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199. Poesía más Poesía: Carolina Coronado

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BIOGRAFÍA DE LA POETA CAROLINA CORONADO


Victoria Carolina Coronado y Romero de Tejada, nacida en Almendralejo, España, el 12 de diciembre de 1820 y fallecida en Lisboa, Portugal, el 15 de enero de 1911, fue una escritora española del Romanticismo. Coetánea de Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer. Virtuosa del piano y del arpa, publicó en 1843 un tomo de Poesías, reeditado en 1852, que prologó Hartzenbusch.

BIOGRAFÍA DE CAROLINA CORONADO

Hija de Nicolás Coronado y Gallardo y de María Antonia Eleuteria Romero de Tejada y Falcón, nació en la localidad pacense de Almendralejo​, en el seno de una familia acomodada pero de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran perseguidos. Fue la tercera de nueve hermanos a quienes dedicó numerosos poemas, especialmente a Emilio. Tras mudarse a Badajoz, con cuatro años debido a que su padre comenzó a trabajar de secretario en la Diputación, Carolina fue educada en la forma tradicional para las niñas de la época: costura, labores del hogar, etc. Sin embargo, ya desde pequeña mostró su interés por la literatura y comenzó a leer, robando horas al sueño, cualquier género u obra que podía conseguir. Por ello desarrolló una extraordinaria facilidad para componer versos.

Sus primeros poemas datan de la temprana edad de 9 años. Con un lenguaje algo desaliñado e incluso con errores léxicos y ortográficos, pero espontáneo y muy cargado de sentimiento, motivado por amores imposibles entre los cuales destaca Alberto, su supuesto primer compañero, de quien se duda si realmente llegó a existir, y que murió en el mar. La afección de catalepsia (pérdida abrupta del tono muscular y caída en un sueño profundo, que puede confundirse con la muerte) crónica que padecía, posiblemente contribuyó a su temperamento romántico, llegando a “morir” varias veces, lo que hizo que se obsesionase con la idea de poder ser enterrada en vida.

Llevó una vida revolucionaria ya que en 1838, en plena guerra civil, Carolina Coronado emprendió con entusiasmo el bordado de una bandera para un batallón creado para defender el trono de Isabel II.
Una de sus “falsas muertes”, fue publicada en 1844, lo que motivó que Carolina escribiera Dos muertes en una vida, que se publicó tras su fallecimiento. Ya entonces había sido una obra admitida en el Instituto Español y en casi todos los Liceos de España.

Carolina Coronado


Cuatro años más tarde, en 1848, una enfermedad nerviosa la dejó medio paralítica en Cádiz y los médicos le recomiendan tomar aguas cerca de Madrid, por lo que trasladó su residencia a la capital.
En 1852 se casó en Madrid, con sir Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de EE. UU. en Madrid. En la biografía de escrita por Isabel María Pérez González, se describe a una Coronado inteligente, calculadora, muy coqueta que llegó a quitarse tres años para casarse con el primer secretario de la embajada de los Estados Unidos en España, al que literalmente enganchó cuando él regresaba a su tierra, al fingir que se moría si la dejaba. Él lo contaba así a sus hermanas: «Yo la amaba pero me resistía, me puse en pie para irme, ¡su corazón se paró!, no se desmayó sino que su corazón se paró de repente, instantánea, enteramente. Yacía muerta delante de mí. Pero no, un minuto, dos, no sé, me pareció un año, de pronto como si su pecho se abriera de golpe con un soplo que se podía haber escuchado en el apartamento contiguo, convulsionó todo su esqueleto, el corazón latió de nuevo, reanudó penosamente sus funciones».

Tuvo un hijo, Carlos Horacio (1853-1854), que murió de tifus a la edad de siete meses y dos hijas, Carolina (1857-1873) y Matilde (n. 1861) sobreviviendo esta última a sus dos hermanos y que se casó con Pedro Torres Cabrera. Tuvo varias “premoniciones” entre las cuales anticipó el fallecimiento de su hija Carolina. Contrajeron las 3 el sarampión estando su marido en Lisboa, seis médicos llegaron a la casa, ella les dijo que la que peor estaba era su hija Carolina, los médicos le dijeron que no había peligro. “En una hora estará muerta“, dijo ella, y así fue. Muerta de dolor, cortó sus trezas y las puso junto al cadáver. La hizo embalsamar, la llenó de joyas y la llevó al armario de la sacristía de las clarisas, donde se podía leer: Aquí yace un tesoro de Carolina Coronado. No tocar.

Coronado, con su hija Carolina que murió con 20 años.
Coronado, con su hija Carolina que murió con 20 años.

Su obsesión por la muerte la llevó hasta tal punto de que, cuando su marido murió en 1891, embalsamó el cadáver, negándose a enterrarlo e incluso dirigiéndose a él con el apelativo de “el silencioso” y “el hombre de arriba“. Su hija Matilde presenció su locura, al casarse, la madre la obligó a seguir durmiendo con ella, como había hecho desde la muerte de su padre, ocupando su esposo una habitación en la planta de abajo. Al morir a los 90 años Carolina, su yerno terminó con toda esta locura y enterró a su suegra junto a su embalsamado marido. A los pocos meses de morir su madre, a la edad de 50 años, fallecía su hija Matilde y su yerno fue llamado por las monjas diciéndole que había un armario con el nombre de la poeta. Al abrirlo, se encontró con su cuñada, que aún conservaba los rasgos de su juventud y le dio también sepultura.

Fue tía de Ramón Gómez de la Serna y amiga de la reina Isabel II la cual obligó al marqués de Salamanca a que vendiera a Carolina Coronado un trozo de su finca y allí se construyó un palacete en lo que hoy es la calle Lagasca.

Su residencia madrileña se hizo famosa por las tertulias literarias que en ella se realizaban, ya que sirvió como punto de encuentro para escritores progresistas y refugio de perseguidos, llegando a asistir algunos de los más renombrados autores del momento, como Emilio Castelar. Sin embargo, este refugio clandestino y su afinidad por la revolución, causarían que sufriese la censura de la época. Pese a ello, logró publicar algunas de sus obras en periódicos y revistas hasta lograr cierta fama.

Participó también en la campaña contra la esclavitud y llegó a ser con Concepción Arenal, del cuadro dirigente de la Sociedad Abolicionista de Madrid. En 1868 se fechan los versos A la abolición de la esclavitud en Cuba, poesía que provocó un escándalo político al ser declamada en público el 14 de octubre, poco después de estallar la Revolución de 1868, con la que simpatizaban Coronado y su marido.

Al llegar las revoluciones se van a vivir al palacio de la Mitra, en Pozo do Bispo, población próxima a Lisboa, a pesar de haber perdido Horacio toda su fortuna que tenía invertida en el tendido del cable submarino de comunicaciones que uniría Estados Unidos con Europa.

