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170 Poesía más Poesía: Miguel Oscar Menassa y la mujer en la escritura

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ENTREVISTA A MIGUEL OSCAR MENASSA EN PÁGINA 12 DE BUENOS AIRES.

Tabla Contenido de Lectura

En la entrevista a Miguel Oscar Menassa realizada por Florencia Gemetro para PÁGINA 12 de Bs. As., publicada en la Sección PSICO el 29 de agosto de 2003 “Las mujeres de Menassa” podemos leer:

La mirada femenina de un óleo domina el ambiente central en Barrio Norte.
Un hombre mayor permanece sentado junto a la pintura. Algo de él hay en la mirada. Miguel Oscar Menassa, ese hombre es el autor del cuadro. Pero no sólo es pintor sino psicoanalista, poeta y escritor. Dice que nació dos veces: en Buenos Aires y en Madrid, donde vive desde su exilio en 1976. Se ha dedicado al estudio de las mujeres por más de 35 años. Su producción combina el psicoanálisis y el arte. Los resultados de esa realización se condensan, innovadores y caóticos, en La mujer y yo, un libro de poemas que se analizó en el último congreso Internacional organizado por la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero. El encuentro fue el fin de semana pasado en el Centro Cultural San Martín, donde casi 500 asistentes reflexionaron sobre la sexualidad, el goce de las mujeres y una particular visión acerca de la revolución femenina.

En el libro hay mujeres masoquistas, dominatrices, miserables, ambiciosas, dóciles, glamorosas y violentas. Hay hombres sumisos, agresivos, femeninos, engreídos, machistas y repulsivos. Hay personajes poseídos por fantasías banales que conversan en diálogos imaginarios sin mediaciones. No hay amores imposibles o posibles porque no hay una idea del amor sino múltiples conceptos protagonizados por diversos personajes. Pero ninguno de ellos se resume en un estereotipo masculino o femenino específico.

P: Menassa los defiende a todos con rigor durante la entrevista. Dice que son símbolos de una época, ésta, aunque no se identifique con ellos. Dice que ellos forman parte de “la producción poética que comandará una nueva revolución liderada por las mujeres”. ¿De qué se trataría?

MOM-La mujer tiene que formular su propia tesis de cómo se debe vivir, cómo se debe trabajar y qué se debe hacer con el producto del trabajo, porque ella es la única que puede revolucionar el sentido. Tiene que dejar de ser un objeto de deseo y convertirse en un sujeto deseante. Las mujeres han participado en las revoluciones de los hombres, pero nunca han hecho la suya. Esos procesos no les pertenecían. Eran congruentes con un modo masculino y excluyente de pensar la realidad. Las revoluciones masculinas ya han fracasado. Fracasó el cristianismo, habría que revisar el marxismo porque fracasó en el intento de llevarlo a una política de Estado y fracasó la sociedad del confort del capitalismo. Ninguna pudo mejorar la vida de las mujeres y de los hombres. Y estamos en el mismo lugar que hace 500 años.

La mujer tiene que formular su propia tesis de cómo se debe vivir, cómo se debe trabajar y qué se debe hacer con el producto del trabajo, porque ella es la única que puede revolucionar el sentido.

P: ¿Qué se lograría entonces?
MOM: Un proyecto donde la mujer pueda ser protagonista de los movimientos que originan los cambios en la sociedad. No sé cómo será, pero pienso que estará comandada por la poesía. No fue fácil para mí escribir esos poemas porque no estoy de acuerdo con nada de lo que escribí, pero el poeta es un alcahuete de su tiempo, del mundo en que vivimos, en definitiva, es un historiador.
Toda revolución fue anticipada por un poeta y yo creo que la mujer está fabricando su poeta.

P: ¿Cuál sería el vínculo entre la poesía y el psicoanálisis?
MOM: Hay una semejanza irremediable entre la poesía y la interpretación en el psicoanálisis. Ambos son instrumentos que develan los misterios de la realidad. Son liberadores. Para Lacan, el inconsciente se estructura como un lenguaje. Yo pienso que está estructurado como poesía. Y si se puede cambiar el lenguaje, se puede cambiar la realidad. Si hay interpretación, el sujeto cambió y, en los sistemas actuales, eso significa vivir en otro mundo que no es éste.

Director y Fundador - Escuela Grupo Cero


P: ¿Las mujeres y los hombres de su libro formarían parte de esta realidad?
MOM: Los estereotipos son formados y producidos por los modelos ideológicos del Estado. Pero en el libro hay tantos estereotipos como poemas y más, porque en cada poema hay varios que, además, hablan entre sí. Si consideramos esto, entonces podríamos decir que hay una ruptura de estos estereotipos para cualquier relación. No hay una única manera de relación. Así como no existe la heterosexualidad o la homosexualidad en sí mismas sino la búsqueda del hombre y de la mujer. Las relaciones heterosexuales y las homosexuales que transcurren siempre de la misma manera son perversas como cualquier otra cosa que transcurra siempre de la misma forma. Sólo un perverso soporta que lo único que le produce deseo son las bragas o las bombachas rojas.

P: ¿Cuál sería la importancia de las palabras en las relaciones de pareja?
MOM: Las parejas en la realidad no hablan. Y ése es el paso que da el libro: aun las relaciones que parecen estereotipadas, ya no lo son tanto porque la mujer y el hombre pueden hablar. Esto produce un cambio porque las personas gozan más cuando se utilizan más palabras. El amor se revitaliza y las enfermedades se curan con palabras. Hay gente que retrasa su muerte nada más que para tener una conversación. ¿Por qué? Porque el goce verdaderamente humano es poder decir, y hacer lo que las palabras construyen a mi alrededor. Si la mujer se dejara decir en su casa, en el trabajo, estaría construyendo la verdadera revolución femenina, en tanto se dejaría decir tal cual es.

El goce verdaderamente humano es poder decir, y hacer lo que las palabras construyen a mi alrededor.

ENTREVISTA A MIGUEL OSCAR MENASSA EN EL PROGRAMA PRIMER PLANO DE ANTENA 3 TELEVISIÓN.

En la entrevista a Miguel Oscar Menassa para el programa “Primer Plano” de Antena 3 Televisión, realizada por Mar Martínez-Raposo, el poeta nos instruye del siguiente modo cuando la entrevistadora le pregunta por su último libro “La mujer y yo”, afirmando que augura una revolución femenina y que para muchos la auténtica revolución del siglo XX ha sido la de las mujeres. Dice el poeta:
Yo creo que el siglo XX a la mujer le mintió. Como dice uno de los poemas, creo que estuvo luchando por algo que no tenía que haber luchado que era la igualdad, que la mujer tiene que luchar por una diferencia radical, que le pertenece, tampoco quiero convencerla. Pienso que se equivocó, pienso que se anotó a las revoluciones masculinas y las revoluciones masculinas fracasaron: la sociedad del confort, el marxismo, el cristianismo, fracasaron como revolución, no como ciencias o religiones. Fracasaron. No nos pudieron dar otra medida del hombre. No nos pudieron dar otra medida del amor. Otra medida del odio. Que son todas cosas que la mujer tiene. La mujer tiene una manera distinta del amor, distinta del odio, distinta de los celos, distinta… Lo que pasa que yo no voy a decir cuáles son porque yo no las conozco. Yo me doy cuenta que ella difiere. Y cuando digo ella, estoy hablando de todas las mujeres del mundo, no estoy hablando de una mujer. Ella difiere, bueno, pero diferir es someterse, porque si difiero le doy autoridad al otro discurso, en cambio, yo lo que tengo que hacer es producir mi propio discurso.

El siglo XX a la mujer le mintió.

El PSOE de Móstoles postula a Miguel Oscar Menassa a premio Nobel de  Literatura - Paperblog


P: Pero todas esas cosas también estaban ocultas antes del siglo XX, ¿no? Todas esas cualidades o características, todas esas posibilidades que la mujer tiene, las tenía también antes del siglo XX.
MOM: Sí, si, el hombre las utilizaba. Nunca vamos a saber si Simone de Beauvoir escuchaba las conversaciones de los miércoles de Sartre, Piaget, Marleau Ponty, qué se yo, o si en verdad Sartre la dejaba hablar a Simone d Beauvoir y escribía lo que escribía. Eso no lo vamos a saber nunca, yo puedo asegurar que era Simone de Beauvoir. Es decir, se la utilizó. Se la utilizó, es decir, ella tiene un saber de siglos y todo el mundo sabe que lo tiene. Yo en un poema digo hace tres siglos que ella sabe esto, pero porque me gustaba la palabra tres siglos, porque lo tiene desde el principio. Ella tiene las claves del ocio y del amor, no las piensa dar. No las piensa dar, bueno, pues se equivoca. Se equivoca. Y el hombre tiene las claves del trabajo, que las está perdiendo, y las claves de la guerra, que también las está perdiendo. Entonces la que tiene de más en este momento, no es el hombre, es la mujer.

Ella tiene las claves del ocio y del amor, no las piensa dar. No las piensa dar, bueno, pues se equivoca.

P: Y esa revolución que usted augura, ¿cómo llegará?
MOM: No sé cómo llegará, qué se yo. Yo por ahora me llevo bien con la mujer nada más que para que no me corten la cabeza, porque también va haber maldad, también va a haber destrucción, también va a haber equivocación. Porque hubo mucha equivocación, hubo mucho maltrato. El siglo pasado le prometieron a la mujer un dinero con su nombre. Y ¡las cosas que le prometieron! Le prometieron libertad sexual. Si estas cosas no se pueden conseguir. Le dijeron las mujeres son iguales a los hombres, indemostrable teóricamente.

EN EL LIBRO CARTAS A MI MUJER MIGUEL OSCAR MENASSA ESCRIBE:

En “Cartas a mi mujer” Miguel Oscar Menassa escribe:

Y eso sí, fundamentalmente por eso éramos muy peronistas: una mujer sería nuestra mente.
Una nueva mujer poblaría la historia de mujeres. Su grito de libertad e igualdad arrancaría al hombre de su letargo.
Ella, entregada toda ella al mundo, para nosotros nació con el peronismo, se llame como se llame, esa mujer, nació con el peronismo.
Vos también sos esa mujer.
Y como para el psicoanálisis y la poesía el concepto de trabajo es central, el poeta nos recuerda: “Estamos condenados, te lo dije, estamos condenados a demostrar la importancia del trabajo. Para que haya amor entre nosotros, tendremos que hacerlo.

POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando  Sabido Sánchez #Poesía : 155.- MIGUEL OSCAR MENASSA

EN EL LIBRO POEMAS Y CARTAS A MI AMANTE LOCA JOVEN POETA PSICOANALISTA DE MIGUEL OSCAR MENASSA.

En el libro “Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista”, Miguel Oscar Menassa escribe:

Querida:
   
  Enaltecido por la sombra de llevar conmigo la poesía, te diré que ella se ha vuelto loca, en un tiempo donde ya casi no tiene sentido la revolución, ella me pide que me mate por ella. Ella, como verás, es una consejera peligrosa. Debemos tener cierto cuidado para no transformarla en una mujer mortal. Para que esto no ocurra debemos mantenerla alejada de los negocios, del juego, de la sexualidad, del viento de poesía que llevaremos con nosotros los días por venir.
A pesar de considerarme el mejor psicoanalista de gente grande y sana, me atrevo a tus pendientes milagrosas, cada vez más profundas y negras. A pesar de considerar mi retórica diabólica entre diabólicos, me animo a tus silencios, más negros aún, que tus profundidades.
Antes de seguir quiero aclararte un mal entendido, lo que estamos produciendo en esta conversación, no va ni para atrás. ni para adelante, ni para arriba, ni para abajo, ya que lo que transcurre entre nosotros y en dirección prohibida, es el tiempo; el lugar y nosotros, somos siempre los mismos.
Me respondiste a la aclaración, con un no sé qué será de mí entre tanta niebla, pero si usted lo dice, algo ha de ser. Y con la violencia de quien, todavía, no ha llegado al mundo, se desnuda en medio de la página, y me pregunta: ¿quién ha hecho esto para ti? Por mí, le respondí, ni siquiera usted, he visto a muchos hacerlo por el Otro.
Y qué, vas a cerrar los ojos para no verme. Y qué, vas a morir, todavía más, para que mi cuerpo no abrigue ninguna esperanza de liberación. Y sus piernas eran tambores gráciles, bailes febriles, sobre mi propia manera de ser, sobre mis puntos de vista. Cuando ella cayó derrumbada. partida en dos por su propia energía a mis pies, le dije: Mira, nena, hoy que el odio ya me llega a las tripas, te diré quién es la peor: Antes, si tú y Ella me lo permiten hablará mi experiencia. Dos mujeres es todas, quería decir, que con dos mujeres alcanzaba para darse cuenta cómo eran todas. El resto, fue todo galantería de mi parte. Y como soy grande tuvimos grandes amores y grandes deseos y parecía, que ninguna otra cosa sería posible y, sin embargo, te digo a vos para que a tu vez le digas a Ella, “que deben tener mucho cuidado conmigo, soy un hombre capaz de cualquier disociación, me propongo poder escribir algo que nada tenga que ver con mi vida: Tu amor por Ella.
Darme cuenta que la que menos podía con la nueva situación, fueras precisamente tú, me deprimió todos los renglones anteriores. Ahora debería poder alejarme de todo, también de mi propio pensamiento. Cuando llego a este estado, Ella se siente agradecida de que, por fin, después de tantas vueltas, yo esté preparado para escucharla.


Querida:

A veces, tu egoísmo me parte el corazón y, sin embargo, sigo ambicionando esta maravillosa, a mi entender, conversación contigo, aunque para que eso sea posible, yo tenga que llegar al borde mismo de la soledad.
A veces, quiero decirte, te veo más obligada que apasionada. Como si nuestra conversación fuese un paso necesario, obligatorio para tu vida y no una terrible, tremenda decisión.
A pesar de haber clamado con todas tus fuerzas por una situación semejante a la que estamos construyendo, ahora, te pasa como si no pudieras soportar bien la cristalización de tus propios deseos.
Tu destino antes de conocerme estaba sellado.
Un día después de muchos intentos, lograrías enamorarte de un hombre y ese mismo hombre, propiamente enamorado de vos, te mataría.
Quiero decirle, que usted sabe que de mí puede enamorarse sin temores. Soy el hombre que ha decidido no matar. Ahora, claro está, usted, para que nuestro amor sea posible, tiene que abandonar la idea de suicidarse entre mis brazos.
Salvados estos deseos absurdos de matarte y matarte, la conversación podría llegar hasta el mismo centro de la filosofía.
Quiero decirle que tendremos tiempo para todo.
Nos pasaremos dando vueltas alrededor de lo mismo durante largos años, hasta que un día la luz ilumine tus ojos y cierre los ojos de tu madre, mis ojos, para siempre. Mis ojos, aquellos ojos inmensamente abiertos, escrutadores y felinos, ¿te imaginas?, cerrados para siempre.
Para que tú puedas volar, querida, el universo se quedará sin una luz.
No blasfemes, mi amor, no blasfemes, contra esta virtud inmaculada que te ofrezco. Aprieta contra mis palabras tus últimas esperanzas. Vamos a saltar hacia adelante, hacia un futuro que el hombre en general, todavía, no puede.
Todo circula a velocidades más allá del sol. Un mundo donde todo retrocede, porque más allá, sólo el vacío negro del sol agonizando.
Un mundo, querida, donde todo el pasado se hace carne viviente, ¿te das cuenta?, un mundo donde los viejos amores vengan constantemente a instalarse en nosotros, donde nos persiguen los viejos fantasmas, donde la vieja humanidad nos sobrecoge cada vez. Un mundo, querida, donde nadie podrá perder sus sentidos, porque los sentidos ya fueron perdidos.

Puede ser una imagen de una persona e interior

Querida:

El impacto que te produjeron mis primeras cartas, me hizo dudar acerca de seguir escribiendo de nuestra apasionante aventura, por temor a dañar tu sensibilidad, tu orgullo.
Tu silencio es aún más hondo, tu disociación más extrema. 
Tratando de ayudarte te diré, que las últimas veces hablamos del dinero, de la relación entre el dinero y tu cuerpo, y eso, siempre te perturba de alguna manera espectacular.
Tú hubieses preferido que fuese todo por amor.
Si hubiese sido todo por amor, mi pequeña, ahora no habría ninguna necesidad de separarnos. Pero quiero recordarle, querida, que usted llegó hasta mí para volar y no para morir, como a veces parece que usted quisiera, pequeña, y muerta de miedo entre mis piernas.
«No me deje, doctor, espere un tiempo más, todavía no pude
  ni escribirle un poema a mi madre. Yo vine a usted, es cierto, porque quería ser como las grandes escritoras que no temen, a nada. Esas escritoras que no mueren en la guerra, esas escritoras que no sucumben frente a ningún amor, esas que se ponen a llorar, sólo, en presencia de un poema bien escrito. No me deje, doctor, justo ahora, que había comprendido que usted no era el bramido del viento, llamándome a la muerte, ni la superficie helada de los vientos donde, al anochecer, plasmaba mi locura.»
No dije que se fuera, sólo que el tiempo se abre camino entre nosotros.
 «Sí, el tiempo, doctor, claro… nuestro adiós, la propia muerte de nuestras cosas, doctor, nosotros y el tiempo.»

Puede ser una imagen de una persona e interior

   
Querida:

A medida que voy entendiendo lo que nos pasó. Lo que hice que pasara con mi vida en Madrid estos diez años pasados, me quiero morir, cada vez más y, sin embargo, sé que no lo haré y con el tiempo terminaré recordando con cariño y benevolencia a mis torturadores. Algún poema rendirá homenaje, también, al mal.
   

Ya verás, cuando termine de desnudarme, también saldrán
corriendo, pero esta vez impactados por mi pureza.
   

Nunca he sido tocado sino por mí mismo.
   

Cuando ella me besaba, en realidad besaba la imagen que yo proyectaba, amándome, sobre ella.

Siempre mentí, querida, siempre engañé, nunca dije, exactamente, una verdad, a nadie. Ni a mi madre, ni a Dios.

Y si ahora quieres que te diga la verdad te la digo:
He mentido siempre

Y no puedo ya sino mentir.

El no decir del todo. El decir a medias. Decirlo, pero
metafóricamente. Decir, diciendo otra cosa. Enredar, enrrollar, des realizar, forma parte fundamental de mi estilo.
    La palabra me había comido el corazón.
    Llegué a ser una llanura infinita de sinsentidos.

Habían desaparecido las normas que mantenían unidas unas palabras a otras. La precisión dependía de imponderables. La belleza del azar.

Después, me encontré con un montón de cocodrilos y les dije, cómo era que se hacían los versos y los cocodrilos me dijeron que sí y se comieron todos los frutos que yo había conseguido reunir cerca de mí.

Después, pretendieron escribir y se hundieron, sin más, en sus remordimientos de cocodrilos.

¡estoy vivo! ¡Estoy vivo! y eso es lo que cantaré.

Se trataba de llevar la relación adelante a cualquier costo,
así me lo había dicho ella en la primera entrevista. Después fue duro explicarle que así no se podía vivir.

Alguien, de los dos, tendría que reconocer algún día que nos equivocamos mil veces y que no sería justo decir que hicimos las cosas bien. Aunque estemos contentos, aunque el hecho de haber sido derrotados nos haga mucha gracia, sería injusto decir que hicimos las cosas bien.

Yo soy el hombre que se comió la almeja envenenada con
 radiación atómica. Escupo isótopos como piedras abrillantadas de locura, tengo en mi alma espinas asesinas, luces de ceguera. Soy el arrebato final de un envenenamiento masivo. El cristal más puro, la partícula más sangrienta.

Huyamos hacia el sur, me dijo una tarde con la boca helada y, todavía, antes de morir, huyamos hacia el infierno, mi amor.

Yo en estas ocasiones no le decía nada, después, por su insistencia, le cantaba al oído canciones orientales y le metía el dedo medio en la vida y mi cadencia la llevaba a los límites del amor y oriente medio reventaba en una guerra, tan importante y tan estúpida como todas las guerras.
       Ella en penumbras vigilaba por el sonido todos mis movimientos.

