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286. POESÍA MÁS POESÍA: MARGARITA MICHELENA

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BIOGRAFÍA DE LA POETA MARGARITA MICHELENA

“Cada poeta que haya pensado en el origen, la naturaleza y las causas de su materia tiene su propia definición de la poesía. Yo encontré la mía propia en Novalis: “La poesía es la realidad última de los seres y las cosas.

Yo también entiendo que la poesía mana de esas fuentes del mito, del mito considerado como una experiencia original, como un momento que dura siempre.

La palabra crea las cosas al nombrarlas, como un Adán eternamente feliz y eternamente angustiado”.

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Su hija, Andrea Cataño, evocó con ternura el día que su madre nació: “Llegó al mundo la noche del 21 de julio de 1917 en una vieja casona de Pachuca de Soto, capital del estado de Hidalgo (México). A su madre la asistió Goya, la fiel mujer otomí de lengua dulce y suaves manos morenas. Fue una hermosa niña de fulgurantes ojos azules… ‘Se llamará Margarita’…” Desde pequeña descubrió su vocación de poeta. Ella misma afirmaba que, cuando le leyeron los poemas de Luis de Góngora, su corazón infantil quedó marcado por siempre.

Hija de Leopoldo Chillón y Benita Rita Michelena, ambos españoles, quienes vivieron en Francia antes de emigrar a México, recalaron en el país azteca durante el gobierno de Victoriano Huerta (1913-1914). A los siete años, durante un viaje a Puebla, conoció los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, “y esa visión fue la primera que pudo transformar en un texto literario”, según le contó a Myriam Moscona.

Leopoldo Chillon Mateos padre de Margarita Michelena - Poesia Online
Leopoldo Chillón Mateos, padre de Margarita Michelena

 

Descubrió los volcanes de pronto y por ellos se puso a hacer un poema. Tenía siete años y el escrito fue malísimo, naturalmente, pero desde entonces Margarita se perdió en el amor por las palabras y su perfección que dieron luz a la poesía que en ella fue la verdad última de los seres y de las cosas.

Gracias a su tío Manuel Mateos se acercó a Góngora cuando le leyó La soledad primera, y no dejó de tener cerca a los clásicos españoles y la silva peninsular tan lejana del diccionario de la rima. Sin distinción, tomó siempre esa composición sin orden de una forma natural desde sus primeros trabajos.

Junto con Concha Urquiza, Guadalupe Amor, Rosario Castellanos, Emma Godoy, Griselda Álvarez, Enriqueta Ochoa y Dolores Castro, entre otras, pertenece al grupo selecto de grandes poetas mexicanas del siglo XX.

Margarita Michelena - Poesia Online

Estudió la carrera de letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).  A los 22 años fundó la revista Tiras de Colores, en la que, casi por azar, publicó sus primeros poemas. Muy joven se inició en el periodismo como guionista de radio, colaboró y dirigió el suplemento “La Cultura en México” de la revista ¡Siempre! Suplemento en el que publicaron, también, sus escritos Carlos Monsiváis, Ernesto de la Peña y otros críticos. Trabajó como guionista de la estación radiofónica XEW e inició su carrera literaria en la revista América, en ese entonces bajo la dirección de Efrén Hernández, escritor, poeta, dramaturgo y guionista mexicano también del siglo XX. Fue contemporánea de Emma Godoy, Griselda Álvarez y Guadalupe Amor. Incluso colaboró en publicaciones nacionales y extranjeras, como Examen, México en la Cultura; Américas, de la Unión Panamericana de Washington; Casa de la cultura, de Ecuador, entre otros. El 25 de junio de 1949 se casó con el pintor de Nayarit Eduardo Cataño.​

Eduardo Castano esposo de Margarita Michelena - Poesia Online
Eduardo Castaño esposo de Margarita Michelena

Participó en 1952 en Radio Femenina, la primera estación hecha por mujeres en México. Fue productora del programa Mundo Femenino. Fue jefa de prensa en Turismo, en 1967.  Escribió un anuncio publicitario eslogan que tiempo después sería considerado el ejemplo más representativo de la publicidad mexicana por su frase sintética, efectiva e informativa de tres palabras: “Mejor, mejora, mejoral”. Su pasión por los idiomas le permitió dedicarse al oficio de la traducción.

Hasta el año de 1962 fue directora de la revista literaria El libro y el Pueblo, parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP). También dirigió la revista política Respuesta, y para el año de 1967 la nombraron Directora General del Departamento de Información de Turismo. En 1978 constituyó Editorial Ara, S.A., para dar vida al periódico vespertino Cuestión, con el cual reunió a diversas escritoras y periodistas, con el objetivo de crear el primer diario a nivel mundial hecho únicamente por mujeres, bajo el nombre El Cotidiano, y cuyo primer número salió a la venta el 21 de enero de 1980, con un tiraje de 5000 ejemplares que se distribuían en la Ciudad de México. Su lema era: «La expresión de la mujer en la noticia». Más adelante, colaboró para el periódico Excélsior, y para la revista Siempre!, en la cual dirigió un apartado titulado “La cultura en México”.

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Con su hija Andrea

 

Su hija la describe así: “Era delgada, hiperactiva, dueña de una memoria y una cultura extraordinarias, ávida siempre de conocimiento. Intelectual por una parte y, por otra, totalmente femenina: leía a Unamuno y tejía suéteres divinos; escribía sonetos quevedianos y preparaba un bacalao extraordinario…y bordaba en petit-point. A ella nada se le dificultaba, con excepción de conducir autos y cambiar pilas”. Margarita se enamoró y estuvo casada con el pintor Eduardo Cataño, tuvieron dos hijos: Andrea y Jesús. El amor de su vida falleció en 1964. Tal vez por su luto decidió decirle adiós a la poesía, pues en 1969 ella publicó sus dos últimos libros.

La obra poética de Margarita, fue publicada durante su trayectoria como periodista, en los libros: Paraíso y nostalgia en 1945, Laurel del ángel en 1948, Tres poemas y una nota autobiográfica en 1953, La tristeza terrestre en 1954, El país más allá de la niebla en 1969. Su obra está recopilada en Reunión de imágenes, un volumen aparecido por primera vez en 1969 y reeditado en 1984 y 1996, que lo integran los cuatro poemarios publicados por la autora. Poemas suyos aparecen en antologías muy representativas y atentas a una labor que, aunque un tanto callada, no dejó de llamar la atención por su concisión y rigor.

En una de las reediciones de La poesía mexicana del siglo XX, de Carlos Monsiváis, puede leerse: “…entre otras cualidades, posee un finísimo oído literario que le permite crear ‘orbes melódicos’ que trascienden la fijación previa (la moda) de un lenguaje y unas reacciones psicológicas”.

Aguda, certera, Michelena se veía como una escritora que llegó a la poesía para innovar los temas de las mujeres. Miembro del SNCA (Sistema Nacional de Creadores de Arte) como creadora emérita desde 1993. Para diversas publicaciones tradujo a Raymon Aron, Charles Baudelaire, Jules Combarieu, Gerard de Nerval y Marcel Proust. Compartió con Eunice Odio el seudónimo “Eulogio Cervantes”. Solía decir “mi verdadera biografía está en mis versos”. Afirmaba que su poesía era ontológica, dirigida al ser humano y hecha por un ser humano.

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Escribió Dionicio Morales: La poesía de Michelena, breve y rigurosa pero vasta y múltiple, nos conduce a un mundo único —así es el mundo de los grandes poetas— en el que las imágenes reunidas nos orillan a descubrir una nostalgia que viene de tiempos remotísimos, a vivir en una incertidumbre perpetua que mantiene despiertos los sentidos para avizorar mejor el horizonte, y a fraternizar con una tristeza terrestre irremediable más desgarradora que si pagáramos el diezmo por pecados no cometidos; nos lleva, también, a una búsqueda incesante de Dios —elevación mística la llama Manuel Mejía Valera— para llegar a la glorificación del hombre

Su ejercicio periodístico diseminado en diversas publicaciones periodísticas examina la producción literaria de autores mexicanos, extranjeros y de los exiliados españoles, principalmente. Sus reflexiones sobre crítica literaria prevalecieron de objetividad y claridad en sus juicios. Como periodista, fue muy reconocida y, en ocasiones, polémica, pues, para muchos, sus posturas resultaban muy conservadoras.

En su primer libro Paraíso y Nostalgia (1945), escribió: “Yo vivo siendo una agua de frescura profunda, y consumida siempre en sed inacabable. Estoy íntegra sola, y una sonrisa blanca circula por mi sangre”.

