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175. Poesía más Poesía: Alberto Szpunberg

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BIOGRAFÍA DEL POETA ALBERTO SZPUNBERG

Alberto Szpunberg nació en 1940 en Buenos Aires, Argentina. Comenzó a publicar muy temprano y publicó su primer libro a los veintidós años. “No sé bien cómo empecé a escribir poesía, pero hasta me acuerdo del primer poema: ‘Es una chica muy buena/ la conocí en su casa/ y al otro día la vi/ tendiendo ropa en la terraza’. Y, por supuesto, el título era “Poesía”, cuenta el poeta al periódico Página 12.

Estamos en 1962 publicando Poemas de la mano mayor. Aparece entonces en la escena Raúl González Tuñón, quien no menos carismático que Rilke, leyó con dedicación el primer poemario de un Szpunberg joven y temeroso.

alberto szpunberg - Poesia Online

El poeta Luis Luchi, amigo de ambos, le había acercado a Tuñón aquel primer libro.“Un día, Luchi me dijo: ‘me comentó Raúl que todavía no lo llamaste’. Tuñon sabía que yo era un poeta joven y sabía que estaría pendiente. Y él no era un engrupido aunque ya era muy reconocido. Así que lo llamé por teléfono, y nos encontramos a tomar un café en La Fragata, en San Martín y Corrientes. El mismo lugar en el que años más tarde, lo vi por última vez.”
Szpunberg salía de la boca del subte de Corrientes y Florida, del lado de San Martín. Raúl González Tuñón, desde la calle, llegaba hacia la misma boca.
“Él entraba y yo salía. Él, como siempre, con su traje y su corbata. Lo sentí muy preocupado. Ya estaba la Triple A, año 1974. Y me dijo: ‘vos qué hacés acá’. Su pregunta lo expresaba todo. Eran tiempos duros y eso abrevió el encuentro.”

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Alberto con Luis Luchi en el viejo café Zürich de la Plaza Cataluña a fines de los años ’70.

Entre el primero y el último encuentro–transcurrió más de una década- Szpunberg solía visitar al autor de La calle del agujero en la media en la redacción del diario Clarín.“ Iba algún mediodía y lo encontraba a Tuñón, chiquito y solo, en su escritorio, de traje y corbata, como siempre. Cuando la gente se iba a comer, él se quedaba en la redacción porque era el momento de tranquilidad. Un tipo muy querible, un gran compañero. Su modo de vivir y su sensibilidad, todo en él respondía a una visión humilde, y hacia los humildes.”
“La poesía es un acto de libertad que se expande, que necesita de los otros. Que busca a los lectores. Y, sobre todo, se rebela contra el poder” Y cómo enfrentarse al poder sino desde la delicada voluptuosidad de la palabra poética, esquilando aquellas toxinas adheridas a la superficie de las cosas. “Hay que animarse a llevar la poesía a la calle. Es una de las claves para ese reencuentro del ser humano consigo mismo. Y, al reencontrarse consigo mismo, se reencuentra con los demás.

En 1973, Szpunberg se desempeñó como Director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas y profesor de Literatura argentina y Medios de comunicación en la Universidad de Buenos Aires.
Como periodista fue redactor del diario La Opinión de Buenos Aires, del cual fue director del suplemento cultural de 1975 a 1976.
Tras el golpe de estado de 1976, se exilia en España. El 9 de mayo de 1977 se instala en El Masnou, Barcelona. En 1983 trabajó como corresponsal de la Agencia Nueva Nicaragua en París. Más tarde y desde 2001 fue profesor de Literatura y Política en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo.

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Concierto de poesía y música “De ida sin vuelta” con recitado de Alberto Szpunberg y música de César Stroscio (bandoneón), Claudio “Pino” Enriquez (guitarra), Ricardo Capria (contrabajo) y Luis Sampaoli (canto). Biblioteca Nacional. 24 de julio de 2015 Autora: Deborah Valado // Anccom

Participó en los grupos de apoyo al Ejército Guerrillero del Pueblo que encabezaba Jorge Ricardo Masetti. Posteriormente integró como cofundador las “Brigadas” que llevaban el nombre del “Comandante Segundo” cuyos integrantes se incorporaron al Partido, el PRT-ERP.
Recogió, como toda esa generación, el mensaje del Che a la Conferencia Tricontinental de La Habana, por lo que la mejor manera de despedirlo cuando murió fue con un: “Hasta La Victoria Siempre”.

