JUAN L. ORTIZ
BIOGRAFÍA
Juan L.Ortiz nació el 11 de junio de 1896 en la localidad de Puerto Ruiz, (Entrerríos) pero pasó sus primeros años en las selvas de Montiel, un paisaje que marcó su poesía para siempre. Después de terminar sus estudios en la Escuela Normal Mixta de Maestros de Gualeguay, en 1913 se traslada a Buenos Aires donde cursó la carrera de Filosofía. Se inició bajo la influencia de la poesía intimista posterior al modernismo para después evolucionar hacia acentos más personales, entre los que destaca un sentimiento cósmico del paisaje y un humanitarismo solidario Participó de la bohemia literaria de los años 20 y trabó amistad con figuras literarias del ambiente, pero volvió a su provincia en 1915. Residió en Gualeguay hasta 1942, año en que se jubiló de su empleo en el Registro Civil de la ciudad, y se trasladó a Paraná, donde se instaló definitivamente, “para estar más cerca del movimiento, de la gente” según declaró el mismo Ortiz a Alicia Dujovne Ortiz, en una entrevista que ésta le hizo en 1978. En 1924 se casó con Gerarda Irazusta, con quien tuvo a su hijo Evar.
Sus primeros libros fueron impresos y distribuidos por el mismo Ortiz entre amigos o lectores conocidos, por lo que su obra tuvo poca difusión, y no fue hasta 1933 que se editó su primer poemario en Buenos Aires, El agua y la noche, con poemas escritos entre 1924 y 1932, y otro tanto ocurrió con el segundo, El alba sube…, publicado cuatro años después. En los años siguientes la publicación de sus libros fue mejor organizada, lo que permitió que tuviera una mayor difusión: La rama hacia el este (1940), El álamo y el viento (1947), El aire conmovido (1949), La mano infinita (1951), La brisa profunda (1954) El alma y las colinas (1956), De las raíces y del cielo (1958).
Juanele, como comenzó a llamárselo en los círculos literarios de la capital, fumaba en largas boquillas de caña y publicaba sus poemas, de versos extensos, en libros de tipografía minúscula, cuidando hasta el extremo todos los aspectos de la edición, característica que tiende a ser respetada en las ediciones actuales. Su reputación de poeta de culto llegó hasta la vecina Provincia de Santa Fe, donde, entre otros, se encontraba el escritor Juan José Saer, quien lo visitaba frecuentemente junto con otros admiradores. Juan José Saer, quien considera a Juan L. Ortiz como “el más grande poeta del siglo XX” afirma: “(…) para la poesía de Juan el paisaje es enigma y belleza, pretexto para preguntas y no para exclamaciones, fragmento del cosmos por el que la palabra avanza sutil y delicada, adivinando en cada rastro o vestigio, aun en los más diminutos, la gracia misteriosa de la materia. (…)”.
En 1969 compartió con R. González Tuñón el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía. Completan su obra El Gualeguay y La orilla que se abisma (ambos de 1971). En 1996 la Universidad Nacional del Litoral editó su Obra completa, a la que agregó poemas, ensayos y artículos inéditos. Su poesía fue influida por la estética de S. Mallarmé en el sentido espacial del verso.
Se destacó asimismo como traductor de poetas como Paul Eluard, Giuseppe Ungaretti, Ezra Pound y algunos poetas chinos.
Aunque se consideraba socialista y llegó a integrar un comité de solidaridad con la República durante la guerra civil que dividió a España en los años 30, se mantuvo apartado de los grandes movimientos políticos y sociales de Buenos Aires, lo cual no quiere decir que haya dejado de lado la conciencia social. Los simbolistas franceses y la poesía oriental influyeron en su obra, caracterizada por la delicadeza y la disposición contemplativa, que alude siempre al río, los árboles, las inundaciones, los cambios climáticos, sin eludir la historia social de su provincia natal (sede de importantes frigoríficos desde comienzos del siglo XX), mostrando siempre una especial sensibilidad por el drama de la pobreza y, en particular, por los niños que la sufren en su inocencia.
A lo largo de los años, Juan L. Ortiz no sólo consiguió su lugar de privilegio en la poesía argentina, sino que iría conversando con y deslumbrando a diferentes poetas y escritores. Una poesía del futuro (Editorial Mansalva) recopila reportajes y artículos de Juana Bignozzi, Francisco Urondo, Tamara Kamenszain, Ricardo Zelarrayán, Guillermo Boido y Jorge Conti sobre el gran maestro entrerriano.
Durante la última dictadura militar argentina miles de libros fueron quemados, entre ellos las obras del poeta entrerriano Juan L. Ortiz. Sus poemas quedaron condenados al silencio y a unos pocos. En 1996 la Universidad Nacional del Litoral decidió reeditar su “Obra completa” que incluye además poemas no publicados, como también cartas y comentarios.
Después de más de diez años sin publicar, en 1971 la Biblioteca Vigil de Rosario reúne su poesía completa en tres volúmenes con el título Bajo el aura del sauce, que incluye además El junco y la corriente, La orilla que se abisma y El Gualeguay, hasta entonces inéditos. Este último, su poema más extenso (2639 versos), es a la vez una narración del paisaje y de los sucesos históricos y económicos que se produjeron en las riberas de uno de los ríos de la provincia. En 2006 fue editado en un volumen propio por la editorial Beatriz Viterbo, en una edición al cuidado de Sergio Delgado, quien también preparó una edición de las Obras completas de Ortiz en 1996 publicada por la Universidad del Litoral, con textos de Daniel García Helder y Martín Prieto.
Falleció el 2 de septiembre de 1978 en la ciudad de Paraná, a los 82 años de edad. La tensión de su obra entre la comunión con el paisaje y el conflicto social fue magníficamente descrita por el propio autor en estos versos:
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la poesía igual que en un capullo…No olvidéis que la poesía, si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin y tendida humildemente, para el invento del amor…
La poesía de Juan L. Ortiz es profundamente bella y comprometida, y como afirma Agustín Alzari se constituye en una poética que incorpora en su esencia un aspecto impensado hasta el momento en la poesía revolucionaria: la intimidad. Son poemas tan localistas como universales que rescatan la fusión del hombre con su entorno y el compromiso social.
