EMILIO PRADOS SUCH
BIOGRAFÍA
Emilio Prados Such, nacido en Málaga, 4 de marzo de 1899, año en que Sigmund Freud publica “La interpretación de los sueños”, tratando de exponer la importancia de su descubrimiento sobre el inconsciente y que dejaría marcados influjos en la poesía de Prados.
Es un poeta de la generación del 27.
Tuvo una niñez económicamente holgada, su padre, que había trabajado en las minas de Río Tinto y fue carpintero, era dueño de una importante mueblería. La figura del padre es fundamental en la educación sentimental de sus tres hijos Emilio, Inés y Miguel, les ofrece una educación burguesa muy por encima de la que él había recibido, pero sin perder de vista sus orígenes.
Emilio, debido a su delicada salud, pasó temporadas largas en los montes de Málaga acompañado de su madre, donde se acentuó su pasión por la naturaleza, revelada antes frente al mar, agudizándose con ello el peculiar retraimiento que siempre le caracterizaría. Según recordaba Vicente Aleixandre, amigo desde de la niñez, “Emilio” era también “un niño alegre y bullicioso”, y muy amigo de sus compañeros.
Sus primeros quince años transcurren en Málaga, donde estudió el bachiller (IES Vicente Espinel) y comienza a relacionarse con la bohemia artística de la ciudad que se reunía en las tertulias del Café Inglés, donde conoce a otros jóvenes poetas como Manuel Altolaguirre, José Moreno Villa, José María Hinojosa o José María Souvirón.
En 1914 obtiene una plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde tiene como profesor a Juan Ramón Jiménez, quien, junto con la afición a los libros inculcada por su abuelo materno Miguel Such y Such, determinó quizá su inclinación hacia la poesía. Se inició en la Filosofía estudiando a Platón con García Morente y fue ampliando sus lecturas de poesía (clásicos españoles, Mallarmé, Valery…). Juan Ramón Jiménez influyó en él tanto como en los más de sus contemporáneos.
En 1918 se matricula en la Universidad Central con la intención de estudiar Ciencias Naturales y se incorpora al grupo universitario de la Residencia de Estudiantes en Madrid, que se convertiría en punto convergente de las ideas vanguardistas e intelectuales de Europa, así como en un foro de diálogo permanente entre ciencias y artes. En este fecundo caldo de cultivo se forma la Generación del 27 y es aquí donde Prados entabla amistad con el círculo que forman Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí.
De esta época datan sus primeros poemas, aunque sus primeras publicaciones serían resultado de la poesía escrita entre 1923 y 1925.
Cae, una vez más, enfermo en 1919 y tiene que retirarse de nuevo a los montes de Málaga.
En 1920 vuelve a la Residencia, pero al poco tiempo tiene una recaída de su afección pulmonar y, acompañado de su hermano Miguel, es internado en el sanatorio de Davos Platz (Suiza), famoso por Thomas Mann en La montaña mágica. Prados pasa allí cerca de un año a orillas de la muerte, contemplando la naturaleza, ayudando a más de uno de los otros internos a bien morir, y entrando de vez en cuando en los juegos morbosos con que los pacientes se distraían de la agonía. Escribió furiosamente, entre otras cosas, un Diario que, incompleto, quedaría inédito hasta después de su muerte. Cuando le anunciaron por fin su curación, Prados sabía ya, sin dudas, lo que iba a ser: había nacido el poeta de la intimidad con la muerte. Voluntad decisiva que se fortalecería cuando al salir de Davos, acompañado de nuevo por su hermano Miguel, visitó París por primera vez.
París era entonces el centro de la actividad artística y literaria de Occidente, mundo de las vanguardias; la ciudad en la que Apollinaire, muerto a finales de la Primera Guerra Mundial, era ya figura mítica, en cuanto poeta y en cuanto teórico del cubismo; faltaba muy poco para que André Breton declarara en su primer Manifiesto surrealista que “lo maravilloso es siempre hermoso […] sólo lo maravilloso es hermoso”, y Reverdy hablaba del “delirio con dedos de cristal” que tenía poseídos a Max Jacob, a Braque, o a Blaise Cendrars, en tanto que el chileno Vicente Huidobro, quien influiría en varios de los del 27, proponía, en contra de la tradición clásica, que el arte no es “imitación” de nada, sino que es siempre “creación”.
Era el París en que ya reinaba Picasso, con quien sus paisanos Emilio y Miguel Prados pasaron una tarde, para Emilio Prados memorable, en el café de “La Rotonde”. Cuando vuelve a Málaga se encuentra ya dispuesto para entender la lección vanguardista que —entre otros— había iniciado Ramón Gómez de la Serna en España.
Frente al mar dedica su tiempo a la contemplación y a lecturas muy poco, o nada, vanguardistas: de nuevo Platón, pero esta vez junto a San Juan, Freud, los Evangelios, y una biografía de San Francisco. Rompe con la que era su novia Blanca Nagel, joven de la alta sociedad malagueña de quien vivía enamorado y sobre quien había escrito no pocas páginas del Diario de Davos Platz. Desesperado y solitario, decide entonces abandonar Málaga y España.