Juan Gelman dijo de él:
La obra reunida de Alberto Szpunberg muestra cómo su poesía se ha desplegado tal un árbol de espléndido follaje y de hallazgos constantes. Este gran poeta logra abrir los lados más oscuros de la palabra que viene del real y él devuelve cargada de belleza y de verdad.

Alberto Szpunberg, unas cuantas ramas agitadas

En un reportaje llevado a cabo por Silvina Freira ésta dijo:
El cielo brillante de su mirada amorosa revolotea por las medialunas y los chipás, la pava y el mate, indispensables para iniciar la conversación y repasar la vida que se derrama y desborda las páginas de los libros que escribió.

En el reportaje dice: “En mi casa siempre hubo libros de Pushkin. Y mi vieja escuchaba a Héctor Gagliardi. El barrio era una fuente de poesía. Cabello de Ángel era un personaje lleno de poesía. Iba con una cantidad de monturas y arneses sobre el hombro hacia el corralón. Todos los chicos afirmábamos que él hablaba con los caballos. ¿Cómo no va a salir poesía de eso?

O El Gorila, que era un boxeador retirado y que tenía toda la pinta de un boxeador. Del Gorila se decía que se había retirado del boxeo porque había matado a un contrincante en la que fue su última pelea. ¿Cómo no sale poesía de eso?
Yo vivía en Rojas y Galicia, en La Paternal. No había un obstáculo entre el interior de mi casa y la calle, salvo tonterías como que no me dejaran salir a jugar porque antes tenía que hacer los deberes. Yo recuerdo mi infancia como algo luminoso, con una luz muy especial, de esas luces que te acarician. Y pienso que de ahí salió la poesía.” Entre mate que va y mate que viene, el milagro de la poesía sucede en el inventario de recuerdos que se enlazan, y prosigue:
Una vez lo acompañé a mi viejo a dar una vuelta y pasamos por la calle que entonces se llamaba Parral y ahora es Honorio Pueyrredón, por la librería Anna. Entonces mi viejo me preguntó: “¿Querés un libro?”. Yo me quedé asombrado. Y le dije que sí, por supuesto. Y me compró Robinson Crusoe, de la editorial Sopena. Fue mi primer libro. Cuando terminé de leerlo, estaba maravillado. A los pocos días vino mi vieja y me trajo La cabaña del tío Tom, cómo me emocionó ese libro, a tal punto que lo estaba leyendo y se me caían las lágrimas. Esos dos primeros libros marcaron un camino, pero representan cosas muy diferentes. Robinson Crusoe reconstruye toda la sociedad colonial inglesa con la razón; en cambio, el alegato contra la esclavitud en La cabaña del tío Tom es a partir del sentimiento, del corazón, de la denuncia de lo que es claramente injusto.

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Eduardo Romano con Alberto Szpunberg

–En el prólogo de su última publicación de “Como sólo la muerte es pasajera” recuerda el momento en que Eduardo Romano lo animó a publicar su primer libro, “Poemas de la mano mayor”, en 1962. Semanas después de la aparición del libro, el Partido Comunista en el que militaba desde los 14 años lo acusa de “trotskista, maoísta y guerrillerista” y lo expulsa.
–Se me vino el mundo abajo. Lo viví como una tragedia. Pero ahora pienso que me hicieron un gran favor porque fue como lo de (Enrique Santos) Discépolo: “Salgamos de payasos a vivir”. Me sentía a la intemperie, pero estaba en la vida real, con la gente de verdad. El que me ayudó infinitamente fue un gran poeta, Horacio Pilar, porque me fui a vivir a una casa colectiva, que estaba en San Juan y Bolívar. Yo estaba buscando vivienda, me quería mudar, y hablando con Horacio, que era muy peronista, me dijo que se desocupaba una habitación en la casa en la que él vivía. Y así fui a parar a esa casa colectiva. El me llevó de la mano y me mostró el peronismo. En ese tiempo también me llega lo del EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) y empieza lo que yo siempre llamé, “mi militancia en serio”. Era la poesía, era la militancia, era el enamorarse, el descubrir cosas. La poesía estuvo presente en todo momento. Nunca dejé de escribir y de hecho lo que más definió mi derrotero político fue un poemario, El che amor. Yo siempre sentí que más que la bibliografía, que los libros, que los documentos internos, para mí la poesía es lo que me llevó a una forma de lucha y a cierto espíritu de pelea.

