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274. POESÍA MÁS POESÍA: GEORGINA HERRERA

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BIOGRAFÍA DE LA POETA GEORGINA HERRERA

Negra, feminista, periodista precoz, la poeta Georgina Herrera, o como la llamaban los amigos, Yoya, falleció a la edad de 85 años luego de luchar durante días contra el coronavirus en un hospital habanero.

Nació proféticamente en Jovellanos, Matanzas, Cuba, un territorio de fuerte presencia yoruba, un 23 de abril de 1936, día de las letras hispanas y en una provincia cubana donde la tradición literaria es muy rica.

La población de Jovellanos –al igual que la del cercano pueblo de Cimarrones–, estaba vinculada a la producción de azúcar, y fue mayormente conformada por esclavos y sus descendientes; este contexto espacial, escenario de su origen, se expande a las más diversas dimensiones de la poesía y otros textos de Georgina Herrera, quien con orgullo, en el inicio de su poema “Dios de mi casa y de mi sangre: Olofi”, así lo enuncia:

Familia negra en la que no hubo mezcla alguna: negros los ojos, la piel, el pelo duro; y el alma, pura, casi salvaje, porque el origen era la selva. Hablo de los que me antecedieron. (Herrera, 2009).

Había quedado huérfana siendo muy niña y luego perdió a su hija en un accidente de tránsito. Con esos dolores a cuestas trabajaba en la radio, escribía, y se sumaba con entusiasmo a las discusiones públicas.

Pagina 30 de la revista - Poesia Online

Su palabra se imponía, clara, sin gesticulación, porque decía lo que había que decir. Su poesía límpida y a menudo triste nos habla de los más hondos dilemas vitales. El diálogo permanente con la muerte y la soledad, su resistencia a dejarse vencer por la adversidad, son ejemplares. No en vano contaba con alegría la primera confusión en su escuela: cuando aquella “niña negra, pobre, muy pobre, que había logrado llegar a la Escuela Superior” fue acusada de plagio antes de que las autoridades escolares tuvieran que conceder que se trataba de una “poetisa de altos vuelos”, según le contó a Daisy Rubiera en Golpeando la memoria (2005).

Como ha dicho una de sus estudiosas, Katherine M. Hedeen, su voz lírica trashumante se identifica con mujeres y hombres de distintas culturas y tiempos históricos, y con las luchas anticolonialistas y antimperialistas de otras horas y latitudes”, ofreciendo la imagen de “un sujeto a la vez feminista, afrocubano, proletario y descolonizador”.

Su introspección autobiográfica se ahonda en Grande es el tiempo. Libro de elogios, lamentos y capitulaciones (1989), en el cual reivindica la herencia africana desde lo íntimo, como en el poema “África” cuando dice:

“Cuando yo te mencione / o siempre que seas nombrada en mi presencia / será para elogiarte. / Yo te cuido”.

De este libro también es su galería de mujeres levantiscas, modelos de mujer rebelde. Como en “Fermina Lucumí”:

“Válida es la nostalgia que hace poderosa / la mano de una mujer / hasta decapitar a su enemigo”.

O en “Retrato oral de Victoria”:

“Qué bisabuela mía esa Victoria. / Cimarronéandose y bocabajos / pasó la vida. / Dicen / que me parezco a ella”.

Esos recorridos por la historia la afirman en su vínculo con el pasado, pero también definen su compromiso con la justicia, como ocurre en “El más anciano de Vietnam”, “Historia americana, nuestra” o “Girón”, poemas antimperialistas y vindicadores de la lucha contra la opresión.

También en “Muerte de Jesús”, dedicado al asesinato del líder azucarero Jesús Menéndez. Lo interesante aquí es que esa muerte se cuenta desde el espacio íntimo: “El padre llega acongojado a casa moviendo de un lado a otro la cabeza, / así, de un modo, como / si todos fuésemos huérfanos”; señala de este modo que es la desesperanza de quienes nunca hasta entonces tuvieron derecho a la esperanza.

Georgina herrera portada - Poesia Online

Tales poemas se acompañan de otros que celebran el amor, como “Agradecida al hombre que me ama” o “Amándose en un ómnibus”.

Georgina Herrera publicó su primer poemario, titulado GH, sus iniciales, con la editorial El Puente en 1962.