Yo no sabía qué hacer: seguir escribiendo o morir en sus brazos y, por fin, le dije muy entusiasmado, por qué no estudiamos duelo y melancolía.

Ella no quiso aceptar, bajo ningún concepto, que yo me cortara las manos, delante de todo el mundo. Tus versos, me dijo, son como puñales de fuego y de locura.
        Como puñales abiertos en mil cataratas de volcanes.

Puñales como enamorados dragones infinitos.
             lenguas de fuego enloquecidas
             contra la helada muerte, arrogante y quieta.

Tus versos.
             puñales arrojados sin ninguna compasión
             puñales de fuego,
             contra la inmensa bestia, blanca y helada.

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Querida:

Despedirme de la familia. Volver a escribir, para volver a sentir que soy un hombre, por eso quiero escribir. No un hombre atado a ninguna conciencia repleta de poder, sino, esta vez. un hombre en libertad JA-JA-JA.
Con el tiempo tendré que confesarlo todo. Soy un nuevo estilo y, eso, debe ser explicado por alguien; quién mejor que yo, me pregunto, cuando todavía no sabría ni cómo comenzar.
A mi izquierda Shakespeare, a mi derecha Camarón de la Isla, la confusión, a veces, quiere ser extrema. Un tango en la radio me lo dice claramente: estoy en Madrid, la capital del reino y, al mismo tiempo, la catedral del tango. ..El tango y yo somos una cosa seria; yo sé que algunos se dan con cada cosa para poder escribir algunos versos, que me avergüenza mi falta de modernidad cuando quiero decir que el tango, no sólo me apasiona, sino que me sirve de droga; yo escucho un tango y, enseguidita, me pongo a escribir. Cuanto más sentido el tango mejor escribo. El tango actúa sobre mí, como una droga alucinógena. Por empezar se me calienta la sangre, veo todo rojo, no caben en mí, en esos momentos, más que los colores de la pasión, entre que todo se nubla, porque cuando escucho un tango siempre bordeo la muerte, y las ganas que yo tengo de dejarme caer desde hace diez años, claro, la realidad se transforma. Por ejemplo, para no insistir en esta historia. La realidad,
de golpe, cuando escucho tangos, tiene colores, los hombres y las mujeres son hermosos y la elegancia me persigue hasta en los sueños. En definitiva. lo digo, mi droga: EL TANGO, mi único amor la poesía. Después también me gusta vivir la vida como los hombres normales, fumar, una que otra vez emborracharme, hacer el amor con las mujeres. Soy un genio en todo.
Alrededor de quince mujeres, sin contar a las que yo, propiamente, amo, cuidan que no se desgaste mi existencia. A veces, claro, se producen tales encuentros, que se libera una cantidad tan grande de energía, que se produce desgaste en lugar de cuidado. No quiero dar ningún ejemplo, aunque la realidad me tienta; siempre, un ejemplo a tiempo, me digo, puede ahorrarle varios años a un montón de personas y enseguida, me digo, también puede equivocar la vida de varias personas, haciéndoles perder mucho tiempo; mejor no ejemplificar nada, sino simplemente diciendo que satisfacer a casi 20 mujeres no es algo que dependa solamente del sexo, sino fundamentalmente de la imaginación. No se deberá ser ni brutal, ni dogmático. Si una hace bien el amor, eso no quiere decir que todas tienen, ahora que hacer el amor. Si una de ellas goza escribiendo de manera repetida y continúa su propio nombre o bien la primera letra de su nombre, esto no significa, ahora, que tengamos que exigirle a todas las otras que se transformen en escritoras. Nada de eso. No se trata de que un hombre esté de alguna u otra manera con 20 mujeres, sino que se trata de que un hombre al borde de varias modalidades diferentes para hacer el amor, haga el amor con lo que de 20 mujeres goza, o es capaz de gozar, y haciendo la cuenta total, no se llega a dos o tres mujeres. Es decir, 20 mujeres se terminarán reuniendo en dos o tres conjuntos para el goce, aunque sean mil, siempre serán las formas que las sociedades actuales permiten, es decir, a lo sumo dos o tres. Si se trata de la pasión, ella es ardiente o frígida (más veces frígida que ardiente) y, después, claro, hay formas intermedias, mujeres normales o, bien, lesbianas decepcionadas. A las ardientes se las obliga a ser inteligentes, sociales, A las frígidas se las obliga a pasarse todo el día haciendo el amor. Al principio fracasarán y se quejarán de no ser amadas lo suficiente. Se les mostrará en ese momento que el grupo de las normales, se conforma con poder un poco de cada cosa. Se dan cuenta entonces de que son dos exageradas.
A las normales, explicarles que ser normales en realidad es ser mediocres. Ellas, ahora, no se pondrán de acuerdo casi nunca, todo lo que le debería tocar a una de ellas es ambicionado por cada una de las otras, y así sucesivamente. Todas envidian a todas. Ocupadas todo el día y gran parte de la noche en eso, yo a veces, me encuentro por casualidad con algunas de ellas (en tardes memorables hasta con dos) y, entonces, hacemos el amor.
Debido a las circunstancias expuestas, queda claro que no tengo que hacer el amor tan seguido como podíamos habernos imaginado al principio y es por eso, que cada vez que hago el amor con algunas de ellas siempre soy genial. Erección prolongada en todos los casos, juegos amorosos múltiples (por cantidad de fantasías acumuladas de tanto pasearme entre ellas para llamarles la atención), semen en abundancia como si hiciera veinte años que no hago el amor. Después, aún, aunque el encuentro sea breve, me gusta besarles en la boca y hablarles de amor, esto último las enloquece. Envidiosas y locas, nunca consiguen comportarse como a mí me gustaría, y, claro, los encuentros son raros. Y, a decir verdad, fáciles de sobrellevar.
Alguien en mí, me dicta siempre, de una manera ilógica al contexto y al tiempo, lo que debo hacer. Nunca consigo llevarme bien con nadie. Cuando todo el mundo va para arriba, yo voy para el costado. Cuando todos caen, yo asciendo, como si elevarse fuera lo único posible. Cuando todo el mundo se detiene, doy un paso más. Cuando todos corren, me fumo, tranquilamente, un cigarrillo. A veces parece que lo hiciera todo a propósito, pero quiero explicar que esas conductas se me imponen, con
tal grado de grandeza, que casi nunca puedo liberarme de ser esa diferencia. Esa soledad.
Cuando a nadie se le ocurre hacer el amor, a mí se me ocurre. Cuando ella está a punto de morir porque hoy ya nadie se dará cuenta de su deseo, yo le salvo la vida y casi sin darme cuenta y ella tiene conmigo ahora el compromiso de recordarme con ternura y eso le hace feliz. Cuando taponada por su propia moral y el mundo la condena a esa parálisis. Yo soy el asesino que mata delante de sus ojos al demonio y con mi pene en erección permanente, la llevo de la mano hacia la bondad. En
el propio centro de la bondad introduzco mi pene en su corazón, mezclo con desesperación y alegría mi semen con su sangre y la increíble combinación, estalla, diamantes y pólvoras enamoradas y la energía del amor librada a su propia arbitrariedad la devuelve de nuevo al movimiento. Al lento caminar entre amapolas, o bien, rodeada de rufianes que, enterados del milagro, quieren gozar su goce. Este tipo de situación, más complejo que todos los anteriores, hace que la mujer no sólo quede agradecida y me recuerde con ternura, sino que cree deberme la nueva vida que tiene, con lo cual las cosas se complican hasta no saber dónde. A partir del milagro, ya será difícil no encontrarme a cada instante con ella, tratando de devolverme el favor y nunca lo conseguirá. Terminará reprochándome que no le dejo devolverme el favor para tenerla sometida. Yo le explico que su sometimiento me sale muy caro y ella, entonces, dice que no la amo, le recuerdo entre besos y sonrisas que ayer estaba muerta. Me contesta que no sea fanfarrón, que al fin y al cabo la que estaba preparada para no morir era ella, que cualquier hombre hubiera podido lo que yo… El silencio es para preguntarme en voz baja si su maldad es congénita o estoy otra vez metido, sin saber, en uno de sus feroces juegos de amor. Intentaré saber de qué se trata, la próxima grosería que me diga le pegaré. Ella se habría dado cuenta de algo, ya que en lugar de hablar, se tiró al suelo y llorando se cogía de mis pantalones y parecía que los rompería; frente al peligro que eso significaba me los quité. Ella se abrazó a mis piernas con fuerza y me hizo caer de espaldas al suelo, con algo de mala suerte, ya que di mi cabeza con el borde de la cama haciéndome una pequeña herida. Mientras ella ahora, sin decir palabra, trataba de comerme el pene, yo trataba de verificar con mi mano derecha el tamaño de la herida y mientras comprobaba, se manchaban mis dedos de sangre fresca y yo me limpiaba la sangre en sus espaldas y el culo hasta donde llegara mi mano; era incómodo meterle el dedo en el culo, por lo tanto, me contentaba en ese momento con pintarla de sangre y apretarle con furor, siempre contenido, porque soy un caballero, sus nalgas.
A mí, hacer el amor me gustaba más que discutir con ella, pero, sin embargo, insistí, y le dije: te gusta hacer el amor conmigo y ella, que ese día estaba horrible, me contestó ¿con vos? vete a la mierda y se dio media vuelta y se quedó dormida. Yo esperé media hora y me la follé, como dios manda, por la vagina y ella, creyendo que era sólo un sueño, gozó como una loca y mientras se corría, me dijo que me amaba. A la mañana siguiente le dije que la noche anterior habíamos hecho el amor casi dormidos y que ella había gozado mucho y que yo también, y ella me dijo que lo único que me faltaba, que ya era lo último, que ahora, también la violaba, aprovechándome de su sueño profundo. Después, nos fuimos los dos a trabajar, en el trabajo a ella le dijeron que estaba luminosa y a mí, que estaba tranquilo.
A la noche, cuando nos encontramos, le dije que éramos dos farsantes, que teníamos engañados a todos creyendo que nos amábamos profundamente y ella, anonadada, casi sin voz, me dijo, ¿y qué?, acaso no es cierto que me amas, y enseguida agregó, para que yo no tuviera tiempo de contestar, o acaso que yo muera de vez en cuando es suficiente para pensar que yo no te amo. Pensé ir hasta la cocina a buscar un cuchillo y clavárselo en la panza, después me detuve en los posibles gritos de dolor que ella pegaría y el escándalo que se produciría entre el vecindario y estos pensamientos me convencieron de que mejor era dejar la conversación para otro día. Encendí un cigarrillo y me serví una copa de vino de Málaga. Ella entró en el baño e hizo ruidos como de estar bañándose y lavándose la cabeza y poniéndose perfumes. Yo me fui desnudando lentamente, mientras fumaba y saboreaba pequeños tragos de vino. Cuando ella volvió a la habitación, lo hizo envuelta en una toalla de las grandes, pero a pesar de todo, la tapaba solamente desde la mitad de sus pechos hasta unos centímetros por debajo del coño, yo estaba esperándola totalmente desnudo, con el cigarrillo apagado entre los labios y leyendo «Los crímenes del amor» de Sade. De cualquier manera, ella estaba más excitante que yo. Cada movimiento en cualquier dirección hacía que la toalla, moviéndose para un lado o para otro, fuera dejando al descubierto para mi mirada, una vez el culo, otra vez el vello pubiano, sus piernas fuertes y torneadas, cortadas a pique por la toalla, se transformaban en dos puentes de luz. Te lavaste la cabeza, le pregunté haciéndome el distraído, y también, el culo, me contestó ella, esta vez con una sonrisa, ¿Qué lees? La manera de matarte sin que me declaren culpable. Si serás hijo de puta, me dijo ella y se recostó, con suavidad a mi lado.
¿Quieres que te lea algunas páginas del libro? No, contestó
ella, quiero que me leas un poema tuyo. Eso no me lo esperaba y balbuceé un agradecimiento y me dispuse a leerle un poema. Cogí uno de mis libros publicados y comencé a buscar el poema. Ella, al ver lo que yo estaba haciendo, se levantó de un salto de la cama, dejó caer la toalla que le tapaba la mitad del cuerpo y parada en el centro de la habitación, con las tetas erguidas, el pecho palpitante, las piernas y los labios apenas entreabiertos (parecía un ídolo de oro macizo), me dijo, cortante y agresiva, no te pedí que me leyeras un poema publicado, te dije que me leyeras un poema para mí, un poema especial, un poema que hable de mis encantos, o bien, de tu gran amor por mí. ¡A ver! un poema para mí, algo que puedas, además de poseerme, frente a mi cuerpo desnudo, todo para vos. Yo con ella, a cada rato, me quería morir o la quería matar.
Tiré el libro en el cual estaba tratando de encontrar un poema y la miré a los ojos, después fui bajando mi vista por el centro de su cuerpo, me detuve largamente en su cuello, hasta que ella comenzó a temblar y se llevó apresuradamente sus dos manos a su garganta y al borde de la desesperación me gritó: te dije un poema, quiero un poema, un poema para mí.
Salté con mi vista a un punto medio equidistante entre sus dos tetas. Y al principio no veía nada; comencé a girar mi cabeza de derecha a izquierda hasta ver perfectamente entre dos montañas de arena, un valle de sal. Te partiré en mil pedazos, le dije alucinado. Quiero que me leas un poema, ella cada vez gritaba más fuerte, seguramente, hoy, terminarán viniendo los vecinos para ver qué pasa. Un poema, gritaba, quiero que me recites un poema. Yo, tratando de convencer al vecino de que no pasaba nada, de que simplemente ella, a veces, sueña en voz alta y claro, parece que la están matando, pero no ocurre nada, pensé furtivamente algunas frases (Te mataré, te haré añicos cuerpo de arena y de sal. Tu hermosura me tiene encandilado. Tus tetas como dos soles que me enceguecen para siempre. Tu voz, salvaje entre los soles. Canto de aguasmarinas y topacios, sangrante murmullo lleno de porvenir. Tus piernas como sables hundiéndose en el mundo, tus muslos como cántaros, tu sexo como agua, tu sexo como agua, tu sexo como agua. ..). Ella, avergonzada ahora por lo del vecino, me preguntó si me pasaba algo. Le dije que no, que ahora estaba más tranquilo, que estaba tratando de ver con todas mis fuerzas, de decirle el poema que ella me pedía. Está bien, dijo ella mientras se volvía a recostar en la cama a mi lado, eso del poema podemos dejarlo para mañana, pero me puedes decir, ¿en qué estabas pensando? y yo le dije: Hubo una vez sobre la tierra un hombre que no podía más y, sin embargo, ¡Eh, pero vos siempre hablando de vos mismo! Amor, le dije apretándole el cuello con las dos manos y le besé la boca entreabierta y dejé que mis manos perdieran la violencia contra su propio sexo. Ella no hacía otra cosa que llorar, reírse, gritar, revolcarse (como si revolcarse fuera un entretenimiento), pidiéndome entre contorsiones y suspiros que no la deje sola, que la perdone, que la esclavice para siempre, que la mate, que la quiera, aún un poco más, que la reviente.
En esos momentos, separo un poco su cuerpo de mi cuerpo y enciendo un cigarrillo, para que ella no piense que lo único que yo quiero de ella es garchármela. Le pregunto si quiere un vaso de agua y aparento estar muy inquieto por no poder crear un poema sólo para su cuerpo.
Ella, en estos casos, queda como mimosa, con una excitación que se muere, pero su «dignidad» le aconseja el camino del diálogo tranquilizador. Te dije que no importa, que puede ser mañana. Yo hago como que no la escucho y me voy acercando, lentamente, a la máquina de escribir.
De camino hacia la máquina, le acaricio los cabellos y apoyo delicadamente, pero con firmeza. su cara contra mis genitales. Ella tiembla. Yo enchufo la máquina y escribo lo siguiente:
Bienamada, esta noche, te escribiré un poema
y eso, será el amor.
Verás cómo tu carne antaño silenciosa
canta más alto, aún, que tus propios sentidos.
Verás cómo mis huesos se parten en tus brazos,
cómo mi sangre vuela para calmar tu sed.
Verás, te lo aseguro, fuego por todos lados, 
brasas ardientes, estrellas, luciérnagas feroces, 
pequeños soles embrutecidos por el calor. 
Verás, amor, mi bien amada, incendios fulgurantes, 
cruces y pequeños caprichos pasajeros, arderán.
En un poema de amor, quiero decirte, verás todo el
    infierno.
Cataratas de fuego purificado.
Torrentes de fuego, amplios y abiertos como la
    pureza.
Como si toda la carne fuera nuestra y, todavía,
     más.
 Seguramente, le dije, no te conformará del todo, y ella acurrucada: vení, mi amor, dejá de tonterías, me estoy muriendo de frío. ¡Estoy helada!