¿Qué es la poesía, entonces? “La poesía es asombrosa siempre, por su propia naturaleza. Es un intento de creación. Y cuando uno descubre la poesía tiene una sensación maravillosa. Como cuando te enamorás. Porque en definitiva, todo poema es un poema de amor.”

Alberto Szpunberg se fue al exilio en 1977, se afincó en Barcelona, empezó a volver en 1984, y decidió quedarse definitivamente en diciembre de 2001, “en medio del quilombo”, cuando creyó que aquel “argentinazo” cambiaría todo. También influyeron las razones domésticas: “Mis hijas se hicieron grandes; y yo me volví prescindible”, afirma, riéndose

Ante la pregunta, o simplemente la insinuación de catalogarlo como “poeta político”, sonríe y afirma: “Yo no soy un poeta político, soy un ser humano, y todo humano es un sujeto político.” Creo firmemente que ese rótulo empequeñece la poesía. Y cita a Aristóteles en griego, donde resuena la voz de aquel docente universitario que aún pervive en él, y traduce: “El hombre es de naturaleza política”, por eso insiste: “¿Cómo no va a aparecer eso en la poesía?”. Aunque sabe que algunos son más explícitos, más coyunturales.

En su poesía aparecen esas marcas, esas huellas de los días vividos: hay “compañeros”, hay “17 de octubre”, y también “30.000 ausencias”, y hay sobre todo (valga la paráfrasis de uno de sus grandes libros) “fuego en la tibieza”, donde mora la memoria de todos, el tiempo que hace a la política y también a la mirada implacable del poeta, que aún sigue preguntándose “en la luz de qué memoria”. Lo que no hay es regodeo en el dolor, ni melancolía absurda de exilios. No, no abreva ahí su lírica política.
Y agrega:
La memoria es también la de la infancia, la de la casa en Paternal con una madre que “escuchaba tangos, música popular, y apagaba la radio cuando llegaba el viejo porque a él le gustaba sólo la música clásica. Aunque en mi casa nunca, pero nunca se escuchó Wagner”, por eso, en el breve y brillante prólogo del libro, “Seré el que seré”, enumera: “Chopin, Angelito Vargas, el jazán Pinchik y el Coro del Ejército Soviético”, que el lector atento de esas casi quinientas páginas de la bella edición de Entropía, de esa quincena de libros, reconocerá en las voces que brillan y vibran en los poemas, esas marcas de oralidad que son también su estilo.

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Dice en un reportaje Juan Fernando García: La reciente aparición de su obra reunida, bajo el título endecasílabo “Como sólo la muerte es pasajera”, promueve este diálogo. Como telón de fondo, el cielo gris, los brillos de un mediodía de lluvia persistente, en el barrio de San Telmo.

De los ecos familiares, de la política, de la poesía en forma de grueso volumen, versó una conversación con la calidez que emana de su tono, de su risa carraspeada por el cigarrillo, la misma calidez que irradian sus poemas, de una belleza inusual. Son 50 años de producción sostenida, que a esta edición de libros éditos pudo adicionarle cinco piezas inéditas con las que abre el volumen, y actualiza la lectura.”

Para Szpumberg, no hay sujeción para la poesía, es “la rompedora de límites”, no tiene temas vedados porque debe abrirse siempre al misterio, a través de su transgresión. “Una palabra no es igual en un poema que en otro; no es igual una lectura a la mañana que a la noche.” Cree que hay un empecinamiento en limitar los temas poéticos, que cree que es el mismo empecinamiento en decir que tal poesía “es de izquierda”.
Ese tipo de aseveraciones le parecen inadmisibles y en esa libertad funda su poética. Por eso también puede decir que nunca relee lo editado, y este volumen, que resistió un poco (“los culpables son Alejandro García Schnetzer y Gelman”), no tiene correcciones posteriores. Por eso es que la poesía “anda merodeando siempre”.

