LUIS CERNUDA
BIOGRAFÍA
LUIS CERNUDA BIDÓN nace en Sevilla un 21 de Septiembre de 1902. Hijo de padre militar, se educó en un ambiente de rígidos principios. Ya desde pequeño se enfrenta a unos valores familiares muy estrictos.
El poeta se inicia en el arte de la escritura en sus años en el bachillerato, pero su verdadero nacimiento literario se produce en la Universidad de Sevilla donde conocie a Pedro Salinas, que ejercía de profesor de literatura, y que le orientó en sus lecturas: Fray Luis de León, Herrera, Garcilaso, entre los clásicos españoles, pero también la poesía de Rimbaud o Mallarmé y, principalmente, la obra de André Gide.
En 1925, tras licenciarse en Derecho, Juan Ramón Jiménez publica sus primeros poemas en Revista de Occidente. Se traslada a Madrid y es allí donde entra en contacto con el mundo intelectual y de esos contactos nace su primera obra, Perfil del aire (1927), en la línea de la poesía pura, que recibió pocas críticas y en su mayoría negativas. Ese fue su único trabajo literario enmarcado en la estética geométrica y purista entonces en boga, antes de que la fuerza barroca de Góngora y el surrealismo la rompieran y dieran lugar a una renovación absoluta de la poesía española del siglo XX.
El acontecimiento generacional que les une fue la celebración del tricentenario de la muerte de Góngora, con unos actos en 1927 de reivindicación del poeta cordobés. Se oponen a los que no reconocían el talento de Góngora (actos contra la Academia). Celebran un homenaje en el ateneo sevillano, invitados por Ignacio Sánchez Mejías. A este acto Cernuda solo pudo asistir como público ya que no fue invitado como tal (de ahí que nuestro autor no aparezca en la foto de grupo hecha en ese evento ni en las posteriores caricaturas de la misma), hecho que produjo en el un gran descontento.
leer poema a Góngora
GÓNGORA
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan solo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible.
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Y a salvo puso su alma irreductible.
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle [como hará con nosotros],
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
Su siguiente obra intensificó aún más el clasicismo, pues Égloga, elegía, oda (1927-1928) es todo un homenaje a las formas cultivadas por Garcilaso de la Vega, precedido de un homenaje a Fray Luis de León, en un momento en que casi todos sus coetáneos se volcaban con Góngora. En estos tres largos poemas con métrica fija, Cernuda vuelve a tratar el tema de Eros y su tono sigue siendo lánguido y ocioso8, imbuido de tedio, aguardando a que la realidad cumpla con el deseo de un amor que aún no ha llegado.
En julio de 1928 muere su madre y, a finales de ese verano, Cernuda deja Sevilla. Tras un breve paso por Málaga se instala en Madrid, donde conoce al poeta Vicente Aleixandre. Gracias a Pedro Salinas marcha pronto a Toulouse para trabajar como lector de español durante un curso. Allí se refugió en el dandysmo para defenderse del ambiente mediocre de la ciudad y de las clases en la Universidad. Nunca sintió pasión por la labor docente.
En las vacaciones de Semana Santa de ese año viaja a París y queda prendado de sus calles, sus librerías y el surrealismo que por entonces cultivaban André Breton, Paul Éluard o Louis Aragon. A su regreso a Madrid trabaja en la librería de León Sánchez Cuesta y entabla amistad con Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, participa en la legendaria antología elaborada por Gerardo Diego.
De su estancia en Francia surgió Un río, un amor (1929), influido por el surrealismo. Regresó a España en 1929, celebró la proclamación de la República e inició su carrera literaria con mayor fuerza. En 1931 escribe Los placeres prohibidos en el que depura el lenguaje surrealista y aparecen sus grandes temas: el amor, la rebelión, el deseo, la mentira, la libertad del cuerpo. En los versos de este libro de imponente belleza se destila la necesidad de huir del poeta. Donde habite el olvido (1934) es un libro desgarrador por la sinceridad con la que aborda el fracaso amoroso.