Margarita Michelena no escribe lo que se llama poesía femenina, los suyos son poemas escritos por una mujer que asume su condición, dice Octavio Paz “los poemas de Margarita Michelena son torres esbeltas, construcciones intelectuales de una sensibilidad inteligente. Introspección, dialéctica interior, sutileza, volutas, juegos de la inteligencia y la sensibilidad; con esos elementos la poetisa crea perfectos objetos verbales de admirable transparencia, poemas que son cristalizaciones del tiempo vivido”. Prólogo a Poesía en Movimiento, México, 1915- 1966.

Gabriela Mistral y Margarita Michelena - Poesia Online
Gabriela Mistral y Margarita Michelena

 

No perteneció a ningún grupo literario, sus contemporáneas fueron Emma Godoy, Griselda Álvarez y Guadalupe Amor. Con Griselda y Pita Amor compartió la predilección por las formas clásicas aunque Michelena empleó el verso libre. Temáticamente, Pita, Godoy y Margarita coincidieron en abordar el tema religioso. El amor, la soledad y la muerte se encuentran en la temática de sus poemas. De tono confesional, sobresale por una gran carga expresiva y una intensa emotividad, tónicas que predominan a lo largo de su obra. A lo que Octavio Paz apuntó en alguna ocasión “… en formas diáfanas, alía el pensamiento al sentimiento. Lo que pensamos con los sentidos a lo que sentimos con la cabeza”.

Margarita Michelena Guadalupe Pita Amor y Eduardo Catano Wihelmy - Poesia Online
Margarita Michelena, Guadalupe Pita Amor y Eduardo Cataño Wihelmy

No sólo amó a Góngora, Quevedo, Garcilaso y otros clásicos españoles de quienes aprendió a ejercitar el oído y atisbar la claridad. Michelena también adoró a los franceses Baudelaire, Racine, Mallarmé y Rimbaud.  La traducción fue otra de sus pasiones, a partir de tres ejes fundamentales: tener la honradez de no tratar de hacer un poema personal a costa del traducido, tener un conocimiento profundo de éste y también contar con un oído muy ejercitado.

En sus textos poéticos distinguimos afinidades con la poesía baudeleriana, Michelena tradujo  el Spleen de París de Baudelaire. Michelena retoma en sus escritos reflexiones expresadas por Baudelaire, asumiendo que frente a las exigencias de la vida moderna y práctica, la sociedad actual manifiesta Michelena una actitud nihilista.

Michelena se inspiró en la sensibilidad de los románticos, en especial de la de Baudelaire, quien desarrolla esta expresión del sentimiento. La creadora incorporó uno de los ideales del Romanticismo de unir dos entidades: la mente y la sensibilidad. Aunque para ambos pensadores la sensibilidad se aprecia como algo que se desborda en sus líricas. Los dos autores poetizaban como una forma de resarcirse a través del arte.

Margarita Michelena y Rafael Solana Salcedo durante el 50 aniversario de Margarita Michelena en la Sociedad de Escritores de Mexico - Poesia Online
Margarita Michelena y Rafael Solana Salcedo, durante el 50 aniversario de Margarita Michelena, en la Sociedad de Escritores de México.

 

Una de las aseveraciones que Baudelaire subrayó enfáticamente fue esta pérdida de la individualidad del hombre, reflexión que la autora testifica en el poema “Monólogo del despierto”:

Estamos ya arrasados, detenidos,

fuera ya de nosotros, sin ribera ni centro,

sin nombre ni memoria,

perdida ya la clave del límite, la cifra

de nuestra propia imagen y su espejo.

 

Todo aquí es más allá

se ha trascendido el círculo.

Se ha derogado el número.

Ni distancia. Ni música. Ni latido. Ni órbita.

La dulzura terrible, sin fondo, de la nada.

Como se ve, bien puede catalogarse su obra como una “poesía ontológica”, pues como ella tuvo bien claro, siguiendo a Novalis y Martin Heidegger, que “la poesía es la fundamentación del ser por la palabra”. Su poética, en ese sentido era muy clara, desde la visión de la labor del poeta:

“El poeta, a la vez, anticipa y recuerda. Es  el que vaticina. Pero asimismo el que guarda las memorias de la tribu humana. […] Yo también entiendo que la poesía mana de esas fuentes del mito, del mito considerado como una experiencia original, como un momento que dura siempre. Pero la palabra es un ente histórico. Y he ahí un problema. Hay que decir, con un lenguaje histórico, cosas intemporales, cosas simultáneamente sumergidas en la margen del tiempo —el río cambiante de Heráclito— y cosas sostenidas al margen del tiempo. La palabra, por lo demás, crea las cosas al nombrarlas, como un Adán eternamente feliz y eternamente angustiado. Nada existe antes de su nombre, antes de ser “realidad última de los seres y de las cosas”. Tal es la tarea del poeta, del artista creador: nombrar y, así, descubrir, revelar lo que antes del orden del poema era confusión, oscuridad, caos. Es un trabajo cosmizador, de constantes fundaciones, de constantes reducciones de la nada y constantes aumentos del ser.”

Con ocasión de un homenaje a poetas mexicanas en 1996, escribe Octavio Paz de Michelena: “Conocí a Margarita Michelena en la universidad, hace muchos, muchos años. Los dos padecíamos una enfermedad frecuente en la juventud pero que sólo en pocas ocasiones se vuelve crónica: la afición a escribir y a leer poemas. En el caso de Margarita la poesía, la escrita y la leída, ha sido su alimento terrestre y espiritual, la ventana por la que ha contemplado al mundo y por la que, no pocas veces, ha dado un salto para descender al fondo de sí misma. La poesía es conocimiento: nos hace visible la presencia escondida, secreta, de las cosas y los seres; también nos revela nuestra intimidad, nuestra vida interior. Además de ser conocimiento, revelación de la otra cara de la realidad, la poesía es creación. El poeta no sólo expresa lo que piensa y siente sino que, al decirlo, construye arquitecturas ingrávidas: poemas hechos de palabras leves como el aire y que, no obstante, resisten a los años que liman montañas y perforan rocas. El instante se salva en el poema.”

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Junto a Octavio Paz, entre otros.

A pesar de la enfermedad que le provocó cierta parálisis en el rostro en los últimos años de su vida, Michelena nunca dejó de escribir en Excélsior y tampoco se sintió relegada. “Guardada, cuando me entierren”, comentaba desafiante quien siempre se mantuvo motivada por ese secreto de la vida que es tener interés en algo… y amar.

Un 27 de marzo de 1998, Margarita llamó a su hija para invitarla a comer. Andrea estaba muy ocupada y le dijo que mejor en otra ocasión. Pero a lo largo del día, le parecía escucharla, así que llamó a su madre y le dijo que ahora ella la invitaba a comer. Fueron a un restaurante. Hablaron de todo. Ya saboreaban el postre y de pronto… Margarita empezó a toser, a toser, a toser… A no poder respirar… A faltarle el aire… Margarita guarda silencio por primera vez sin su vida, con su muerte. Jaime Sabines escribió: “Tantos quieren decirnos cómo vivir, qué pensar, en cuáles formas prepararse a la muerte, que su ruido me aturde. Ya no sé nada. Hoy sólo quiero refugiarme en tus versos”. Margarita Michelena murió en la ciudad de México en el año de 1998.

En 2018, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y el gobierno de Hidalgo incorporaron su nombre al ahora Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena.

 

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OBRAS DE MARGARITA MICHELENA:

Novela

El indeleble caso de Borelli (1991)

 

Cuento

Las estratagemas de dios (1988)

Las máquinas espirituales (1991)

 

Poesía

Mineralogía para intrusos (1992)

Palabras para el desencuentro (2005)

Ernesto para intrusos: una antología de la obra de Ernesto de la peña [selección de María Luisa Tavernier] (2015)

 

Antologías y obra reunida

Semblanzas de académicos, antiguas, recientes y nuevas (2004)

Obra reunida. Ensayos (tomo I) (2007)

Obra reunida. Ensayos y traducciones (tomo II) (2007)

Obra reunida. Narrativa poesía (tomo III) (2007)

El verso y el juicio. La poesía desde la Academia Mexicana de la Lengua (2014)

 

Ensayo

El centro sin orillas (1997)

La rosa transfigurada (1999)

Don Quijote: la sinrazón sospechosa (2005)

Castillos para Homero (2008)

Kautilya o el Estado como mandala (2009)

 

Obra crítica

Las controversias de la fe: los textos apócrifos de Santo Tomás (1997)

Carpe risum: inmediaciones de Rabelais (2015)

El evangelio de Tomas. Controversias sobre la infancia de Jesús (2019)

 

Traducciones

Los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan (2013)

 

Libros en el acervo del Centro Documental de Literatura Iberoamericana Carmen Balcells:

Carpe risum: inmediaciones de Rabelais

Castillos para Homero

Obra reunida

 

Premios

1993 – ingresa a la Academia Mexicana de la Lengua

1994 – Recibe la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte SNCA (SC-Fonca)

1998 – premio Xavier Villaurrutia de escritores para escritores por el libro Las estratagemas de Dios.

