
BIOGRAFÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura en 1956, nació en Moguer (Huelva), en el seno de una familia acomodada de cultivadores y exportadores de vino, el 23 de diciembre de 1881, a las 12 de la noche, en la casa de sus padres. Al poeta siempre le gustó decir que había nacido el día 24: “Nací en Moguer, la noche de Navidad de 1881. Mi padre era castellano y tenía los ojos azules; y mi madre, andaluza, con los ojos negros. La blanca maravilla de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios”.
Cursa estudios de bachillerato en el Colegio de los Jesuitas de El Puerto de Santa María y, posteriormente, algunas materias de Derecho en la Universidad de Sevilla.
Como también sucederá con Rafael Alberti en sus primeros años, en Juan Ramón pugnan por expresarse a la vez la pintura y la poesía.
Empieza a dar clases de pintura con el pintor gaditano Salvador Clemente. Pinta bodegones, paisajes, algunos retratos, copia a los grandes como Velázquez.
Empieza a ir al Ateneo y allí, en su biblioteca, lee a Bécquer, a Rosalía de Castro y Jacinto Verdaguer, se familiariza con el Romancero y con la literatura clásica española. Escribe y envía sus poemas a periódicos y revistas de Huelva y Sevilla: El Progreso, El Correo de Andalucía, El Noticiero Sevillano, El Programa, Diario de Huelva…

Le atrae la literatura, quiere ser poeta y comienza a publicar en Vida Nueva, de Madrid. Villaespesa y Rubén Darío le invitan entonces a trasladarse a Madrid a luchar por el Modernismo.
En abril de 1900 Juan Ramón llega a Madrid. Lleva todos sus versos, reunidos bajo el título de Nubes. En la estación de Atocha le esperan Salvador Rueda, Francisco Villaespesa y otros. Villaespesa le presenta a Rubén Darío, Benavente, Valle-Inclán, Azorín y Pío Baroja, y le acompaña a las tertulias de los principales escritores. Sus nuevos amigos le aconsejan separar los versos de Nubes en dos libros de distinto tono: Almas de Violeta y Ninfeas, que no aparecerán publicados hasta septiembre de ese año.
Será su primer viaje a Madrid el que comenzará a transformar notoriamente sus poemas y a hacerle completar lecturas (ahora, las de algunos clásicos: Manrique, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, en la edición de Rivadeneyra-; o las de ciertos modernos y contemporáneos, como Amiel, Rubén Darío, Unamuno o Antonio Machado).
Ha comenzado el nuevo siglo y, con él, una serie de hechos que harán madurar repentinamente su vida: la muerte de su padre en ese mismo año de 1900 y sus días de reclusión en algunos sanatorios. Primero, en Castel d’Andorte, cerca de Burdeos (allí, en un jardín, escribí “Rimas”).
Desde ese lugar, hará excursiones al Pirineo que quedarán recogidas en algunos de sus poemas. También de esos momentos son las lecturas que hace de los simbolistas franceses, Musset, Verlaine, Mallarmé, Rimbaud.
A finales de 1901 lo encontramos de vuelta en Madrid, recluido en el sanatorio del Rosario y al cuidado muy especial -pues será su “médico, maestro y amigo”- del doctor Simarro. “En este ambiente de convento y jardín he pasado dos de los mejores años de mi vida”). Es el tiempo en el que escribe sus Arias tristes , publicado en 1903.
En la habitación del sanatorio organiza reuniones que se convierten en tertulias a las que asisten Machado, Valle-Inclán, Benavente… El sanatorio cobró fama en la época por esas reuniones. El sanatorio fue escenario también de la publicación de Helios, la mejor revista de la prensa española de su tiempo.
A continuación, buscará la pureza de la sierra del Guadarrama, en donde escribirá “Pastorales” (1905). Cierra así el poeta un amplio ciclo de poesía idealizada y sentimental, una etapa creativamente muy rica que compensará su situación depresiva. La muerte repentina de su padre había sido el desencadenante de esa profundísima crisis.
Nuevas lecturas, las audiciones musicales, la creación de la revista Helios -para la que Juan Ramón solicita una colaboración a Rubén Darío- son ilusiones de estos años, muestras de su regreso a la normalidad de la vida literaria madrileña. Rubén acabará enviando su poema “Un soneto a Cervantes” para su publicación, en la que nos encontramos con nombres como los de Benavente, Rueda, Rusiñol o Pérez de Ayala.