El portal educ.ar presentó en el 2008 propuestas de trabajo áulico para que los chicos puedan adentrarse en su poesía, ya que el autor se encuentra entre uno de los máximos exponentes de la poesía argentina, y muy especialmente como un homenaje al poeta.
En el estudio sobre su poética en relación a la de César Vallejo, Agustín Alzari sostiene que
“Ortiz instaura al poema como el lugar donde la poesía se piensa a sí misma, donde piensa su función, donde dialogan sus territorios y se deslizan sus aspiraciones. Pero no lo hace en cualquier momento, lo hace precisamente cuando está siendo llamada de manera drástica al combate. Hay un ansia de compensación en su plan poético, en ese anhelo de no renunciar a nada. La percepción sensible de su ambiente —el paisaje fluvial entrerriano—, e incluso de un cierto paisaje de cultura, son los órdenes que se oponen al drama, y en esa tensión tan desmesurada que se establece entre las «ráfagas de fuego» y el «tierno azoramiento de sueños evaporados», en esa imposibilidad de dejar de ser lo que se es, se vislumbra el tenor de la tragedia. Esto representa, desde el punto de vista estrictamente literario, una resolución más entre otras posibles.”
El mismo Juan L., como se le llamaba, acerca de la poesía dijo:
“La poesía no pertenece a nadie o es de todos. De aquí que debamos hacer todo lo posible para crear las condiciones necesarias para que todos la sientan, o mejor, para que todos puedan vivirla en todos los momentos, como que todos los momentos tienen su ritmo. Lo que significa colaborar en la transformación del mundo, en el cambio de la vida. Creo con Cassou que el destino de la poesía está ligada a este cambio”.
El gran poeta argentino falleció el 2 de septiembre de 1978. Su poesía hoy nos pertenece a todos.
Rodolfo Alonso | 23 de octubre de 2017
Si hubo una personalidad absolutamente original en la poesía argentina del siglo XX, fue sin duda la de Juan L. Ortiz (1896-1978). Afincado en su natal provincia de Entre Ríos, a la que literalmente abrazan dos grandes corrientes fluviales, el Paraná y el Uruguay, en su larga vida no salió de allí, salvo para alguna fugaz estadía en Buenos Aires y una inolvidable visita a su amada China. Originalmente simbolista y libertario, sin perder mucho de ambas vertientes su vida y su poesía, que eran la misma cosa, fueron derivando luego, con mansedumbre y fortaleza, como las aguas pardas del gran río que siempre lo acunó, al mismo tiempo a un panteísmo casi budista y a una visión de la experiencia comunista que se convertía más bien en una comunión universal, donde los hombres no sólo se reconciliaban entre sí sino también con la naturaleza, los animales, las plantas, los árboles y el cosmos.
Pero todo eso supo hacerlo con una escritura profundamente original, no sólo por la minúscula tipografía en que decidió dactilografiarla y publicarla (siempre en sus propias impresiones artesanales, que nada tuvieron que ver con el comercio ni la industria editorial), sino también por su tratamiento del lenguaje y del silencio, por los tics y las alusiones, por el discurrir cada vez más fluyente y más vasto de un gran poema creciente, que no sólo lo aludiera sino que llegara a ser el río. Su río, el caudaloso Paraná. En ese transcurso, que en su espontáneo apartamiento provinciano dejó también olímpicamente de lado los premios, las comidillas, las astucias y cualquier ingrediente para otros habitual de la mal llamada “vida literaria”, a mediados de los años cincuenta tuvo la suerte de ser descubierto y comenzar a ser reconocido por algunos jóvenes poetas y escritores, que empezaron a crearle el atisbo de un renombre que luego iría creciendo poco a poco. Yo fui uno de ellos y, puedo asegurarlo, nunca olvidaré el profundo impacto que entonces me causó ver que una idea a la vez exigente y límpida de la poesía, con la cual soñaba nuestra adolescencia, había podido llegar a ser ejercida en una existencia concreta.
Marginal y de culto, ignorado, reencontrado, agotado y reeditado, celebrado pero perdido en las quemas de libros en la dictadura, luego vuelto a aparecer en una monumental obra completa, la historia de Juan L. Ortiz y sus lecturas es la de un redescubrimiento permanente. Algo que tiene que ver con varias cosas: su particular enclave geográfico, su vida solitaria, su singular y único proyecto literario. Su casa en Entre Ríos se convirtió a partir de los años ‘50 tímidamente, y luego cada vez más, en una suerte de centro de peregrinaje y refugio de poetas y escritores que acudían a conversar con él, “Juanele” –como se lo apodó cariñosamente–, que ya se había convertido en el faro de varias generaciones por venir.
El libro “Una poesía del futuro, conversaciones con Juan L. Ortiz”, probablemente sea el eslabón que faltaba para terminar de conocer su figura, el giro por el que Juanele logró ocupar el lugar en la poesía argentina que merecía y que durante tanto tiempo se le escamoteó. Fueron esos encuentros con narradores y poetas jóvenes como Hugo Gola, Juan José Saer y Francisco Urondo los que lograron salvar las distancias, achicar el mito, dimensionar la talla de su trabajo poético: es que la poesía orticiana era radicalmente diferente de la que se practicaba en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX. Fue impresionista, anticosmopolita, pero lejos de una poesía provinciana y costumbrista, la suya era mística, antirrepresentativa, casi intangible.
Ortiz, es sabido, es un poeta del paisaje. A contarlo y consustanciarse con él se dedicó toda su vida; es por eso que en este caso, más que en ningún otro, vida de poeta y poesía se funden. “Señor/ esta mañana tengo/ los párpados frescos como hojas/ las pupilas tan limpias como de agua/ un cristal en la voz como de pájaro/ la piel toda mojada de rocío/ y en las venas/ en vez de sangre/ una dulce corriente vegetal”, eso decía temprano, en su primer libro, El agua y la noche, publicado en 1933. A éste le siguieron, entre 1937 y 1958, El alba sube…, El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa profunda, El alma y las colinas y De las raíces y del cielo. Títulos que siguen hablando de la naturaleza, todos publicados por el autor en tiradas de pocos ejemplares. Su poesía será conocida y difundida de un modo definitivo recién en 1970 cuando la Biblioteca Vigil de Rosario lance los tres tomos de En el aura del sauce, que incluían los diez libros anteriores más tres inéditos: El junco y la corriente, El Gualeguay y La orilla que se abisma.