Y para finalizar, un diálogo entre una mujer y un hombre de 70 años que podemos encontrar en el libro “Casi una autobiografía de casi un premio Nobel, volumen 1”:

DIÁLOGO MUJER Y HOMBRE DE 70 AÑOS

Mujer: Parece que el asunto de la muerte y la vejez te preocupan más a ti que a mí.
-Hombre de 70 años: Sí, es verdad, pero también es verdad que desde que vivimos juntos…

Sí, 40 años, es increíble.
-¿Puedo seguir?

Tú siempre haces lo que quieres.
-Quiero decirlo, que en estos cuarenta años que vivimos juntos, siempre fui yo el que se preocupaba por las cosas.
Ella le da la espalda y se aleja diciendo:
-Claro, yo no tuve ninguna preocupación, ningún problema.
-Problemas tuviste muchos pero yo siempre participaba activamente en la solución de los problemas.
Ella se acerca cariñosamente: -Bueno, viejo, no te pongas así. ¿Acaso estás arrepentido por haberme ayudado algo para que yo fuera más feliz?
-Yo no te he ayudado algo… te he ayudado bastante más que algo.
-Es una manera de hablar, tú siempre el mismo obsesivo. Un día te enfadaste conmigo y me insultaste porque yo no sabía que el primero de mayo se festeja el día internacional del trabajo.
-No te insulté, querida, yo no insulto.
-Me llamaste ignorante.
-No te llamé ignorante, eras muy ignorante, eso fue una verdad, no un insulto.
-¿Y, por qué no me llamaste puta? ¿por qué?
-Porque no eres puta, cuando yo te conocí eras virgen.
-¿Y tú qué?
-Yo no era virgen.
Se produce un silencio fuerte, con mucha tensión. Los dos caminan por la habitación. Se miran (de muchas maneras) están a punto de tocarse pero lo desechan.
Sorpresivamente ella se abraza a él, lo besa tiernamente y le dice:
-Tú me enseñaste a vivir, a ser feliz. Te amo.
-Puede ser que algo te haya enseñado, pero no me debes nada, es tuyo, lo has pagado.
-Pero ¿qué dices?
-Hace cuarenta años que vives a mi lado, ¿te parece poco pagar vivir cuarenta años al lado del monstruo?
-No es para tanto, pero a tu edad, con esas ideas sexuales no sé, no sé.
-Eso mejor lo hablamos en otro momento. Me voy a trabajar.
-Tú sí que hubieses sido un gran torero.
Al despedirse se besan apasionadamente, se acarician un tiempo. Ella intenta desabrocharle la cremallera del pantalón. Él hace un movimiento con sus manos y dice tembloroso:
-Nena, es necesario que pueda ir a trabajar… (mirándola tiernamente).
-Qué, ya está excitado el viejito calentón.
-Te dije varias veces que no me llames viejito. Y en cuanto a lo de calentón, te diré que yo estoy caliente todo el día, pero hay lugares y momentos del día que no se puede.
-¿Y de noche se puede siempre?
-Si estás trabajando, no se puede, si fuiste a la farmacia, no se puede, si estás en una reunión social…
-Ya entendí, el amor, de hacerlo, tiene que hacerse a escondidas.
-Sin testigos, sin escándalos, sin perseguidores y además hay que tener en cuenta que el goce es efímero…
-Eres un genio, un verdadero genio.
El hombre, yéndose, dice:
-El genio de la casa eres tú, recuérdalo.
Se va sonriendo.

POEMAS DE MIGUEL OSCAR MENASSA DEL LIBRO LA MUJER Y YO

15, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Ella, a la mañana temprano, al despertarse, me dice: El hombre nuevo requiere un escritor como tú.

