegada a Madrid fue el acontecimiento más apasionante de la juventud del poeta. El mismo lo cuenta así: “La muerte de mi tía y mi traslado a Madrid me permitieron súbitamente recuperar el mundo , asumir con avidez la gracia de la luz y de la realidad, recibir en mi seno más íntimo la sensación infinitamente bienhechora de existir en el mundo”.
Y desde aquella fecha 1943, Bousoño que venía de la oscuridad y de la privación, comienza un existir total, pleno, glorioso, según sus propias palabras.
“Me hice de este modo existencialmente apto tal vez para entender, no desde la razón, sino desde la vida, lo que es el anonadamiento y la existencia, el ser y la nada, y sobre todo, su mutua relación, su trágico parentesco.
La afinidad entre biografía e historia es decisiva en la manifestación o no de nuestras posibilidades creadoras. No se trata sólo de nacer con talento, (si es que tal expresión tiene algún sentido), se trata de que el talento, pequeño o considerable, que se traiga al mundo pueda o no florecer en el clima espiritual en que ha de desarrollarse”.
¿Y cuál era el clima cultural español en 1943, cuando a la Universidad de Madrid se incorpora, con tanto entusiasmo?

En esos pasillos universitarios, tanto como en las aulas, nace la poesía española contemporánea, la primera generación de la posguerra. Aparece no por azar sino como una necesidad.
En 1942, moría en la prisión de Alicante, Miguel Hernández, Blas de Otero publicaba su primer libro de versos, José Luis Cano publicaba también su primer libro, era el año de la primera novela de Camilo José Cela, García Nieto creaba la revista “Garcilaso”, Sartre publicaba el “El Ser y la Nada, en 1944 Leopoldo Panero lanzaba su obra inicial y junto con él otros poetas, Vicente Gaos, Victoriano Crémer. En 1945 publican Eugenio de Nora y Carlos Edmundo de Ory, en 1946 aparece la revista Ínsula, en 1947 publican sus obras primeras José María Valverde y José Hierro.
En esa coyuntura, Carlos Bousoño prosigue sus estudios de Filología Románica, se licencia en 1945 y se doctora 4 años más tarde. Es entonces que publican sus primeros libros de poemas: Subida al Amor, 1945, donde descubría la vena reflexiva existencialista o de poesía desarraigada que es la que cultivó la primera generación de posguerra, opuesta a otra corriente simultánea, la poesía arraigada, protegida por el poder político franquista instaurado tras la Guerra civil, ambas fueron las corrientes mayoritarias en la lírica de entonces y Primavera de Muerte en la misma línea en 1946.

En ese mismo año da conferencias en Méjico y en 1947 es profesor en Estados Unidos.
Regresa a Madrid en 1948 para incorporarse en 1950 como profesor en la Facultad de Letras.
Después, escribe tres ensayos críticos que le abren una gran consideración: “La poesía de Vicente Aleixandre (1950) y “Seis calas en la expresión literaria española» en colaboración con Dámaso Alonso y “Teoría de la expresión poética” en 1952, obra galardonada con el Premio Fastenrath de la Real Academia Española, fue una obra teórica fundamental sobre el tema en lengua española en las décadas del 50 y el 60. En ella Bousoño trata de desentrañar los secretos del fenómeno poético: cómo surge el lenguaje poético de la des-lexicalización del lenguaje cotidiano, y en qué se diferencia aquel del chiste, por ejemplo.
Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, dos grandes nombres, dos grandes hombres que tendrán una gran importancia en la vida y en la obra de Carlos Bousoño.
Luego seguirán los poemarios: Hacia otra luz, que reúne Subida al amor, Primavera de la muerte, En vez de sueño, 1952, Noche del Sentido 1957, Invasión de la realidad 1962, Oda en la ceniza 1967.(premio de la Crítica), Las monedas contra la losa (1973, premio de la Crítica)
El 22 de noviembre de 1975, el mismo día de la coronación del Rey Don Juan Carlos, contrae matrimonio. Tiene 2 hijos.

Siguen las publicaciones: Metáfora del desafuero (1988, Premio Nacional de Poesía) y El ojo de la aguja (1993).
En todas estas obras su estilo fue evolucionando entre el realismo y el simbolismo, y aunque nunca abandonó su raíz existencial, su mirada se hizo más solidaria y su estilo menos sobrio.
En 1978 consigue el Premio Nacional de Literatura por su ensayo El irracionalismo poético (El símbolo) y Superrealismo poético y simbolización, en el que esclarece por primera vez, y a nivel mundial, por qué es tan difícil la poesía superrealista: en ella el poeta puede decir A es igual a B, sin que exista ningún parecido objetivo entre ambos elementos, algo indispensable en la metáfora tradicional. Basta con que ambos elementos produzcan sentimientos similares en el lector, es decir, simbolicen los mismos sentimientos, a este tipo de metáfora la llamó imagen visionaria.
En 1980 ingresa en la Real Academia de la Lengua. Su discurso de entrada versa sobre “El sentido de la evolución de la poesía contemporánea en Juan Ramón Jiménez” una lección magistral, no sólo sobre la obra de aquel, sino también sobre la estructura, la dirección y el sentido de la poesía española contemporánea.

