CESAR VALLEJO
BIOGRAFÍA
¿CESAR VALLEJO HA MUERTO?
publicado por primera vez en la Revista “El Indio del Jarama” Nº 5 y Luego en las 2001 Noches nº14
Los años más intensos de la vida de César Vallejo, los de su poderosa creatividad y su más desalmada contingencia, hay que buscarlos entre paréntesis de hierro (dan ganas de decir: de hierro y muerte y destrucción y lágrimas) de este complejo siglo XX que agoniza: la terminación de la Primera Guerra Mundial (1918) y el comienzo de la Segunda (1939).
Había nacido en Santiago de Chuco, departamento de La Libertad, al norte del Perú, y fue bautizado en la parroquia del barrio de Cajabamba un 19 de mayo y con los nombres de César Abraham. Era el año en que se cumplía el IV Centenario del descubrimiento de América y también en el que moría el poeta estadounidense Walt Whitman.
Provenía de origen humilde y en ese modesto medio andino se desarrolló su infancia, su primera juventud inquieta con diversos ganapanes que lo reducían a una vida austera.
No sin serias dificultades económicas y con interrupciones a causa de ellas, sigue estudios universitarios de Filosofía y Letras así como de Derecho. En los intersticios de estas formaciones académicas se emplea tanto de ayudante de cajero en una hacienda azucarera o enseña materias elementales en algún centro escolar.
En Trujillo entra en contacto con un grupo de contestatarios románticos entre los que se encuentran el poeta Antenor Orrego y el que sería fundador del movimiento populista APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. Corre 1916: sus primeros poemas, líricos y láricos, se publican en periódicos de Bogotá (Colombia) y Guayaquil (Ecuador). Son veloces años de amores y lecturas, de contacto directo con gentes de la tierra, de recitar sus versos en espacios públicos, de recibir las primeras palabras de reconocimiento y elogio y también las primeras críticas ácidas y reseñas burlonas.
A esas exteriorizaciones les acompaña, sin embargo, un rosario de pérdidas: la muerte de su queridísimo hermano Miguel, la ruptura amorosa con María Rosa Sandoval, la muerte de su madre María de los Santos. Esto hunde a Vallejo en una desesperación que sólo encuentra relativo cauce en sus escritos, en sus conferencias, en la vehemencia con que establece sus amistades, sus nuevos intereses culturales y políticos, su avidez desasosegante de investigaciones literarias.
Y se abre el paréntesis: 1918. Viaja a Lima donde conoce a José Carlos Mariátegui, lúcido revolucionario marxista que impulsa una lectura de la lucha de clases adaptada a la altura y dinámica de cada pueblo. Mariátegui dirige la revista Nuestra Época donde Vallejo colabora. En su célebre libro «Siete ensayos…», relevando el panorama de la escritura del Perú, Mariátegui señala la potencial capacidad poética de Vallejo. A su vez, nuestro poeta entrevista a varios intelectuales de su país y queda profundamente impresionado por el trato que recibe de Manuel González Prada, escritor orgánico anarquista. González Prada le transfiere no sólo un intenso afecto casi paternal sino que le empapa de su combatividad infatigable, su cualidad humanística de abrir brechas en la intolerancia y, lo quizá esencial para la inmediata obra de Vallejo, su repudio activo contra todo avasallamiento y todo despotismo colonial.
Firmado inicialmente con el nombre de César Perú, que luego modifica por el suyo propio, entrega los originales de «Los heraldos negros» a imprenta: «Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!» El libro aparecerá a mediados del año siguiente (por las naturales vicisitudes de todo libro autogestionado por su autor) pero con pie de imprenta de 1918. En el mundo, el pavoroso clima de guerra desatado en 1914 parecía amainar. Nuevos sueños humanos de paz duradera y existencias productivas titilaban en los horizontes.
