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153. Poesía más Poesía: Rosario Castellanos

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ROSARIO CASTELLANOS

BIOGRAFÍA

Rosario Castellanos nació en Comitán, al sur de Mexico en la región denominada Altos de Chiapas en el año 1925. Pertenecía a una familia que había hecho su fortuna comprando fincas, incluyendo los indígenas que habitaban en ellas. Su padre César Castellanos se dedicaba también a los negocios de la plantación de café y del ámbito azucarero. Su padre era un “latifundista ilustrado de bastón de caoba” que había estudiado ingeniería en Estados Unidos, y que se ostentaba como dueño de las fincas El Rosario y Chaptengo. La madre, Adriana era una costurera que pertenecía a la “oscura clase media” de Comitán. Tuvieron otro hijo, Mario, que nació al año siguiente que Rosario.

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En el seno de esa familia primaba el valor de la primogenitura, palabra que alude a los derechos del primogénito, siempre y cuando éste sea un varón que “pueda heredar y hacer crecer” las tierras familiares. Dicen que una gran decepción surcó la frente del padre cuando se enteró de que su recién nacida no era un varón. Rosario Castellanos contó en una entrevista cómo cuando tenía ocho años y desayunaban su hermano de siete años, su madre y ella, entró su prima despavorida y dijo que acababa de tener una visión, que alguien se le había aparecido y que le dijo que uno de sus hijos iba a morir. Entonces su madre se levantó y le dijo: ¡Pero no el varón! ¿verdad? Mario Castellanos murió de apendicitis a los siete años, en 1933. No pudo ser atendido quirúrgicamente por el médico de Comitán . Rosario se sintió marcada por ese hecho, además de por la pérdida de su hermano, por lo que significó para sus padres, reflejado en estas palabras de Rosario “Aunque nunca me lo dijeron directa y explícitamente, de muchas maneras me dieron a entender que era una injusticia que el varón de la casa hubiera muerto y que en cambio yo continuara viva y coleando. Siempre me sentí un poco culpable de existir”. Este pasaje biográfico aparecerá transformado en su novela Balún Canán (1957).

El personaje del padre se encuentra en Tuxtla Gutiérrez cuando enferma su hijo, muere y la lucha del padre pierde su razón de ser. Los primeros esbozos de Balún-Canán fueron publicados en el número 61 de la revista América, editada por Efrén Hernández y Marco Antonio Millán, bajo el título “Crónica de un suceso inconfirmable” en agosto de 1949: ocho años antes de que se publicara la novela en forma .La amistad literaria con ellos comenzó un día en que Rosario leyó sus poemas frente a Efrén (escritor, poeta, dramaturgo y guionista mexicano) y Marco Antonio (editor, crítico literario y promotor cultural) en un café de la calle de Dolores. La reforma cardenista (del presidente Lázaro Cárdenas del Río) produjo la pérdida de muchos de los territorios paternos entre 1936 y 1940. Con esta reforma se atendió y reivindicó los derechos de los comuneros y pueblos originarios a través del reparto de más de veinte millones de hectáreas en beneficio de cerca de un millón de campesinos, para erradicar la pobreza y conseguir el bienestar de la población rural. Tenía la intención Lázaro Cárdenas de mejorar las condiciones de empleo e ingreso y abastecer el mercado interno y las demandas de exportación.