En su contestación, Gonzalo Torrente Ballester lo define como perteneciente “a esa clase de poetas capaces de creación y de reflexión, para quienes el fenómeno poético es, ante todo, un fenómeno comprensible y explicable, al modo restringido de la estructura y los modos de expresión, al modo amplio de su inserción en la cultura y en persona de autor…Un hombre inserto en una doble tradición, en la española y en la europea y universal: todo lo contrario, pues, de un castizo, aunque como poeta y como crítico le sobren, ¿quien se atrevería a dudarlo? la casta y la clase.
El propio Bousoño en “Ensayo de Autocrítica” plantea sus relaciones con la poética de su propia generación diciendo:
“Esta ha sido, con algunas excepciones, una generación que quiso tratar desde el verso los problemas políticos y sociales,; por el contrario mi poesía contó, en todo momento, desde supuestos distintos y se propuso otras metas.
¿Qué motivaciones profundas me motivaron a tan alto grado de independencia con respecto a muchos de los poetas de mi tiempo”?
“Las razones que me impulsaron a discrepar de mis coetáneos y seguir, en cuanto a este importante pormenor un camino divergente al que ellos, en su mayoría siguieron, son muy simples: yo tenía y sigo teniendo acerca de la naturaleza de la poesía, y en general acerca de la naturaleza del arte y de su misión, una idea absolutamente contraria a la que otros poetas de mis años dieron repetidas muestras de sustentar. No he podido creer nunca que el arte deba proponerse fines pragmáticos, aspirando nada menos que a “modificar el mundo”, como literalmente decían, una y otra vez, los poetas sociales coetáneos mios, poetas cuyas pretensiones, como se ve, no eran leves. Lo raro es que, tras el descrédito de la obra literaria de tesis en el siglo pasado, se haya podido incurrir de nuevo en una actitud que en nada se diferenciaba, nacida de lo que estimo ser un idéntico error por lo que toca a la índole de los fenómenos estéticos.
Se comprende que pensando así, no haya podido yo inscribirme en la larga lista de los poetas sociales, mis contemporáneos. ¿Cómo iba yo a creer que el verso debía “modificar el mundo” si la poesía, en mi criterio, no consiente siquiera retener, en su tejido verbal, la practicidad, mucho menos acuciante que el hecho de ser verdadera una verdad lleva consigo?

“Y si no he sido, en definitiva, poeta social, pese a un reducido puñado de poemas a España que existen en mi obra, ¿en qué ha podido consistir la fidelidad de ésta al tiempo histórico que le ha tocado en suerte? La poesía social era, sin duda, una de las posibilidades expresivas de mi generación, acaso la más difícil de realizar sin caer en el didactismo pragmático que impide, de raíz, en nuestra interpretación, la existencia de lo estético. Pero esa posibilidad no era la única posibilidad. Mi obra constituyó al hilo de otra de las opciones literarias, históricamente, a la sazón, hacedoras. Me refiero a lo que con un término no muy preciso, pero rápidamente comprensible, llamaríamos existencialidad o incluso, existencialismo”. La fidelidad a un tiempo histórico tiene muchos nombres y tolera diversos caminos.
¿En qué generación se inserta Carlos Bousoño?: Para él la generación anterior a la suya fue la generación del 27. Es en la siguiente donde se sitúa el mismo, nacido en 1923, entre poetas nacidos antes, como Leopoldo Panero (1909), Luis Rosales (1910) Blas de Otero (1916), Vicente Gaos (1919) y José Hierro (1922) Eugenio de Nora, Carlos Edmundo de Ory, Gabino Alejandro Carriedo y García Baena, nacieron en 1923 como Bousoño.
La poesía de su generación, en cuanto a ella puede incluirse la obra publicada, aparece fundamentalmente en la larga posguerra subsiguiente e la contienda civil de 1936-a 1939.
Falleció el 24 de octubre de 2015 a los 92 años en Madrid.
Se consultó “Carlos Bousoño en la Poesía de Nuestro Tiempo” autores Víctor Alperi-Juan Mollá- Editó ALSA GRUPO-Oviedo. 1995

POEMAS DE CARLOS BOUSOÑO
Canción para un poeta viejo
A Vicente Aleixandre
Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
la luz delgada del amanecer.
La luz delgada del saber callar,
del saber conocer y callar.
Del saber esperar, callar, seguir
hasta las olas del saber vivir.
Hasta las olas del saber amar
profundamente y como es quieto el mar.
Y como es quieto el mar se pone en pie
la insurrección del nunca moriré.
Y así tu ser, escrito en agua y sal
y en viento fue, y en todo lo inmortal.
España en el sueño
A Carmen Braga
Desde aquí yo contemplo, tendido, sin memoria
el campo. Piedra y campo, y cielo, y lejanía.
Mis ojos miran montes donde sembró la historia
el dulce sueño amargo que sueñan todavía.