Etapa también de nuevos conocimientos y amigos: Martínez Sierra, Rusiñol, Carner, Miró, Manuel Bartolomé Cossió, Gómez de la Serna, Ortega y Gasset.
La primera etapa de la poesía de Juan Ramón Jiménez se irá decantando desde Arias tristes (1902-1903) y Jardines Lejanos (1903-1904) hasta Pastorales, un libro que escribe a la vez que los anteriores, pero que no editará hasta 1911.
Estos libros componen una trilogía, muy unitaria en lo formal, traspasada por un romanticismo dulce y claro, nostálgico, y lleno de la presencia de la música.
En 1907 comienza a escribir Baladas de primavera (1910). En esta etapa de su vida colabora con la revista Renacimiento, en la que deja fe de su estética en un bello texto: “Odio el palacio frío de los parnasianos. Que la frase esté tocada de alma: que evoque sangre o lágrima, o sonrisa […] y, en fin, tengo mi frente en su idea y mi corazón en su sentimiento”.
Elejías puras (1908), Elejías intermedias (1909) y Elejías lamentables (1910) son obras en las que ya ha abandonado el romance para pasarse a los rotundos alejandrinos y de cuyos versos encontraremos muchos ecos más tarde, en los de Neruda. Las hojas verdes (1909), Baladas de primavera (1910).
La soledad sonora (1911), Poemas májicos y dolientes (1911), Melancolía (1912), Laberinto (1913), son libros que escribe o publica en años sucesivos, de una gran riqueza creadora, y que van señalando el paso -cada vez más notorio- del sentimentalismo desbordado a un tipo de sentimiento recortado y pleno.
“Platero y yo” será obra de una lenta elaboración: parte de 1907 y llega hasta 1912. Se editará completo por vez primera en 1917 y, hasta nuestros días, se sucederán las reediciones, será un libro de gran éxito. Esta obra nos revela la presencia de ese “Juan Ramón para niños” que no hay que desdeñar.
En 1913, animado por Ramón Gómez de la Serna, decide volver a Madrid para vivir allí definitivamente.
Tiempo de ahondamiento en las amistades, como las de Azorín o Gómez de la Serna; proximidad a la editorial de Saturnino Calleja. Tampoco debemos ignorar, en esta etapa, sus contactos con la Institución Libre de Enseñanza y con don Francisco Giner. Esta nueva estancia le proporcionará nuevos amigos y, sobre todo, el encuentro con Zenobia Camprubí Aymar, la que habrá de ser muy pronto su mujer: una muchacha “de cuantas he encontrado, la mejor”. Escribe a Juan Guerrero Ruiz: “Es agradable, fina, alegre, de una inteligencia natural y clara”.
Juan Ramón vive en esa época en la Residencia de Estudiantes, donde colabora estrechamente en el proyecto y decoración de la nueva residencia, en la calle Pinar. El poeta diseñó parte del jardín, la biblioteca y eligió muchos de los materiales de las distintas dependencias.
En 1914 es nombrado director de las Ediciones de la Residencia de Estudiantes por su amigo Jiménez Fraud y traduce para esta editorial la Vida de Beethoven de Romain Rolland. Hizo varios viajes a Francia y luego a Estados Unidos, donde en 1916 se casó con Zenobia. Este hecho y el redescubrimiento del mar será decisivo en su obra.
Desde este momento crea una poesía pura con una lírica muy intelectual. Asimismo, inicia con ayuda de su esposa el largo proceso de traducir 22 obras del poeta y Nobel indio Rabindranath Tagore. En esta época, más en concreto en 1916, fue nombrado director literario de nuevas ediciones de la Editorial Calleja y se creó la colección Obras de Juan Ramón Jiménez en la que aparecieron Estío (1916), Sonetos espirituales (1917), la edición completa de Platero y yo (1917) y Diario de un poeta recién casado (1917). Esta obra inicia la que pudiéramos considerar como la segunda gran etapa de la poesía juanramoniana. El cambio neto que anuncia el Diario se había dado dos años antes, en un libro como Estío (1915). En él, el mundo imaginario del poeta se ha enriquecido notablemente, pero aparecen ya -se imponen- los cambios de carácter formal y conceptual, un reflexionar sutil.