Rosario Castellanos - NES No Estás Sola

En 1948 murieron los padres de Rosario Castellanos. La madre murió de cáncer y el padre de un infarto. Rosario recibió como herencia parte de las tierras que su padre había conservado, pero ella decidió devolverlas a los dueños originarios. Sus medios financieros quedaron muy limitados. Rosario diría: “El trabajo me abrió la primera vía de acceso al mundo. Cuando descubrí esa cualidad, busqué un trabajo que llenara ciertas exigencias éticas y cierto deseo de justicia. Solicité incluso, sin manifestar posibilidad alguna de ser útil, servir en el Instituto Nacional Indigenista. Desde mi infancia, alterné con los indios. Después de adquirir una perspectiva, me di cuenta de cómo eran los indios y cómo debían ser. Me sentía en deuda, como individuo y como clase con ellos. Esa deuda se me volvió consciente al redactar Balún Canán. Asumirlo trajo como resultado otros libros y la actividad de dirigir el teatro Guiñol que el centro del Instituto Indigenista mantiene en San Cristóbal, Chiapas.“ El interés por los pueblos indígenas se debió a la convivencia con su nana Rufina, tzeltal, quien le contaba las historias de su pueblo y le hablaba en su lengua materna. A ello se suma, que en la sociedad comiteca era muy común que los hijos de los patrones tuvieran, además de sus juguetes, una niña o niño indígena que les hiciera compañía. Esta costumbre de las cargadoras “consistía en que el hijo de los patrones tenía para entretenerse, además de sus juguetes que no eran muchos y que eran demasiado ingenuos, una criatura de su misma edad.” María Escandón fue esa niña para Rosario, dice la autora: “Yo no creo haber sido excepcionalmente caprichosa, arbitraria y cruel. Pero ninguno me había enseñado a respetar más que a mis iguales y, desde luego mucho más a mis mayores. Así que me dejaba llevar por la corriente”. A Rosario Castellanos la acompañó María Escandón y lo hizo no sólo durante la infancia sino hasta el casamiento de la escritora con el filósofo Ricardo Guerra. En 1948 publica el libro de poesía Trayectoria del Polvo y Apuntes para una declaración de fe. Llamó pronto la atención de poetas como Octavio Paz y Carlos Monsiváis.

Desde 1948 hasta 1957 sólo publicó poesía.

Emigró a la Ciudad de México en 1950 y se graduó como maestra en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Allí entabló relaciones con Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Augusto Monterroso.

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Con Jaime Sabines, entre otros.

Rosario Castellanos fue la primera mujer en toda la historia del país en obtener la maestría en filosofía; su tesis de grado se tituló Sobre cultura femenina y se puede decir que esa es la primera muestra documentada de que esta autora es una de las primeras escritoras mexicanas, incluso de Latinoamérica, en escribir sobre asuntos feministas. Son memorables sus escritos sobre Virginia Wolf, Clarice Lispector y las Simonas. Se convirtió en la primera mujer escritora de Chiapas.

Rosario comenzó a escribir en el diario mexicano Exelsior. En 1950 publica el libro de poemas De la Vigilia Estéril y en 1951 Presentación al templo: poemas. Le concedieron una beca del Instituto de Cultura Hispánica y se fue a Madrid a estudiar estética de 1950 a 1951. Fue promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del instituto Nacional Indigenista y secretaria de Pen club (organización de escritores, dramaturgos y editores), preocupándose de las condiciones de vida de los indígenas y de las mujeres en su país.

Dirigió el Teatro Guiñol del Centro Coordinados Tzeltal Tzotzil, auspiciado por el Instituto nacional indigenista. En 1952 publica el libro de poemas El rescate del mundo. En 1954 a 1955 le concedieron una beca desde la fundación Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores. En 1957 publica Balún Canán, su primera novela, que lleva un gran número de ediciones y ha sido traducida en muchas lenguas. Esta novela junto con Ciudad Real, su primer libro de relatos y Oficio de Tinieblas su segunda novela, forman la trilogía indigenista más importante de la narrativa de este siglo.

También en el mismo año publica “Poemas”.

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Los Convidados de Agosto, su segundo libro de relatos, recrea los prejuicios de la clase media de su estado natal, y Álbum de Familia el tercero y último, los prejuicios de la clase media urbana. En la UNAM (Universidad Autónoma de México) trabajó como titular de la Dirección General de Información y prensa, desde el año 1960 hasta 1966 y fue profesora de la Facultad de Filosofía y Letras.

Té verde con aceitunas — El falso retrato de Rosario Castellanos

En 1958 se casó con el profesor de filosofía Ricardo Guerra Tejada. Se habían conocido en 1950, en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), siendo ambos estudiantes y después se volvieron a reencontrar. En 1961 tuvieron un hijo, Gabriel Guerra Castellanos. Posteriormente desarrolló su labor docente en la Universidad Iberoamericana y en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana.

En 1959 publica el libro de poesía Al pie de la letra y también Salomé y Judith, poemas dramáticos. En 1962 publica Oficio de tinieblas, donde habla de una premonitoria rebelión indígena en el estado de Chiapas inspirada en un hecho real del siglo XIX, donde surgió de una toma de conciencia de la situación mísera del campesinado de esa región mexicana, y de su abandono a los caciques locales por parte del gobierno federal. En 1960 Lívida Luz y Materia Memorable, ambos de poesía.