VIEJA RIBERA
Tanto ha llovido desde entonces,
entonces, cuando los dientes no eran carne, sino días
pequeños como un río ignorante
a sus padres llamando porque siente sueño,
tanto ha llovido desde entonces,
que ya el paso se olvida en la cabeza.
Unos dicen que sí, otros dicen que no;
mas sí y no son dos alas pequeñas,
equilibrio de un cielo dentro de otro cielo,
como un amor está dentro de otro,
como el olvido está dentro del olvido.
Si el suplicio con ira pide fiestas
entre las noches más viriles,
no haremos otra cosa que apuñalar la vida,
sonreír ciegamente a la derrota,
mientras los años, muertos como un muerto,
abren su tumba de estrellas apagadas.
(Del libro Un río, un amor. 1929)
Remordimiento en traje de noche
Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.
Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
es el remordimiento, que de noche, dudando,
en secreto aproxima su sombra descuidada.
No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.
(Del libro Un río, un amor 1929)
DIRÉ CÓMO NACISTEIS
Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto,
Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
Noche petrificada a fuerza de puños,
Ante todos, incluso el más rebelde,
Apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.
No importa la pureza, los dones que un destino
Levantó hacia las aves con manos imperecederas;
No importa la juventud, sueño más que hombre,
La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
De un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas,
Libertades memorables, manto de juventudes;
Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
Es vil como un rey, como sombra de rey
Arrastrándose a los pies de la tierra
Para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Extender entonces una mano
Es hallar una montaña que prohíbe,
Un bosque impenetrable que niega,
Un mar que traga adolescentes rebeldes.
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
Ávidos dientes sin carne todavía,
Amenazan abriendo sus torrentes,
De otro lado vosotros, placeres prohibidos,
Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
Tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
Abajo, estatuas anónimas,
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres
Brilla en la hora vengativa.
Su fulgor puede destruir vuestro mundo.
(Del libro Los placeres prohibidos. 1931)
Adónde fueron despeñadas
¿Adónde fueron despeñadas aquellas cataratas,
tantos besos de amantes, que la pálida historia
con signos venenosos presenta luego al peregrino
sobre el desierto, como un guante
que olvidado pregunta por su mano?
Tú lo sabes, Corsario;
Corsario que se goza en tibios arrecifes,
cuerpos gritando bajo el cuerpo que les visita,
y sólo piensan en la caricia,
sólo piensan en el deseo,
como bloque de vida,
derretido lentamente por el frío de la muerte.
Otros cuerpos, Corsario, nada saben;
déjalos pues.
Vierte, viértete sobre mis deseos,
ahórcate en mis brazos tan jóvenes,
que con la vista ahogada,
con la voz última que aún broten mis labios,
diré amargamente cómo te amo.
(Del libro Los placeres prohibidos. 1931)
HE VENIDO PARA VER
He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.
(Del libro Los placeres prohibidos. 1931)
Al proclamarse la República, la recibe con ilusión, y siempre se mostrará dispuesto a colaborar con todo lo que fuera buscar una España más tolerante, liberal y culta. Como ejemplo de esto último tenemos su participación en la Misiones Pedagógicas y Culturales que organiza el gobierno de la II República desde 1934 con las que recorrería parte del territorio español divulgando entre las capas desfavorecidas los cuadros más representativos del Museo del Prado o el teatro del Siglo de Oro junto a otros intelectuales y artistas como María Zambrano o Ramón Gaya.
En los períodos que permanecía en Madrid almorzaba a diario en casa de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, que se convirtieron en su nueva familia; participó en la revista Héroe, que imprimían ellos, y en la que publicaron Rosa Chacel o los poetas más relevantes del momento introducidos por Juan Ramón Jiménez; frecuentó la tertulia del diplomático chileno Carlos Morla Lynch.
