ALEJANDRA PIZARNIK
Biografía
Consta en el registro que su natalicio fue el 29 de abril de 1936. Su raigambre es ruso-judía, y ésa es la identidad que defienden sus padres, llegados a la Argentina tras haber permanecido algún tiempo en París, donde vive un hermano del cabeza de familia, Elías Pozharnik, su padre. La variante en la ortografía del apellido, es «uno de los muy corrientes errores de registro de los funcionarios de inmigración. El padre tenía veintisiete años, y no hablaba una palabra de castellano, lo que era el caso asimismo de su esposa, un año menor, Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa.
Con los Pizarnik instalados en la capital argentina, al árbol genealógico se agregan dos niñas: Myriam y Flora, que más tarde será llamada Alejandra. El clan ocupa una espaciosa vivienda en Avellaneda, mantenida gracias al negocio de venta de joyería al que se dedica Elías. El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso providencial, pues el resto de los Pozharnik y Bromiker, con excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en el Holocausto.
La experiencia infantil de Alejandra es bastante liberal, de acuerdo con el criterio de su progenitor. En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo académico. A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir una vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajarlía.
Ya por estas fechas, «la fascinación de la infancia perdida —escribe Enrique Molina— se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra, igualmente plenas de vértigo».
Ahora sabemos qué la condujo al taller del pintor surrealista Batlle Planas. Por algo los cuadros de Batlle reproducen escenas espectrales, «con algo de Tanguy y algo de Arp o Miró. El interés de la poeta en este tipo de pintura deriva evidentemente de su figuración metafórica; sólo admitió una desviación hacia la pintura llamada naïf, que fue una escuela floreciente en la Argentina en ese entonces»
Con todo, más allá de estas sutilezas, Alejandra juega a convertirse en reportera, y llega a asistir al Festival de Cine de Mar del Plata de 1955. Pero la experiencia periodística queda apartada en beneficio de otras inquietudes.
Como expresión de esa fragilidad a la que se hace muchas veces alusión, el asma es irrefutable. En vista de semejante aprisionamiento somático, don Elías cuida a su hija: costea su primer libro, La última inocencia (1956), e incluso llega a abonar los honorarios del psicoanalista que intentará poner en orden el desván sentimental de Alejandra.
De hecho, ni la pintura ni la poesía bastan como terapia, y ella experimenta el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También cura el dolor con analgésicos y frecuenta los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.
Con todos los rasgos de la bohemia juvenil podría hacerse una suerte de patrón de conducta, relativamente fiel a la personalidad de Pizarnik, salvo en un detalle nada desdeñable, y es que ella «tuvo una invencible aversión a la política, que justificaba con el hecho de que su familia en Europa hubiera sido sucesivamente aniquilada por el fascismo y el estalinismo. Para ella, la literatura tenía un único compromiso y era con la calidad»
Así, pues, la vida literaria es una empresa que ella acomete con máximo interés. Entre los primeros tejados bajo los que se guarece, figura la revista Poesía Buenos Aires (1950-1960), foco del grupo de los llamados invencionistas, paralelo a otro, el surrealista, cuyas inquietudes también son las propias de la joven poetisa. Curiosamente, la autora de Las aventuras perdidas (1958) frecuenta la consulta del psicoanálisis.
Dentro del panorama surrealista, hay dos poetas que coinciden con Alejandra: Enrique Molina y Olga Orozco. Con esta última, por cierto, «tendría una relación amistosa que excedió la literatura»
Casi en paralelo, la joven accede en 1955 a las creaciones de Antonio Porchia, un poeta fundamental en la creación del estilo y el procedimiento de Pizarnik. No fue la única que sacó enseñanzas de su obra: el otro fue Roberto Juarroz y es instructivo hacer un paralelo entre ambos discípulos».
Al reseñar la correspondencia que mantuvo nuestra poeta con el escritor y pintor manchego Antonio Beneyto, Blas Matamoro intuye que, para ella, «los poemas son aproximaciones a la Poesía. No son obras ni textos, sino intentos, borradores, ensayos». Con todo, a través de ese tanteo cabe establecer un inventario de cualidades personales: «ser hija y habitante de la noche, esa madre antigua y regia; buscar con afán la recuperación de los olvidos infantiles; cultivar sin confusión el laberinto de una compleja identidad, centrada en deseos nítidos; existir en una soledad sin fondo y sin horror; practicar una estética de la locura (Artaud, Lautréamont) como defensa contra la locura.