Pero el amor fundido en piedra, día a día;
pero el amor mezclado con monte, o con escoria,
es duradero y te amo, oh patria, oh serranía
crespa, que te levantas, bajo el cielo, ilusoria.
Campos que yo conozco, cielos donde he existido;
piedras donde he amasado mi corazón pequeño;
bosques donde he cantado; sueños que he padecido.
Os amo, os amo, campos, montañas, terco empeño
de mi vivir, sabiendo que es vano mi latido
de amor. Más te amo, patria, vapor, fantasma, sueño.
Letanía del ciego
Soy como un ciego
RUBÉN DARÍO
Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Oda en la ceniza
A Francisco Brines
Una vez más. Las olas, los sucesos,
la menuda porfía que horada
la granítica realidad, el inmóvil
bloque donde los tiempos
giran como un águila
aciaga.
Cada minuto el mundo es otro,
otra la muerte,
Otro el desdén, la diurna aparición del entusiasmo,
el radical sentido.
Perdemos suelo,
firme contacto, asidero de sombras. Dame
la mano, álzame, tocaría
acaso la sublime
agarradera sin ceniza, la elevada
roca, el alto asiento
del resplandor, la puerta que no gira
ni se abre, ni cierra, el último
fundamento del agua, de la sed, de los aires
diáfanos,
del barro mísero donde el ardor se quema
como un ascua. Oh tentación de ser
en la portentosa verdad,
en el irradiante espejo, estallido de veneración
más allá del respeto
sombrío. Oh calcinante
idealidad sagrada que no arde ni quema
en la deslumbradora invisibilidad, en la increíble
fuerza del mundo. Oh témpano de oceánico ardor
donde el cansancio
puede brillar y la queja
abrasar y ser otra, y el hombre apetecer y saciarse
en el alimento continuo.
Oh desaliento
del desconocer, hambrear, consumirse,
centro del hombre.
Tú, mi compañero,
triste de acontecer,
tú, que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes
lo que acaso no sabes,
dame la mano en la desolación,
dame la mano en la incredulidad y en el viento,
dame la mano en el arruinado sollozo, en el lóbrego
cántico.
Dame la mano para creer,
puesto que tú no sabes,
dame la mano para existir, puesto que sombra eres y
ceniza,
dame la mano hacia arriba, hacia el vertical puerto,
hacia la cresta súbita.
Ayúdame a subir, puesto que no es posible la llegada,
el arribo, el encuentro.
Ayúdame a subir puesto que caes, puesto que acaso
todo es posible en la imposibilidad.
puesto que tal vez falta muy poco para alcanzar la sed,
muy poco para coronar el abismo,
el talud hacia el trueno,
la pared vertical de la duda,
el terraplén del miedo.
Oh, dame
la mano porque falta muy poco
para saltar al regocijo,
muy poco para el absoluto reír y el descanso,
muy poco para la amistad sempiterna.
Dame la mano
tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tiene
lo que acaso no sabes,
dame la mano hacia la inmensa flor que gira en la
felicidad,
dame la mano hacia la felicidad olorosa que embriaga
dame la mano y no me dejes caer
como tú mismo,
como yo mismo,
en el hueco atroz de las sombras.
Sensación de la nada
Tiene, después de todo, algo de dulce
caer tan bajo: en la pureza
metafísica, en la luz
sublime de la nada.
En el vacío cúbico, en el número
de fuego. Es la hoguera
que arde inanidad. En el centro
no sopla viento alguno. Es fuego
puro, nada pura. No habiendo fe
no hay extensión. La reducción del orbe a un punto,
a una cifra que sufre.
Porque es horrendo un padecer simbólico
sin la materia errátil que lo encarna.
Es la inmovilidad del sufrimiento
en sí….Como la noche
que nunca
amaneciese-
Canción de amor para después de la vida
Tu que me miras, tu que me ves aquí
en la tierra
como en la tierra soy,
como en la tierra estoy sin merecerte,
tú, pequeña verdad humana mía,
aquí sin merecerte, sin merecer tu humana luz, tu
belleza tranquila y delicada,
fugaz y delicada como una luz tranquila,
capaz, ay,
de envejecer y de morir también;
tú, sí, a quien he llegado
tan tarde ya, sin merecer ese sosiego ya
de tu pura belleza,
¿podré entonces, de pronto
encontrarme a tu lado revestido de aquello que
quisiera para mí junto a ti?
¿Podré ser digno entonces de ti entonces,
y dignamente estar como quisiera estar:
dignamente a tu lado, mereciendo
continuamente lo que eres
ahora para mí,
en esta tarde en que tú estás sentada
al lado mío contemplando
con tristeza mi rostro,
que ha empezado quizá,
tan pronto
a envejecer…?
Divagación en la ciudad
A Ricardo Defarges
Quisiera hablar tranquilamente. Ha llegado el
momento
de la serenidad, en que es posible
hablar, decir algo recóndito y oscuro
como en la niebla o en la soledad o en la sombra. Un
susurro
en la voz basta a veces,
a veces en la penumbra de una palabra basta,
a veces escuchamos un sonido
crujir, un paso remoto que se aleja
vacilando en el bosque. Un buque parte a veces y en
las aguas
algo creemos ver, insólito, es un brillo
que algo nos dice, un más allá, una dicha
veloz que repentinamente se extingue. No sé, una
burbuja
que acaso significa, como si viniera a nosotros
respirada por alguien, detrás de la tiniebla.
