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BIOGRAFÍA DE LA POETA TESS GALLAGHER
Tess Gallagher nació en Port Ángeles, Washington (EEUU) el 21 de julio de 1943. Pasó su infancia en la Meseta de Ozark, los bosques y la vida natural encendieron en ella una sensibilidad peculiar. Mientras cursaba el instituto descubrió la poesía gracias a un par de profesores que la incentivaron a leer y escribir. Y fue un hallazgo que le cambió la vida para siempre. Muy pronto supo que sería escritora.
Estudió en universidades de diversos condados: Montana, New York y Arizona. Poco a poco fue descubriendo el amplio mundo del libro. Se relacionó con importantes figuras de la literatura del momento, como Theodore Roethke y Mark Strand y fue abriéndose camino.
En 1977 conoció a Raymond Carver en una conferencia que él dictó en la universidad de Dallas. Desde ese instante estuvieron unidos para siempre.
Cuando Carver falleció, en 1988, llevaban sólo un mes casados. Desde ese momento en adelante, Tess se ocuparía de que su obra fuera difundida de forma contundente. Desafío que consiguió con creces: Carver es uno de los cuentistas norteamericanos más importantes de la literatura breve americana.
A lo largo de su vida, además de escribir poesía, ensayos, narrativa, ha dictado clases de escritura creativa en diversas instituciones. Actualmente reside en Irlanda, en una casa de campo. Entre sus obras más destacadas encontramos El amante de los caballos, El puente que cruza la luna, Amplitud, Mis amados fantasmas y Carver y yo.
Uno de sus poemas más hermosos es Choices. Puede leerse como un elogio a los árboles y representa el compromiso que la autora siempre ha sentido hacia ellos. Este poema es muy representativo, además, de toda su obra, donde ha hecho hincapié en una mirada profunda sobre el mundo, señalando lo que no funciona y distinguiendo la luz de las sombras, su obra es delicada y sensible.
Fue abriéndose camino como la poeta estadounidense, autora de versos naturalistas e introspectivos sobre el autodescubrimiento, la feminidad y la vida familiar.
Tess Gallagher estudió con Theodore Roethke en la Universidad de Washington (BA. Bachelor of Arts, 1968; MA, Master of Arts. 1970) antes de asistir a la Universidad de Iowa (MFA, Master of Fine Arts, 1974).
Entre sus premios están la beca de la Fundación Guggenheim, el premio National Endowment for the Arts y el premio de la Fundación Maxine Cushing Gray.
La unión con Raymond Carver no fue solo una relación sentimental sino también una relación artística. Carver había publicado 3 libros de poemas; junto a Tess Gallagher escribió dos libros capitales de cuentos: De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981) y Catedral (1983). Raymond Carver, por su parte, la animó para que ella escribiera los cuentos que se recopilaron en El amante de los caballos (1986).
En cierto modo, la narrativa de Gallagher es una prolongación de su poesía, como si sus temas más recurrentes se combinaran para producir historias de estructura impecable. Los doce cuentos forman una extraña unidad, en todos vemos el diálogo incesante entre el pasado y el presente, el tema del desarraigo, el familiar muerto o desaparecido, el paisaje provinciano y sobre todo el obsesivo punto de vista de unos personajes que tienden a reinventar sus vivencias. Desde el ama de casa que acaba creyendo en la adivinación («Aguarrás») hasta la niña que descubre la realidad oculta del mundo («Las gafas»), todos parecen susurrar que los límites de nuestra vida son los límites de nuestra imaginación. El lenguaje de Gallagher tiene puntos de contacto con la poética llamada minimalista, pero no es telegráfico ni alardea de sencillo, y aunque basa su efecto en la brevedad, construye mundos complejos que podrían ampliarse indefinidamente. En estos cuentos puede verse la influencia de los maestros de lo imprevisto como O. Henry, de los maestros de la sugerencia y la economía narrativa como Chéjov y Maupassant, incluso de los maestros del gótico sureño como Flannery O’Connor y William Faulkner, pero el concepto de cada historia posee un acabado personal.
«La cotidianidad de los personajes de El amante de los caballos está sembrada de pequeños e inopinados momentos de epifanía e introspección turbadora» (Washington Post Book World).
«La última frase de cada cuento da significado a las vidas opacas, resarce de las soledades» (Times Literary Supplement).
Carver muere en 1988, cuatro años después Tess Gallagher publica El puente que cruza la luna. Es un libro muy personal, con imágenes y visiones muy particulares, manteniendo el tono de una obra esencial, dolorosa, pero sin perder de vista que es una obra poética. El fantasma del amado fallecido aparece en cada página, en la naturaleza, en un vaso, en un anillo, memoria pegada a la piel de la compañía invisible. Los saltos de tiempo son constantes: el presente se haya interrelacionado con el pasado incluso en el desgarro, en la melancolía.