Con el pretexto esta vez de estudiar Filosofía en serio, sale a fines de 1921 para Friburgo, donde aprende el suficiente alemán como para leer a medias páginas de los románticos idealistas Novalis y Hölderlin, quienes, ya en su exilio de México, serían dos de sus poetas-pensadores predilectos. Pero en 1921-1922 la vida alemana no giraba sobre el eje Novalis-Hölderlin. Predominaban los conflictos sociales y políticos, la revolución bolchevique influía en toda Europa, y Emilio Prados fue por primera vez testigo de la violenta lucha de clases que marcaría las décadas de 1920 y 1930, desembocando en la Guerra Civil Española.
A su vuelta a España pasa brevemente por Madrid y, en Málaga inicia su actividad como editor de la imprenta Sur, que había comprado su padre y en la que trabaja junto a Manuel Altolaguirre, otro poeta malagueño de la generación del 27. De los talleres de la imprenta Sur saldrán publicados gran parte de los títulos de los poetas de la luego llamada generación de 27.
En Málaga, funda y dirige, junto con Manuel Altolaguirre, la revista Litoral (1926-1928), donde se publicarán no sólo los primeros libros de los dos, sino fundamentales libros de sus contemporáneos Alberti, Cernuda, Aleixandre, García Lorca y Moreno Villa, así como textos de Guillén, Salinas y Bergamín y algún dibujo de Picasso. José María Hinojosa sería coodirector de la revista en 1929 .
En la imprenta trabajaba Prados como un obrero más, ataviado con un mono azul. Se encontraba en una calle cercana al puerto de Málaga y así la describía Manuel Altolaguirre: «Nuestra imprenta tenía forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vino para los naufragios. Era una imprenta llena de aprendices, uno manco, aprendices como grumetes, que llenaban de alegría el pequeño taller, que tenía flores, cuadros de Picasso, música de Manuel de Falla y libros de Juan Ramón Jiménez en los estantes».
De los casi veinticinco libros escritos entre 1918 y 1938, sólo llegan a publicarse seis, y éstos no siempre de forma completa. Recluido en Málaga a partir de 1926, su apartamiento voluntario lo coloca al margen del mundo literario en los años decisivos en que determinados miembros de su generación consagran la línea de escritura que pronto logrará imponerse como poética central del 27. Pero su aislamiento es sólo aparente, y constituye más una forma de rebeldía frente al grupo que un espontáneo mutismo. Sobre todo si tenemos en cuenta que es el periodo en que alterna la labor editora en Litoral con su interés por el surrealismo y con la escritura de obras en las que funde, de manera muy personal, elementos del pensamiento griego, con otros provenientes del romanticismo y de las vanguardias europeas.
Los chavales de El Palo, barrio malagueño de pescadores le adoraban. A veces se los llevaba a comer a su acomodada casa de la Calle Larios, causando el espanto de su madre. Su compromiso social se va decantando por un progresivo interés hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Participa en la creación del Sindicato de Artes Gráficas de Málaga con los trabajadores de la imprenta, inicia una campaña de propaganda política entre los pescadores, campesinos y obreros malagueños y organiza grupos para leer a Marx y difundir su pensamiento. Así lo recordaba Manuel Altolaguirre: «Vivía en la playa, enseñando a leer a unos niños abandonados, a una generación de pescadores. Allí pasaba su tiempo, sin querer saber nada de la literatura. Medio desnudo para no sentir el peso de su traje mejor que el de sus camaradas, predicando con su conducta y su palabra un extraño evangelio».
Así, durante unos tres o cuatro años, Prados vive y trabaja en el mismísimo centro de los quehaceres de su generación, aunque su tendencia a la contemplación y a la soledad le creó ya entonces la fama de solitario e, incluso, de marginal.
Tras otro desengaño amoroso del que se sabe muy poco, Prados liquidó Litoral y desapareció prácticamente de la escena literaria, en la que ya no reapareció hasta principios de la Segunda República, cuando, al igual que Alberti en España y que los latinoamericanos Neruda y Vallejo, dedica sus esfuerzos a la poesía socio-política. Escribe por entonces libros que leía en voz alta pero que quedaron inéditos, Andando, andando por el mundo, La voz cautiva y Calendario del pan y del pescado, romancero político-social que inicia el que, luego, durante la Guerra Civil, sería el género poético principal de los poetas republicanos.
Prados plantea pronto en su obra cuestiones humanas y de pensamiento que exceden la preceptiva oficial, esencialmente formalista, recomendada por Gerardo Diego en el Prólogo a su Antología del año 32. En ese sentido no es casual que se niegue a formar parte de la misma (sabemos que figura allí contra su voluntad), o a colaborar en actos públicos que fijan una idea de grupo -y de escritura por tanto- con la que no se siente conforme.
El cazador de nubes como lo llamaba Lorca, comienza a decantarse hacia posiciones de izquierda y a partir de 1932 su poesía se convierte en social y política y su lucha decidida en favor de los intereses republicanos. En los inicios de la República, Prados es ya un hombre comprometido con la sociedad de su tiempo, abrazando la causa de los más desfavorecidos. Colabora con la revista Octubre y en 1934 su posicionamiento en la izquierda es absolutamente firme.
Ya iniciada la Guerra Civil, Prados sale de Málaga para incorporarse en Madrid a la Alianza de Intelectuales Antifascistas (con Rafael Alberti y María Teresa León, Miguel Hernández, Altolaguirre, Bergamín, María Zambrano, Serrano Plaja, etc.). Como la de los demás poetas de la República, su misión principal durante la Guerra es hacer propaganda en los sindicatos o en los frentes y, tal vez muy especialmente, leer por la radio sus romances, probablemente los más extraordinarios de los muchos escritos entonces al calor de la tragedia cotidiana. Trabajó también durante un tiempo en la guardería infantil del Socorro Rojo, colaboró en la revista El mono azul y, ya en Valencia y Barcelona, junto a María Zambrano, Antonio Sánchez Barbudo y otros, en Hora de España.