Además de la poesía, Herrera fue una profesional de los medios y trabajó en la radio y la televisión cubanas por más de 40 años donde escribía novelas, cuentos y teatro y también trabajó en cine.

Formó parte de MAGIN, un colectivo de mujeres comunicadoras que en la década de los 90 del siglo XX, impulsó el análisis de la comunicación desde una mirada de género y feminista.

“A pesar de todas las amargas experiencias vividas, nunca dejó de cantarle a la cotidianeidad, a las gentes, a las cosas y a todo lo que le rodeaba como un clamor de reafirmación de la vida misma.
Es considerada una de las voces más genuinas en la lírica del siglo XX, cultivó la poesía afrocubana y en su obra abunda el tema de la mujer, principalmente la de raza negra, que fue objeto de sus investigaciones.

Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y se estudia en Universidades en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá.

Participó en diferentes eventos nacionales e internacionales, donde abordó temas en defensa de la mujer y fue jurado de prestigiosos concursos, entre ellos el Premio Casa de las Américas y el Nacional de Literatura.

Activista antirracista, recibió la Distinción Honorífica de la Cátedra Nelson Mandela por sus aportes en la lucha contra la discriminación racial y en defensa del legado afro descendiente y también fue reconocida con las medallas Raúl Gómez García, Alejo Carpentier, la Distinción por la Cultura Nacional, Escritora de Mérito del ICRT, Diva de la Radio y Micrófono de la Radio, entre otros lauros.

Algunos comentarios que le hicieron con motivo de la publicación de su Obra completa, dónde dijeron de ella: “La prueba de que todos poseemos un destino, pese a que con frecuencia se nos entierra vivos o se nos convierte en cosas hechizadas, viene a entregárnosla, con creces, la vida y la poesía de Georgina Herrera, que ha sido recogida en libro, en un loable esfuerzo de la editorial Letras Cubanas.

En esa oportunidad también: “De una tenacidad que se sobrepone o se autoconstruye en nacimientos y testimonios habré de hablar, de una voz que canta al reino de la familia, o lo evoca, aún perdidos sus dominios. Es la sangre equiparada quien cuenta la leyenda, y de ella se sostiene. Por eso entro a su Obra Completa sin camisas de fuerza o visiones preconcebidas que pudieran establecer la lectura del prólogo.

De su primer libro, G.H, que esta edición me permite leer, puedo decir que es la obra de alguien que se sabe poeta y avanza, entre giros y conflictos propios, o dolorosos crecimientos creativos, hacia una forma aún por lograr. Ya en los otros la maternidad es contemplada como un gran sacrificio eclipsado por la majestad del fruto en que el hijo se constituye; como algo raigal e imprescindible para que ella “aprendiera / definitivamente / a manejar la dicha y la agonía”.

“Contemplamos a una madre tierna y orgullosa que canta su condición —plenitud que se alcanza en esa vida doméstica al amparo de los hijos, la mujer es feliz porque es madre, véanse en ese sentido los poemas “Hija buscando a su madre” y “Como una foto rápida, en familia”, donde el disfrute de la unión familiar se recuerda intentando agruparse de nuevo o la problematiza ante los avatares cruentos del vivir, ya sea por la pérdida de los hijos o por su lejanía, en los que percibimos el anhelo de los momentos de comunión familiar”:

Otro comentario: “Lo que más valoro en la poesía de Georgina Herrera: que es directa, sin imágenes cuidadas, pero limpias y tenaces, como las formas en que actúa muchas veces la naturaleza”
En ese afán y éxtasis de cantar a la paz del hogar y de los hijos en comunión construye diversos relatos de amor y ternura infinitos, para los que tiene una curiosa habilidad que muestra no solo en estas semblanzas domésticas, sino también en las que dedica a ciertos seres desdichados, desvaídos, como pueden ser la solterona, el ahorcado, la prostituta, la querida, contemplados desde el cristal de la muerte, o determinados personajes históricos y literarios. Entre esos seres ocupa un lugar especial el niño, que hace aparecer el tema de la muerte de los hijos como premonitoria presencia desde su primer libro publicado”.