Tengo que tener paciencia, quise contestarle, el mundo es mío pero en la página,
cuando trazo la diagonal de una mirada
de fuego infinito, tú, bien amada, estás aquí, exactamente, donde te he colocado, hermosa como nunca esperando mis besos, el infierno, que es como decir
el fuego eterno de mis besos.

Cuando nos encontramos en el parque, es difícil mirarte, sostenidamente,
o tocarte o tenerte o dejarte partir.

Tú no me dices nada pero yo lo escucho, veo las palabras saliendo de tus labios:
Ve, escribe versos, ámame hasta el hartazgo hasta el límite donde lo perverso
hiere nuestra vida con su goce fatal.

Hazme tuya en un verso prolongado, sin mirada, sin carne, para siempre.

Ave de luz, dirás, ave de luz, y yo apareceré,
sobre el papel en blanco y te llamaré, animal,
para que puedas sobre mi cuerpo con tus propias manos, amado, escribir ese verso de amor
donde el poeta deja caer la pluma para acariciar el cuerpo de la bella.

Y el poeta deja que se vuelen sus escritos y deja que se escape su dinero
y todo lo bebe del cuerpo de la bella y ella, antes de morir, dirá sus cosas:
Hoy moriré, tal vez, tragada por la bestia, esa sed insaciable del amor del poeta
pero en este verso, estaré viva para siempre. Al darme cuenta que sus razonamientos eran muy impactantes y poco comerciales pude decirle, amparándome en el pan: Alguna cosa escribiré pero, después, haremos el amor en plena libertad
y si alcanzamos, gozando, alguna cúspide, con ternura, infinita, te leeré el poema.

7, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Dormíamos tranquilamente cuando ella se levantó sobresaltada y me dijo:
Hoy quiero tener una aventura
vivir lo no vivido, amar lo inexistente
y ya sé que son las tres de la mañana pero quiero andar un camino nuevo donde no quede un sólo rastro de mí así que, por favor, escúchame.

Y no es que a mí, exactamente, me guste dormir de noche
pero estaba dormido, soñando tonos del ocre sobre el negro. Primero tuve ganas de decirle:
“déjame de joder” o bien, indiferente
“¿te parece poca aventura vivir a mi lado?” pero le dije, dulcemente, haciendo gala
del uso calculado de mi serena voz cuando pronuncio las vocales:
Oh Diosa, portadora del dolor, te escucho. Soy esa oreja invencible, habla,
di al viento lo que será del viento y nadie escuchará.
Ella, tímidamente, recogió la ofrenda y preguntó ¿entonces puedo hablar, decir lo que me pasa por la mente
sin convenciones, sin moral, sin castigos? Bueno, le dije, límites hay siempre,
a fin de mes me tienes que pagar,
y ella se desmayó por primera vez en su vida aunque por poco tiempo.
Luego se despertó y preguntaba ansiosa:
¿Qué paso, qué pasó, qué fue lo que pasó? Nada, le contesté, tuviste un orgasmo magistral, antes de desmayarte, te retorcías y saltabas.
Pero ¿qué estás diciendo, que yo me retorcía? No, le dije, estoy diciendo que tuviste un orgasmo y era hermoso ver cómo se descomponía
tu bello rostro con el goce.
¿Mi bello qué?, ¿pero que estás diciendo?.

Tu bello rostro, amor mío, tu bello rostro,
esa belleza donde renace, cada vez, el goce. En ese momento ella dijo: te amo,
cuando mi belleza reina en ti, te amo.
Y no era para menos
esas palabras que le había dicho antes eran todas de la poesía.

Te amo, decía ella, mientras se desnudaba, hoy haré de ti amado, mujer y bestia
alondra que deja de volar porque llega el mar, gacela que escapa sin escapar
y se la come el viento.
Leopardo seducido por las luces del estallido de la pólvora
que lo matará.
Te haré mi amado, te haré… Algo avergonzado, la interrumpí y le dije: ¿Para qué tanto?
y ella me respondió con una pregunta:
¿Amas a otra mujer? eso es lo que pasa
y entonces, desesperado al borde del abismo, decidí darle lo que pedía cuando le dije:
Sí, estoy enamorado de otra mujer
y ella nunca dejaría de sorprenderme: Me gustaría conocerla, dijo,
y se quedó dormida.

A la mañana siguiente, al desayuno, antes de ir a los trabajos,
me besó agradecida y me dijo:
¡Qué aventura que tuvimos anoche!
¡Querido, qué aventura!

1, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Puedo estar contento de haberla conocido,
algo de ella he recibido, algo le he dado.

Mas hoy quisiera hablar del lado oscuro:
Cuando yo le pedía su verdadero amor,
su cuerpo temblando, su alegría futura,
ella me daba sus dudas, su vergüenza.

Y cuando, sobresaltado por pensares
que vienen hacia nosotros del futuro,
le pido que volemos los dos juntos
por los Orinocos amables del canto,

volar juntos, le digo,

por los mundos donde la palabra
hace la música y el color,
Ella, me da su miedo,
su amor paralizado,
un teatral anticipo
de la muerte.

Cuando, tiernamente, le pido que bailemos,
comienza a mover sus nalgas con voluptuosidad,
me desafía y me llama por mis nombres propios:
intelectual sin clase, poeta cobarde, débil marica
y me pide, por favor, que la azote antes de bailar.

Me quito el cinturón con elegancia
y le digo, apretando los dientes:
A ver, mi amor, a ver ese culito
y ella vomita orgasmos por doquier
cuando le prometo cerca de su oído,
pegarle con pasión, sin debilidades.

Después cuando, ella,
comenzó a ganar algo de dinero
hacíamos el amor más civilizados:
ella se levantaba la falda azulada
y ofrecía sus nalgas casi perfectas
al castigo, que yo le aseguraba
día a día a cambio de su amor para siempre.
Y yo, sin besarla, sin acariciarla como antaño,
le pegaba cuatro o cinco latigazos, en el culo,
sin emocionarme demasiado, casi fríamente
y ella era muy feliz hasta la semana siguiente.

Cuando pasaban dos o tres días
me decía. Todavía siento mis nalgas,
es hermoso ir con ellas todo el día,
los hombres me desean en los sueños
y las mujeres me envidian, soy feliz.

Hasta que un día, cansada o aburrida
de gozar siempre de la misma manera,
abandona el trabajo y habla entre amigas
de mi refinada, estudiada, sutil crueldad.

Les cuenta, con todo lujo de detalles,
los secretos del polvo, el goce de la tierra
cuando se riega con los líquidos del amor.
Su semen caía por mi cintura, les cuenta,
como una lágrima perdida, sin destino.

Yo me abría y él caía en mí como la noche
y me inundaba de infinito goce y de dolor
y yo me abría y él seguía cayendo, cada vez
más lejos del mundo, de la civilización
y ahí, cuando hasta un beso me hubiese dado
de habérselo pedido, le pedí que me pegara
y me puse en cuatro patas y me abría más
y él, pobre hombre hipnotizado por el amor
alejado, totalmente, de sí mismo, me pegaba,
apretaba mi cuello con firmeza y me pegaba.

Un día se pasó, me amó de más,
como un, verdadero, poseído,
como un loco.
Ninguna palabra pudo detenerlo y me pegó y me pegó y me pegó
y alcanzamos juntos el orgasmo
y fue por eso que no le vi más.

32, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Estábamos acorralados pero libres, Vivíamos solos, pero vivíamos del amor y nos arrastrábamos entre las piedras pero siempre estábamos en el aire.
Buscábamos la luna en pleno día
y el sol a medianoche, buscábamos la caridad
en los burdeles
y, claro, nunca encontramos nada pero
gozábamos como locos.

Una noche, eufórico, le dije:
Si no quieres naufragar, pequeña, aléjate de
mí porque a mi lado
estarás siempre atada, encadenada al goce porque yo
soy el que goza con el goce ajeno.

Estar a mi lado es encerrarse para siempre en ese
tiempo donde la mujer puede arrasar el pasado,
desterrar los recuerdos y comenzar la nueva historia
del amor.

Ella, corriendo todo el día por la calle buscando
algún trabajo, un falso amor y yo, plantando
legumbres y lechugas en el patio de nuestro piso
céntrico,
la espero, hago como que la espero y escribo, la espero,
hago como que la espero y pinto,
la espero, hago como que la espero y retoco algunas
fotografías del pasado lejano o cercano, para que todo mi
pasado, también el día de ayer, alcance la belleza de la luz, del
color, de la poesía, de este porvenir radiante que aún no he
vivido pero que puedo sentir cuando lo escribo,
cuando con algún color desesperado mancho, para
siempre, la pureza del negro.

Me gustaría dejar de jugar hoy para
seguir jugando siempre.

A veces, toda la vida es eso, le dije.
Me gustaría adelgazar
para poder seguir comiendo
o trabajar de noche para no soñar
o emborracharme todo el día para mirar mi
sexo y verlo doble y a ella, esta vez, no la
besaría, la arrastraría de los cabellos
tal cual un hombre primitivo
hacia las orillas de un poema
y la arrojaría a ese vacío de luz, a ese
abismo insondable
donde la palabra tiene de
la magia todo el poder.

No éramos, exactamente, un hombre y una mujer. Yo de ella lo
sabía todo.
Ella de mí no sabía nada.
Cuando yo le hablaba en voz alta
de mi propia inteligencia o de mi amor, ella no
entendía nada pero me amaba. Un día se lo dije
con valentía:
¿Qué puedes amar de mí, si nada conoces? Eso, me
dijo ella, de ti amo el misterio,
lo que prefiero no conocer
para que la fantasía de mis sueños sea la
realidad de nuestro amor.

Con esos pensamientos, a veces, la atropello
conduciendo un camión alrededor de la mesa
del comedor y ella no se da cuenta de nada.
Tornados, dice, terremotos
y ahí, en medio del mundo cayéndose, los dos
solos, abrazados uno al otro, resistimos la
inclemencia del tiempo.

A mí me pasa que, como la conozco tanto, me da
vergüenza dominarla con mi saber pero debo confesar
que me divierte
verla saltar de alegría o llorar hondamente cuando le
digo así o de aquella otra manera que, directamente, la
enloquece.