Las entrevistas compiladas en el libro fueron realizadas por poetas como Juana Bignozzi, Tamara Kamenszain, Ricardo Zelarrayán, Guillermo Boido, Jorge Conti, Francisco Urondo, ciertamente fascinados por Ortiz, lo que les permite indagar en cuestiones de su poética, mundo y filosofía, más allá de lo meramente anecdótico.
Todos coinciden en las descripciones de Don Juan, delgadísimo, con una marcada debilidad por los objetos largos y finitos: galgos, bombillas, mates, boquillas eternas en las que fumaba y fumaba, y hasta su letra, delicada casi invisible, obsesión que se trasladaba hasta el mismo momento de la impresión de sus poemas.
Ortiz une en su obra preocupación social –fue anarquista, viajó a conocer los “países socialistas”– y una concepción mística y hasta pagana de la naturaleza. Esta imbricación entre vida y obra proviene de que el poeta, que nació en 1896 en Puerto Ruiz, población cercana a Gualeguay, salvo contadas veces –una excursión juvenil en un barco a Marsella, una temporada en Buenos Aires en su primera juventud y la mencionada expedición a URSS y China– nunca salió de su Entre Ríos natal. Trabajó casi treinta años en una dependencia municipal en Gualeguay, luego se trasladó a Paraná, la capital provincial, al jubilarse, donde residió hasta su muerte en 1978.
La poética de Juan L. Ortiz hecha cine:
La película de Gustavo Fontán está inspirada en la obra del escritor entrerriano, autor de En el aura del sauce
La orilla que se abisma (Argentina/2005-2008). Dirección: Gustavo Fontán. Montaje: M. Bocchicchio, G. Schiaffino. Fotografía: Luis Cámara. Sonido: Abel Tortorelli. Hablada en castellano. Presentada por Primer Plano. Duración: 64 minutos. Para todo público.
Agua y cielo, ríos -el Paraná y el Gualeguay- y bosques, el viento, silencio, verde y azul detrás del velo neblinoso del litoral, una hojita que cuelga de una rama, una silueta que revela, tímidamente, la escala humana, esa misma que se refugia en las voces que transmiten la palabra escrita o detrás de la cámara que registra aquello que pudo haber inspirado esas palabras aparecen una y otra vez. Es que el imaginario de Ortiz está aferrado a la idea de la observación calma, esa que es propia del ser humano cuando, sentado a la orilla de un río, en una costanera, frente a un paisaje imponente o simple, se abstrae de todo, incluso de sus propios sufrimientos, y se deja llevar por el placer de estar vivo y de poder disfrutar, incluso, a lo desenfocado o a lo imperceptible a los ojos, como alguna vez sentenció Antoine de Saint-Exupery cuando el Zorro explica al protagonista de El principito que “sólo con el corazón se puede ver bien”. Ortiz observó esos paisajes con su corazón: Fontán lo hace con el corazón de su cámara.
Bibliografía
- “El agua y la noche” (1924-1932).
- “El alba sube…” (1933-1936).
- “El ángel inclinado” (1938).
- “La rama hacia el este” (1940).
- “El álamo y el viento” (1947).
- “El aire conmovido” (1949).
- “La mano infinita” (1951).
- “La brisa profunda” (1954).
- “El alma y las colinas” (1956).
- “De las raíces y del cielo” (1958).
- “En el aura del sauce” (Obras completas 1970-1971, incluye “El junco y la corriente”,
POEMAS
A PRESTES (MI GALGO)
Has muerto, silencioso amigo mío, has muerto…
¿En qué prados profundos te hundiste para siempre cuando llovía oscuramente?
Marzo, anoche, apagaba la sed larga…
Tu cabeza, tras el último suspiro, quedó más fina aún en la línea final.
Y era como si corrieras acostado un no sé qué fantástico que huía, huía…
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, has muerto…
Cuántos minutos claros, cuántos momentos eternos, contigo,
compañero de mis mañanas cerca del agua, de mis atardeceres flotantes…
en el dulce calor, en el viento de las hierbas, en los filos del frío,
en la luz que se despide como un infinito espíritu ya herido…
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, cómo nos entendíamos…
Esta tarde hubiéramos salido a mirar los oros transparentes, casi íntimos…
¿Qué veías allá, sobre las islas, cuando enhestabas las orejas?
¿Y te tocaba el blanco alado de la vela lejana?
Oh, los perfumes de las gramillas y de la tierra, qué ríos de éxtasis!
Y tu tensión cuando algo corría abajo…
Duro de mí, estúpido de mí, que te contenía sobre las traseras patas sólo,
vibrante en tu erguida esbeltez posada apenas…
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, compañero de mi labor…
Echado a mi lado, las horas lentas, alzabas de repente tus ojos largos,
ay, llenos de signos sutilísimos, y a veces,
una tenue luz que venía no se sabe de dónde humedecía su melancolía sesgada…
¿En qué secretas honduras sentías entonces mi mirada?
(Qué distraídos somos, qué torpes somos para las humildes almas que nos buscan
desde su olvido y quieren como asirse de una chispa, siquiera ínfima, de amor…)
Se hubiera dicho que emergías dulcemente de un seno desconocido
y que una serenidad ligera te ganaba así un extraño mundo seguro…
El noble hocico, luego, se aguzaba todavía más entre los delgados remos, contra el suelo,
en esa actitud de los cuadros antiguos, de un triste husmeo extático…
(…) De mirar tu estampa se sabía que tu sangre venía de lejos, de muy lejos,
no del rubio país sino de los desiertos arábigos, por tu finura barcina.
Perfecto de gracilidad y fuerza, tus menores gestos decían
de una añejísima nobleza ganada sobre las arenas tras las gacelas de luz.
Todo en ti se concertaba como en un poema para un vuelo rasante de flecha,
y eras tensión ceñida o libre igual también que en un poema….
