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54. Poesía más Poesía: Miguel Hernández y Pilar Rojas Martínez

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Revista poesía más poesía dedicada al poeta español de la Generación del 27 Miguel Hernández.

MIGUEL HERNÁNDEZ

BIOGRAFÍA

El primer segmento de la vida y la obra hernandianas gravita en torno a la localidad alicantina de Orihuela, y está acotado por la fecha de su nacimiento, el 30 de octubre de 1910, y la de su primer viaje a Madrid, el 30 de noviembre de 1931.

MIGUEL HERNÁNDEZ JUNTO A SUS COMPAÑEROS Y MAESTRO EN LAS ESCUELAS DE AVE MARÍA
 Miguel Hernández, posando junto a su maestro y compañeros –arriba al centro-.

Su acento es esencialmente pastoril, y no resulta difícil sorprender un auténtico aluvión de lecturas. Una mezcla difusa de Bécquer, Darío, Gabriel Miró y Juan Ramón Jiménez, y grandes dosis de regionalismo, en ocasiones adobado al arrimo de su experiencia cotidiana de pastor.
Porque Miguel fue hijo de un modesto tratante de cabras, y la atención al rebaño paterno constituyó una de sus ocupaciones, lo que le supondría un muy íntimo contacto con la naturaleza, que se convertirá en su primordial fuente de experiencias, iconografías y otras referencias vitales y poéticas. El hogar de los Hernández era humilde, pero no hasta el extremo de pasar hambre.
Miguel comenzó a escribir de forma regular hacia 1925. Sin embargo, no publicó sus primeros versos hasta enero de 1930, en el periódico oriolano El Pueblo. Llevaban el título de “Pastoril” y nada en ellos permite adivinar todavía al gran poeta posterior.

MIGUEL HERNÁNDEZ | Taller de Lengua


Poco antes, en 1929, ha comenzado la trascendental relación con su “compañero del alma” José Marín, que utilizó como seudónimo, Ramón Sijé. Gracias a sus orientaciones, Hernández emprende una vasta renovación de sus lecturas, que no dejará casi ningún rincón por explotar. Primero en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes y luego en la de Teodomiro (una de las mejores de la provincia de Alicante).
Miguel Hernández se empapa de nuestros clásicos a través de la Biblioteca de Autores Españoles, y de los universales mediante la frecuentación de la colección “Novelas y Cuentos”, además de los préstamos del canónigo Luis Almarcha y el propio Sijé.
Cuando emprende su primer viaje a Madrid, Miguel ya estaba a las puertas de dar un giro considerable a su poesía.
Gracias a los buenos oficios de un diputado local, lleva una carta de recomendación para Concha de Albornoz, hija del ministro de Gracia y Justicia, que encamina sus pasos hasta el despacho de Ernesto Giménez Caballero, director de El Robinsón literario de España.


También fue presentado por Federico Martínez Corbalán en Estampa. Los dos dan de él una imagen paternalista y pintoresca, que tiende a subrayar más lo “simpático” y raro del caso -un pastor componiendo versos mientras cuida las cabras- que sus cualidades como posible o futuro poeta.
Sus avatares madrileños no le depararon precisamente un camino de rosas. Con sus veintiún años recién estrenados y el dinero más que justo, ha de disfrazarse con corbata y zapatos para tener acceso a las citadas revistas.
Regresará a Orihuela en mayo de 1932 sin haber conseguido nada concreto. Sin embargo, en cuanto a su formación, esos meses pasados en Madrid, cuando la ciudad era un hervidero cultural, le van a ser de gran utilidad. El choque con la actualidad le hace ver lo desfasado de su poesía y la necesidad de ponerse al día sin pérdida de tiempo.
Con esta primera escapada se cierra un capítulo de su vida y obra. A partir de ella su poesía, se acerca a los logros de las generaciones vanguardistas y comienza a recorrer una trayectoria que, a poco de emprendida, permite ya adivinar la poderosa voz del Miguel Hernández de todos conocido.
De esas circunstancias actualizadoras emana su primer libro, Perito en lunas, cuyo contrato firmará en diciembre de 1932 en Murcia, con destino a la colección Sudeste de Ediciones La Verdad. La edición consta de 300 ejemplares, es costeada por el canónigo de la catedral oriolana Luis Almarcha, y pasa prácticamente inadvertida cuando ve la luz en enero de 1933.