2003 – Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes, ganador en el área de Lingüística y Literatura.

2007 – Recibe por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBA) la Medalla de Oro

2008 – Premio internacional Alfonso Reyes

2009 – Premio nacional del Periodismo José Pagés Llergo, por sus programas de radio Al hilo del tiempo, Música para Dios y Testimonio y celebración

2012 – Premio Menéndez Pelayo, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Cantabria, España

2012 – Medalla Belisario Domínguez (póstuma)

2012 – Medalla Mozart, otorgada por la embajada de Austria en México

 

SELECCIÓN DE POEMAS DE MARGARITA MICHELENA

JUBILOSA NOSTALGIA

A Álvaro Gálvez y Fuentes

¿Qué puedo saber yo, criatura inocente,
abandonada con terrible crueldad en este paraíso,
si vivo caminando por mis fútiles lágrimas
y confinada en luminoso exilio
sabiendo que la flor se ha de abrir en la noche?

Y no ha sonado aún sobre mi frente
la hora grave
que habrá de rescatarme de mi interino gozo,
que ha de ungirme de llanto,
con el llanto infinito que espero en mi sonrisa,
de pie sobre mi isla sin pecado y sin gracia.

Yo vivo en este día que no cierra los ojos,
esperando la muerte de esta amarga dulzura,
la caída de mi alegría bárbara.

¿Qué puedo saber yo
si no me han entregado al dolor que me aguarda?
He de medir mi voz al canto que resuena
en mi dulce destierro,
que aún me están vedados
mi posesión y mi abandono
y las más hondas de mis lágrimas.

(Del libro Paraíso y Nostalgia 1942)

COMO A UN MUERTO DE SED

Hablo como quien habla
delante de sí mismo consumido.
Algo ya de mi muerte está aquí ahora.
Ya no me pertenece
la voz que está cantando a mis espaldas
y mi puro planeta está llegando
a ponerse debajo de mi planta
porque ande mi memoria entre su nieve.

Cierto es que llama fui, muy combatida
entre contrarios vientos
y no sé cuál de todos me ha apagado.
Mas desasida estoy. Y aunque me duele
el sitio en que moraba
tan dulce oscuridad, voy asomando
un paso ya del cerco de mi sombra.

Cuando me inclino a recoger mi nombre
nombre de soledad, cetro sombrío
y célibe corona,
sé que arrebato su laurel a un muerto
y me ciño la flor que no se mira,
que a otra le estoy hablando en estas voces.
Muerta la tengo en medio de mis brazos,
mi más honda, mi más amada víctima.

Me abandono a mí misma como a un muerto de sed.
Aquí me dejo. Y ya me estoy mirando sin ternura.
La casa donde amé.
La vista oscura y engañada de objeto.
Las guirnaldas de la fiesta extinguida.

Todo cuanto no era descendido
de mi más alto ramo,
de las aguas secretas y desnudas.

 

LA DESTERRADA

I
Yo no canto
para dejar testimonio de mi estancia,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni para sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a tientas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada.

II
Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi
cuerpo y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras.
Temblorosos espejos donde a veces
sorprendo tus señales.
Solo tengo tus palabras, solo tengo
mi voz infiel para buscarte.

Reino oscuro de enigmas me entregaste
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y es lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar, apenas
–entre el hombre y tu orilla–
una señal, un puente.

Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
que de ti me separan, que en otra me convierten
y que es mi frontera inexpugnable,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.

Esto tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, teatro apenas
de la memoria que me arrebataste.

Y yo que fui contigo solamente
una sonora gota de tu música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.

III
Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminado hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.

Aún es mi camino de palabras
aún no me disuelves de tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos,
derribará tu soplo la muralla
y apagará la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.

Recobrarás la espada
que un ángel puso en mi costado
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
a frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?

Del libro El velo centellante

ARTE SONORA

Como si el mundo fuera una llanura
verde y plana, tendida
bajo de una campana de cristal resonante,
llevar la voz en canto, como flor de sonido,
por las naves del aire, por las torres del heno
y la espada finísima del trigo.

Cantar. Pero cantar únicamente
la cima melodiosa
de cada rama, cuando en ella sube
todo el andar del mundo, para darnos
edificio infalible en cada rosa.

Cantar únicamente la belleza del astro
deteniendo en el cielo
la integridad dorada de sus gajos.
Y no llevar la voz más adelante,
al tiempo en que los vientos
y el amor ya desnudan
el coro de fragancia
y el firmamento gira
hacia la joya rota de un menguante.

Ni promesa ni muerte
dentro de la canción. Que el canto sea
jubilosa y presente criatura,
inocente y redondo como piedra
que el agua ha modelado con su música
más para ser como fingida perla
debajo del cristal, que daga oscura.

Pero cantar. Cantar.
El llanto es una puerta de cristal desgarrado.
Mas el que canta tiene la amistad de las nubes
y anda bajo la bóveda derramada del bosque
si llueve o si serena.
El río no divide sus ondas, que antes une
sus menudos cristales bajo el pie de quien canta.
El puede andar desnudo,
que su canción lo viste
de belleza solar y casto escudo.
Pues todo aquel que canta
el hijo vuelve a ser que tiene herencia
de la más dulce vid, laurel y agua.
A su paso la arena se convierte
a una fe de verdor hospitalario,
los perros juegan y las lluvias sueltan
encima de las hojas su teclado.

Y al ir con su canción es como un árbol
doblando el dulce fruto de su sombra
y suspendiendo música en sus ramas.
Quien canta siempre siente cómo un ángel
está invicto naciendo en su garganta.

Del libro Laurel del Ángel (1948)

CUANDO YO DIGO AMOR

Cuando yo digo amor
identifico
sólo una pobre imagen sostenida
por gestos falsos,
porque el amor me fue desconocido.

Cuando yo digo amor
sólo te invento
a ti, que nunca has sido.
Y cuando digo amor
abro los ojos
y sé que estoy en medio
de mis brazos vacíos.

Cuando yo digo amor
sólo me afirmo
una presencia impar
como mi almohada.
Cuando yo digo amor
olvido nombres
y redoblo vacíos y distancias.

Cuando yo digo amor
en una sala
llena de rostros fútiles
y pisadas oscuras en la alfombra.

Cuando yo digo amor
crece la noche
y mis manos encuentran
para su hambre doble y prolongada
mi pobre rostro solo
repetido por todos los rincones.

Cuando yo digo amor
todo se aleja
y me asaltan mi nombre y mis cabellos
y las hondas caricias no nacidas.

Cuando yo digo amor
soy como víctima.
La inválida en salud.
El granizo y la rosa paralelos.
La dualidad del árbol y el paseante.
La sed y el parco refrigerio.
Yo soy mi propio amor
y soy mi olvido.

Cuando yo digo amor
se me desploma
la ascensión de las venas.
Sobreviene, un otoño
de fugas y caídas
en que yo soy el centro
de un espacio vacío.

Cuándo yo digo amor
estoy sin huellas.
De porvenir desnuda
e indigente de ecos y memoria.

Cuando yo digo amor
advierto inútil
la palma de mi mano ‒que es convexa‒
e increíble
ese girar soltero
del pez en su pecera.

 

LA TRISTEZA TERRESTRE

Vivo a veces mi muerte. Me recuerdo.
Adivino mi rostro y sé mi nombre.
Y la puerta se abre. Y yo penetro
en mi primera identidad y salgo
de la casa fugaz de mi esqueleto.

Qué difícil volver, con la memoria
de aquella viva muerte que se tuvo.
Qué mirarse a sí mismo,
ya ser desconocido e increíble,
después de ver las fuentes y los prados
de la morada quieta y misteriosa.

Ya se es criatura despojada,
ángel triste y vacío, helada estrella,
vagando por el dédalo sonoro
de una desconocida sangre, por la patria
extraña de unos ojos,
después de haber pisado un umbral de centellas.