Tu infancia fue feliz de saltos y juegos con el Dardo, tu amigo,
el lebrel aquel de Italia muerto trágicamente en una lucha desigual,
y no había cañadas anchas ni árboles juntos para la casi alada geometría de tus vértigos,
ni había corriente poderosa para tu pecho afilado y tu flexible gracia serpentina…
Cerca del río inmóvil, allá, empezamos a querernos en los silencios pálidos
llorados por los sauces medrosos o subrayados frágilmente por los plátanos…
Sobre los caminos, medio idos ya, tu marcha, a mi lado, era leve, de fantasma…
Y acaso tú también recogías lo que decían los follajes entre las flores de arriba y abajo que nacían…
El idílico sol de la ribera nos encontraba siempre puntuales, junto a las primeras cañas de pesca,
y el arrabal de la costa cuando la brisa última lo ajaba, ¿era sólo de sueño?
Oh, las figuras hieráticas de los pobres portoncitos de ramas
y los chicos mudos, espectrales, atravesando el baldío hacia el rancho de la orilla…
tu juventud fue luego de anchas pistas, de los grandes potreros con cardos de Carbó…
En la mañana iluminada de cardos caminábamos esquivando las espinas,
-una culebrilla, de repente, irisaba su rápida cinta a nuestros pies-
tú más cuidadoso y desconfiado que yo, levantando delicadamente las patas,
pero algo saltaba cerca y el alambrado entero sonaba como un arpa,
cuando no lo sobrevolabas y eras todo vueltas breves, increíblemente elásticas…
-Celebraba, mi amigo, que la liebre, al fin, no fuera tuya…
Larga fue tu enfermedad y tu latido profundo se hizo delgado, casi una queja ya…
Oh, esta queja, oh, tu llamado débil, cuando sentías acaso que la sombra venía
y requerías a tu lado las familiares presencias queridas…
Duro de mí, estúpido de mí, que a veces no prestaba suficiente atención a tu llamado
ni lo entendía en su miedo de la rondante noche absoluta, de la marea definitiva,
miedo de hundirte solo, sin la luz del aura amada junto a la ola fatal,
tú, el de la adhesión plena, el de la estilizada cabecita beata sobre la falda, sentados a la mesa
o leyendo yo sin haberte mullido el sueño fiel al lado de la silla…
Ay, oigo todavía tu llamado, tu llanto débil, impotente, de una imploración seguida…
Las voces no estaban lejos pero las querías alrededor de ti contra el silencio que llegaba…
Ay, oigo todavía tu llamado, tu súplica latida como desde una medrosa pesadilla,
mientras mi corazón lo mismo que tus flancos, sangra, sangra,
y Marzo, entre las cañas, sigue lloviendo sobre ti…
A LA ORILLA DEL RÍO…
A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
A la orilla del río
dos soledades
tímidas
que se abrazan.
¿Qué mar oscuro,
qué mar oscuro,
los rodea,
cuando el agua es de cielo
que llega danzando
hasta las gramillas?
A la orilla del río
dos vidas solas
que se abrazan.
Solos, solos, quedaron
cerca del rancho.
La madre fue por algo.
El mundo era una crecida
nocturna.
¿Por qué el hambre y las piedras
y las palabras duras?
Y había enredaderas
que se miraban,
y sombras de sauces,
que se iban,
y ramas que quedaban…
Solos de pronto, solos,
ante la extraña noche
que subía y los rodeaba:
del vago, del profundo
terror igual,
surgió el desesperado
anhelo de un calor
que los flotara.
A la orilla del río
dos soledades puras
confundidas
sobre una isla efímera
de amor desesperado.
El animal temblaba.
¿De qué alegría
temblaba?
El niño casi lloraba.
¿De qué alegría
casi lloraba?
A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
SÍ, MIS AMIGOS
Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre
relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía también fue, la poesía también es, un llamado en
la noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la belleza
está allí.
En ese resplandor que casi vuelve imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un puro
mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y
sangraron, las manos,
son a quellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
¿Véis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos
y de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las “páginas que defienden
su blancura”,
y sobre los silencios, tantos silencios, que luego han de
cantar?
¿Véis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una
novia o como una hija?
¿Véis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas
respuestas en la escala toda, relativa, del vértigo?
¿Pero véis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede
mirarse de veras y ver el infinito?
Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.
ELLA…
Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
—ala del paisaje y del alma de un país, con un polen…
Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su
perfume…
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las
cosas,
en que la circunstancia da su hálito…
Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín…
Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones
y los latidos
para el encuentro en los abismos…
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación,
el traspaso del ser, “como se da una flor”, en el nivel de los
niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma…
Y no busca nunca, no, ella…
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche…
AH, MIS AMIGOS,HABLÁIS DE RIMAS…
Ah, mis amigos, habláis de rimas
y habláis finamente de los crecimientos libres…
en la seda fantástica que os dan las hadas de los leños
con sus suplicios de tísicas
sobresaltadas
de alas…
¿Pero habéis pensado
que el otro cuerpo de la poesía está también allá, en el Junio de
crecida,
desnudo casi bajo las agujas del cielo?
¿Qué haríais vosotros, decid, sin ese cuerpo
del que el vuestro, si frágil y si herido, vive desde “la división”,
despedido del “espíritu”, él, que sostiene oscuramente sus juegos
con el pan que él amasa que debe recibir a veces,
en un insulto de piedra?
¿Habéis pensado, mis amigos,
que es una red de sangre la que os salva del vacío,
en el tejido de todos los días, bajo los metales del aire,
de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,
a no ser una escritura de vidrio?
Oh, yo sé que buscáis desde el principio el secreto de la tierra,
y que os arrojáis al fuego, muchas veces, para encontrar el secreto…
Y sé que a veces halláis la melodía más difícil
que duerme en aquellos que mueren de silencio,
corridos por el padre río, ahora, hacia las tiendas del viento…
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la poesía
igual que en un capullo…
No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor…
QUIÉN ERES TÚ…
Quién eres tú, oh niña, y de qué campos
con esa flauta triste?
Por qué el aire suena así tan melancólico
si el arroyo es el camino, allá,
de la plata del aire?
Quién eres tú, de música y de lágrimas,
en las colinas del silencio?
Quién eres tú, di, quién eres tú,
y es de este mundo ese país que hilas
de repente a mi lado lo mismo que una lluvia?
Quién eres tú, y de qué muerte vienes,
o de qué vida dulce ni siquiera soñada
suspendida a un paisaje apenas entrevisto?
Quién eres tú, di?
Eres la pena desconocida, de qué tiempos?
que encuentra no se sabe dónde, no se sabe qué agua,
y moja y moja un aire blanco?