Los versos y los poemas en prosa del diario de un poeta recién casado denotan una clara inflexión de la emoción hacia la reflexión, del cándido sentimentalismo a la pureza de forma y de contenido. Escuchará el poeta respuestas para sus preguntas, esa llamada a una poesía más reflexiva, que dejará fijada en dos versos muy concretos y recordados de Eternidades (1918): “¡Intelijencia, dame/el nombre exacto de las cosas!”.
También el Diario nos va a servir para subrayar otra de las características del proceso lector y creador de Juan Ramón Jiménez; su proximidad reiterada a los autores que, en cada etapa de su vida, va leyendo. En el Diario aparece, junto a la presencia de autores fieles, Garcilaso, Rubén Darío, la de otros autores en lengua inglesa que él va leyendo. Longfellow, Lowell, Bryant, Aldrich y otros como Poe, Whitman, Frost o Emily Dickinson. Lecturas, vivencias y creación se funden pues, en este libro de manera muy significativa y especialmente novedosa dentro del conjunto de su obra.
Consolida los primeros pasos de esta segunda etapa con la publicación de: Eternidades (1918), con el lema “amor y poesía cada día”, Piedra y cielo (1919), Poesía (1923) y Belleza (1923)

Estos cambios en su vida y en su obra le llevarán también -tras su regreso a Madrid- a ejercer una especie de “apostolado” entre los poetas más jóvenes y, en consecuencia, una enorme influencia sobre ellos.
A este magisterio contribuirán notablemente las revistas que Juan Ramón funda entre 1921 y 1927, como Índice (editada desde mayo de 1921) y la “Biblioteca de Índice”, en la que aparecerá “Presagios”, el primer libro de Pedro Salinas; también las revistas Sí y Ley. Ortega y Gasset, Azorín, los hermanos Machado, Gómez de la Serna, Bergamín, Guillén, Lorca, se cuentan entre los colaboradores de excepción de estas publicaciones.
En ellas aparecieron publicados también los primeros versos de los más jóvenes: Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Carmen Conde, Antonio Espina, Corpus Barga. Y junto a ellos, artistas tales como Benjamín Palencia, Juan Bonafé, Francisco Bores y Salvador Dalí.
A partir de 1922, vendrán las discrepancias entre maestro y alumnos, sobre todo debidas a la actitud rigurosa del primero, a su fe ciega en una ética y una estética que no admitían la mediocridad.
A partir de 1923, Juan Ramón abandona las revistas y prefiere publicar aislados sus poemas en cuadernillos y en “hojas sueltas”, que él a veces acompaña de sus propios dibujos, delicados y líricos, en los que predominan los desnudos.
Traduce Jinetes hacia el mar, del irlandés John M. Synge. “La vida de Beethoven”, de Romain Rolland, y algo de los poetas modernos franceses.
Con ayuda del institucionista Alberto Jiménez Fraud el Himno a la belleza intelectual de Shelley.
Al mismo tiempo que editaba estas revistas, Juan Ramón dio a la imprenta sus famosos cuadernos: en 1925, Unidad; en 1928, Obra en marcha; en 1932, Sucesión; en 1933, Presente, y en 1935, Hojas que cerraron la serie.

Todos esos cuadernos contenían únicamente textos de Juan Ramón: caricaturas líricas, cartas, prosas poéticas, poemas, ensayos, poesías revividas, aforismos y anticipos de sus libros inéditos.
Alentaba en el poeta, una idea: “Mi mejor obra es mi constante arrepentimiento de mi Obra”. Pero, sobre todo, lo que forcejeaba por nacer en él era una brillante tercera etapa de creación poética, la pugna por buscar una Belleza Absoluta, cuyo inicio iría aparejado a una fecha crítica en la historia de la España contemporánea: la del 18 de julio de 1936, cuando estalla la Guerra Civil.
Cuando estalla la guerra, Juan Ramón Jiménez tomará una decisión radical: la de abandonar España. Zenobia y Juan Ramón abandonan Madrid el 22 de agosto de 1936. Se dirigieron a París y, luego, embarcaron en Cherburgo rumbo a Nueva York. Pocos días después, el poeta estaba en Washington “abogando” por la paz de España.