En un reportaje realizado por María Malusardi le escuchamos decir:
Entre mate y cigarrillo, en su departamento de San Telmo, Szpunberg repasa sus comienzos.
Algunos de sus poemas fueron convertidos en tangos y valsecitos por el bandoneonista César Stroscio y grabados por el Cuarteto Cedrón (Faubourg sauvage, Paris, 1983). Junto a Luis Luchi y con música de Jorge Sarraute es autor de “A medio hacer todavía”, (LP, Barcelona, 1980) y “Todos se dan vuelta y miran” (CD, Barcelona, 1999).

Como antólogo ha publicado Poesía y prosa mística en la literatura española, ensayo y selección de textos místicos cristianos, árabes y judíos (Ediciones Rueda, Madrid, 1997) y Despedida de los ángeles, prólogo y antología de poemas de Miguel Ángel Bustos.
Participó en varias antologías de su país y del extranjero: Los Nuevos (1968) y Poesía social del siglo XX (Centro Editor de América Latina, 1971). Ganó en Francia el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado 1993/94 por Luces que a lo lejos.
Una antología de su obra, junto a la de Juan Gelman y Vicente Zito Lema, fue publicada en Francia por la editorial Máspero bajo el título Il nous reste la memoire. En 1998, el Fondo Nacional de las Artes de Argentina publicó una Antología Poética de su obra. En 2008, Edition Delta, de Stuttgart, Alemania, publicó una antología de sus poemas, bajo el título Der Wind ist manchmal wie ale (El viento es a veces como todos). En 2014 la Fundación Konex le otorgó un Diploma al Mérito en la disciplina “Poesía: Quinquenio 2009-2013”.
La singularidad de su obra está dada por el amplio dominio del lenguaje poético que trasunta un tono lírico coloquial y también discursivo. La palabra directa, combativa, justa y solidaria, transmite con verdadera energía poética y sin desbordes emocionales, las luchas e injusticias, testimonio lúcido de situaciones históricas concretas.

Falleció el 13 de noviembre de 2020 en el hospital La Alianza de Barcelona, donde estaba internado con un delicado cuadro de salud a raíz de una complicación por Covid.

Obra

Alberto Szpunberg publicó su primer libro, Poemas de la mano mayor, cuando tenía veintidós años.
Entre el primero y el último, Traslados (2012), se sucedieron trece, con un intervalo que coincidió con la etapa de exilio, transcurrido en Barcelona a partir de 1977. El che amor (1966) fue uno de los libros de poemas fundamentales de esa época que más circuló entre el humo de los cafés cercanos a la Facultad de Filosofía y Letras (y demás lugares de lectura públicos y afiebrados), donde Szpunberg estudió.

En 1973, fue director de la carrera de Letras y profesor de Literatura Argentina. Su nombre aparece unas cuantas veces (había dirigido el suplemento cultural de La Opinión) durante los interrogatorios que el general Camps le impuso a Jacobo Timerman. La tragedia de esos años está presente, desnuda o velada, en toda la poesía que escribió desde entonces: Su fuego en la tibieza (1981), La encendida calma (2002), Luces que a lo lejos (1993), El libro de Judith (2008), La Academia de Piatock (2010), entre otros.

Poemas de la mano mayor (1962)
Juego limpio (1963)
El che amor (1965), Mención en el Premio Casa de las Américas 1966
El paso atrás
Su fuego en la tibieza (1983), premio Alcalá de Henares de poesía, 1980.
Apuntes (1986)
Luces que a lo lejos (1993), Premio Internacional de Poesía Antonio Machado 1993/94.
La encendida calma (2002)
Notas al pie de nada ni de nadie (2007)
El libro de Judith (2008)
Luces que a lo lejos (2008)
La academia de Piatock (2010)
Traslados (2012)
Como sólo la muerte es pasajera. Poesía reunida (2013)
El nombre revelado (2016)

POEMAS DEL POETA ALBERTO SZPUMBERG

9, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

Por los labios de la herida se cuela
el agrio horror del mundo como lengua
que lame, regurgita, balbucea,
un revuelco hueco de cielo y tierra.
 