Y las manos, que brotan
como súbitos seres impensados.
Y esta ciudad equívoca del cuerpo
donde somos viajeros extraviados.
Y este volverse a ciegas
a la oculta potencia, al signo visto
que de terrible amor ha enamorado.

Todo ya en la comarca desolada
de los torpes sentidos,
cruzando por acequias estancadas,
por extraños países moribundos
de cabellos y piel, huesos y sangre,
hacia el nombre y el rostro ya sabidos.

Ya no se vive, no, como los otros,
con esta muerte de fulgor probada,
ni es nuestro ya el cadáver que devora
la muerte igual, la muerte que es de todos.

Y no sé si Dios manda
esta dulce visita tenebrosa,
este veneno altísimo y terrible
o si se escucha el canto de un demonio
detrás de esta nostalgia,
de este volver de nuestra muerte propia.

Pero sé que es morir. De eso se muere
de jubiloso atisbo fulminante,
de tremenda memoria recobrada.
Y aquel que haya caído
alguna vez desde su propio cuerpo,
como si despertando bruscamente
se despeñara de una torre sorda,
andará hasta la muerte como muerto.

 

ELEGÍA

Imaginad un árbol con las ramas por dentro,
ahogado por su propia e imposible corona
y que cautivo lleva ‒aniquilándole‒
el fruto no vertido de su sombra.

Esto soy yo. La soledad sin brazos.
Un mar que, despertando, ya es arena,
muriendo solo bajo el mismo grito
que imaginó poner entre sus ondas.

Yo venía
de ser raíz para subir a sueño,
de ser oscuridad a dividirme
en el sereno reino de mis hojas.
Subiendo estaba y encontré esta muerte
de no ser sino el árbol que encerrada
lleva su irrealizable primavera,
su fuerza inútil de imposibles ramas
que no verán jamás a las estrellas.

Esto soy nada más. Raíz desnuda.
Un viaje que pensó que se movía
hacia el diáfano fuego de la rosa
y se quedó en su origen de ceniza,
más que nunca en la planta desde donde
creyó subir por la escalera angélica.

Y estoy sintiendo lo que siente un sueño
cuando va a florecer y es despeñado
desde los mismos ojos que lo sueñan.
Soy la que nada poseyó. La oscura
desesperada soledad terrible,
quien jamás conoció sus propios brazos
ni los colmó de llanto y de dulzura.

No se crea en la voz que se me escucha,
que no es ésta mi voz. Y este poema
no es siquiera una rama… No es siquiera
una sospecha de mi oculta sombra.

Tan sólo quedó aquí del mismo modo
que en la orilla del mar a veces queda
‒testimonio de muerte y abandono‒
el lúcido esqueleto de una perla.

 

VACÍO Y SED

Yo vivo siendo un agua de frescura profunda
y consumida siempre en sed inacabable.
Estoy íntegra sola
y una sonrisa blanca circula por mi sanre.
-¡Amargura, amargura sin nombre ni medida
de saberme yo toda un continente dulce
y ser tan sólo mía!-

En lo que permanece de mí sellado, oscuro, en lo no revelado,
hay algo que me grita y que sufre inocente,
algo que siento hecho de una extraña sustancia
y que ha ignorado siempre la existencia y la muerte.

Oigo cómo me llama, desesperado y ciego,
cómo pide mi vida, que es, floreciendo, inútil.
Y yo no puedo darle ni un instante de vida,
de mi vida tan dulce y tan amarga,
porque estoy confinada en mi sed sin remedio,
hundida y solitaria.

En mi estéril sonrisa,
en mi existencia clara
que corre sin objeto
como un barco sin rumbo
en que todos cantaran,
oigo, llena de angustia,
la voz de mi fantasma

Del libro Reunión de imágenes

 

DUALIDAD

Dos vidas juntas y distantes
alientan en mi vida.
Una es un dardo luminoso,
siempre en viaje.
Una estrella de alta combustión.
Una cosa purísima, innombrable.
La otra es un campo de trigo
con raíces de fuego.
Un astro a ras de tierra,
ardiente y vivo.

En ellas amo mi propia dualidad
-nieve y estío-.
Mas hay un ecuador que me divide.
En esa línea ausente del cielo y de la tierra,
de las alas desnudas del aire
y la íntima respiración de las cosas,
yo he perdido mis ojos, aspirantes al cielo,
y la oscura y feliz facultad de mis manos
para gozar de los contornos.

Ignoro, sumergida
en la ausencia de todo lo que es mío,
mi distancia del dardo
y el palpitar y muerte de los trigos.

Yo puedo ser dos vidas.
A las dos pueda amarlas.
A veces las sorprendo, con su canción,
a una, jugando en mis cabellos.
Y a la otra matándome
con su fuego de setrella
elegida para morir ardiendo.

Pero existe en mi tiempo
un instante de nieblas,
un viaje en el que muero
para todos los ojos que me suponen viva,
para las altas voces que en un diáfano incendio
me separan del dolor de mi sombra.

Es ya la línea opaca.
Sin memoria ni olvido.
Sin cielo que me pese.
Sin corazón que arda.
Ajena ya a la vida siempre en joven presente,
abstraída a la gracia
de esperar el divino renacer de mi muerte,
yo, cancelada y sola,
sin huella ni esperanza.

Del libro Reunión de imágenes.

 

EXILIO

Vives en una patria que yo nunca he tocado
con estos ojos míos, nacidos en destierro,
con estas manos ciegas,
todavía raíces.

Sólo he sido un impulso por huir de la muerte.
Sobre mi débil tallo
soporto todo el peso de la noche que arde.
Y tú eres la gracia eficaz y ligera
que une las raíces con las cosas del aire
y disciplina el coro de los astros.

Yo pensé tu presencia hecha de virgen trigo
y tus ojos nutridos del océano del cielo.
Pero amé con mis ojos
con la muerte escondida
en mi carne y mi carne.
Y confundí tu rostro, tu divina sustancia,
con una voz que dice
mis oscuras palabras
y una materia efímera,
invadida por una selva azul y trágica.

Mis manos condenadas a raíces,
mis ojos ya sin esperanza,
mi ceniza que ríe,
encontrarán la muerte que sí mata
y no podrán ser nunca los viajeros
sin sombra y sin idioma
que arriben a tu patria.

Del libro Reunión de imágenes.

EL RECINTO VACÍO

Como si hubiera muerto, yo te miro.
Abandonado en medio de la arena
y la frágil espuma de tu sueño.
Eres mi propio cuerpo.
La carne inmóvil, suspendida y triste
a la que pertenezco.
Tendido estás sin mí, sobre la orilla
de un golfo que no veo.
Doblado como unniño sin sonrisas,
sin sombra y sin deseos.
Como un leve reloj, y como un ancla.

¿Eres tú, huella mía,
solitario andamiaje y barca sola,
litoral apacible y engañado,
el testimonio del amor que he sido,
la rendida estación junto a la rosa
y el estupor de estar bajo una estrella?

Viéndote así, dejado
sobre tu playa de algodón y aliento,
recuerdo de muy lejos las caricias
que tú hiciste por mí,
la dulce música
que oyó ese caracol de muerto mármol
vencido en la marea
cálida, seca y muda de la almohada.

Protagonista mío, desolado,
sordo compás,corriente detenida,
¿dónde aquel ademán con que dejabas
de ser tú mismo para ser el río
de fuego y de cristal que penetraba
en otra y amorosa geografía¿
¿Dónde el dulce suicidio
de tu aliento y tu voz?

Solo estás, com oun viudo
en una playa gris, viendo la estela
de algo que se ha ido.

Vaso roto,
tu disperso cristal miro en el sueño.
Eres un visitado por el fuego
y una torre caída.
Una rama de viaje.
Un traje de ceniza.
Tus brazos que han perdido su destino
son la mitad inútil de un abrazo.
Y un gran dolor por ti me sobrecoge:
Si no fueras mi cuerpo,
mi propia y anegada superficie,
yo te acariciaría
como a un niño de filos y de cardos,
de escondida ternura
y seco llanto.

Del libro Reunión de imágenes.

 

MONÓLOGO DEL DESPIERTO

Estamos ya arrasados, detenidos,
fuera ya de nosotros, sin ribera ni centro,
sin nombre ni memoria,
perdida ya la clave del límite, la cifra
de nuestra propia imagen y su espejo.