Así hablaría en el cansancio. Pero esta tarde
he creído ver algo. Yo recuerdo
de niño, he pasado de niño muchas veces
horas y horas contemplando una piedra
y siempre yo veía cosas nuevas en ella,
montañas diminutas , enormes valles desolados,
y al mirar esperaba.
Esperaba el milagro.
Ya lo sabéis. ¿Qué cosa!
Esperaba el milagro, estaba un poco tonto, un poco alegre,
un poco esperanzado,
lo mismo, sí que ahora.
Pasan gentes veloces por la calle,
una calle cualquiera, no lo dudo, una calle
en donde nada ocurre. ¿Qué esperar, por qué miro?
Pasan gentes alegres,
a veces con sombreros de colores,
a veces con sombreros de otras cosas,
quizá penas, espinas.
Pero pasan alegres,
con enormes sombreros de alegría,
vestidos con vestidos, con trajes de payaso, con caras
de azucena,
con caras menestrales o ya menesterosas de suspiros
porque a veces
es difícil andar con tanta gente,
tantas palomas sucias, tantos ríos
que van al mar. Difícil, lo comprendo.
Siempre lo he dicho así. No sé qué pasa,
no sé qué ocurre en mí ni por qué hablo
de todas estas cosas.
De pronto estoy más serio, casi triste,
casi necesitado de acariciar a un perro, a una persona,
a un burrito peludo, a un titerero.
Ya veis a que conduce el estar triste
en una tarde rosa, en una calle
cualquiera, un cualquier día.
Empieza uno a pensar
así, como fuese
todo importante y fiel, y solidario
con la necesidad de no ahogarse
en un vaso de vino o de amargura.
De ser siempre en el mundo,
de decir su quimera a cualquier hombre,
de gritar a los astros que hay aquí, sí, en la tierra,
hombre que valen un imperio,
imperios que hacen agua,
agua que no se bebe porque está prohibido,
y que es bonito
salir a una terraza cualquier día
y gritar a los astros que el mundo está bien hecho, y
que he bebido.
La prueba
Buscando andamos todos una prueba.
Una prueba que prueba realmente
que no nos engañamos cuando niños:
que si los reyes godos o los Magos.
Y nadie pensó nunca en lo más fácil:
la existencia del gordo.
Ahí tenéis al gordo: es entusiasta,
ceremonioso y listo, Está sentado,
y como si tal cosa: nunca le hicieron caso como prueba…
Y la verdad: no hay duda.
Uno tiene necesidad de muchas cosas :
creer en jeroglíficos, ver algo
detrás de aquella pluma de señora,
o bien, mejor aún, como os decía,
detrás del hombre gordo, aquel que manotea
mientras se da importancia por ser gordo.
Ser gordo es cosa buena, es cosa alegre,
es cosa de sustancia y compromiso,
es cosa de gordura sobre todo, y cosa que va a misa
cuando es fiesta.
Y sin embargo,
yo quisiera saber, que tontería,
que hay detrás de aquel gordo.
Porque tras la gordura hay otra cosa,
estoy casi seguro.
No puede ser así, sin más ni más,
que un gordo sea un gordo.
Un gordo simplemente, un gordo simple,
un gordo intrascendente y para andar por casa.
Un gordo es importante, lo hemos dicho,
y por tanto, detrás de su gordura
ha de haber escondido alguna cosa
que sirva para algo.
Quizá para sentarse o tal vez sólo
para andar más de prisa. Es imposible
que un respetable gordo
no tenga utilidad, como una silla
o una locomotora, o un jazmín.
Yo creo, señores,
que un gordo bien pudiera
demostrar a los ricos y a los sabios
que detrás de las cosas
más materiales, si queréis,
existe algo escondido. Y yo creo
que a San Anselmo (e incluso al Tomás santo)
se le escapó esta prueba.
Prueba infalible, a mi entender,
de que el mundo no acaba, sí como así,
en un gordo.
Cuestiones humanas
Acerca del ojo de la aguja
A Claudio Rodriguez
¿Será posible aquello?
¿Será posible un espacio ensanchándose
terriblemente a cada instante,
a cada golpe de humanidad que ingresa
victoriosa en la luz, a cada racha
de gloriosa miseria acontecida
de amor y de tristeza y hecha luz,
y hecha de pronto luz,
luz que penetra
velozmente en la luz,
en la única luz,
en la luz única?
¿Será posible que de pronto
entre a empujones, a empellones súbitos,
brutalmente, diríamos,
por las sencillas rendijas del misterio
el hondo mar humano, el oleaje
mísero
de la calamidad y la paciencia?
¿El ojo de una aguja espera siempre
el ahilamiento prodigioso
de la terrible ola embrutecida
del sufrimiento atroz,
y allí los peces íntegros
del verde mar humano
de la pena, y todo
cuanto acontece y es
y cuanto arriba al hombre,
y todo lo demás,
penetrará como la inmensa ola
sagazmente
por la imposibilidad de un agujero?