Ella cierra los ojos y me escucha
y ese es nuestro amor, nuestro poder.

30, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Cuando ella me dice casi llorando
que nuestro pequeño amor es,
tal vez, una cosa mala, en
realidad quiere decir:
Mi amor no es tan pequeño, es
lo suficientemente grande
para ser descubierto por un niño y
darse cuenta que es malo,
al menos, para mí.

Tengo que aceptar, le digo,
que soy un creador,
ejerzo el poder de la incertidumbre. A
veces, sin embargo, me detengo, hay
frases que no puedo escribir, es como
si quisiera estar muerto.
Luego pienso lo que dirán
de mi sexualidad después de muerto y
se me van las ganas de morir.
Y Ella quiere chupar y partir y
yo quiero que ella chupe y se
mire chupando.

Hacerme gozar, ya que está ahí todo
lo que yo quiera o necesite, pero al
mínimo goce de su cuerpo, al mínimo
goce de su alma,
concluye el movimiento, rompe la cítara
y vuelve con toda tranquilidad a su tumba.

Al otro día resucita para pedir perdón.
No era necesario que yo guiara sus manos, ella
solita, guiada por el deseo
de ahogarse con mi semen, lo hacía casi todo.

Yo gozaba
pero la perfección en los movimientos
y la velocidad exagerada en producirlos me
hacían dudar del resultado.
Amo y olvido, le dije con orgullo,
cuando vuelve el amor siempre eres otra, con
tanta novedad nunca me aburro.
¿Cómo llamar malo, le pregunto cariñoso,
algo que nos da vida y, en mi caso, rejuvenece? Tal
vez porque al gozar algo se muere,
algo se descubre de una muerte lejana que
viene del futuro y que ya ocurrió
y es por ese contrasentido, amada,
que algo goza cuando nos encontramos y
algo goza al partir.

Bueno, está bien, dijo ella, mucho
no entendí pero parece que tienes
ganas de besarme, puedes
hacerlo, dijo sencilla,
pero después no digas que soy una histérica
porque primero te beso y luego me voy.
No tengo ganas de besarte y además
no tolero, como creo un hombre debería, que
las mujeres hagan todo por mí,
sin sentir mucho, sin desear nada, sin vivir. No
tolero y, tampoco, lo creo.
A veces me encuentro pensando
que es tan fuerte el deseo de una mujer y tal
la sumisión del hombre a ese deseo
que ella no tiene que hacer nada, ni se le nota, pero
ella desea y él pone ahí, sobre la mesa, su deseo,
sencillamente, como un esclavo:
yo gozo pero ella tiene todo el poder.
Y cuando ella goza y yo soy el poderoso, le
ordeno gozar y, ahí, es cuando me ama.

31, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Te estuve buscando todo el día y
no pude encontrarte
y ya sé
que estuvimos juntos todo el día
pero no pude encontrarte.
Primero dejé fluir los pensamientos, después
llegué a buscarte dentro de mí, abrí mi
vagina de par en par,
abrí mi boca, mi corazón, y
no pude encontrarte.
Cuando seguí una flecha con tu nombre
encontré cenizas, tonos grises, soledades.
Traté de recordarte y te soñaba muerto,
encorvado, como vencido o paralítico
y me pregunté casi sin culpa:
¿Cómo es posible seguir amando eso que
ya no puede otra cosa que caer?
Pensé en mi madre vieja y enferma
y, también, en los cementerios de Europa, llenos de
gente pudriéndose hasta desaparecer.

Vamos a renunciar, le dije, para que haya mundo, a la
nada que representa nuestro amor y ella, como si ya lo
hubiera pensado, preguntó:
¿Y quién te dijo que yo quiero que haya mundo? Lo
que pasa, querida, que mundo hay y yo estoy
dispuesto, para que tu consigas tu libertad
y llegues al mundo que ya funciona desde siglos, a
renunciar a nuestro amor.
Yo, dijo ella todavía serena, aquí me quedo, yo
formo parte de tu mundo y, también, de ti.
No pretendía, le dije, separarme de ti pero
que nos alejemos un poco, algo, para que
puedas salir de tu habitación,
para ir a trabajar, al cine, al Parque del Oeste.

Salir de casa, un rato, no estaría mal
pero trabajar ¿para qué?, si tu dinero sobra para
mantener a diez mujeres como yo
y si quieres ahorrar podemos separarnos, me
das la mitad que me corresponde
toda de golpe en lugar de sentir todos los días que
soy un vampiro que te chupa la sangre.
Esto para mí, esto para ti:
Tú te quedas con los chicos
yo con el coche nuevo y la casa
donde con tanta pasión hicimos el amor.
El resto de las propiedades te las puedes quedar yo,
querido, me quedo con todos los recuerdos

y cuando venga a visitar a los niños haz el
favor de saludarme cálidamente
como si alguna vez me hubieras amado,
yo a cambio nunca les diré que eres marica, no
tanto homosexual, que yo también lo soy, sino
marica, débil para el amor, para el trabajo.

Te digo que yo no quiero separarme mas
te diré que a los niños, tus chicos,
los encerraré en algún internado para niños y a
tu madre la rifaré un domingo
en la reunión con los bomberos voluntarios. Y
no está del todo mal que, amablemente, me
dejes el resto de las propiedades
que, en realidad, son totalmente mías
y en cuanto a los recuerdos, te los regalo,
el amor es esto que ves y el pasado no existe.
Cada vez que le decía “el pasado no existe” se
ponía mimosa, me miraba con ternura
y todo comenzaba nuevamente
y, un día, quiso darme un consejo:
A veces, cuando te veo correr detrás de mí,
siendo yo tan joven y tan superficial,
me parece que alguien, con intención, me engañó. Que
tú no eres ni tan sabio ni tan inteligente,
que no tienes ni por asomo tanto dinero,
hermoso más o menos y, con 63 años, un poco viejo. Si tú
no me buscaras, si no corrieras tras de mí, serías
hermosísimo, sabio y adinerado y tus años
a causa de tu inteligencia no se notarían. Pero tú insistes en que yo goce,
que tenga algún deseo,
tu codicia, tu gula no tienen límites,
no te alcanza con tu goce, eres egoísta,
quieres para ti, también, mi goce
qué barbaridad…
Sus pensamientos eran casi exactos, por
eso yo no terminaba de creer
en su pensamiento
y tampoco le creía demasiado
cuando se volvía loca o lloraba
o se enamoraba del otoño, pero esta vez, yo
sentí que había producido una verdad:
¿Por qué yo no podía conformarme con mi goce? A ver,
¿por qué? ¿acaso no era todo lo masculino que ella, en
su ambición amorosa, necesitaba?
¿Por qué no la violaba, a ver, por qué?
¿Por qué mi amor la pretendía amándome? A
ver, ¿por qué? ¿por qué no la violaba?

18, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Ser viejo como ser rico, le dije, es
una propuesta de la mente. Y ella
contenta me preguntó:
¿Acaso no habremos de morir si
escribimos y hablamos?

También ha de morir el hombre
que al escribir rompe los bordes del abismo
y algo habrá de enfermar el hombre que, al hablar,
pretenda entregarse a las palabras, ser de la voz pero
enfermar y morir para ese hombre
serán, también, sólo palabras.

Después estaba todo el día con hombres, y mujeres pero
no eran amantes, eran misterios,
dramas insondables dominados por el odio,
la envidia, el menosprecio o, bien, el desamor.
Están cerca de mí pero dar el próximo paso los
sume en el delirio del amor, los agota.

Y después están los hombres las mujeres que no
necesitan de mí ni el pan ni la caricia están ahí
sólo para entorpecer los caminos del poema, del
pensamiento, la distancia
y en esas cosas del amor prefieren no saber que
el polvo aquél no era un regalo a nadie, el polvo
al que se vio obligado era su deseo.

¿Y tú qué opinas? le dije por decir, y ella
me dijo toda la verdad:
Cuando estoy supuestamente enamorada, él
piensa enseguida que le pertenezco
y cuando estoy como cansada por la vida, por
el mundo absurdo que nos hacen vivir él
enseguida piensa que yo no le amo.
Y, después, es todavía más ridículo: cuando
yo le sonrío, olvidada del mundo,
él enseguida cree que me ha ganado en algo.

No es que sea fanfarrón, es un ignorante, nada
sabe de mí, ni del tiempo, ni de la mujer. Cuando lo
abandone llorará como un niño, pedirá perdón,
querrá lavar los platos
pero ya será tarde, el mundo no perdona.
Entonces, pobre hombre, será mujer y niño
al mismo tiempo que hombre y nadie lo amará.
Como hombre nadie lo amará
porque su hombre ha renunciado a serlo. Y
tal cual una mujer nadie la amará
por no diferenciar lo grande de lo bueno
y como niño, el pobre, hará cosas de niño pero será un hombre que sufrirá por serlo.

Inadecuado el canto. Débil la voz.

14, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Ella, para remarcar mi insistencia, me dijo:
Buscar a una mujer es perderla,
ella sólo puede amar lo que se le escapa lo
que nunca podrá tener del todo.

En cuanto a mí, le dije, mis
cosas me someten,
a tener que cuidarlas, hacerlas bellas, por
eso quiero decirte, amada mía,
que he decidido quedarme sin mis cosas.
Y si alguien me preguntara
cómo haré para vivir sin ella
os diré, camaradas, que en mis versos la
vida no se vive y ella es la poesía
o la mujer en general o la muerte.
Me despido de todo lo que me pertenece, el
delirio, tus besos en medio del delirio.

Recuerdo cuando, al despertar, tenías un
collar de arena en tu cintura y yo te creía
la Diosa del desierto
y montado en mi camello tornasol te
invitaba a que me permitieras besar tus
pies, en el justo momento
de la arena de tu cintura partiéndose
en finos cristales de amianto y de pureza. Ahí,
yo te creía la Diosa de los estallidos y los
diamantes como pequeñas flores adornaban
la melancolía del paisaje:
Tu cuerpo como muerto, mi
cuerpo como muerto
pero esperando, tenso y sumiso, el
estallido ardiente de la joya
pudiendo las pequeñas palabras de amor.