Todo aquí es más allá
se ha trascendido el círculo.
Se ha derogado el número.
Ni distancia. Ni música. Ni latido. Ni órbita.
La dulzura terrible, sin fondo, de la nada.
Si ahora cierro los ojos, caeré en su abismo ciego.

 

ATMÓSFERA SIN TIEMPO

Atmósfera sin tiempo
Tú eres mi raíz.
La hoja eterna y fiel.
La que no emigra
de la difunta gracia de la rosa.
Tú eres algo idealmente muerto.
De ti asciende la fragancia purísima
de una existencia oculta.
Y así estás, detenido
en una atmósfera sin tiempo,
en el silencio de una antigua alcoba
llena de vírgenes
y un suavísimo aroma.
Mis labios son ahora
el radiante fantasma de los tuyos.
Y los toco a través de un espacio en el que giran
sistemas silenciosos
de gracia y de misterio.
Estoy contigo, para siempre,
en medio de una celeste soledad
y el selvático río de mi sangre
se vuelve una constante y mansa devoción
y un rítmico homenaje.
Tú eres ya más que tú.
Una constelación de indecibles presencias.
Una voz que canta ya el tono
de las voces eternas.

Del libro Paraíso y nostalgia (1945)

 

POR EL LAUREL DIFUNTO

Por el laurel difunto
Aquí estás, en la tierra que me duele
por la corola abierta y emigrada
y justo en el invierno que atravieso
para ir de mi dolor a mis palabras.
Mira aquí, en la tiniebla que te sigue,
tu desolado rostro y estas lágrimas,
tan hondas que te brotan inconclusas
y te llenan de estrellas desgarradas.
Debajo de tu piel hay como un niño
que no salió a la sombra de los árboles
ni sintió la dulzura con que instala
su dolor y su júbilo la sangre.
Y es así que en tu voz, donde naufragan
los pájaros no vistos, los cristales
de corriente y de música negadas,
algo que duele —fracasado y tierno—
no se puede morir, siempre se queda
tal como en la estatura de la ola,
coronada de espumas y de espacios,
dulcísimo y menor se escucha siempre
el lírico metal de las arenas.
Yo te he amado en la sombra
de mi predio espantable y transitorio.
Mas no con brazos de mujer te he amado,
ni con los dedos de esperanza y hambre
que tejen mi tapiz, mientras desciende
sobre mi sol desértico el eclipse
del ala que me falta y vuelve el ángel:
con el dolor te amé de ver un río
ausente de su cauce.
No nos une en el tiempo sino un llanto
que no tuvo garganta en que alojarse
y la tibia estación de una caricia
de cuyas manos vi la arquitectura
adentro de mí misma desplomarse.
Esa ceniza de alguien que no vino,
a quien no pude dar el minucioso
labrado de su voz y su columna,
ese entrañable muerto de mí misma
cuyo nombre no sé ni sé su rostro,
es la madera impar de este naufragio
y nada más la huella de nosotros.
Eres toda la tierra que contengo,
todo el dolor mortal que haya sufrido.
Por el niño que amé bajo tus ojos
y que nunca saliera de ti mismo,
por el laurel difunto que me diste
para que en mí elevara sombra y fruto,
este amargo poema en que recuerdo
la única posible coincidencia
que existió entre mi carne y mi destino.

Del libro Laurel de ángel, 1948

A LAS PUERTAS DE SIÓN

Jʼattends une chose inconnue
Mallarmé

Ya sólo soy un poco de nostalgia que canta.
Y a tus puertas estoy como una piedra
gris en el lujo nítido de un prado.

No traje nada aquí ni dejo nada.
Tampoco sombra alguna ha descendido
de mis propias tinieblas y mis brazos.
Ninguna flor tomé sobre la tierra
para no encadenarme a su hermosura
ni por gracia mortal ser poseída.
Ni traigo ni el fantasma de un perfume
a tu jardín de límpidas esferas.
La soledad te traigo que me diste.

Óyeme aquí gemir, tu criatura
del exilio y del llanto.
Óyeme aquí, tu ciega enamorada
que su muerte muriendo sin morirse,
tu estrella ve temblando, suspendida,
desde el hundido túnel de su canto.

¿Cuándo enviarás mi sombra a devorarme?
¿Cuándo podré marchar hacia tus prados,
a tus puertas de oro,
cuándo por tus jardines apartados
iré ya sin mi muerte, ya robada
para el ancla vencida de mi polvo?

No más mi cuerpo ver, como un alcázar
de música ruinosa, ni la noche
circundando mi fiesta de amargura.
No más hablar de ti desde mi boca
que es sólo como muerte detenida,
no hablarte con mi voz, que se levanta
demorado desastre. Abre tus puertas
y ciega con la vista mis dos ojos.
Mátame de belleza, ya alcanzado
el gran callar hacia donde navega
la nave de nostalgia que es mi canto.

Deja que en este punto mi ceniza
se caiga desde mí, que me desnude
y me deje a tu orilla, consumada.
Qué con brazos de amor ‒no los que tuve‒
llegue por fin a la sortija de oro
con que al misterio ciñen tus murallas.

Del libro Laurel de ángel, 1948

SONATA EN LA TIERRA

… si la beauté n était déjà
la mort…
Mallarmé

Lenta y abandonada
a la oscura belleza de ti misma,
vena de sombra y claridad cantando,
música de esmeralda,
te miré respirando.

No eras la tristeza.
Sí la amorosa muerte.
La más plena hermosura.
La llama de tiniebla
y de frescura.

Desde ti conocía,
origen y diciembre de la rosa,
cima del agua y manantial del trino,
la nieve de mis huesos
y el destino.

Nunca a amor como el tuyo,
-panal de oscuro goce-
tuve el cuerpo rendido,
claustro de dulce hierba
y amoroso
desastre prometido.

Y mientras te miraba
con tu desnudo de árbol y neblina,
serena, reposando,
sentí que más allá de mi memoria
me estabas recobrando.

Más allá de mí misma,
de mi sangre en otoño
y más allá del nombre que tenía,
como a angustia y a origen
te quería.

Celda de amor y noche, ya guardabas
la juventud del tallo en que voy a salir.
Y yo era sólo un sueño y el deseo
de morir.

 

HIPÓTESIS DEL VUELO

A Emma Godoy

El aire está en reposo. Todo calla.
Mas de pronto sobreviene un rumor,
un ruido repentino de seda que se rasga.
Y nada más. Un pájaro que vuela.
Y un gran misterio a nuestro lado pasa.
El pájaro se suelta de la rama
como una manzana
contraria a la costumbre de todas las manzanas,
fruto cuya materia sumisa se libera
del destino terrestre y a sí mismo se alza.
No es ya el peso luciente ni el color desplomado,
sino el puro, inasible resplandor del sonido.
Y allá va, frágil pluma, velocidad alegre,
ya dividiendo el aire con su quilla de trinos
o ya sonora isla temblando en el espacio.
¿Qué es esta criatura simple y sabia?
¿Cómo cumple su afortunado signo peligroso?
¿Sobre la palma de qué mano se confía
el gozo de esta ideal y misteriosa máquina?
Y no. No son las alas las sustentadoras
de este embriagado y lúcido cometa,
de este orbe levísimo de pluma,
de esta resplandeciente y viva flecha.
No. No hay razón mecánica que explique
la ardiente, pura dicha de este vuelo,
sino que hay algo más, algo que habita
al ave más adentro que sus alas,
algo que anima el túnel delicado,
el tallo de cristal de su garganta.
Allí está su secreto más secreto,
allí está su habitante misterioso,
la fuerza que lo eleva, la mano que lo alza,
esa mano infinita
que no estando jamás sino allí adentro,
se abre en medio del aire como flor sin orillas
y ampara y rige el vuelo.
No combaten el pájaro y el viento.
El pájaro es la música
y el aire su hechizado instrumento.
Para saber por qué vuelan los pájaros
no hay que ver los sofismas de sus alas,
sino escuchar el río iluminado
que empieza en su garganta.
Las razones del vuelo son razones de música
y si el pájaro vuela, es sólo porque canta.