En esa lucha contra la entropía, Alejandra Pizarnik ensaya diversas estrategias. Una de ellas es el destierro, puesto en práctica en París desde 1960 hasta a 1964, donde trabajó para la revista “Cuadernos” y algunas editoriales francesas, publicó poemas y críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, e Yves Bonnefoy, y estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona.
Luego de su retorno a Buenos Aires, Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes, “Los trabajos y las noches”, “Extracción de la piedra de locura” y “El infierno musical”, así como su trabajo en prosa “La condesa sangrienta”.
En 1969 recibió una beca Guggenheim, y en 1971 una Fullbright
«En el fondo —escribe el 25 de julio de 1965— yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda que no puedo «hincar el diente» en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos»
Otra empresa posible es el silencio, que se presenta de dos maneras en su obra. «La primera —temible y peligrosa para la palabra poética, aún en antítesis con ella— corresponde a la incapacidad de enunciación. La otra —atracción y fuerza de la palabra poética— simboliza un mundo auténtico, intacto y perdido, y confina con la poesía misma, además de ser el componente necesario de la resonancia propia del lenguaje lírico»
Pese a figurar como detalle anecdótico, sorprende que, aun definiéndose en esa totalidad de la muerte, Pizarnik cultivara a ratos y con buen estilo el donaire social. Una vez más, el lenguaje era su instrumento privilegiado. Por ello, Ivonne Bordelois, censura a los autores de semblanzas porque no hablan nunca de «la extraordinaria voz de Alejandra y de su aún más extraordinaria dicción. Alejandra hablaba literariamente desde el otro lado del lenguaje, y en cada lenguaje, incluyendo el español y sobre todo en español, se la escuchaba mal, en una suerte de esquizofrenia alucinante»
Cuando el 30 de abril de 1966 retoma las páginas de su diario, se observa recién llegada a los treinta años, sin saber aún nada de la existencia. «Lo infantil —escribe— tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda. Renunciar a encontrar una madre, la idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser una mujer de 30 años… Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad»
Mediante el simbolismo desmesurado de Extracción de la piedra de locura (1968), la sola cita del dolor y la impotencia configura el tablero poético, pero no ya por medios convencionales, sino a través de una constatación —rica en consecuencias— de la falta de fe en su propia imaginación creadora. «Si no fuera así —escribe el 24 de mayo de 1966— no leería para aprender sino para gozar. ¿Aprender qué?: Formas. No, no es el deseo de frecuentar modos de expresión. Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos. Creo que se trata de un problema de distribución de energías. Pero lo esencial es la falta de confianza en mis medios innatos, en mis recursos internos o espirituales o imaginarios».
Desde luego, sólo en este clima de bloqueo y melancolía es posible estudiar de forma pormenorizada títulos como Nombres y figuras (1969), La condesa sangrienta (1971) y El infierno musical (1971). En cierto modo, podemos insinuar un propósito testamentario, aunque ese fin también es propio de creadores que no conciben el suicidio entre sus planes.
Como es obvio, resultan graves las consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra. A vueltas con esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano cree que «la obra de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y nunca una real». Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación literaria, pues dicha obra «sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las intenciones específicas de Pizarnik como persona».
El 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica donde estaba internada, Pizarnik murió. Al año de su muerte se edita su obra completa realizada por la poeta y traductora Ana Becciú, la obra recoge un gran número de poemas inéditos, escritos en la última etapa de su vida (entre 1962 y 1972) y conservados en su archivo, que custodia la Biblioteca de la Universidad de Princeton.
«Este volumen no es definitivo -advierte la antóloga en una nota final-, en un sentido académico; es sólo una compilación, hecha, eso sí, con lealtad a Alejandra Pizarnik, y devoción a su obra, única e irrepetible». Todas las carpetas y cuadernos, además de los papeles con anotaciones o poemas, fueron conservados casi en el mismo orden en que los dejó su autora y ese orden es el que Becciú ha tratado «escrupulosamente» de respetar. Afortunadamente, el archivo de Alejandra Pizarnik, compuesto por diarios, manuscritos, correspondencia, pinturas y otros papeles, es uno de los más consultados por investigadores y académicos de todo el mundo. Según relata el responsable de manuscritos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, fue Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, gran amigo de la poeta (Alejandra decía que la Maga de «Rayuela» era ella), quien le entregó, personalmente, los papeles que conservaba en su apartamento de París y le puso en contacto con la familia de Pizarnik hace más de quince años.