El Giraldillo - MIGUEL HERNÁNDEZ / GLORIA FUERTES: POESÍA Y VERDAD DEL  SIGLO XX


En realidad, Perito en lunas no es sólo un libro, sino toda una época de la obra hernandiana, e incluso toda una poética, que abarca una zona preparatoria y otra de disolución.
Perito en lunas no alivió casi ninguna de las dificultades en las que se debatía su autor, y Miguel sufrió una fuerte decepción ante la indiferencia con que su libro fue acogido.
Hernández está intentando desde 1934 una nueva faceta expresiva, al enamorarse de Josefina Manresa.
Ya en sus sonetos, se barrunta con claridad el Miguel Hernández de la poesía impura y de un erotismo más desinhibido y coherente con una cosmovisión propia que se va perfilando lejos de la tutela de Sijé y de la órbita de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre.

Biografia de Miguel Hernández
Miguel Hernández con Josefina Manresa


Y si en 1934 está escribiendo para El Gallo Crisis y publica su Auto sacramental, en 1935 su producción va destinada a Caballo verde para la poesía y escribe su drama Los hijos de la piedra, que será el arranque de sus escritos de signo proletario.
El rayo que no cesa, se convierte en un auténtico campo de batalla en el que se acusan casi todos los costurones de los significativos cambios que tuvieron lugar en la vida y obra hernandianas. Crisis de crecimiento que no es nada ajena con los conflictivos momentos que atravesaba España en los años inmediatos a la guerra civil. Crisis, por tanto, profunda y nada fácil, que implicó al hombre y al poeta en sus manifestaciones amorosas y políticas.
El amor constituyó para Miguel Hernández una auténtica aventura poética. En El rayo que no cesa se va a encontrar con un cúmulo de sensaciones no explotadas. Para afrontar las cuales sólo cuenta con un idioma claramente insuficiente para volcar sus sentimientos. En ello reside justamente la clave de su crecimiento como poeta, en la necesidad de enriquecer el lenguaje del que venía valiéndose, depurándolo de paso de sus componentes menos funcionales. En esta búsqueda del tono adecuado iniciará un largo peregrinaje.
Si en principio partió de San Juan, de Garcilaso o de Lope, pronto fue acercándose más a Quevedo, al fray Luis de la Exposición del libro de Job, al Neruda de Residencia en la tierra y al Aleixandre de La destrucción o el amor.
A finales de 1935 muere Ramón Sijé en Orihuela. Miguel se enteró a través de Vicente Aleixandre quien, a su vez, había leído la noticia en un periódico. Fue un duro golpe para Migue Hernández, y vuelca todo su sentimiento en la famosa “Elegía” que escribe en un cortísimo espacio de tiempo, ya que la publica en el número de diciembre de la Revista de Occidente y la incluye en El rayo que no cesa, que sale a la luz en enero de 1936.

Biografia de Miguel Hernández


La maduración de Hernández como poeta fue reconocida públicamente a partir de la “Elegía Ramón Sijé“.
Juan Cano Ballesta, en su edición de 1989, ha caracterizado así Viento del pueblo: “Representa un tipo especial de poesía, ligada a las peripecias del acontecer histórico, a la que se consagra Miguel Hernández en el revuelto ambiente de la guerra civil. Es la obra más vibrante de quien mereció ser llamado “gran poeta del pueblo” y “el primer poeta de nuestra guerra”. Los poemas de este libro surgen de una historia que se está haciendo y en la que tratan de imprimir su huella. El combatiente y el poeta palpitan en él con sus preocupaciones, angustias e ilusiones, en el ritmo atropellado de sus versos, en la fluidez de sus romances y en el chisporroteo de sus imágenes sorprendentes. Ya el título “Viento del pueblo alude a aquel viento huracanado, al desbordamiento de la vida, pasión e impetuosidad colectiva, por el que Miguel Hernández se siente arrebatado y empujado a la acción solidaria.”