Le daban duro con un palo y duro también con una soga
Pero el mundo y las relaciones entre los hombres no iban a cambiar como por arte de magia. Había que concretar el sueño antiguo de la humanidad. Pensamiento y acto serian indiscernibles.
La cultura de la agonía se ponía en tela de juicio. Ya no más dolor gratuito, penosa postergación, destino inmodificable. Ética y estética serían una sola y misma cosa. La vida sería bella porque el hombre la haría con sus manos.
Algunos interpretan los sucesos por los que Vallejo fue a parar a la cárcel de Trujillo y donde estuvo preso 112 días (entre los años 1920/1921) como la consecuencia de la represión policial a una algarada estudiantil. Para Vallejo, ese encarcelamiento resulta una situación disparadora que le moviliza profundamente. ¿Cuánto debe el «hermetismo» de «Trilce», su poemario gestado en su totalidad entonces y publicado en 1922, a esta situación depravante y persecutoria? ¿La radicalidad experimentadora de esa poesía y su ímpetu hacia la ruptura de una lógica de las estructuras literarias vigentes, del académico poder seductor y sojuzgador de una lengua consagrada, cuánto no tendrán que ver con el resultado subversivo del poemario? Un poeta no sufre sólo como un hombre. Sufre como si fuera un conjunto innumerable de hombres. «Trilce» podría ser efecto de esta perceptividad exquisita de Vallejo aherrojado antes que un objeto lingüístico puesto a destrozar exóticamente la formalidad vigente.
Cuando corren rumores, después de su salida de la cárcel bajo libertad condicional, de que su juicio sería reabierto, Vallejo embarca hacia Europa. No regresaría jamás a su Perú natal.
El mundo está convulsionado. Hitler es un embrión amenazante sobre las ruinas de una Alemania devastada e inflacionaria. Marchan los fascistas sobre Roma. Stalin es Secretario General del PC soviético. Comienzan las purgas. Los artistas, como hombres que son, rechazan el viejo orden estético: Dadá rompe todo lo que encuentra como engañoso a su paso y los futuristas celebran con loas la implacable evolución industrial de la posguerra. Hay un sujeto desconocido más allá de la razón fracasada, de la lógica científica, del diseño de estado y la ilusión creada. Esa es la Europa crispada a la que arriba César Vallejo.
Entre Francia y España pasará sus agitados años de poeta pobrísimo. Entre París y Madrid, esencialmente. Presencia el surgir de la generación poética del 27 bajo la dictadura de Primo de Rivera. Vive con emoción el nacimiento de la República Española en 1931. Milita, activa, escribe y polemiza en la dramática tensión que crece como amenaza polarizante. Se identifica con el hombre del pueblo, con los sin-nada, con los don-nadie. Elige al antihéroe clasista contra el superhombre racial teutónico o romano. Y en un lenguaje inaugural que pone en movimiento desconocidas fuerzas del idioma, César Vallejo desde su posición intrascendente y casi desconocida (sólo Juan Larrea, José Bergamin y Gerardo Diego auscultaron con respetuosa admiración su grandeza poética en España) da testimonio de un hombre desnaturalizado por la marginación, silenciado por la censura sistemática, postergado y mal interpretado en su sueño humano.
El resto que viene nos obliga a tender un fresco manto de comprensión sobre tanta sensibilidad apaleada y ensogada: míseras colaboraciones periodísticas, pensiones parisinas cada vez más modestas en compañía de su mujer Georgette, viajes reveladores como cronista sin salario a la URSS, hospitales y salud precaria y hambre de comida real. Escribe en defensa de la causa republicana española mientras vaticina el inevitable fratricidio de la Guerra Civil. Y como a España, también a él se le abren antiguas llagas, fiebres y temblores. Agotado, extremadamente consumido por una vida feroz, muere el 15 de abril de 1938 en París. Sus «Poemas humanos» que compilan sus textos de esta última etapa aparecen como homenaje póstumo en julio de 1939. Se cerró así el otro paréntesis de hierro que aherrojó su vida. En medio queda la desesperante vitalidad actual de un poético y emocionante y transformador.