Las primeras composiciones de Carolina fueron poesía. La primera de ellas que fue publicada en 1839 el diario El Piloto se titula “A la palma“. Desde entonces, consiguió materializar una vocación que se manifestó de forma temprana. El entorno familiar y social no le facilitaron el camino, debido, por un lado a la persecución de su familia por su ideología, y por otro, a que fue criada bajo los valores de la época, en los que escribir no estaba incluido para una mujer. Su empeño personal contrasta con la debilitada fortaleza física (su catalepsia) que a veces le hace renunciar a su deseo más profundo; dualidad que encaja muy bien con el perfil romántico.

La literatura fue para Carolina un oasis donde refugiarse de su naturaleza enfermiza, contando también con varias depresiones de carácter nervioso a lo largo de su vida, agravadas por las pérdidas de sus hijos, lo que no le impidió desarrollar una brillante carrera.

Harztenbusch, quien fue un buen consejero y maestro, fue muy receptivo a los trabajos que presentó Carolina Coronado. Se tomó muy en serio su trabajo y le hizo recomendaciones y correcciones que le sirvieron de gran ayuda en su trayectoria. Fue su principal sostén y apoyo. Prologó el volumen de poesías escrito por la poeta extremeña y esta le dedicó la obra “La voluntad demostrada de escribir la introducción”.

250px Museo del Romanticismo CE30649 Carolina Coronado - Poesia Online

Aparte de Harztenbusch, otros escritores de la época como Donoso Cortés, Bretón de los Herreros, Martínez de la Rosa, recibieron con los brazos abiertos a Carolina Coronado en el mundo de las letras. Le dedicaron poesías y gratos juicios, sin perder de vista el tono condescendiente del que a veces hicieron gala. Como respuesta a esta gran acogida, Carolina pudo participar y fue bien recibida en instituciones como el Liceo Artístico y Literario de Madrid y le invitaron a participar en homenajes de poetas y escritores contemporáneos. Pero, a pesar de ello, también se dejaron oír comentarios peyorativos que tildaban a la escritora de pedante.

Otro de los autores con prestigio en esa época que ayudó a Carolina Coronado a abrirse paso en un espacio artístico liderado por hombres, fue Gustave Deville. Como agradecimiento, ella le dedicó su poema «A Napoleón», fechado en Badajoz en 1845.

Aunque su primera incursión en el mundo literario fue a través de la lírica, Carolina Coronado no dudó en adentrarse en otros géneros que revelan la versatilidad de su espíritu. Algunas de sus obras en prosa se publicaron por entregas en semanarios y periódicos. Su producción literaria fue diversa: novelas, como Jarilla, Paquita, Adoración, Luz; La Sigea, La rueda de la desgracia, manuscrito de un conde, El Oratorio de Isabel la Católica y la inacabada Harnina; obras como Los genios gemelos. Primer paralelo: Safo y Santa Teresa de Jesús, Un paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en el Palacio de Cristal, Galería de poetisas contemporáneas, España y Napoleón y Anales del Tajo corresponden a sus ensayos. También se conocen algunos títulos de obras teatrales que se estrenaron como El cuadro de la Esperanza. Narrativa epistolar y otros artículos completan la producción de Coronado.

El Liceo Artístico y Literario de Madrid fue fundado por José Fernández de la Vega en 1838. Este círculo artístico surgió con el interés de fomentar las letras y las Bellas Artes. En las Constituciones del Liceo no se negaba la participación de las mujeres, es más, podían ser admitidas como facultativas en las diferentes secciones y acudir a las sesiones que organizaba la institución.

Este fue el escenario que acogió los primeros pasos literarios tanto de Carolina Coronado como de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Carolina Coronado realizó su primer viaje a Madrid en 1848, para entonces ya se había publicado su primer volumen de poesías. La acogida calurosa que le ofrecieron los miembros de este círculo artístico tuvo como consecuencia una improvisada respuesta con un poema titulado “Se va mi sombra, pero yo me quedo. A mis amigos de Madrid”. Sus sentidas y agradecidas palabras quedaron reflejadas en dicha composición que se publicó en La España el 25 de septiembre de 1848.

Tuvo una intensa correspondencia con Harztenbusch. Ésta se inició en 1840 y se prolonga hasta 1849. En estas cartas se muestra un testimonio personal que nos permite conocer las dudas e inquietudes de Carolina, que plasma sus sentimientos y emociones personales, y reflexiona sobre otros asuntos que trascienden lo meramente lírico. A pesar de la ayuda y el apoyo que le prestó su maestro, a quien van dirigidas estas cartas, Carolina muestra su desánimo. Debido a su carácter revolucionario, tuvo varios problemas a la hora de publicar sus escritos, pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la corriente intelectual femenina fue afianzándose en España.

En estas cartas se nos da a conocer el talante de la escritora y también otros aspectos que nos ilustran acerca de la sociedad de la época. En varias ocasiones se queja de su falta de instrucción y de dedicar gran parte de su tiempo a labores propias de su sexo . Sin embargo, su deseo de saber la llevó a aprender sola francés e italiano, pudiendo así leer a los clásicos de su época.

La formación e instrucción que una joven recibía a mediados del siglo XIX era muy limitada, orientada a lo que se denomina “cultura del adorno”. Sin embargo, gracias a la presión de algunos, se publicaron manuales de instrucción y revistas femeninas. En estas cartas también Carolina aprovechaba para pedirle consejo a su amigo para completar su formación.

A pesar del reconocimiento y del apoyo que le dedica Juan E. Hartzenbusch, la sociedad no estaba preparada para asimilar el deseo de ciertas mujeres de colarse en ámbitos marcadamente masculinos. El espacio femenino estaba reducido a lo doméstico y a lo familiar. La Biblioteca Nacional de España conserva un conjunto de 32 de las cartas.

Coronado fue una de las cabezas más visibles, aparte de ser mentora de varias de ellas, de las poetas que formaron lo que se llama la “Hermandad Lírica“.​ Esta estaba formada por un grupo de escritoras con una características comunes: nacidas alrededor de 1820, pertenecientes a familias de la burguesía, autodidactas y que establecieron entre ellas unas redes de sororidad, de apoyo y de aliento mutuo que, la mayoría de las veces, solamente era epistolar. Necesitaban ese apoyo mutuo ya que eran conscientes de estar introduciéndose en un mundo eminentemente masculino. Consiguieron ser publicadas en prensa y muchas de ellas publicaron en el Pensil del Bello Sexo, un suplemento de la revista El Genio de Víctor Balaguer, y que se considera la primera antología de escritoras españolas. En él firmaron: Carolina Coronado, Amalia Fenollosa, Manuela Cambronero, María Cabezudo Chalons, María Josefa Massanés, Ángela Grassi y Gertrudis Gómez de Avellaneda entre otras.

Estas escritoras se dedicaban poemas mutuamente, se escribían prólogos para sus libros, mantenían una correspondencia regular, y se denominaban entre sí “hermanas”. Coronado se convirtió en el modelo a seguir para muchas de ellas, así Vicenta García Miranda decidió escribir poesía tras leer un poema suyo. Dentro de estas relaciones se encuadra que Coronado escribiera el prólogo del primer tomo de poesía de Robustiana Armiño.