Miguel Hernández, en la Gran Vía de Madrid, con su hermana Elvira y su sobrina
Miguel Hernández, en la Gran Vía de Madrid, con su hermana Elvira y su sobrina


En la dedicatoria a Vicente Aleixandre dice: “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hasta las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendida al pie de cada siglo.”
Miguel Hernández distinguió dos fases en su compromiso literario, antes y después del 18 de julio de 1936: “No había sido hasta ese día un poeta revolucionario en toda la extensión de la palabra y su alma. Había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y la condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me lo dieron los traidores, con su traición, aquel iluminado 18 de julio… Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, ha de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra.”


Este texto de 1937 pertenece al prólogo de su Teatro en la guerra y es, seguramente, el más agresivo de su autor al frente de su peor producción (fue uno de los principales testimonios empleados para condenarle a muerte).
El mismo Miguel añadía más abajo en el texto recién trascrito: “Con mi poesía y con mi teatro, las dos armas que más me corresponden y que más uso, trato de aclarar la cabeza y el corazón de mi pueblo, sacarlos con bien de los días revueltos, turbios, desordenados, a la luz más serena y humana.”
Toda su vida y trayectoria consistieron en hacer compatibles el pueblo y las cumbres hermosas. Por eso, pocos supieron como él encerrar tanta sabiduría poética en fórmulas tan llanas y asequibles. Y ésta es, probablemente, una de sus principales aportaciones a nuestra literatura.
La guerra lo sorprende en Orihuela, donde pasa sus vacaciones de verano. El 18 de septiembre sale para Madrid, y poco después se enrola como voluntario en el Quinto Regimiento, integrándose dentro de las tareas de adiestramiento que el Partido Comunista había organizado en las dependencias de un convento en la calle Francos Rodríguez. A finales de septiembre se encuentra en Cubas cavando trincheras, destino del que es rescatado por Emilio Prados que gestiona su incorporación a otros cometidos, pues le parece un derroche tener ocupado con un pico y una pala a quien dispone de una voz y una pluma tan idóneas para la cultura y la propaganda.

Miquel Ramos on Twitter: "La foto i el carnet de soldat republicà de Miguel  Hernández, a color. Via https://t.co/P65Au4PR7W… "


A principio de 1937, al defender los alrededores de Madrid con la primera Brigada Móvil, la dureza de los combates empieza a mostrar la verdadera cara de la guerra.
La actuación del Altavoz del Frente explica el contenido de algunas composiciones, ya que una de las funciones de este servicio cultural consistía en la utilización de la poesía como auténtica arma de combate, recitándola a través de los altavoces para que llegase a oídos del enemigo, invitándole incluso a cambiar de bando, como sucede en “Campesino de España”.
Hay una considerable diferencia entre la primera y la segunda etapa de la participación de Miguel Hernández en la guerra civil. Si entre septiembre de 1936 y febrero de 1937 sus actividades en el frente de Madrid se ejercen en un ambiente lleno de angustias, penalidades y amigos muertos, el frente Sur al que se incorpora es relativamente tranquilo durante la permanencia del poeta en él, de febrero a mayo.
El Altavoz del Frente, aunque visitara con frecuencia las trincheras, era más bien una labor de propaganda que abarcaba la retaguardia y el descanso de las tropas. Por ello se trata de unos meses más sosegados, que aprovechará para casarse civilmente con Josefina Manresa el 9 de marzo de 1937, durante una estancia en Orihuela en la que redondea Viento del Pueblo.
Con todo, el 19 de abril Josefina ha de regresar a Cox para atender a su madre, interrumpiendo así la recién estrenada vida conyugal.
Miguel Hernández crea Frente Sur, un periódico para dotar de voz a sus compañeros. La primera entrega aparece en marzo de 1937, y la calidad de los trabajos que en él publica el poeta se eleva claramente sobre los anteriores. Miguel debió de disponer de mayor tiempo para organizar este periódico, que aparecía dos veces por semana. En contraste con la presencia inmediata de una guerra vivida desde la primera línea en la defensa de Madrid, ahora nos encontramos con una temática más amplia, más indirectamente bélica, con vivencias más personales, y en las que el poeta se siente, evidentemente, más a gusto.
Tras un permiso para ir a Cox desde el frente, participa en el II Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura, en Valencia. Poco después, tras reponerse en Cox de una anemia cerebral, y mientras aparece su Teatro en la guerra, Viento del pueblo y El labrador de más aire, emprende un viaje a la URSS para asistir al V Festival de Teatro Soviético.