Carver y yo es un libro que reconstruye la relación literaria y personal entre Raymond Carver (1938-1958) y su viuda, Tess Gallagher. Una selección de ensayos, cartas y entrevistas, escritos después del fallecimiento de Carver, que exploran los inextricables lazos que unieron sus vidas y trabajos. Carver y yo es la indagación acerada, entre lo poético y lo sentimental, de Tess Gallagher en una experiencia amorosa que duró diez años pero que adquirió tonos de un emotivo lirismo, de una reflexión entre la desesperanza y la felicidad (una felicidad doliente) cuando a Ray le diagnosticaron el cáncer de pulmón que acabaría con su vida. Una conmemoración y un descubrimiento.
Su libro más reciente, de 2019, se titula Is, Is Not: Poems. En español sus poemas aparecieron en revistas, en el volumen El puente que cruza la luna y en la antología bilingüe Amplitud. También se publicó una de sus colecciones de relatos, de una oscuridad controlada, El amante de los caballos, que en Buenos Aires tuvo una puesta teatral dirigida por Lisandro Penelas y protagonziada por Ana Scannapieco.
En 2006, la escritora -que medita desde hace décadas- publicó Words like Distant Rain, una conversación con una monja budista de Kioto.
Algunos libros de poesía: Nada más salir, 1978. Bajo las estrellas, 1978. Yo deje de escribir el poema, 1992. El puente que cruza la luna, 1992. Mi Caballo Negro, 1995. Fantasmas queridos, 2007. Vive entre Los Estados Unidos e Irlanda, con su compañera irlandesa, el pintor Josie Gray. Podemos encontrar traducciones de Tess Gallagher, por Eli Tolaretxipi.
Escribió ensayos sobre poesía (reunidos en A Concert of Tenses) y un guión cinematográfico (Dostoevsky) con quien fue su pareja desde 1978. “Carver nos dio el amor por las luchas de las personas comunes -dice Gallagher en este diario. Antes de él, eso nunca fue un elemento tan importante en la literatura estadounidense”.
Para Tess Gallagher escribir poesía es su modo de sentir lo que importa, lo que sólo se puede percibir con la mirada poética. El poema es testimonio de algo que necesita ser contado, habla en la intimidad de algo que se ha entendido a medias. Una elocuente cita de Jean Cocteau encabeza uno de los poemas recogidos en esta antología: «Posiblemente no me habría dedicado a la poesía en este mundo que sigue siendo insensible a ella, si la poesía no fuera una ética.» Y más adelante, dice Tess Gallagher: “…y desearía poder reducirme a / eso, unos pocos elementos esenciales, no / más.”
Sus poemas miran a ras de tierra, a la altura de los ojos, se deslizan al ritmo de paseos a pie o en coche, a ralentí, a una velocidad que permite ver luces, solares, edificios, gente detrás de las ventanas; mirar dentro de las cosas y de las casas, de los rostros y de los cuerpos, repasar vidas que se fueron y que regresan en sueños o en esos mismos objetos de la memoria, guardados en sótanos, olvidados en lo alto de un armario. Son rescatados del olvido y conviven con seres que ya no están. Con ellos se entablan diálogos. Pasa la vida. Hay sucesos que hablan de obstinación, esfuerzo, rendición, indiferencia, desamparo, rencor o perseverancia: todo un inventario de actitudes humanas.
Su obra poética:
- Stepping Outside. Penumbra Press. 1978.
- Instructions To The Double. 19 Graywolf Press. 1976.
- Under Stars. Graywolf Press. 1978.
- Willingly. Graywolf Press. 1984.
- The Hug. 1984.
- Amplitude. Graywolf Press. 1987.
- Moon Crossing Bridge. Graywolf Press. 1992.
- I Stop Writing the Poem. 1992.
- Portable Kisses. Capra Press. 1992.
- My Black Horse. Bloodaxe. 1995.
- Dear Ghosts(Poetry Finalist for 2007 Washington State Book Award). Graywolf Press. 2006.
- Midnight Lantern: New and Selected Poems. Gray
- Wolf Press. 2011.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
- https://tierrapapel.wordpress.com/2008/04/01/tess-gallagher-poemas/
- http://cedros.residencia.csic.es/docactos/2537/Programa%20de%20mano/Programa%20de%20mano02537001.pdf
- https://jorgealbertoaguiar.blogspot.com/2007/02/tess-gallagher-siete-poemas.html
- https://www.odiseacultural.com/2022/07/08/el-puente-que-cruza-la-luna-tess-gallagher-enrique-arias/
- https://cajadetormentas.blogspot.com/2007/06/dos-poemas-de-tess-gallagher.html
- https://hectorcastilla.wordpress.com/tag/tess-gallagher/
- https://www.bestialectora.com/2021/07/biografia-de-tess-gallagher.html
- https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/el-amante-de-los-caballos/9788433975669/PN_781
- https://www.lamajadesnuda.com/tess-gallagher-2/
- https://bartlebyeditores.es/ficha_obra.php?genero=narrativa&id_genero=2&id_obra=85
- https://www.lanacion.com.ar/cultura/tess-gallagher-carver-nos-dio-el-amor-por-las-luchas-de-las-personas-comunes-nid11082021/
SELECCIÓN DE POEMAS DE TESS GALLAGHER
SECUESTRADOR
Me hace señas con una pregunta.