Juan Ramón, tras vaticinar el estallido de una próxima Guerra Mundial, se dirigió a Puerto Rico. Vive luego el matrimonio, sucesivamente, en Cuba y en Florida. En 1942 lo encontramos en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Posteriormente, en 1943, van a la de Maryland, en Washington, donde fijarán su residencia hasta 1948, cuando hacen un viaje a Buenos Aires y Uruguay.
Más tarde -nostálgico siempre de su tierra y de su lengua natal-, buscará una aproximación a ambas en el reencuentro con la mar y con la lengua española en puerto Rico, donde establecerá definitivamente su residencia, aunque viaje, a veces, a varios países.
En 1956 le otorgan el Premio Nobel de Literatura por el conjunto de su obra, entre la que destacan la obra lírica en prosa Platero y yo.
Muere en San Juan de Puerto Rico en 1958.


POESÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
AQUELLA TARDE, AL DECIRLE, poema de Juan Ramón Jiménez
Aquella tarde, al decirle
yo que me iba del pueblo,
me miró triste -¡qué dulce!-,
vagamente sonriendo.
Me dijo: ¿Por qué te vas?
Le dije: Porque el silencio
de estos valles me amortaja
como si estuviera muerto.
-¿Por qué te vas?- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
voy a gritar y no puedo.
Y me dijo: ¿Adónde vas?
Y le dije: Adonde el cielo
esté más alto, y no brillen
sobre mí tantos luceros.
Hundió su mirada negra
allá en los valles desiertos,
y se quedó muda y triste,
vagamente sonriendo.
De Rimas
EL CIELO GRIS Y VIOLETA, poema de Juan Ramón Jiménez
El cielo gris y violeta
de la tarde fría daba
no sé qué ensueño al jardín
sin amor y sin fragancia.
Yo miré por los cristales,
y las sendas solitarias
y la fuente seca, todo
era más triste que el alma.
Por el cortinaje antiguo
el crepúsculo filtraba
una luz de niebla y sueño
acariciadora y lánguida;
y entre la tristeza que
la tarde daba a la estancia,
bruma, encanto, ronda suave
de cadencias y nostalgias.
Penumbra que no quisimos
iluminar con la lámpara,
tristeza que no quisimos
quitar del aire y del alma;
entre la tristeza que
la tarde daba a la estancia,
ella tenía mis manos
sobre su falda, su falda
donde un ramo de heliotropos
de fino aroma, embriagaba
la penumbra dulce y llena
de visiones encantadas.
Iba muriendo la lumbre,
y ella, enamorada y pálida,
me miraba largamente
a través de las pestañas;
Y su traje blanco, sus
manos divinas y blancas,
lo adivinado, más blanco
que sus manos, se esfumaban
entre la sombra amorosa
llena de tenue fragancia,
y entre la niebla sin luces
de las tristezas lejanas.
Y allí, bajo el traje blanco,
allí, entre la sombra, estaba
su cuerpo, su dulce cuerpo,
defendido por su alma;
todo su encanto, el secreto
de su carne inmaculada,
todo su encanto, escondido
sólo bajo seda blanca…
La luna nueva de otoño
acarició la ventana
y reflejó los cristales
en la alfombra de la estancia.
De Arias tristes
FUERA ESTÁ EL VIENTO Y EL SOL, poema de Juan Ramón Jiménez
La caja de los muertos no es tan larga como la vida… Juan R. Jiménez
Fuera está el viento y el sol
y el cielo de España…; fuera,
la tarde estival, que cae
sobre las tierras verdejas.
El pinar azul y humoso,
la vereda polvorienta,
el cristal del río, entre
los chopos de la ribera…
Dentro, la sombra, el amor,
el agua, el pan, la belleza
de los idilios con flores…,
el rayo de sol que entra
por la puerta franca, y pone
su oro alegre en la pobreza…
el ocaso, que se ve
por una ventana abierta…
Y bajo el amor de Dios,
la pobre María; bella
como el viento, el sol y el cielo
de España…
Es triste y morena,
nunca se ha visto los ojos,
las flores vienen a ella,
no sabe que tiene dentro
del alma la primavera…
Le dije al pasar: María
del Rocío, ¿a quién esperas?