Reseña realizada por el poeta Poni Micharvegas
1938: «CESAR VALLEJO HA MUERTO»
publicado en la revista “Las 2001 Noches” nº14
Como él mismo lo dijo, por anticipado, en un poema tan legítimamente memorable como visionario: “Piedra negra sobre una piedra blanca”, falleció en París pero sin aguacero, y no un jueves sino un viernes santo. A las 9 y 20 horas del 15 de abril de 2019 se cumplieron ochenta y uno años de su muerte. Y sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando.
Mi descubrimiento personal, hondo e íntimo, de César Vallejo (1892-1938), fue para mí un acontecimiento extraordinario. No sólo porque me ocurrió en plena adolescencia —alrededor de los quince años— sino también porque, no disponiendo en aquel entonces de ningún antecedente intelectual, literario o académico de ningún tipo, mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, sin posibilidad concreta de prevención o preconcepto alguno. Y también aislada, individual, como lo son todos los grandes descubrimientos primigenios. (¿Está de más reiterar aquí que algo muy similar me aconteció, casi contemporáneamente, con Roberto Arlt?).
Durante mucho tiempo intuí, sin haber reflexionado sobre el punto, que esa revelación conmocionante se debía a un fulmíneo contacto con la evidencia —en el sentido de Husserl: vivencia de la verdad— en que su uso de la palabra convertía a un poema. Había allí algo encarnado en lenguaje que iba más allá del lenguaje, humanísimo lenguaje humano. Y el sentimiento, bien de fondo, se contagiaba sin posibilidad alguna de retórica, latente en su palabra, viva. Que ello se diera entrañablemente vinculado con dos acontecimientos que también se me volvieron legendarios, siquiera en forma infusa, es decir, la guerra civil española, la lucha de aquellos milicianos, los voluntarios republicanos contra la agresión fascista, vivida como una personal mitología, y el hecho de que en su sangre se mezclaran —todavía de manera inconsciente para mí— lo español y lo indígena, no dejaba de incluirse oscuramente en aquel impacto original.
De tal impronta nace acaso que, todavía hoy, me resulte a veces casi doloroso releer a Vallejo. Como si ese contacto desollado, visceral con una verdad insoslayable, con una hominidad ineludible que resulta entre otras cosas su poesía, no haya dejado nunca, así sea de modo irracional, de aludirme muy personalmente. Con los años, por supuesto, otros ingredientes se fueron añadiendo, y de eso me siento obligado a hablar ahora. Junto con aquella adolescencia fueron creciendo también las búsquedas de la propia identidad. Ser argentino, y por lo tanto latinoamericano, como lo soy por nacimiento, no dejó nunca de enhebrarse con mi condición de hijo de inmigrantes, lo que me unía por mi sangre también con otros mundos. Que, como bien dijo Paul Éluard, «están en éste».
Y fue hace ya varios años, en ocasión de una amplia muestra itinerante organizada por el gobierno autonómico gallego, bajo el significativo título de Galicia en América, que otros elementos se agregaron a esta pequeña historia. Allí confirmé algo que sólo había atisbado antes como leyenda y que, como toda leyenda, no había alcanzado nunca la suficiente precisión. La madre de César Vallejo se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero («de pecho en pecho hacia la madre unánime»), y era hija del sacerdote gallego Joaquín de Mendoza y la india chimú Natividad Gurrionero. Pero no sólo eso. También su padre, Francisco de Paula Vallejo Benites («Mi padre, apenas, /en la mañana pajarina, pone / sus setentiocho años, sus setentiocho / ramos de invierno a solear»), no sólo era hijo de otro sacerdote gallego, José Rufo Vallejo, sino que su propia madre también era otra india chimú, Justa Benites.