A los 14 años publicó sus primeros versos en diarios de La Habana. En ellos mostró ya la calidad intimista, personal, que marcaría toda su creación posterior. “Su poesía revela aspectos hermosos o terribles de la cotidianidad, con una audacia que roza una inocencia esencial, sin abandonar la lucidez de una sensibilidad que la poetisa parece entresacar de rincones turbios y que ella aclara con la sencillez y la ternura”, expresó la también poeta, filóloga y periodista cubana Mirta Yánez, citada por el sitio web Mentekupa.

Hizo de sus versos un espacio para reivindicar las luchas de la mujer, y de manera particular de aquellas que cargaban el estigma de ser negras. Lo hizo siempre desde su propia experiencia y subjetividad, como conversación cercana y emotiva con sus lectores.

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Entre GH, su cuaderno de Ediciones El Puente (1962), y la largo tiempo esperada y muy reciente publicación de su Poesía completa (La Habana: Letras Cubanas, 2016), Georgina Herrera publicó otros siete poemarios: Gentes y cosas (1974), Granos de sol y luna (1978), Grande es el tiempo (1989), Gustadas sensaciones (1996) y Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones (2009), así como un testimonio sui generis, escrito en diálogo con Daysi Rubiera: Golpeando la memoria: Testimonio de una poeta cubana afrodescendiente (2005), al que se incorporaron poemas entonces inéditos, que luego se incluyeron en su libro de 2009.

Sus poemarios traducidos a varios idiomas, forman parte de antologías poéticas y un libro con selección de su poesía ganó en 2016 el Premio de Libro Latino en la categoría de Poesía Bilingüe.
“Es la poeta cubana más sencilla del último siglo. La más paciente y emotiva, quizás la más consciente de la simultaneidad del sufrimiento y la alegría, de la fugacidad de lo terrible y la permanencia de lo amable. Su mirada limpia y tristísima extiende su maternidad hacia la gente y las cosas sensibles. Sus versos nacieron iluminando la pobreza real, atravesando discriminaciones y otros pesares hasta revelarnos el envés de lo doméstico y convertirse en reina cimarrona, mensajera de nuevas sublevaciones del corazón y la esperanza”, afirmó el poeta y crítico literario Roberto Zurbano sobre la obra de Georgina Herrera Cárdenas.

Todos sus libros conforman un continuum poético cuya coherencia, afinidad y armonía se logra a través de la interacción de varias líneas temáticas y motivos, que parten de la autoconciencia y, consecuentemente, de la auto-representación de la hablante poemática o sujeto lírico, de sus textos como negra feminista, orgullosa de su origen, su condición, su valor y su entereza. Esta constelación temática podría resumirse en la apelación a genealogías y valores ancestrales; la presencia de la familia y el entorno familiar, la referencia a antepasados e hijos; el rescate de la historia olvidada, negada, y de sus protagonistas, en particular, las femeninas; así como el homenaje fruitivo y productivo a la oralidad y la religiosidad afrocubana. Y muy especialmente, como condicionamiento y marca de todo lo anterior, aquello que Catherine Davies llamara hace veinte años en su estudio pionero sobre el tema, su perspectiva gino-afrocéntrica (1997), la cual ha sido también abordada por Aída Falcón Montes de Oca en «Vencida a veces, nunca prisionera». Identidad y autorrepresentación en la obra de Georgina Herrera,el libro más reciente dedicado a la obra de esta autora.

La oralidad, tanto como rasgo y prenda cultural irrenunciable de los afrodescendientes, es un legado portador de todo un caudal de manifestaciones literarias, artísticas, religiosas y de los más disímiles saberes, e igualmente como deleite para los oídos atentos.

Charo Guerra y Georgina Herrera - Poesia Online
Charo Guerra y Georgina Herrera

En “Oriki para las negras viejas”, uno de los capítulos en que se organiza el libro, Herrera rememora y revaloriza las voces de aquellas ancianas, salidas de la esclavitud y no solo portadoras de las tradiciones ancestrales, de un contenido, de un ‘qué’; sino artífices de los modos de narrar, de un singularísimo ‘cómo’ hacerlo:

Muchas de aquellas narraciones eran las mismas que el abuelo había contado, pero las de ellas no solamente me suspendían, sino que me trasladaban qué se yo adónde, e iba y venía en medio de lo que escuchaba, dándome un gusto que aún hoy me llena la memoria y el corazón, porque ellas tenían otra manera de decir y con mucha más variedad y una riqueza sin límites. (Herrera/Rubiera, 2005: 76, mi énfasis, L.C.).