¿El agujero,
el roto, el descosido
adrede,
el desgarrón que no se ve,
el invisible tubo,
el hueco hilo
más delgado que el sueño
y que la palidez con que bregamos,
soportarnos podrá
terriblemente?
La presión hechizada
del sufrimiento humano,
el poder de la pena,
la irresistible fuerza
que nos lleva hacia allí,
¿forzará las paredes tenebrosas,
raspará en agonía
el duelo, el muro?
¡Quién lo podrá decir!
Sellado esta el silencio y oigo el rumor del mar
que silencio golpe
una vez y otra vez
…Una vez y otra vez, por si el silencio
tuviese una rendija,
tan sólo un agujero.
Tu que conoces
¿A quien acudiré?
Tú que conoces
el resplandor de sombra detenida,
el inmóvil quehacer, el trajinar infatigable de
absoluta calma,
la velocidad de la espera en el sueño
repentino,
el crujido en la tabla, la viga
de la verdad que cruje y nos señala
a los despiertos de la sombra,
a los alucinados de la espera,
a los ciertos,
a los insomnes,
a nosotros, en fin, a los dormidos;
tú que conoces el espanto
en medio de la brasa, a mitad de la risa, en medio del
suspiro;
tú que conoces tanto de la escalera oscura,
de la oscura verdad, de la llamada
de pronto, allá en el entresueño,
de aquella voz que silba en plena oscuridad,
en plena noche, a plena bocanada,
a plena realidad de penumbra deshecha por el viento;
tú que conoces tanto del roído mendrugo
de un ensueño, de un canto
misterioso, más allá del sentido, de una música
que sonaba en la noche, en la delgada noche
tan fina como noche delicada,
que sonaba
casi sonando en la afinada oscuridad, mas lenta que
la vida,
mucho más lenta que la muerte;
tú que subes a tientas el recodo penúltimo
hacia la ruina de un sublime engaño,
enséñame a subir, a subir casi, a casi descender
subiendo
con fatiga,
el escarpado
monte, el imposible monte
donde tú no has llegado.
Precio de la verdad
A Ángel González
En el desván antiguo de raída memoria,
detrás de la cuchara de palo con carcoma,
tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al
muro
desconchado, en el polvo
de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido
gesto de una mano
vieja de algún mendigo, o en la ruina del alma
cuando ha cesado todo.
Yo me pregunto si es preciso el camino
polvoriento de la duda tenaz, el desaliento súbito
en la llanura estéril, bajo el sol de justicia,
la ruina de toda esperanza, el raído harapo del
miedo,
la desazón invencible a mitad del sendero
que conduce al torreón derruido.
Yo me pregunto si es preciso dejar el camino real
y tomar a la izquierda por el atajo y la trocha,
como si nada hubiera quedado atrás en la casa
desierta.
Me pregunto si es preciso ir sin vacilación al horror
de la noche,
penetrar el abismo, la boca de lobo,
caminar hacia atrás, de espaldas hacia la negación,
o invertir la verdad, en el desolado camino.
O si más bien es preciso el sollozo de polvo en la
confusión de un verano
terrible, o en el trastornado amanecer del alcohol
con trompetas de sueño
saberse de pronto absolutamente desiertos, o mejor,
es quizá necesario haberse perdido en el sucio trato
del amor,
haber contratado en la sombra un ensueño
comprado por precio una reminiscencia de luz, un
encanto
de amanecer tras la colina, hacia el río.
Admito la posibilidad de que sea absolutamente
preciso
haber descendido, al menos alguna vez, hasta el
fondo del edificio oscuro.
Haber visitado el lugar de la sombra,
el territorio de la ceniza, donde toda vileza reposa
junto a la telaraña paciente. Haberse avecindado en
el polvo,
haberlo masticado con tenacidad en largas horas de
sed
o de suelo. Haber respondido con valor o temeridad
al silencio
o la pregunta postrera y haberse allí percatado y
rehecho.
Es necesario haberse entendido con la malhechora
verdad
que nos asalta en plena noche y nos desvela de
pronto y nos roba
hasta el último céntimo. Haber mendigado después
largos días
por los barrios más bajos de uno mismo, sin
esperanza de recuperar lo perdido,
y al fin, desposeídos, haber continuado el camino
sincero y entrado en la noche absoluta con valor
todavía.