En 1937 participa en la organización del “Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura”, la más grande y extraordinaria reunión internacional de escritores que jamás se haya dado en la historia. También por entonces, en colaboración con Rodríguez Moñino, recopila y edita el Romancero general de la guerra de España y un fundamental Cancionero menor para los combatientes.
El primer intento de reorganizar su obra es el que lleva a cabo en 1938, año en que prepara el manuscrito de Poesía, una selección antológica de todo lo escrito hasta esa fecha. El libro, que iba a ser presentado en la Exposición Internacional de Nueva York, nunca vería la luz. Manuel Altolaguirre, encargado de su edición en la imprenta del Monasterio de Montserrat en Barcelona, explica así las circunstancias que impidieron su salida: «su libro grande, con toda su labor poética, un libro de 1.000 páginas, estaba ya compuesto (…), pero cuando debía imprimirse, me tuve que marchar, no me dejaron tiempo».
En 1938 recibe el Premio Nacional de Literatura por el poemario Destino fiel, que queda inédito al terminar la Guerra con la victoria franquista. Tras la derrota republicana, Emilio Prados se suma al medio millón de españoles que cruzan la frontera francesa a finales de febrero de 1939. Un doloroso camino que jamás desharía.
Tras unos días de profunda enajenación, fue llevado por amigos a París, donde encontró asilo en la embajada mexicana y de donde, al cabo de poco tiempo, sale para México, vía Nueva York, con una “comisión” de intelectuales dirigida por Bergamín.
Ya en México, vive los primeros años de trabajos modestos y mal remunerados: colabora algo en el Fondo de Cultura Económica, haciendo de “preceptor” de los niños y adolescentes refugiados en el Instituto Luis Vives, colegio fundado para aquellos niños y adolescentes por organizaciones dependientes del que había sido gobierno de la República y, tal vez más notablemente, trabajando para la Editorial Séneca, la editorial fundada por José Bergamín, en la que —entre tantas otras cosas— se publicaron las Poesías completas de Machado, La realidad y el deseo, de Cernuda, un elegante Quijote, la selección de filósofos pre-socráticos de David García Bacca, Poeta en Nueva York, de García Lorca, la innovadora Antología del pensamiento hispano-americano de José Gaos, y Laurel, la fundamental “Antología de la poesía moderna en lengua española”, de la que Prados estuvo a cargo junto con Xavier Villaurrutia, Juan Gil-Albert y Octavio Paz.
A la vez, y contra su costumbre de mantener su obra, en lo posible, inédita, publica Memoria del olvido en la misma Editorial Séneca en 1940. Poco después, deambulando por las calles de la capital de México, se encuentra con dos niños españoles que, desamparados, dormían en algún rincón; hablaron y, viendo en ellos lo que había sido la tragedia española, se los lleva a vivir con él, no sólo para darles de comer, sino para, en lo posible, educarles.
Esta fue la época más angustiosa de la vida de Prados, fue también el principio de una publicación prácticamente ininterrumpida de su poesía. Además de Memoria del olvido (1940), publica Mínima muerte (1944) y el que llegaría a ser su libro más conocido y, tal vez, más importante: Jardín cerrado (1946), poemario de 419 páginas, donde el dolor y la angustia por lo perdido se superan hermosa y significativamente en la esperanza de una nueva vida, sin duda ligada al hecho de que aquellos dos niños iban llegando a ser personas dignas en la nueva realidad mexicana.
En los últimos años de su vida, Prados decide poner en orden su labor e inicia la recopilación de lo que él llama Libro Completo u Obra Total. Sin duda le sirvieron de estímulo los trabajos que sobre su poesía realizaban entonces Blanco Aguinaga y Sanchis-Banús, pero igualmente el interés que mostraban por la misma su estrecho círculo de amigos mexicanos y españoles (Jomí Garcia Ascot, Ramón Xirau, María Zambrano, Camilo José Cela, Fernández Canivell, José Luis Cano, entre otros)
A principios de la de 1950 se reencuentra por correspondencia con su hermana Isabel, exiliada en Chile, y con su hermano Miguel, para entonces conocido psiquiatra que vivía y practicaba en Montreal (Canadá), quien, pronto, y con la intención de que Emilio se dedicara exclusivamente a la poesía, empieza a enviarle 100 dólares al mes, lo que entonces equivalía a unos 400 pesos mexicanos, suficientes para vivir una vida algo menos que modesta; que es como vivió Emilio Prados, siempre —como en Málaga— querido por sus amigos hasta su muerte.
Vivió en su minúsculo apartamento de la calle de Lerma de México, Distrito Federal, sin el mar y sin los montes de Málaga, pero donde nunca dejó de escribir. Sólo que, a diferencia de aquellos tiempos y de la Guerra Civil, publicó, intensamente.
Un exilio que duró 23 largos años y que no terminó sino con la muerte. El 24 de abril de 1962, una embolia pulmonar, consecuencia de repetidos vómitos de sangre, acabó con la vida de Emilio Prados, cuyos restos yacen, como los de tantos otros poetas españoles que compartieron su exilio, en tierra mexicana.