Como ha dicho Flora González Mandri, refiriéndose en particular a los humildes espacios domésticos, eminentemente femeninos, en que estas viejas narraban sus historias, «este cuadro narrativo conlleva un intercambio íntimo entre mujeres que contrasta con la narración recibida de su abuelo, intercambio que no condujo a la suspensión de la incredulidad, sino a su traslación a la esfera imaginativa, capaz de crear un gusto estético ahora grabado en su memoria y en su corazón».

Así pues, las historias que contaban «en la cocina de sus casas, o por las noches, sentadas en un sillón o en un taburete, junto a una cuna o una hamaca o tal vez a un simple jergón de paja» (Herrera/Rubiera, 2005: 76), fueron las forjadoras de la creatividad de Herrera, de su tempranísima entrega a las letras: «Mi primer cuento lo escribí cuando aún estaba en la escuela primaria, a partir de los relatos que ellas hacían y que siempre escuché con mucha atención»
Y a esas «negras viejas de la familia y del barrio» Herrera les dedica un poema en el que, al cabo de los años, convertida ella también en una negra vieja, descubre la necedad que significó, en medio de un proceso como el de la Revolución cubana, que proponía y ofrecía facilidades para el desarrollo de las capacidades de todos, despreciar o poner a un lado los antiguos valores de la tradición, los saberes heredados, sin advertir, enajenados todos por la novedad, por el entusiasmo de lo que estábamos viviendo, que nuestro país tenía que volverse a fundar con la memoria y los saberes de todos, con su rescate, su recuperación y su enaltecimiento, a fin de lograr la igualdad, a fin de exorcizar definitivamente el racismo, de borrar las huellas de la esclavitud.

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SELECCIÓN DE POEMAS GEORGINA HERRERA

LA POBREZA ANCESTRAL

Pobrecitos que éramos en casa.
Tanto
que nunca hubo para retratos;
los rostros y sucesos familiares
se perpetuaron en conversaciones.

“Familia… Hogar”
Madre y padre, vivos los dos,
tan viejecitos, pero
raíz al fin.
Mi esposo y yo, el tronco fuerte
del árbol del amor;
los hijos y los nietos
floreciendo, multiplicados.
En fin, la dicha verdadera,
nada costosa. Bastaba
cumplir el mandamiento:
Creced y multiplicaos.
Fue el tiempo de soñar.
¿Y el de lo cierto?
Centroamérica, Europa, el otro
mundo…
Cada cual, a veces hasta sin despedirse
cogió su rumbo.

Soy
la sobreviviente,
la que está aquí,
la fuerte.
Solitaria.

SOBRE EL POETA, EL AMOR, LA POESÍA

Los poetas
hacemos democracia con la intimidad.
Quitamos falsos techos,
abrimos las ventanas,
descorremos
cerrojos fabulosos…
Surge así el poema,
nuestro modo
de hacer saber hasta qué punto hicimos grandes
a momentos, a seres tan pequeños.

EPITAFIO EN LA TUMBA DE MARÍA

¿Qué hizo de ti la voluntad del hombre?
¿A qué mínimo polvo te redujo
negándote el derecho
a concebir por obra y gracia
del arrebato y la ternura,
siempre
naciendo de la mujer
como sus propios hijos?

EL PATIO DE MI CASA

(Sí es particular)
Nadie adornó su espacio con arecas
ni se enredó en la cerca la piscuala.
Patio sin otro ruido
que el silencioso andarlo
de mis pies descalzos.
Sitio para mí sola, donde la ternura
y su modo simple de crecer y darse
como la hierba fina,
me fue vedado.
Patio donde el sonido de la lluvia
dejó su oficio de agua
para ir cayendo, espesa y contenida,
más bien como lágrimas.
Ancho para una celda. Camino
interminable se me hizo
de tanto darle vuelta y repetirlo.
Patio perdido y ya recuperado
pues regresa
desde el fondo de un sueño
como un hueco en la infancia.