TODOS SON DE “ODA EN LA CENIZA”
La Feria
A Luis Bourne
…Y cuando yo ya esté desvanecido, o dicho, o clavado
en una pared,
o extendido en una platina, o encerrado en una vasija,
una probeta, o simplemente un vaso de cristal;
o acaso en una fórmula o en una idea
feliz, algo duro y metálico, en fin, que pudiese
resplandecer
o solamente sonar
por percusión, si queréis, o artificio
de una mano perita;
algo duro, repito, o bien tenso, algo como un tambor,
un enorme tambor que sonase con un regocijo
estruendoso, para la alegría del niño,
para entretenimiento de la niñera o del aguerrido
soldado…
pasad, pasad y veréis en el barracón el suplicio de la
estantigua,
el reconocido esplendor del monarca más elevado en
un pedestal de madera,
el artificio de la condesa que más ama a un caballo,
contemplad a la anciana más afectada por la más
incesante o más caudalosa rememoración,
la doncella más definitivamente sensible al requiebro
mas delicado o más largo
y al gordo acosado de más cerca por su fiera
carne,
pero, pasad, no quedéis en el umbral titubeantes,
apresurad la compra del billete,
o no respondo de que podáis ver enseguida
al coronel que ha resistido más la tentación de morir,
al rey que ha sabido mejor comprender la tabla de
multiplicar, el abecedario absoluto, la Guía Tele
fónica de Madrid en riguroso orden alfabético de
calles y avenidas,
entrad sin demora al espectáculo del funcionario
público que ha adivinado más rápidamente y
mejor su desgracia,
el del condenado a muerte más hermoso del mundo,
la lamentación más sonora del alcalde más alto,
y, en fin, la reunión más conspicua de todos los
adelantos mejores
en este asfixiante día de feria.
Las monedas contra la losa
…Que están contados los latidos de tu corazón, las
acacias en flor, las margaritas de la primavera, los
llantos
sepulcrales; contadas en la oscuridad
y sonadas contra la losa, en minuciosa comprobación,
las monedas de tu vivir, una a una.
Mira cómo tintineas sobre la piedra, y cómo son
apartadas en oscuro montón
de un solo golpe rápido por la mano del mercader
astuto.
Y te sientes contado e infinitamente narrado
por la misma voz que repite tu nombre
en la oscuridad, una vez y otra vez.
Y eres como un soplo de aire,
una burbuja que se llena de vaciedad insólita,
una pompa de viento enormemente hinchada de
noche,
soplada y ahincada de noche, deformada y agrandada
de humo, henchida de vacío y miedo.
Y escuchas que alguien cuenta lentamente tus horas.
y exquisitamente las cuentas y las repasa y las paladea
y las pule,
como piedras de río o madera de sándalo;
las pule y las hace exhalar con escarnio un olor que
es doctrina,
y las hace brillar y esclarecer, y es escarnio
Pero no mires ahora hacia el lugar donde se te
avergüenza y desnuda
y desposee, y sin voluntad te abandonas y te dejas
robar
hondamente. Y has de entregar allí un corazón que
amaba,
un ojo que miraba y un oído que oía,
la boca que reía y que gozaba.
Y has de entregar el valle con sus nieblas,
el aire con sus brisas,
el río, el odio, el llanto.
…Y pues el agua suena y la cosa es así y el aire gira
tan delicadamente aún y sus hilos extiende,
no des un paso más pues contados están cuantos
dieres
y es tu vivir lo que está en juego,
amigo. Contempla
a barlovento las gaviotas. Vuelan
alrededor de ti. Pero no mires. Piensa
que tus miradas, una a una,
han sido enumeradas
también. No gastes más palabras. Todos
los vocablos
están sabidos. Échate
sobre la cama inmóvil. Cierra los ojos fuertemente.
No llores, pues tus lágrimas,
una a una, contadas
han de estar. No sueñes, no acaricies,
no mudes, no desdigas,
no propicies,
no cantes.
Ni siquiera susurres como un río o un viento
en el atardecer de un junio lento y lánguido…
Letanía para decir cómo me amas
Me amas como una boca, como un pie, como un río.
Como un ojo grande, en medio de una frente
solitaria.
Me amas con el olfato, los sollozos,
las desazones, los inconvenientes,
con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al
despertar;
con las manos atadas a la espalda
de los condenados frente al muro; con todo lo que
ves,
el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el
estar cansado,
echado sobre el campo, en el estío cálido,
la sutil lagartija entre las piedra rápidas;
con todo lo que aspiras,
el perfume del huerto y el aire y el hedor
que sale de una pútrida escales;
con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de
sufrir;
con aquella mañana, con el atardecer
inmensamente quieto y retenido con las dos manos
para que no se vaya a despertar;
con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo
el paso de la luz,
tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade
la atmósfera justo un momento
antes de la tormenta;
con la tormenta, el aguacero, el relámpago,
la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,
las hojas y las horas y los días,
rápidos como pieles de conejo, que con afán
corriesen incansables, con prisa,
hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día
que no existe,
un día enorme que no existe nunca. vaciado y atroz
(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y
estallado por una mano vil);
con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando
miras el techo de la alcoba sin ver, sin comprender,
sin mirar, sin reír;
con la inquietud de la traición también, el miedo del
amor y el regocijo de estar aquí,
y la tranquilidad de respirar y ser.
Así me quieres, y te miro querer como se mira un
largo río
que transparente y hondo pasa,
un río inmóvil,
un río bueno, noble, dulce,
un río que supiese acariciar.