O eres acaso, di,
eres la dicha inédita, niña misma del aire,
pero en un “aire” tímido tejido
por unos dedos de neblina,
al saberte, oh tú, recién libre de los velos,
y todavía imposible, ay, en los juncos de aquí?
Quién eres tú, di, de llanto antiguo,
alada sobre un arroyo antiguo, en el soplo antiguo
de una melancolía casi de ángel
con las perlas, que no sabemos, de este aire?
Quién eres tú, oh niña, y qué rocíos
los de esa flauta íntima?
Y qué hálito es el tuyo, di,
que nos une, al final, del otro lado ya del aire,
en un solo hilo de tiempo, altísimo,
sobre las gotas de un abismo?
VENÍA DE LAS COLINAS
Venía de las colinas celestes ya,
triste, en el aire triste de su vuelo vago.
La conocí y lloré dulcemente con sus ojos
sobre el agua lejana y baja y las islas profundas.
Pero la rosa del día no se iba sola esta vez por el río.
Sentimientos la seguían como velas fascinadas.
¿Por qué las dulces lágrimas entonces?
No sé. No sé. ¿Era que su silencio no encontraba
los otros silencios? ¿Era que su soledad no encontraba
las otras soledades?
Doliente acaso de estar únicamente en el aire, mirada sola del cielo,
ella que puede ser otras miradas, ella que puede ser otro lenguaje…
El lenguaje que se encontrará, que se volverá a encontrar, de todos,
en el misterio amoroso de cada uno, por gracia de su misma radiación…
¿O es que ella quería descender, humilde,
y estaba presa como en una suerte de música por su propia esencia fluida,
ella que es también el espacio y la memoria del corazón, infinitos y súbitos?
El espacio del corazón… ese sobre todo, este sobre todo,
de sombra pobre y olvidada en que se llama desesperadamente a las puertas
cerradas,
y no se oye todavía detrás de ellas, entre las ramas de la noche,
su voz tenue y casi perdida en que murmura sin embargo su respuesta todo
el viento del mundo…
SÍ, LAS ROSAS
Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes?
Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la sombra?
Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo?
FUI AL RÍO…
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Deja las letras y deja la ciudad
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire…
Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul…
Yo quiero ser, amigo,
uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal…
o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume…
No estás tú también
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?
Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas…
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla
en celeste de agua…
Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz…
Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas…
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse…
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas…
Viste alguna vez la melodía de los brillos?
La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca
con unos silencios amatistas…
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor…
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia sí
a las abejas todas del día
y de volver de margaritas a la melancolía más flotante…
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hálito de alas?
O es sólo la cortesía más misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiración de un dios?
Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:
qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos…
Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla…
Y ah, a las más sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas…
Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,
increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos
pero que extenúan a la brisa…
Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:
oh, la más dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire…
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todavía…
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,
delante no se sabe qué sacramento etéreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos…
Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales
con su «pasión» de cielo sobre el susurro trepador:
rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso
que van estrellando, se diría, todos los minutos
con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?
Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin
de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,
dando no sé qué números de no sé qué otra noche
o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo…
Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,
se deshace dulcemente?
O qué llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas…
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?
Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que viviría de su sombra…
Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?
Aquí, lo que llamamos «horror», o lo que llamamos
«amenaza»,
sonriendo desde la semilla, se diría,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre…
Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ángel…
Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura…
Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?
Allí y aquí, a la vez, la condena «de la rueda»,
desde las madres del río y desde las madres de las zanjas…
Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?
Hay que perder a veces «la ciudad» y hay que perder a veces
«las letras»
para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras
en las relaciones de los orígenes…
O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasía que serán…
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente anónimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfección
en la armonía que la excede…
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su música,
lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento…
ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..
Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,
con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recién nacido, con unos signos por hallar
y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma…
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,
virgen profunda ésta toda aún de cabellos?
Sí, mi amiga
Sí, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo
a pesar de esas llamas dulces contra junio…
Estamos bien… sí…
Miro una danzarina en su martirio, es cierto,
con los locos brazos, ay, negando la ceniza
y el crepúsculo íntimo…
Estamos bien… Cummings que se va, muy pálido,
al país que nunca ha recorrido,
mientras Debussy enciende el suyo, submarino…
Estamos bien… Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia
que trae más agudamente aún la noche
para las preguntas que se han tendido como ramas
a lo largo de la pesadilla de la luz,
con la vara que sabes y la arpillera que sabes,
en las puertas mismas, quizás, de la poesía y de la música…
Estamos bien, sí mi amiga, pero tiemblo de un crimen…
Cuándo, cuándo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,
cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Para que los hombres
Para que los hombres no tengan vergüenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, sí, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancías,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo límite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.
Todos aquí
Todos aquí para mirar arder y consumirse ese fuego.
Fuego sólo?
No es un corazón apasionado que se ilumina en los cielos?
La pasión de la luz antigua abriéndose en flores encendidas
para mirarse en el espejo humano.
El corazón dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa,
alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre
del éxtasis para que todos seáis como simientes ardiendo
para las cosechas sucesivas de la luz común que encenderá hasta la sombra
y la estrellará como un jardín.
VIRGINIA VALDOMINOS PASTOR
Ha dicho Menassa: “Virginia Valdominos es una mujer del renacimiento”.
Nace en Madrid en 1978. Se licencia en psicología en el año 2001. Viaja a Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Inglaterra, Estados Unidos, India, Egipto, República Dominicana, Turquía. Es becada por el Ministerio de Educación para realizar su tesis doctoral “Nuevas formas de organización del trabajo: Implicaciones sobre la eficacia organizacional”. Viaja como profesora invitada a la Universidad de Colorado en Denver y allí se desplaza a Washington para participar en un proyecto en la sección Panamericana de la Organización Mundial de la Salud.
A su regreso a España hace una incursión en el tercer sector y posteriormente comienza a trabajar en el mundo de la consultoría empresarial. De este tiempo publica en colaboración junto con otros autores: “Guía pregúntame sobre accesibilidad y ayudas técnicas” y “Universidades corporativas: la implantación de la estrategia”.
Comienza sus estudios de Psicoanálisis en la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero en el año 2005 y en 2007 participa en el primer congreso de clínica psicoanalítica y empieza a trabajar de psicoanalista. Poco después, emprenderá su verdadero viaje cuando comienza su psicoanálisis con Miguel Oscar Menassa.