Blanco Aguinaga y Carreira abordaron la paciente labor de recoger, tras la muerte del autor, el enorme material acumulado en las Poesías Completas (1975). Un trabajo que salvaba al grueso de su obra literaria del peligro de pérdida y dispersión. Concebidas desde planteamientos distintos, Poesías completas y Selección venían a confluir en un diálogo complementario (perspectivas del crítico y del poeta) que enriquece su obra y que muestra las distintas, y con frecuencia opuestas.
Bibliografía:
Tiempo – Veinte poemas en verso (1925)
Seis estampas para un rompecabezas (1925)
Canciones del farero (1926)
Vuelta (1927)
El misterio del agua (1926-27, publicado en 1954, en Antología)
Cuerpo perseguido (1927-28, publicado en 1946).
La voz cautiva (1932-35)
Andando, andando por el mundo (1931-35)
Calendario completo del pan y del pescado (1933-34)
La tierra que no alienta
Seis estancias
Llanto en la sangre (1933-37)
El llanto subterráneo (1936)
Tres cantos
Homenaje al poeta Federico García Lorca contra su muerte
Romances
Romancero general de la guerra de España
Cancionero menor para los combatientes (1938)
Destino fiel (recopilación de toda su poesía de guerra) – Premio Nacional de Literatura en 1938.
¿Cuàndo volverán? (1936 y 1939).
Época del exilio en México de 1939 a 1962
Memoria del olvido (1940)
Jardín cerrado (1940-46)
Mínima muerte (1944)
Penumbras
Dormido en la yerba (1953)
Río natural (1957)
Circuncisión del sueño (1957)
La piedra escrita (1961)
Signos del ser (1962)
Transparencias (1962)
Cita sin límite (edición póstuma, en 1965
PÁGINAS CONSULTADAS
https://dbe.rah.es/biografias/10175/emilio-prados-such
POEMAS
MEDITACIÓN BAJO UN MISTERIO
¿Qué pupila interior
detrás del sueño erige
el hondo nacimiento de esta imagen?
¡Brotó, emergió, se clavó al cielo,
—sangre, cristal, espejo de su carne—
como flecha del tiempo
que de un arco invisible
escapara hacia el aire!
—¿Pero qué estrella busca?,
¿qué pájaro?, ¿qué flor?,
¿qué lejano enemigo
o qué fruta madura
donde dejar el triunfo
de su tino?…
—¡No lo sabe!
Vuela, vuela tan sólo,
emerge limpia de su espalda,
—flecha en recreación
de eterno en marcha—.
Su punta es fuego, y pluma
de sombra su timón
que en la luz raya
y en la noche funde.
Luego es sombra su punta
y con la pluma en llamas
vuela y vuela la flecha
ya en órbita, enlazada.
¡Es redonda! —¿Redonda?… Es infinita.
Se sumerge y emerge
a la vez que resbala,
busca, hiere,
y se deja quebrar
para nacer más clara
del fondo de su espejo
—sangre, cristal y cielo de su carne—,
como imagen al sueño
que sin sueño soñara.
—¿No es todo pensamiento?…
Bajo el pensar sus alas
viven presas…
Y es libertad
lo que a la flecha arrastra.
De Nadador sin cielo, 1924-1926
LO IRREPARABLE
Cuando nos separamos,
—cuando huiste—
quedamos solo uno:
tan solo una semilla,
un huerto, un solo árbol.
Después, cuando volviste
—cuando nos encontramos
de nuevo—, no nos reconocimos;
éramos dos y ahora para siempre:
dos árboles, dos sombras, dos silencios.
De Memoria de Poesía, 1926-1927
AGOSTO EN EL MAR
Arde el sol sobre las playas.
Como una navaja abierta,
su verde cuchilla el mar
tiende brillante en la arena.
Tiembla la siesta en el agua.
Como un ascua cada piedra,
encendida por agosto,
su boca de fuego enseña.
Medio desnudos, descalzos,
hambre tan sólo en su espera,
dolor sólo en sus caras,
sólo en sus sueños tristezas;
cuerpos, o sombras de cuerpos,
que del cuerpo ni aun les deja
la figura de su nombre
la carga de sus miserias,
silenciosos y encorvados
bajo las tirantes cuerdas
que, clavándose en el mar,
las amplias redes sujetan,
los pescadores repasan
las horas de su pobreza.
Sangrando, sus pies se apoyan
sobre la candente arena,
que, al cubrirlos con su fuego,
llagas abiertas les deja.
Ciñe el silencio la jábega.
La sirga prosigue lenta
y el trabajo y la esperanza
en sed y rencor se truecan.
Sujeta al pecho la tralla,
la sangre en sus venas seca,
el dolor en sus miradas
y en sus odios la conciencia:
sirgan, sirgan sirgadores,
una miserable pesca
que ya prendida en las redes
temblando aún viva les muestra
mayor hambre a su descanso,
menor justicia a su fuerza.
Ciñe el silencio la jábega.
Hierve en el aire la siesta.
Arde el sol sobre las playas…
Como una navaja abierta,
su verde cuchilla, el mar
clava brillando en la arena.
De Calendario incompleto del pan y el pescado, 1933-1934
SUEÑO
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Alzáronse en el cielo
los nombres confundidos.
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Nuestros cuerpos quedaron
frente a frente, vacíos.