Y aunque uno intente resistirse, no hay casi modo de evitarlo. César Vallejo nació en 1892 en una Compostela indoamericana, la peruanísima Santiago de Chuco. Y en su sangre conviven, se confunden, se unifican, por obra del amor o de la pasión que van más allá de toda inhibición, pero no de toda culpa, la morriña insoslayable del gallego trasplantado con la melancolía indeleble del indio sometido. Y los entresijos de la mitología católico-cristiana, ineludiblemente entrelazados con verdaderas, auténticas historias de amor, junto con todo lo que arrastra haber nacido de sangre indígena en el mismísimo meollo del Perú de los Incas.
¿Es posible olvidar, hablando de estos temas, la insoslayable significación que tiene el hecho de que la paradigmática Rosalía de Castro, símbolo vivo pero también históricamente la iniciadora —con la aparición de sus Cantares gallegos— del resurgimiento cultural del idioma (y con él del pueblo) de Galicia, haya sido también hija natural de un sacerdote? Ese desacomodo existencial, social, incluso cultural, con sus impensadas perspectivas, ese pecado original —a la vez seductor y repelente, pero de cualquier manera marca de los dioses— ¿puede no ser vincular, fundamental, inquietante? Y así se lo intente mantener oculto porque, dentro de uno, nada puede volverse más manifiesto que lo latente.
¿De dónde sale si no la «Dulce hebrea» de Los heraldos negros (1918) a la cual se le pide «Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!», de dónde la amada que se ha «crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso»? ¿O, incluso, «un viernesanto más dulce que ese beso»? Por supuesto que del lenguaje. (Pero no sólo del lenguaje.) De donde surgió también ese magnífico Trilce que, desde Trujillo, en 1922, agota de antemano muchas de las futuras experiencias de las vanguardias europeas. O aquel que a mí me parece el libro más hondo y tocante —y logrado— que haya producido la guerra civil: “España, aparta de mí este cáliz”, mucho más que póstumo, y no por casualidad escrito por un hijo de América («¡Niños del mundo, está / la madre España con su vientre a cuestas!»). Y alrededor del cual la misma agonía del poeta, casi encarnada en la lumbre del mito, vueltos uno solo destino personal y momento histórico, se vuelve asimismo luminosa evidencia, verbo vivo. (Según otro poeta, su amigo Juan Larrea, las últimas palabras de Vallejo fueron: «Me voy a España». Refiriéndose, por supuesto, a la España republicana, que estaba desangrándose también —al mismo tiempo— en su agonía final.)
¿De dónde salen, digo? De la lengua humana, empapada de vida y también fuente de vida, vida ella misma, instintiva y orgánica, cargada de los humus nutricios de la pequeña historia y de la gran historia, pero también de los instintos y los sueños, de las ansiedades y los deseos de los hombres.
De un hombre capaz de ser, a la vez, él mismo y todo lo humano, lo más humano de lo humano, de ser único y general, al mismo tiempo, entre todos los hombres, junto a todos los hombres.
La de César Vallejo no es una voz unánime, sino prójima, íntimamente próxima. (Qué otro, sino un gran poeta como él, podía habernos dejado por ejemplo esa sucinta clase —magistral— de economía política: «la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre… »).
Me enorgullezco limpiamente de saber que el primer hombre que me hizo descubrirme latinoamericano llevó en sus venas la sangre de mis antepasados campesinos, y también la noble sangre de los primeros hijos de la América primera, la aborigen, la indígena. Como la lengua, como la vida, toda sangre es espléndidamente mestiza. Sólo la muerte es pura.
Reseña realizada por el poeta Rodolfo Alonso
POEMAS
LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París ?y no me corro?
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ
Niños del mundo,
si cae España ?digo, es un decir?
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
Si cae ?digo, es un decir? si cae
España, de la tierra para abajo,
niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
en su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera, aquella de la trenza;
la calavera, aquella de la vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae ?digo, es un decir?,
salid, niños, del mundo; id a buscarla!..