-No espero a nadie. Él está
dormido en su caja negra.
… Dentro, la sombra, el amor,
el agua, el pan, la belleza
de los idilios con flores…,
el rayo de sol que entra
por la puerta franca, y pone
su oro alegre en la pobreza…,
el ocaso, que se ve
por una ventana abierta…
De Pastorales
SON HORAS DE QUIETUD…, poema de Juan Ramón Jiménez
Son horas de quietud… Las luces amarillas
ponen su paz de oro en las sombras azules…
El piano se duerme; por las doradas sillas
hay un rodar celeste de soñolientos tules…
Está dentro la noche. Sueña el Ángelus… Fuera,
gritos de niños… Y, por los fríos cristales,
aun en luz vaga, el verde jardín de primavera
y el cielo azul, florido de pálidos rosales…
De La soledad sonora
LA LUNA VELADA, poema de Juan Ramón Jiménez
¿Eres una mujer desnuda, o eres
una sombra en el agua?
Tus velos verdes, malvas, rosas, grises,
¿velan un sexo, velan
un rostro o una espalda?
¡Reina loca, magnolia mustia, diosa
triste, doncella muda y pálida!
¿Se te derraman, entre sueños,
divinas rosas castas?
¿Es leche de tus pechos?
¿Son cabellos?, ¿nostaljias?,
¿el esplendor, acaso, de una tumba
donde yace tu carne fría y plata?
¿Eres ceniza?, ¿anhelo
mío? ¿Tú estás por mí creada
y alumbras sólo el mundo
de mi frente romántica,
o eres alguna isla de dementes,
o alguna mariposa malva?
Sobre tu claridad marchita
las dulces nubes pasan…
¿Es que sobre el jardín,
como una virjen lujuriosa, danzas?
¿te cubres?, ¿te desnudas?,
¿me desdeñas?, ¿me llamas?,
¿Es que te velas de muda inocencia?
¿Es que me muestras tus delicias cándidas?
¡No sé si tienes boca,
pero a mí tú me hablas;
no sé si tienes ojos,
pero llevo en mi alma tus miradas;
no sé si tienes manos,
pero yo siento tus caricias blancas!
¿Eres una mujer desnuda, o eres
una sombra en el agua?
De Poemas májicos y dolientes
CARTA A GEOGINA HÜBNER EN EL CIELO DE LIMA, poema de Juan Ramón Jiménez
… Pero ¿a qué le hablo a usted de
mis pobres cosas melancólicas a
usted, a quien todo sonríe?
… con un libro en la mano, ¡cuánto!
he pensado en usted, amigo mío!
… Su carta me dio pena y alegría
¿por qué tan pequeñita y tan
ceremoniosa?
(Cartas de Georgina al poeta,
Verano de 1904)
El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto…”.
¡Has muerto! ¿Por qué?, ¿cómo? ¿qué día?
¿Cuál oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente, sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?
… Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus muslos están ya para siempre cerrados,
en el tierno verdor de tu reciente fosa
el sol poniente inflamará los chuparrosas…
Ya está más fría y más solitaria La Punta
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo:
“Cuánto he pensado en usted, amigo mío!…”
¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras,
¿morena?, ¿casta?, ¿triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave
que venía, en un vuelo, a través de los mares,
para llamarme “amigo”…, o algo más…, no sé…, algo
que sentía en tu corazón de veinte años!
-Me escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro…”.
-¿Te acuerdas?- Y yo, pálido: “Pero… ¿usted tiene un primo?”.
Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble cual una llama, Georgina… En cuanto barcos
salían, fue mi loco corazón en tu busca…;
¡yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con un libro en la mano, como tú me decías,
soñando, entre las flores, encantarme la vida!…
Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares;
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando, como un ángel, una celeste isla…
¡Oh Georgina, Georgina!, ¡qué cosas!…, mis libros
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos…; tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueren…;
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvando el amor, lo demás son palabras…
De Laberinto
A ANTONIO MACHADO, poema de Juan Ramón Jiménez
¡Amistad verdadera, claro espejo
en donde la ilusión se mira!