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Tras trece años de matrimonio Rosario Castellanos y Ricardo Guerra se divorciaron en 1971. El diría  “no coincidíamos en muchas cosas, entonces cada quien hacía su vida. A ella le interesaban ciertas cosas, a mí otras, entonces hubo épocas en que eso no tenía ningún problema, y otras en que sí”, por lo que finalmente disolvieron su matrimonio. Sin embargo, él la describe como “mucho más sólida en todos sentidos, y eso ayudó a que el divorcio fuera en buenos términos, sin problemas.”

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Fue nombrada como embajadora de México en Israel en 1971. Trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén y como diplomática. Su poesía completa fue reunida bajo el título de Poesía no eres tú (1972).

Sus ensayos (Ciudad Real, Los convidados de agosto y Álbum de Familia) fueron reunidos en la antología Mujer que sabe latín (1974), título inspirado en el refrán sexista: “mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin” La novela Rito de Iniciación de la autora Rosario Castellanos, es una obra inédita e importante que se escribió en el año de 1965 y se publico en 1997. Es algo completamente diferente a todo lo que escribió anteriormente, el contenido de esta novela se anticipó a lo que ha sido la literatura Mexicana en las últimas tres décadas. Rito de iniciación se lee en clave de farsa, se convierte en una novela hilarante, entre otras cosas porque su manera de hacer escarnio de una ristra de prejuicios de clase, de situación y de condición es no sólo aguda, sino única. Además retrata con filo, sarcasmo, ironía y hasta crueldad a varias figuras del mundo intelectual y universitario. No se trata de un retrato específico ni de figuras particulares, es un retrato general que asombra porque los prototipos que pinta siguen tan vigentes como en los años sesenta en que escribió esta novela, y como en los años cuarenta y cincuenta, época en la que se sitúa la trama y que coincide con la época de estudiante de la propia Rosario.  Escribía, también, contra los cánones solemnes, y fue una autora con un gran sentido del humor; por lo general, este no es uno de sus aspectos que se ponga de manifiesto. 

Falleció en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974 a los 49 años. Murió a consecuencia de una descarga eléctrica provocada por una lámpara cuando acudía a contestar el teléfono. Ella había mandado comprar una mesita de metal que le encantaba. Cuando murió hacía una temperatura de más de cuarenta grados. La lamparita que le había provocado la muerte, la había colocado sobre la mesa de metal. Una parte del alambre estaba pelado y cuando ella conectó la lámpara, empapada en sudor, cayó fulminada, aunque aún estaba viva cuando llegó el chófer. Murió camino al hospital. La corriente allí, en Medio Oriente era directa en aquella época, mientras que en otros lugares solía ser alterna, que cuando había un cortocircuito, se apagaba.

En un momento de su vida Rosario Castellanos diría “Yo no voy a morir de enfermedad ni de vejez, de angustia o de cansancio. Voy a morir de amor, voy a entregarme al más hondo regazo. Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías ni de esta celda hermética que se llama Rosario. En los labios del viento he de llamarme árbol de muchos pájaros”.

Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres desde el 9 de agosto de 1974. Rosario Castellanos es una de las escritoras mexicanas más conocidas a nivel nacional e internacional. Escribió novelas, cuentos, poemas, ensayos (muchísimos ensayos), obras de teatro y artículos periodísticos. Trató dos aspectos que nunca antes habían sido tratados literariamente o se habían trabajado con una perspectiva sesgada: la mujer y lo indígena. Rosario rehuyó las clasificaciones de indigenismo y feminista, pues su literatura abordaba ambas temáticas sin apegarse a un programa de ideas específico y sin idealizar a los personajes. Dedicó una parte de su obra a la defensa y los derechos de las mujeres, labor por la que es recordada como uno de los símbolos del feminismo latinoamericano.

Entre los premios literarios que recibió fueron: en 1958, recibió el Premio Chiapas, por Balún Canán, y dos años después el Premio Xavier Villaurrutia, por Ciudad Real. Entre otros galardones posteriores, destacan: el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1962), el Premio Carlos Trouyet de Letras (1967) y el Premio Elías Sourasky de Letras (1972). Después de su muerte los estudios sobre su obra, el reconocimiento de sus ideas y compromisos, el interés de los lectores por sus libros ha ido en ascenso. Está considerada como la poeta mexicana más importante del siglo XX.