Miguel Hernández con sus compañeros milicianos republicanos
Miguel Hernández con sus compañeros milicianos republicanos


El 30 de agosto está en París; el 1 de septiembre en Estocolmo; el 8, en Moscú; el 5 de octubre emprende el regreso.
La inflexión de la producción bélica de Hernández con El hombre acecha es indudable, en progresivo detrimento de la épica y con un lento pero seguro declinar hacia el intimismo defensivo. Su participación en la batalla de Teruel en diciembre de 1937, reflejada en una prosa y el poema del mismo título, ya tiene poco del esperanzado tono de sus primeras entregas bélicas. La única luz entre presagios tan sombríos la constituye el nacimiento de su primer hijo, Manuel Ramón, el 19 de diciembre.
En abril termina El partir de la muerte, que resulta premiada con tres mil pesetas en el Concurso Nacional de Literatura. Es su última contribución de cierto aliento a la literatura de propaganda, cuya producción sigue disminuyendo durante 1938.
Su hijo muere a los diez meses de edad, mientras Miguel está en Orihuela en busca de medicamentos. El nacimiento en Cox, el 4 de enero de 1939, de su segundo hijo, Manuel Miguel, compensa en parte a la pareja de la anterior pérdida.
El último gran esfuerzo hernandiano de integración de sus versos en un conjunto orgánico es el Cancionero y romancero de ausencias, editado póstumamente.
La gesticulación literaria se ha reducido al mínimo, buscando una dicción directa y transparente. Un análisis más detenido revela a un poeta en pleno dominio de la forma, con paralelismos y correlaciones que cinchan sutil y musicalmente las composiciones en la línea de la poesía popular. Se logra así una aparente espontaneidad y sencillez, que no es sino la culminación de una trayectoria densa, casi fulgurante, que en poco más de seis años le transportó desde el epigonismo a una posición de avanzada. Y eso en las más dramáticas circunstancias..
Derrotados los suyos, en abril de 1939 Miguel se traslada a Sevilla, esperando poder encontrar alguna ayuda, al no encontrarla, se dirigió a la cercana frontera con Portugal, que atravesó clandestinamente.
Detenido por la policía portuguesa, es entregado a la española e ingresado el en la cárcel madrileña de Torrijos. Allí, lo dejan en libertad. ¿Razones? No está claro. Había mucha gente que trabajaba por su liberación, en los dos bandos, e incluso fuera de España, como Neruda.
En contra de todos los consejos, Miguel se dirige a su tierra natal. Y es que, como escribió Aleixandre en la semblanza que de él hace en Los encuentros: “Era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos. No se le apagó nunca, no, ni en el último momento, esa luz que por encima de todo, trágicamente, le hizo morir con los ojos abiertos.” En esta decisión de volver con los suyos nos muestra que, en el fondo de su poesía de combate, a pesar de la superficie de consignas, siempre hubo una voluntaria y voluntariosa ceguera que permitiera arrojar un saldo favorable al hombre.
Orihuela va a ser, una vez más, su madrastra: el 29 de septiembre, cuando sale de casa de los Sijé, un tal Morell, que le ha buscado para denunciarlo, propicia su detención y encarcelamiento. Recluido en unos sótanos mal ventilados (él, para quien la luz y el aire lo eran todo), comenzará su verdadero debilitamiento. En Cartas a su mujer, que le transmite clandestinamente, se queja con amargura del trato que le dan en su tierra: “A nuestros paisanos les interesa mucho hacerme notar el mal corazón que tienen, y lo estoy experimentando desde que caí en manos de ellos. No me perdonarán nunca los señoritos que haya puesto mi poca o mucha inteligencia, mi poco o mi mucho corazón, desde luego mis dos cosas más grandes que todos ellos juntos, al servicio del pueblo de una manera franca y noble. “
En enero de 1940 tiene lugar el juicio contra el poeta, del que De Guzmán nos ha dejado un testimonio muy directo: “Unos jueces que no le conocen ni de nombre, que ignoran todo acerca de él excepción hecha de lo que aparece en unas sumarísimas diligencias policíacas, le condenan a morir fusilado por un delito de rebelión militar que a todos consta que no ha cometido ni debido cometer. En poco más de hora y media los integrantes del tribunal, tan apurados de tiempo que procuran ganarlo impidiendo que ninguno de los procesados pueda decir una sola palabra en propia defensa, juzgan a 29 personas, más de la mitad de los cuales son allí mismo condenadas a muerte.”