Ha publicado en colaboración con otros autores de la Editorial Grupo Cero: “La mujer del siglo XXI”, “Medicina Psicosomática III: Trastornos de la alimentación” y “La psicología a la luz del Psicoanálisis”.
Es psicoanalista del Departamento de Clínica de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero, profesora del Seminario Sigmund Freud, consultora de Formación Empresarial Grupo Cero, perito del Departamento de Peritaciones Judiciales Grupo Cero y codirigie la revista del Corredor del Henares “Salud es poesía – Poesía es salud”.
Es integrante del taller de poesía de Miguel Oscar Menassa. En 2013 publica su primer libro de poesía “Vamos a trabajar” y en 2014 su segundo libro “Escribo cuando el amor descansa”. Coordina un taller de poesía en Alcalá de Henares.
Virginia Valdominos también es conocida como “El ángel gitano” en su faceta como bailaora. Baila desde 2011 los poemas del poeta Miguel Oscar Menassa en el espectáculo “Flamenco, Tango y Poesía” que se celebra todos los sábados a las 12 hs en el Teatro Quevedo de Madrid. Acompañados a la guitarra flamenca por Antonio Amaya. Y de su baile se dice que es auténtico y vivo, inexplicable e inigualable.
Ha actuado en un cortometraje y tres largometrajes de Miguel Oscar Menssa: “Suicidio asistido”, “En defensa propia”, “La invitación del presidente” y “El Medicamento”. En 2016 fue presentada por la productora Grupo Cero como mejor actriz revelación a los premios Goya por la película “La invitación del presidente”.
Virginia es también pintora. Integrante del taller de pintura de Miguel Oscar Menassa que funciona todos los domingos a las 11:00 hs. Fruto de este trabajo ha mostrado sus obras en dos exposiciones individuales “El tiempo del color” y “Sonrisas de otoños. Junto a Miguel Oscar Menassa en “Paisajes corporales”, “Al borde del abismo” y “Muestra en el Centro Cívico Rafael Alberti”. Con más autores en la muestra colectiva en el Centro Cultural La Galatea.
Esta semana ha inaugurado una nueva colección “Conversaciones con Gustav Klimt” en el teatro Quevedo, que se podrá visitar en horario de apertura del teatro.
También canta. Debutó en el teatro del Círculo Catalán y ha realizado una veintena de conciertos con el grupo de los poetas despiertos compuesto por varios cantantes que ponen música a los poemas del poeta Miguel Oscar Menassa.
Para Virginia todas estas facetas son formas de una misma expresión artística.
POEMAS
DE “VAMOS A TRABAJAR”
LA ESCRITURA ME TRAGA
Me desnudé, escribí una nota escuchando a Beethoven y
salí a la terraza a sentir el beso de la noche.
¿Mi verdad o su locura? ¿Su verdad o mi sueño?
He visto una cavidad desconocida.
El mecanismo que funciona libremente es vertiginoso. Por
cada poro de mi piel la velocidad ácida del sexo se dispara
contra lo material.
Mi lengua de mujer, en su oráculo de mujer. Sexo
del tiempo en nuestros seres pegados a la realidad.
Vamos a trabajar. Vamos a producir la imagen que no te
pertenece, la dimensión de la palabra.
Y me ama. Ama dulcemente lo que vuelve una y otra vez
contra mi cuerpo, y lo estrangula con sus niñerías, y lo lame.
Y el río derramado de su ausencia sobre mi vanidad, po-
deroso Otetonte, me vigila.
VIVO ENCADENADA A LA DIFICULTAD
Vivo encadenada a la dificultad
de ser una mujer
y sin embargo…
¿DE QUÉ SERÁN LOS VERSOS SINO DE AQUELLA
SOMBRA QUE HICIMOS SOBRE EL LECHO?
¿Qué leyes incumple
la madreselva de nuestra cárcel,
ultramarina caléndula
y el faisán sobre el lecho?
Estertores urbanos
dejan sobre mi cuerpo
las sombras imposibles.
Trato de imitar
armónicamente
los mares infinitos del amor.
Huyen de mí los iracundos
estruendos de la soledad.
La altura profunda de mi piel
consume la dicha de un especial arte.
POEMA EN MI 34 CUMPLEAÑOS
I
El odio, ¿qué será? ¿el movimiento de matar
todo lo diferente, también, de mí misma?
A veces tengo miedo de la congoja
esos hombres
esas mujeres
a la vez muertos y vivos.
Me recuerdan los siniestros caminos de la pradera
y también los siniestros rayos de la esperanza.
Este hombre mío es solitario
esta mujer mía es social
los dos unidos, invencibles.
El pan cotidiano se viste de mar.
La exquisitez me parece basura y, a veces, me puede el horror
de celebrar el nacimiento
de los muertos
y también el horror del horror.
Para algunos una posibilidad especular dolorosa
para otros el origen del organismo
el origen de la vida de un hombre.
Escribir, una profesión incontenible,
el objetivo no es vivir, el resultado es vivir.
II
No me importa si vivo o si muero
¿A quién le importa el dolor prontuario
la brisa de los anaqueles
los puertos taciturnos
si lo que nos pertenece es la muerte?
Lo único propio.
III
¿Y la vida? ¿Y la mar en calma
y la calma tensa?
¿y el brote pictórico
y el caleidoscopio de la arteria
y la saturación constante
y la densidad del alma?
¿A nadie le interesan?
Quizás por su inapropiada prontitud
por su prisa eslava
o por su original rastro melancólico.
Una escritura que me haga vivir.
IV
El resultado es maravilloso
no algo bonito, algo enriquecedor,
algo,
que quede en mí.
V
El sentido de la vida
la vida no tiene ningún sentido
es el hálito que se mece
y también el rugido pasajero
que se desvanece como las estrellas
en el primer rayo de sol del porvenir.
Agasajarse con perfumes.
Morir cuando es imposible cantar
cuando las distancias se adhieren
a las palabras.
Las manos, mi único instrumento.
Teníamos dos manos y ahora el amor
ha multiplicado al infinito mis manos.
Cuando otro hombre escribe
me doy cuenta
que vivo acompañada.