Publicó mucho en la prensa contemporánea, pero sus trabajos estaban más cerca de la literatura y del pensamiento que de la crónica periodística. Como sus contemporáneas, utiliza la prensa para lanzar sus ideas y reflexiones sobre los temas que le preocupaban: la mujer, la política y la sociedad.
Su calidad literaria era aprovechada, igualmente, para sus crónicas periodísticas, como cuando, siguiendo un impulso, en septiembre de 1849, narró en prosa lírica, para El Clamor Público, el traslado de los restos mortales del rey de Cerdeña, Carlos Alberto, que había muerto en el exilio.
Muchos de sus trabajos aparecieron primero en prensa, en ocasiones de forma seriada, entre los que destacan: Los genios gemelos, Safo y Santa Teresa de Jesús (1858), Un paseo desde el Tajo al Rhin (1851-1852); Galería de poetisas contemporáneas (1861); España y Napoleón (1861); La abolición de la esclavitud en Cuba (1863); Anales del Tajo (1873); Cartas de Portugal (1886); y El suicidio de los niños (1896). Algunos de estos títulos saldrían después de forma independiente en ediciones sucesivas.
Además de ello, promovió en Badajoz una revista bilingüe, portugués-español, de vida efímera, El Frontero (1849) y colaboró frecuentemente en publicaciones de España y América: El Clamor Público, La Ilustración Artística, El Siglo Futuro, Crónica Hispano-Americana, La Regeneración, La Discusión, La Ilustración, El Liberal, La Época, Semanario Pintoresco Español, El Estandarte, La Risa, El Laberinto, etc. Su presencia fue destacada en los periódicos literarios como El Pensamiento y publicaciones femeninas como El Álbum de las Damas, dirigida por Gertrudis Gómez de Avellaneda. En 1849 participó en la fundación de El Bardo. En sus últimos años, ya en el siglo XX, escribió desde Lisboa en Unión Ibero-Americana, El Álbum Ibero Americano y La Revista Blanca.

250px Museo del Romanticismo CE35463 Casa de Carolina Coronado en Lisboa - Poesia Online
Casa de Carolina Coronado en Lisboa.


La producción más importante de Coronado es la poética. Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas, y más tarde, en 1843, se recopilaron en el volumen Poesías con prólogo de Hartzenbusch. En las posteriores ediciones de 1852 y 1872 se incorporaron nuevos poemas. Sin embargo, hasta hace poco no se ha podido conocer la totalidad de su obra. Poemas como “La rosa blanca“, “Tú eres el miedo“, “Se va mi sombra, pero yo me quedo” y “El amor de los amores“, serían recordados como sus mejores obras.

En prosa escribió un total de quince novelas, a destacar Luz, El bonete de San Ramón, La Sigea, Jarrilla, La rueda de la desgracia (1873) y Paquita (1850), esta última considerada por algunos críticos como la mejor de todas.
También escribió obras teatrales como El cuadro de la esperanza (1846), Alfonso IV de León, Un alcalde de monterilla y El divino Figueroa, aunque solamente logró estrenar la primera.

De claro estilo romántico, consiguió unas composiciones con una gran carga de sensualidad, muy próximas al naturalismo, como en su poema más conocido: El amor de los amores; que escribió en «Sierra Jarilla» tras la muerte de Alberto.
Carolina Coronado se dedicó desde muy joven no solo a la composición de sus propios versos, sino a la lectura de importantes autores, en los que ella se apoyó y se inspiró. Le apasionó la lectura de Tasso, Petrarca y Lamartine y tradujo sus obras italianas al español. Además tenía entre sus páginas favoritas las de la obra de Santa Teresa, Fray Luis de León, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Menéndez Valdez y otros, aprendiendo de todos ellos.

Desde el punto de vista temático, su obra es muy diversa: la contemplación e interpretación subjetiva de la naturaleza, el amor, la religión, el compromiso cívico, social e incluso político, y sobre todo el feminismo, que es uno de los motivos más personales y constantes en su obra. Su obra poética es merecedora de ser conocida por el “polimorfismo” en la métrica, y uso de los adjetivos y “sinestesias”.
La producción dramática de la autora no es muy amplia. Se conocen algunos títulos (El divino Figueroa, Petrarca, Un alcalde de Monterilla y Alfonso IV de León), pero ninguna constancia de su edición. Por otras fuentes, no obstante, se conoce que se llevaron a escena, como las páginas dedicadas al rey leonés, cuyo estreno tuvo lugar en Badajoz. Debió trabajar en ella entre 1847 y 1848 y también se llevó a escena en los salones de El Liceo Artístico y Literario de Madrid el 16 de enero de 1849 con la presencia de la reina, el rey y la reina madre con motivo de la entrega de premios. Es, asimismo, significativo el compromiso de generosidad que muestra Carolina Coronado hacia los más débiles. No solo destinó el beneficio de su primer libro a una escuela de párvulos, sino que “Hice también el papel de Elena en el cuadro de la Esperanza (por lo que fui coronada en este Liceo) en beneficio de los párvulos y a estos pienso socorrer nuevamente si alguna retribución hallo en mis tareas”.

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Monumento a Carolina Coronado en Almendralejo


Otro de los ensayos que escribió Carolina Coronado es Los genios gemelos: Safo y Santa Teresa cuya publicación tuvo lugar en el Semanario Pintoresco Español. Obra controvertida por la elección de las dos figuras: Santa Teresa de Jesús y la poetisa de Lesbos, Safo.

No siendo en su época bien visto que una poeta mujer publicase sus obras, Carolina se hizo paso en el mundo literario recibiendo por ello varios reconocimientos. Por ejemplo en el artículo “En honor de una extremeña” se recopilan todas las respuestas publicadas en distintos semanarios en relación con la propuesta que promueve Nicolás Díaz y Pérez en una carta que dirige a don Manuel Balmaseda, presidente de la Diputación Provincial de Badajoz. Dicha iniciativa no es otra que homenajear a Carolina Coronado, que vivía en esos momentos en su retiro de Lisboa. El deseo fue coronar a la poeta extremeña como antes lo habían sido otros poetas: Manuel José Quintana, Lista, José Zorrilla. Este último reconoció el mérito de Carolina tras leer unos emborronados endecasílabos suyos en una de las sesiones del Liceo Madrileño. Sin embargo, Carolina Coronado, lejos de aceptar tan honroso homenaje, manifestó su más profunda negativa, dirigida al mencionado señor Díaz y Pérez.

En el periódico La Discusión, Carolina Coronado empezó a publicar «Galería de Poetisas Contemporáneas», teniendo continuidad este trabajo en otras publicaciones. Este trabajo ambicioso lo define otra de las escritoras contemporáneas como trabajo concienzudo y de gran mérito.
En el Semanario Pintoresco Español (1836-1857), colaboraron los escritores más representativos del momento. En el caso de Carolina Coronado aparte de dar a conocer su novela La Sigea, publicó otros trabajos, como su ensayo “Los genios gemelos”, o el poema “El amor de los amores”. Otras publicaciones, como La Ilustración, dieron a conocer las impresiones de un largo viaje que le llevó a la escritora por Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania.