Rosario Castellanos on Twitter: "“No me mientas en la cara. Yo voy a creer  todo lo que tú me digas. Tomo cada una de tus palabras como si fuera la  verdad. (...)

BIBLIOGRAFIA

https://www.oyejuanjo.com/2017/03/poemas-gratis-rosario-castellanos.htmlhttps://es.wikipedia.org/wiki/Rosario_Castellanos

http://amediavoz.com/castellanos.htm

http://www.elem.mx/autor/datos/211

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/castellanos_rosario.htm

POEMAS

AGONÍA FUERA DEL MURO

Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce? )
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

AMOR

Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.

Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.

APELACIÓN AL SOLITARIO

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?

LOS DISTRAÍDOS

Algunos lo ignoran.
Creían que la tierra era aún habitable.
No miraron la grieta
que el sismo abrió; no estaban cuando el cáncer
aparecía en el rostro espantado de un hombre.

Rieron en el instante
en que una manzana, en vez de caer,
voló y el universo fue declarado loco.

No presenciaron la degollación
del inocente. Nunca distinguieron
a un inocente del que no lo es.
(Por otra parte habían aprobado,
desde el principio, la pena de muerte).

Continuaron llegando a los lugares,
exigiendo una silla más cómoda, un menú
más exquisito, un trato más correcto.

¡Querido, si te sirven sin gratitud, castígalos!

Y en los muros había un desorden peculiar
y en las mesas no había comida sino odio
y odio en el vino y odio en el mantel
y odio hasta en la madera y en los clavos.

Entre sí cuchicheaban los distraídos:
¿qué es lo que sucede? ¡Hay que quejarse!

Nadie escuchaba. Nadie podía detenerse.

Era el tiempo de las emigraciones.

Todo ardía: ciudades, bosques enteros, nubes.

APUNTES PARA UNA DECLARACIÓN DE FE

El mundo gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin viento en otoño,
la uva pisoteada en el lagar del tiempo
pródiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,
esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.

La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.

SIN EMBARGO, RECUERDO…

En un día de amor yo bajé hasta la tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,
a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran cada beso.

Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces
y la raíz bebía con mis poros el aire
y un rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cielo
y se extasiaba -eterno- frente al mar.
El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces:  «No es bueno
que la belleza esté desamparada»
y electrizó una célula.
En el principio -dice
esta capa geológica que toco-
era sólo la danza:
cintura de la gracia que congrega
juventudes y música en su torno.

En el principio era el movimiento.
Cada especie quería constatarse, saberse
y ensayaba las notas de su esencia:
la jirafa alargaba la garganta
para abrevar en nubes de limón.
Punzaba el aire en las avispas múltiples
y vertía chorritos de miel en cada herida
para que el equilibrio permaneciera invicto.
El ciervo competía con la brisa
y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol
trenzado de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todos
estaban orgullosos de ser como juguetes
en las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetas
y rebotaban locos de alegría
en las altas paredes del espacio
teñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el reloj
y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,
la vida se fracciona en horas y en minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un Newton
de fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue Dios -ojo que atisba
a través de una hoja de parra ineficaz!
¡Cómo bajó el arcángel relumbrando
con una decidida espada de latón!

Tal vez no debería yo hablar de la serpiente
pero desde esa vez es un escalofrío
en la columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlo
pero fue el primer círculo vicioso
mordiéndose la cola.
Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia
si ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,
dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,
dejando siempre a un lado el horizonte,
tratando de tachar la mañana remota,
de arrasar con la sal de nuestras lágrimas
el campo en que se alzaba el Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se queda señalado
-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimos
en las ubres de Dios.
Dios nos amamantaba en figura de loba
como a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre.
¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?
No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,
un miedo atroz, bestial, insobornable
y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de angustia.
¡Qué cuidadosamente nos mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras
para hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar de nuestras noches
cuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los espejos se inundan y rebasan de espanto
mirando estupefactos nuestros rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce igual que una moneda
y nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:
sube y baja los dedos de sonido metálico
contando y recontando las costillas.
Encuentra siempre con que falta una
y vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego desnudarse,
terror del ataúd escondido en el lecho,
del sudario extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder escapar del sueño que hace muecas
obscenas columpiándose en las lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y con vergüenza,
cortamos el cordón umbilical aprisa
como quien se desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y gozamos
y aún de este festín de gusanos hacemos
novelas pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de estar en el secreto,
de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplemente
para tener bastón y puro
y sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía tener manos
para decirle: estamos en tus manos.

Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos pulcramente
en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,
en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna, por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.

Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
«La insuperable,
mundialmente famosa trapecista
que ejecuta sin mácula
triple salto mortal en el vacío.»
(La inteligencia es una prostituta
que se vende por un poco de brillo
y que no sabe ya ruborizarse.)

Puede ser que algún día
invitemos a un habitante de Marte
para un fin de semana en nuestra casa.
Visitaría en Europa lo típico:
alguna ruina humeante
o algún pueblo afilando las garras y los dientes.
Alguna catedral mal ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel: «Negocio en quiebra» .
Fotografiaría como experto turista
los vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,
y las familias reales sordomudas e idiotas,
al hombre que trabaja rebosante de odio
y al que vende el horno de sus abuelos
o a la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
Esto es solo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:
la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas
donde la luz de un cuadro se congela,
donde el verbo no puede hacerse carne.
Allí la vida yace entre algodones
y mira tristemente tras el cristal opaco
que la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de muertos,
de fantasmas reumáticos y polvo,
nos hinchamos de orgullo y de soberbia.
Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo.
Porque hay aún un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la sabia y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raíces
y contorsión de troncos y confusión de ramas.
Hay elásticos pasos de jaguares
proyectados – silencio y terciopelo –
hacia el vuelo inasible de la garra.
Aquí parece que empezara el tiempo
en solo un remolino de animales y nubes,
de gigantescas hojas y relámpagos,
de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida
corren vivificando las más altas orquídeas,
las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan rugientes en los templos
ante la impenetrable pupila de obsidiana,
brotan como una fuente repentina
al chasquido de un látigo,
crecen en el abrazo enorme y doloroso
del cántaro de barro con el licor latino.
Río de sangre eterno y derramado
que deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se nos pierde a veces en el mapa
y luego lo encontramos
-ocre y azul- rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las tierras que tiñe, en la selva multípara,
en el litoral bravo de mestiza
mellado de ciclones y tormentas,
en este continente que agoniza
bien podemos plantar una esperanza.

DESAMOR

Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.

DESTIERRO

Hablábamos la lengua
de los dioses, pero era también nuestro silencio
igual al de las piedras.
Éramos el abrazo de amor en que se unían
el cielo con la tierra.

No, no estábamos solos.
Sabíamos el linaje de cada uno
y los nombres de todos.
Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas
de la ceiba se encuentran en el tronco.

No era como ahora
que parecemos aventadas nubes
o dispersadas hojas.
Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.
No era como ahora.

DOS MEDITACIONES

I
Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
y en el color, sombrío pero noble,
firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
para recomenzar
una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continua engendrando
magníficas criaturas,
seres salvajes cuyos alaridos
rompen esta campana de cristal.

EL OTRO

¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.

EL POBRE

Me ve como desde un siglo remoto,
como desde un estrato geológico distinto.

Del idioma que algunos atesoran
le dieron de limosna una palabra
para pedirle su pan y otra para dar gracias.
Ninguna para el diálogo.

El domador, con látigo y revólveres,
le enseña a hacer piruetas divertidas,
pero no a erguirse, no a romper la jaula,
y lo premia con una palmada sobre el lomo.

Aunque son tantos (nunca se acabarán, prometen
las profecías) cada uno
cree que es el último sobreviviente
—después de la catástrofe— de una especie extinguida.

Allí está: receptáculo
de la curiosidad incrédula, del odio,
del llanto compasivo, del temor.

Como una luz nos hace cerrar violentamente los ojos y volvernos
hacia lo que se puede comprender.

Nadie, aunque algunos juren en el templo, en la esquina,
desde la silla del poder o sobre
el estrado del juez, nadie es igual
al pobre ni es hermano de los pobres.

Hay distancia. Hay la misma extrañeza interrogante
que ante lo mineral. Hay la inquietud
que suscita un axioma falso. Hay
la alarma, y aún la risa,
de cuando contemplamos
nuestra caricatura, nuestro ayer en un simio.

Y hay algo más. El puño se nos cierra
para oprimir; y el alma
para rechazar lejos al intruso.

¡Qué náusea repentina
(su figura, mi horror)
por lo que debería ser un hombre y no es!

ELEGÍAS BREVES

I
Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,
o cerca de una roca inexorable
quiero dejar mi cuerpo
como el que deja ropas en la playa.
Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,
ay, mi cintura quieta entre las danzas.