MAÑANA ÚLTIMA

En la habitación, de la que ha sido
dueña hasta ese día,
la instalan, como si fuese una extranjera.
Callada, como siempre,
está ahora
en la esquina más breve de su cuarto.
Con tanta luz como no tuvo nunca,
entre flores pobrísimas, entretiene
su obligatorio ocio, desde
una mañana hasta la otra
en que sin reverencias, sin adioses,
más callada que nunca
deja que la lleven a otro sitio,
distante del Planeta
que con los hijos y el marido hizo…
Y así empezó mi asunto con la muerte.
Seguro que hubo amor,
pero escaseaba el tiempo de mostrarlo
y hacer que lo entendiera.
Y, a partir de ese día
todo fue ya inútil. Se hizo tarde
para sentarnos a hablar y conocernos
cuando yo fuese mayor y ella más vieja.

MUCHAS, MUCHAS VENTANAS

En la casa que necesito para vivir
solo quiero una puerta
pero, muchas, muchas ventanas.
Para irme y llegar de cualquier sitio
con una puerta basta,
pero… ¿cómo
estar pendiente de la lluvia,
de lo que puede el viento,
del dibujo de luz que, a su capricho,
trazan
los relámpagos,
del pájaro que llega y se detiene
con mensajes-turquesas en sus alas?
Necesita mi casa
muchas,
muchas ventanas.

CARTA A CÉSAR VALLEJO

César, a mis dos hijos
usted los tiene echados a perder.
Se comen el azúcar,
la derraman. Resultan
magos en eso
de desaparecer el chocolate;
la leche condensada dura menos
que un relámpago, y el cuarto
en que vivimos
es un montón de dulzura derramada.
Y yo, Vallejo, viéndolos
así, y al mismo tiempo, así, acordándome
de aquel poema suyo sobre cuando
se le hizo imprescindible
robar un poco –no recuerdo si de azúcar
o qué otra cosa por el estilo–. Digo, César,
cuando pienso en esos versos suyos
y los uno en la memoria al día
en que recibí una tremenda entrada de chancletazos
solo porque
se untaron mis dos manos con un poco
de la escasísima leche de mi casa.
César Vallejo, todos los recuerdos
los apretujo queriendo
hacer de este corazón una latente
gota de mermelada, un grano mínimo, sangrante
de caramelo, para
que mis dos hijos lo devoren.
En fin, Vallejo, no solo echa
usted a perder a mis chiquillos
sino que me transforma,
a pesar de los años,
en un montón pequeño de sustancias, dulcemente
a punto ya de deshacerse.

 

SEGÚN ABUELO

África
era un país bonito y grande como el cielo,
desde el que a diario,
hacia el infierno occidental,
venían reyes encadenados, santos oscuros,
dioses tristes. (Herrera, 1978: 48).

“ÁFRICA”
Cuando yo te mencione
o siempre que seas nombrada en mi presencia
será para elogiarte.
Yo te cuido.
Junto a ti permanezco, como el pie
del más grande árbol.
Pienso
en las aguas de tus ríos y quedan
mis ojos lavados. Este rostro, hecho
de tus raíces, vuélvese
espejo para que en él te veas. En mi muñeca
vas como pulsa de oro
-tanto brillas-; suenas
como escogidos cauríes para
que nadie olvide que estás viva.
Todo sitio al que me dirijo
a ti me lleva.
Mi sed, mis hijos,
la tibia oleada que al amor me arrastra
tienen que ver contigo.
Esta delicia de si el viento suena
o cae la lluvia
o me doblegan los relámpagos, igual.
Amo esos dioses
con historias así, como las mías:
yendo y viniendo
de la guerra al amor o lo contrario.
Puedes
cerrar tranquila en el descanso
los ojos, tenderte
un rato en paz.
Te cuido.

 

“ORIKI PARA LAS NEGRAS VIEJAS DE ANTES”

En los velorios
o a la hora en que el sueño era ese manto
que tapaba los ojos
ellas eran como libros fabulosos abiertos
en doradas páginas.
Las negras viejas, picos
de misteriosos pájaros,
contando
como en cantos lo que antes
había llegado a sus oídos,
éramos, sin saberlo, dueñas
de toda la verdad oculta
en lo más profundo de la tierra.
Pero nosotras, las que ahora
debíamos ser ellas, fuimos
contestonas,
no supimos oír; teníamos
cursos de filosofía,
no creímos,
habíamos nacido demasiado cerca
de otro siglo. Solo
aprendimos a preguntarlo todo
y al final, estamos sin respuestas.
Ahora, en la cocina, el patio,
en cualquier sitio, alguien,
estoy segura, espera
que contemos lo que debimos aprender
Permanecemos silenciosas,
parecemos tristes
cotorras mudas.
No supimos
apoderarnos de la magia de contar
sencillamente
porque nuestros oídos se cerraron,
quedaron tercamente sordos
ante la gracia de oír.