POEMAS
EN ESTA NOCHE, EN ESTE MUNDO
A Martha Isabel Moia
en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
mi persona está herida
mi primera persona del singular
escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad
escribo como estoy diciendo
la sinceridad absoluta continuaría siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción
y el perro de maldoror
en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema
hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo
EL DESEO DE LA PALABRA
La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido.
Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el interior de las paredes. No vayas a creer que están vivos. No vayas a creer que no están vivos. En cualquier momento la fisura en la pared y el súbito desbandarse de las niñas que fui.
Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan las imágenes de papel? Solamente hablan las doradas y de esas no hay ninguna por aquí.
Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba: Si no vino es porque no vino. Pregunto. ¿A quién? Dice que pregunta, quiere saber a quién pregunta. Tu ya no hablas con nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el lenguaje de los agonizantes.
He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.
En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.
LA ENAMORADA
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
NOCHE
Quoi, toujours? Entre moi sans cesse et
le bonheur!
G. de Nerval
Tal vez esta noche no es noche,
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa…
¡Qué sé yo! ¡Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos,
decir «buenas noches» a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia, tropezaría
con piedras al azar, como se hace.
Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mis venas,
¡Quiero salir! Cancerbero del alma:
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Aún quedan ensueños rezagados.
¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces!
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.
¡Tanta vida Señor!
¿Para qué tanta vida?
PIEDRA FUNDAMENTAL
No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del templo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude,
signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenean,
y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existiría un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.
(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto…)
Y era un estremecimientos suave trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creía que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el baco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.
CUARTO SOLO
Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.
EL DESPERTAR
a León Ostrov
Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aulla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
el aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada
(…)
Señor
Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
LUCÍA SERRANO
Lucía Serrano nace el 13 de julio de 1948 en Buenos Aires Argentina. Poeta y psicoanalista, miembro de la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
1976 Licenciada en Psicología .
1993-2003 Directora de “Encore” (Centro de Atención, capacitación e Investigación Psicoanalítica) Buenos Aires.
1998-2008 Dirige y coordina el ciclo poético-musical “Las 2001 noches” Buenos Aires.
1999 Premiada por la Sociedad Argentina de Escritores Buenos Aires en su libro “Como la misma pasión”.
2000 – Fue premiada en Buenos Aires por la Editorial Nubla para formar parte de la “Antología Literaria 2000”.
Publicó en diferentes revistas nacionales e internacionales, Poesía y Psicoanálisis, trabajos sobre la práctica clínica.
Coordina talleres de escritura, actualmente el Grupo Tigre.
Integrante de la Escuela de Poesía Grupo Cero, en el taller coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa.
Ha publicado:
1995 Blues para la corona.
1997 Mística del caos.
2000 La ineptitud de los vampiros.
2000 Sueños de la prisión (Primer Premio de Poesía (ex aequo) de la Asociación Pablo Menassa de Lucía en su 3º convocatoria – Año 2002.
2003 Caramelo es su sexto libro de poemas publicado.
POEMAS
Me declaro tu amante
Centellea la esencia de tu marca,
en el vuelo del ave en las mañanas.
Piedra preciosa con la que investigo mi destino.
Tranquilo tiempo, joya poética,
amante de todo lo que crece.
Yo, seré tu risa,
expectativas de un corazón que ya no pacta.
Mundo fatigado, que eligió el verso al olor de la rosa.
Ave marcando en su vuelo, tu ruta,
secreto placer que comparto contigo entre distancias.
Elevada forma en las riberas,
lengua de un jardín sin límites,
casi una selva.
Una eternidad sin comienzos.
Un amor natural.
Cuando volvía aquella mañana,
encendí todo tu rostro en el encuentro,
Fui marca obligada de una transmisión.
Unión soberana, brillo intergaláctico.
Mundos mirando esa mirada.