Estos años son también de compromiso y acción política: Cernuda se afilia al Partido Comunista por breve espacio de tiempo y colabora en revistas de marcado carácter izquierdista, como es el caso de El Heraldo o la revista Octubre, fundada por Rafael Alberti. Pero los primeros años treinta son también los del descubrimiento por parte de Cernuda de la obra de los poetas románticos alemanes (Novalis, Heine, Hölderlin).
Donde habite el olvido (1932-1933) es un poemario claramente romántico en su atmósfera lóbrega, que toma su título de una rima de Bécquer. También de romántico se califica a Invocaciones (1934-1935), un libro de plenitud en el que empieza a observarse el influjo que la poesía de Hölderlin tuvo sobre Cernuda.
Comenzó a traducir a Friedrich Hölderlin y a colaborar en Cruz y Raya, la revista lanzada por José Bergamín, quien en 1936 se decidió a publicar la primera edición de La Realidad y el Deseo, agrupando en un solo volumen toda la obra poética de Cernuda hasta ese momento. La realidad y el deseo (1924-1962) es el título de un poemario escrito por Luis Cernuda. Es el resumen de todas las poesías de Cernuda, se publicó por primera vez en 1936 con todas las letras que el escribió hasta entonces. Cuando se publicaban más ediciones se adicionaban las nuevas poesías y además libros impresos por separado. La edición final de la obra se publicó en México en 1962.
Sus compañeros de generación le organizaron un homenaje, en el que Federico García Lorca leyó un retrato elogioso de su amigo y el libro cosechó excelentes críticas. “No me equivoco. Lo que voy a decir es verdad y está en la conciencia de toda persona sensible. La aparición del libro La realidad y el deseo es una efemérides importantísima en la gloria y el paisaje de la literatura española. No me equivoco, porque para decir esto aquí yo he luchado a brazo partido con el libro, leyendo sin gana al acostarme, al levantarme; leyendo con dolor de cabeza, sacando ese poquito de odio que sentimos todos contra autores de obras perfectas; pero ha sido inútil. La realidad y el deseo me ha vencido con su perfección sin mácula, con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra”.
Dice de él Federico García Lorca: “No habrá escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda une los vocablos para crear su mundo poético propio; nadie que no se sorprenda de su efusiva lírica gemela de Bécquer y de su capacidad de mito, de transformación de elementos que surgen en el bellísimo poema El joven marino con la misma fuerza que en nuestros mejores poetas clásicos”.
Con el estallido de la Guerra Civil, Cernuda marchó a Francia junto a su buena amiga Concha de Albornoz para ayudar al padre de ésta, el político liberal Álvaro de Albornoz, en misiones diplomáticas. Tras el asesinato de Lorca, sin embargo, volvió a España para colaborar en la defensa de la República. Cernuda combatió esporádicamente en el frente de Guadarrama y que, cuando se trasladó a Valencia junto al gobierno de la República, participó de forma activa en la preparación del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, donde Juan Gil-Albert le presentó a Octavio Paz, y que luego se volvió a Madrid para seguir luchando desde cerca.
En 1938 aceptó dar una conferencia en el Reino Unido y, al partir, no supo que nunca más volvería a pisar España. En el Reino Unido trabaja de lector de español en la Universidad de Glasgow, la Universidad de Cambridge y el Instituto Español de Londres. Ya no volvería más a España.
Allí profundizará en la lectura de los clásicos ingleses y descubrirá la obra de autores que le influirán poderosamente, caso de T.S. Elliot. El primer poemario publicado en el exilio es Las nubes (1937-1940), que en un principio iba a llamarse Elegías españolas, pues sin duda es un libro que trata de la guerra y el exilio, y que muestra un dolor sereno y reflexivo.
SOLILOQUIO DEL FARERO
Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados amantes;
Diverso con el mundo,
Fui luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco,
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos,
Como los permitidos nauseabundos,
Útiles solamente para el elegante salón susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
Que yo fui,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo
a los hombres
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y el deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?