Ya no basta la sangre ni la carne
con toda su osamenta y nervadura,
el arte de buscarte y no encontrarme
con odio de carcoma pura y dura.
 
Quise avisarte antes del abismo
pero, al rodar, tu risa retumbaba
como celebración de un rancio grito.
 
Y cabalgaban, ay, y cabalgaban,
y la sombra y la luz eran lo mismo:
la azada al filo todo lo cegaba

(de La encendida calma, Del bolsillo, Buenos Aires, 2002

IV, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

Sí, también “allá arriba”, en la montaña, “el cielo es
inasible”,
menos en estas tardes en que toda la lluvia parece bajar
lentamente a posarse en tu cabeza,
menos en estas tardes -ya sé, ya sé, “esos muertos” -en
que la lluvia se asoma al ventanal de la casona y
humedece la corteza del árbol que la cubre.
Sólo a su puerta recostaría mi cabeza sobre tu hombro
y te diría: “he caminado mucho, tengo hambre y sed

VI, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

Todo el amor cabe en la mano
cuando la mano se vierte sobre un cuerpo
que se derrama de goce
al roce de la mano:

de un cuenco a otro cuenco
se vuelca la transparencia
que calma la sed más antigua,
los veranos más violentos,

y de esta ligereza nace el empeño
de desmentir la gravedad del mundo,
hasta que se cuelen por entre las caricias
sus cuerpos suspendidos,
únicos.

III, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

No hay después, no hay más tarde, no hay mañana,
sino el gesto de ella en la tibia desnudez que continúa
las horas más duras, las de siempre,
como si todo siempre comenzara.

El aire se inquieta por las cartas que no llegan
y agita las cortinas cerradas a la tarde.
Cualquier palabra guarda silencio
contra la pared donde se apoya el brazo
que ciñe la desconsolada frente:
el revoque caído descubre un rostro antes oculto,
desencajado ahora, polvoriento,
pero que en la palma de las manos deja huellas
donde aún palpita el ser amado,
como un trabajo, tenaz,
como una verdad, irrepetible.

IV, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

Habito esta casa,
pero vivo a la sombra del otro lado.
¿Quién llama a la puerta
si no la propia espera de mí mismo,
el apremio de las vigas,
el crujido de la madera?
Lo sé:
aunque nunca hubiera ocurrido,
yo entreabrí una vez unos párpados que aún me miran
y la clara pupila, como un pequeño charco,
ya reflejaba un cielo inexistente.
¿Por qué ojos miro ahora cuando no veo?

APUNTES, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

I

Es así, como la lluvia en la tarde,
nunca termino de llegar al fondo de tus ojos.
Demasiado dolor para hablar sueltamente del futuro,
cuando el húmedo brillo de la corteza huele a un bosque
crecido de golpe en el corazón del invierno, esta tarde,
esos muertos.
Pero a qué abrazarme sino a ti, contra qué ventana
ver los hilos de la lluvia sino en tus ojos,
desde qué espera, bajo qué silencio.
¿A qué huele la tibieza de tu abrigo de lana
si no a esta lluvia, si no a ti misma,
tejida y desflecándose en el aire de la tarde?
En la hornalla ronronea el agua.
Encendamos un cigarrillo en su fuego y fumemos tranquilos:
existes, vivimos, y creo que te amo.

II

Y digo “creo” porque no sé, nunca sabré.
Como si te dijera: he visto esta mañana dos o tres hojas
amarillas que se agitaban en el árbol, un árbol,
pura fragilidad, inminente pero delicada, en el aire frío
de diciembre.
Como si te dijera: esta mañana salí al balcón y, a mis
pies, la parra era una espesura macilenta recorrida
apenas por el susurro de las voces,
no sólo esas ahogadas brutalmente sobre la tierra, pero
también esas voces ahogadas brutalmente sobre la
tierra.
Entonces, ¿dónde empezó el encuentro, no de un
cuerpo sobre otro sino de una sombra en la otra o
del aire con el aire o de una mirada hacia la otra?
¿en qué momento de ayer -¿de qué ayer?- dejamos de
ver las cosas para adivinarnos, a tientas, uno en el
otro y en los otros, o sea, válida luz esta luz la del
presentimiento?
¿a la mañana de qué día hemos llegado o vuelto cuando
nos inunda el mar azul, y los barcos pudriéndose
sobre la arena, y el olor a historias de hombres sin
otra historia que el tiempo justo para vivir y morir?
Desde la ventanilla del tren se alcanza a ver la vieja
casona donde la hiedra es un fino trazo sobre los
altos muros.
Es un resplandor fugaz, muy fugaz, que ilumina tu perfil
dorado por el sol.
¿El sol? Sí, creo que es el sol