Hay días enteros que me lo creo todo, su
perfume, esa inteligencia submarina
que puede con un beso, sólo con un beso llegar,
sin más, al centro de mi ser.

El Dios que siempre la acompaña,
en lugar de enojarme, hoy me hace gracia diría
que me excita que ella, en su belleza, para
poder gozar me confunda con Dios
y es, entonces, cuando de un salto
alcanzo el aeroplano de la dicha
y, cuando ella me acaricia, gozo
para que ella crea que Dios
ha reconocido su caricia.
Yo muchas veces me quedo quieto, ahí,
tratando de escribir un poema
esperanzado en encontrar
sin hacer nada
sobre la hoja en blanco
escrito un gran poema
donde el amor,
enloquecido y tenaz,
reina, también, sobre el amor.

43, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

A veces, ella abría las compuertas del odio
y de su boca,
como si fuera la cloaca mayor de la ciudad,
salían toneladas de mierda que caían,
inexorablemente, sobre todo el mundo.

Llamaba piojosa a la única amiga que amaba,
le decía impotente al hombre con el cual
hacía el amor, apasionada, todos los días
y miserable al hombre que la mantenía.
Después, descuartizaba en pedazos pequeños,
desde el Presidente de Gobierno y su mujer,
hasta el camarero del mesón de la esquina
y de los hombres decía, llena de amor por ellos:
Los hombres siguen siendo, hoy día,
tan machistas como el siglo anterior
y, ahora, además, el siglo XX, los hizo,
a casi todos, un poco maricones.

Y miraba con firmeza a quien estuviera a su lado
y le decía:
No me vengas, ahora, con que Freud
lo hubiera hecho mejor que yo,
porque Freud está muerto
y me miraba con intensidad y desprecio
como si yo fuera el amante de la muerte.

Detente, le dije un día, detente
o te daré una patada en el coño
que te dejaré seca, ahí, para siempre.

¿A mí, me vas a pegar, a mí?
A mí, marica, no me pegó ningún hombre.

Se nota, dije casi sin decir,
y me senté en el borde de la cama
y me quedé quieto pensando la frase,
maravillosa y siniestra,
que me permitiera pegarle.

Y ella, al grito de muerte al traidor,
como si lo que pasaba fueran los celos,
se abalanzó con rabia y fuerza
contra las ideas que nos permitían vivir
y dijo, con todo el odio acumulado en 100 años:
A mí, no serás tú el que me haga una mujer,
yo necesito un macho que tú nunca serás
y me pegó dos cachetadas como si yo fuera,
exactamente, un niño y, ahí,
fue cuando se hizo la frase:
Ningún hombre te ha pegado nunca
pero yo soy un marica, y, ahí mismo,
le acomodé un derechazo en la mandíbula
y le partí la cara en dos pedazos desiguales
y luego con la izquierda le rompí el hígado.
Cuando la vi cayendo y no podía
alcanzarla con mis puños, le di
cuatro o cinco patadas en el culo
y luego le pisé la cabeza.

Al otro día, los dos en el hospital,
yo con un ataque de depresión,
seguramente, por la culpa inconsciente
por haberle pegado y, después,
en el suelo, cuando ella estaba toda rota
hicimos el amor al estilo clásico.
Y ella, toda vendada y entablillada,
por un agujerito que le quedaba sano
al costado de la boca enrojecida
pudo decirme: Hoy te amo,
ayer estuve con un macho verdadero.
Yo me sonrojé frente a la enfermera
y, como no deseaba pasar
el resto de mi vida en la cárcel,
esa misma mañana comencé
un tratamiento psicoanalítico.

21, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Cuando estábamos con gente, ella
hacía de cuenta que nos llevábamos bien.

Cuando otra mujer hablaba de mí,
ella, condescendiente, aprobaba y sonreía.
Cuando un hombre me besaba en la boca, ella
se acercaba con picardía a sus amigas y les
decía, “Vieron es un hombre completo, un
verdadero artista moderno”
y las amigas reían a carcajadas y yo comenzaba
a sentir que ella y sus amigas me estaban
condimentando para comerme.

No es que me diera miedo, exactamente, pero
sus risas siempre me inquietaban porque me
habían contado cuando pequeño que las mujeres
lloran, se quejan, reivindican todo el tiempo o casi
todo el tiempo,
pero cuando una mujer comienza a reír
es porque el amor rompió en su crecimiento la
celda oscura de su corazón
y llegó, encendido,
al centro de su cuerpo.
Es por eso que cuando ríen y ríen
las veo haciendo de mi cuerpo una caricia y
siento, sin comprender los alcances,
que miles de bocas, miles de manos femeninas,
atraviesan todos mis verbos al unísono
y ahí, es cuando caigo, sí señores, caigo, golpeado
por el dolor de lo que nunca seré: Una mujer riendo
junto a otras mujeres, planeando divertirse con el
cuerpo del hombre.

Como si de algo se diera cuenta
dejó de reír con sus amigas y me preguntó:
¿Te pasa algo, querido, te sientes bien? Nada
me pasa, amor, le dije con ternura,
y mi sentir, aunque no lo creas, es todo tuyo mas,
en verdad, estaba preguntándome,
si el movimiento de vuestras tetas al hablar tiene
que ver con alguna frase, alguna palabra o el
movimiento de vuestras tetas
es, simplemente, mientras se habla,
una recomendación de no olvidar el cuerpo. Tú
siempre queriendo sacar enseñanzas de la nada,
dijo coqueta,
mientras se abrazaba a sus amigas y,
entre todas, reían.

37, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

He fabricado días donde el sol
no conocía su función de amor.
Incendiaba los bosques,
secaba la piel hasta romperla,
derretía los hielos eternos,
descomponía el alba.

Creyendo entender lo que decía
intenté, esta vez, responderle.
Para triunfar en eso que hacíamos
se necesitaban, al menos, treinta años
pero nosotros dos, que éramos geniales,
queríamos producirlo cada vez
que hacíamos el amor o sonreíamos.
Y cuando gozábamos de manera especial
creíamos que a la mañana siguiente debía
estar todo hecho y a las mil maravillas,
creíamos que mientras nosotros gozábamos
como cerdos o como animales enloquecidos
o como estrellas perdidas para siempre,
miles de personas hacían nuestro trabajo.

Al otro día, al levantarnos a la mañana
y encontrarnos sin nada, sólo el goce perdido,
sólo esa música de ayer que se comió la noche,
pensábamos que el mundo no nos escuchaba,
que nuestros increíbles esfuerzos cotidianos
por hacer las cosas bien, eran inútiles.
Cuando nos quedábamos a solas,
sin saber por qué y sin motivos,
también, éramos injustos.

Cuando ella decía “me duele aquí”
la causa siempre era psíquica y banal.
Cuando yo decía “me duele aquí”
la causa siempre era mortal y quirúrgica.

Yo siempre la observo con mucha atención,
ella, a veces se cree y otras, se maldice.
Entenderla, y parece mentira, siempre,
es más complejo que poseerla.
Hay varios caminos para poseerla
pero casi ninguno para entenderla.

Cuando quiero entenderla
por el lado del corazón
ella se define por las tripas.
Cuando busco afanosamente
por el camino de su sexo
ella se define poeta o equilibrista
o líder internacional del movimiento
“LA MUJER, QUERIDO, ES MÁS QUE UN COÑO”.
A veces consigo tranquilizarla
pero siempre es a causa de un poema.
Después se hace la distraída
y me habla de follar a la deriva.
Sin nombre y sin dirección, le digo por decir,
y ella arremete lúcida, encantadora:
Sin esa estúpida mirándonos,
sin aquel otro que quiere que me vaya bien,
sin mi madre muriéndose en la página
cada vez que te beso o me acaricias,
libre de ti, ¿comprendes?
libre de nuestros cuerpos.

Sórdido sonido de la noche, murmuré, llevas
razón amada, vendrán otros amores, vendrán
otros amores a generar la nada, pero tu piel,
amada, no se detendrá jamás.

28, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Yo grité, “El oro está aquí, yo tengo el oro”
y todos miraron mis manos hasta arrancármelas
y revisaron mis bolsillos hasta rasgar mi piel.
Y nadie miró mi corazón
y nadie se deslizó por mis palabras
sólo la muerte, la locura, la mujer
se abalanzaron sobre mí y ella me dijo:
Arráncame los ojos, y yo le regalé todo mi amor.

Blandiendo el estallido genial de la memoria,
recuerdo haber nacido, le dije con entusiasmo,
recuerdo, perfectamente, los primeros pasos,
después llegué hasta aquí, cumbre o vacío,
rodeado, inmerso en el lenguaje,
ese mar espectacular y bravío y yo,
como dice el poema,
una pequeña balsa enamorada.

Me gusta cuando hablo, me dijo ella,
entrar en escena después de mis palabras.
Una rama madura que me permita,
ver a través de su textura los pequeños
rayos de sol, ofreciéndose,
como comida y consuelo al árbol amigo.
Una rama madura envuelta
en el torbellino de tus ojos, alerta siempre,
desesperada siempre, esperando la plenitud
para decirnos las palabras de amor.
Rama madura de la poesía por doquier,
como una lluvia de camelias encendidas,
suave lecho nupcial,
para los enamorados de la canción
que, en este caso, me dijo
sonriendo hasta con los ojos,
somos tú y yo.

35, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Es un momento de creación infinita,
me dijo, estoy a punto de morirme.

Mientras gozaba poco o más o menos
la vida con ella era un idilio de sueños,
teníamos grandes peleas, sobre todo,
el día después
de haber gozado con exageración.

Cuando a la noche ¡qué polvo! ¡Santo Dios!
a la mañana siguiente, propiamente, el calvario.

Al principio, siempre quería matarla
hasta que un día pude comprender que
era su goce el que la mataba. Cada
vez que me causaba daño
yo, en venganza, la hacía gozar.

El goce me sobresalta, no puedo evitarlo,
primero sufro porque siento que me voy a morir,
después, cuando me encuentro relajada y tranquila,
toda viva, sufro porque algún humano me salvó.
El odio más profundo lo siento
cuando me doy cuenta que se lo debo todo,
un día, él me dijo:
vagina funcionará, y vagina funcionó.
Después, en la mitad de un polvo,
me dijo con ternura: la mujer debe poder
decir todas sus cosas, escribirlas,
hacer de sus cosas la historia de la mujer,
de nuestro tiempo, de nuestro mundo.
Después, me enseñó a amar el trabajo
y ayer a la noche me dijo: ya eres libre.
Ya sabes escribir, amar y trabajar
y eso es lo que necesita una mujer
para poder producir su propia libertad.