No soy de los que exprimen
su corazón en un lugar violento.
Soy de los que atestiguan
la belleza y la muerte de la rosa.

II
Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,
y detener mis ojos largamente en tus pétalos
como una sed que duerme a la orilla de un río.

Si te mirara sólo, sin amarte,
con este amor convulso y desgarrado
de quien siente tu fuga irrevocable.

Ah, si yo no quisiera disecarte,
amarilla, en las páginas herméticas de un libro
con el afán inútil del que conoce el tiempo.

ESTOY AQUÍ, SENTADA, CON TODAS MIS PALABRAS…

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.

Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

FALSA ELEGÍA

Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;

Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.

LO COTIDIANO

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

MISTERIOS GOZOSOS

A veces, tan ligera
como un pez en el agua,
me muevo entre las cosas
feliz y alucinada.

Feliz de ser quien soy,
sólo una gran mirada:
ojos de par en par
y manos despojadas.

Seno de Dios, asombro
lejos de las palabras.
Patria mía perdida,
recobrada.

NOCTURNO

Me tendí, como el llano, para que aullara el viento.
Y fui una noche entera
ámbito de su furia y su lamento.
¡Ah! ¿quién conoce esclavitud igual
ni más terrible dueño?
En mi aridez, aquí, llevo la marca
de su pie sin regreso.

NOSTALGIA

Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
-sal, espuma y estruendo-,
y toqué con mis manos una criatura viva;
el silencio.

Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.

REVELACIÓN

Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.

No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.

PARÁBOLA DE LA INCONSTANTE

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
-a su cuchillo agudo de memoria-
el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.

SER RÍO SIN PECES

Ser de río sin peces, esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.
Ahogado y roto llevo todo el cielo
y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido
va mi caudal a un mar de desconsuelo.
La garza de su estero es alto vuelo
y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza
mordido de vacío y de añoranza.
Ay, pero a veces hondo y sosegado
se detiene bajo una sombra pura.
Se detiene y recibe la hermosura
con un leve temblor maravillado.

SONETO DEL EMIGRADO

Cataluña hilandera y labradora,
viñedo y olivar, almendra pura,
Patria: rememorada arquitectura,
ciudad junto a la mar historiadora.

Ola de la pasión descubridora,
ola de la sirena y la aventura
-Mediterráneo- hirió tu singlatura
la nave del destierro con su proa.

Emigrado, la ceiba de los mayas
te dio su sombra grande y generosa
cuando buscaste arrimo ante sus playas.

Y al llegar a la Mesa del Consejo
nos diste el sabor noble de tu prosa
de sal latina y óleo y vino añejo.

TRAYECTORIA DEL POLVO

VII
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar siquiera para que nos oiga.

Cada minuto es la saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.

Inútil aturdirse y convocar a la fiesta
pues cuando regresamos, inevitablemente,
alta la noche, al entreabrir la puerta
la encontramos inmóvil esperándonos.

Y no podemos escapar viviendo
porque la Vida es una de sus máscaras.

Y nada nos protege de su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigo
ni la entrega violenta
al círculo cerrado de sus brazos.

DOS POEMAS

1
Aquí vine a saberlo. Después de andar golpeándome
como agua entre las piedras y de alzar roncos gritos
de agua que cae despedazada y rota
he venido a quedarme aquí ya sin lamento.
Hablo no por la boca de mis heridas. Hablo
con mis primeros labios. Las palabras
ya no se disuelven corno hiel en la lengua.
Vine a saberlo aquí: el amor no es la hoguera
para arrojar en ella nuestros días
a que ardan como leños resecos u hojarasca.
Mientras escribo escucho
cómo crepita en mí la última chispa
de un extinguido infierno.
Ya no tengo más fuego que el de esta ciega lámpara
que camina tanteando, pegada a la pared
y tiembla a la amenaza del aire más ligero.
Si muriera esta noche
sería sólo como abrir la mano,
como cuando los niños la abren ante su madre
para mostrarla limpia, limpia de tan vacía.
Nada me llevo. Tuve sólo un hueco
que no se colmó nunca. Tuve arena
resbalando en mis dedos. Tuve un gesto
crispado y tenso. Todo lo he perdido.
Todo se queda aquí: la tierra, las pezuñas
que la huellan, los belfos que la triscan,
los pájaros llamándose de una enramada a otra,
ese cielo quebrado que es el mar, las gaviotas
con sus alas en viaje,
las cartas que volaban también y que murieron
estranguladas con listones viejos.
Todo se queda aquí: he venido a saber
que no era mío nada: ni el trigo, ni la estrella,
ni su voz, ni su cuerpo, ni mi cuerpo.
Que mi cuerpo era un árbol y el dueño de los árboles
no es su sombra, es el viento.
 