Está perdido. Le creo. Parece
que pronuncia mi nombre. Me
acerco. Vuelve a decirlo, el nombre
de alguien que ama. Retrocedo fingiendo
no escuchar. Sospecho
que la calle que busca
no existe, pero me alegro de señalar
lejos de mí. Mientras se vuelve
me quito el reloj, y así dejo un rastro
para los que deban encontrarme
volcada como un coche abandonado
en el barranco. Yazgo
sin aliento durante días, entre helechos.
Agujas de pino se amontonan
sobre mi cara y mi pecho
como manecillas
de reloj. Pasan los coches.
Imagino que es él
de regreso. Mi muerte
no es necesaria. El sol vuelve a subir
para todos. Me levanta
como a una novia
y de los hombros me caen las hojas
en billetes de veinte dólares.
“Has debido pasar frío— dice
cubriéndome con su pañuelo—.
Has debido darme por perdido”.
Habiendo perdido el futuro con él
Habiendo perdido el futuro con él,
estoy dispuesta a amar a quienes
no me ofrezcan futuro – la forma
que tiene el corazón de extraviarse
en el tiempo -. Él me lo dio todo, hasta
el último y jaspeado instante, pero no como un exceso,
sino como si un propósito oculto fuese
una fuente junto al camino
a la que pudiera acercar mis labios y saciarme
de recuerdos. Ahora el amor en una habitación
puede hacer que me pierda con suma facilidad,
como una niña que hubiese de volver deprisa a casa
ya de noche, y tuviera miedo de
encontrarla vacía. O sólo miedo.
Dime otra vez que esto sólo va a durar
lo que dure. Quiero ser
frágil y verdadera, como quien prolonga
el momento con su muerte intacta,
con su corazón, demasiado sabio,
limpio de los desechos que llamamos esperanza.
Sólo entonces podré volver a visitar al último superviviente
y saber, con la alborotada exactitud
de una ventana rota, lo que quería decir,
con todo el tiempo ido,
cuando decía: «Te quiero».
Y ahora ofréceme de nuevo
lo que pensabas que no era nada.
SI ME QUEDO MUCHO RATO JUNTO AL RÍO
Si me quedo mucho rato junto al río
en noches de luna,
no creáis que mi atención obedece
a lo meramente estético, aunque
eso salve a la luz del día.
Sólo lo que alguna vez llamamos adoración
tiene los pies lo bastante ligeros como para transportar
a los vivos por esa brecha de fulgor.
Y quién dirá que no he cruzado el puente
por que lo haya utilizado como testigo,
para que el agua siguiera siendo agua
y las incongruencias de la luna cartografiaran
la unión de la que estaba segura.
DEJO DE ESCRIBIR EL POEMA
Dejo de escribir el poema
para doblar la ropa. Sin que importe quién vive
y quién muere, sigo siendo una mujer.
Siempre tengo muchas cosas que hacer.
Pongo juntas las mangas de su camisa.
Nada puede detener nuestra ternura. Volveré
al poema. Volveré a ser
una mujer. Pero por ahora
hay una camisa, una gigantesca
camisa en mis manos, y en alguna parte
una niña pequeña de pie junto a su madre
observando para aprender cómo se hace.
ÉBANO
Necesito el latir de estas olas oscuras en mi sueño.
¿De qué otro modo recuperar el acre
aliento del clavel, que se renovaba en nosotros
noche tras noche? Yacer junto al amado
significaba disfrutar del jardín en todas las estaciones.
Ahora lo veo. Delicadamente, y sin
que el falso lustre del dolor atraiga
la memoria hasta la fragancia pura.
En el flujo y reflujo de las piedras debajo de la casa,
un espíritu amable tamiza y baña sus pesos,
y las que fueron lágrimas en alguna leyenda oriental
son vigorosamente borradas por la erosión. Y tú,
que fuiste una piedra tan sólo, me enseñaste a ser piedra.
Lo que supone burlarse de la contención en su rica periferia.
Lo gris, lo verde en mi negrura.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
AHORA QUE NO ESTOY NUNCA SOLA
Alzo la mirada en el baño y veo una mariposa nocturna, parduzca,
pegada a la pared blanca, como un par
de labios impredecibles. Doy
el agua caliente: tanta como sea capaz de aguantar.
Me la echo por los hombros. Una vez
me pegó la cabeza a su muslo y me soltó
por el cuello un chorro de agua helada de la fuente
en la que estábamos bebiendo. Hermosa travesura
que congela aquel momento, de forma que ya nunca pueda mirar
atrás. Sólo ahora, en este brillante ahora, con un agua
que nunca está lo bastante caliente como para suprimir aquel escalofrío.