Falleció en el palacio de la Mitra de Lisboa el 15 de enero de 1911 a la edad de 90 años. Todas sus pertenencias, escritos y muebles del palacio pasaron a la familia de Torres Cabrera, hoy conde de Canilleros. Está enterrada en el cementerio de Badajoz. Existen varios monumentos en su honor.

Su obra:

  • Alfonso IV de León
  • El divino Figueroa
  • La exclaustrada
  • Un alcalde de monterilla
  • Luz
  • El bonete de San Ramón
  • Poesías (1843)17​
  • El cuadro de la Esperanza (1846)
  • Paquita. La luz del Tajo. Adoración (1850)17​
  • Jarilla (1851)17​
  • Páginas de un diario. Adoración (1851)
  • El siglo de las Reynas (1852)
  • La Sigea (1854)
  • ¡No hay nada más triste que el último adiós! (1859)
  • España y Napoleón (1861)
  • La rueda de la Desgracia. Manuscrito de un Conde (1873)17​
  • A un poeta del porvenir (1874)
  • Vanidad de vanidades (1875)
  • Anales del Tajo. Lisboa. Descripción en prosa (1875)

SELECCIÓN DE POEMAS DE CAROLINA CORONADO

CANTAD, HERMOSAS

Las que sintáis, por dicha, algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
oíd: no injustamente
su inspiración naciente
sofoquéis en la joven fantasía.

Si en el pasado siglo intimidadas
las hembras desdichadas,
ahogaron entre lágrimas su acento,
no es en el nuestro mengua,
que en alta voz la lengua
revele el inocente pensamiento.

Do entre el escombro de la edad caída,
aun la voz atrevida,
suena, tal vez, de intolerante anciano,
que en áspera querella
rechaza de la bella
el claro ingenio, cual delirio insano.

Mas ¿qué mucho que sienta la mudanza
quien el recuerdo alcanza
de la edad en que al alma femenina
se negaba el acento,
que puede, por el viento,
libre exhalar la humilde golondrina?

Aquellas mudas turbas de mujeres,
que penas y placeres
en silencioso tedio consumían,
ahogando en su existencia
su viva inteligencia,
su ardiente genio, ¡cuánto sufrirían!

¡Cuál de su pensamiento la corriente,
cortada estrechamente
por el dique de bárbaros errores,
en pantano reunida,
quedara corrompida
en vez de fecundar campos de flores!

¡Cuánto lozano y rico entendimiento,
postrado sin aliento,
en esos bellos cuerpos juveniles,
feneció, tristemente,
miserable y doliente—,
desecado en la flor de los abriles!

¡Gloria a los hombres de alma generosa,
que la prisión odiosa
rompen del pensamiento femenino!
gloria a la estirpe clara
que nos guía y ampara
por nuevo anchurosísimo camino!

Lágrimas de entusiasmo agradecidas,
en sus manos queridas,
viertan los ojos en ofrenda pura:
pues, sólo con dejarnos,
cantando consolarnos
nos quitan la mitad de la tristura.

¡Oh cuánto es más dichosa el alma mía,
desde que al arpa fía
sus hondos concentrados sentimientos!
¡Oh cuánto alivio alcanzo,
desde que al aire lanzo,
con expansión cumplida, mis acentos!

Yo de niña en mi espíritu sentía
vaga melancolía
de secreta ansiedad, que me agitaba;
mas, al romper mi canto,
cien veces, con espanto,
en la mente infantil lo sofocaba.

Que entonces, en mi tierra, parecía
la sencilla poesía
maléfica serpiente cuyo aliento
dicen, que marchitaba
a la joven que osaba
su influjo percibir sólo un momento.

¿Cómo a la musa ingenua y apacible,
bajo el disfraz terrible,
con que falsa nos muestra antigua gente
su cándida hermosura,
pudiera sin pavura
conocer y adorar antes la mente?
¡Qué rara maravilla y que alegría
sintió mi fantasía
cuando mudada vio la sierpe fiera
en niña mansa y pura,
tan llena de ternura,
que no hay otra más dulce compañera!

¡Cuál mi embeleso fije, cuando a su lado
mi espíritu mimado
y en su inocente halago suspendido,
suavísimas las horas
tras de voces sonoras,
pasó vagando en venturoso olvido!

Decid a los que el odio en ella ensañan,
que viles os engañan
esa deidad al calumniar osados;
decidles, que no es ella
la que infunde a la bella
afectos en el alma depravados.

Si brota en malos troncos injertada
será porque arrancada
del primitivo suelo con violencia
de la rama en que vive,
a su pesar recibe
el venenoso jugo su existencia.

Empero, no esa flor alba y hermosa
aroma perniciosa
de la doncella ofrece a los sentidos,
a los que tal dijeron,
decidles que mintieron
como necios y torpes y atrevidos.

Y aquéllas que sintáis algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
llegad tranquilamente,
y en su altar inocente
rendid vuestro homenaje de armonía.

Hallen los pensamientos oprimidos,
que ulceran los sentidos,
giro en la voz y en nuestras almas, ecos,
si con silencio tanto
de ese mudo quebranto
los corazones ya no tenéis secos.

Cántenos su infortunio cada bella,
que si la pena de ella
penetra con su ciencia, acaso, el mundo,
mejor que los doctores
explica sus dolores
con agudo gemir, el moribundo.

Dichas, amores, penas, alegrías,
lloros, melancolías,
trovad, al son de plácidos laúdes,
mas ¡ay de la cantora
que a esa región sonora
suba sin inocencia y sin virtudes!

Pues, en vez de quedar su vida impura
bajo de losa oscura
en silencioso olvido sepultada,
con su genio y su gloria,
de su perversa historia
eterno hará el baldón, la desdichada.

Cante la que mostrar la erguida frente
pueda serenamente
sin mancilla a la luz clara del cielo;
cante la que a este mundo
de maldades fecundo
venga con su bondad a dar consuelo.

Cante, la que en su pecho fortaleza
para alzar con pureza
su espíritu al excelso templo, halle:
pero, la indigna dama
huya la eterna fama,
devore su ambición, se oculte y calle.