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Entre nuestros dos cuerpos,
¡qué inolvidable abismo!
CERRÉ MI PUERTA AL MUNDO
Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño…
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.
Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.
Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.
NEGACIÓN
El vampiro del sueño
te ha chupado la sangre.
No suena la palabra
en nuestro encuentro,
y es demasiado gris el aire.
El idilio de cera
ha durado bastante.
Pesa ya demasiado
la tierra de la Noche
sobre la irrealidad
de nuestro instante.
El sueño decolora los trajes,
da arrugas al presente,
y corta nuestros pies
al invitar al baile.
Es, en él, el futuro
—a través de la bruma
cansada de su tarde—
el eco de un deseo
reflejado en la fría lámina
de su estanque.
Carnaval de ceniza
con careta de alambre.
«Sainete de las Sombras»
y «Tragedia de Nadie».
Cuando por él me alejo,
cansado inútilmente de abrazarte,
parece que la Muerte
pasea entre los dos abanicándose.
Y nuestros besos densos
con trabajo se abren,
como flores de yeso,
sin pistilo ni estambres.
El idilio de cera
ya ha durado bastante.
Caracolea el día
con sus crines de esmalte
y el abanico de oro
abre su varillaje.
¡De la Ciudad del Sueño
seremos emigrantes!
Preparado está ya
e impaciente el sensible trineo de mi carne.
De: «Tiempo» – 20 poemas en verso, (1922-1925), 1925
Recogido en: “Mosaico” (Poema con espejismo)
ENCUENTRO
… y el Sol brilló en la Noche
como un clavel de plata.
Nuestros besos murciélagos
volaron de alma a alma.
Y el cambiarnos de cuerpo
bajo la colcha malva
fue un cambiar de antifaz
bajo el agua.
Nuestros besos murciélagos
volaron de alma a alma.
Así, la cárdena gardenia
de mi sueño
fue lentamente deshojada…
… Y el Sol brilló en la Noche
como un clavel de plata.
De: «Mosaico» (Poemas con espejismos) – «Espejo de tres lunas» – 1925
Edición Centenario de Emilio Prados 1899 – 1999 – “Libro primero y olvidado”
NUEVO AMOR
Este cuerpo que Dios pone en mis brazos
para enseñarme a andar por el olvido,
no sé ni de quién es.
Al encontrarlo,
un ángel negro, una gigante sombra,
se me acercó a los ojos, y entró en ellos
silencioso y tenaz igual que un río.
Todo lo destruyó con su corriente.
Los íntimos lugares más ocultos
visitó, alborotó; fue levantado,
violento, dulce, atropellado y roto,
a otro mundo en los bordes de mi beso:
única flor aún viva en el espacio,
que en más fecundo ardor cambió la ausencia.
Luego en mi carne abrió sus amplias alas,
clavándome sus plumas bajo el pecho
todo temblor y anuncio de otras dudas…
No sé qué vida, así, podrá encenderme
la entrada de este ángel.
Soy un templo
arruinado, desde que vino a mí:
farol vacío;
como puerta cerrada de lo eterno…
Y lo que fui no sé: quizás lo sepa,
cuando este cuerpo vuelva a abandonarme
y yo vuelva a nacer desde mis labios
despegado al calor que los concibe…
Mas hoy, por fin, he detenido al día
le he destrozado el corazón al tiempo,
aunque dentro de mí como una daga,
siento al ángel crecer, que me atormenta.
CUANDO ERA PRIMAVERA EN ESPAÑA
Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche…
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas,
y los nardos crecían silenciosos
dentro del corazón
hasta tapamos la garganta…
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar soñaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada…
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían,
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejamos nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza…
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
todos los hombres desnudaban su muerte
y se tendían confiados, juntos sobre la tierra,
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían…
¡Cuando era primavera!
Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo,
yo buscaba
las huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas,
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena.
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias…
¡Cuando era primavera!
Pero, ¡ay!, tan sólo
¡cuando era primavera en España…
Solamente en España
antes, cuando era primavera!
Del libro Penumbras
CIUDAD SITIADA
Entre cañones me miro, entre cañones me muevo:
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
¿dónde comienza mi entraña y dónde termina el viento?
No tengo pulso en mis venas,
sino zumbidos de trueno,
torbellinos que me arrastran
por las selvas de mis nervios;
multitudes que me empujan,
ojos que queman mi fuego,
bocanadas de victoria,
himnos de sangre y acero,
pájaros que me combaten
y alzan mi frente a su cielo
y ardiendo dejan las nubes
y tembloroso mi suelo.
¡Allá van! Pesadas moles
cruzan mis venas de hierro;
toda mi firmeza aguarda
parapetada en mis huesos.
Compañeros del presente,
fantasmas de mis recuerdos,
esperanzas de mis manos
y nostalgias de mis juegos:
¡Todos en pie, a defenderse!
Que está mi vida en asedio,
que está la verdad sitiada,
amenazada en su pecho.
¡Pronto en pie, las barricadas,
que el corazón está ardiendo!
No han de llegar a apagarlo
negros disparos de hielo.
¡Pronto, de prisa, mi sangre,
arremolíname entero!
¡Levanta todas mis armas:
mira que aguarda en el centro,
temblando, un turbión de llamas
que ya no cabe en mi cerco!
¡Pronto, a las armas, mi sangre,
que ya me rebosa el fuego!
Quien se atreva a amenazarme
tizón se le hará su sueño.