TRILCE
Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.
Donde, aun si nuestro pie
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.
Es ese sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.
Más acá de mí mismo y de
mi par de yemas, lo he entrevisto
siempre lejos de los destinos.
Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.
El horizonte color té
se muere por colonizarle
para su gran Cualquiera parte.
Mas el lugar que yo me sé,
en este mundo, nada menos,
hombreado va con los reversos.
Cerrad aquella puerta que
está entreabierta en las entrañas
de ese espejo. ¿Está? No; su hermana.
No se puede cerrar. No se
puede llegar nunca a aquel sitio
do van en rama los pestillos.
Tal es el lugar que yo me sé.
ME VIENE, HAY DÍAS, UNA GANA UBÉRRIMA…
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador ?cosa terrible?
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.
EL POETA A SU AMADA
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
Y SI DESPUÉS DE TANTAS PALABRAS…
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da…!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena…
Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!
PARÍS, OCTUBRE 1936
De todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy, de mis calzones,
de mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,
de todo esto yo soy el único que parte.
De los Campos Elíseos o al dar vuelta
la extraña callejuela de la Luna,
mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana dase vuelta
y despacha sus sombras una a una.
Y me alejo de todo, porque todo
se queda para hacer la coartada:
mi zapato, su ojal, también su lodo
y hasta el doblez del codo
de mi propia camisa abotonada.
ESPERGESIA
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico… y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
lucidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda…
Y no saben que el misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
NERVAZÓN DE ANGUSTIA
Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla;
desclava mi tensión nerviosa y mi dolor…
Desclava, amada eterna, mi largo afán y los
dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!
Regreso del desierto donde he caído mucho;
retira la cicuta y obséquiame tus vinos:
espanta con un llanto de amor a mis sicarios,
cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!
Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía!
¡Sinfonía de olivos, escancia tu llorar!
Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta,
cuál cede la amenaza, y la alondra se va!
Pasas… vuelves… Tus lutos trenzan mi gran cilicio
con gotas de curare, filos de humanidad,
la dignidad roquera que hay en tu castidad,
y el judithesco azogue de tu miel interior.
Son las ocho de una mañana en crema brujo…
Hay frío… Un perro pasa royendo el hueso de otro
perro que se fue… Y empieza a llorar en mis nervios
un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!
Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática
un dionisíaco hastío de café…!
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
¡ANDE DESNUDO, EN PELO, EL MILLONARIO!
¡Ande desnudo, en pelo, el millonario!
¡Desgracia al que edifica con tesoros su lecho de muerte!
¡Un mundo al que saluda;
un sillón al que siembra en el cielo;
llanto al que da término a lo que hace, guardando los comienzos;
ande el de las espuelas;
poco dure muralla en que no crezca otra muralla;
dése al mísero toda su miseria,
pan, al que ríe;
hagan perder los triunfos y morir los médicos;
haya leche en la sangre;
añádase una vela al sol,
ochocientos al veinte;
pase la eternidad bajo los puentes!
¡Desdén al que viste,
corónense los pies de manos, quepan en su tamaño;
siéntese mi persona junto a mí!
¡Llorar al haber cabido en aquel vientre,
bendición al que mira aire en el aire,
muchos años de clavo al martillazo;
desnúdese el desnudo,
vístase de pantalón la capa,
fulja el cobre a expensas de sus láminas,
majestad al que cae de la arcillla al universo,
lloren las bocas, giman las miradas,
impídase al acero perdurar,
hilo a los horizontes portátiles,
doce ciudades al sendero de piedra,
una esfera al que juega con su sombra;
un día hecho de una hora, a los esposos;
una madre al arado en loor al suelo,
séllense con dos sellos a los líquidos,
pase lista el bocado,
sean los descendientes,
sea la codorniz,
sea la carrera del álamo y del árbol;
venzan, al contrario del círculo, el mar a su hijo
y a la cana el lloro;
dejad los áspides, señores hombres,
surcad la llama con los siete leños,
vivid,
elévese la altura,
baje el hondor más hondo,
conduzca la onda su impulsión andando,
tenga éxito la tregua de la bóveda!