Del poemario Reunión de Imágenes

A TI, ROSAL, NEVADO POR LA CIMA

A ti, rosal, nevado por la cima
de hielo ligerísimo,
a ti, que en el rigor abres tu rosa
póstuma, desplegada
sobre tu vago verde, y que la agitas
como una carta del verano ausente.
A ti, esbeltez intrépida, que subes
para estallar de tu mudez de espinas
hasta tu coro de dispersa nieve,
para mecer y para orear tu viaje,
en ésa tu paloma de alas quietas,
bajel de suavidad, vuelo de espumas.
Para ti, que contigo la trajiste,
que la sacaste de la tierra oscura
como si nos subieras un diamante.
Para ti, que una noche la tuviste
en soledad, como se tiene un sueño,
y luego, bajo el sol, su puerta abriste
igual que desatando
una celeste voz en tus espinas,
lo mismo que si anclaras
una pequeña nube en tus orillas.
Para ti, tesorero de la nieve,
silencioso arquitecto de la espuma,
este poema de este triste día.
Es que hablándote así, del frágil tallo
hundido y doloroso de mi voz,
desde mi noche que olvidó su estrella,
desde mi soledad, desde mi enero
y su granizo y sus perdidas aves,
me parece, loándote en la gloria
tardía y denotada en que terminas,
que, como tú, levanto yo una rosa.

Del libro Laurel de ángel, 1948

 

EL SUEÑO DEL HOMBRE

a  Efraín Huerta

Corres entre la noche como una fuente ciega,
como una larga vena de música dormida.
Tu piel —sencillo bosque de tacto y de rocío—
es el claro arrecife que te limita el sueño,
sitio donde la sangre de crestas tumultuosas
se encuentra suavemente con la esperada orilla.
—Esa tu sangre hermosa, alta y resplandeciente,
llevando sus collares de música y sonido
por el rosal izado de tus venas,
cantando en las cavernas sedientas de tu pulso
su partitura elástica y ardiente—.
En ti, hombre dormido, va respirando el mundo,
el alba se prepara y se inventan las rosas,
inminentes y bellos se levantan tus hijos,
brillan bajo tu carne, que dormida,
es como un gran silencio transparente.
Si tú pudieras verte en la cima del sueño…
No eres tú, ciertamente. Eres más: un espejo
de tu más honda vida, de la gran vida
oculta que ciega y poderosa te transita
sin que nadie la vea en tus mínimos gestos,
en las cosas que haces cuando vas por la calle
con tu traje inhumano y tus ojos abiertos.

Perdido entre las flechas resonantes del día
no eres más que una leve semilla en el vacío,
una inválida luz desesperada
que entre dos infinitas soledades
brilla un momento y corre hacia la muerte.
Sientes cómo en tus huesos trabaja ya el derrumbe,
que detrás de tus ojos dos bóvedas sombrías
instalan su tiniebla irremediable.

Siempre estás despidiéndote
del huyente prodigio de tu carne,
mirando su belleza devorada,
sabiendo que tu muerte crece y crece
dentro de ti, como en cerrado huerto,
como manzana oscura, suspendida
del trágico y hermoso ramaje de tus venas.
Y así vas, solo, solo, desesperadamente abandonado,
como un viudo infinito de tu cuerpo.

Mas cuando estás dormido te abres como la rosa
que va a morir, pero que dentro lleva,
en su claustro de amor activo y ciego,
una dulce galaxia de hermosura,
una próxima hija de su aroma
que al mismo tiempo que su madre
muere la repite en color y arquitectura.

En el sueño tu carne desembarca
como en invulnerable continente.
Puedes allí mirar los no sabidos rostros
de los que en ti, de noche, se modelan,
edifican su danza y su belleza,
la columna futura de sus voces,
la torre desolada de su llanto
y la amorosa nieve de sus dientes.

Qué eternidad, qué misteriosa fuerza
te pueblan cuando duermes,
cuando eres una isla silenciosa
perdida en el océano de tu lecho,
y en la que crecen músicas y hogueras,
los infinitos dedos de la hierba
y sonoros ejércitos de niños
que demandan tu amor y su desastre.

Eres lo que declina, pero también lo eterno:
la semilla en su sitio, desgarrándose,
la mística tiniebla de la sangre.
Y allí estás, victorioso y derrotado,
quemado por aceites de misterio,
poseído, deshecho, transitado
por pies innumerables y futuros,
tu frente coronada de ángeles sombríos,
tu espalda de héroe muerto sobre el mundo
y tu cuerpo habitado de amor y de gemidos.

Del  libro La tristeza terrestre (1954)

 

PALABRAS DEL POETA A LA CRIATURA HUMANA

Te hablo, criatura aciaga y venturosa,
a ti, prado y caverna, amante y enemiga,
el resplandor del gozo y la noche del miedo,
a ti, demonio triste y dulce copa
de la que beben pájaros y ángeles,
palabras a ti, la que padeces tu muerte cada día
del poeta a y un sólo instante pasas por tu propio cadáver.

La criatura Yo sé quién eres tú, ya te traspase
humana el alba con su dardo de pájaros, te queme
con el ascua flotante de su flor y te asombre
Para Eunice Odio con su leve camisa de rocío.
Ya te viaje la tarde, despoblándote
de tu rumor arbóreo.
Ya te incline la noche y te devuelva
hacia una simple forma, a la más simple,
a ser sólo la hierba que prepara
su brevísima túnica terrestre,
su delicada música, tañida a ras de suelo
en la nueva mañana.

No puedo ver reunido tu rostro innumerable
ni conocer tu nombre, confiado
ya al mar o ya a la altura,
a la tierra a al humo,
a la luz o la piedra.
Pero yo soy tu rostro,
yo soy tu nombre unido y verdadero
y en mí tú te resumes, tu, transeúnte
del ojo y la palabra,
en mi tú te congregas, dispersa criatura,
como huésped eterno de tu alma.

Mírame ahora, en este solo instante
en que te vivo, y reconóceme
para saber quién eres, cómo pasas,
como creces y lloras,
y cómo caes, y cómo resplandeces.

Por mi alma transcurres,
te alumbras y oscureces,
y allí, te maravillas y allí cantas.
En mi te sabes llama combatida
por el labio del viento.
Y en mi, como a relámpagos de sangre iluminada,
recobras tu memoria, los rumores
del olvidado huerto
y el diálogo perdido entre el aire y el ala.

¿Cómo no amarte entonces, criatura
desolada y feliz, si estás poblándome
con altos sonidos de tu gozo
y el seco y desgarrado de tu muerte,
si a veces toco, por tu propio dedo,
no se qué latitud angélica o que prado
donde la luz aprende
a ordenarnos el mundo,
a ser su inteligencia desnuda y transparente,
y en otras me desplomo, con tu peso terrible,
en la gran soledad que es el pecado?

Estoy solo por ti, por ti padezco
y es por ti que me alegro y me acompaño.
Si Dios manda sus ojos
te encuentra en mí reunido
y a mí debajo de tu vasto nombre
como debajo de una estrella unánime
de la luz junta y purísima
cuyo fulgor cosecho por el aire.
Somos uno, uno solo, dentro de la palabra.
Yo soy tu residencia, el domicilio
último y verdadero de tu alma.
Y en mí termina, aterradoramente,
el parpadeo de su carne.

Si digo “yo”, te nombro
como en la sola espiga
se nombra al tigo todo.
Y tú no me conoces.
Ah, pero si me oyes, pero si me oyes una vez,
sabes quién eres.
Miras tu propia voz en mi garganta,
la ves salir de mí ya como el tallo
que eleva y que sostiene
la flor de tu palabra.
Y allí, oh criatura, oh habitante
doloroso y riente de mi alma,
allí nos encontramos.
Soy tu único espejo,
soy el estanque terrenal y oscuro
sobre el que a veces misteriosa piedra
dibuja un vago círculo: tu nombre.
.
Amo lo que te arranca y te clausura,
y lo que te desnace del sueño hasta el latido,
del latido a la piedra;
la voz con que preguntas
nombre y cifra a las cosas;
el giro solitario que desuella
la piel más escondida de tu alma;
el golpe que te arroja el pozo de tu sangre.
Y amo cuando te alza
el remoto vestido de los ángeles,
aquello que te acerca
al fluir de las otras criaturas,
conduciéndote
de la raíz y del silencio
hasta la música y el aire.

Te hablo como a gota perfecta y reluciente,
pero mínima y sólo distinguible
en el caudal inmenso de las otras,
ya súbdita amorosa del río que le arrastra;
te hablo de la música en cuyo cauce corres.