¡Ay; ciudad, ciudad sitiada,
ciudad de mi propio pecho,
si te pisa el enemigo
antes he de verme muerto!
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
mi ciudad está sitiada:
entre cañones me muevo.
¿Dónde comienzas, Madrid,
o es, Madrid, que eres mi cuerpo?
ALBA RÁPIDA
¡Pronto, de prisa, mi reino,
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Que se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas…
Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos…
¡Qué primavera de nieve!
Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!,
¡que se me va!, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!,
¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!,
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes!
¡Pronto, que el reino se acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece.
De "Cuerpo perseguido"
LLEGADA
A Federico García Lorca
Alamedas de mi sangre.
¡alto dolor de olmos negros!
¿Qué nuevos vientos lleváis?
¿Qué murmuran vuestros ecos?
¿Qué apretáis en mi garganta
que siento el tallo del hielo
aún más frío que la muerte
estrangular mi deseo?
¿Qué agudo clamor de angustia
rueda corazón adentro,
golpe a golpe retumbando
como campana de duelo,
ahuecándome las venas,
turbando mi pensamiento,
prendiendo mis libres ojos,
segando mi vista al viento?
¿Qué rumor llevan tus hojas
que todo mi cuerpo yerto
bajo sus dolientes ramas,
ni duerme ni está despierto,
ni vivo ni muerto atiende
a la voz de ningún dueño,
que va como un río sin agua
andando en pie por un sueño?
Con cinco llamas agudas
clavadas sobre su pecho.
sin pensamiento y sin sombra,
vaga con temblor de espectro
por ciudades y jardines,
al mar libre y en los puertos,
triste pájaro sin alas
acribillado a luceros.
Alamedas de mi sangre,
decid, ¿qué amargo secreto
mordió las sanas raíces
que os dan vida y movimiento?
Vine de Málaga roja.
De Málaga roja vengo.
Vine lleno de banderas
y toda la sangre ardiendo.
Llegué a Madrid perseguido
de enemigos pensamientos,
aun con rumores de lucha
y con zumbidos de truenos:
más de mil brazos traía
alrededor de mi cuerpo,
saludando mi alegría,
desatando mi silencio.
Amigos, vengo de Málaga;
aún me huele a sl el sueño,
me huele a pescado y gloria,
a espuma y a sol de fuego.
Mucho que contaros traigo,
mucho que contar y bueno.
Amigos, os hallé a todos
alegres en vuestros puestos.
¿En dónde está Federico?
A él sólo de menos echo
y a él tengo más que contarle;
mucho que contarle tengo.
¿En dónde está Federico?
Sólo responde el silencio.
Un temor se va agrandando,
temor que encoge los pechos.
De noche los olivares
alzan los brazos gimiendo;
la luna lo anda buscando
rodando, lenta, en el cielo;
la sangre de los gitanos
lo llama abierta en el suelo;
más gritos lleva la sombra
que estrellas el firmamento;
las madrugadas preguntan
por él, temblando de miedo.
¡Qué gran tumba esta distancia
que calla su hondo misterio!
Vengo de Málaga roja,
de Málaga roja vengo;
levántate, Federico,
álzate en pie sobre el viento,
mira que llego del mar,
mucho que contarte tengo.
Málaga tiene otras playas
y grandes peces de acero,
con mil ojos vigilantes
defienden, firmes, su puerto.
¿En dónde estás, Federico?
Yo este rumor no lo creo.
Yo este rumo no lo creo.
¡Cómo me duelen las balas
que hoy circundan tu recuerdo.
¡Cómo me duelen las balas
que hoy circundan tu recuerdo!
Desde Málaga a Granada
rojos pañuelos al cuello,
gitanos y pescadores
van con anillos de hierro;
sortijas que envía la muerte
a tus negros carceleros.
Aguárdame, Federico;
mucho que contarte espero…
Entre Málaga y Granada
una barrera de fuego.
LA CIUDAD
Las numerosas aguas que tu frente circundan
hoy solamente mojan tu dolor y silencio;
ni un reflejo tan sólo la luz pone en tu orilla;
ni una lágrima brota de tu oculta tristeza.
Ciudad, yo he conocido la lumbre de tus barrios,
el fuego estremecido de tus amplios mercados,
el rumor de tus voces junto al sabor del vino,
el cotidiano drama de tus plazas redondas.
Junto con la fatiga que rinde en el trabajo
y atiranta las horas del sueño y de la angustia,
he pisado en tus calles la pasión de tu aurora
y el amor ya despierto por conocer su dicha.
Ahora que estoy lejano, quisiera conocerte,
como dentro del árbol ya conoce la savia
el fruto porque enciende la flor de su destino:
así quiere mi sangre conocer m victoria.
Cuando vine, dejando tan necesariamente
lo que nunca el olvido turbará con su sombra:
mi casa destruida, mi pan abandonado
y el ardor de la muerte ya abrasando tus venas,
¡ay! cómo recordaba los venturosos días
que aun cercanos me daban la bondad de otra suerte :
la hermandad de tus hombres y el calor de los campos
unidos ya en su vuelo con tus veloces máquinas.
La sombra de tus muelles abiertos a la luna
mostraban tus naranjas ya al borde del viaje,
mano a mano del plomo, con el dorado aceite,
el blanquísimo azúcar y la sal del pescado.