(Del libro Invocaciones 1934-1935)
Elegía española II
a Vicente Aleixandre
Ya la distancia entre los dos abierta
Se lleva es sufrimiento, como una nube
Rota en lluvia olvidada, y en la alegría,
Hermosa claridad desvanecida;
Nada altera entre tú, mi tierra, y yo.
Pobre palabra tuya, el invisible
Fluir de los recuerdos, sustentando
Almas con la verdad de tu alma pura.
Sin luchar contra ti ya asisto inerte
A la discordia estéril que te cubre,
Al viento de locura que te arrastra.
Tan sólo Dios verla sobre nosotros,
Árbitro inmemorial del odio eterno.
Tus pueblos han ardido y tus campos
Infecundos dan cosecha de hambre,
Rasga tu aire el ala de la muerte,
Tronchados como flores caen tus hombres
Hechos para el amor y la tarea;
Y aquellos que en la sombra suscitaron
La guerra, resguardados en la sombra,
Disfrutan su victoria. Tú en silencio,
Tierra, pasión única mía, lloras
Tu soledad, tu pena y tu vergüenza.
Fiel aún, extasiado como el pájaro
Que en primavera hacia su nido antiguo
Llegaba a ti y en ti dejaba el vuelo,
Con la atracción remota de un encanto
Ineludible, rosa del destino,
Mi espíritu se aleja de estas nieblas,
Canta su queja por tu cielo vasto,
Mientras el cuerpo queda vacilante,
Perdido, lejos entre sueño y vida,
Y oye el susurro lento de las horas.
Si nunca más pudieran estos ojos
Enamorados reflejar tu imagen.
Si nunca más pudiera por tus bosques,
El alma en paz caída en tu regazo,
Soñar el mundo aquel que yo pensaba
Cuando la triste juventud lo quiso.
Tú nada más, fuerte torre en ruinas,
Puedes poblar mi soledad humana,
Y esta ausencia de todo en ti se duerme.
Deja tu aire ir sobre mi frente,
Tu luz sobre mi pecho hasta la muerte,
Única gloria cierta que aún deseo
(Del libro Las nubes 1937-1940)
PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
(Del libro Desolación de la quimera 1956-1962)
1936
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.
Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.
(Del libro Desolación de la quimera 1956-1962)
En 1940 comenzó a pasar los veranos en Oxford, relacionándose con otros republicanos exiliados, como Salvador de Madariaga, y a componer las prosas poéticas de Ocnos, en las que evocaba con más melancolía que nostalgia una infancia sevillana no tan desdichada como suele decirse.
Como quien espera el alba (1941-1944), título que refleja en parte la vaga esperanza de la derrota de los fascismos en la Segunda Guerra Mundial y sus repercusiones en España.
En 1945 se trasladó a trabajar al Instituto Español de Londres, donde empezó a traducir a Shakespeare y se encontró con que sus poemas vertidos al inglés fueron rechazados para su publicación por T. S. Eliot, el poeta inglés vivo que más admiraba. En 1947 recibió una oferta de Concha de Albornoz para trabajar en una escuela de señoritas en Massachusetts, el Mount Holyoke College, y ese verano dejó sin aflicción el Reino Unido y marchó a Estados Unidos donde logra por fin la ansiada estabilidad económica.
Vivir sin estar viviendo (1944-1949), es un poemario que Cernuda termina ya al otro lado del Atlántico, en este período en el que se va haciendo cada vez más notorio el recuento y la proximidad de la vejez. Se trata de un libro de poemas largos, de tono reflexivo y sentencioso a la vez que conversacional, en el que el yo poético se desdobla en un tú para hablar consigo mismo.