Escribir para que sea posible la vida.
Amar para poder construir el mundo
en el cual habremos de vivir, pensar
y trabajar para que símbolo y carne
no puedan confundirse nunca más.

Me encanta, dijo ella con sorna, la vida
que me propones antes de abandonarme.
Y no te has preguntado que, a lo mejor,
prefiero escribir la historia de nuestro amor
que fue lejano e imposible
y con el amor seguir insistiendo
aunque nada se pueda del todo o bien,
y trabajar sólo para poder comprarte.

A mí, para decir verdad, le dije,
no me importan mucho los motivos
ni quien habrá de beneficiarse
con lo que puedas producir.
Sólo quiero que experimentes
esa virtud del hombre
de poder, con sus manos,
modificar el mundo.

En cuanto a la poesía y al amor,
si fueras capaz de entender
la fuerza del trabajo,
te daría plena libertad.
Puedes escribir mejor que yo, si lo deseas,
y puedes amarme todo lo que quieras.
Y si no te alcanza tanta libertad
puedes escribir peor que yo
y puedes amar otros amores
o condenarte a vivir con los ahorcados
o encerrarte en tu habitación,
limpiando los collares y los aritos de oro
y planchando la blusita azul y blanca
que usaba tu madre antes de morir.
También puedes, si quieres,
romper todos mis besos,
quemar todas las cartas,
hacer añicos los bordados del tiempo
y comenzar, sola, desde el comienzo,
todo de nuevo.

46, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

En el poema de ayer te pasaste
¿viste cómo gozaba la putita con tu voz?
en lugar de escucharte, se la pasó distraída,
durante todo el poema, acariciándose,
cuando tan bien le haría escuchar tus palabras.

Bueno, le dije, tratando de calmarla,
a lo mejor me escuchaba y, al mismo tiempo,
se acariciaba,
tratando de unir el cuerpo a la melodía.

Claro, como si eso fuera una cosa fácil
¿o le atribuyes poderes que no tiene
porque ella es una de tus creaciones?

Es cierto que yo atribuyo a todo el mundo
un escalón más alto o más grande o superior,
mas quiero que se me entienda,
seguiré escribiendo este poema inmenso
pero alguien tiene que saber
que antes de escribir estos versos
yo, a ella, no la conocía.

El hombre, algo de razón tiene,
dijo ella riéndose, tal vez, de sí misma,
¿quién puede conocer
a quien se muestra para no ser vista,
a quien compra pan cuando lo que tiene es sed.
A ver, ¿quién puede conocer
a quien siendo la inventora del amor
el siglo XX la condenó por no saber amar?
Y, molestándose al hablar con los movimientos
de su cuerpo desnudándose repitió, en voz baja.
El hombre algo de razón tiene…

Tampoco es para tanto, le dije
mientras lentamente aflojaba el nudo
de mi corbata monocolor casi de seda,
no dije, exactamente, que no te conocía a ti,
dije, amor mío, que no conocía a la mujer
y, tampoco, es para tanto,
tú te muestras, no tanto, para no ser vista
sino para que no me vean a mí.
Y no eres, exageradamente, buena
cuando compras el pan y sólo tienes sed,
porque sabes que yo me ocupo del agua
y no veo cómo te condenó el siglo XX,
más bien, el siglo XX te hizo la pelota
te habló de independencia, de amor en libertad
te dijo que habría un dinero con tu nombre
y que, si te capacitabas según su criterio,
te dejaría gobernar junto a los hombres.
Tienes que saberlo, si eres una mujer
el siglo XX, querida, te mintió.

9, un poema de Miguel Oscar Menassa del libro La mujer y yo

Un día le confesé que estaba triste
que un dolor proveniente del alma
me dolía, punzante, en el costado.
Ella me miró con incredulidad
no podía entender que a mí, también,
me pasaran esas cosas y además,
el dolor se detuvo para escucharla
cuando con algo de rabia dijo:
Justo ahora se te ocurre enfermarte,
con las cuentas impagas,
la casa hipotecada
y yo querido, aún, insatisfecha.
Yo, tomándome el corazón con ambas manos
para que no saliera corriendo de mi pecho,
le dije suspirando ¿insatisfecha de qué?
y ella, rápidamente dijo: Dinero y sexo,
eso está bien al lado tuyo,
pero yo quiero luchar por mi libertad

quiero forjar un mundo sin sexo y sin dinero
¿entiendes, querido?
sexo y dinero tiene todo el mundo
pero ya nadie tiene libertad,
así que, sin medir las consecuencias,
desde hoy mismo me declaro en libertad.
Aquí, en mi casa,
delante de mis seres queridos
rompo las cadenas que, hasta hoy,
me ataban al mundo
y tomo los caminos del poema.
Yo estaba emocionado pero confuso,
la declaración de su libertad
era algo que yo estaba pensando
pero hablarme de esa manera
justo en el centro del dolor,
no me gustó su modo de liberarse
y al pensar en otras mujeres
no tuve más dolor y me di cuenta
que era capaz de sufrir del corazón,
con la intención de esclavizarla.
Su libertad me había devuelto el corazón.

POEMA DE MIGUEL OSCAR MENASSA DEL LIBRO LLANTOS DEL EXILIO

LLANTO DEL POETA, un poema de Miguel Oscar Menassa

A mí mismo

Se solía decir:
este siglo no será posible
sin embargo,
rompiendo las barreras de la historia
y porque ella lo ha deseado para mí,
aquí me tenéis, yo soy un hombre.
Un hombre masculino, atravesado,
por el sonido de su voz abierta.
Mujer, mujer del pan y las caricias,
de las revoluciones y el trabajo duro.
Una mujer construye la tierra donde vivo,
el mar, la plena, rotunda libertad del mar.
Ella construye para mí, el vuelo de los pájaros,
palabras y mujeres, permanentemente,
pero no por mi gracia, belleza inteligente,
una mujer, la Poesía,
sostiene con su deseo inagotable,
infinitas mujeres y entre todas al viento,
hacen de mí esta sustancia incandescente.
Un fuego que viene de la letra y va a la letra,
un fuego, una pulsión
y ella abre sus nalgas, abre sus nalgas y sonríe
y un tiempo se detiene en las pupilas del amor
y violentas canciones de cuna nos dejan sin aliento
y el hombre vive y muere y ya no sabe qué decir
y la mujer toca un violín, silencio, interminable,
y se deja caer entre nosotros, tal vez, benéfica,
tal vez, desesperada de tanta soledad,
lo cierto, es que se deja caer entre nosotros
y tiñe con sus movimientos, afines al poema,
toda vida oculta, toda tristeza, la soledad,
con la misma luz de los grandes milagros
para que todo brille con la ilusión del amor,
manantial para el sediento y el incrédulo,
ella es la fe.
Mujer, mujer, escándalo que se apodera de mi ser,
de todas mis palabras, de mis versos más altos
y en esa cumbre del saber humano,
cada palabra, todo poema sangra con tu presencia.
Hay hombres,
hay hombres en el mundo moderno,
hay hombres,
hasta yo mismo vivo en el mundo moderno,
pero la mujer tiene, secretamente,
guardada una energía,
inexistente para el hombre,
por eso busco en ella,

poeta incorregible –
lo perdido, lo nunca hallado,
lo imperfecto que nos hace sublimes.
Por eso busco en ella
y ella que lo sabe hace más de tres siglos,
no deja de producir pájaros en todas direcciones,
mujeres y palabras, algunas para mí, el resto,
para el mundo, si existiera.
Una mujer,
Yo soy la noche, me decía,
y la noche es una capa de visón caliente
para la soledad del poeta.
La noche y el poeta juntos,
única manera de atravesar la nada del invierno
y se apretaba a mí con ternura y, yo,
al borde de las lágrimas,
para verla contenta,
haciendo con su deseo el universo,
me oscurecía.
Una ella me ama y me consuela,
quiere aprender de mí lo que ella me enseñó.
Otra me muestra todo el día lo estúpido que soy,
buscando todo el tiempo por todos lados una vida,
cuando en ella late con frenesí una vida imposible,
desde mucho antes de encontramos, de conocernos.
Antes de irse habló de la mujer:
construyendo su vida y su alegría
una mujer teje ese sueño, ese destino.
Y yo que soy un hombre,
de verdad, masculino,
porque ella así lo desea con fervor,
me levanto a la mañana y se lo digo:
Allá voy, señora,
tras el latido frenético,
múltiple de tus deseos.
Aunque no te des cuenta,
aunque nadie lo crea,
estás en mí, iluminada,
estás en mí.
Y cuando hacemos el amor, ella recuerda:
Qué mal te comportaste con esa coma,
en el cuaderno del domingo, o bien,
los verbos singulares atrapados,
en una adjetivación inconsecuente.
Yo la dejaba recordar, tranquilamente,
y aprendía todo lo que podía,
pero no tocaba nada,
dejaba cada cosa en su lugar.
Esa promesa era el fundamento, sencillo,
de nuestro gran amor:
ella me lo daría todo, todo,
pero yo, no tocaría nada.
Yo soy un hombre masculino
y vivo atravesado por ella en mil pedazos,
todo lo que ella quiere encontrar en mí,
lo coloca ella misma, delicadamente, en silencio
y, después, ama con frenesí todas sus virtudes
y yo me dejo llevar por el haz de luz de sus deseos
y no dejo de amar lo que ella construye sin saber,
y no dejo de enloquecerme con tantos pájaros volando,
y no dejo de morir a cada instante entre las letras
y toco, yo también, embelesado, ese violín sangrante,
su boca enamorada, su locura de alas, su pantera,
ese violín sangrante, aullido quieto, desgarrado,
toco su voz marina, su libertad espléndida, su mar,
sus ojos de gaviota desesperada y escribo este poema.

Ver programa de televisión sobre el poeta Miguel Oscar Menassa.

2222

PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)

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