VII

Aprendí de tu desnudez
la tarde en que supe lo que ella tiene que ver con el olor
de la lluvia.
Ahora que llueve, aprendo de la lluvia,
íntima y transparente como tu desnudez en la tarde.
Huele a tierra, a hojas, a tristeza, a tu rostro, y sin embargo,
todo lo que se puede decir sobre la lluvia son palabras:
lo único cierto ella misma lo dice contra la ventana,
contra el vidrio empañado donde sólo es posible dibujar
tu nombre.
Sí, ya escucho, “en la hornalla ronronea el agua”, afuera
anochece.
Miro cómo comienzan a llorar tus letras y callo:
la única manera de amarte ahora es callar y oír.

XI

Hay un hombre que contempla la vieja hiedra y busca
una palabra que no encuentra,
toma del suelo una hoja caída y sueña con la palabra
que no encuentra esa palabra,
la hoja -“dos o tres hojas”- es quebradiza y cruje entre
las manos de un hombre como si fuera la palabra que
busca y que no encuentra,
pero sólo tiene los bordes rojizos como el atardecer,
“esa tarde” en que hay un hombre que busca una
palabra, esa palabra, y no la encuentra.
Mira la tierra, el muro rugoso bajo el sol -“creo que es
el sol”-, pero es otra la palabra que no encuentra:
¿será tu nombre que él no sabe y yo creo saber,
cualquiera de estas palabras que él no lee y yo creo
escribir?
A través de las hojas de la hiedra el hombre cree ver la
palabra que no encuentra,
pero son las nubes de bordes rojizos como la hoja en el
atardecer, “esta tarde” en que hay un hombre que
busca una palabra y no la encuentra, “esos muertos”
esa palabra.
Vendrá la noche y el hombre se sentará al pie de la
hiedra agobiado por la palabra que no encuentra,
se dormirá soñando con la palabra que no encuentra,
y se despertará balbuceando inútilmente esa palabra que
no encuentra,
y volverá a casa -“la vieja casona donde la hiedra es un
fino trazo sobre los altos muros” -y encenderá la
hornalla pensando en la palabra que no encuentra,
“esta tarde”, esa palabra,
se inclinará a encender un cigarrillo y yo escribiré “el
agua ronronea” y tú leerás “El agua ronronea” y él
oirá que el agua ronronea.
Sin saber por qué -“porque no sé, nunca sabré” -recién
entonces el hombre podrá fumar tranquilo, “esta tarde”,
esta misma- sí, “ya sé, ya sé, esos muertos”-
en que hay otro hombre que busca una palabra y no
la encuentra.
Como si otro hombre dijera: “tu voz me distrae de todo
lo que dices”,
como si otro hombre dijera: “de pronto tus palabras”,
como si siempre otro hombre dijera la palabra, tu
nombre quizás, este silencio.

PARÁBOLAS, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

I

Pensativa en el balcón
casi como la hoja en el aire
cuando lo único que la agita es la luz,
trémula y efímera como el equilibrio entre el cielo y la
tierra
y grave y definitiva como el equilibrio entre el cielo y la
tierra.
Sólo ella puede decir que los hombres que caminan allá
abajo
son como las nubes que avanzan por arriba, también ella,
formas que cambian al amparo del otoño, o de ella
quizás, o del aire suave, del tierno frío
que parece derramarse sobre el mundo desde sus manos
sostenidas en un adiós.

III

Ah, si ella supiera que entre esa hoja y la tierra cabe mi
corazón,
mejor dicho, si ella supiera que entre esa hoja y la tierra
estremecida por la prisa de los hombres cabe mi corazón
como si fuera la huella de las formas que cambian como
nubes que avanzan por arriba, como hombres,
mejor dicho, dos o tres pasos -“¿los muchachos? ¿son
ellos que vuelven?-, y otro giro apenas, una palabra,
poco más.