Pero recuerdo la soledad: ninguna otra
presencia; cada cosa, lo que fuese. No este tosco
revoloteo en el que te he convertido, igual que tú me has convertido
en tu centinela nocturno, en tu luz homicida.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
DESPERTAR
Tres noches yaciste en casa.
Tres noches con escalofríos en el cuerpo.
¿Quería demostrar lo muy atrás
que me había quedado? En la espesa oscuridad del cuarto,
me metí en la cama, a tu lado; la cama
en la que nos habíamos amado y habíamos dormido, casados
y sin casar.
Te rodeaba un halo de frío,
como si los mensajes del cuerpo se oyesen mejor
con la muerte. Mi propio calor adquiría la blancura plateada
de una voz entera arrojada a la nieve, para oírse:
para oír la nitidez de su reclamo. Permanecimos muertos,
un poco, el uno junto al otro, serenos
y a flote, en el vasto y extraño manto
del mundo abandonado.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
AMAPOLA ROJA
Aquella sucesión de avisos sacudió junio
como si se preparara octubre en las manzanas más duras.
Una semana de finales de julio, en el hospital, nos cogimos
las manos por entre los barrotes de su cama. El sueño
tendió un dosel sobre nosotros, y me pareció oír
su persistente rumor en el sueño compañero
de lo que debe de haber sido nuestro dios beduino; y ahora,
cuando la amapola declina, sé que ha de posar desnuda
su funda negra, poblada de semillas,
en el pináculo de la muerte.
Mis ponis peludos oyeron el leve flamear de la seda,
pero siguieron pastando en la ladera; sus banderas con oraciones
rasgaban el vacío, cuyo fresco flujo blanquiazul
escrutábamos. Al espantarse las moscas,
difundían por el aire la suave e inconsciente alabanza
de las campanillas atadas a sus crines. Mi vida
simplificada en «para él», y la suya, adelgazada como una inyección
que se agotase, de forma que lo real cediera a favor
de lo preterreal, la abundancia carmínea de cada
momento, un mazo de pétalos rojos
arrancados del tallo, y ni rastro del gorro
negro de húsar en el centro. Para entonces, su respiración
se fue debilitando, tan paulatinamente que tuve que acercarme
a sus labios para conocer
el final. Y saboreé aquella felpa escarlata
que reunía su último calor, el beso sin beso
que me habría dado.
Me correspondía extender el derecho del amante
más allá de su radio, dar y también, aún más necesario,
valiente húsar mío, inclinarme y tomar.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
RESCOLDOS
Sufría el exceso de luz
igual que nuestras tardes se recuperan
de la lluvia matinal partiendo la habitación
en dos. Le leo para que le alcance otra voz,
para tocarlo más, y unirme
a nuestra escucha o a nuestras carcajadas
o a nuestra mutua irrisión.
Ser uno y ninguno. A veces una rima puede
absorber su sustancia, y, sin embargo, librar
una segunda duración. Hablar en voz alta
junto a una tumba rompe el silencio,
para que trascienda otro calor.
No decir, sino el fulgor de que dijéramos.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
YO NO TE CONOZCO
Y tú no me conoces a mí.
Por eso el llamamiento más audible
al daño o a la ventaja.
No te muevas. Me gusta esta repisa
de diamantes sueltos que esperan a ser lanzados
a la noche. Brillemos un rato
sin tocarnos. Después de todo,
la sensualidad es un río siempre a la espera.
Esperemos de otra manera. No algo
en concreto, sino porque esperar
no forma parte de la naturaleza. No quiero
dar ningún paso hacia la muerte
en compañía de nadie, ni siquiera
por amor.
Me gusta cómo callas.
Si pudiera elegir el momento óptimo
que nos llevara a comulgar,
haría que un niño se nos acercase ahora
con un bol de agua pluvial.
No es para nosotros. Albergamos tan poco misterio
para él como la lluvia convertida en
agua de lluvia. Acerca sus labios al borde del bol
y bebe, pero no sin vernos.
La historia se hace de miradas inconscientes,
enhebradas por los incosechables recuerdos
de los niños. Pero continúa un poco más
sin confesarte a mí, como un beso
al que estemos de acuerdo en renunciar. Me encanta
este lento carruaje, las gruesas panzas
de los caballos, el arnés que
me ha vaciado la carne, hasta reducirme a pellejo.
Y ahora te conozco menos,
y tú nunca me conocerás a mí
como a alguien reducido por el casual
o incluso semicerrado párpado del deseo.
Esta forma es antigua, pero, como el crepúsculo, también es una señal
de elementos superpuestos contra su voluntad.
El nuestro es un brillo distinto,
como si un alma hubiera muerto, más allá del mundo,
y se hubiese partido en dos para preparar el lúcido e intrincado placer
de su bienvenida.
Sí, pongámonos de acuerdo también
en no creer en el alma.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
TRAS LOS CHINOS
Al amanecer, un viento del Norte ha zarandeado
la nieve de las ramas de los abetos. Ningún disfraz
dura demasiado. ¿Pensabas que no había vientos debajo
de la tierra? Mi caballo tártaro prefiere el viento del Norte.