A UN POETA FUTURO
No conozco a los hombres. Años llevo
de buscarles y huirles sin remedio.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
demasiado? Antes que en estas formas
evidentes, de brusca carne y hueco,
súbitamente rotas por un resorte débil
si alguien apasionado les allega,
muertos en la leyenda les comprendo
mejor. Y regreso de ellos a los vivos,
fortalecido amigo solitario,
como quien va del manantial latente
al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan
desde la fuente al mar, en ocio atareado,
llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;
la fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,
el multiforme mar, incierto y sempiterno.
Como en fuente lejana, en el futuro
duermen las formas posibles de la vida
en un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,
prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y entre los seres que serán un día
sueñas tu sueño, mi imposible amigo.
No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde
que te comprendería, lo mismo que comprendo
los animales, las hojas y las piedras,
compañeros de siempre silenciosos y fieles.
Todo es cuestión de tiempo en esta vida,
un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
por largo y vasto, al otro pobre ritmo
de nuestro tiempo humano corto y débil.
Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses
fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,
unida con la tuya se acordaría en cadencia,
no callando sin eco entre el mudo auditorio.
Más no me cuido de ser desconocido
en medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
vivos de modo diferente al de mi cuerpo
de tierra loca que pugna por ser ala
y alcanzar aquel muro del espacio
separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,
que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco
por ese abismo blanco del tiempo venidero
la sombra de tu alma, para aprender de ella
a ordenar mi pasión según nueva medida.
Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
bajo sus clasificaciones y sus fechas,
disgusto a unos por frío y a los otros por raro,
y en mi temblor humano hallan reminiscencias
muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
el mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
para que mi palabra no se muera
silenciosa conmigo, y vaya como un eco
a ti, como tormenta que ha pasado
y un son vago recuerda por el aire tranquilo.
Tú no conocerás cómo domo mi miedo
para hacer de mi voz mi valentía,
dando al olvido inútiles desastres
que pululan en torno y pisotean
la vida que serán y que yo casi he sido.
Porque presiento en este alejamiento humano
cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
cómo esta soledad será poblada un día,
aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida es para hallarla luego
conforme a mi deseo, en tu memoria.
Cuando en hora tardía, aún leyendo
bajo la lámpara luego me interrumpo
para escuchar la lluvia, pesada tal borracho
que orina en la tiniebla helada de la calle,
algo débil en mí susurra entonces:
los elementos libres que aprisiona mi cuerpo
¿fueron sobre la tierra convocados
por esto sólo? ¿hay más? Y si lo hay ¿adónde
hallarlo? No conozco otro mundo si no es éste,
y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,
como a una sombra, como yo he amado
la verdad del poeta bajo nombres ya idos.
Cuando en días venideros, libre el hombre
del mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror, lleve el destino
tu mano hacia el volumen donde yazcan
olvidados mis versos, y lo abras,
yo sé que sentirás mi voz llegarte,
no de la letra vieja, mas del fondo
vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
tendrán razón al fin, y habré vivido.
(De “Como quien espera el alba” 1941-1944)
EL INTRUSO
Como si equivocara el tiempo
Su trama de los días,
¿Vives acaso los de otro?
Extrañas ya la vida.
Lejos de ti, de la conciencia
Desacordada, el centro
Buscas afuera, entre las cosas
Presentes un momento.
Así de aquel amigo joven
Que fuiste ayer, aguardas
En vano ante el umbral de un sueño
La ilusa confianza.
Pero tu faz, en el alinde
De algún espejo, vieja,
Hosca, abstraída, te interrumpe
Tal la presencia ajena.
Hoy este intruso eres tú mismo,
Tú, como el otro antes,
Y con el cual sin gusto inicias
Costumbre a que se allane.
Para llegar al que no eres,
Quien no eres te guía,
Cuando el amigo es el extraño
Y la rosa es la espina.
(De “Vivir sin estar viviendo 1944-1949)
Tres viajes a México en 1949, 1950 y 1951 le hacen desear volver a vivir en una tierra donde se habla el español, en compañía del amplio exilio republicano refugiado allí gracias a la hospitalidad del presidente Lázaro Cárdenas. En 1951 es invitado por la revista Orígenes para dar conferencias en Cuba y amista con el escritor José Lezama Lima; además se reencuentra con María Zambrano.