VI
Hoy doy nada por nada,
que todo quede quieto,
quieto.
Pasado brujo o una frase que no pudo ser otra
se me presenta
la posibilidad.
Transeúntes inmemoriales
perdieron lo que no se puede tener
ni tampoco rememorar.
Inadmisibles encuentros con lo reprimido
pues es la condición humana
condición de goce.
Clavados por el signo de puntuación.
Ateridos por frases escritas que aún transitan
en los anaqueles que me recuerdan.
SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO
Soy lo que en medio de la soledad
comienza.
El pájaro que vuela
en busca del viento,
un investigador.
Las mandíbulas titubeantes enloquecen
ante el paso de la ley.
Los niños y el fuego eterno del amor
resplandecen en la melodía.
Somos también hombres,
tenemos un oleaje
firme
en medio de la estrella
que nos hace enceguecer, verdugos y santos.
¿Qué pensarán los
desconocidos?
¿Sabrán que es posible la encrucijada
donde la libélula vence al hombre?
¿O nosotros seremos
hombres amurallados
llenos de tesón?
El río llora con lo que arrastra.
Maderas y delirio.
Alguien debe saberlo,
el juez debe saberlo,
yo debo saberlo,
la fidelidad, no existe.
DE “ESCRIBO CUANDO EL AMOR DESCANSA”
MAR DE LUZ
Opulentas sombras siembran en mí
el universo de la duda.
El óbice del misterio
renace en el aroma
de las flores marchitas.
Cansancio original
extasiado,
perpetuidad
del alma
inalterada de la bella
extranjera.
Tú fuiste el misterio
y el impacto
reflejo
del cosmos
en la universal caricia
tocándonos a todos
con su aliento.
Brisa del mar
y su llovizna,
la olímpica cadena
de arena
cegándonos
mientras caíamos en el tiempo
en las dunas del amor.
La cercanía
de la muerte
ardiendo en mis párpados
la visión nublada
del destino,
palpitando.
Heme aquí.
Repetición que
aclamas
desde más allá
que enciendes la llama
de la duda.
Latido
que me lanzas a
lo imposible.
Muchas veces me pregunté
por la razón de la vida
y me encontré
en el túnel de la existencia
sostenida
por frases misteriosas
iluminando
la soledad.
Allí donde los hombres
sueñan
el tiempo
del silencio,
siembro
la palabra,
armonía original
de los encuentros.
Luz que renace.
HÉRCULES PROFUNDO
Vertiente del rumor,
el ardor estático
rueda entre nosotros
con la muerte enamorada
que siempre pasa a otros.
Yo tuve suerte,
me dijeron.
Enclave silvestre de sal y luna.
Un espejo donde mirar las sombras
retrocede en tu ausencia
como carne desgarrada
como himen fosilizado de locura
que muestra los vestigios
de la razón.
Dictámenes del odio
ennobleciendo los corazones.
Enamorada del amor,
los rastros de la noche
y su apariencia deliberada.
Como plata del escándalo,
un barniz devora
nuestros sueños.
Un lugar lejano,
entre nosotros.
Caminando
entre esmeraldas
mi niñez añorada
pidiendo a gritos
el arte de vivir.
La espesura de las manos
en altos helipuertos perfumados,
reptando a los puntos inasibles
de la soledad.
Cada amor
resulta poderoso
cuando eres quien me dicta
el legado de la verdad.
Soy una llamada
que nada sabe de mí.
Un rubor del fuego
que me quema,
que arde en la lasitud
de la misericordia
preguntándose por la confusión,
de las apariencias.
El emblema es el oro
esperando
el montante de espermas.
El ungüento querido y deseado.
Santos y santas devotamente envueltos
con torbellinos de duda.
Esqueletos afianzados
con hormigón.
Puede ser que seamos
más de muchos.
Puede ser
el universo de las palabras
el bronco
sonido de Dios.
Y, sin embargo,
sol que nos iluminas,
recto amor de cadenas abiertas al infinito
que me claven a la madera
que revienten mis venas de luz
pues soy el esclavo
que te posee
el dueño de la ira que te es propia.
La pasión de la poesía me reclama
y yo
oficio los misterios poderosos.
Un lenguaje de madreselva
poseyéndome.
Un canto reservado que, sin embargo,
me estremece.
Pues se hace mío
en la salvedad del beso.
¿De quién soy?
¿Del salvaje caníbal
que se apodera
del alimento
del alma mía,
o del rugido efímero del orden
amurallado
por el errante
cosmos?
Sencillamente
la esclava
me oprime
la garganta.
Retuerce con sus manos
el alma que labora.
La suma que se obceca
en pertenecerme
como siendo ajena.
Nada de mí
para mí.
Nada de otros
sobre mi sombra.
Pues mares apacibles
se tumban a mis pies;
oleajes de tierra
cambiando de paisaje.
Lo que sobra de nosotros
los excesos profundos de mi piel
Hércules
de sol
iluminando las vertientes de mi voz.
Mañana
tu rastro será alto como las estrellas,
tu canción nuestra fiebre.
Tu fortaleza, el ascua del hastío.
Serás el canto desesperado de las fieras.
Y yo tu esclava.
ELOGIO DE LA DUDA EN LATINIEBLA
I
Égloga de la rueda
que gira con el viento del escarabajo,
asesinada por el reloj.
Horas del tic-tac
como campanadas
extranjeras.
Extraña, me sentí.
Huraña, mentí.
Y broté
del semen
de las costumbres
de las rosas.
La belleza
descarada
me miraba
desde la ausencia.
Y, en el momento de la verdad,
vereda enamorada del verdor,
encanto de la enredadera
en la selvática atmósfera
del gorrión,
con la violencia de la hora,
daba el pico más alto.
De pie, sobre los sepulcros
del aire
retrotraigo mis ojos
de mi caída
al futuro
escenario
en que bailaré.
Halo de la canción
somos los vencedores
de la verdad.
Poema
que vacío de palabras
y lleno de mí.
Venganza de mis sueños
sobre broncos silbos.
Alimentada por malvas
pasajeras,
como aves sobre el resplandor,
la elocuencia secreta
de la palabra ciega
da a luz a
un hombre nuevo
en los bailes de noches encantadas
donde mi cuerpo es la luz.
Y, sin embargo, el iris de su imperio,
sobre los abedules,
en el cielo
estrellado de misterios.