… Parecen esas nubes
más bellas, más tranquilas…
Antonio, siento en esta tarde ardiente
tu corazón entre las brisa…
La tarde huele a gloria;
Apolo inflama fraternales liras
en un ocaso musical de oro
como de mariposas encendidas…,
liras sabias y puras,
de cuerdas de ascuas líquidas,
que guirnaldas de rosas inmortales
decorarán, un día.
Sí. ¡Amistad verdadera,
eres la fuente de la vida!
… La fuente que a los prados de la muerte
les lleva flores pensativas
en la serena soledad undosa
de sus corrientes amarillas…
Antonio, ¿sientes esta tarde ardiente
mi corazón entre la brisa?
De Laberinto
AMISTAD DE SETIEMBRE, poema de Juan Ramón Jiménez
Entre el sol tibio y claro de estas tardes,
que enjoya de ilusión las secas hojas,
llevamos nuestras almas, indolentes,
en un sueño de besos y de rosas…
Vienen esencias de otras tardes áureas,
llenas de golondrinas charladoras,
cuando, suntuosamente palpitantes,
fueron verdes de música las frondas;
cuando el divino amor, más joven, era
fuente de cristal puro a nuestras bocas
tristes de haber besado tanto, malvas,
sin mieles ya de goce, melancólicas…
Lentas, nuestras palabras se estasían
en el sol de canciones y de historias;
… se dijera que tornan en el aire
bandadas de ilusorias mariposas…
¡Olor de abril florido en el otoño!
¡Ocasos de pasión, con alegóricas
ciudades de placer en los cristales
de sus ventanas líricas y rojas!
…El sol nos quiere bien: y a nuestro ensueño
le da una gracia antigua y melodiosa
de cielo azul, de carne de mujeres,
de fragancia de besos y de rosas…
De Laberinto
FUE LO MISMO, poema de Juan Ramón Jiménez
Fue lo mismo
que un crepúsculo inmenso de oro alegre,
que, de repente, se apagara todo,
en un nublado de ceniza.
(Me dejó esa tristeza
de los afanes grandes, cuando tienen
que encerrarse en una jaula
de la verdad diaria; ese pesar
de los jardines de colores ideales,
que borra una luz sucia de petróleo.)
Yo no me resignaba.
Le lloré; le obligué. Vi la ridícula
sinrazón de esta cándida hermandad
de hombre y vida,
de muerte y hombre.
¡Y aquí estoy, vivo ridículo, esperando,
muerto ridículo, a la muerte!
De La realidad invisible
EL SOLO AMIGO, poema de Juan Ramón Jiménez
Será lo mismo
(tú vivo, yo en la muerte)
que en una cita en un jardín,
cuando se tiene que ir el que esperaba,
(¡con qué tristeza!), a su destino,
y el que tenía que llegar, llega
de su destino, tarde (¡y con qué afán!),
Tú irás llegando, y verás solo
el banco; y, sin embargo, llegarás a él,
y mirarás un poco a todas partes,
con ojos tristes, deslumbrados
del sol interno de tu ocaso grana;
y luego, lentamente, lo mismo que conmigo,
te irás, tan lejos
de ti, como esté yo.
De La realidad invisible
COITO, poema de Juan Ramón Jiménez
Angustiosa armonía
de estos dos infinitos,
que se limitan, ¡ay!,
Que quieren recojerse
en una esfera de delicia,
con otra forma, en la del cuerpo humano!
¡Presentimiento inmenso,
en su fuente secreta,
de formas inefables, continentes
del alma nueva del futuro!
De La mujer desnuda
DESDE DENTRO, poema de Juan Ramón Jiménez
Rompió mi alma con oro.
Y como májica palmera
reclinada en su luz,
me acarició, mirándome
desde dentro, los ojos.
Me dijo con sus iris:
“Seré la plenitud
de tus horas medianas.
Subiré con hervor tu hastío,
daré a tu duda espuma”.
Desde entonces ¡qué paz!
no tiendo ya hacia fuera
mis manos. Lo infinito
está dentro. Yo soy
el horizonte recojido.
Ella, Poesía, Amor, el centro
indudable.
De La estación total y Canciones de la nueva luz
HUIR AZUL, poema de Juan Ramón Jiménez
El cielo corre entre lo verde.
¡Huir azul, el agua azul!
¡Hunde tu vida en este cielo
alto y terrestre, plenitud!
Cielo en la tierra, esto era todo.