A UN VIEJO ENAMORADO

No lo toméis a consejo,
pues vos para aconsejado
y yo para consejera
inútiles somos ambos:
vos, señor, porque contáis
con muy razonables años
para poder en la vida
dirigiros ya sin ayo,
y esta humilde servidora
por tenerlos muy escasos
para poder con su apoyo
ir por la tierra marchando.
Mas sin ser consejo alguno,
podéis escuchar un rato
cuatro sencillas palabras
que tengo, señor, que hablaros.
Si de provecho no os sirven,
tampoco os serán de daño,
con que prestadme el oído
y os charlaré breve y claro.
Os quejáis de mis desdenes
y el porqué, yo no lo alcanzo,
pues las canas venerables
yo respeto, nunca agravio;
y en fe de verdad tan pura,
jamás consentí escucharos
las voces almibaradas
de, «hermosa, mi bien, te amo»;
por evitar que el ridículo
os hiriera de rechazo,
al responderos el mundo
con su risa y con su escarnio.
Porque, dejaos de aprehensiones,
ninguno creerá el flechazo
de que os doléis con tal pena,
pues Cupido no es tan malo
que fuera en un moribundo
a ensañar su genio bravo.
Más bien la gota, el reuma,
o algún histérico flato
han sido los agresores
de ese cuerpo desdichado;
y vos en reminiscencia
de los amores de antaño,
al encontraros doliente,
os juzgáis enamorado.
Pero señor, ¡en conciencia!
ved que es error, que es engaño
y en vez de atisbar mis rejas,
y espantarme todo el barrio,
tomándome por remedio
de males, que yo no sano,
buscad un doctor que os vea,
y si es un ataque asmático,
os recete y desengañe
del tema que habéis tomado.
A él podéis, si no os remedia,
llamarle «¡insensible, ingrato!»
y todas esas razones
con que os estáis lamentando
de una mujer que no os hizo
más ofensa ni más daño,
que nacer en este siglo,
y no en el siglo pasado.
Tal vez yo de haber nacido
en tiempo de Carlos Cuarto,
de vuestra joven persona
me hubiera también prendado,
como las viejas mujeres
que tiene Dios en descanso,
y que os dejaron memorias
de lo mucho que os amaron
en cartas ya carcomidas
y en rizos apolillados.
¡Cómo ha de ser! Lo dispuso
la suerte tan al contrario,
que entre vos y yo en España
tres monarcas han reinado.
Os lo digo, no por mofa,
vale mucho un hombre anciano,
pero soy caña muy débil
para serviros de báculo;
ni monedas de este cuño
parecen bien en la mano
del que al buscarlas debiera,
ser, al menos, anticuario.
Por lo demás, yo os estimo
como al Arco de Trajano,
como al puente de los moros
como a todo lo que es raro,
porque llega y sobrevive
a los días que alcanzamos.
Cuando pasáis os saludo,
con reverencia, con pasmo;
cuando habláis os oigo absorta,
como si oyera lejanos
los ecos de aquellas voces
que en tiempo del Cid sonaron…
Pero la tos os molesta,
la brisa va refrescando,
y temo os falte la vida
cuando por luenga la aplaudo:
basta pues, cubríos el rostro,
perdonadme y retiraos.

LA POETISA EN UN PUEBLO

¡Ya viene, mírala! ¿Quién?
—Ésa que saca las copias.
—Jesús, qué mujer tan rara.
—Tiene los ojos de loca.
Diga usted, don Marcelino,
¿será verdad que ella sola
hace versos sin maestro?
—¡Qué locura!, no señora;
anoche nos convencimos
de que es mentira, en la boda:
si tiene esa habilidad
¿por qué no le hizo a la novia,
siendo tan amiga suya,
décimas o alguna cosa?
—Una décima, es preciso
dije— el novio está empeñado:
«ustedes se han engañado
me respondió, no improviso».
—Siendo la novia su amiga,
vamos, ¿no ha de hacerla usté?—
«Pero por Dios, si no sé,
¿no hasta que yo lo diga?»
La volvimos a rogar,
se levantó hecha una pólvora,
y en fin, de que vio el empeño
se fue huyendo de la boda.
Esos versos los compone
otra cualquiera persona,
y ella luego, por lucirse,
sin duda se los apropia.
—Porque digan que es romántica.
—¡Qué mujer tan mentirosa!
—Dicen que siempre está echando
relaciones ella sola.
—Se enseñará a comedianta.
—Ya se ha sentado ¡la mona!
Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
—Vamos a echarla de aquí.
—¿Cómo?— Riéndonos todas.
—Dile a Paula que se ría.
—Y tú a Isabel, y tú a Antonia.
Ja ja ja ja ja ja ja.
¡Más fuerte, que no lo nota!
Ja ja ja ja ja ja ja.
Ya mira, ya se incomoda,
Ya se levanta y se va…
¡Vaya con Dios la gran loca!

A UN POETA CLÁSICO

Pulidísimo poeta,
que siempre os andáis buscando
cefirillos en diciembre
y florecillas en marzo.
Ved que es malogrado tiempo
el que gastáis en cantarnos
esas romanzas melosas
que a vos embelesan tanto.
Porque ninguno os escucha,
ni posible es escucharos,
ni debe ¡salvo los sordos!
nadie escuchar vuestro canto.
Vos engalanáis de yerba
fuera de sazón los campos
y a deshora de sus nidos
hacéis levantar los pájaros;
vos asida del cabello
sin compasión a su llanto,
a cada instante a la aurora
arrastráis de su palacio,
y ni deja miel segura
en el panal vuestro labio
ni brisilla sosegada,
ni libre arroyuco manso.
Y lo que más impacienta,
ingeniosísimo bardo,
es que, cuando estamos todos
con vuestra musa trinando,
sobre la blanda verbena,
muellemente recostado,
tan complacido y risueño
vos dispongáis coronaros.
¿A dónde vais por el mirto?
¿de dónde arrancáis el lauro?
¿y qué lográis con poneros
en la frente esos enjalmos?
¿Un mancebo como un roble
no os causa grima pasaros
unas tras otras las horas
entre los juncos holgando?
¿No tenéis en vuestra tierra
otro más útil cuidado
que atisbar la rubia aurora
y espantar los tiernos pájaros?
Amigo, trocad, de vida
de cantinelas dejaos,
¡sacudid el cuerpo inerme
y haced valer vuestros brazos!

A CESARINA

¡Que teniendo, Cesarina,
en tu hermosísimo rostro
ojos tan claros y bellos
me mires con malos ojos!
¡Que siendo risueño y blando
tu semblante para todos,
doncella, para mí sólo
haya de ser duro y hosco!…
—¿Celos de mí? ¡Virgen Santa!
¿Pues qué amador hay tan loco
que dude que con tu busto
competir no puede otro?
Bajo melena dorada,
sobre cuello delicioso,
con su cutis de azucena,
con su matiz de pimpollo
¿cómo hallar teme rivales
entre mujeres tu rostro
si juzgo que entre los ángeles
no los hallará tampoco?
¿No es por mi faz?… ¿por mi lira?
¡Oh demencia! ¿Te da enojos
un pedazo de madera
con unos bordones toscos
donde canto unos romances
que desoye el mundo todo,
porque una mitad no atiende
y la otra mitad es sordo?
¡Cómo el amor enajena!
¡Cómo los celos son topos
cuando ignoras que esa lira
vale entre los hombres poco!
Siquiera fuese mi canto
dulce, apacible, sonoro;
siquiera tierno y vibrante
alzara sublime tono,
entre escuchar sus conciertos
y mirar tus lindos ojos
no vacilara, alma mía,
el galancete más docto.
Brillante luz es el genio
mas si no tiene un contorno
lucido el fanal que encierra
ese vivo meteoro,
Cesarina, de sus rayos
teme las heridas poco
que aman los hombres al genio…
si el genio tiene tu rostro.