Ya se que entre la noche recoges tu sonido,
lo aislas de los otros,
te inclinas y lo escuchas.
Es tan pequeño… Apenas se le oye
Menos que al ligerísimo estallar de una rosa,
que al vuelo del rocío
o al párpado del alba.
Esto es la soledad. Mas yo te digo:
No hay soledad. Devuelve tu sonido
a la música entera y deja que penetre
al hueco ilumínado que lo aguarda.
La música es la sola y total compañía,
el fluir que congrega a toda criatura
en permanencia y orden, que confunde
a toda voz en una verdadera.
Entra en la música. No temas.
Allí no olvidarás sino tu nombre
pequeño y solitario,
ese nombre de muerte que Dios no te conoce.
La hoja sabe. Fluye dulcemente
desde la tierra muda al coro que la aguarda,
toma su sitio entre las otras voces,
asume su rumor y lo levanta
por un solo verano irrevocable.
Todas las hojas son el mismo árbol.
Todas la criatura deslumbrante,
todas su religiosa plenitud y su cuerpo
del ángel oscuro y fuerte, coronado
de rumorosa paz y concluido
en música labrada entre los aires.

Esto lo dije por tu alma.
Pero también tu cuerpo es de la música
y por su sola gracia incorruptible.
Porque es verdad que el cuerpo resucita
y está ya prometido a una forma futura,
desposado con ella, y a veces reconoce
al increado objeto de su alianza.

A veces tus cabellos te parecen de hierba
y tu oído una altura de azucena,
y tus dedos, raíces de una próxima rama,
y una cierta mirada, un cimiento de aroma,
y una sonrisa tuya, un proyecto de pluma,
y el tacto una posible mejilla de manzana.

Todo lo sé, de ti, pues vengo de la música,
de su cuerpo sin término, infalible.
Y tú no morirás, porque he escuchado
tu nombre original iluminándose
en mi propio sonido.
Eres ya de la música. En su fulgor construyó
tus miembros inmortales.
En su ordenada lengua te alumbro y comunico
y te doy el vestido delirante del fuego
para que al consumirse, seas reconocido.

Del libro El país más allá de la niebla (1968)

 

LECCIÓN DE COSAS

(fragmentos)

Yo hice este jardín, niñita mía…
hada mínima, leve coreografía de paloma…
para el advenimiento de tus pasos…
quiero que ames la tierra,
sus voces, sus secretos…
legislación de lluvias y abejas…

aquel es un durazno,
su túnica de oro, su azúcar misteriosa…
no es otra cosa el fruto que un poeta secreto.

La nube, el suceso increíble de su espuma…
este segar la vista de hermosura, es la rosa.
Y otra cada vez, la misma es siempre.

El naranjo,  mi niña, tiene un hermoso oficio:
Hace soles menores.

El clavel alza una copa de fuego vivo, en la que escancia
el vino volador de su perfume…

no lo toques, al lirio amor, no lo toques,
su esbelta soledad recuerda y ora…
breve espejo del cielo.

La hiedra es el claroscuro…
la exacta armonía que sube por el muro

Una canción que llega. Y reconoces
en ella a tus hermanos voladores.
Es la rapaz orquesta desatada en los aires.

Y este es el cuerpo místico del agua,
dueño de las formas, música derramada.
Esta es el agua, y no otra cosa que aire que se toca.
El escondido esposo de la tierra.

Ya sabes lo que somos: un momento de luz
para que alguien resucite
y alguien sobreviva.

Búscame aquí, que nunca estaré muerta.
Aquí me encontrarás, donde buscamos
los signos, las palabras
que se le caen a Dios entre la hierba.

Del libro El país más allá de la niebla (1968)

 

SUEÑO Y RESCATE

A la memoria de Efrén Hernández
…Acaba ya, Por mí, acaba ya, si quieres

EFRÉN HERNÁNDEZ,
“Al Ángel del Sueño”

 

Un duende cerrajero de secretos,
una voz muy pequeña, de ramita quebrada,
nada más un vestido rumoroso de árbol
‒apariencia y sonido siempre al filo del viaje‒,
iba por esas calles a saltos de paloma,
andaba por el mundo como una aguja en llamas.

Pocos los vieron. Pocos
De día estaba ausente ‒alta ausencia de pájaro‒
y de noche y a solas, el mundo lo habitaba,
andaba por la oculta soledad de su sangre
desgarrando, buscando el orden de su frente.
Así el ciego encontraba su rostro en el espejo
y el llanto iluminaba su cuerpo en la palabra.

Por aquellos que pasan sin ojo y sin oído
él quemaba en la sombra un aceite sagrado.
El rumor de una estrella. Un encuentro
de amantes.

Alguien abandonado. Una caída. Un beso.
El brazo demolido. El rostro inaugurado.
Jardines de inocencia y ruinas condenadas.
Una flor que entreabre su puerta de cristales,
salta luego al espacio y cancela el vacío.
Alguien que retrocede el viaje de las flores
y siente el peso mudo de la tierra en su boca.
Un hombre y una hierba debajo de la noche
como desde una tumba atroz e iluminada.
Una voz que pregunta. La respuesta de un eco.
Una risa de fósforo. Una señal celeste.
Cierto nombre que sube desde el inmenso olvido
con un arder de astro,
da con el hueco a oscuras que lo estaba esperando
y, de pie en sus raíces,
su ser irrevocable alumbra y reconoce.

Todo está convocado debajo de su lámpara.
Todo allí recobrado de un infinito oscuro,
fluyendo de su frente,
asumiendo su forma, su signo y su sonido
en el que vela y cuenta el puro y vasto sueño
soñado por los otros,
con una letra breve, humildísima y sabia.

Ahora él ha vuelto a su heredad, al sitio
en donde fue nombrado con un nombre de música
antes del cuerpo frágil y de la voz dolida.
Ha levantado el velo de la última estrella
y el ángel que invocaba ha cerrado sus ojos
a todo lo soñado.
Una memoria pura, anterior al destierro,
es ahora su traje, su color y su forma.
Ya su frente no sueña asomada al espejo
buscando la respuesta en su rostro sin fondo,
deteniendo su pulso de inasibles destellos.
Porque ya no es el huésped de esta nublada orilla
ni nada ya, ni él mismo, lo divide
de la luz que aquí abajo reflejaba.
Río que retrocede recogiendo los astros
caídos en su cauce, ahora los devuelve
hasta la oculta fuente que le dio sus fulgores.
Ha devuelto palabras, nombre terrestre, espejo.
Recobró lo que era y es ya lo que esperaba:
un estar siempre abierto en medio de la música,
un total, un absorto y colmado silencio.

Del libro La tristeza terrestre (1954)

 

A MI HIJO SIN VIDA

A veces, en la noche,
debajo de mis párpados
que se tienden igual que un muro sobre mí,
grandes y espesos,
y que me separan radicalmente del mundo,
sueño que tengo un hijo.

Un niño que no ríe.
Extranjero en la tierra.,
Serio y leve.
Hecho de una materia que es transición perfecta
entre la viva carne y el agua que huye

Cuando nace, igual que desprendido del propio corazón,
cuando lo veo
con sus manos inhábiles al juevo,
con sus ojos que surgen fabricados
de un elemento fantasmal,
y se acoge a mis brazos
como bajo la sombra de un árbol grave,
y oigo su voz, ausente,
diciéndome que no es vivo ni muerto,
pero que es,
me duele intensamente,
mucho más que si fuera el hijo de mi carne.

Y entonces ejercito en él,
que es blando y débil,
y extraño a lo terrestre,
la infinita, la amarga,
la escondida manera que yo tengo de amar.

 

NO SILENCIO…DISTANCIA

Oui, cèst pour moi, pour moi
que je fleuris déserte.
MALLARMÉ

Háblame, criatura del mundo.
Sólo la frágil sombra
existe del silencio
para estar casi juntos.
Pero tú no lo sabes.
Te respondo y sonríes.
¿Sé acaso qué te dije?
¿Lo que saben mi piel,
las evidencias
por las que me traduces
hasta tu mundo, infiel?

Te respondeo y te llevas
el falso testimonio
de mi voz, de mi hablar,
el testimonio que del mar existe
en la inmóvil marea del coral.

Tus caricias afirman mis cabellos.
Tú lo dices. No sabes
que soy una sospecha que construyen tus manos,
que sólo te aproximas hasta una residencia
cuyas habitaciones yo misma no he tocado.

Te asomas al espejo
en que sin huellas paso por mi imagen
y que es en aire y tiempo edificado.
Y ésa que ves, mentida,
a la que inventas sangre y dimensiones
y a quien das, a tu imagen, escultura,
intacta permanece en el azogue.