Por fin consigue dejar su puesto y establecerse en México D.F. en 1952
De nuevo en casa de Concha Méndez, que ya se había separado de Altolaguirre, en el barrio de Coyoacán, junto a la hija y los nietos del matrimonio amigo y cerca de Octavio Paz y otros españoles desterrados como Emilio Prados, Max Aub o Tomás Segovia.
Comienza a dar clases en la universidad mexicana, gracias a Octavio Paz; y sigue escribiendo ensayos literarios y recibe su primer homenaje en España, en la revista Cántico, auspiciado, entre otros, por Pablo García Baena. Desde España no dejaba de llegarle un reconocimiento tardío, principalmente impulsado por Jaime Gil de Biedma y otros poetas de la llamada Generación del 50, y su poesía iba siendo cada vez más leída.
En el libro Con las horas contadas (1950-1956) continúa ese proceso reflexivo y depurador, en el que el estilo va haciéndose cada vez más comunicativo. Siguen las referencias culturales e históricas, el cansancio existencial, la amargura y la meditación poética.
En Desolación de la Quimera (1956-1962), título sacado de un verso de T. S. Eliot, Cernuda hace una especie de repaso final de todas las cuestiones que le preocuparon en vida, como si tuviera la certeza de que se trataría de su último poemario.
En 1959, con motivo del fallecimiento de Manuel Altolaguirre, se ocupa de editar las Poesías completas de su amigo y empieza a mantener correspondencia con jóvenes poetas españoles.
Pasó un curso como profesor invitado en San Francisco y otro en Los Ángeles, aunque siempre volviera a México; siguió escribiendo crítica literaria y terminó Desolación de la Quimera.
En los últimos tiempos su salud era delicada, un oftalmólogo le había recomendado que visitara a un cardiólogo, pero el poeta no lo hizo. Por no someterse a un examen médico no podía obtener un nuevo visado para Estados Unidos y en México había perdido la beca que le concediera el gran Alfonso Reyes. La mañana del 5 de noviembre de 1963, Paloma Altolaguirre, al ver que no bajaba, como era su costumbre, a desayunar, subió a su habitación y lo encontró muerto, víctima de un ataque cardíaco.
Epílogo
Playa de la Roqueta
Sobre la piedra, contra la nube,
Entre los aires estás, conmigo
Que invisible respiro amor en torno tuyo.
Mas no eres tú, sino tu imagen.
Tu imagen de hace años,
Hermosa como siempre, sobre el papel, hablándome,
Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy
En tiempo y en espacio.
Pero en olvido no, porque al mirarla,
Al contemplar tu imagen de aquel tiempo,
Dentro de mí la hallo y lo revivo.
Tu gracia y tu sonrisa,
Compañeras en días a la distancia, vuelven
Poderosas a mí, ahora que estoy,
Como otras tantas veces
Antes de conocerte, solo.
Un plazo fijo tuvo
Nuestro conocimiento y trato, como todo
En la vida, y un día, uno cualquiera,
Sin causa ni pretexto aparente,
Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?
Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.
La tentación me ronda
De pensar, ¿para qué todo aquello:
El tormento de amar, antiguo como el mundo,
Que unos pocos instantes rescatar consiguen?
Trabajos del amor perdidos.
No. No reniegues de aquello,
Al amor no perjures.
Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,
Pero valió la pena,
La pena del trabajo
De amor, que a pensar ibas hoy perdido.
En la hora de la muerte
(Si puede el hombre para ella
Hacer presagios, cálculos),
Tu imagen a mi lado
Acaso me sonría como hoy me ha sonreído,
Iluminando este existir oscuro y apartado
Con el amor, única luz del mundo.
(Del libro Desolación en la quimera, 1962)