De Blues para la corona
TRANSMISIÓN
Fue en el borde exacto del abismo,
no en las orillas de un río manso.
Fue entre conversaciones olvidadas,
no en el sentido de las palabras.
Fueron signos navegando sus dominios,
los que me concedieron una naturaleza deseante.
Amé, la cárcel de ese misterio.
Tanta libertad, encadenaba la vida de un ser solitario.
A veces, quedábamos a solas, tú y yo entre montañas,
amaneceres y océanos abiertos.
Siempre me enamorabas, me enamorabas, me enamorabas.
Inclinación natural a las transparencias.
Una mujer extraña, ángel o demonio,
a punto de ser castigada permanentemente.
No pacta con los hombres en contra de los hombres.
Le fue prohibido.
Difícil arte, transmitir las veladuras.
De Blues para la corona
Contra viento y marea
Inventé nuevos mundos donde no era necesario tener alma y el corazón se alojaba en la cabeza.
¡Cantad pequeño hombre!
Háblale al silencio, hasta que alguna vez tu voz, no mate lo que vuela.
Era un poeta el que sostuvo la indagación.
Dinamismo esencial para los grandes hombres deseosos de las grandes alturas terrenas.
No nos coronarán por ser huérfanos.
Hablan de nosotros hasta los planetas.
¡Que nadie más me cuente historias, donde no son felices los poetas!
El frío nocturno arrastra al caer la ciega oscuridad.
Sin suficiente abrigo, todos los instintos dudaron de alcanzar aventuras propuestas.
La sombra que me seguía era una presencia pálida.
Antes de destruir todos los cementerios que amenazan mis ansias, me haré aprendiz de fantasma.
Estático silencio adormecido en gargantas vírgenes.
Contra viento y marea, distorsionaré el rumbo de los rostros bárbaros que aún nos guían.
Las caídas marcan a un cuerpo tocado por la magia.
No acepté ser un condenado más.
Miserable satisfecho, eludió las pequeñas condenas que hubiese merecido.
Buscaba lo perdido, mi espejo, mi espada.
Tuve por destino las apariencias, las casualidades.
Los demonios siempre se reencarnaban, volviendo a cometer delitos inapropiados para un hombre sabio.
La paranoia de ser capturado por no vivir en sus tierras, me volvía al laberinto.
Como era un salvaje, fracasó en todos los intentos de matar cuando no lo necesitaba.
Escribí a los dioses y sus pandillas la brutalidad del chiste.
Todos eran amigos o enemigos, dependía del film que estábamos filmando.
Los ladrones robaban para mí.
Los músicos componían malditas melodías para que yo escribiera cuentos, donde el malo era un hombre culto,
silencioso y lejano, al que no le apasionaban los mitos vulgares y mucho menos los tristes demonios conocidos.
Cuando descubrí que Dios no había muerto, lo busqué en el intento de que me perdonara los errores de las valentías.
Fui perdonada.
Después, todo se hizo fácil buscando sin esperanzas.
Contra viento y marea, vivía en mí un lirismo inapropiado.
Sólo amé el sonido de las grandes palabras.
Menassa: Quiero hacer un mea culpa como director de este programa, he cometido dos errores:
que Vicente era más grande que Cruz, era evidente, aunque Cruz es una gran poeta,
que Gonzalez Tuñón es más grande que Olga de Lucía fue evidente, pero a partir de allí que Enrique Molina sea más grande que Norma Menassa, a mi, no me entra, y que Pizarnik sea más grande Lucía Serrano tampoco no me entra, porque Lucía Serrano ama a Pizarnik, pero vieron como escribe contra Pizarnik, un amante de la muerte, un amante de la vida (…)
De La ineptitud de los vampiros
DESERTORES DE CUALQUIER ENCUENTRO
Pasan las horas mientras el mundo duerme.
Poesía, la voz me somete a despreciar el oro que no calme la sed de tu horizonte.
Sueño que he muerto y desconocidas palabras
visitan la niebla atada a mis ojos.
¡Oh vida abandonada por los vicios!
¡Oh vida repetida, incorregible!
¡Oh vida no vivida!
Son caras las derrotas que jamás has tenido.
Debe haber la hora del descanso,
hora del que acepta no ascender más
y detenido ríe, sin ambiciones.