 
2
 
En mi casa, colmena donde la única abeja
volando es el silencio,
la soledad ocupa los sillones
y revuelve las sábanas del lecho
y abre el libro en la página
donde está escrito el nombre de mi duelo.
La soledad me pide, para saciarse, lágrimas
y me espera en el fondo de todos los espejos
y cierra con cuidado las ventanas
para que no entre el cielo.
Soledad, mi enemiga. Se levanta
como una espada a herirme, como soga
a ceñir mi garganta.
Yo no soy la que toma
en su inocencia el agua;
no soy la que amanece con las nubes
ni la hiedra subiendo por las bardas.
Estoy sola: rodeada de paredes
y puertas clausuradas;
sola para partir el pan sobre la mesa,
sola en la hora de encender las lámparas,
sola para decir la oración de la noche
y para recibir la visita del diablo.
A veces mi enemiga se abalanza
con los puños cerrados
y pregunta y pregunta hasta quedarse ronca
y me ata con los garfios de un obstinado diálogo.
Yo callaré algún día; pero antes habré dicho
que el hombre que camina por la calle es mi hermano,
que estoy en donde está
la mujer de atributos vegetales.
Nadie, con mi enemiga, me condene
como a una isla inerte entre los mares.
Nadie mienta diciendo que no luché contra ella
hasta la última gota de mi sangre.
Más allá de mi piel y más adentro
de mis huesos, he amado.
Más allá de mi boca y sus palabras,
del nudo de mi sexo atormentado.
Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.

MONÓLOGO DE LA CELDA

Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quien soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.

Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.

(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar.)

Pero solo… Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.

Pero solo… Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.

¿Quién me ha enredado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?

Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.

Amanecer
¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?
¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?
Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.
Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.
Todos son una faz atenta, incrédula
de hombre de la otra orilla.
Porque lo que sucede no es verdad.

EL DESPOJO

Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.

No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.

¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
ese pantano lento en que te ahogas-
o un alma que no existe?

¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices “mañana” mientes, pues dices “hoy”.

Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.

Otra vez. Otra vez.

Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.

Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.

ESTA TIERRA QUE PISO…

Esta tierra que piso
es la sábana amante de mis muertos.
Aquí, aquí vivieron y, como yo, decían:
Mi corazón no es mi corazón,
es la casa del fuego.
Y lanzaban su sangre como un potro vehemente
a que mordiera el viento
y alrededor de un árbol danzaban y bebían
canciones como un vino poderoso y eterno.

Ahora estoy yo aquí. Que nadie me salude
como a un recién llegado. Si camino así, torpe,
es porque voy palpando y voy reconociendo.
No llevo entre las manos más que una breve brasa
y un día para arder.
                                   ¡Alegría! ¡Bailemos!
Quiero jurarlo aquí, amigos: otra vez
como la primavera
volveremos.

PITHECANTHROPUS ERECTUS

Acometió una vez, sólo una vez, la hazaña
que lo hizo similar a un ser humano.

¿Quién recuerda qué fue? Ninguno. Acaso
se atrevió a contemplar, cara a cara, a su jefe
y decirle, entre toses de asfixia, en la asamblea
de empleados de oficina: “No me gustan sus chistes”.

Tal vez no se abrió paso entre la multitud
a empujones, codazos, zancadillas,
para felicitar al triunfador.

O se cruzó de brazos a la hora de aplaudir.
Quizá no golpeó en las manos al náufrago
asido de la tabla
o, intacta, devolvió la billetera
que se encontró en la calle.

Si su virtud hubiera sido heroica
—como en los casos dichos— sería memorable.

Mas como nada consta en los anales
tenemos que concluir que éste fue un hombre
de los que no exageran, de los que se conforman
con estar, si hay que estar. O con marcharse
a la hora de partir.

Un hombre que se quita el sombrero si hay señoras
en el elevador y que cede la acera
al inválido aquel con su carrito .

ELEGÍA

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.
Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.

Te recomendamos ver el programa de televisión.

PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)

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