¡Ser en su gloria, sin subir!
¡Aquí lo azul, y entre lo verde!
¡No faltar, no salir de aquí!
Alma y cuerpo entre cielo y agua.
¡Todo vivo de entera luz
¡Éste es el fin y fue el principio!
¡El agua azul, huir azul!
De La estación total y Canciones de la nueva luz
MIRLO FIEL, poema de Juan Ramón Jiménez
Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, negro, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.
No cabemos, por él, redondos, plenos,
en nuestra fantasía despertada.
(El sol, mayor que el sol,
inflama el mar real o imajinario,
que resplandece entre el azul frondor,
mayor que el mar, que el mar.)
Las alturas nos vuelcan sus últimos tesoros,
preferimos la tierra donde estamos,
un momento llegamos,
en viento, en ola, en roca, en llama,
al imposible eterno de la vida.
La arquitectura etérea, delante,
con los cuatro elementos sorprendidos,
nos abre total, una,
a perspectivas inmanentes,
realidad solitaria de los sueños,
sus embelesadoras galerías.
La flor mejor se eleva a nuestra boca
la nube es de mujer,
la fruta seno nos responde sensual.
Y el mirlo canta, huye por lo verde,
y sube, sale por lo verde, y silba,
recanta por lo verde venteante,
libre en la luz y la tersura,
torneado alegremente por el aire,
dueño completo de su placer doble;
entra, vibra silbando, ríe, habla,
canta… Y ensancha con su canto
la hora parada de la estación viva,
y nos hace la vida suficiente.
¡Eternidad, hora ensanchada,
paraíso de lustror único, abierto
a nosotros mayores, pensativos,
por un ser diminuto que se ensancha!
¡Primavera, absoluta primavera,
cuando el mirlo ejemplar, una mañana,
enloquece de amor entre lo verde!
De La estación total y Canciones de la nueva luz
CON ELLA Y EL CARDENAL, poema de Juan Ramón Jiménez
Tú los viste, los álamos aquellos
que, en la bajada de la loma aquella,
incendiaban su tiempo
con propia y roja luz sin acabar;
los que en la noche, cuando nos volvimos
a verlos en su sitio rojos,
soñaban que quemaban por los ojos
al que los descubría en su rincón.
¡Qué incendio aquel, qué álamos de allí
para nosotros,
de allí sólo para nosotros solos; el allí
que uno quiere volver a ver, volver a ver,
volver a ver siempre lo mismo!
No, no era oro errante en oro fijo,
era oro en acción, era oro en órbita,
era astro de oro en árbol rojo,
con espacios de tierra entre sus ramas,
que eran, con cardenal de gloria
recojida entre dobles alas mudas,
espacios no de cielo ya,
de interna eternidad.
Tú los viste, los álamos aquellos.
No me digas ya más que no eran ellos,
que no eran aquellos que soñamos.
Ellos eran aquellos;
aquellos
que en la bajada de la loma aquella
incendiaban el tiempo, el alto tiempo,
con roja y propia luz sin terminar.
De En el otro costado
BOSQUE MÍO DE OLMOS CON LA NIEVE, poema de Juan Ramón Jiménez
Los brazos de los doce olmos desnudos,
mis olmos, mis amigos naturales,
me abrazan negros, blancos. Nieva.
¡Y qué abrazo
de bosque el de estos doce olmos,
en este olmo primero, junto a mí!
¡La melodía, blanca, negra, en negro blanco abrazo;
frío y cálido abrazo,
como el del perro, el animal que viene vaheando;
el blanco y negro estar a gusto aquí
desnudo, aunque vestido;
la unidad de lo blanco con lo negro solos,
dos negros con dos blancos;
la eternidad desnuda blanca, negra;
bosque mío de olmos con la nieve!
Y al fin, levanto más mis brazos y los abro
y me abrazo a los olmos en el olmo,
en su total de ramas desnudas blancas negras;
esta vibrante y armoniosa sinfonía
de ramas en enlace sucesivo;
bosque hecho abrazo con la nieve;
y me cierro con él, en un abrazo inmenso,
desnudo de blancura y de negrura,
un bosque natural de ser y ser
en un abrazo natural de amor,
con mi ser natural desnudo de árbol hombre.
De Una colina meridiana
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PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)