¡Muramos;
lavad vuestro esqueleto cada día;
no me hagáis caso,
una ave coja al déspota y a su alma;
una mancha espantosa, al que va solo;
gorriones al astrónomo, al gorrión, al aviador!
¡Lloved, solead,
vigilad a Júpiter, al ladrón de ídolos de oro,
copiad vuestra letra en tres cuadernos,
aprended de los cónyuges cuando hablan, y
de los solitarios, cuando callan;
dad de comer a los novios,
dad de beber al diablo en vuestras manos,
luchad por la justicia con la nuca,
igualaos,
cúmplase el roble,
cúmplase el leopardo entre dos robles,
seamos,
estemos,
sentid cómo navega el agua en los océanos,
alimentaos,
concíbase el error, puesto que lloro,
acéptese, en tanto suban por el risco, las cabras y sus crías;
desacostumbrad a Dios a ser un hombre,
creced… !
Me llaman. Vuelvo.
19Nov1937
CARMEN SALAMANCA
Nace en Madrid en 1962, un 28 de febrero.
En 1988 entra en contacto con la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero, esta experiencia la marcó de forma decisiva, puesto que le mostró una dimensión absolutamente desconocida del psiquismo y, a la vez, suficientemente compleja como para cautivar su interés. Ese mismo año comenzó sus estudios en la Escuela. Tras un periodo prudencial, se integra en los talleres de poesía coordinados por el Director de la Institución, Miguel Oscar Menassa. Muchos años después, en un recital que ofreció en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, apadrinada por Leopoldo de Luis, Carmen diría, refiriéndose a ese hecho: «Nací por segunda vez cuando me enseñaron que podía escribir».
Tuvo oportunidad de repensar su realidad, llegando a la conclusión de que quería trabajar junto a su maestro, en la redacción de la revista El Indio del Jarama, que recién salía. Así que, directamente, se propuso para el puesto. «La revista no puede pagar una secretaria, pero yo sí» fue la respuesta de Menassa. Desde ese momento, el aprendizaje fue incesante.
Publica su primer libro, Entre palabras, en 1995. Antes de su primera presentación y consiguiente lectura, el coordinador sólo le dio un consejo: «Tienes que leer con pasión, porque eso es lo que se transmite, eso es lo que va a hacer que la gente te escuche». Ese mismo año comienza a coordinar talleres de escritura. Desde entonces, hace 21 años, prácticamente todos los integrantes de sus talleres han publicado sus poemas, en libros colectivos o individuales. De esos talleres también han salido revistas periódicas en las que se publica la producción semanal del grupo. Mencionaremos «Artistas del vértigo», la más antigua (nació en junio de 1996) y también la más longeva, puesto que se sigue publicando en internet. Esta revista llegó a tener un suplemento dedicado a prosas que se llamó «Circulen». Otra revista producto de los talleres es El Lotocardio, que surgió en mayo de 1998, manteniéndose tres años con regularidad. En 1999 publica su segundo libro, Noches de piel, prologado por Leopoldo de Luis, donde afirma: «Hay una queja existencial al fondo de la poesía de Carmen Salamanca, o quizás haya un desencanto. Sin embargo, no es poesía de renuncia, sino de esfuerzo indeclinable.» En 2002 El revés del pájaro, su tercer libro. Ese mismo año recibe el Premio a la mujer trabajadora, que otorgaba la Asociación Pablo Menassa de Lucía. En 2004 El ojo de cristal, Primer premio de poesía (ex aequo) de la Asociación Pablo Menassa de Lucía, junto con la poeta María Chévez.