Soledad que viniste a visitarme
y te alojé por curiosidad.
Ya somos dos,
desertores de cualquier encuentro.
Algunos días, preferiría desconocer tu guarida.
De Caramelo
FUE EN LA CÁRCEL
Un mundo entero debajo de este mundo vivía entre las rejas,
sin brazos que salieran al sol para aumentar la apuesta.
Todo lo que sé, lo aprendí en la cárcel,
hasta perfeccioné el francés de años juveniles.
En ese pequeño mundo no existe como verdadero,
ni siquiera el color amarillo.
Destrozan lo poco de amor que se acerca a la celda.
Comprended que aquí no has venido por ser inocente,
y vamos hombre, ya mismo declárate culpable de algo,
y si no sabes inventa.
Sí, fue en la cárcel donde aprendí a inventar.
Todo tenía que suceder sin arrepentimientos, sin cuerpo,
y entre truenos y humo, la dinamita multiplicaba
lo posible incierto que jamás ocurrió.
Lo peor que viví fue en la cárcel.
Allí no hay almas limpias, blancos corazones,
estrellas que nos alumbren los pasos por venir.
Allí en la cárcel, el horizonte te queda lejos,
y después está el gendarme, con las manos vacías,
con la cabeza hueca, con un corazón artificial,
sus propios escombros lo acompañan.
Todo es gris en la cárcel.
Sí, recuerdo, fue en la cárcel donde perdí
el sentido de multiplicar y dividir.
Harapientos mendigos,
amantes de mínimos delitos que jamás cometieron.
A ver, a ver, ¿quién fue un asesino?
¿quién un ladrón a su juicio?
¿quién un perverso nacido de un vientre animal,
sin madre que sostenga su mirada?
Dios aparece entre todos sin ser visto y arma desórdenes
extremos.
Lujurias propias del goce.
Sí, fue en la cárcel, donde imaginé un laboratorio perfecto.
Hierros oxidados rezan por tener una sensibilidad vegetal,
y entre las penas impronunciables, todos son maricas,
y a los machos, que el padre nuestro los salve, o no los salve
nadie.
Sí, fue en la cárcel, que excitación te da el encierro
que no termina nunca.
Obreros de puertos sin barcos.
Bromas y carcajadas para una lágrima desconocida.
¡Che cabrón, no puedes violarte a esa niña porque es
mi hija!
Rataplán, rataplán, rataplán, las botas caminan como los
caballos,
y lo único que existe es el mal.
¿A ver a quién puedo joder hoy, a qué ingenuidad,
a qué esperanza, a qué mañana?
Hoy me violaré a una madre.
Para eso dios me ha hecho huérfano, él tiene completo
mi legajo,
él lo ha diseñado.
Hombre infantil, crees que diseñas tu destino,
pero él arma los escenarios para placeres que tú no te
imaginas.
Sí, recuerdo, fue en la cárcel donde conocí los milagros.
Allí se hizo presente la bruma del aire que tienen
los esclavos.
Todos los cerebros son huecos y se llenan con la basura
que recogen los basureros.
En vano te lavas la cara o la cabeza.
Nadie tiene sueños, todos son inventos.
Los grandes escritores nacieron en la cárcel,
rodeados del estiércol hicieron catedrales y bárbaros
monumentos.
Vivieron muertos.
¿No te parece acaso un desafío imposible de ser cierto?
Manchas en los baños almacenan los gestos del salvado,
y desfilan los hechos jamás vistos, jamás contados.
Un diseño para esquizofrénicos.
¿Y quién no estuvo preso?
Venganzas traman las horas que pasan,
y ninguna virtud se hace presente.
Todo es distancia, no hay cita, ni desdicha.
Todo es festín sin ninguna palabra. Todo sombra.
Todo madrugada.
Algún amor clavándose en las piedras rueda y se hace agua.
Gotas para gemidos impronunciables.
Al final todos son culpables, se terminan definitivamente
los valientes.
Y todo eso, fue en la cárcel.
De Caramelo
Espero que este señor no vuelva a intervenir nunca más. Estropea em programa y no respeta ni a las mujeres que lo llevan ni al espectador. Sigo viéndolo porque me gusta mucho Pizarnik, nada más Lo siento mucho por las señoras de verdad.