 

“EL BARRACÓN”

(Ante las ruinas del Santa Amalia)

Sobre estos muros
húmedos aún, en las paredes
que la lluvia y el viento de hace tiempo
desgastaron e hicieron,
a la vez, eternos, pongo mis manos.
A través de los dedos, oigo

sonidos, maldiciones, pasos, juramentos
de los que en silencio
resistieron los colmillos del látigo en la carne.
Todo me llega del pasado, mientras
se alza el pensamiento; pido
a los sobrevivientes
de la interminable travesía
fuerza, y memoria (esa
devoción para el recuerdo),
y el amor, mucho, todo el amor
con que regaron su impetuosa semilla, perpetuándola.
Así lo siento, lo recojo y lanzo
hacia todo lo que en el tiempo venga (Herrera, 2009: 44).

 

FERMINA LUCUMÍ

El cinco de noviembre
de 1843, Fermina, cuando
todos los bocabajos fueron pocos
para tumbar su ánimo…
¿qué amor puso la astucia en su cerebro,
la furia entre sus manos?
¿Qué recuerdo
traído desde su tierra en que era libre
como la luz y el trueno
dio la fuerza a su brazo?
Válida es la nostalgia que hace poderosa
la mano de una mujer
hasta decapitar a su enemigo.
Diga, Fermina. ¿Entonces
qué echaba usted de menos?
¿Cuál fue la dicha recuperada, cuando
volaba más que corría por los verdes abismos de las cañas,
dónde tuvo lugar su desventura?
Lástima
que no exista una foto de sus ojos.
Habrán brillado tanto

 

LAS AGUAS VAN COGIENDO SU NIVEL

Mis orishas y mis negras viejas
no necesitan
que en un rincón les pongan alimentos
ni agua para la sed.
Lo que les quema la garganta
son las ganas de justicia.
Visto así,
los he puesto a viajar,
no en esos barcuchos, atenazados por los traficantes.
El viaje, ahora, es al revés.
Puse alas en mis palabras
y en las palabras están ellos.

 

UBI SEDI

En lengua de mis mayores,
digo todo
lo que mi Madre Única complace.
Desde Abeokuta, donde
nació aquella mujercita engañadoramente endeble,
en realidad olosi,
fui yo la elegida para decir.
Por sobre muchas cabezas de parientes
buscó la mía, puso
su mano en ella y dijo:
“Tú, son lucumisa”.
Por su boca hablaban “todas
las estrellas del cielo” en nombre
de abolá. Ella, la principal,
que lleva
cadena de plata en los tobillos.
Omi Sande me llama
porque hija suya soy, legítima.
Su voz aquí, sus ruidos,
su movimiento como irumí,
Acho ayiri.
Mi paso lento se hace
por la jícara de agua que nadie ve y no importa.
Ella la puso sobre mi cabeza para mi bien y basta.
A ella le debo,
la nombro siete veces
con siete nombres suyos.
Después le digo:
Ororó, irawá, “rocío
de la madrugada”, y siempre
va ella sobre mí, como si fuera
oyaba soro
y hace iré aye en mis mejillas
para que nunca olvide
quién soy, de dónde vengo, a qué me debo.
Vuelvo a llamarla y viene desde
el fondo de los océanos.
Llega, recibe lo que le ofrezco.
Entonces, me limpia suave, espaciosamente
con ramitas de ifefe y okablebe; tengo
hasta mi día final iré.

 

DIOS DE MI CASA Y DE MI SANGRE: OLOFI

Familia negra en la que no hubo
mezcla alguna:
negros los ojos, la piel, el pelo duro;
y el alma, pura,
casi salvaje, porque
el origen era la selva.
Hablo de los que me antecedieron.
¡Qué pobreza de hogar!: en las paredes
solo un retrato. Colgaba un Cristo rubio,
impuesto
sobre la piel a quemaduras
desde quién sabe cuándo.
Y así, las cosas
no entran o entran mal.
Pero a ese pobre hubo que amarlo,
nos daba pena verlo
no sabiendo qué hacer: si bendecirnos,
morir de nuevo o huir.
Éramos, somos buenos, así que
casi por lástima lo aceptamos,
lo dejamos así, en su sitio eterno.
Pero en la sangre, a su albedrío,
frenando potros o soltándolos,
fundiendo soles, apretando lunas,
saliendo, entrando y, como el viento,
nunca tranquilo,
un solo rey universal: Olofi.