Ceguera
sobre las formas de su caída.
Estrepitosas dosis de bondad
bordeando los blandos
agujeros del goce.
Sarcasmo y delirio
hacen su presencia
comandando la
savia invernal
de la soledad de mi sombra.
Sopla sobre nosotros
hastiado,
un encuentro fatal
entre murciélagos y
aves rapaces.
Pañuelos de coral
en tiempos modernos.
Lirios y ambarinas.
Modernas ambigüedades
de la palabra y el ser.
Casta, castidad, castañuela,
castración.
Le hago saber
que su templo de vigor
es un sadismo múltiple,
la moral y la barbarie
de los días sin luz,
eternos.
Me vuelvo intolerable con la lucha,
azotado por el mañana
de las moscas golosas
que arpan los vientos
del alma.
Castillos y luciérnagas
ensombrecen la duda
una vez que de su canto
la libélula descansa.
La liturgia
precede
a todo cáliz
castellano.
Requiebro en la sombra
el nombre de la máscara.
Caminos abiertos
de rosas engendradas
por el misterio
de las catacumbas de la noche
sobre el cadalso engañoso
de la nada.
Sale de la descendencia;
viene a la velocidad de la palabra
que acaricia
mi sexo
en el ardor
del frenesí
de las hojas en llamas
por el relámpago
encendido en
nuestro corazón.
Hablemos como amantes
en su efervescencia
con las caras
de los vagabundos,
de los desconocidos
e invisibles.
En este mundo
del oro y la jactancia,
del diamante de la ira de los pobres
frente a la felicidad de los pobres,
la ferocidad del paisaje
retrocede
al nacimiento
del imberbe
o del
australopitecus.
Palabras malsonantes
como arrabales de ensueño
en su nido matriarcal.
Ellos, los rinocerontes del espíritu
vendrán a nuestras islas
a cometer el crimen
de los transeúntes.
Largos dolores de vacío
donde se estremecen
los desconciertos del silencio.
El pañuelo que cubre su rostro
es una sábana santa
en que se marcaron
los rumbos a paraísos
perdidos
donde el mar
baña nuestras vergüenzas
a ritmos
de asueto
y acidez.
Pesados cuerpos
a punto de morir
en el vértice del tiempo
con la templanza
de los vertebrados.
Por una mísera
batalla inexistente
contra el agónico
silencio.
Frente a las rocas,
banderas vencidas
recordando
el fuego
en su oleaje.
Los artistas
decididos a volver a grandes tierras
donde la palabra reina;
y los científicos,
en la embarcación
de la palabra
en el juego
del precipicio.
Solventaron las diferencias
y pasearon a la vaca
a la noche, a la mañana,
(si hago influjo
de la ingerencia
de prevalecer
y de sentir)
en esa boca taxi
que asilan en sus infiernos.
Para
doler el alma
del dintel,
para ultrajar
la plataforma
de la mecánica
y de la capa cósmica
del rostro, reconociendo
en el espejo
a ese ser burocrático
pero amable
que nos pregunta
por los astros de
nuestros corazones
enmascarados
con trémulas
y harapientas
vestiduras
en que
los embajadores
de la palabra,
deliran
cual antílopes
encendidos
por la marabunta
de las páginas
en blanco
que esperan nuestra huella.
En la lengua del ciprés
el laberinto de ensueños
y de músicas
hacía sonar
el apacible
estado
de las rosas
en otoño,
el bramido
de la amargura,
la soledad.
Terráqueos movimientos
interestelares
en oriundos huertos
del saber
para hacernos caer en la cuenta
de la perturbación del
tiempo sobre el sexo
y el cuerpo.
Caléndulas
y lunas
resplandecientes
sajan el estío
con su puñal taciturno.
Encuentro
con el café de Colombia y el lino
de la India
recuerdos de Egipto.
Sedas y líquenes
y sus aromas.
Etruscos minerales
de piedra corpuscular
en el espacio virtual
entre el viento
y el reflejo de la imagen
en el espejo.
Estruendo del eco
del sonido
del mañana,
enmarañando tus cabellos
a la nada.
Suntuosas sedas
de colores y sueños.
Arácnidos misterios
del brillo de la calandria.
Al atardecer,
nuestros cuerpos
desnudos
se hacen adultos.
El fuego pasajero
es incendio.
II
Una fuerza
que huye de mi alma
y al retornar me penetra,
me empuja hacia los círculos
que se alimentan
con preciosas
gemas.
El sentir que advendrá
en la amazonia
de nuestra relación
donde todo sentir
es el incendio de nuestro
caminar.
En cabañas
deformes
de barro y hastío,
querremos más.
Sobresalir
con la altura del oro.
Terremotos
que muevan nuestras
almas.
Catapultas de amaneceres
futuros,
fruto de lecturas y solsticios
de esperanza universal
en las lenguas vírgenes
de los aborígenes
del sexo.
Solemnes promesas
en vasijas
de camaradería.
Transparencia submarina
de los sentimientos
que, almidonados,
viajan en botellas
vacías
por los mares
de la distancia
hasta la tumba del
último sueño
de occidente
en castellano.
Este lenguaje
poético
de la ética
que es la poesía.
Esta maquinaria ardiente
que es el alumbrado público
de los paraísos terrenales
mojada por el agua
de los sueños.
Un invento
de la civilización.
Una estrategia
para ahogar el grito
en el mapa de la palabra.
Estruendo
del que habla
este siglo, el poeta.
Atalayas en el mar
del liquen
que moldea
el alfarero.
Compromiso con
un germen mineral
que produzca dinero.
Una variación del aliento
a la sombra de los cielos.
Ellos y sus cantos,
poetas despiertos en acción
cautivos del amor
tiran del pañuelo
de la sorpresa
que descubre
la ausencia
y la falta.
Por eso no quieren ver
ni ser vistos.
En la sombra,
brillando
cual libélula
encantada,
sus sonidos sublimes
cosquillean mientras
sus besos abren las entrañas
del miedo y del abismo.
Vuelvo sobre el exterior
el movimiento de mis manos
esbozando el misterio
del trabajo.
Paraísos terrenales
que señalan
que somos libres,
hombres y mujeres
milenarios.
Te recomendamos ver el programa de televisión.
PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HORAS