Los cargos contra Miguel le culpan de pertenecer al partido Comunista, interviniendo en mítines y conferencias, escribiendo versos contra las fuerzas nacionales y “contribuyendo con hechos y palabras a los muchos crímenes perpetrados en la zona roja”. El defensor -que ha recibido los expedientes el día anterior y no ha tenido tiempo material más que para leerlos por encima- considera que: “Miguel Hernández es un buen poeta; de temperamento ardoroso y exaltado, pero excelente persona. En el sumario hay avales y testimonios de algunos intelectuales, encabezados por José María de Cossío, de cuya identificación con el Movimiento no es posible dudar, atestiguando su perfecta honorabilidad. Contra él no hay más que sus versos políticos, su labor en el Comisariado Cultural y su adscripción al comunismo marxista: pero nadie le imputa ninguna acción deshonesta o sanguinaria.”
La mayoría de los condenados son fusilados en el primer semestre. Unos pocos serán indultados posteriormente, Miguel entre ellos, por presiones desde dentro y fuera de España, que quieren evitar su muerte y el escándalo que supondría para el nuevo régimen otra noticia similar a la del fusilamiento de García Lorca.
Tras varios meses de incertidumbre, le es conmutada la pena capital por treinta años de cárcel, e incluso -según algunas versiones- le ofrecen el indulto total y la libertad si se adhiere, aunque sea pasivamente, al Movimiento, lo que él rechaza indignado.
Ingresa en la prisión provincial de Palencia. El invierno de 1940-41 es frío, el hambre en Palencia mucha, y la debilidad adquirida en Orihuela empieza a quebrantar su salud, ocasionándole una neumonía.
En noviembre de 1940 es entregado a la Guardia Civil para su traslado al penal de Ocaña, pasando por la prisión de Yeserías, donde se alegra de ver de nuevo, en la sección de transeúntes, a Buero Vallejo. Pide para releer alguno de los libros que seguramente más hondo le llegaron como poeta: El Romancero gitano, de Lorca y La destrucción o el amor, de Aleixandre.
Finalmente, en junio de 1941 ingresa en la cárcel que hará el número doce, el Reformatorio de Adultos de Alicante, donde está más cerca de los suyos, que van a verle a menudo, excepción hecha de su padre, que se niega a visitar al hijo que en la conservadora Orihuela representaba el garbanzo negro.
A principios de diciembre se dejan sentir la neumonía de Palencia y una bronquitis adquirida en Ocaña, que no tardan en complicarse con paratifus. La tuberculosis se va apoderando del pulmón izquierdo y termina por contagiar al derecho.
La única posibilidad de curación pasa por su traslado al sanatorio antituberculoso de Porta Coeli, en Valencia, pero el permiso llegará tarde.
Pérez Álvarez dice: “No creo que nadie en su sano juicio pueda pensar que don Luis Almarcha, procurador en Cortes por designación directa de Franco, Consiliario nacional de Sindicatos, no tuviera influencia para mandar, no pedir, que simplemente Miguel fuera trasladado a un sanatorio antituberculoso penitenciario. Podía más. No se quiso. Una vez casado y considerada salvada su alma, Miguel podía morir en la cárcel o donde fuera.”
Miguel Hernández accede a desposarse por la iglesia sólo cuando tiene la convicción de que va a morir y quiere dejar asentada a su mujer en la nueva legalidad, ya que estaban casados civilmente y, a los ojos del régimen vencedor, eran solteros (“Total, que a estas horas somos una pareja de tórtolos”, comentará en una carta a su esposa, entre irónico e indignado). Por eso, ante la pregunta de Josefina sobre su deseo de contraer matrimonio canónico, contesta en la misma carta: “De lo que me dices de si es por voluntad mía o no, te digo que no. Lo que para mí es una gran pena, para ti es una alegría.” Josefina Manresa ha comentado al respecto: “El cura de la cárcel, don Salvador Pérez Lladó, me dijo que Miguel había pedido el casarse por la iglesia, pero él decía que lo habían obligado… Miguel no creía necesaria esa ceremonia para querernos.”
El 4 de marzo de 1942 tiene lugar la boda en la enfermería de la cárcel en rito similar al de “in articulo mortis”, dada la gravedad del enfermo. El 21 de marzo llega la comunicación oficial del Ministerio de Justicia autorizando su traslado al sanatorio de Porta Coeli. Llega tarde, naturalmente: ya no se le podía mover.