13 enero 2005: Participa en el recital «Cinco mujeres en el mundo», en Casa de América, en Madrid. En 2007 publica Equilibrio inestable, dedicado «A todos los equilibristas de la vida». En 2009 y 2011 organiza y participa en «La Noche en blanco», en la sede de Grupo Cero, en Madrid. Es precisamente en 2011, cuando entra en contacto con el Círculo Poético Orensano, en cuyo encuentro internacional de poesía participa desde 2012, en todas las convocatorias. Desde junio de 2011 dirige la revista de poesía «Las 2001 Noches» (enero 1997) En 2012 publica Cielos olvidados, y en 2015, Al margen de los días, su séptimo libro de poesía. Desde su lugar como Gerente de la Editorial Grupo Cero, organiza la Feria del libro de Madrid, del parque del Retiro, que se celebra todos los años. En 2016 se cumplirán 40 años de participación en este evento. Ha realizado recitales poéticos en Candilejas, Diablos azules, y en la propia sede de Grupo Cero. Sus poesías han sido publicadas en revistas nacionales e internacionales, tanto en papel como en paginas web: Poemanía. También ha publicado, con otros autores, en Objeto y castración en psicoanálisis, Grupo Cero Talleres de poesía I, La mujer del siglo XXI y en Actas de los Congresos Internacionales.
POEMAS
SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO
Nada sabía y, sin embargo,
había llegado al punto
en que los recuerdos
escapaban de mi voz.
Giraba la vida
a la derecha de mi corazón
mientras la voz insistía:
¿Se arrepiente? ¡Confiese!
Algo confundido
por aquel desatino atroz,
rebusqué entre la piel
alguna muestra de cordura.
Ningún rostro ni frases
ni ecos desafiante la tormenta.
Sólo círculos y torbellinos,
agujeros al costado de los días.
Y ese graznido amenazante:
¡Dígalo de una vez!
¡Arrepiéntase! Sólo el perdón
aliviara su alma.
El mundo se resquebrajaba,
el cielo ardía por momentos,
mi cuerpo disminuía,
devorado entre las sábanas.
Cuando abrí los ojos,
escuché otra vez, mi propia voz,
repitiendo como en letanía:
Soy un policía arrepentido.
DESPUÉS
Después, maldeciremos todos los cauces
enredados, atravesados de por vida
en silencio, por una traición a quemarropa.
Arrancaremos de la piel incandescente
sonrisas, dulces sonrisas derretidas
en el hedor, profundo, del olvido.
Bienaventurados profanadores de tumbas,
revulsivo aliento para este siglo,
daremos los pasos necesarios,
ninguna explicación.
PUNTOS AZULES
Caen duros puntos azules sobre el mar.
Otros, perdidos en el centro de la razón
cabecean boquiabiertos en la arena.
Desiertos perdidos y reencontrados,
almas despedazadas de transferencia
piden de mí, otra mentira más.
Contradigo las páginas de la historia:
toda paz no sirve para todos.
Hierve la sangre en oscuros callejones
y algún séquito infernal inmola,
definitivamente, mi cuerpo en las alturas.
A ROSALÍA DE CASTRO
¡Hay arte! ¡Hay poesía…! Debe haber cielo. ¡Hay Dios!
Rosalía de Castro
Pequeña, atolondrada voz solitaria,
observo tu frágil contorno,
fugitivo sombra entre fantasmas,
tus pasos apenas rozando el aire.
Pequeña, te veo, hierro y mujer,
pálpito de amor desterrado, te miro
hoy, yo, casi mujer,
y estoy contigo.
¡No abandonaremos la luz,
-me gritan tus versos-
venceremos al tiempo y sus miserias!
Dos mujeres sin rostro, una sola voz:
tú, fuiste Ella,
yo, renazco en tus palabras.
Juego a disfrazarme de ti,
colgarme en tu mirada felina,
navegar la agitada tormenta de tu alma.