 

RETRATO ORAL DE LA VICTORIA

Qué bisabuela mía esa Victoria.
Cimarroneándose y en bocabajos
pasó la vida.
Dicen
que me parezco a ella.

 

AUTORRETRATO

Figura solitaria transitando
un camino inacabable
Sobre los hombros lleva
su mundo:
trinos,
sueños,
cocuyos
y tristezas.

 

MORIRSE ES MALO

Lo malo de la muerte es ese llanto,
no el de los que se quedan;
a esos, la misma vida
les devuelve la risa poco a poco.
Hablo de los que nunca ya.
Yo pude ver en sueños
lo malo que es morirse.
Te la pasas llorando todo ese tiempo,
todos cruzan llorando por tu lado,
nadie da consuelo
porque nadie lo tiene,
y pasamos sin ver a los que amamos
y ellos igual… sin vernos.
Nada de bienvenidas,
no se hacen preguntas,
la palabra es el llanto.
Llegas
a ese lugar que no se sabe dónde
queda ni lo que es,
ligera, como en vuelo,
sin venir de algún sitio
ni andar a otro,
ni estarse en paz,
llorando.
Así es la muerte:
sin besos, sin abrazos,
sin odio, sin amarse,
sin nada,
llorando todo el tiempo.

 

ÚLTIMO DICIEMBRE

Cerca, muy cerca ya de mí
tiene que andar «la que quisiera lejos».
Me siento frágil.
La novedad de un frío diferente
me hace temer.
¿Con miedo yo? Lo afronto, pero…
¿Dónde buscar refugio?
Y el pensamiento certero va
hasta mi madre,
aquel diciembre por primera vez, ya lejos.
Su vientre, su tibieza
desde entonces en su misión de amparo.
Aún yo por nacer
percibía
lo mismo que me envuelve ahora:
ruidos
de flor de Pascua, de amor cubriéndome.
No había temblor entonces
ni este miedo insistente.
sentí el gozo de un diciembre antiguo
desde el materno vientre.
Qué diferentes sensaciones. Si pudiera…
Pero ella no está. Cuanta distancia
desde entonces, en la primera vez del frío
de diciembre
hasta esta vez, al parecer, el último.
¿Estoy a la mitad de qué camino?
Dos veces huérfana: sin hijos y sin madre.
Es un momento intenso.
¿Hay que pedir perdón o darlo?
Sin dudas
está llegando el último diciembre.

 

“ELLA HA DESCUBIERTO SU CORAZÓN”

dedicado a Anaísa, su hija:

No se está quieta.
Qué modo el suyo de girar llenando
sitios marcados
por el hábito de la soledad.
De pronto, lleva
ambas manos hacia la izquierda de su vida,
corre hacia mí, despavorida casi
y bella como nunca. Aprieta
mis dedos a los suyos. Trata
de aprisionar el ruido. Busca
mi cara como
quien busca amparo.
Apenas puedo
besarla. Un poco,
nada más, sobre la frente.

 

“NATACHA”

Natacha, tu juguete
duerme apacible el sueño lamentable.
Llega su hermano poderoso y único.
La reduce
de seda original y tibia espuma,
a su pequeño nombre dispersado.
Natacha se ha fugado hacia las sombras
despavorida, huérfana, cortada.
Al no encontrar un borde de qué asirse,
lenta se rueda sola a las tinieblas,
se ovilla en las pupilas de su padre.
Natacha será un cuento
para niños que duerman por las tardes.
Alguien pone claveles sobre un mármol
blanco y bajo el mármol
una suave montaña de recuerdos
no sirven ya de nada.
Bajo el agua veloz del pensamiento
la cuna de coral se vuelve agua.
Natacha se disuelve
en la sonrisa opacada de su madre.
Y se repite, ya angustioso y desgarrado, en la narración de la experiencia propia:
“Una niña: su muerte”
Tan pequeñito espacio necesitas
y la casa tan grande que te han dado;
honda
como el color eterno de tus noches,
tan alta como el cielo.
Pobrecita.
No tú, la muerte.
Y tu madre que ya sabe
apenas desechados sus juguetes
la verdadera causa de un sollozo.
Ay, si fuera verdad que un día pudiera
Llegar a ti y, besándote,
animarte.
Y si fuera verdad vivir de nuevo.
¡Ay, qué bueno por ella!