El río suave
El día, la semana, el año, el río
suave, que va lamiendo en su transcurso
interminable la rocosa vida
lenta, que desafía los crepúsculos;
esa caricia que muy lentamente
arranca sólo un grano de oro puro,
acaso una arenilla, acaso nada,
polen de flor, brizna de amor y musgo;
ese roce de espuma que se lleva
entre sus aguas sólo aquel arrullo,
cuando te amaba entre las olas solas
y te quería bajo el cielo único;
ese manso pasaje que es nonada
y dulce amor, que desmorona un punto
tan sólo la armoniosa arquitectura,
el ancho sueño, el anhelar oscuro,
la oculta realidad, jazmín que huele
hacia una madrugada en el futuro
que ya está en él, y huele a madreselva
profundamente en la mitad del mundo;
todo esto y no más, y sólo un algo
de esto se va, como por algún brusco
agujero se iría la fragancia
quieta de unos jardines absolutos,
o cual de un frasco, allá en la estancia oscura,
que se dejase destapado un punto,
podría irse una felicidad.
Como un olor extraño a un raro mundo…
Sola
Llovía mucho sobre la ciudad, pero tan sólo ibas,
abriendo el paso de tu soledad,
con tu penar, cual muerto que anduviese
hacia la tumba.
Caladas por un agua de nieve,
las gentes iban y venían. Tú,
en medio del chubasco o la cellisca,
ibas también, venías
por tu dolor aún más que por la calle.
El sufrimiento es muchas veces seco
como el esparto o un armario roto
de carcoma, de polvo o telarañas
en desván sofocante o en trastero
oscuro.
Llovía en la ciudad inmensamente
y hacía frío además, pero tú ibas
bajo el agua torrencial, enjuta; indemne
en otro sitio
irrespirable, caluroso, seco,
bajo de techo, sin ventana, pobre,
allá en otra estación
de otro tiempo tal vez,
donde tú padecías, sin mojarte
jamás
en lluvias como ésta de ahora, diluvios despreciables
de esta ciudad, por donde caminabas
apresuradamente en este instante, buscando algún
portal o alero protector;
despreciables, he dicho; pero debí tal vez decir
accidentales, ya que pertenecían
al mundo serio de la historia, y pues que verdadero,
sin realidad.
Tú, en cambio, padecías
más allá de las aceras mojadas, de los escaparates y los
cines
de lujo, de los coches
veloces, de los apresurados transeúntes, oficinistas
hábiles, porteros,
hombres de las finanzas, personajes
majestuosamente definidos
por el respeto general, o bien poetas, rigurosos
astrónomos o físicos, expertos
matemáticos, gentes al cabo todas
sin significación. Estabas en una avenida
de tilos, y llovía o nevaba, y decías a alguien: “hace
frío”, “es ya tarde”;
pero residías definitivamente entre unos muros
desconchados, emparedadamente cierta, sola, sudan-
do de esforzarte en subir hasta alguna imposible
claraboya, una gatera mísera,
sin ver el campo ni la calle nunca;
y eras una resaca polvorienta de utensilios
inútiles, que el mar embravecido, sin agua, de la vida
traía hacia ti con sequedad, sin persuasión,
y se llevaba luego, en reservada
marea,
tan rápida, aunque inmóvil,
tan breve, aunque infinita;
los llevaba, repito
sin interrumpir la quietud de esos enseres, su manso
estar, su arrumbado yacer,
y los arrebataba de tu lado sin trasladarlos ni
moverlos,
sin que cayese una sola hoja de un árbol, ni se
cambiase de lugar un libro
en una habitación, tras una puerta que nadie
trasponía;
y los arrastraba inmóvilmente, con delicadeza,
con levedad sagaz, a la mar honda, a la mar plena,
en donde quietos todavía, lejanos,
los mirabas aún, inalcanzables, con espumas remotas
ya, rielar;
y veías brillar, por algún sitio, lejos,
algo que pudo ser, acaso, para ti,
una madera
pulida, un noble sueño, el apagado tono de un
pálido marfil…
El joven no envejece jamás
El joven
no envejece jamás. Como una piedra
pulida, como una dura
conclusión,
como una matemática presencia,
esencia terminante que resiste
sin fin
a la tenaz marea
honda del mundo,
al revuelto temor, a la insaciable dicha,
a la realidad turbia
del deseo, al ingrato oleaje
sin reconciliación y sin memoria;
como una piedra, digo, o una estatua
abrasadora de diamante, el joven
límpidamente existe.
A su través se ve el espacio nítido,
la complacencia de la luz se ofrece.
Un aire con palomas se dispersa
por la gracia de un valle, Un río corre,
refrescando las raíces del mundo.
El joven transparente no sonríe:
es, sin compasión, duramente.
Esencia dura que simula espacio
accidental en tiempo sucesivo.
Simula sucesión, mas vive siempre
un punto más allá del suceder, en el límite mismo
donde empieza la luz,
ya por de fuera, aunque casi en la frontera suave
del innumerable suceso, del poderoso acontecer
corrupto,
existiendo así al margen de la materia ingrata que se
mueve
sinuosamente, serpentinamente
como siniestra ondulación. El joven está inmóvil,
puro, contaminado,
como el cristal repele un agua lúcida.
el aguacero lúcido golpea
contra el cristal inteligente.