“¡OH, CUÁL TE ADORO!”

¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día
tu nombre invoco, apasionada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aun te llama exaltada el alma mía.
Tú eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que a mi mente asiste,
porque en ti se encuentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.
No hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando mi amor me cuentas y deliras
revelando la fe de tu contento;
tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,
y quisiera exhalar mi último aliento
abrasada en el aire que respiras.

“EL MARIDO VERDUGO”

¿Teméis de ésa que puebla las Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?…
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
No allá a las lides de su patria fueron
a exhalar de su ardor la inmensa llama;
nunca enemiga lanza acometieron,
que otra es la lid que su valor inflama.
Nunca el verdugo de inocente esposa
con noble lauro coronó su frente:
¡Ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado
más sangre, más dolor la herida brota,
que el delicado seno macerado,
y que la vena de sus sienes rota!
Así hermosura y juventud al lado
pierde de su verdugo; así envejece:
así lirio suave y delicado
junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,
cual bajo el agua del arroyo el cieno,
torpes vivientes al amor uncidos
la madre sociedad nutre en su seno.

LIBERTAD

Risueños están los mozos,
gozosos están los viejos
porque dicen, compañeras,
que hay libertad para el pueblo.

Todo es la turba cantares,
los campanarios estruendo,
los balcones luminarias,
y las plazuelas festejos.

Gran novedad en las leyes,
que, os juro que no comprendo,
ocurre cuando a los hombres
en tal regocijo vemos.

Muchos bienes se preparan,
dicen los doctos al reino,
si en ello los hombres ganan
yo, por los hombres, me alegro;

Mas, por nosotras, las hembras,
ni lo aplaudo, ni lo siento,
pues aunque leyes se muden
para nosotras no hay fueros.

¡Libertad! ¿qué nos importa?
¿qué ganamos, qué tendremos?
¿un encierro por tribuna
y una aguja por derecho?

¡Libertad! ¿de qué nos vale
si son los tiranos nuestros
no el yugo de los monarcas,
el yugo de nuestro sexo?

¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo
el que nos hacen sangriento
con repetir ese grito
delante de nuestros hierros?

¡Libertad! ¡ay! para el llanto
tuvímosla en todos tiempos;
con los déspotas lloramos,
con tributos lloraremos;

Que, humanos y generosos
estos hombres, como aquellos,
a sancionar nuestras penas
en todo siglo están prestos.

Los mozos están ufanos,
gozosos están los viejos,
igualdad hay en la patria,
libertad hay en el reino.

Pero, os digo, compañeras,
que la ley es sola de ellos,
que las hembras no se cuentan
ni hay Nación para este sexo.

Por eso aunque los escucho
ni me aplaudo ni lo siento;
si pierden ¡Dios se lo pague!
y si ganan ¡buen provecho!

ÚLTIMA TARDE EN ANDALUCÍA

En despedidas nuestra vida pasa
cada día un adiós ¡ay triste vida!
¡que siendo vida en tiempo tan escasa,
la hayamos de pasar tan afligida!
Aun el de ayer nuestra mejilla abrasa
llanto de la postrera despedida,
y hoy se agolpa a los ojos otro tanto…
¡qué lluvia tan perenne es la del llanto!

Yo que no dejo hogar en que viviera,
una piedra ni un árbol conocido,
sin que al mirarlo por la vez postrera
no me arranque una lágrima, un gemido;
paso en lamentación mi vida entera:
mas ¿cómo sin lamentos me despido?
¿cómo no ha de llorar el alma mía
cuando te pierdo, hermosa Andalucía?

Hasta al mismo dolor si se despide
le damos al pasar una mirada,
una mirada que el espacio mide
de aquella hora en su región pasada.
¿Cómo podéis pensar que el bien se olvide?
¿cómo podéis querer que yo olvidada
de esta hermosa y dulcísima ribera
no le dé ni una lágrima siquiera?

Las bellas tardes que pasé a su orilla
¿sabéis que fueron para mí muy bellas?
¿sabéis que de la barca más sencilla
gozo en seguir las relucientes huellas?
¿sabéis que es más hermosa cuando brilla
aquí la luna, el sol y las estrellas,
y que voy a sufrir más desconsuelo
cuando me aleje de tan claro cielo?

¿Sabéis que necesito en este ambiente
ahogarme en azahar, morirme en rosas
para aliviar mi corazón doliente,
de emociones muy tristes, muy penosas?
¿sabéis que he menester la luz candente
de esas puras mañanas vaporosas,
aspirar de estos huertos en la calma,
para alejar el tedio de mi alma?

¿Habéis mirado el agua en la llanura
cuando se oculta el sol en la arboleda,
los árboles bañando y la frescura
y la fragancia que al bañarlos queda
habéis sentido allí… ¡Ah! qué ternura
inspira el son del agua cuando rueda
por los campos de acacia perfumados
y sus ecos muriendo en los collados.

¡O amiga tierra! ¡O vale regalado!
O sol ardiente, sol de Mediodía,
como al insecto yerto has reanimado
mi ser que en el dolor languidecía;
en pago al caro bien que tú me has dado
te doy mi corazón en mi poesía,
y aunque la hieran con su diente insano
canes que al darles pan muerden la mano.

Poco y amargo a su mortal fiereza
hoy mi mano en mis versos les envía,
porque abrasa la fiebre mi cabeza
y no puedo cantar como quería;
yo me llevo conmigo la tristeza,
pero dejar quisiera la alegría,
y no puedo… me ahogo… esfuerzo el canto,
y en vez ¡ay! de cantar prorrumpo en llanto.