¿Pensabas que la muerte y un poco de tiempo me detendrían?
¿Acaso no me elegiste por mi condición obstinada,
por los ojos verdes que ahuyentaban a los timadores
y engañabobos de nuestra puerta?
He abierto un pequeño sendero, un círculo ovoide
alrededor de tu tumba, para mantener el calor
mientras te hablo. Soy la única
en el cementerio. Elegiste bien.
Nadie es tan obstinada como yo, y mi caballo tártaro
prefiere el viento del Norte.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
ENCUENTRO MÁS ALLÁ DEL ENCUENTRO
Se cierne aquí tu amenaza, cuando el mar
revela su hora más negra antes del anochecer,
y vuelve después sobre sus pasos para llevárselo todo.
Pero durante un rato los árboles se recortan
contra una espesa franja de espliego, al otro lado
de un puente de luz de ribetes rosas.
Aún podría creerme que las puertas se abriesen
y que aparecieras tú,
un poco sorprendido de que no estuviese todavía
con nadie.
Ahora la luz se ha extinguido
y nosotros, que conocíamos cada curva y cada pendiente y cada cicatriz,
debemos invocarnos mutuamente, como manos que cogieran orquídeas
en la oscuridad. Sólo por su fragancia podemos saber
cuánto hay que apretar.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
UN EXTRAÑO
Empieza la luz. Empieza la nieve.
Una rosa empieza a desquiciar
a sus pétalos. El sueño
empieza. Una manzana cae
de la rama. Alguien cuenta
un secreto, como un eco
que envolviera una sombra,
una sombra empapada de amor.
El secreto empieza a marcar
la diferencia. Viaja
en el calor prestado
de lo sobrevolado
por la sombra. El bigote
empieza en el labio.
El corazón empieza
su fiero viaje
al amor y a la pérdida
del amor. Pero tú,
tú no empiezas. Miro
tu mano en mi pecho.
Su diálogo es la áptera
fuerza del tallo
que sostiene la flor
cuando luce el sol, cuando llueve.
El día empieza. La noche empieza.
Pero tú no empiezas.
Tú sabes eso
que todo amante sin amor olvida:
que empezar consiste en avenirse
a vivir entre fuerzas demediadas,
a brillar sólo cuando brille
la luna y todo esté preparado.
Me preparas,
pero no empiezas.
Nunca te dejo empezar.
Es mi regalo para nuestro más incierto
siempre. Sólo me avengo a coincidir
fuera de cada ola encantada
por la muerte. Lo que hacemos
no es un sudario ni un halo.
Es una colmena desterrada
que se ataca viva con
vastas multiplicaciones. Nos burlamos del amor
igual que el torero se burla
de la muerte, preparando la peligrosa embestida,
hasta que nos coge desprevenidos
en ese segundo hendido
en el que el amor nos estremece
con su mirada
más adusta. La seda de la capa
magenta remolinea ante nuestros labios
como el aliento desentrañando en el momento
en que el matador se arrodilla frente al toro.
Mi adorno, el novillito.
No empieces. Nunca empieces.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
BESOS DESDE DENTRO
Se ha inventado una forma de guiar
a la ciega, de forma que ambos caminan exactamente
a la par. Y, como ya no ha de conducirla, puede ser rápido
e ingenioso conmigo. Soy como una casa perdida
en los bosques de Soto,
cuyos pisos superiores están ocupados por gitanos.
Me trenzan el pelo con hebras rojas
e iluminan mi sombra con velas, para tenerme
toda a la luz.
Él me quiere toda a la luz; a la que se ha pasado tres años tropezando
con los muertos. Me levanta los pies
por los talones, sosteniéndolos en las manos. Cuanto más
alta y dorada quiero ser, cuanto más despiadada
e informe, con mayor violencia me devuelve
a la tierra. Me reboza del polvo rojo
del interior de la noche. Hasta sus besos
acarician mi desovillarme desde dentro.
Las abejas se alejan de su miel
con indecible frenesí.
En el mediodía inmóvil de nuestras medianoches devocionales,
también él se aleja, hasta que me siento robada y pura,
con las raíces muy dentro del aire del mar,
porque la marea lo es todo porque la marea lo es todo
y yo nunca he visto el mar.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
SÍ
Ahora somos como ese liso cono de arena
en el jardín del Pabellón de plata en Kyoto,
hecho para brotar bajo la luz de la luna.
¿Quieres mi lamento?
¿Quieres mi luto?
¿O, como la luz de luna en la más blanca arena,
vestir tu penumbra, brillar, resplandecer?
Brillo. Me lamento.