Pequeña, acodada en el regazo de la nada,
son tus dudas aliento para mis manos,
sólida razón de mi esperanza.
Ah, Rosalía, pequeña
como la sed inmóvil del ahogado,
ondeas tercamente mi terror embalsamado,
raíz de lo que no creció nunca.
Hoy,
enganchada en el otro extremo de tu historia,
tiempo de fantasías digitales,
anónimas semblanzas sin destino,
hoy, escapo contigo al paraíso
porque Dios se inventa en cada verso,
en cada resquicio de amor.
EL PRONOMBRE NOSOTROS
Siempre tuve miedo a la guerra,
“Sólo por eso estás a mi lado”
dijiste, mientras la muerte
paseaba su triunfo entre los escombros.
El tiempo se detuvo en mis ojos.
Legiones de hombres enloquecidos
repetían, una vez más, la historia:
“Nosotros tenemos la verdad,
gritaban, nuestro dios es justo.”
Y construían enemigos a medida
en diabólicas conjuras sobre papel:
famélicos esclavos del dolor
con el odio tatuado en los huesos,
desterrados de su propio infierno.
Miradas congeladas por la sorpresa
gritos ahogados en la carne
y el terror invadiendo la memoria.
“Por eso estás a mi lado”
escuché y, mientras recuperaba aliento,
tus palabras tomaban posiciones.
Sustantivos de todas las razas
entrenados a fondo en la metáfora
acordaban la estrategia.
Batallones de verbos en infinitivo
definían movimientos, calculaban
tiempo y modo, siempre en plural.
Preposiciones en alerta máxima,
adverbios de emergencia en retaguardia,
tecnología punta en adjetivos
y conjunciones copulativas
por si fuera necesario el amor.
En logística,
frases, oraciones y párrafos
abastecían de puntuación
y sostenían las comunicaciones
en la ondulada rede del sonido.
Al mando, la máxima autoridad,
el pronombre Nosotros,
cerebro y corazón
de aquel ejército intangible.
Su voz diluyó mi ceguera:
“Carmen, a su puesto”.
Cambié de aliados,
abandoné el miedo a la guerra
y, desde entonces,
camino a tu lado.
EL BARCO
Al cumplir 53 años
Sin rumbo previo ni balizas conocidas,
peligrosamente escorada hacia el futuro,
llegué a ese puerto inusitado.
Debo decir que nunca abandoné el navío,
que abarloé mi destino a tus palabras
para no abarrancar en el desierto
de la ingratitud humana.
¡Al abordaje! – me gritaban tus ojos-
los abrojos amenazan el casco,
la bruma empaña todo recuerdo
y, en el acantilado, la pasión agoniza.
Por la borda arrojé el odio y la usura,
el lastre de aguerridas sentencias
que harían cabecear mi impulso.
Era necesario mirar a proa,
vigilar la popa, no descuidar
cabos ni bridas cuando la marea se encabrita
y capear el temporal a tiempo.
Hubo que carenar la memoria,
usar el compás y poblar las cartas
para que otros habitaran la cubierta.
No hay deriva sin derrota
ni abismo sin destino – decías-
a babor y estribor la felicidad te espera,
porque a bordo la galerna nunca espanta.
Agarré el timón, levé el ancla,
icé la mayor y, equilibrando la mesana,
solté amarras para volar,
a todo trapo, hasta este preciso instante.
Tú rompiste el sextante,
y yo mantendré la quilla firme
para arribar al paraíso con el que soñamos.
UNA MUJER INOLVIDABLE
Creíste haber nacido de la nada,
empecinada en retorcer orígenes
bajo el entramado de tu nombre.
El mañana carecía de prestigio
mientras tus manos adolecían
de hastío y desamor acumulado.
Nada requería tu presencia y,
sin embargo, abarrotadas instantes
y toda conciencia desaparecía.
Fuiste un ejemplar excepcional
en los límites de lo humano:
una mujer inolvidable.