CELOS

A LA PRINCESA DE S…

Dejad que despacio os vea
esa belleza tan rara,
pesadilla de mis sueños,
enemiga de mi alma.
¡Por Jesús, que ansiosa vengo
de miraros esa cara
blanca aurora para alguno,
para mí, noche nublada!
¿Cómo tenéis la melena,
muy oscura, muy dorada?
De vuestra faz las colores
¿son morenas o son albas?
¿Tanto valen vuestros ojos?
¿Sois de cuerpo tan gallardo?
¿Cuáles son, decid, en suma
vuestros dones, vuestras gracias,
para que pueda, señora,
admirarlos y envidiarlas?…
Yo no fío en sortilegios,
burléme siempre de magias,
pero al hallar vuestra imagen
con la luz de la mañana,
con las sombras de la noche,
sobre mis libros clavada,
junto a mi lecho perenne
y en todas partes, mi alma,
por espíritu os conjura
y por visión os rechaza.
Señora, ¿pensáis que pueda
un corazón de cristiana
sin ofender a los cielos
hacerme tan desdichada?
Señora, ¿pensáis que somos
vos la reina, yo la esclava,
para que a vos así tenga
mi libertad subyugada
que a donde está vuestra imagen
allí mis ojos se paran
y allí escuchan mis oídos
do suenan vuestras palabras?
¡Si supierais cuando os oigo
cuál las sienes se me inflaman
y cuánto mis venas hierven
que parece que se saltan!
¡Si supierais cuáles sombras
ven mis ojos, qué fantasmas,
tal vez las brillantes flores
que os embellecen la cara,
por no parecer tan bella,
os arrancaréis de lástima!
Mas ¿para qué? no señora,
ceñid la frente lozana
de riquísimos encajes
y primorosas guirnaldas
para dar mayor contento
a los ojos del que os ama;
que para llorar las penas
que vuestras glorias me causan
tengo noches que me sobran
y lágrimas que me bastan.
Ved si al hermoso conjunto
de vuestras divinas gracias,
señora, algún atributo,
que daros pudiera, os falta;
pues queréis todas las dichas
con mi desdicha lograrlas,
venid, si os faltara el genio,
¡venid… y os daré mi arpa!

A HERMINIA

¿No ves qué tierra, qué cielo,
uno azul, otra florida?
¿No ves qué estrellas, mi vida,
no ves qué luna, qué sol?
¿No ves qué hermoso es el suelo
donde Dios te ha confinado?
Es fecundo, es dilatado,
es soberbio, es…. ¡español!

Yo no vi de ese paisaje
sino el rincón por su extremo;
mas no hay duda que es supremo
cual su tinta su pincel;
pues, el lugar más salvaje
de nuestra bella comarca
forma, en los valles que abarca,
a España rico dosel.

Por cada grano de tierra
brota en ella una semilla;
no hay extranjera avecilla
que no nos la venga a hurtar:
los pueblos nos mueven guerra
por sólo pisar a España,
cual transeúnte cabaña
lamiendo el suelo al pasar.

Cuando sacuda tu mente
de la infancia los ensueños,
estos campos tan risueños
y riquísimos al ver;
¿por qué dirás esa gente,
que ha marchado a mi venida,
pasó la preciosa vida
en quejas de padecer?

¿Por qué las tiernas mujeres,
que a mi llegar se alejaron,
tantas lágrimas lloraron
vertidas del corazón?
Si tiene el mundo placeres
y la vida tal encanto,
¿por qué se ha dolido tanto
la muerta generación?

Prende fuego en la montaña
y devasta la pradera;
mas oye a la primavera,
la yerba vegeta más:
así en la guerra de España
que estos seres encendimos
de cenizas os servimos
a los que venís detrás.

¿Sabes tú para que puedas
alcanzar luz en tus días
qué de noches tan sombrías
estamos pasando aquí?
¡Tú que en el valle te quedas
cuando nosotras nos vamos
no sabes cómo le hallamos
al venir antes de ti!

De laureles, de riqueza
de altos honores cargados,
son, Herminia, desgraciados
los hombres de nuestra edad;
de brillantes, de belleza
y de amores circundadas
mujeres muy desdichadas
son las de esta sociedad.

Pero tú que has retardado
más que aquellos tu venida,
vas a encontrar en la vida
más placer, menos dolor;
pues que de España han cruzado
tantos otros el camino,
que sufre ya el peregrino
sus asperezas mejor.

Ya nuestro campo no vemos
salpicado y reteñido
con la sangre que ha vertido
la guerrera juventud;
y ya tranquilos podemos
elevar nuestras canciones,
sin que vengan los cañones
a atronar nuestro laúd.

Ni ya rechazan del coro
a las cantoras mujeres;
pues al fin que somos seres
de la especie racional,
en este siglo sonoro
los españoles declaran…
¡Qué indulgencia!… y nos preparan…
¡Qué dicha!… lauro inmortal.

Pero es tarde, Herminia mía,
tarde ya para esta gente,
que ha pasado tristemente
lo mejor de su vivir;
esa naciente alegría
que en nuestro pueblo resuena
no basta a calmar la pena
que venimos de sufrir.

De las pasadas tormentas
naves nosotras heridas,
vamos a quedar sumidas
presto en el revuelto mar;
pero tú, que apenas cuentas,
Herminia, trescientos soles,
a los puertos españoles
logras a tiempo arribar.

¡Quiera Dios que la bonanza
con que empieza tu fortuna
como te mima en la cuna
te mime en la juventud!
Cada niña una esperanza
de placer es para el mundo:
¡quiera Dios que tú fecundo
manantial seas de virtud!

Que los dulcísimos nombres
que te da el materno anhelo
de serafín y de cielo
vayan de tu vida en pos.
Que embelesados los hombres
al exclamar —«¡qué hermosura!»
añadan siempre:—«¡y qué pura!
¡Bendígate, Herminia, Dios!»

A LUISITA

Pues eres tú forastera
recién llegada a la vida,
te contaré, mi querida,
lo que tienes que sufrir;
te gané la delantera
de la vida en el camino,
y merced a este destino
he aprendido ya a sentir.

Yo sé ya cómo se llora
de una pena lloro ardiente,
y si quieres que te cuente
cuál se disfraza también,
mostraré, por que lo veas,
la sonrisa en mi semblante
cuando el raudal abundante
mis ojos brotando estén.

A este saber doloroso
discreción el mundo llama,
y no es discreta la dama
si no es en el mundo así;
por eso en risa mi llanto
suelo mudar tan aprisa,
que al asomar la sonrisa
trago el llanto para mí.

Pero el mundo no se engaña,
y al mirar nuestro contento
grita airado «¡Fingimiento,
falsedad de la mujer!»
¡Oh graciosa tiranía
que a las que fingen condena
cuando fingir nos ordena
como preciso saber!

Esto, niña, es solamente
lo que, de ciencia nos toca;
después te dirá mi boca
lo que hay de felicidad:
y en fe de que no te engaño
en lo propio que te digo,
todo un sexo por testigo
te pondré de esta verdad.

Yo te diré nuestra historia
y aunque otra de hombres cuenten,
por Dios, que los hombres mienten
o ignoran este saber:
ellos beben Cicerones,
con Sénecas se alimentan,
pero esos libros no cuentan
las penas de la mujer.

Y ¡más valiera que doctos,
sapientísimos varones
perdieran en las naciones
su tiempo en tratar de nos!;
¡harto hicieron si aseguran
como un hecho averiguado
que de Adán y Eva el pecado
por ella sufren los dos!

¿Qué importa que su existencia,
la leche con que medraron,
los brazos en que apoyaron
su cuerpo desde el nacer;
y los besos maternales,
y el solícito cariño,
y sus placeres de niño
se los diera la mujer?

¿Qué importa que le dé ella
la amorosa compañía
al que triste viviría
sin ella en la soledad;
y el consuelo al desgraciado,
y la asistencia al doliente,
qué importa a esa ingrata gente
que se los dé la beldad?