Traducción de Abel Rubén Romero
CADA PÁJARO CAMINANDO
No mientras, sino mucho después de decírmelo él,
yo lo imaginaba bañando a su madre,
encorvándose sobre la cama y bajando
la manta. Había una palangana con agua
y él mojaba un paño
en ella una y otra vez. El paño
chorreaba un poco sobre la sábana
cuando él iba y venía desde la cabecera
a la mesa de noche
porque no había sitio
en el cuerpo de ella que él no debiera tocar pues
era necesario. Y ella le ayudaba moviéndose
lo poco que podía, levantándose para que él
lavara, debajo de los brazos, el hueco suavemente.
Luego progresaba
desde los pies, por los tobillos, sobre
las rodillas. Y por último, abría
sus muslos y pasaba el paño con firmeza
y con la idea de limpiar
arriba, donde la entrepierna, entre los labios,
sobre la V de pelos escasos,
como si él fuera una madre
que tuviera el pretexto de la limpieza para tocar
con amor e indiferencia
las partes secretas de su hija, para rozar
la asexualidad soñolienta en su espera,
para descubrir qué hacer por el amor
del cuerpo, por el amor de lo que
sólo el cuerpo puede hacer por sí mismo.
Así su mano, suavemente en el sitio
de su luz natal. Y ella, los ojos ahondados
y cerrados en la habitación oscura.
Y porque él me dijo que la muerte de ella era tan
importante como el estar con ella,
yo pude amarle de otro modo. No
por el cuerpo solo, o por su propia materia,
sino llevada por las blancas espirales del temblor
hasta que el espíritu, el aliento que éramos,
se nos quitó. Pequeña entonces,
la palabra sagrado.
La volvió boca abajo
y lavó las escápulas,
la parte estrecha de la espalda. “Ya está bien”, dijo ella.
“Basta ya”.
Sobre nuestros labios aquella mañana, el jugo ácido
de las madres, tan fuerte en la remembranza,
sin pedir, sin dar, y lo que dijiste,
va siendo el fin de nuestro amar, así para no dañar
al ser más querido, me hizo pensar
en lo que queda de nosotros
después de quitado nuestro sexo. “Cuéntame”, dije,
“algo que no pueda olvidar”. Luego vino la historia
de tu madre, y cuando terminaste,
dije: “Está bien. Basta ya”.
Versión de Eduardo Moga
AHORA CERCA DE MÍ
Por entre la niebla del valle
veo los caballos
moviéndose apenas, los flancos
y crines acariciados, la depresión
del lomo. El amor humano es una maravilla,
aunque sólo sea para decir: ¡este cuerpo! ¡esta niebla!
Versión de Eduardo Moga
EL CUARTO INFINITO
Tras haber perdido el futuro con él
ahora estoy en condiciones de amar a aquellos
que no ofrecen futuro cuando el futuro
es la manera en que el corazón se proyecta
en el tiempo. Él me dio todo, hasta
el último instante marmóreo,
/y no como un exceso,
sino como si una intención cumplida fuera
un arroyo junto al camino
al que podía acercar mis labios y saciarme
recordando. Así ahora el amor en un cuarto
puede lograr fácilmente que me pierda
como una niña que se apresura por llegar a casa
en la oscuridad, con miedo de que la casa
esté vacía. O sólo con miedo.
Dime otra vez que esto sólo pasará
mientras dure. Quiero ser
frágil y sincera como alguien que extiende
el momento con su muerte intacta,
con el corazón demasiado sabio
limpio del escombro que llamamos esperanza.
Sólo entonces puedo volver a ese último momento
y saber con la salvaje exactitud
de una ventana destrozada lo que quiso decir
ya sin tiempo
cuando dijo “Te amo”.
Ahora ofréceme otra vez
Lo que creías que era nada.
UVAS AZULES
Como uvas azules
junto a la ventana
y miro
al valle nevado.
Por un momento, la profundidad del mundo
me devuelve la mirada. Entonces un arrendajo azul
esparce nieve de una rama.
No hay mundo; no hay encuentro. Sólo
estremecimientos, dulzura
en la lengua.
Versión de Eduardo Moga
ANILLO
No el que lleva en esta detenida extensión
de tierra, sino el que vimos juntos
en aquella tiendecita de Oregón: ágata musgosa,
de un verde tan subido que negreaba en el aro de plata. Difícil
de encontrar después, extraído de su mano
y vigilante. Pensando que sorprendería a su poder
con la traición, se lo regalé a un amigo nuestro que nunca llevaba
anillos y necesitaba su suerte. Pero pronto supe,
no me preguntes cómo, que el anillo
yacía, junto a baratijas diversas, en un cajón. Le pedí
que me lo devolviera y, durante algún tiempo, lo llevé al cuello, colgado
de una cadena. Pero resultaba extraño,
como un amuleto escolar: un recuerdo de amor para el que ya estaba
mayor, y que había cambiado por el oro rosa
de las alianzas matrimoniales. ¿Dónde está ahora?
En algún abyecto lugar seguro.