V

Sus giros en el aire,
imaginemos sus giros en el aire -casi luz-, el mismo aire
que cambia las formas de las nubes, también ella,
y las formas cambiantes de los hombres, acaso ella, esta
palabra.
Imaginemos sus giros en el aire, el roce de sus giros
en el aire, esta palabra abandonada como una
huella sobre la tierra estremecida por la prisa de los
hombres
donde la poesía, tan vana si se quiere, insiste en ser.

VIII

Volvamos a empezar:
ah, si ella mirara a trasluz de este poema
como yo sigo los giros de la hoja -las líneas que
conducen- a trasluz del aire,
mejor dicho, esta palabra -ni cielo ni tierra, ni voz ni
silencio- a trasluz de las huellas- “¿son ellos?” -de los
hombres sobre el mundo
que gira -imaginemos sus giros- hasta extender toda la luz
para que pueda reposar la hoja que deja caer, ella, ellos
que vuelven, este poema quedamente.

IX

Volvamos a empezar,
mejor dicho, ¿en medio de qué aire o viento, digamos
viento, cayó la hoja que ha levantado para dejarla
caer, o sea, para dejar que vuelva a empezar a caer en
medio de otro aire, digamos país, digamos viento,
otro viento que la devuelva a otra hoja, a otras
manos que vuelvan a empezar en ese gesto tan vano
si se quiere -“pensativa en el balcón”- de volver a
empezar lo que nunca comienza ni termina?

NAVEGACIONES NAUFRAGIOS ANDANZAS, POEMA DE ALBERTO SZPUMBERG

I

Como ya dije, el árbol era sólo árbol hasta que vino ella
y repasó con su mano la madera, las hojas, el olor de
la corteza, hasta la sombra esparcida a nuestros pies:
“de acuerdo -dijo-: esta es la vida, esta es la muerte”, y
sonreía con el fruto de la luz maduro entre los labios.
Se hizo imprescindible entonces que los dos nos
confiásemos algunas evidencias, cosas concretas,
magias precisas:
esto es un trozo de corteza, por ejemplo, y esto otro es
el olor de un trozo de corteza,
o acá hay una marca, acaso de la hiedra no desprendida
por el viento ni por el torpe vuelo de la lechuza, sino
por “la propia gravedad que implica, compañeros,
toda indolencia”,
y cerrábamos los ojos y nos cubríamos el rostro con las
manos
para aspirar profundamente el incienso del bosque.

II

Pero, ¿cómo saber el verdadero destino de una mirada
a través de los días? ¿qué decir de los días que como
arenas esparcidas en la arena aún transparentan la
memoria?,
aunque por la leve tristeza de sus ojos, por la niebla que
rondaba entre sus gestos, en realidad era una vieja
rebelión incumplida, roída por el miedo y, por qué
no, quizás ya traicionada.
Por eso era cuestión de observar especialmente la
curiosa manera de volar que tenían los pájaros sobre
nosotros ciertas noches de verano,
cuando venían de muy lejos para descansar hasta el
amanecer entre las ramas
y luego seguir rumbo a un destino lejano, muy lejano,
pero hace tiempo prometido.

III

A la sombra del árbol yo me entregaba confiado en que,
por arriba, como una presencia, no era sólo mi voz la
que podía quebrar el silencio:
en realidad, yo recién comenzaba a descubrir que, más
incontables que la arena, infinitos eran los ecos de
cada palabra y cada silencio,
ella, en cambio, afirmaba que aspirar profundamente
todo el olor del bosque podía desanudar el llanto,
mejor dicho, nudos de distintos llantos, como
decir ojos de agua muy profundos o desgarros de
niebla entre las ramas o humedades, murmullos,
borbotones, alambiques, belladonas, pulsatillas,
camomilas, salamandras, y era cierto:
ella quemaba los ajos todos los viernes en el fuego que yo
encendía, como había aprendido, “aún bajo la lluvia”,
porque no era otro el estado de la belleza en esa precisa
coyuntura de la historia:
su rostro tembloroso sobre el aletear de la llama,
sus manos a tientas contra la bruta memoria,
esa era exactamente la situación de los cuerpos
suspendidos el uno sobre el otro,
si bien la tierra es otra cosa, decíamos, otras ciudades,
otras leyes de la materia, calles que llevan al mar,
bosques infinitos peinados por el viento, tardes
sorprendidas en su júbilo por la primera nevada,
y tanta era la intimidad en la calle, entre los árboles,
bajo los pájaros, a la sombra de nosotros mismos,
que ya no importaba seguir entre líneas las huellas de
qué si todo estaba dicho en ese azul apenas sostenido
por la tarde:
entonces, lo juro, siempre puntual, a veces hasta
sangriento, el sol se ponía señalando severamente el
final del día,
esa ciudad siempre lejana, ese destino ciego y poderoso
como un instinto.