De madres, esposas, hijas,
los tiernos, los dulces nombres,
¿no merecen a esos hombres
una página, un borrón?
¿no merecen que una hora
en nuestra suerte mediten
aunque algo al estudio quiten
de Séneca y Cicerón?…

¿Mas no escuchas? ¿Interrumpes,
niña, con risa mi canto?
Haces bien, porque iba el llanto
brotando a mis ojos ya;
conviértase en risas el lloro,
que en la mudanza precisa
pronta siempre la sonrisa
tras mis lágrimas está.

Pero, guarda, por tu vida,
el papel de estas canciones,
y en la edad de las pasiones
fija los ojos en él:
«¡Ay, dirás, verdad decía
la que estas cosas cantaba;
bien me acuerdo que lloraba
cuando escribió este papel!»

A ESPAÑA

¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?
Tú, Europa, gran señora,
que a tu servicio espléndido la tienes,
responde, ¿llora, canta,
o dormida a tu planta
apoya ora en tus pies sus tristes sienes?

Yo que en su misma entraña me he nutrido
y en su pecho he bebido
su ardiente leche, con amor la adoro,
y por saber me afano
si al pie de su tirano
reposa, canta o se deshace en lloro.

Venga el pueblo que a madre tan querida
debe también la vida,
las nuevas a escuchar, que de su suerte
por caridad nos diga
la señora enemiga
de quien vive amarrada al yugo fuerte.

Oigan los hijos de la negra esclava
lo que orgullosa acaba
de transmitir su dueña a las naciones,
para que mofa sea
del mundo que la vea
sufriendo eternamente humillaciones.

Dice, que por nodriza solamente
al Norte y al Oriente
conducen a la madre, cuyo seno
a mucha boca hambrienta
sin cesar alimenta
con la abundancia que lo tiene lleno.

Y nos dice también que latigazos
la dan con duros brazos
los hijos de Bretaña y del Pirene,
después de haber sacado
al seno regalado
el jugo que los nutre y los sostiene.

Y se atreve a decir la fiera dueña
que en rendirla se empeña,
dejándola cansada, enferma y pobre,
para que no en la vida
emprendiendo la huida
su independencia y libertad recobre…

¿No tenemos un Cid? ¿No hay un Pelayo
que nos presten un rayo
de indignación, con que a librarla acuda
ese pueblo indolente,
esa cobarde gente,
egoísta, ambiciosa, sorda, muda?

¿Dónde está la bandera, caballeros,
que dos pueblos enteros
con su anchuroso pabellón cubría?
¿dónde los castellanos
en cuyas fuertes manos
la enseña nacional se sostenía?

Ya no hay bandera; el pabellón lucido
en trozos dividido
como harapos levanta nuestra gente
sin escudo y sin nombre,
sirviendo cada hombre
de caudillo y de tropa juntamente.

Cual árabes errantes, cada uno
sin domicilio alguno
vagan los desdichados en la tierra,
huyendo del vecino
que hallan en su camino
por no poder marchar juntos sin guerra.

Quién levanta su tienda de campaña
en un rincón de España
y por su rey a su persona elige,
y quién sobre la arena
traza, escribe y ordena
las leyes con que él sólo se dirige.

Y quién burlando al Dios de sus abuelos
nombra para los cielos
otro señor que nos gobierne el alma,
juzgando la criatura
que siendo el Dios su hechura
más fácilmente alcanzará la palma.

Patria, leyes y Dios, siervo y monarca
el español abarca
refundiendo sus varias existencias
en el cerebro loco
para quien juzga poco,
de esa inmensa reunión, cinco potencias.

¡Soberbia, necia vanidad mezquina
que a padecer destina
la soledad, el duelo, el abandono
a esa España afligida
que siempre desvalida
se ve juguete de extranjero encono!

Ha menester alzarse una cruzada,
ha menester la espada
blandir al aire la española tropa,
los reinos espantando
para salvar luchando
a ésa que gime esclava de la Europa.

Mas ¿dónde habéis de ir, tercios perdidos,
de nadie dirigidos,
marchando sin compás por senda oscura
con rumbo diferente,
a dónde, pobre gente,
a dónde habéis de ir a la ventura?

¿Resucitó Cortés, vive aún Pizarro,
o de encarnado barro
queréis poner vestido de amarillo
un busto en vuestro centro
por que al primer encuentro
vengan rodando huestes y caudillo?

Nunca se lanza el águila a la esfera
sin medir su carrera;
nunca el toro acosado en la llanura
rompe en empuje fiero
sin pararse primero
a reforzar su aliento y su bravura.

Unid el pabellón roto en pedazos,
enlazad vuestros brazos,
a un mismo campo el español acuda,
y al brindar la pelea
que un mismo nombre sea
el que invoquéis a un tiempo en vuestra ayuda.

Así de negra esclava que es ahora
será España señora,
por vosotros del yugo rescatada,
y al abrigo del trono
con soberano tono
de los pueblos servida y respetada.

Así ¡ay! de infeliz que hoy se presenta
será España opulenta,
por vosotros no más enriquecida,
bella y engalanada,
de laurel coronada,
respirando salud, contento y vida.

¡Veréis como ya entonces no la insultan
los que su diente ocultan
entre sus pechos, con hambrienta boca,
después de haber sacado,
su jugo regalado,
llamándola salvaje, necia y loca!

Veréis ¡oh! como entonces las banderas
de aquellas extranjeras
que la trataron con tan dura saña,
inclinando su frente,
con voz muy reverente
la dicen al pasar —«Salud, España»

A LAS POETISAS

INVITACIÓN

¿Queréis formar un coro,
hermosas las del canto peregrino,
más dulce, más sonoro
que el rumor argentino
del agua y de los pájaros el trino?

¿No veis cómo las aves
cantan en amigable compañía
a unos acentos graves
los otros de alegría,
uniendo en perfectísima armonía?

Nunca entre sí celosas,
porque la voz del ruiseñor descuella,
se alejan rencorosas
de la enramada bella,
dejando triste al ruiseñor en ella.

No, que con tiernos píos
la bulliciosa turba Rey le aclama
y en los valles sombríos,
donde a su coro inflama,
sólo el odioso búho le desama…

Yo ya tengo escogida
corona de bellísimos laureles
y de rosas ceñida,
que estimo en los vergeles
mejor que a los brillantes oropeles.

Riquísimo prendido
que bañará de aromas los cabellos
y en el rostro encendido
hará a los ojos bellos
orgullosos lucir con sus destellos.

¡Mil veces venturosa
la compañera que en su tierna frente,
esa fresca y airosa
guirnalda trasparente
entre nosotras alze alegremente!

Orne prenda tan bella
a la que eleve más el claro acento:
el ruiseñor aquella
será del coro atento,
y el búho la que envidie su talento.

Agradecimientos:

PRÓXIMO PROGRAMA JUEVES A LAS 22 HS (HORA ESPAÑOLA)

POESIA MAS POESIA 2022 1 - Poesia Online
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