Tus más rápidos trenes, rodando por tus huertos,
te robaban las frutas maduras de los árboles;
desterrados, al viento los humos ascendían
de las triunfantes fábricas, a la luz, despeinados.
¡Qué batir en los élitros de tu vida profunda,
tu libertad, tan fácil, ciudad, al fin te abría!
En las fugaces horas que mis ojos te vieron,
aun dentro de la guerra, tu memoria cambiaba
y una nueva sonrisa tus labios encendían
al ajustarse al tiempo por pronunciar tu nombre.
Hoy yo sé que enmudeces sin tránsito perdida
bajo el dolor oscuro de tu triste abandono.
Desiertos tus hogares, arrancadas sus puertas,
al silencio te clavan con soledad de rumba.
Se aprietan en tus sienes tus altas chimeneas,
levantando su olvido por coronar tu muerte.
Desuncido el caballo junto al carro dormita.
Ni una voz se levanta, ni una brizna en el viento.
El motor ya no gira su fecundo engranaje
y la harina parada se ennegrece en la piedra.
En los atardeceres, el farol sin oficio,
paso a paso en la sombra busca refugio al tedio.
Ciudad, ¿qué mundo habitas? ¿En qué cielo padeces?
¿Sin pulsos y sin pájaros de tu suerte te olvidas?
Mira: yo bien conozco las alas del futuro
que sobre ti se cierne prometedor y hermoso,
No busques en tu espalda, que el haberle perdido
quizás más fuertemente haga nacer tu gloria:
roja flor da el granado y al perderse sus pétalos
crece el fruto jugoso que hace curvar la rama.
Pero acaso yo canto y en mi canto me olvido.
¿Sonámbula de angustia ni aun el llanto te mueve?
No, que el tiempo ha pasado y al pisar en tus ojos
levanta tu bandera rebelde de su entraña.
¡Gloria, gloria a ese fuego que en tu sangre se viste!
¡Ciudad, ciudad, espera, que mi canto se nubla!
CANCIÓN PARA LOS OJOS
Lo que yo quiero saber
es dónde estoy…
Dónde estuve,
sé que nunca lo sabré.
Adónde voy ya lo sé…
Dónde estuve,
dónde voy,
dónde estoy
quiero saber,
pues abierto sobre el aire,
muerto, no sabré que, soy vivo,
lo que quise ser.
Hoy lo quisiera yo ver;
no mañana:
¡Hoy!
XI COMPOSICIÓN DE LUGAR
I
Ahora, en lo veloz lo lento; ahora
interno lo exterior, cayendo se alza
lo incierto, y va a cumplirse…
¡Ya empieza,
con fidelidad, sin piel, en un cuerpo
-sólo un mundo, acción total- a meterse
desde él mismo, en él llevado hacia él!
Calle de todos los días -el pan
nuestro-, deja el sol; cruza hacia el jardín
nunca sentido, de enfrente, que -en sombras
cautivo-, el centro de su comunión
Le niega. ¡Lo incierto se encarna en fe!
¡Acto de vida, se ordena – después,
Antes, luego- en mito y en ley de ahora!
“Quizás”, cuaja y descuaja sin nombre
-sitio de llamada, espera de cruz,
De centro de cruz, de vértice al aire-…
(¡Revuelos! ¡Revuelos! ¡Revuelos!)
-¿Eh?…
(Transparencias del jardín, tres palomas
-luz, más luz, más luz-, divierten lo incierto.)
Del libro La piedra escrita, 1961
VI MEDITACIÓN SEGUNDA (en el alba)
¡Previsión de la noche! El despertado
fin de la sombra vence: es armonía.
El costal negro, abandonado, roto,
del reciente gozar del sueño, bulle
-aún es calor de labios personales-,
sobre el lecho, arrabal en que amanece.
El movimiento del nacer no duda,
está logrado – no separa el hilo
del lugar en sus fuentes-: se levanta,
no a penetrar, no a rebuscar lo hundido
que lo deja en poder de lo que llega;
no a reparar lo que será olvidado
desnuda paz presente es la mañana
y en un nuevo gozar externo fluye.
¡Previsión de la sangre! El despertado
fin de la sombra vence: el mundo es vida.
Del libro La piedra escrita, 1961
TORRE DE SEÑALES IV
Lleno el ojo se mueve hacia adelante.
Un corazón se sumergió en su centro.
¡Vamos! Cumplido un celo, multiplica
su espectro de dos rayos; nace unido
en lo blanco, la luz lo restituye…
¡Vamos! Tira el anillo, los cerrojos,
las llaves, la madrera, el cristal. ¡Ven!
Empobrecido el celo, en otra rueda
imita el parto azul que los supende en ojos que no enseña. ¡Ven! Descorre
el señuelo del límite. Madura
la flor virgen del granado. Una abeja
se sumerge profunda en tus deseos;
se hunde en ti, llena el ojo de tu celda
-bola de aire, papel entre dos nombres,
fruta rectangular no realizada-,
y plumas -punta en punta- están llanando
lo que has de ser hacia adelante. ¡Mira!
Dos celos -punta en punta- te han inscrito
en su centro de nacer. Te reflejas
en ti, de dos memorias de ojo lleno.
Abre tu rueda en sexo, multiplica
el espectro del olvido en que cambias
del blanco a tu color. Hacia adelante
un corazón te sumergió en su centro,
se llena en ti sin conocerte, y llama.