IV

Mientras tanto, ella estaba a mi lado, entre chillidos y
revuelos de alas y más alas en el corazón tan agitado
del árbol:
“se llaman estorninos -nos decíamos en voz baja-,
vienen de un viaje muy largo”,
y mis manos la encontraban por el sentido que tienen
de ser manos, como la razón inapelable, siempre
humilde, del poema, como decir, por ejemplo, su
cadera, que en definitiva es eso, un decir, apenas un
decir su cadera o el temblor de decir su cadera o casi
un temblor en el aire del poema su cadera,
mientras arriba la danza de los pájaros era un juego
inocente como de coronación.

V

El árbol, de pronto, también era luz, ahora frágil y
amarillenta,
pero entonces tenaz como toda revelación o, al menos,
todo espejismo,
sus ojos, digamos, sus ojos para mí innombrables como
la voz ardiente de la zarza, aun cuando el árbol se
volviese noche sobre nosotros, solamente noche,
y los pájaros durmiesen, porque muy pronto, al amanecer,
partirían de golpe y todos juntos rumbo al mar
Nosotros igual nos anticipábamos con nuestras danzas y
chillidos a que nos sorprendiese el sueño:
niños, sí, niños perversos, salvajes, inocentes, vengativos
niños.

VI

Pero, historias aparte, un árbol no podía ser otra cosa
que un árbol,
por más que llegásemos a buscar abrigo bajo sus ramas
después de un largo y fatigoso viaje:
las letras del libro, incluso estos poemas, como ocurre ahora,
ya se habían convertido entonces en papel impreso,
y la prueba es que ardían acosadas por el horror, urgidas
por el miedo,
salvo algunas palabras, ciertos nombres que aun dichos
en voz baja hacían temblar.
Recuerdo una tarde en que el árbol creció de golpe
entre ocres y frescuras de veredas recién lavadas,
recuerdo muy bien esa tarde, era el otoño,
pero yo ya sabía que no era el otoño sino la derrota.
Entonces, o poco después, vino ella, exactamente

VII

A un costado de su cuerpo, al otro costado de su
cuerpo,
podía amarla con la derecha, con la izquierda, con
apuro, sin apuro,
desde ella hacia sus alrededores, desde la vida hasta sus
límites,
pero mira, me decía, este es el mar y esta es la tierra,
esta soy yo y éste es el aire,
no confundas jamás la orilla con el horizonte ni se te
ocurra que son sólo barcos los barcos que se acercan
ni nubes las nubes que se alejan.
Mira, me decía, la única ciudad habitable por ahora son
estos tiempos, y la única reencarnación posible, este
encuentro:
eso sí, aprende a reconocer los pinos, los sauces
llorones, los álamos carolina, los cipreses, las hiedras
trepadoras, la oscura selva de mis palabras, que aun
en silencio crecen, pero no por ello responden a tu
nombre, ni siquiera al mío,
y yo volvía a nacer a un lado de su cuerpo, al otro lado,
el jacarandá que sembraba sombras lilas al mediodía
era el jacarandá “y en plural, con acento en la á,
jacarandáes”,
y sus manos palpitaban como luz en las aguas, como
pez en mi sangre.

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1 comentario en “175. Poesía más Poesía: Alberto Szpunberg”

  1. La vida, tan sencilla y arde en la complejidad de los días que se suceden sin retorno. Magnífica manifestación poética, sublime. Muchas gracias por acercar el lenguaje a la sencillez de la vida misma.

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