BIBLIOGRAFÍA:

Tomado de la introducción a Las obras completas, firmado por Agustín Sánchez Vidal.

POESÍA

POZO

Minera, ¿viva? luna ¿muerta? en ronda,
sin cantos; cuando en vilo esté no tanto,
cuando se eleve al cubo, viva al canto,
y haya una mano que le corresponda.
Dentro de esa interior torre redonda,
subterráneo quinqué, cañón de canto,
el punto, ¿no?, del río, sin acento,
reloj parado, pide cuerda, viento.

De "Perito en lunas"

MESA POBRE

Este paisaje sin mantel de casa
gris, ¡ay, casi ninguno en accidentes!
los pastos pobres… la colina escasa
de trigo… los cristales no corrientes…
sólo al final, frustrando el gris, en masa,
colores agradables a los dientes
enconan el paisaje de destellos,
y se obra un cigüeñal de ávidos cuellos.

De "Perito en lunas"

ELEGIA A RAMÓN SIJÉ

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracoles
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas…
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(10 de enero de 1936)

De El rayo que no cesa

VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

De Viento del pueblo

RECOGED ESTA VOZ

I

Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y lejanos
más que del corazón, de la mirada.

Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo un vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.

Abierto estoy, mirad, como una herida.
Hundido estoy, mirad, estoy hundido
en medio de mi pueblo y de sus males.
Herido voy, herido y malherido,
sangrando por trincheras y hospitales.

Hombres, mundos, naciones,
atended, escuchad mi sangrante sonido,
recoged mis latidos de quebranto
en vuestros espaciosos corazones,
porque yo empuño el alma cuando canto.

Cantando me defiendo
y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
su herradura de pólvora y estruendo
los bárbaros del crimen.

Esta es su obra, ésta:
pasan, arrasan como torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los horizontes y muerte los caminos.

El llanto que por valles y balcones se vierte,
en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,
y no hay espacio para tanta muerte,
y no hay madera para tanta caja.

Caravanas de cuerpos abatidos.
Todo vendajes, penas y pañuelos:
todo camillas donde a los heridos
se les quiebran las fuerzas y los vuelos.

Sangre, sangre por árboles y suelos,
sangre por aguas, sangre por paredes.
Y un temor de que España se desplome
del peso de la sangre que moja entre sus redes
hasta el pan que se come.