Pero ¿dónde? Apartado. Pongo la casa patas arriba
buscándolo. Pero no lo encuentro. Es peor
que una maldición. Como la felicidad que malgastamos en fuentes
con deseos equivocados. O la burla
azarosa de la memoria, su embotada firma, tan casual
que me aplasta viva, y me creo lo que nunca me creo
de las verdaderas apariciones: que utiliza
mi deseo para venir a mí;
que mis sentidos están habitados, como el tronco
en cuyo interior se embute el oso
para hibernar; que la presencia en curso de los muertos
es volátil y sacramental. El viento al que
está unido ese muchacho, que corre con una cometa por
entre las tumbas, mirando a lo alto, pero manteniendo el equilibrio,
como si introdujera el cielo en la tierra con
fría temeridad. Así que mi amor, muerto pero viviente,
asoma en el flujo de la memoria, de lo que su memoria
recordaría, igual que él es recordado
en una calle de Dragón, muerto viviente de amor,
con la extrañeza de la plata fría
ciñéndole el dedo de la mano recién creada.
OPCIONES
Voy a la ladera de la montaña
de la casa para cortar arbolitos,
y clarear la vista en la nieve
de la montaña. Pero cuando miro hacia arriba,
sierra en mano, veo un nido aferrado
a las ramas más altas.
Ése no lo corto.
a los demás tampoco los corto.
Súbitamente, en cada árbol,
hay un nido invisible
donde estaría
una montaña.
PEDÍ QUE SE REZARA UNA ORACIÓN
Pedí que ser rezara una oración ante su tumba, aunque lo hiciéramos torpemente muchos de los que estábamos y pareciera arriesgado hacerlo, rezar allí en el acantilado sobre el estrecho. Recuerdo que una vez invitó a sus amigos a que bendijeran la mesa porque sabía que lo hacían cuando él no estaba. Era el décimo aniversario de su muerte. Había cerrado los ojos porque así es como aprendí a rezar cuando era niña, y así es como rezo. En esto la voz de mi amigo y del mundo. Una voz que dijo: la oración ha de ser un momento de silencio en el que cada uno realice una ofrenda. Silencio, entonces. Y, mientras estábamos así, el viento del Estrecho se abalanzó como una mano sobre las campanillas de la lápida. Pensé: «él está aquí», y lo mismo alguno más. Lo comentamos luego. Lo habíamos percibido. Así es como se acercó para estar con nosotros. A través de aquel sonido encontró la manera de hablarnos. Le escuché a todo él en aquel instante de eternidad. El metal brillante de las campanillas manipulando el aire del mar. Luego el precipicio de paz al que la tierra parecía caer en silencio. Y luego silencio después del silencio. Gallagher, Tess. Carver y yo (Trad. Jaime Priede). Madrid; Ed. Bartleby, 2007.
LEYENDA CON BRISA DE MAR
A tu muerte, quería, al menos, tañer
alguna campana, pero en mi pueblo sólo había
relojes y un emblemático badajo
montado en un seudoparque para veteranos.
Si hubiera habido campanas, las habría
tañido, y habrían sonado como sonaban
las campanas de la escuela en el campo,
en los tiempos de mi madre. Entonces los niños
atravesaban corriendo los campos e irrumpían
en clase, con los libros al hombro,
y parecían iluminados de deseo.
Una vez más, una infusión amarilla de campanas
se vacía como una tina de canarios en
el corazón, hasta que rebosa, y
el aire tropieza por los tejados, y el eco
azogado de la muerte nos sacude
hasta la médula con su silencio gorjeante
y gualdo. Esto te habría dado,
a pesar de estos trabajadores nocturnos,
de estos bebedores en tabernas sin niños, de estas madres
de hijas seducidas a los catorce. ¿Qué
puede decirles el idioma de las campanas
que no hayan ellos aprendido ya, como golondrinas
que volviesen romo el esternón? No, mejor
llevar mi caballo negro hasta aquel bosquecillo
de abetos y esperar un rato. Mejor
seguirlo por el Camino de la Montaña Azul
y pasar el día entre helechos lanceolados,
con las secretas agitaciones de la criatura
soledad del bosque. O forrajear
como un oso aturdido por el calor,
hurgando en las zarzas en busca de bayas, y pensando
sólo en el invierno, en el invierno, y en arrastrarse,
a la luz del día, hasta aquel seductor exceso de tierra,
para conciliar un igual exceso de sueño.
Oh, negro caballo mío, ¿qué prisa
tienes? Detente un momento. Quiero grabar
sus iniciales en este árbol palpitante.
Aún no estoy lo suficientemente vacía como para creer que se haya ido,
y por eso el olor del mar
orea aún estas ramas calladas, y me
llega un poco de su aliento, si estropeo el ritual,
si empleo la más completa negrura,
y lo zarandea un temblor, como de cascos de caballos, en
mi ascenso a sus hombros de terciopelo
sólo con amor, con amor rugiente, con amor famélico como el mar:
en el pueblecito en el que vivieron
no exagerarán al decir,
con voz de irisaciones pétreas,
que un caballo y una mujer bajaron
de la montaña, y que sus ojos tenían la misma
expresión, como los pétalos de los pensamientos negros
que los colegiales se colocan en el hoyuelo
de la base del cuello en señal
de su secreto, de su muda invencibilidad.