 

EL PARTO

He aquí que la cigüeña,
el patilargo pájaro de la mayor ventura,
desde hoy, acaba
sus funciones.
Mi realidad la deja sin empleo.
En el vasto salón
del fabuloso frío artificial,
acorralada
por el dolor más grande
y la más grande dicha por venir,
hago milagro.
La ciudadana de París recoge
su largo pico inútil, su bolsa maternal,
su historia, sus dos alas.
Ah, y su largo, su inventado viaje.
Prefiero el parto.

 

HIJA BUSCANDO LA RISA DE SU MADRE

Si la encontrara
conservaría la risa de mi madre. Paso
el tiempo buscándola y lo pierdo.
La risa tiene un ruido
como de fuego que no apaga nadie.
Por donde ando y busco está el silencio.
Orientada hacia el sol,
sobre su luz indago. Un resplandor siquiera…
Obligada regreso hacia las sombras.
Hice un espacio en mi aorta, como urna;
en él preservaría algún momento
en que mi madre haya sonreído:
¿Sobre el fogón tal vez? ¿Con su destreza,
blanqueando entre la espuma
las diarias suciedades?
¿En sus escasos sueños? Quién lo sabe.
Tal vez si hubiera fotos, encontrara
aunque sea, algo como una cruz
o una ironía
al centro o a un costado
de sus labios.

 

PARA FESTEJAR A OGGÚN

Un año entero esa mujer estuvo transitando
entre el rojizo polvo
que desde tiempo inmemorial
cubre las calles del pueblo.
Todo un año, señor, como quien dice…
Un rato esta mañana.
Según ella,
hija legítima de la Santísima Caridad del Cobre,
le confirmaron el privilegio de su raza
en la laguna de Terán, sitio de aguas
santificado por la necesidad
de sostenerse en algo
dominando a todos.
Pero la tradición de los abuelos
impone sus deberes a la raza.
En eso estriba
todo el trajín de esa mujer vestida de amarillo,
que de amarillo adorna su cabeza
con pañuelo impecable.
El trajín de Joaquina todo el año
no acaba sino en junio
el día veinticuatro, cuando
ella asume el privilegio
de convertir este pueblo y su pobreza
en breve reino de luces y sonidos.
Porque la historia es esta:
La santa-diosa-madre de la mujer
vestida de amarillo
tiene una deuda con Oggún y el día
del guerrero varón, será la hija
quien con sudores pague.
Y todo el año Joaquina vende dulces,
lava
para la calle, plancha
difíciles preciosidades como nadie.
Joaquina vive en una choza
de pareja y limpia tierra como piso
y techo de madera. Quita
su oscuridad con una breve lámpara,
se alimenta
como un gorrión, se acuesta
junto con las gallinas.
De un sobresalto
está en pie antes que el sol.
¡Ah!, pero el veinticuatro…
La casa hecha para el guerrero cobrador,
si usted la viera. Fina
glorieta de caña brava fina y fino guano.
Luces
de qué sé yo cuántas bujías.
Y, me olvidaba,
la comida del santo. Nunca
la vio Joaquina así, tan abundante,
y solamente
para que con los ojos
la reina-santa-madre y el guerrero se harten.
Por tres noches
sube el canto ancestral, baja tranquilo,
en el espacio se deshace.
Joaquina mueve las caderas,
se inclina, tanto
que roza la tierra apisonada. Rápida
se alza como en vuelo cuando
el tambor es ruego y es mandato
a un tiempo.
El veinticinco, empiezan
a desmontar el guano, las cañas bravas,
el alumbrado prodigioso que por tres días
concedió a esa mujer la gloria
de aposentar al tan temido santo.
Y no descansa. No. Despide
a los mortales convidados. Vuelve
a tapar su cabeza de amarillo, y lava
y plancha y hace dulces, vende
atravesando calles polvorientas
hasta el año que viene.

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