Recoged este viento,
naciones, hombres, mundos,
que parte de las bocas de conmovido aliento
y de los hospitales moribundos.

Aplicad las orejas
a mi clamor de pueblo atropellado,
al ¡ay! de tantas madres, a las quejas
de tanto ser luciente que el luto ha devorado.

Los pechos que empujaban y herían las montañas,
vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,
y ved las blancas novias y las negras pestañas
caídas y sumidas en una siesta oscura.

Aplicad la pasión de las entrañas
a este pueblo que muere con un gesto invencible
sembrado por los labios y la frente,
bajo los implacables aeroplanos
que arrebatan terrible,
terrible, ignominiosa, diariamente,
a las madres los hijos de las manos.

Ciudades de trabajo y de inocencia,
juventudes que brotan de la encina,
troncos de bronce, cuerpos de potencia
yacen precipitados en la ruina.

Un porvenir de polvo se avecina,
se avecina un suceso
en que no quedará ninguna cosa:
ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.

España no es España, que es una inmensa fosa,
que es un gran cementerio rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren de este modo.

Será la tierra un denso corazón desolado,
si vosotros, naciones, hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del costado,
no quebráis los colmillos iracundos.

De Viento del pueblo

ROSARIO, DINAMITERA

Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores,
del alma de los traidores.

De Viento del pueblo

ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

De Viento del pueblo

CAMPESINO DE ESPAÑA

Traspasada por junio,
por España y la sangre,
se levanta mi lengua
con clamor a llamarte.

Campesino que mueres,
campesino que yaces
en la tierra que siente
no tragar alemanes,
no morder italianos:
español que te abates
con la nuca marcada
por un yugo infamante,
que traicionas al pueblo
defensor de los panes:
campesino, despierta,
español, que no es tarde.

Calabozos y hierros,
calabozos y cárceles,
desventuras, presidios,
atropellos y hambres,
eso estás defendiendo,
no otra cosa más grande.
Perdición de tus hijos,
maldición de tus padres,
que doblegas tus huesos
al verdugo sangrante,
que deshonras tu trigo,
que tu tierra deshaces,
campesino, despierta,
español, que no es tarde.

Retroceden al hoyo
que se cierra y se abre,
por la fuerza del pueblo
forjador de verdades,
escuadrones del crimen,
corazones brutales,
dictadores del polvo,
soberanos voraces.

Con la prisa del fuego,
en un mágico avance,
un ejército férreo
que cosecha gigantes
los arrastra hasta el polvo,
hasta el polvo los barre.

No hay quien sitie la vida,
no hay quien cerque la sangre
cuando empuña sus alas
y las clava en el aire.

La alegría y la fuerza
de estos músculos parte
como un hondo y sonoro
manantial de volcanes.

Vencedores seremos,
porque somos titanes
sonriendo a las balas
y gritando: ¡Adelante!
La salud de los trigos
sólo aquí huele y arde.

De la muerte y la muerte
sois: de nadie y de nadie.
De la vida nosotros,
del sabor de los árboles.

Victoriosos saldremos
de las fúnebres fauces,
remontándonos libres
sobre tantos plumajes,
dominantes las frentes,
el mirar dominante,
y vosotros vencidos
como aquellos cadáveres.

Campesino, despierta,
español, que no es tarde.
A este lado de España
esperamos que pases:
que tu tierra y tu cuerpo
la invasión no se trague.

De Viento del pueblo

LA FÁBRICA CIUDAD

(En una ciudad de la U.R.S.S. -Jarko- he asistido al nacimiento multiplicado, numeroso, rápido del tractor.)

Son al principio un leve proyecto sobre planos,
propósitos, palabras, papel, la nada apenas,
esos graves tractores que parten de las manos
como ganaderías sólidas con cadenas.

Se congregan metales de zonas diferentes,
prueban su calidad los finos probadores,
la fundición, la forja, los metálicos dientes.
Y empieza el nacimiento veloz de los tractores.