Del libro La piedra escrita, 1961
POSESIÓN LUMINOSA
Igual que este viento, quiero figura
de mi calor ser y, despacio,
entrar donde descanse tu cuerpo del verano;
irme acercando hasta él sin que me vea;
llegar, como un pulso abierto latiendo en el aire;
ser figura del pensamiento mío de ti,
en su presencia; abierta carne de viento,
estancia de amor en alma.
Tú -blando marfil de sueño, nieve de carne,
quietud de palma, luna en silencio-,
sentada, dormida en medio de tu cuarto.
Y yo ir entrando igual que un agua serena,
inundarte todo el cuerpo hasta cubrirte, y, entero,
quedarme ya así por dentro como el aire en un farol,
viéndote temblar, luciendo, brillar en medio de mí,
encendiéndote en mi cuerpo,
iluminando mi carne toda ya carne de viento.
RUMOR DE ESPEJOS
El cuerpo en que yo vivía
nunca supo de mi cuerpo.
Nada preguntó por él
y de mí salió sin verlo.
Llegó a una fuente. En sus aguas
vio la flor azul del cielo:
-Di, ¿cómo te llamas, flor?…
-Nombre soy de tu silencio.
Nada entendió. Subió al monte
de la soledad. El viento,
se desnudaba en la cumbre
de Dios, todo su misterio.
-Di, viento: ¿cuál es tu nombre?…
-Nombre soy de tu silencio.
Y dos águilas volaron,
resbalando, hasta mi sueño.
Siguió mi cuerpo tras ellas,
olvidándose en su vuelo,
de sí mismo, y nuevamente
entró en mí, sin yo saberlo.
¿Y está en mí?… (Busco su nombre;
pero al buscarlo, me pierdo
dentro del mundo que trajo
mi cuerpo hasta mi silencio.)
«¿Lleno de ti mismo estás
y buscas nombre a tu cuerpo?»,
siento que un rumor me canta,
quebrando, en mí, dos reflejos…
Llamo en él y en él estoy.
Salgo de mí y en él entro…
¡Aún no conozco mi nombre
pero sé que lo navego!
REFLEJO
Abrí la caja de los peces
y se cuajò el cielo
de luceros verdes.
─Dame tu doble aparejo,
con su compás de caña
y con su doble anzuelo─.
Abrí la caja de los peces
y se cuajò el cielo
de luceros verdes.
De: «Tiempo – Veinte Poemas en Verso», (1923-1925)
Publicado en la imprenta Sur de Málaga, 1925.
LETANÍA DE LA NOCHE
Noche,
rosa negra
con estambres
de estrellas.
Noche,
tintero de poetas.
Noche,
parra embrujada.
Noche,
colmena abierta.
Noche,
nido de garzas.
Noche
manzana hueca.
¡Colcha de desposadas!
Noche,
jardín de adormideras,
Noche,
diván de leyendas.
Noche,
estanque de mil ranas.
Noche,
abanico de rueda.
Noche,
catedral sin campana.
Noche,
reloj sin esfera.
¡Piel del día al revés!
Noche,
branquias del alba.
Noche,
escenario de sueños.
Noche,
del día aldaba.
Noche,
borrón del tiempo.
Noche,
remanso de las lágrimas.
Noche,
poema fijo.
Noche,
torre de una sola ventana.
Noche,
balcón cerrado.
Noche,
libro olvidado
sobre la playa.
Noche,
capuchón de la Tierra.
Noche,
amante de las aguas.
Noche,
viña cerrada,
Noche,
lima madura.
Noche,
naranja agria.
Noche,
almendra encubierta.
Noche,
nuez en su cáscara.
Quiero entrar en tu huerto.
Noche,
adormece a tus guardas.
Apaga la linterna de la luna,
encierra tus arañas
y dile al búho que él me guíe
por tu espesa enramada.
… Noche,
puente de espectros.
Noche,
jaula de luceros.
Noche,
dalia marchita.
Noche,
esposa del desierto.
De: «Primer espejo»
Recogido en «Mosaico» (Poema con espejismo)
REALIZACIÓN DEL MITO
¿Desnudo el mar? ¿Sin cuerpo? ¿Abierto?…
(Múltiple mar hundido! ¡Mar sin centro!)
¡Mar al agua!…
(En la paz se inicia
-ausente el mar- la voz del mar más viva.)
¿Refleja el mar su propia imagen?…
(Zarpa el mar – aun sin mar- al mar que invade.)
¡Arde interior la realidad!
(Converge en mar -irresistible- el mar.)
¡Mar a la vista!
¿El mar navega?…
(Mito es del mar su propia transparencia.)
¡Tierra!
¡Tierra!…
¿Es el mar su cuerpo?
(Encalla el mar: predice un mar ajeno.)
Ahora descansa bajo un árbol…
(Olmo mayor del mar transfigurado.)
¡Transfigurado en mar navegas!,
Dice un jardín al mar en su presencia.
¡Se alza el jardín sin cuerpo, abierto!
(Zarpa el jardín – múltiple mar- sin centro.)
¡Jardín al agua!
(Entre la yerba
-jardín el mar- la luz su nombre enreda.)
¡Luz a la vista!…
(Un nombre escapa…
¡Mar, el jardín, navega entre sus alas!)
Del libro La piedra escrita
Te recomendamos ver el programa de televisión.
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)
Continua.
Excelente !!!
¡Ha sido fantástico descubrir a este poeta olvidado!
¡Muchas gracias!