Hagas lo que hagas, no dejes que tañan las campanas.
Estoy cansada de la escuela, de las leyendas, de
estos antiguos cuerpos sacrificiales que los carros arrastran
a la muerte. Sólo quiero cabalgar a lomos de mi caballo negro,
y ver hasta dónde me conduce.
De El puente que cruza la luna (traducción de Eduardo Moga)
POEMA SORDO
No leas éste en voz alta. No está hecho
para ser escuchado; ni siquiera en las zonas sónicas
de la mente debería tropezar la palabra “explosión”,
y detonar en la habitación silenciosa. Mi amor
necesita palabras ajenas a
la boca y a las cuerdas vocales. Sin vibraciones, por favor.
Necesita concentrar la reciente capacidad inhumana de su alma
en dispersarse por lo más espeso
del bosque. Forma parte del plan que los pájaros
se coman las migas. Está bien. No volverá por
ese camino. Le gusta donde está. Pero, aunque
no le guste, nada puedo saber al respecto. Que
canten los pájaros. Le gustaba escucharlos
a cualquier hora del día. Que este poema alcance
su sordera. Presta atención de otro modo, como
cuando inclino la cabeza y apoyo la frente
en la errónea creencia en el poder del amor
para manifestar, a pesar de la distancia, la alegría que nos hermanaba.
Dondequiera que esté, sabe que sigo teniendo dos pies
y que me he roto uno bailando.
Vendría a mí si pudiera. Es agradable estar seguro
de algo cuando hablamos de los muertos. A veces
me olvido de lo que estoy haciendo, y le llamo. ¡Soy yo! ¿Cómo
pudiste marcharte así? Justo cuando las cosas se estaban
poniendo bien. Le recuerdo, malhumorada, su promesa
de llevarme en un trineo tirado por caballos
con campanillas. Vuelve la vista atrás en su sueño, igual
que miraría un violín a su arco, a punto de convertirse en astillas,
al otro lado de la habitación. No intenta
detener nada. Ni el baile. Ni la sordera
de mis poemas cuando llegan como un saco de piedras
mojadas. Sí, puede volver a la vida el tiempo suficiente
como para que la eternidad lo aprese, hasta que uno de nosotros
pueda velar y escribir el poema sordo,
un poema al que le falte hasta el lenguaje
con el que no está escrito
BRILLO
Aquellas japonesas esperaban; esperaban,
de regreso a Shikibu y Komachi,
a hombres que ni siquiera entonces parecían capaces
de darles afecto. Aunque es una traición
no admirar el amor de las mujeres,
que ilumina los largos corredores del pasado
con tanta potencia como las linternas
bajo las que anduve junto a los santuarios de Kyoto.
Mujeres que esperaban en vano; o que una fugaz
Reaparición vivificase su tristeza.
Su esperanza de reencontrarse siquiera con un pálido amor
Daba a cada corazón un riguroso desvanecimiento.
Incluso una hermosa pérdida es una pérdida.
Alguien debería haber atravesado
las telarañas de sus miserables portales
con un nuevo mensaje: “No el trabajo del amor,
sino el amor en sí: nada menos”.
Quizá eso, al menos, las habría vaciado
lo suficiente
como para anular toda
falsa esperanza de satisfacción.
Lo que quiere decir que, al no llegar el amor adecuado,
no habrían estado preparadas.
Algo muy a mano
Habría concitado sus atenciones.
Así pues, salí a pasear una noche, bajo la luna llena,
y convine con mi amado muerto
que la luz fría que se reflejaba en el dorso de mis manos
me pertenecía principalmente a mí.
Versión de Eduardo Moga
EN EL LUGAR DE LA TRISTEZA
Tomo una foto del Buda de piedra
que contempla desde su momento eterno
todos los cuerpos erosionados de cientos
de Budas del tamaño de un niño. Hombro contra
/hombro,
dicen algo sobre que no se le ofrece
a la muerte otro camino. Los espíritus
de los que no tienen parientes que los lloren,
/una entidad
que impulsa las lágrimas hacia adentro, de modo
que el rostro sólo muestra la ráfaga,
la implosión del dolor.
A través del rojo estrellado de las hojas de arce:
/un hombre
semi-visible con camisa blanca y corbata negra
alzado a la misma altura del Buda de piedra –uno
en su inmovilidad viviente, el otro más-que-vivo-
da un paso hacia mí
cuando aprieto el disparador
y miro hacia arriba,
como un muerto
a quien le dieran la tarea de demostrar,
con dos piedras idénticas,
la diferencia entre
un espíritu y un cuerpo.
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¿Algo que lamentar?
Esa burbuja
o el dulce asunto,
envés de qué,
un gesto quedo
como una mala traducción: qué de lamentar
si uno no sabe lo que da,
si …