Id conmigo a la fábrica-ciudad: venid, que quiero
contemplar con los pueblos las creaciones violentas,
la gestación del aire y el parto del acero,
el hijo de las manos y de las herramientas.

La fábrica se halla guardada por las flores,
los niños, los cristales, en dirección al día.
Dentro de ella son leves trabajos y sudores,
porque la libertad puso allí la alegría.

Fragor de acero herido, resoplidos brutales,
hierro latente, hierro candente, torturado,
trepidando, piafando, rodando en espirales,
en ruedas, en motores, caballo huracanado.

Una visión de hierro, de fortaleza innata,
un clamor de metales probados, perseguidos,
mientras de nave en nave se encabrita y desata
con dólmenes de espuma, chispazos y rugidos.

Es como una extensión de furias que contienen
su casco apasionado sobre desfiladeros,
contra muros en donde se gastan, van y vienen,
con llamas de sudor y grasa los obreros.

Chimeneas de humo largo, sordo, grasiento,
acosan con penumbras a la creadora masa,
a la generadora masa que obra el portento,
el tractor con los dientes sepultados en grasa.

Hornos de fogonazos: perspectivas de lumbre.
Irradian los carbones como el sol, las calderas,
los lavaderos donde llega la muchedumbre
del metal que retiene sus escorias primeras.

Laten motores como del agua poseídos,
hélices submarinas, martillos, campanarios,
correas, ejes, chapas. Y se oyen estallidos,
choques de terremotos, rumores planetarios.

Leones de azabache, por estas naves grises,
selvas civilizadas, calenturientas moles,
relucen los obreros de todos los países
como si trabajaran en la creación de soles.

En la sección de fraguas y sonidos más puros,
se hacen más consistentes las domadas fierezas.
Y el tornillo penetra como un sexo seguro,
tenaz, uniendo partes, desarrollando piezas.

Veloz de mano en mano, crece el tractor y pasa
a ser un movimiento de titán laborioso,
un colosal anhelo de hacer la espiga rasa,
fértiles los baldíos, dilatado el reposo.

Ya va a llegar el día feliz sobre la frente
de los trabajadores: aquel día profundo
en que sea el minuto jornada suficiente
para hacer un tractor capaz de arar el mundo.

Ya despliega el vigor su piel generadora,
su central de energías, sus titánicos rastros.
Y los hombres se entregan a la función creadora
con la seguridad suprema de los astros.

La fábrica-ciudad estalla en su armonía
mecánica de brazos y aceros impulsores.
Y a un grito de sirenas, arroja sobre el día,
en un grandioso parto, raudales de tractores.

De El hombre acecha

EL HERIDO

II

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

De El hombre acecha

CARTA

El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.

De El hombre acecha

HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

III

Tejidos en el alba, grabados, dos panales
se atropellan hilando la leche a borbotones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar mi casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti entre raudales de panales sonoros.

Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían que grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestra ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, como un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde asiente su alma las manos y el aliento
las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que mi casa no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia,
y en cuanto de tus hijos descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia de mi hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.

De Cancionero y Romancero de Ausencias

LA BOCA

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

De Cancionero y Romancero de Ausencias

[76]

Vino. Dejó las armas,
las garras, la maleza.

La suavidad que sube,
la suavidad que reina
sobre la voz, el paso,
sobre la piel, la pierna,
arrebató su cuerpo
y estremeció sus cuerdas.

Se consumó la fiera.

La noche sobrehumana
la sangre ungió de estrellas,
relámpagos, caricias,
silencios, besos, penas.

Memorias de la fiera.

Pero al venir el alba
se abalanzó sobre ella
y recobró las armas,
las garras, la maleza.
Salió. Se fue dejando
locas de amor las puertas.

Se reanimó la fiera.

Y espera desde entonces
hasta que el hombre vuelva.

De Cancionero y Romancero de Ausencias

GUERRA

Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.

La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.

Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.

De Cancionero y Romancero de Ausencias

ETERNA SOMBRA

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

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