Háblame. Abandonemos
esta gran sala oscura
en que puedes tocarme.
Háblame. Rompe el hilo
de cosas sin nacer que nos unía.
Es así, con tu vo, que ya me he ido.
Es así que amurallas mi pie,
que me devuelves
hasta mi soledad de sorda y ciega
a tus ojos, sonrisas y palabras.

No me creas.
Me desmienten mi pulso,
el gemelo temblor de mi garganta
y el árbol que me sube
por azules corrientes dibujadas.

Nunca -lo sé- yo he amado.
Vine ya dividida, inconciliable.
Y en tanto que mis brazos he tendido
nada atraje hacia mí
ni me ha tocado nadie.

No he sido fiel ni al quebradizo día
en que existo y me ves.
Fiel sólo soy a mí, la que no miente,
el escondido cáliz sin abeja,
amor a cuya sed no se hizo fuente.

Toma pues la sonrisa que no es mía,
los ecos desleales d mi voz,
la palabra menor con que traiciono
mis labios y tu oído.
Y no mires mis ojos. Yo no quiero
que mirándolos, sepas que no estoy.

(Del libro Laurel del ángel 1948)

PALABRAS DEL POETA A LA CRIATURA HUMANA 

 Para Eunice Odio

Te hablo, criatura aciaga y venturosa,
a ti, prado y caverna, amante y enemiga,
el resplandor del gozo y la noche del miedo,
a ti, demonio triste y dulce copa
de la que beben pájaros y ángeles,
a ti, la que padeces tu muerte cada día
y un solo instante pasas por tu propio cadáver.

Yo sé quién eres tú, ya te traspase
el alba con su dardo de pájaros, te queme
con el ascua flotante de su flor y te asombre
con su leve camisa de rocío.
Ya te viaje la tarde, despoblándote
de tu rumor arbóreo.
Ya te incline la noche y te devuelva
hacia una simple forma, a la más simple,
a ser sólo la hierba que prepara
su brevísima túnica terrestre,
su delicada música, tañida a ras de suelo
en la nueva mañana.

No puedo ver reunido tu rostro innumerable
ni conocer tu nombre, confiado
ya al mar o ya a la altura,
a la tierra o al humo,
a la luz o la piedra.
Pero yo soy tu rostro,
yo soy tu nombre unido y verdadero
y en mí tú te resumes, tú, transeúnte
del ojo y la palabra,
en mi tú te congregas, dispersa criatura,
como huésped eterno de tu alma.

Mírame ahora, en este solo instante
en que te vivo, y reconóceme
para saber quién eres, cómo pasas,
como creces y lloras,
y cómo caes, y cómo resplandeces.

Por mi alma transcurres,
te alumbras y oscureces,
y allí, te maravillas y allí cantas.
En mí te sabes llama combatida
por el labio del viento.
Y en mí, como a relámpagos de sangre iluminada,
recobras tu memoria, los rumores
del olvidado huerto
y el diálogo perdido entre el aire y el ala.

¿Cómo no amarte entonces, criatura
desolada y feliz, si estás poblándome
con altos sonidos de tu gozo
y el seco y desgarrado de tu muerte,
si a veces toco, por tu propio dedo,
no sé qué latitud angélica o qué prado
donde la luz aprende
a ordenarnos el mundo,
a ser su inteligencia desnuda y transparente,
y en otras me desplomo, con tu peso terrible,
en la gran soledad que es el pecado?

Estoy solo por ti, por ti padezco
y es por ti que me alegro y me acompaño.
Si Dios manda sus ojos
te encuentra en mí reunido
y a mí debajo de tu vasto nombre
como debajo de una estrella unánime
de la luz junta y purísima
cuyo fulgor cosecho por el aire.
Somos uno, uno solo, dentro de la palabra.

Yo soy tu residencia, el domicilio
último y verdadero de tu alma.
Y en mí termina, aterradoramente,
el parpadeo de su carne.

Si digo “yo”, te nombro
como en la sola espiga
se nombra al trigo todo.
Y tú no me conoces.
Ah, pero si me oyes, si me oyes una vez,
sabes quién eres.
Miras tu propia voz en mi garganta,
la ves salir de mí ya como el tallo
que eleva y que sostiene
la flor de tu palabra.
Y allí, oh criatura, oh habitante
doloroso y riente de mi alma,
allí nos encontramos.
Soy tu único espejo,
soy el estanque terrenal y oscuro
sobre el que a veces misteriosa piedra
dibuja un vago círculo: tu nombre

Amo lo que te arranca y te clausura,
y lo que te desnace del sueño hasta el latido
del latido a la piedra;
la voz con que preguntas
nombre y cifra a las cosas;
el grito solitario que desuella
la piel más escondida de tu alma;
el golpe que te arroja el pozo de tu sangre.
Y amo cuanto te alza
el remoto vestido de los ángeles,
aquello que te acerca
al fluir de las otras criaturas,
conduciéndote
de la raíz y del silencio
hasta la música y el aire.

Te hablo como a gota perfecta y reluciente,
pero mínima y sólo distinguible
en el caudal inmenso de las otras,
ya súbdita amorosa del río que le arrastra;
te hablo de la música en cuyo cauce corres.

 

Ya sé que entre la noche recoges tu sonido,
lo aíslas de los otros,
te inclinas y lo escuchas.
Es tan pequeño… Apenas se le oye.
Menos que al ligerísimo estallar de una rosa,
que al vuelo del rocío
o al párpado del alba.
Esto es la soledad. Mas yo te digo:
No hay soledad. Devuelve tu sonido
a la música entera y deja que penetre
al hueco iluminado que lo aguarda.
La música es la sola y total compañía,
el fluir que congrega a toda criatura
en permanencia y orden, que confunde
a toda voz en una verdadera.
Entra en la música. No temas.
Allí no olvidarás sino tu nombre
pequeño y solitario,
ese nombre de muerte que Dios no te conoce.
La hoja sabe. Fluye dulcemente
desde la tierra muda al coro que la aguarda,
toma su sitio entre las otras voces,
asume su rumor y lo levanta
por un solo verano irrevocable.
Todas las hojas son el mismo árbol.
Todas la criatura deslumbrante,
todas su religiosa plenitud y su cuerpo
de ángel oscuro y fuerte, coronado
de rumorosa paz y concluido
en música labrada entre los aires.

Esto lo dije por tu alma.
Pero también tu cuerpo es de la música
y por su sola gracia incorruptible.
Porque es verdad que el cuerpo resucita
y está ya prometido a una forma futura,
desposado con ella, y a veces reconoce
al increado objeto de su alianza.

A veces tus cabellos te parecen de hierba
y tu oído una altura de azucena,
y tus dedos, raíces de una próxima rama,
y una cierta mirada, un cimiento de aroma,
y una sonrisa tuya, un proyecto de pluma,
y el tacto una posible mejilla de manzana.

Todo lo sé, de ti, pues vengo de la música,
de su cuerpo sin término, infalible.
Y tú no morirás, porque he escuchado
tu nombre original iluminándose
en mi propio sonido.
Eres ya de la música. En su fulgor construyó
tus miembros inmortales.
En su ordenada lengua te alumbro y comunico
y te doy el vestido delirante del fuego
para que al consumirte, seas reconocido.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

REUNIÓN DE IMÁGENES. Margarita Michelena. Fonde de Cultura Económica. México

https://youtu.be/fgSaMlrIRVA?si=QQRPfbcYJcc_Uvlq

https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/margarita-michelena-128.pdf

https://www.jornada.com.mx/2004/05/23/sem-angelica.html

https://bcehricardogaribay.wordpress.com/2009/06/11/margarita-michelena-seleccion-de-poemas/

https://buzos.com.mx/index.php/nota/index/8730

https://web.archive.org/web/20060616051318/http://www.e-mexico.gob.mx/wb2/eMex/eMex_Margarita_Michelena

https://literatura.inba.gob.mx/hidalgo/4372-michelena-margarita.html

http://leiaa-lacasadelospoetas.blogspot.com/2010/06/margarita-michelena.html

https://www.gob.mx/cultura/prensa/margarita-michelena-una-de-las-voces-poeticas-y-periodisticas-mas-autenticas-del-siglo-xx

https://www.protestantedigital.com/ginebra-viva/42664/la-poesia-ontologica-de-margarita-michelena-1917-1998

http://cultura.hidalgo.gob.mx/margarita-michelena/

https://nuestrasvoces.mx/margarita-michelena/

https://bcehricardogaribay.wordpress.com/2009/06/11/margarita-michelena-seleccion-de-poemas/

https://www.jornada.com.mx/2004/05/23/sem-angelica.html

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