Vaso de sí, copa de sí hasta el borde
de una música, el coronado,
el cierto, el no mentido
yace, salvaguardando una verdad,
albergando una nota, una luz tersa
por los alcores luminosos….
18 Mientras en tu oficina respiras
Mientras en tu oficina respiras, bostezas, te abando-
nas, o dictas en tu clase una lección
ante extraños alumnos que fijamente te contemplan,
con sueño aún en la temprana hora;
mientras hablas, mientras gesticulas en el café
o inmóvil te concentras en la meditación
de tu escritorio, o echado en el hondo diván
repasas lentamente recuerdos de tu vida; mientras
quieto te abismas en la visión de la llanura inter-
minable, o mientras escribes una lenta palabra y
te recreas en su dulce sonido, en su amorosa reali-
dad,
caes, estás cayendo hacia atrás por una quebrada del monte
estás rodando entre piedras y cardos por la abrupta pendiente
hacia un barranco en el que corre un río,
rápido como el viento un río corre,
estás herido en la boca, en las manos, el pecho,
sangras por un oído, te despeñas por el farallón
cabeza abajo,
con las piernas en abierto compás,
hacia el fondo, ya con los huesos rotos,
crispadas mano y boca, hacia el abismo, abajo,
súbitamente próximo,
escribes la palabra lentamente, te concentras, murmuras,
en el café discutes, muy despacio sonríes,
adelantas una noble razón,
aduces un adorno, un tejido, un recamado oro,
hablando en la tarima de tu clase desierta,
donde todos están cabeza abajo.
Poética
De un solo golpe hacer surgir las cosas
múltiples, simultáneas, como un río.
Decir “te odio”, “no”, “borrasca”, “frío”,
y entender, además con eso, “rosas”,
maravillosas rosas mariposas
del alma, fuego azul, extraño envío
de un pájaro que siendo atroz navío
fuese los aires y las olas rosas.
Que en tu palabra surja el mar o el viento
como huracán que, aquí, sopla en Bagdad.
Dentro de un sigo resonó el momento
este, en este reloj de la ciudad,
veloz como quietud o arrobamiento.
Sé la mentira y séla de verdad.
Formulación del poema
Con la vida hecha añicos, despedazado el cántaro;
rota la soledad como una urna; la alegría
de aquella fina mañana, junto al mar,
destrozada porcelana de Sèvres; hermoso
plato de Talavera, la amistad y el amor,
hecho trizas aquí:
fragmentos duros de instantes, ruinas de primaveras,
de crepúsculos, polen
de docja, brillos repentinos de horas a la sombra del
olmo, en el jardín,
por el suelo;
bordes cortantes de semanas, de días
afilados como cuchillos, lentos
minutos de zozobra y dolor,
reverberando ahora;
trozos de baldosas y vasos
con interrumpidos dibujos de interminables meses
amarillentos o rojizos(como el ardiente amor):
con todo eso, en adoración fulgurante, en quehacer
lento,
en fervoroso tacto,
levantar nuevamente con pulcritud y esfuerzo, sin que
le falte nada, el muro, el pasadizo 8estrecho,
oscuro), por donde fuiste difícilmente penetrando
hasta llegar aquí,
llena de cal la ropa, y el aliento mísero;
volver a levantar el túnel, el ojo de la aguja,
pero que sea al mismo tiempo templada habitación,
gozosa y ancha,
primaveral, extrema;
abrir un boquete en la noche para que entre la luz y
puedas ver;
luz a raudales para que puedas ver;
tus manos, a las que nunca viste;
mirar tu rostro en el espejo, tus ojos, tu cansancio
en el espejo, para siempre, por una vez no más;
un agujero solo, un mínimo apetito
de luz, sólo por una vez, para mirar
por él mínimamente el aire transparente,
remoto.
Por una vez, el aire, el sol…
Monólogo hacia el destino
Ama este adefesio, este montón de abyecciones,
este calambre de dolor que levanta y deforma sin
resignación tu sufrir hasta el cielo,
la ola de tu padecer, que como un gigantesco brebaje
crece para tu amarga sed, crece sobre el abismo y la roca
sin Dios y sin ti,
crece sobre el innumerable desierto, el vacío interior,
el silencio aborigen;
crece, y estás tallado y esencial sobre el mundo,
de pie,
crece, y quieto estás, como una estatua de maestro
esplendor, donde la luz hubiese eliminado, con
cruel decisión todo halago superfluo,
crece, e inmóvil como lo que al fin fuera realizado y
definitivo,
te instalas bruscamente bajo el inmenso cielo esculpido
y abrupto, poderosamente parado también
y surcado por pájaros de color detenido en la más
brusca nota,
detenido en el momento supremo del cantar
detenido,
calderón absoluto del mundo, cuando tú, tras el viaje
del alucinante dolor, traspasados la linde y el portal
sinuoso,
has llegado por fin hasta ti,
y te has instalado en ti mismo con recogimiento y
cuidado,
y allí como en estricto hogar, sin sobrante, en reposo,
con fatalidad,
permaneces.
de Las monedas contra la losa
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)


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